Ronda del Guinardó, de Juan Marsé
Editorial Seix Barral. 141 páginas. 1ª edición de 1984.
Hace más de veinte años leí Si te
dicen que caí (1973) de Juan
Marsé (Barcelona, 1933-2020). Recuerdo que me costó algo entrar en esta
novela, pero la acabé disfrutando bastante. Algunos años después leí Últimas
tardes con Teresa (1966), que me pareció una novela maravillosa sin
reservas y desde la primera página. Incluso a mí me resulta extraño tener en
mis estanterías de libros por leer dos novelas más de Juan Marsé: La
extraña historia de la tía Montse (1970) y Un día volveré (1982) sin
acercarme a ellas desde hace muchos años. Cuando recibí la noticia de la muerte
de Marsé –el jueves 18 de julio de 2020– estaba veraneando en el norte de
Mallorca. Dos días después, el 20 de junio, me acerqué a Palma, y en una
librería de segunda mano de la cadena Re-reader (calle del 31 de diciembre, 13)
encontré la primera edición de Ronda del
Guinardó por tan solo dos euros. El libro estaba ligeramente anotado a mano
por su anterior propietario, pero me apeteció llevármelo conmigo y lo leí en
dos tarde afortunadamente nubladas del pasado agosto madrileño.
La acción de la novela se va a
desarrollar en unas pocas horas en la ciudad de Barcelona. La contraportada del
libro señala que la fecha exacta en el que discurre la trama es el 8 de mayo de
1945, algo que no se muestra explícitamente en el texto, sino que se señala que
es el día en el que Alemania ha firmado su rendición, y se ha dado fin por
tanto a la II Guerra Mundial. Esto da pie a una ligera alegría en los vencidos
de la guerra civil: «Había conatos de huelga y un alegre trajín de hojas
clandestinas, en el fondo una bobada: ni que los aliados fueran a llegar mañana
mismo. “Los exaltados de siempre”, añadió. A través de los enlaces sindicales,
las comisarías estaban recibiendo listas de gente que no se había presentado al
trabajo o que lo había abandonado, y se estaba procediendo a su detención. Las
medidas preventivas dictadas por el Gobierno Civil no indicaban en absoluto una
situación de alarma.» (pág. 46)
El protagonista de esta novela es un
inspector de policía innominado, simplemente será «el inspector», que esa
mañana ha recibido de su jefe un encargo desagradable: debe acudir al lugar en
el que estaba su antigua comisaria, de la que fue trasladado tres años antes
–el popular barrio del Guinardó–, para pedirle a Rosita, una niña de trece años
y medio, que vaya al depósito de cadáveres y ver si reconocer a la persona que
la violó dos años antes. Rosita vive acogida en una casa de huérfanas que
regenta la cuñada del inspector. En esta Casa suele pasar mucho tiempo su
mujer, Merche, que ayuda a su hermana.
En el primer capítulo, el inspector
entra en la casa para entrevistarse con su cuñada. El encuentro no tiene lugar
en términos cordiales. El inspector ha acabado pegando a Pilarín, una de las huérfanas
que su cuñada envió a su domicilio para que trabajara como asistenta del hogar.
Según el inspector, el problema ha sido que desde el principio trató a Pilarín
como a una hija y no como a una empleada. Según su propio código de valores, el
inspector no podía permitir que Pilarín se vistiese de un modo que consideraba
provocativo.
Rosita no quiere ir al depósito y
enfrentarse al supuesto cadáver de su violador, cuando era una niña de once
años, y tratará de poner múltiples excusas, que principalmente tienen que ver
con sus obligaciones laborales, pues ayuda en las tareas del hogar de diversas
casas del barrio. El inspector accederá a acompañarla en su particular ronda
laboral, con la idea de que al final de su jornada le acompañe hasta el
depósito de cadáveres.
Este periplo por el barrio le va a
servir a Juan Marsé para mostrarnos todas las miserias de la época (1945).
Aunque la novela está escrita y publicada en 1984 y, por tanto, ya en
democracia, su propuesta parece surgir desde el realismo social de la década de
1950, en el que los escritores españoles que no estaban en el exilio mostraban
con crudeza la realidad que les rodeaba como una forma de criticar al régimen
franquista y a la vez poder eludir la censura. De este modo, no aparece el
nombre de Francisco Franco en la novela, ni se habla de forma directa de
vencedores o vencidos; pese a que, como mostré en la cita inicial, desde el
estamento de la policía se hablaba de «los exaltados de siempre», que son los
rojos que insisten en crear problemas. Sin embargo, la guerra civil y sus
consecuencias están presentes en muchas de las escenas del libro: en una de las
casas a las que acude Rosita, la dueña le dice al inspector, «con la voz
quebrada pero arrogante» que su marido estaba en el exilio en catalán, lo que
era toda una provocación.
