domingo, 30 de octubre de 2022

Indigno de ser humano, por Osamu Dazai

 


Indigno de ser humano, de Osamu Dazai

Editorial Sajalín. 124 páginas. 1ª edición de 1948, ésta es de 2010.

Traducción de Montse Watkins

 

Ya he comentado que, después de leer casi seguidos tres libros de Kenzaburo Oé, el premio Nobel de 1994, me apeteció seguir con más literatura japonesa. Así, cuando se acercaba la Semana Santa de 2022, me acerqué hasta la biblioteca de Retiro y saqué en préstamo Soy un gato (1905) y Botchan (1906) de Natsume Soseki y El declive (1947) e Indigno de ser humano (1948) de Osamu Dazai (Kanagi, 1909 – Tokio, 1948). He leído las cuatro por este orden cronológico.

 

Dazai publicó la novela El declive en 1947 e Indigno de ser humano en 1948, el mismo año que se suicidó, una semana antes de cumplir treinta y nueve años, arrojándose con su amante a un canal del río Tama en Tokio.

Ambas novelas comparten algunas temáticas comunes y un halo de delicadeza y brutalidad fascinante. Si bien en El declive Dazai usaba una voz narrativa femenina, en Indigno de ser humano usa una masculina, y el lector tiene la sensación de que en esta segunda novela el autor puso más de sí mismo que en la primera.

 

En Indigno de ser humano nos encontramos con un juego de dos narradores, ya que la novela se divide en un cuerpo principal, formado por tres cuadernos, y un prólogo y un epílogo. El narrador del prólogo y el epílogo es una persona diferente a la de los cuadernos. Según comienza la historia, alguien describe tres fotografías de un hombre, siendo niño, adolescente y joven. Se habla de un hombre hermoso, pero de una belleza extraña, «un muchacho extraordinariamente apuesto», pero también alguien con una «desagradable sonrisa». La persona que comenta estas fotos será la misma que en el epílogo nos diga que fue el depositario de los cuadernos a los que se ha podido acercar el lector de la novela. Durante la lectura de los cuadernos no se indican fechas concretas, pero como yo estaba suponiendo que el libro debía tener un trasfondo autobiográfico, le achacaba a Yozo, el protagonista, una edad similar a la de Dazai. Así, como Dazai nació en 1909, cuando estaba en su veintena ‒tiempo vital de protagonista del que se habla en el libro‒ se encontraba en la década de 1930. En cualquier caso, la narración reflejada en los diarios debía haber acontecido antes de la Segunda Guerra Mundial. En el epílogo se centran las fechas del tiempo narrativo de la historia: «Parece que lo relatado en los cuadernos aconteció en Tokio entre 1930 y 1932, pero no fui a ese bar hasta, 1935, cuando los militares empezaron a alborotar las calles.» (pág. 121) Me ha llamado la atención esa referencia final a una época de militarización que precedió en Japón a la guerra. En este epílogo se habla un poco ‒se menciona apenas‒ de los bombardeos de la guerra.

Así que en El declive se habla del Japón inmediatamente posterior a la posguerra, y los personajes no quieren recordar nada de la guerra, y en Indigno de ser humano se habla de los años previos a la guerra. Creo que Dazai no escribió más novelas. En la Wikipedia afirman que La felicidad de la familia es una novela, que publicó en España la editorial Candaya, pero he entrado en su web y en realidad es un libro de cuentos. Me gustaría saber si en alguno de sus cuentos, Dazai habla directamente de la guerra, un suceso que tengo la impresión de que le marcó profundamente.

 

El protagonista de los cuadernos centrales de Indigno de ser humano es Yozo, que nos empieza a relatar su vida desde su infancia en el campo japonés, dentro de una familia tradicional, en la que él es el menor de los hermanos. Yozo va anotando en su cuaderno sus recuerdos, en los que muestra su extrañeza por las relaciones y las costumbres sociales, que constituyen un mundo en el que él siente que nunca llegó a integrarse. «Me convertí en un niño que nunca podía decir la verdad», afirma en la página 17, iniciando una vida de fingimientos ante los demás, tratando de adaptarse a las expectativas puestas sobre él. «Y como no tenía la menor idea de cómo actuar respecto a esa verdad, comencé a pensar que no me era posible vivir con otros seres humanos.», «Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son.», la novela se va llenado de frases similares a estas, y continuamente el narrador habla del «ser humano», como una entidad general, un entidad que le preocupa de una forma angustiante.

Igual que ocurría con El declive, Indigno de ser humano está escrita con las premisas de la novela existencialista. Dazai estudió literatura francesa en la universidad, y doy por hecho que tuvo que leer libros como La náusea de Jean-Paul Sartre, que se publicó en 1938.

