domingo, 24 de noviembre de 2019

Sánchez, por Esther García LLovet


Sánchez, por Esther García LLovet

Editorial Anagrama, 130 páginas. Primera edición de 2019

Nikki, la narradora de esta novela corta, nos contará –en algún momento de la interminable noche de verano en la que recorre Madrid en un coche robado– que fue filóloga, que montó un bar y que lo perdió y que ahora sobrevive participando en timbas ilegales, en timos o robando cobre. “Yo antes era filóloga, sí, iba a ver pelis iraníes, dejaba propina, adelantaba por la izquierda. Hay que ver qué rápido acaba la ruina con la vergüenza”.
Con un ritmo trepidante, muy cinematográfico, la novela empieza con Nikki encontrando a Sánchez, “un guapo triste, un chulo sin ganas, un macarra de bajona”, que en el pasado fue su amante. Nikki piensa que Sánchez sabe dónde localizar a Bertrán, un chico de clase alta, aficionado a los juegos de azar y al que conocen del lumpen madrileño. Bertrán tiene un galgo que Nikki le quiere colocar a la italiana Filardi, que organiza carreras de galgos ilegales. La novela empieza a las dos de la madrugada y la carrera de galgos va a celebrarse a las ocho de la mañana. La contabilización del tiempo está muy marcada en cada capítulo, lo que contribuye a la sensación de aceleramiento de los acontecimientos narrados.
El Madrid que se muestra aquí es más marginal que suburbial, puesto que algunas escenas tienen lugar en lugares más o menos céntricos  (la Castellana, Bravo Murillo…) aunque también hay otros más alejados (como los merenderos de El Pardo o Mercamadrid). García Llovet adentra al lector en un mundo de buscavidas y perdedores de la noche (los personajes principales de Sánchez son insomnes) de un modo muy convincente. Sin ninguna impostura sobre descritas, por ejemplo, las timbas ilegales de póquer. “El trile del cubilete lo conoce todo el mundo. El trile del cubilete es de principiantes, hay hasta tutoriales den YouTube, no entiendo cómo la gente sigue picando tan fácilmente con los triles de la calle, pero así es. Nunca subestimes la soberbia del panoli español.”
En sus entrevistas, García Llovet declara que el primer autor que la llevó a escribir fue Roberto Bolaño. Si bien en Sánchez no hay personajes que sean escritores –que serían los primeros que uno asociaría a Bolaño– si que tenemos muchos personajes perdidos y marginales y, sobre todo, donde más se siente la huella del chileno en García Llovet es la prosa con la que construye su voz narrativa. En cada párrafo de Sánchez, igual que ocurre en los de Bolaño, el lector se verá asaltado por la doble sensación de misterio y amenaza. El ritmo de la prosa es rápido y cercano a lo contado (aunque el lector recibirá más información de los personajes gracias al recurso de la analepsis). La frase es escueta pero nunca vulgar, García Llovet consigue mezclar con soltura registros diferentes del lenguaje, desde la expresión callejera y juvenil (“ese perro es un fake”, “conversación tan punki”) hasta la búsqueda de la originalidad (“árboles viscosos, árboles de ciencia ficción”).
En gran medida, la sensación de misterio y amenaza de la que hablaba la consigue García Llovet haciendo hincapié en la idea que sus personajes creen en las reglas del azar –en las rachas, en que alguien es gafe o está tocado por una suerte inverosímil–, lo que les enfrenta a lo incomprensible de la existencia.
Sánchez es una magnífica novela corta que se debería leer de un tirón, una novela eléctrica y fascinante sobre perdedores; es decir, sobre personas, el azar y la existencia.

