lunes, 28 de junio de 2021

Comienzo de mi novela Esto no es Bambi

 COMIENZO DE MI NOVELA "ESTO NO ES BAMBI"

 

En la web de la editorial Maclein y Parker se pueden leer las primeras páginas de mi última novela, "Esto no es Bambi". Una novela sobre el exagerado mundo de las auditoras, de las llamadas "big five", donde los jóvenes empleados podían llegar a hacer jornadas laborales de 90/horas a la semana sin quejarse, sino más bien orgullosos por no ser unos "flojos". La novela está construida con seis voces narrativas, tres masculinas y tres femeninas. La primera es la de Marta Lindsay, una chica muy pijita, que usa un vocabulario muy particular (también os digo que al final le acabas tomando cariño). Éste es el enlace: PINCHA AQUÍ

  




domingo, 27 de junio de 2021

La mala hora, por Gabriel García Márquez



La mala hora,
de Gabriel García Márquez

Editorial Debolsillo. 207 páginas. 1ª edición de 1962; ésta es de 2013.

 

Creía que había leído toda la obra narrativa de ficción –sus novelas y cuentos– de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927 ­– Ciudad de México, 2014), cuando en la biblioteca de Móstoles me di cuenta de que me faltaba una novela: La mala hora. Quizás debería haberla sacado en préstamo en ese momento, pero no lo hice y, unas semanas después, comentándolo con un amigo escritor me dijo que La mala hora no era una de las novelas buenas de García Márquez y, aunque seguía queriendo leerla por mi afán completista, acabé olvidando un poco esta lectura. Sin embargo, en el verano de 2020, mirando libros en el FNAC de Callao, me encontré con una edición del libro en bolsillo y me apeteció comprarlo y leerlo.

 

La mala hora se publicó en 1962, justo entre mis novelas favoritas de García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Cien años de soledad (1967). En La mala hora, García Márquez nos acerca a un pueblo a las orillas de un río, que parece guardar más de una similitud con el pueblo de El coronel no tiene quien le escriba, aunque en ningún momento he sabido si se trataba del mismo. El pueblo de La mala hora, en cualquier caso, está cerca de Macondo, pueblo al que se nombra al final del segundo capítulo, en la página 49. Nunca aparece el nombre de Colombia, pero se sobreentiende que García Márquez habla de su país, y posiblemente de su zona caribeña, de la que él procede, una zona de excesivo calor, humedad y lluvias torrenciales.

 

La novela está escrita en tercera persona y cuenta con un número suficiente de protagonistas como para que podamos hablar de una novela coral. En la primera página conocemos al padre Ángel, quien se levanta de madrugada, para hacer sonar las campanas de la iglesia a las 5 de la mañana y anunciar así el comienzo de un nuevo día en el pueblo. Esta mañana es la del 4 de octubre, y en la última página, cuando el padre Ángel se vuelva a levantar será el 21 de octubre. En estos diecisiete días, en los que transcurre la novela, serán muchos los acontecimientos que se narren, empezando por un asesinato y acabando con otro.

En el pueblo están apareciendo pasquines en las puertas de las casas, colocados de noche. En ellos se cuentas chismes antiguos, cotilleos sobre hijos ilegítimos o sobre infidelidades. De hecho, será uno de estos pasquines el que provoque la primera muerte. César Montero lee en la puerta de su casa, al salir de madrugada, que uno de sus vecinos se acuesta con su mujer. Ofuscado se presenta en su casa y le descarga la escopeta en el pecho.

Al leer las primeras decenas de páginas de La mala hora me estaba acordando de la novela Juntacadáveres de Juan Carlos Onetti, que habla de un pueblo en el que se abre un prostíbulo y empiezan también a aparecer anónimos –en lugar de pasquines en las puertas de las casas– descubriendo quiénes lo han frecuentado. ¿Qué novela se publicó primero? La mala hora es de 1962 y Juntacadáveres de 1964; así que la idea original de escribir sobre pasquines que se dejan en las casas de un pueblo sería de García Márquez, pero no podemos hablar en ningún caso de plagio, puesto que Onetti tiene un estilo narrativo muy particular y diferente al de García Márquez.