 

Al no saber cómo comportarse ante los demás, Yozo decide refugiarse en la figura del «bufón», alguien que con sus payasadas hace reír a los demás, aunque por dentro no deje de tener ser descubierto y que los demás sepan que es un inadaptado, alguien «indigno de ser humano», como se acabará definiendo a sí mismo.

Para ir al instituto, Yozo deba su casa paterna y pasa a vivir en la casa de unos familiares. Aunque sus problemas reales con las adicciones, algo que se insinúa antes en el libro, empezarán cuando se mude a vivir a Tokio para cursar unos estudios que le conviertan en un funcionario, como quiere su padre, aunque a él le hubiera gustado entrar en una escuela de arte para ser pintor. Se tendrá que conformar con ir a una academia, tras las clases formales para ser funcionario. En esta academia conocerá a Horiki, que será una persona fundamental en su vida: «Al poco tiempo de estudiar pintura, uno de mis compañeros me hizo conocer el alcohol, el tabaco, las prostitutas, las casas de empeño y el pensamiento de izquierda. Parece una combinación un poco rara, pero así aconteció en realidad.» (pag. 39). Horiki se convertirá en su compañero de juergas, alguien a quien Yozo, perdido en la gran ciudad, no tiene inconveniente en invitar siempre. Horiki lanzará una maldición sobre Yozo: se va a convertir en un seductor, alguien con una gran capacidad para atraer a las mujeres, como así será. También con Horiki va a descubrir el sake: «Mientras tomaba sake, me sentía tan relajado que ni tenía que representar mis bufonerías. Bebiendo en silencio, no ocultaba mi verdadero carácter, callado y sombrío.» (pág. 53)

En Tokio, Yozo acabará yendo cada vez menos a clases, y perdiéndose más en la noche.

 

Me ha vuelto a llamar la atención, al igual que al leer a Kensaburo Oé o a Natsume Soseki, las referencias occidentales que se pueden encontrar en Dazai. Su personaje, por ejemplo, es un admirador de la pintura expresionista europea, compara a algunas mujeres con la virgen María católica, y habla de Crimen y castigo de Dostoievski.

 

Indigno de ser humano es un libro trágico y existencialista, duro y frágil a la vez, de una hermosa belleza oscura. Después de leer las dos novelas seguidas de Osamu Dazai, El declive e Indigno de ser humano, me alegro de haberme acercado a uno de los clásicos de las letras nipones y me quedo con ganas de leer sus libros de cuentos.

domingo, 23 de octubre de 2022

El agua electrizada, por C. E. Feiling


El agua electrizada,
de C. E. Feiling

Editorial La Parte Maldita. 219 páginas. 1ª edición de 1992; ésta es de 2020.

Posfacio de Gabriela Esquivada

 

En 2021 leí Un poeta nacional (1993) de C. E. Feiling (Rosario, Argentina, 1961 – Buenos Aires, 1997) y El mal menor (1996), así que, teniendo en cuenta que Feiling solo puedo escribir tres novelas, me apeteció acercarme a la que me faltaba, que era la primera, la titulada El agua electrizada (1992). Ya he comentado que Feiling era un profesor universitario que dejó la docencia para dedicarse plenamente a escribir y que su proyecto pasaba por emplear los presupuestos de los géneros narrativos para desarrollar su obra. Así El agua electrizada es una novela policial, Un poeta nacional una novela de aventuras y El mal menor una de terror. Murió prematuramente a los treinta y seis años sin poder acabar su cuarta novela, que se titularía Los cuatro elementos y que iba a ser de género fantástico. Hasta ahora había supuesto que su decisión de dedicarse de pleno a la literatura y su prematura muerte eran hechos aislados. Sin embargo, he descubierto, gracias al posfacio de Gabriela Esquivada, que no era así. Feiling había deseado siempre escribir, pero había ido posponiéndolo para asegurarse una posición económica, y es cuando se le diagnostica la leucemia, que le conducirá a la muerte, cuando toma la decisión de dejarlo todo y dedicarse a escribir. Además de las tres novelas mencionadas, pudo escribir el libro de poemas Amor a Roma (1995) y los ensayos Con toda intención (2005).

 

El agua electrizada es, como ya hemos apuntado, la primera novela de Feiling, y en la que el personaje principal guarda una relación más estrecha con el propio autor. El protagonista del libro se llama Anthony Edward Hope, y a veces le llaman Tony o Antonio. El nombre que los padres del autor, le quisieron poner era Charles Edward Anthony Keith Feiling, pero en el registro lo cambiaron por Carlos Eduardo Antonio, y sus familiares y amigos le llamaban Charlie. Además los padres de Tony son ingleses y se relacionan con él en inglés, igual que ocurría con los de Feiling. Tony ha recibido una beca y en breve se irá a trabajar a una universidad inglesa, como hizo en la realidad Feiling.