(Esta reseña apareció en la revista Librújula, en su versión papel)

domingo, 17 de noviembre de 2019

Los reinos de Otrora, por Manuel Moyano


Los reinos de Otrora, de Manuel Moyano

Editorial Pez de Plata, 120 páginas, primera edición de 2019

El protagonista de esta historia ha decidido narrar sus memorias una vez que ha superado los sesenta años de edad y se siente cerca del fin. Huyendo de lances de amor (“patrimonio de todos los hombres”), su intención narrativa será la siguiente: “en estas páginas que refieren aventuras y prodigios ajenos al común de los mortales.” Nuestro  narrador innominado se quedó huérfano de niño, después de que una plaga asolara su poblado. Le salvará del hospicio su tío Nicodemo, al que no conocía hasta entonces, ya que de joven ­­–despreciando las tareas del campo– se había echado a los caminos. Con su tío, nuestro narrador, en sus años adolescentes, recorrerá el mundo, un mundo lleno de prodigios y que no es exactamente el nuestro. Manuel Moyano ha creado para Los reinos de otrora un escenario de reminiscencias medievales, en el que tiene cabida más de un elemento fantástico. El lenguaje ayuda a la recreación de la realidad medieval mediante el uso de términos arcaicos (“tejavana”, “jabeque”, “alboronía”, “albogón”…). Nuestros dos personajes –tío y sobrino, maestro y aprendiz– irán pasando de un reino a otro, y en ellos tendrán que enfrentarse a aventuras o a personajes peculiares. Además, en este mundo arcaico existen elementos fantásticos, como flores que al olerlas traen vivos los recuerdos del pasado o seres mitológicos, como los dragones o los lobizones.
En cada capítulo de la novela, el narrador recuerda una aventura vivida en un reino diferente. Cada una de estas historias funciona como una unidad cerrada; así que el libro se puede leer como un conjunto de cuentos hilvanados. En estas historias se rinden diversos homenajes a la narrativa de aventuras o fantástica; quizás uno de los más claros sea el capítulo titulado El caballero Alamor, donde se rinde un simpático y explícito homenaje a Don Quijote, llegando a aparecer en sus páginas el moro Cide Hamete. En Un encuentro en Xaor el homenaje se hace a Los viajes de Gulliver de Swift, ya que en Xaor viven unas personas de estatura tan baja (y mal carácter) que van montados a lomos de perros. En casi todos los capítulos, los protagonistas han de enfrentarse (o bien son testigos de las decisiones que han de tomar otros) a un dilema moral. La resolución de los conflictos irá educando, e introduciendo en los misterios de la vida adulta, al narrador adolescente, que ve en su tío al sabio mentor que le ha proporcionado una vida emocionante. También podríamos ver aquí homenajes a los relatos de aventuras de Robert Louis Stevenson, como en el capítulo marinero La isla de la infamia, sobre la codicia y la locura de los hombres. Incluso hay un homenaje explícito a H. P. Lovecraft, puesto que el narrador podrá leer en una biblioteca del país de Iramiel un ejemplar del Necronomicon, escrito por el “árabe loco” Abdul Alhazred.
Una mención especial merece la cuidada edición de Pez de Plata, que cuenta en este libro con la colaboración del ilustrador Jesús Montoia, recientemente fallecido. Sirva Los reinos de Otrora, con sus dibujos evocadores e imaginativos, como una celebración última de la obra de este artista.
Los reinos de Otrora es una novela corta en la que –desde el homenaje, la contención y el buen gusto– nuestro escritor “raro” Manuel Moyano (y digo “raro” porque la española es una literatura muy dada al realismo) reivindica el encanto y la alegría adolescente de los libros de aventuras.

(Esta reseña apareció en la revista Librújula, en su versión papel)

domingo, 10 de noviembre de 2019

La vida de las mujeres, por Alice Munro


La vida de las mujeres, de Alice Munro

Editorial Lumen. 373 páginas. 1ª edición de 1971; ésta es de 2011.