 

Los pasquines están empezando a romper la tensa calma a la que se había llegado en el pueblo, después de haber sufrido el país una guerra civil. Si bien, a algunos personajes los conoceremos por su nombre, a otros García Márquez nos los muestra representados por su profesión, como al alcalde. En principio, el alcalde parece un personaje positivo, alguien que se preocupa por sus vecinos, aunque en diversas situaciones vemos cómo éstos le rechazan. «Ustedes matan sin anestesia.», le dirá el dentista al alcalde en la página 69. El alcalde pregunta a una mujer que hasta cuándo le van a tener rencor y ésta le contesta: «Hasta que nos resuciten los muertos que nos mataron.» (pág. 79). El alcalde, lógicamente, forma parte de los vencedores en la última guerra civil, y además parece que está empezando a hacer buen dinero manejando diversos negocios públicos y privados desde su puesto de privilegio.

El juez Arcadio es otro de los personajes destacados del libro, un hombre preocupado porque a su antecedente en el puesto, once meses antes, le asesinaron tres policías en su despacho, debido a que durante una borrachera afirmó que quería garantizar unas elecciones libres.

 

Aunque el tema de los pasquines podría parecer una nimiedad, ya hay un muerto en el pueblo y las señoras de las familias más importantes se juntan con el padre Ángel, porque quieren que éste intervenga desde el púlpito para que desaparezca la situación. Además el padre Ángel le mostrará su preocupación al alcalde y éste tomará la decisión de establecer un toque de queda y organizar rondas nocturnas, algo que peligrosamente puede hacer recordar a los vecinos épocas violentas y no tan lejanas.

 

Ya he comentado que en La mala hora se nombra a Macondo. Me ha gustado descubrir también que aparece aquí el coronel Aureliano Buendía, quien durmió una noche en el hotel del pueblo. Aún le quedaban al coronel cinco años para ser uno de los protagonistas de Cien años de soledad, y es curioso observar cómo el mundo ficcional de García Márquez se iba ya construyendo. Aparece un circo, pero no creo que sea el mismo de los gitanos que aparecían en Macondo. Además La mala hora todavía no es de forma explícita una novela del «realismo mágico», puesto que no aparecen escenas abiertamente fantásticas en la realidad contada. Sin embargo, una de sus protagonistas se encuentra por las noches en el pasillo de su casa con el fantasma de la Mamá Grande, que es la protagonista de uno de los cuentos más famosos de García Márquez. En otra escena se nos cuenta que el telegrafista del pueblo envía poemas telegrafiados a otra telegrafista que no conoce; y estas imágenes empiezan ya a rozar ese realismo mágico que desbaratará la realidad en su siguiente novela.

 

La prosa de La mala hora, siguiendo la línea de El coronel no tiene quien le escriba, es más contenida que la de novelas como Cien años de soledad. En gran medida la belleza de la prosa de García Márquez –y en La mala hora podemos encontrar muchos ejemplos– se sostiene sobre su capacidad para incorporar los detalles naturales en las escenas que describe a sus personajes: por ejemplo, en más de una ocasión canta a lo lejos un alcaraván, o se describen los colores de los loros que atraviesan el cielo, o el olor de «los nardos bajo la lluvia», en la primera página, que sería un recurso similar al del olor de las «almendras amargas» en Crónica de una muerte anunciada. Los olores son muy importantes en el mundo ficcional de García Márquez. Me ha gustado este detalle: en la crecida del río, las aguas arrastran una vaca muerte; páginas más tarde, cuando el lector ya no piensa en esa imagen, se filtrará por las ventanas de las casas el olor a podredumbre de esa vaca muerta, cuyo cuerpo encalló en alguna orilla del río.

La mala hora está muy emparentada con el libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande. De hecho, ambos libros se publicaron el mismo año –1962– y el estilo de composición, seco y con fuerza en los diálogos, es el propio de Ernest Hemingway (más en los cuentos que en la novela). Los cuentos parecen ambientados en el mismo pueblo, y uno de sus centro de reunión es «el salón de billar», que aparece en ambos libros. Además, uno de los cuentos –el titulado Un día de estos– relata una anécdota, en la que el alcalde del pueblo ha de ir al dentista, que también aparece en la novela. La tensión política que subyace a ambas obras es también la misma. Otro cuento se llama La viuda de Montiel, que es un personaje de La mala hora. En este cuento aparece también Carmichael, otro de los personajes de La mala hora.