Tony es profesor de latín, profesión que fue también la de Feiling. Los dos estudiaron en el Liceo Naval, lo que en la vida adulta, tras la dictadura militar de Videla, les va a suponer un choque con sus ideas de izquierdas. En Un poeta nacional, como ya comenté, el protagonista es un trasunto del poeta Leopoldo Lugones, y en El mal menor una joven hostelera que empieza a recibir visitas del más allá y un tarotista con poderes extrasensoriales. Como vemos, en sus siguientes novelas Feiling separó ya más a personaje de la figura del propio autor.

 

El agua electrizada empieza con Tony recibiendo la noticia de la muerte de Juan Carlos ‒El Indio‒, uno de sus amigos del Liceo Naval, que se había convertido en militar. Juan Carlos ha podido morir víctima de un accidente, porque se ha disparado su pistola en la cabeza, o se ha suicidado. Las autoridades dan por buena la teoría del accidente y parecen desear cerrar el caso pronto. Pero Tony sabe que algo no cuadra, porque su amigo era muy cuidadoso con su arma e Irene, la hermana de Juan Carlos, le va a dar más detalles que parecen echar por tierra la idea del accidente y también del suicidio. ¿Ha sido Juan Carlos asesinado? Y si esto ha ocurrido ¿por qué motivos? Además, en los bolsillos de Juan Carlos, Irene ha encontrado una nota, en principio enigmática, pero que parece vincular la muerte de su hermano con el asesinato de dos mujeres, que han aparecido asesinadas en una bañera del departamento de una de ellas.

 

Tony e Irene decidirán emprender una investigación como aprendices de detectives. Además, Tony tuvo un breve encuentro sexual con Irene en su adolescencia y siente de nuevo, tras mucho tiempo sin verla, atracción hacia ella. Así que esta tensión sexual será un nuevo elemento que se incorpora a la trama. Tony es un hombre sin ningún éxito con las mujeres, que trata de afrontar, al menos, el mundo con humor. A pesar de narrar hechos tremendos y ser Tony, en el fondo un personaje con muchos elementos que le pueden convertir en un hombre triste, el tono de la novela es irónico y desenfadado.

 

Los capítulos están titulados con fechas y el tiempo de la novela transcurre desde el 31 de julio al 4 de septiembre de 1989, con un epílogo que nos lleva hasta noviembre de 1989.

Las fechas son importantes para entender el contexto histórico de la novela: en junio de 1989 (un mes antes del comienzo del tiempo narrativo) había llegado a su fin el mandato del presidente Raúl Alfonsín en Argentina, que había hecho volver la democracia al país en 1983, tras el fin de la dictadura de la Junta Militar. Personas como Tony parecen achacarle a Alfonsín que no ha hecho todo lo que estaba en sus manos para aclarar los crímenes de la pasada dictadura, y en consecuencia muchos de los asesinatos de los militares habían quedado impunes. Según avanza la trama, los monstruos de la pasada dictadura van a estar cada vez más presentes en esta novela. Así, la que en principio se muestra como una novela de género acaba siendo una novela también de denuncia política.

 

Como ya he apuntado el tono de la narración, en tercera persona, es irónico y desenfadado. He leído alguna crítica que tacha a la novela de «elitista», aunque use un género popular como el policiaco. ¿Por qué sería «elitista»? Pues porque Feiling usa citas en latín, francés, alemán… o tiene diálogos en inglés. Todo ello sin traducir, lo que puede exasperar a más de un lector. A mí no me ha gustado mucho esto, por ejemplo. Aunque en algunos casos entendía el significado de estas frases o lo podía deducir por el contexto. Además, Feiling hace uso de unos juegos de referencias en algunos casos complicados de seguir. Por ejemplo, en la página 182 podemos leer «lo último que necesitaba eran nuevas caricias y arrumacos, aunque Leopold von Sacher-Masoch denostase desde la tumba tamaño error estético». Yo sí sabía que Sacher-Masoch es un autor austriaco, cuyo apellido dio lugar a la palabra «masoquismo». Pero en la página 199 leemos lo siguiente: «Tras unos instantes que hubieran justificado todas las tonterías de Bergson acerca del tiempo, e incluso algunas de las adicciones, el revolver tembló.» y no tengo la referencia de quién es Bergson. En internet averiguaré que Henri Bergson fue un filósofo y escritor francés que escribió algunas teorías sobre la percepción del tiempo.