En 2013 Alice Munro (Wingham, Ontario, Canadá, 1931) ganó el Premio Nobel de Literatura. Un par de años antes yo había leído su colección de cuentos El amor de una mujer generosa (1998). Fue un libro que me gustó mucho y me hizo pensar que debía leer más libros suyos. Munro es una escritora a la que, a pesar de haber escrito dos novelas, se la considera principalmente una escritora de cuentos. De hecho, en las navidades de 2012 compré, en el rastrillo benéfico del colegio en el que trabajo, la novela La vida de las mujeres convencido de que era una colección de cuentos, porque en aquel momento pensaba que Munro solo se había dedicado a este género. Me decepcionó darme cuenta de que era una novela, y creo que por este motivo la había dejado olvidada en mis estanterías de libros por leer y no me había acercado a ella hasta ahora. A mí mismo me sorprenden los motivos por los que abrimos un libro u otro, porque lo cierto, y lo digo desde ya, rompiendo el orden lógico de la reseña, me ha gustado mucho esta novela.

La vida de las mujeres es el segundo libro publicado de Alice Munro, y apareció en 1971. Su primer libro es la colección de cuentos Dance of happy shades (1968). Así que, compruebo ahora, Munro empezó a publicar tarde, cuando ya tenía treinta y siete años. La vida de las mujeres es, por tanto, una primera novela; pero, en ningún caso, muestra ningún titubeo de escritora primeriza, sino que, muy por el contrario, está escrita con mano precisa.

La narradora de esta novela es Del Jordan, una niña (y más tarde una joven) que evoca su vida en el pueblo de Jubilee (Ontario, Canadá) desde que tiene unos ocho años hasta los dieciocho. La novela se divide en siete capítulos y un epílogo. En cada uno de los capítulos, Del nos narra algún suceso significativo de su pasado, algún suceso que le va a marcar y que seguirá recordando cuando sea una adulta. La narración de la novela sigue un orden cronológico. En el primer capítulo –titulado Flats Road– Del debe tener entre ocho y diez años (no se acaba de dar este dato) y en el último –Bautizo– tiene (de forma más clara) dieciocho y tendrá que enfrentarse a sus exámenes de ingreso en la universidad.
Leí de una sentada Flats Road y tuve la impresión de que era un relato perfecto, un relato largo, con la estructura de novela concentrada que caracteriza la narrativa breve (o no tan breve, porque sus relatos suelen tener 30-60 páginas) de Munro. De hecho, cada capítulo de este libro está escrito como si se tratase de un relato largo y que podría funcionar como una narración independiente. Sin embargo, La vida de las mujeres sí que es una novela, puesto que cada capítulo (o relato) está unido a los siguientes por la misma voz narrativa, por el mismo entorno narrativo y por la evolución temporal.

Si bien en los primeros capítulos prevalece la mirada sobre el mundo de una niña en contacto con la naturaleza (en la primera página del libro estará, junto con su hermano, cazando ranas para su tío Benny, que las usará para pescar), según avanza la novela los intereses y las reflexiones sobre el mundo serán las de una adolescente.
En el libro aparecen personajes masculinos: el tío Benny, que en realidad no es un familiar de Del, sino un empleado de su padre; y también aparece su padre, un granjero que se dedica durante los años de la Segunda Guerra Mundial (escenario de fondo de la novela) a criar zorros para vender sus pieles. Pero, principalmente, Del hablará de las mujeres que la rodean. Así la figura de la madre es mucho más importante en este libro que la del padre. La madre es una mujer moderna para la época (década de 1940 en Canadá), que cree en la cultura y que se declara no creyente (o agnóstica) en una pequeña ciudad donde (a pesar de los diferentes cultos) cada vecino procesa una religión.
En el primer capítulo, Del se fijara en el comportamiento agresivo de una adolescente que se casará con el tío Benny (que ya tiene treinta y siete años) y a la que conoce gracias a un anuncio de un periódico.
En el segundo capítulo, Del hablará de la vida de sus tías solteronas, que le parecen personas libres, y en la importancia que dan a su hermano, el tío Graig. Es éste un personaje petulante: «A menudo me tomaba por frívola y estúpida, pero no me importaba demasiado; había en su juicio algo grande e impersonal que me hacía libre. Él mismo no se sentía dolido ni menoscabado en ningún sentido por mi deficiencia, aunque la señalara. Esa era la gran diferencia entre decepcionarlo a él y decepcionar a alguien como a mi madre, o incluso a mis tías. El egocentrismo masculino hacía que me sintiera relajada en su compañía.» (pág. 50)