 

García Márquez pasa de una escena a otra, de un personaje a otro, marcando que lo narrado tiene lugar de forma simultánea o sucesiva, con expresiones como «mientras X bajaba las escaleras, Y hacía tal». De este modo, también se incide en la idea de que todo ocurre en un espacio muy limitado, donde todos se conocen y se observan entre sí, a pesar de que no pueden descubrir quién o quiénes están poniendo los pasquines en las puertas de las casas. «Es todo el pueblo y no es nadie.», sentenciará sobre el particular la adivina del circo ambulante. Quizás éste sea un sutil nuevo elemento de realismo mágico.

 

La tensión va aumentando en la novela, pero diría que de un modo menos perfecto que en El coronel no tiene quien le escriba. En la construcción coral ya se adivina la estructura de Cien años de soledad. La mala hora es una buena novela, que no está a la altura de mis favoritas de García Márquez, que parece una obra de transición entre la precisión a lo Hemingway de sus primeras novelas y el desbordamiento posterior de Cien años de soledad o El otoño del patriarca. Me ha gustado leerla, me ha gustado completar el universo ficcional de Gabriel García Márquez, que ha sido siempre uno de mis escritores de cabecera.

 

 

 

martes, 22 de junio de 2021

Mi novela Esto no es Bambi sale hoy a la venta

SE LLAMA OBSTINACIÓN

 

Me dicen mis sevillanos editores de Maclein y Parker que ya les han llegado de la imprenta ejemplares físicos de mi novela «Esto no es Bambi» y me mandan unas fotos.




 

Empecé a escribir «Esto no es Bambi» en 2001, con un cuaderno y un bolígrafo, en la planta 18 del edificio Windsor, aquel que luego ardería en 2005. La empecé a escribir con traje y corbata, en horas de trabajo, durante un periodo en el que estuve sin asignación en la auditora Arthur Andersen. En Nuevos Ministerios, en pleno centro financiero de Madrid, disfrazado de joven triunfador, yo soñaba ya ‒a mis 26 años‒ con derribar los delirios del capitalismo (jornadas de más de 90 horas a la semana) con un cuaderno y un bolígrafo. Quería dejar testimonio de la locura colectiva de la que era testigo, de lo que estaba viendo en aquella secta laboral destructora de mentes y cuerpos, donde aguantar 50 horas seguidas sin dormir era narrado por las víctimas con orgullo de héroes griegos. Ellos no eran unos «flojos», eran gente que aguantaba los envites de la vida.

 

Tras dos años de trabajo, conseguí una primera versión de unas 600 páginas, que parecía más un diario que una novela. La mandé a editoriales, la corregí varias veces. No funcionaba. Aprendí una valiosa lección: yo era un tipo que podía estar dos años seguidos escribiendo una novela de 600 páginas, aunque no la fuera a publicar nadie, ni la fuera a leer nadie, y podía seguir en ello sin desfallecer.

Años más tarde, trabajé en una segunda versión más corta. Debía ir al grano de lo que quería contar, debía seleccionar la información. La mandé a editoriales. Seguía sin funcionar.

 

Años más tarde, volví a releer mi libro. Le perdía el tono confesional y autojustificativo. Si quería captar la atención de un posible editor o lector, debía explorar nuevos caminos: debía usar el humor y crear voces narrativas que se alejaran de la mía. De este modo, imaginé que el primer curso de formación de la empresa sería más divertido si, en vez de ser contado por una primera persona muy cercana a mía, lo contaba Marta Lindsay, una niña pija de Pozuelo, que no podía soportar que la grúa se lleve a su «golfito», por dejarlo mal aparcado, y tener que usar un día esos «medios de transporte extraños», como llamaba al metro y el autobús. Marta Lindsay, si tenía que ir de pie en el metro y el autobús, no podía agarrar las «barritas esas verticales que salen del techo», a no ser que lo hiciera con una «toallita de lavender». Yo conocí a Marta Lindsay en ese curso de formación, solo que tenía otro nombre. Hablaba así. Yo he visto cosas que no creeríais. No cuentes tú tus penas, me dije, deja hablar a Marta Lindsay. Por supuesto, la desconoces, pero invéntala a partir de los datos que has recabado de la realidad. Y así, hasta crear seis voces narrativas, tres masculinas y tres femeninas; donde solo una se puede parecer a la mía.