Todas estas citas, en idiomas que no son el español sin traducir, y las referencias eruditas (y en más de un caso gratuitas) quizás crean una sensación de estilo un tanto fatuo en El agua electrizada, aunque en otros momentos el estilo sí es chispeante y divertido.

 

En general me ha parecido que El agua electrizada, teniendo en cuenta sus particularidades y sus excesos estilísticos, es una interesante novela policial, que acaba siendo también una novela de denuncia política. Sin embargo, me ha gustado menos que Un poeta nacional y El mal menor. En estas dos obras, Feiling ya ha abandonado el camino del estilo pomposo y excesivamente erudito y consigue una forma de expresarse más suelta. Considero que su talento como novelista se va afinando con cada nueva entrega, culminando en El mal menor, que es una muy conseguida (y divertida) novela de terror.

domingo, 16 de octubre de 2022

El mal menor, por C. E. Feiling


El mal menor,
de C. E. Feiling

Editorial FCE. 192 páginas. 1ª edición de 1996; ésta es de 2012.

 

Hace no mucho leí Un poeta nacional (1993) de C. E. Feiling (Rosario, Argentina, 1961 – Buenos Aires, 1997), una novela de aventuras protagoniza por un trasunto del poeta Leopoldo Lugones. Ya conté que la había comprado en la librería Lata Peinada, una librería de Barcelona, especializada en literatura latinoamericana, que abrió una sede en Madrid. Me llamó la atención ver que, desde tres editorial diferentes, se estaba rescatando la obra de este profesor universitario argentino, que a principios de la década de 1990 dejó la docencia para dedicarse a escribir y a ser periodista cultural, muriendo prematuramente en 1997 de una leucemia, a la edad de treinta y seis años. El proyecto de Feiling pasaba por escribir una obra literaria usando moldes de literatura de género. Algo que se ha reivindicado, con fuerza, desde tiempos más modernos. La primera novela fue El agua electrizada (1992), que era una novela negra, Un poeta nacional (1993), una novela de aventuras, El mal menor (1996), una novela de terror, y murió dejando escrito el primer capítulo de la que iba a ser su cuarta novela, Los cuatro elementos, una novela fantástica.

 

El mal menor se abre con una cita de Stephen King, lo que se puede tomar como toda una declaración de intenciones. La novela está formada por dos grupos de capítulos: los impares recogen la voz narrativa de Inés, una chica joven que se acaba de mudar a una nueva casa en el bonaerense barrio de San Telmo, cerca de donde ella y su socio Alberto regentan un restaurante. Desde el primer momento, la paz de Inés se verá perturbada por una presencia extraña y terrorífica, una presencia indefinida, que se manifiesta con ruido de pasos, frío y calor, olores perturbadores, para la que no tiene una explicación racional; salvo la de que está abusando, tal vez, del consumo de cocaína. Inés, en la primera persona de sus capítulos, está rememorando estos hechos extraños que irrumpieron en su vida cinco meses antes.

Los capítulos pares están escritos por un narrador indefinido y en ellos se habla, principalmente de Nelson Floreal, un tarotista uruguayo que vive con su madre en Buenos Aires y que se gana la vida echando las cartas. Nelson Floreal, mientras toma vino en la puerta de casa con un amigo, puede ver la presencia de «los visitantes», espíritus de gente muerta que solo algunas personas, como él y su madre, pueden percibir. Adela es la madre de Nelson, y una de las doce «arcontes» que custodian «el cerco», una especie de dique de contención entre el mundo de los sueños y el de la realidad. Las arcontes suelen ser mujeres y Betty, una de ella, va a morir en Londres, haciendo que el número de ellas baje de doce. Adela está tratando de formar a Nelson para que pueda sustituirla. Debido a la debilidad de las arcontes, un «prófugo» está consiguiendo atravesar el cerco y hacer acto de presencia en el mundo real. Este prófugo es la presencia que está atormentando a Inés. Adela lo sabe y enviará a Nelson para contactar con ella y poder prestarle su ayuda. Era lógico pensar, después de, más o menos, un cuarto de novela, que los dos personajes principales, Inés y Nelson, iban a tener que encontrarse.