Al entrar en la adolescencia, Del y su amiga Naomi empezarán a sentir interés por el sexo y por la vida privada de los adultos. Así observarán a Fern Dogherty, una mujer soltera que la madre de Del (que ha empezado a vivir en una casa diferente a la de su padre) tiene como inquilina, y a la que relacionan con un hombre del pueblo; o en la señorita Farris, una profesora del instituto, una solterona, que cada año monta una opereta con los alumnos. Del se irá fijando en distintos modelos de mujer y empezará también a luchar contra los roles de género a los que el ambiente de su pueblo parecen querer relegarla. «El odio de los chicos era peligroso, era penetrante y vivo.», con estas palabras empieza el capítulo Cambios y ceremonias en la página 173.
La novela se abre a la ambigüedad cuando la adolescente Del relata su relación con el señor Chamberlain (el hombre que corteja a la inquilina de su madre, Fern Fogherty), que para el lector adulto es un acosador de menores, pero cuyos abusos de carácter sexual son vividos por Del como una aventura excitante. En este sentido La vida de las mujeres no cae nunca en la mojigatería.  Del, por ejemplo, también habla con naturalidad de la masturbación femenina; algo que, imagino, sería un tabú para la Canadá de 1971.
Resurgir, la segunda novela de la también canadiense Margaret Atwood se publicó en 1972, un año después de La vida de las mujeres, y en su sentir feminista la he sentido unida en temática a la novela de Munro (aunque sus enfoques son bastante diferentes).
En la página 260, la madre de Del le dirá: «Creo que va a haber un cambio en la vida de las niñas y de las mujeres. Sí. Pero depende de nosotras que se produzca. Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico.»
Del empezará a tener relaciones con jóvenes. Al principio convertirá en su amigo, al chico con las notas (y el cociente intelectual) más alto del instituto, un chico que sobresaldrá sobre todo en asignaturas de ciencias y que no podrá evitar mirar con superioridad a Del, porque ella destaca sobre todo en asignaturas de letras. Al final, Del  vivirá un primer amor puramente físico, un amor que ella pensará que vive con libertad, pero le asustará comprobar hasta qué punto su pareja la ha encasillado dentro de los convencionalismos de la época. «Me quedé asombrada, no porque estuviera peleando con Garret, sino porque alguien hubiera cometido el error de creer que tenía verdadero poder sobre mí.» (pág. 349)

Al final, Del comprenderá que su deseo es el de escribir una novela. Alice Munro ha dicho de esta novela que es «autobiográfica en la forma, que no en los contenidos.» Cuando Munro describía a personajes peculiares yo sentía la mano de la escritora sureña norteamericana Flannery O´Connor. En la propia solapa del libro se dice que Alice Munro se declara en deuda con escritoras como Flannery O´Connor, Katherine Anne Porter y Eudora Welty.

La vida de las mujeres me ha parecido una bellísima novela de iniciación. Muro describe el pueblo de Jubilee y a sus gentes con mucha fuerza, con mucho sentido del ritmo y con apreciaciones muy inteligentes sobre la vida y el paso de la niñez a la juventud. La vida de las mujeres es una novela valiosa y que me hace pensar que no ha de pasar mucho tiempo hasta que vuelva a leer alguna colección de relatos de Alice Munro.

domingo, 3 de noviembre de 2019

La cabalgata, por Iván Reguera



La cabalgata, de Iván Reguera.
Editorial Sloper. 221 páginas. 1ª edición de 2018.