En otra escena, el inspector mira el
escaparate de una tienda de muebles y se fija en que un cojín, adornado con
unas franjas amarillas y rojas en las que parece intuirse una bandera catalana.
El inspector le hace retirar el cojín del escaparate al vendedor y le amenaza
con cerrarle el negocio.
Sin embargo, es curioso como
también, de una forma sutil, la novela muestra que en más de un caso los
vencidos son las personas más pudientes del barrio, que precisamente hablan en
catalán. Rosita, una niña viva y desamparada, tiene acento andaluz, y «en su
boca grande plagada de calenturas del sur el catalán era un erizo». En una
ocasión se utiliza el término «charnegos» para referirse a unos chicos de la
calle.
La novela está escrita en tercera
persona, pero también, mediante el estilo indirecto libre, se reflejan los
pensamientos de los personajes, sobre todo del inspector y en algunas ocasiones
de Rosita. El lenguaje de Marsé es rico, sobre todo en la adjetivación, y
combina con total soltura un registro culto del idioma con otro más callejero,
en el que aparecen términos coloquiales, hoy día ya en desuso, como «kabileño»
por «persona pobre» o «chafardear» por «cotillear». En sus descripciones de
personas y ambientes Marsé elige un marcado tono feísta: sobacos sucios,
hombros llenos de caspa, calenturas en la boca, bocas sin dientes, al inspector
le preocupa un testículo que se le sube continuamente hacia los intestinos… De
este modo tan significativo se describe a un perro en la página 112: «A pocos
metros, un perro flaco y tiñoso arqueó el lomo vomitando sobre el polvo una
plasta negra; la removió con la zarpa, la olfateó y se la volvió a comer.» Y
sobre todo lo que aparece de forma simbólica en esta particular ronda del
Guinardó, del caluroso y polvoriento 8 de mayo de 1945, son personas lisiadas:
así nos podemos fijar en la figura de un adolescente sin brazos, debido a que
intentó robar un pisapapeles, que resultó ser una granada de la guerra sin
desactivar.
Más restos de la guerra se filtran
en las escenas: «Inclinado en el terraplén, el esqueleto oxidado de un camión
militar hundía el morro en una charca reseca.» (pág. 80-81) Rosita le cuenta al
inspector algunas de las leyendas que corren sobre el camión y éste sonríe,
«Conocía el ritual colérico, el código de trolas infantiles que aún regía en
esta calcinada tierra de nadie.» (pág. 81). En la página 70 Marsé una el
término «aventis». Parece que Marsé está creando túneles que comunican entre
sus propias obras, y estos niños parecen ser los mismos que los que se cuentan
«aventis» en Si te dicen que caí.
Rosita recibe algún pago en «dinero
rojo», aunque sabe que ya no sirve le dice al inspector que colecciona esos
billetes y que tal vez algún día vuelven a servir. El inspector no deja de
fijarse en el descaro de Rosita y en sus formas y movimientos que están dejando
de ser los de una niña para convertirse en los de una mujer. Mediante algunas
escenas sórdidas se le ha mostrado al lector que Rosita está al borde de la
prostitución. De «solitaria ronda al
borde del hambre y la prostitución» califica en la página 138 (ya cerca del
final) el narrador la jornada de Rosita antes de ir a reconocer el cadáver de
su supuesto violador.
La violencia policial y política
está presente de forma real y simbólica en cada una de las páginas de esta
intensa y dura novela corta; una perfecta novela corta.
Magnífica reseña, David. Me gusta mucho Marsé y he leído de él varios títulos (La muchacha de las bragas de oro, Esa puta tan distinguida, Si te dicen que caí, Encerrados con un solo juguete.ç, La oscura historia de la prima Montse... aunque la que más me ha gustado siempre es Últimas tardes con Teresa). Este que reseñas no lo he leído aunque sí que conocía el título. Pienso al haberlo sacado a la luz en 1984 que se trataría más o menos de esos textos que se decía tenían los escritores ocultos en el cajón por culpa del régimen de Franco.
ResponderEliminarEl realismo social de los 50 es una tendencia que me gusta de siempre (los Goytisolo de esos años, Jesús Fernández Santos, Ferlosio... y tantos y tantos otros). Me has recordado que tengo que hacer esta lectura.
Un abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarA ver si leo yo algunos de los libros de Marsé que me faltan. Seguro que te gusta este.
Saludos