Inés viaja a Cuba con su novio Leopoldo. Una única fecha se da en la novela: 7 de junio de 1993. El prófugo, descubrirá el lector, no dará tregua a Inés aunque se cambie de país. Feiling no tenía necesitad de situar todo un capítulo de su novela fuera de Argentina, pero tengo la sensación de que, además de crear una eficaz historia de terror, también le apetecía hablar del mundo que le rodeaba. De este modo, el capítulo de Cuba le sirve para mostrar la situación en la isla después de la caída del Muro de Berlín. Además de alguna crítica a la situación cubana, Feiling también desliza alguna pulla contra la dictadura de Pinochet: «Francamente, el aeropuerto de Santiago no me pareció gran cosa; si eso era el milagro económico chileno, los grandes éxitos de Pinochet se habían limitado al rubro secuestro, tortura y muerte de opositores.» (pág. 45)

 

Me suele ocurrir que, cuando de vez en cuando, leo novelas o relatos de terror (justo con la ciencia-ficción, el terror fue mi género literario favorito en la adolescencia) más que provocarme miedo, me provocan (si están bien hechas) una agradable sensación de juego y felicidad lectora. Es decir, en vez de pasar miedo con el terror, me divierto con él, que no sé si es el objetivo inicial del autor, pero que para mí, desde luego, funciona perfectamente y me justifica la lectura. El mal menor es una novela de terror perfectamente montada, pero diría que Feiling, sabe que va a provocar en sus lectores más diversión que verdadero terror y, por este motivo, está escrita con mucha ironía y sentido del humor. Y su empeño irónico y juguetón es premeditado muy por encima del deseo de crear atmósferas inquietantes, verdadera fuente del terror que se toma en serio a sí mismo. Además de llevar un restaurante con Inés, Alberto, el amigo de la universidad de Inés, regenta un videoclub, y esta excusa narrativa le sirve a Feiling para hablar en la novela, y realizar un homenaje, de muchas de las películas de terror adolescente de las últimas décadas del siglo XX. El mal menor, con el personaje de Inés, perseguida por una presencia, puede evocarnos, de una forma directa, a la película El ente (1982) de Sidney J. Furie.

 

 

Me gustó mucho la novela Nuestra parte de noche, con la que la también argentina Mariana Enriquez ganó el premio Herralde de 2019. En la novela de Enriquez, existía una división entre la realidad y la Oscuridad, y había una serie de personas que podían poner en contacto una parte con la otra. Como Feiling, Enriquez es también una admiradora de Stephen King (para el que ha pedido el premio Nobel de literatura), y diría que Enriquez conocía El mal menor cuando empezó a escribir Nuestra parte de noche. Enrique no es irónica en su novela, sino que se toma el terror mucho más en serio que Feiling, pero diría que el imaginario de Feiling sí que ha podido ser una influencia para Enriquez.

Me estaba ocurriendo al ir finalizando El mal menor que contaba el número de páginas para llegar a la última y tenía la sensación de que Feiling no iba a poder acabarla de un modo satisfactorio. Pero estaba equivocado. El mal menor es una novela perfectamente medida, y el giro final de las últimas páginas, rompiendo los esquemas mentales del lector, me ha parecido muy hábil y conseguido. De hecho, las últimas páginas dejan atrás un tanto la ironía con la que se ha desarrollado hasta ahora la historia y se adentran en el terror verdadero de un modo más claro.

Yo he leído El mal menor en la edición de la Serie del Recienvenido, que la editorial mexicana FDE encargó a Ricardo Piglia, para que realizara en ella rescates de libros argentinos que considerase valiosos y que hubieran tenido poco recorrido. Mi edición es de 2012. Ahora mismo existe otra que ha sacado La Bestia Equilátera.

 

Cuando comenté Un poeta nacional en mi canal de YouTube, este vídeo ha sido de los que menos visitas ha tenido en los últimos meses. Digamos que, pese a su intento de rescate, nadie parece sentir mucho interés por la obra de Feiling, al menos en España, donde debo ser su único lector, pero uno debe militar en la religión que cree, que en mi caso es la de la literatura. En el cuento Vagabundo en Francia y Bélgica, de Roberto Bolaño, el personaje B. persigue a la sombra del escritor Henri Lefebvre, y el personaje M. le pregunta por teléfono: «¿Por qué te preocupas por él?»; «Porque nadie más lo hace, dice B. Y porque era bueno». Estos son exactamente los dos motivos por los que yo leo a Feiling: porque nadie más lo hace y porque era bueno.

 

domingo, 9 de octubre de 2022

Un poeta nacional, de C. E. Feiling


Un poeta nacional,
de C. E. Feiling

Editorial Alto Pogo. 219 páginas. 1ª edición de 1993; ésta es de 2020.