A Iván Reguera (Bilbao, 1973) le conocí en persona en la presentación del libro de relatos El mosquito de Nueva York de Daniel Díez Carpintero, que tuvo lugar en Madrid a finales de 2016. Aquella noche, tras la presentación fue muy interesante escuchar hablar de cine a Iván y a David Torres. Los cuatro hemos coincidido en la mallorquina editorial Sloper, dirigida por Román Piña. Desde entonces sigo a Iván en Facebook, donde cuelga enlaces a sus potentes artículos sobre cine y despotrica, de un modo muy libre, contra los gigantes que cada semana va encontrando en su camino.

La cabalgata es la segunda novela de Iván Reguera, la primera –titulada Liquidación– también se publicó en Sloper, tras ganar el Premio Cafè Món en 2013. Según he leído en una entrevista, Reguera había pensado antes en el proyecto de La cabalgata, sobre la adolescencia, que en el de Liquidación, sobre el mundo de los críticos de cine. Así que Reguera llegó a la escritura de La cabalgata tras pasar por un amplio periodo de maduración.

El narrador de La Cabalgata es Juan Poza, un adolescente bilbaíno que en la primera página del libro nos cuenta que el verano de 1989 fue el mejor de su vida. Sus padres habían decidido que debía repetir curso y, en consecuencia, no tuvo que estudiar en verano.
Al comenzar mi lectura, tras estar tan acostumbrado últimamente a los libros de autoficción, estaba suponiendo que el protagonista de esta historia había nacido en 1973 (como el autor) y que, por tanto, en 1989 tenía quince años (o iba a cumplir quince años) y el curso que tenía que repetir (en la novela no se dice) era primero de BUP. En el último capítulo parece darse a entender que en realidad el curso repetido es octavo de EGB. Este dato, unido al de que Juan ha sido siempre de los más pequeños de la clase (lo que hace que su cumpleaños sea, posiblemente, en diciembre) me han hecho acabar el libro pensando que al comienzo de la narración el protagonista tenía trece años y la acabará con catorce. No sé si esto es relevante, pero me he estado preguntando por la edad del protagonista en toda mi lectura de La cabalgata.

Debido a diferentes cambios de domicilio de sus padres, Juan no ha podido hacer amigos duraderos, algo que al fin parece que va a poder lograr en el presente curso académico. La amistad es uno de los grandes temas de La cabalgata. Juan basculará entre la amistad de Gonzalo, un joven de clase social alta, cultivado, cínico y abiertamente homosexual (en una sociedad que condena la homosexualidad), y formar parte por primera vez de una cuadrilla de amigos, más cercanos a su clase social humilde, pero menos estimulantes a nivel cultural. Gonzalo representa lo refinado, la distinción y la separación de la realidad a la que conduce la cultura, y la cuadrilla será ese mundo más sencillo, que puede llegar a hartar, pero que a veces es más reconfortante. Por un lado, los discos de jazz, las películas, los cuadros o los libros de culto, y por el otro los bares, los recreativos, los porros, el alcohol, las motos, el parque, las conversaciones sobre chicas, las peleas…

Si el libro empieza con la evocación de unas vacaciones felices en un pueblo de la costa de Cantabria, donde el adolescente disfruta de la libertad y de los entornos naturales, la vuelta al colegio de los padres claretianos en Bilbao vuelve a traer a Juan a una realidad plagada de conflictos: su padre es un bebedor sin trabajo, al que más de una vez su madre le envía a buscar por los bares del puerto. Los estudios no resultan estimulantes para Juan, quien cargará sus críticas principalmente sobre el nacionalismo de su colegio y su entorno.
«España, Euskadi, las fronteras, las banderas, las patrias, los idiomas, las tradiciones… todo eso me resbalaba, aunque no perdonaba a mi padre haberme impuesto aquel colegio, aquella educación, aquel lavado de cerebro que el abuelo tanto aborrecía. Y con razón.» (pág. 88)
«Me obligaban a leer libros infumables de tipos que se apellidaban Aguirre, Altuna, Aresti, Dechepare, Lizardi, Lete, Lauaxeta, Saizarbitoria, Sarrionandia o Txillardegi; literatura vasca que me resbalaba, libros que no era capaz de acabar porque sus historias, personajes y estilos me importaban un pimiento.» (pág. 25)