 

Normalmente la gente que escribe suele haber estudiado carreras de letras, Filología hispánica, Periodismo, Historia, etc., y no han estado donde yo he estado, en el corazón financiero de Madrid, ni han visto lo que yo he visto, a los jóvenes cachorros de triunfadores del dinero. La gente que ha estado en este corazón financiero y permanece allí o en sus aledaños lo más posible es que no tengan tiempo para leer, y menos para escribir. Soy yo el que ha estado allí y puedo contar cómo era aquello, un mundo que rara vez refleja con verosimilitud la literatura o el cine, al menos en España.

No sé si “Esto no es Bambi” es mi mejor novela, pero desde luego es la que más me ha costado escribir, la historia que más ha perdurado en mi mente y que quería transmitir a otros. Hoy sale a la venta. Hoy, como en un cuento de Borges, pienso en aquel chico abrumado de 26 años que era yo en enero de 2001, en la planta 18 del Windsor, aquel chico que había leído demasiado para desear ser simplemente un vulgar triunfador de traje y corbata, y le digo: aquí lo tienes, chaval, como diría Herman Hesse, hay una virtud, sola una, a la que aprecio mucho, se llama obstinación. Todas las demás virtudes obedecen a leyes creadas por los hombres, pero el que se obstina obedece a una ley interior absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo.

domingo, 20 de junio de 2021

Ronda del Guinardó, por Juan Marsé



Ronda del Guinardó,
de Juan Marsé

Editorial Seix Barral. 141 páginas. 1ª edición de 1984.

 

Hace más de veinte años leí Si te dicen que caí (1973) de Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020). Recuerdo que me costó algo entrar en esta novela, pero la acabé disfrutando bastante. Algunos años después leí Últimas tardes con Teresa (1966), que me pareció una novela maravillosa sin reservas y desde la primera página. Incluso a mí me resulta extraño tener en mis estanterías de libros por leer dos novelas más de Juan Marsé: La extraña historia de la tía Montse (1970) y Un día volveré (1982) sin acercarme a ellas desde hace muchos años. Cuando recibí la noticia de la muerte de Marsé –el jueves 18 de julio de 2020– estaba veraneando en el norte de Mallorca. Dos días después, el 20 de junio, me acerqué a Palma, y en una librería de segunda mano de la cadena Re-reader (calle del 31 de diciembre, 13) encontré la primera edición de Ronda del Guinardó por tan solo dos euros. El libro estaba ligeramente anotado a mano por su anterior propietario, pero me apeteció llevármelo conmigo y lo leí en dos tarde afortunadamente nubladas del pasado agosto madrileño.

 

La acción de la novela se va a desarrollar en unas pocas horas en la ciudad de Barcelona. La contraportada del libro señala que la fecha exacta en el que discurre la trama es el 8 de mayo de 1945, algo que no se muestra explícitamente en el texto, sino que se señala que es el día en el que Alemania ha firmado su rendición, y se ha dado fin por tanto a la II Guerra Mundial. Esto da pie a una ligera alegría en los vencidos de la guerra civil: «Había conatos de huelga y un alegre trajín de hojas clandestinas, en el fondo una bobada: ni que los aliados fueran a llegar mañana mismo. “Los exaltados de siempre”, añadió. A través de los enlaces sindicales, las comisarías estaban recibiendo listas de gente que no se había presentado al trabajo o que lo había abandonado, y se estaba procediendo a su detención. Las medidas preventivas dictadas por el Gobierno Civil no indicaban en absoluto una situación de alarma.» (pág. 46)

 

El protagonista de esta novela es un inspector de policía innominado, simplemente será «el inspector», que esa mañana ha recibido de su jefe un encargo desagradable: debe acudir al lugar en el que estaba su antigua comisaria, de la que fue trasladado tres años antes –el popular barrio del Guinardó–, para pedirle a Rosita, una niña de trece años y medio, que vaya al depósito de cadáveres y ver si reconocer a la persona que la violó dos años antes. Rosita vive acogida en una casa de huérfanas que regenta la cuñada del inspector. En esta Casa suele pasar mucho tiempo su mujer, Merche, que ayuda a su hermana.