 

La primera vez que me encontré con el nombre de C. E. Feiling (Rosario, Argentina, 1961 – Buenos Aires, 1997) fue interesándome por la colección Serie del recienvenido que la editorial estatal mexicana Fondo de Cultura Económica encargó organizar a Ricardo Piglia. En ella, Piglia tenía que ir rescatando libros de la literatura argentina que, en la segunda década del siglo XX, se habían quedado injustamente olvidados. He leído varios y mi plan es leerlos todos. Los libros de la Serie del recienvenido contiene piezas sorprendentes. Asimismo, hace unas semanas me enteré de que la librería de Barcelona Lata Peinada, especializada en autores latinoamericanos, habría abierto una sucursal en Madrid (Calle de Apodaca, 6) y quise visitarla. Para premiar su audacia en tiempos de pandemia y recesión, les compré tres libros: Río de las congojas de Libertad Demitrópolus, Tennessee de Luis Gusmán y Un poeta nacional de C. E. Feiling; es decir, hice un triplete argentino.

Es posible que si hubieran tenido en este momento El mal menor, otra de las novelas de C. E. Feling en Lata Peinada, publicada en Serie del recienvenido, hubiera comprado este libro y no Un poeta nacional. Pero hojeé Un poeta nacional, publicada por la editorial argentina Alto Pogo y me pareció lo suficientemente atractiva como para querer comprarla. También busqué información sobre C. E. Feiling en internet y me llamó mucho la atención este escritor, cuya familia era de origen inglés y que nació en el norte de Argentina. Feiling fue un profesor universitario de letras, y en 1990 decidió dejar la vida académica atrás y dedicarse a la escritura literaria y periodística. Moriría prematuramente en 1997, a los 36 años, a causa de una leucemia. Su obra literaria se compone de tres novelas acabadas y el comienzo de una cuarta. Desde el primer momento se propuso trabajar su narrativa desde el género, así su primera novela, El agua electrizada (1992), fue un policial, la segunda, Un poeta nacional (1993), de aventuras, y la tercera, El mal menor (1996), de terror. La cuarta, que se iba a titular Los cuatro elementos, iba a ser de género fantástico. También publicó el poemario Amor a Roma (1995).

 

El protagonista de Un poeta nacional es el joven poeta Esteban Errandonea que es un trasunto del poeta real Leopoldo Lugones. La acción se sitúa en la Argentina de 1904 y Errandonea recibe, por parte del un ministro, el encargo de viajar hasta el sur, a la remota región de Puerto Taylor, para convencer a la inglesa Elizabeth Askew de que regrese a su país natal. El marido de Elizabeth era James Askew, Cónsul Honorario de Gran Bretaña e importante estanciero, y ha sido asesinado por un famoso anarquista fugado de la cárcel. El ministro piensa que un hombre refinado como Errandonea puede convencer a la señora Askew para que vuelva a su tierra natal, desde donde es reclamada. Errandonea debe viajar en barco al sur, acompañado por Julio, un ayudante negro del ministro, y la pequeña tropa dirigida por el desagradable mayor Varela. Además, en Puerto Taylor se encuentra la peligrosa cárcel de Valle Hermoso, de donde se ha fugado Tadeo Cruz, el asesino de James Asked.

 «Si nuestro país es el culo del mundo, Taylor es las almorranas.», leemos en la página 55. Con buenas dosis de humor e ironía, Feiling conversa con varias tradiciones literarias. En primer lugar, con la de su país. En este sentido me ha llamado la atención del uso del adjetivo «azulino» en la página 51. En una famosa entrevista con Joaquín Serrano Soler, Borges afirmaba que un escritor debe expresarse con palabras cotidianas, y ponía precisamente el término «azulino» entre los que no se deberían usar. Como ya he dicho, Esteban Errandonea es un trasunto del poeta Leopoldo Lugones, y esta novela está basada libremente en una aventura que hubo de vivir el propio Lugones. Así que es posible que el uso de un término como «azulino» sea una burla amable al modernismo engolado de Lugones. En la novela se transcriben varios poemas que va escribiendo Errandonea en la novela. ¿Son poemas que escribe Feiling imitando el estilo de Lugones? He buscado algunos versos en internet, y he descubierto que los poemas de la novela son de Leopoldo Lugones sin modificaciones. Entonces, ¿Por qué Feiling usa el nombre de Esteban Errandonera y no el de Leopoldo Lugones en su libro? Imagino que como Feiling acaba recreando pensamientos de su personaje se sentiría más libre si no lo llamaba con el nombre de unos de los escritores nacionales de Argentina.

«Este es un país inventado por escritores que hubieran querido ser militares» (pág. 48) parece otro guiño a la escritura de Borges, contra la que el juguetón Feiling vuelve a revelarse.