Juan dibuja –es lo que mejor sabe hacer–, y esta habilidad se convertirá en su aliada para conocer a nuevos amigos, pero también va a hacer que Zabala, el director del colegio, le «utilice» (según el vocabulario de Juan) para diseñar las carrozas de una cabalgata que está organizando y así celebrar el cuarenta aniversario de la canonización del fundador de su orden. La temática de estas carrazas será la de la exaltación de los mitos vascos precristianos. Esto le sirve a Reguera para hablarle al lector de esta parte de la cultura vasca. Quizás me ha parecido que la crítica al nacionalismo se ha saltado, en cierto modo, las reglas de la narración, cuando Juan describe la visita que hace con su amigo Gonzalo al museo de arte de Bilbao, unas páginas que acaban siendo excesivamente explícitas, excesivamente «de tesis». «Me repugnaba este tipo de pintura, me recordaba a la cartelería totalitaria, ya fuese nazi o comunista.» (pág. 145)
Esta crítica al nacionalismo, sin embargo, se vuelve más natural cuando se habla de los atentados de ETA que dan las noticias, o del asalto de unos borrokas al autobús en el que viajan Juan y Gonzalo.
Otras realidades de la época, como la proliferación de drogadictos y el SIDA, son tratados con gran naturalidad en la novela; sin ir más lejos, el tío de Juan, que a sus treinta y ocho años vive con sus abuelos, sufre estos dos problemas

El director Zabala usa a Juan para sus fines de propaganda nacionalista, pero también le está dando la oportunidad de descubrir una vocación.
Las críticas al sistema educativo (cuando no son sólo al nacionalismo) me han recordado a las volcadas por Charles Bukowski en su novela de iniciación La senda del perdedor. «Siempre me había sido más sencillo entablar amistad con los degradados, los feos o los defectuosos, que enseguida admiraban mi talento con los dibujos y aceptaban cierto liderazgo intelectual de mi parte. (…) Nunca soporté a los empollones y su competición absurda; todos esos estudiosos que no aprendían, sino que engullían como animales el pienso del saber obligatorio, el reglamentario.» (pág. 27). En La senda del perdedor leí, hace más de veinte años, algunos comentario parecidos.

Como puntos flojos del libro, además de esa crítica demasiado explícita y enumerativa del nacionalismo, podría hablar de un lenguaje, en ocasiones, excesivamente coloquial, que no desprecia el uso de la frase hecha (“tenía todas las papeletas”, por ejemplo). Sin embargo, también he de apuntar que este mismo lenguaje coloquial consigue ser plástico y expresivo en muchas otras ocasiones, creando una sentida sensación de complicidad con el lector. El protagonista cuenta desde un punto indefinido del futuro narrativo, algo que se insinúa en contadas ocasiones. Aunque también reproduce cartas, que se envía con su amigo Gonzalo y que ha conservado desde entonces.
La novela es rica en diálogos muy realistas. En este sentido, La cabalgata me ha hecho pensar en la reproducción del lenguaje juvenil de Historias del Kronen de José Ángel Mañas.

Como puntos fuertes destaco lo bien que está engarzada la trama dentro de una historia en apariencia sencilla; cómo La cabalgata consigue resultar evocadora de las sensaciones explosivas de la primera adolescencia (algunas con total falta de impudicia, algo que también ha de sumarse en el haber del libro) y cómo ha conseguido ser para mí una novela generacional. Reguera ha nacido en 1973 y yo en 1974, sus años 1989 y 1990 son totalmente reconocibles para mí, y a pesar de esto también me muestra una realidad distinta: la de una Euskadi de finales de los ochenta y principios de los noventa, con sus partidos políticos, sus borrokas, su folkore, su música alternativa, sus problemas de terrorismo y otros más cotidianos… Una realidad que me ha resultado estimulante.