En el primer capítulo, el inspector entra en la casa para entrevistarse con su cuñada. El encuentro no tiene lugar en términos cordiales. El inspector ha acabado pegando a Pilarín, una de las huérfanas que su cuñada envió a su domicilio para que trabajara como asistenta del hogar. Según el inspector, el problema ha sido que desde el principio trató a Pilarín como a una hija y no como a una empleada. Según su propio código de valores, el inspector no podía permitir que Pilarín se vistiese de un modo que consideraba provocativo.

Rosita no quiere ir al depósito y enfrentarse al supuesto cadáver de su violador, cuando era una niña de once años, y tratará de poner múltiples excusas, que principalmente tienen que ver con sus obligaciones laborales, pues ayuda en las tareas del hogar de diversas casas del barrio. El inspector accederá a acompañarla en su particular ronda laboral, con la idea de que al final de su jornada le acompañe hasta el depósito de cadáveres.

Este periplo por el barrio le va a servir a Juan Marsé para mostrarnos todas las miserias de la época (1945). Aunque la novela está escrita y publicada en 1984 y, por tanto, ya en democracia, su propuesta parece surgir desde el realismo social de la década de 1950, en el que los escritores españoles que no estaban en el exilio mostraban con crudeza la realidad que les rodeaba como una forma de criticar al régimen franquista y a la vez poder eludir la censura. De este modo, no aparece el nombre de Francisco Franco en la novela, ni se habla de forma directa de vencedores o vencidos; pese a que, como mostré en la cita inicial, desde el estamento de la policía se hablaba de «los exaltados de siempre», que son los rojos que insisten en crear problemas. Sin embargo, la guerra civil y sus consecuencias están presentes en muchas de las escenas del libro: en una de las casas a las que acude Rosita, la dueña le dice al inspector, «con la voz quebrada pero arrogante» que su marido estaba en el exilio en catalán, lo que era toda una provocación.

En otra escena, el inspector mira el escaparate de una tienda de muebles y se fija en que un cojín, adornado con unas franjas amarillas y rojas en las que parece intuirse una bandera catalana. El inspector le hace retirar el cojín del escaparate al vendedor y le amenaza con cerrarle el negocio.

Sin embargo, es curioso como también, de una forma sutil, la novela muestra que en más de un caso los vencidos son las personas más pudientes del barrio, que precisamente hablan en catalán. Rosita, una niña viva y desamparada, tiene acento andaluz, y «en su boca grande plagada de calenturas del sur el catalán era un erizo». En una ocasión se utiliza el término «charnegos» para referirse a unos chicos de la calle.

 

La novela está escrita en tercera persona, pero también, mediante el estilo indirecto libre, se reflejan los pensamientos de los personajes, sobre todo del inspector y en algunas ocasiones de Rosita. El lenguaje de Marsé es rico, sobre todo en la adjetivación, y combina con total soltura un registro culto del idioma con otro más callejero, en el que aparecen términos coloquiales, hoy día ya en desuso, como «kabileño» por «persona pobre» o «chafardear» por «cotillear». En sus descripciones de personas y ambientes Marsé elige un marcado tono feísta: sobacos sucios, hombros llenos de caspa, calenturas en la boca, bocas sin dientes, al inspector le preocupa un testículo que se le sube continuamente hacia los intestinos… De este modo tan significativo se describe a un perro en la página 112: «A pocos metros, un perro flaco y tiñoso arqueó el lomo vomitando sobre el polvo una plasta negra; la removió con la zarpa, la olfateó y se la volvió a comer.» Y sobre todo lo que aparece de forma simbólica en esta particular ronda del Guinardó, del caluroso y polvoriento 8 de mayo de 1945, son personas lisiadas: así nos podemos fijar en la figura de un adolescente sin brazos, debido a que intentó robar un pisapapeles, que resultó ser una granada de la guerra sin desactivar.

Más restos de la guerra se filtran en las escenas: «Inclinado en el terraplén, el esqueleto oxidado de un camión militar hundía el morro en una charca reseca.» (pág. 80-81) Rosita le cuenta al inspector algunas de las leyendas que corren sobre el camión y éste sonríe, «Conocía el ritual colérico, el código de trolas infantiles que aún regía en esta calcinada tierra de nadie.» (pág. 81). En la página 70 Marsé una el término «aventis». Parece que Marsé está creando túneles que comunican entre sus propias obras, y estos niños parecen ser los mismos que los que se cuentan «aventis» en Si te dicen que caí.