Feiling también conversa con los géneros literarios aquí, y así se evocan, por ejemplo, las novelas de aventuras: «Errandonea continuaba percibiéndolo todo como una novela de Walter Scott». (pág. 91), pero también Un poeta nacional se relaciona con las narraciones de terror; así, algunos tripulantes del barco que lleva a Errandonea, Varela y Julio al sur les acabarán contando una historia de fantasmas vivida a borde de ese mismo barco. Y también acabará apareciendo en la novela la narración de El Wendigo, la famosa novela corta de Algernon Blackwood.

 

Si bien la acción principal de la novela la constituye el viaje de Errandonea y Julio a la isla de Puerto Taylor, también Feiling nos narrará hay otras escenas en Buenos Aires que tienen que ver con intrigas del ministro y su lucha contra el movimiento anarquista argentino. Aquí aparecen nuevos guiños a la novela El hombre que fue Jueves de G. K. Chesterton. Se describe alguna tortura y aquí parece haber alguna crítica poco velada a situaciones políticas más recientes para el escritor, que la evocación de comienzos del siglo XX en la que sitúa la acción.

Los capítulos de Un poeta argentino tienen un ritmo frenético, como corresponde a un libro de aventuras; o a la parodia de un libro de aventuras, porque en este libro de 1993 se perciben ya la asimilación de algunos de los juegos con los géneros de escritores vanguardistas como César Aira, aunque Feiling no acaba dinamitando su propia apuesta y se mantiene fiel a las reglas (siempre irónicas) que se ha marcado para su novela. Sin embargo, en más de una ocasión el tiempo narrativo se desplaza hacia el futuro con expresiones como «Errandonea recordaría toda la vida.», o en un momento dado se dice que el poeta morirá en 1938, el año real de la muerte de Lugones.

 

Me ha gustado poder conocer a la editorial argentina Alto Pogo y su apuesta por el rescate de C. E. Feiling, un autor muy interesante. Un poeta nacional es una novela inteligente, que propone un divertido juego a través de los géneros literarios para hablar de otros muchos asuntos. Hace poco volví a la librería Lata Peinada y compré, esta vez sí, El mal menor, novela de terror de la que espero hablar en breve.

domingo, 2 de octubre de 2022

Recuerdos de vida, por Juan Eduardo Zúñiga


Recuerdos de vida
, de Juan Eduardo Zúñiga

Editorial Galaxia Gutenberg. 119 páginas. 1ª edición de 2019.

 

En el verano de 2020 leí La trilogía de la guerra civil de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919 – 2020), un volumen formado por tres libros de cuentos que me gustó mucho, que tenía algunas narraciones de una calidad altísima. Como dije entonces, La trilogía de la guerra civil contiene algunos de los mejores cuentos que he leído.

Aunque en casa tengo, aún sin leer, un libro que sacó Cátedra en 2019 con las dos primeras novelas cortas de Zúñiga, El coral y las aguas e Inútiles totales, compré en la última Feria del Libro de Madrid Recuerdos de vida. No sabía que existía este pequeño libro de memorias de Zúñiga y me encapriché de él cuando lo vi en la caseta de la editorial Galaxia Gutenberg, un pequeño libro de memorias que se publicó el mismo año que Zúñiga cumplía cien años. Según una nota final, Zúñiga escribió este breve libro entre 2011 y 2018.

 

Recuerdos de vida empieza con Zúñiga rememorando una nevada que cayó en Madrid en el invierno de 1930 o 1931, un fenómeno natural que, para los ojos del niño que fue, revistió la realidad de un halo de extrañeza. La imagen inicial que Zúñiga elige para abrir su libro no parece arbitraria ni casual, ya que el autor se ha caracterizado por ser un enamorado de los idiomas y las literaturas de los países del Este y, en especial, de Rusia, de la que ha llegado a escribir algún ensayo y de la que ha traducido a alguno de sus escritores al español.

 

Los recuerdos de Zúñiga empiezan en un chalet del madrileño barrio de Prosperidad y, sobre todo, de uno de sus cuartos, en el que se encerraba a leer a autores como Julio Verne o Emilio Salgari. «Este fue mi primer espacio confidente, beneficioso por las horas que allí pasaba. Leía cuanto me era posible y dibujaba escenas de las historias que me gustaban.» (pág. 16).

En 1934, con quince años, visita por primera vez la Biblioteca Nacional, donde elaboró un diccionario de jeroglíficos egipcios, una de sus primeras pasiones. Pronto se despertó en él el gusto por el estudio de idiomas: «Siendo adolescente me puse a estudiar francés y poco después inglés, sin profesores, sólo con alguna gramática escolar y utilizando a la vez las guías para viajeros con frases hechas en ambos idiomas.» (pág. 22-23).

 

Uno de los acontecimientos de la vida de Zúñiga será que, a los trece años, un comercial de una editorial deja, por debajo de la puerta de casa, un folleto de una colección de libros, con un texto de la novela Nido de nobles del ruso Iván Turguéniev. Como ya he dicho, Zúñiga se va a enamorar de Rusia y su literatura, unas inquietudes intelectuales que, durante los años del franquismo, le van a ser difíciles de satisfacer, porque desde España se miraba con sospecha cualquier interés por aquel país. Zúñiga no acaba de contarnos si concluye sus estudios universitarios, aunque sí que apunta que acudía de oyente a clases de Filosofía en la Complutense. Sí llegaremos a saber que, mientras mantiene trabajos para ganarse la vida, como un empleo en una fábrica de discos, se dedicará a estudiar por su cuenta idiomas y la cultura de los países del Este: además de Rusia, Hungría, Bulgaria o Rumanía. Y llegará a traducir libros al español de estos idiomas, que en el Madrid de la época no le interesaban a nadie. Incluso sus primeros libros publicados serán ensayos sobre las realidades históricas de algunos países del Este. Uno de los temas más interesantes de estas memorias es ver cómo Zúñiga se evadirá mentalmente de la triste realidad del franquismo a través de las ensoñaciones e idealizaciones de los países del Este y cómo la cultura le sirve para crearse un mundo propio, una habitación propia en el fondo de su mente.

Zúñiga analiza además sus comienzos literarios, su influencia de los escritores eslavos y cómo estos hablan de la realidad a partir de lo elusivo. Así nos hablará de cómo surgió el primer relato de lo que acabaría siendo su magnífica La trilogía de la guerra civil. No hablará de la guerra mostrándonos los combates, sino a las personas del barrio de Arguelles que, después de que la población civil de la zona fuese evacuada, no dejaron sus casas porque les resultaba imposible separarse de sus pertenencias.

Aunque los tres libros de La trilogía de la guerra civil se publicaron ya en democracia, Largo noviembre de Madrid en 1980, La tierra será un paraíso en 1989 y Capital de la gloria en 2003, su gestación proviene de, al menos, la década de 1970. Imagino que más tarde, Zúñiga, que tiene fama de ser un escritor muy autoexigente, puliría esos relatos, impublicables durante el franquismo, hasta su versión final.

 

La familia de Zúñiga deja el barrio de Prosperidad y en un piso de Bravo Murillo será donde el escritor pase los tres años de la guerra, un tiempo que le dejará profundamente marcado. En 1938 será llamado a filas con la quinta de los jóvenes que cumplían entonces los diecinueve años. Será su exagerada delgadez y sus gafas lo que haga que no sea enviado al frente. Sí que tenía que acudir cada mañana a la Comandancia para recibir una instrucción. Esta experiencia le llevará a escribir su primera novela corta (rescatada ahora por Cátedra), titulada Inútiles totales.

También nos hablará de la gestación de la novela El coral y las aguas, que escribió en el desaparecido Café Michigan. Zuñiga quiso alejarse del realismo social de aquellos años, escribiendo en clave sobre los abusos del franquismo, y así trasladó su historia a una isla de la Grecia clásica. Aunque la novela la publicó la editorial Seix Barral pasaría sin pena ni gloria porque nadie entendió bien el juego de crítica de la realidad que planteaba su novela histórica.

Zúñiga no habla de modo directo del franquismo, sino ‒como aprendió de los rusos‒ de un modo elusivo, pero de puntillas se va filtrando la situación económica (su familia cayó en desgracia tras la guerra) y las duras condiciones morales de la época. Nos hablará también de las tertulias a las que empieza a acudir y de la gente que conocerá en ellas, y de las precauciones que tienen que tomar ante los confidentes de la policía política que pululaban por esos espacios.

 

Zúñiga es un escritor profundamente madrileño y, sin embargo, estas memorias, estos Recuerdos de vida, acaban pareciendo estar escritos por un escritor de un país del Este, un escritor que ha de enfrentarse al silencio de su régimen dictatorial durante unas décadas oscuras.

Recuerdos de vida es un libro bellísimo, de una vitalidad envidiable en un escritor que ha madurado estas escasas páginas durante la última década de su vida, que llegó a los ciento un años. Un libro que nos recuerda el poder balsámico de la literatura y la cultura, sobre todo durante los años más difíciles.

A ver si me acerco pronto al libro de Cátedra con las dos novelas iniciales de Zúñiga, que tienen muy buena pinta. Diría que por no haber destacado en el género de la novela, sino en el del cuento, que es más minoritario, Zúñiga no es un autor tan conocido como debería. Es uno de los grandes autores españoles de los últimos cien años, todo un maestro.