 

Rosita recibe algún pago en «dinero rojo», aunque sabe que ya no sirve le dice al inspector que colecciona esos billetes y que tal vez algún día vuelven a servir. El inspector no deja de fijarse en el descaro de Rosita y en sus formas y movimientos que están dejando de ser los de una niña para convertirse en los de una mujer. Mediante algunas escenas sórdidas se le ha mostrado al lector que Rosita está al borde de la prostitución. De  «solitaria ronda al borde del hambre y la prostitución» califica en la página 138 (ya cerca del final) el narrador la jornada de Rosita antes de ir a reconocer el cadáver de su supuesto violador.

La violencia policial y política está presente de forma real y simbólica en cada una de las páginas de esta intensa y dura novela corta; una perfecta novela corta.

domingo, 6 de junio de 2021

Reseña de mi novela Caminaré entre las ratas en el blog El cuaderno rojo

 El escritor Jesús Artacho leyó mi novela Caminaré entre las ratas y escribió esto sobre ella en su blog El cuaderno rojo:

 


 

No es el primer libro de David Pérez Vega que comento aquí. En años anteriores ya hablé de Koundara, un muy buen libro de relatos publicado por Baile del Sol; Los insignes, novela aguda y humorística que parodia el mundillo poético y que publicó la mallorquina Sloper; y Acantilados de Howth, el debut literario del autor mostoleño, al que acostumbramos a leer sobre sus lecturas en su blog Desde la ciudad sin cines y, desde no hace mucho, también en su magnífico canal de YouTube: David Pérez Vega - Bienvenido, Bob. Confieso que es mi booktuber favorito. Es un placer oír hablar de literatura a alguien que ha leído tanto y ama los libros como pocos, que sabe establecer relaciones entre ellos y que posee una muy buena memoria lectora, además de la envidiable oratoria que le ha ido dando su experiencia como profesor en un colegio de Madrid.


En 2020 vio la luz su última novela hasta la fecha, Caminaré entre las ratas, publicada por la editorial Carpe Noctem. Se trata de su novela más extensa, escrita entre 2014 y 2016, y protagonizada por un hombre de Móstoles que anda cerca de cumplir los cuarenta -edad crítica- y que ha pasado por distintos trabajos y ahora es teleoperador, empleo que no es el soñado y que le brinda un sueldo precario, al tiempo que hace el máster para formación del profesorado, a fin de obtener una mejor colocación. Estudió Empresariales, tras un intento frustrado en una Ingeniería, estudios a los que lo abocó su familia cuando realmente a él le hubiera gustado una carrera de letras como Filología Hispánica. Domingo, que así se llama, ha publicado algunos libros en editoriales pequeñas, es un gran lector y trata de hacerse un hueco en el inexpugnable panorama editorial. 

"No creo ya a estas alturas que pueda prescindir de la literatura. Estoy podrido de literatura, solo puedo entenderme como sujeto cercano a la literatura"

 

No escasean las concomitancias con el propio autor, como él mismo declara en un vídeo de YouTube sobre su novela, donde afirma que quería emplear un personaje no muy distinto a él, o a cómo sería él un poco pasado de vueltas, a partir del cual narrar todo lo que le ha sido dado observar y conocer, a sus cuarenta años, en su mundo cotidiano, en lo que respecta al mundo empresarial y laboral en general (los efectos de la crisis de 2008, por ejemplo), las relaciones personales y de pareja, política, familia, literatura y todo lo humano y lo divino. Y, a decir verdad, se muestra un fino observador de su realidad, de nuestro mundo.

 

Hay un par de elementos que escapan al realismo: por un lado, comienza a ascender un partido de ultraderecha llamado Puño Patriota Español, elemento con el que el autor se adelanta al renacimiento de la ultraderecha en España, poco después, con la irrupción de Vox y su líder Santiago Abascal; por el otro, la ciudad comienza a ser invadida por una plaga de ratas gigantes, como de medio metro. Esto último me llevó a pensar, en un principio, en el famoso cuento de Julio Cortázar Carta a una señorita en París, en el que el protagonista vomita conejitos y, si no me falla la memoria, lo vive como algo de lo que se siente culpable y que ha de ocultar al resto de la gente. Al principio parece que Domingo es el único que detecta la presencia de las ratas, como si fueran producto de su imaginación, pero conforme avanza la novela se hace evidente que este elemento fantástico, que nos lleva a pensar en  un posible simbolismo, es perceptible por todos los personajes, le den más o menos importancia.

 

El hecho de que un amigo cercano se suicide, yéndole, en apariencia, algo mejor en la vida que a él, es otro factor que lo aboca a esa ineludible crisis de los cuarenta, además de las frustraciones laborales, literarias y sentimentales (su novia lo dejó no hace mucho).

 

Se trata de una novela ambientada en Madrid en 2013, que se lee con gran fluidez, un libro complejo a la par que accesible, que me ha parecido muy sólido. Una de sus virtudes es la de llevarnos a otros libros, pues no escasean las referencias literarias y cinematográficas. Aunque el título da cuenta de una individualidad que debe sobreponerse a un entorno difícil, incluso hostil, hay bastantes momentos en los que encontramos un componente social e incluso generacional (más de una generación, diría, puede verse reflejada en los sucesos narrados: tanto la del autor, que nació en 1974, como los ahora treintañeros).

 

Hay un momento en que el protagonista declara juzgar de antemano los libros en función del prestigio de la editorial que los publica, algo tal vez clasista y jerárquico, que dista de considerar con objetividad el texto en sí, y que resulta algo chocante teniendo en cuenta las ideas políticas del personaje (son recurrentes las críticas al neoliberalismo, a las atrocidades capitalistas). Esto, por otra parte, no debería sobresaltarnos, porque ¿quién no tiene contradicciones? El protagonista se ve envuelto en un pequeño embrollo de sexo por internet, y este es el único punto de toda la novela que me ha chirriado, en tanto que no me cuadraba con el personaje. Domingo, tipo serio, se toma unas pequeñas vacaciones, una escapada con fines sexuales para estar con una chica con la que no le une demasiado, más allá de la atracción por su cuerpo. Esta parte me ha recordado (pero no me fío mucho de mi memoria) al ambiente de La uruguaya del argentino Pedro Mairal. Esta actitud del personaje se justifica cuando leemos "es mi aventura sexual, intrascendente y absurda, el rollo de verano que debería haber tenido a los diecinueve pero que no tuve, mi deseo de libertad y superficie". Pero no me acaba de encajar en el hecho de prestarse un tipo como él, por ejemplo, a tener sexo en lugares públicos.

 

Más allá de esta nimiedad, he disfrutado muchísimo la lectura. Bien narrada, contiene reflexiones inteligentes sobre el mundo empresarial y laboral, la deriva de los métodos pedagógicos o las relaciones humanas en general. Eduardo Laporte, que también ha leído con entusiasmo el libro, habla de una "ironía melancólica" que creo que define bien su espíritu: hay momentos humorísticos y sarcásticos, y también un aire general de derrota, una mirada al mundo desde una prosa serena, reflexiva, a través de la luz de la melancolía.

 

Caminaré entre las ratas me parece una muy buena novela, posiblemente lo mejor que he leído en lo que llevamos de 2021, y que veo difícil que no acabe en la clásica lista de mejores lecturas del año que acostumbro a colgar en este blog.

 

Valoración: 5/5

 

"En un vídeo, uno de estos profesores saca su móvil del bolsillo y afirma sonriente ante la cámara que ahí, en su mano, está TODO; que la información está disponible para cualquier persona a un clic de ratón, que ya no hace falta saber. Esto me parece cuestionable, pues a mí como adulto me ha costado, realizando búsquedas en internet, encontrar la información que buscaba para los trabajos requeridos en el máster e imagino que a un niño de catorce años, en el aula o en su casa, le costará más. Esto sin contar que tiene abiertas todas las puertas a la distracción. Hace cincuenta años también estaba TODO en una biblioteca, y no por esto se dejaba de exigir a las personas que estudiasen contenidos."

 

"Hablan de Andrés Torrejón, hablan mal de él, como españoles en un bar".

 

"Pero desde 2008 vivo en el país del volver a empezar, de los aprendices sin edad, de los licenciados que emigran a Londres para trabajar de camareros, de la idea neoliberal del "si estás en el paro la culpa es tuya, aprende a reciclarte. Sé un emprendedor, muchacho""