Los reinos de Otrora, de Manuel Moyano
Editorial Pez
de Plata, 120 páginas, primera edición de 2019
El protagonista de esta historia ha decidido narrar sus memorias una vez
que ha superado los sesenta años de edad y se siente cerca del fin. Huyendo de
lances de amor (“patrimonio de todos los hombres”), su intención narrativa será
la siguiente: “en estas páginas que refieren aventuras y prodigios ajenos al
común de los mortales.” Nuestro narrador
innominado se quedó huérfano de niño, después de que una plaga asolara su
poblado. Le salvará del hospicio su tío Nicodemo, al que no conocía hasta
entonces, ya que de joven –despreciando las tareas del campo– se había echado
a los caminos. Con su tío, nuestro narrador, en sus años adolescentes,
recorrerá el mundo, un mundo lleno de prodigios y que no es exactamente el
nuestro. Manuel Moyano ha creado para Los
reinos de otrora un escenario de reminiscencias medievales, en el que tiene
cabida más de un elemento fantástico. El lenguaje ayuda a la recreación de la
realidad medieval mediante el uso de términos arcaicos (“tejavana”, “jabeque”, “alboronía”,
“albogón”…). Nuestros dos personajes –tío y sobrino, maestro y aprendiz– irán
pasando de un reino a otro, y en ellos tendrán que enfrentarse a aventuras o a
personajes peculiares. Además, en este mundo arcaico existen elementos
fantásticos, como flores que al olerlas traen vivos los recuerdos del pasado o
seres mitológicos, como los dragones o los lobizones.
En cada capítulo de la novela, el narrador recuerda una aventura vivida en
un reino diferente. Cada una de estas historias funciona como una unidad
cerrada; así que el libro se puede leer como un conjunto de cuentos hilvanados.
En estas historias se rinden diversos homenajes a la narrativa de aventuras o
fantástica; quizás uno de los más claros sea el capítulo titulado El caballero Alamor, donde se rinde un
simpático y explícito homenaje a Don
Quijote, llegando a aparecer en sus páginas el moro Cide Hamete. En Un encuentro en Xaor el homenaje se hace
a Los viajes de Gulliver de Swift, ya
que en Xaor viven unas personas de estatura tan baja (y mal carácter) que van
montados a lomos de perros. En casi todos los capítulos, los protagonistas han
de enfrentarse (o bien son testigos de las decisiones que han de tomar otros) a
un dilema moral. La resolución de los conflictos irá educando, e introduciendo
en los misterios de la vida adulta, al narrador adolescente, que ve en su tío
al sabio mentor que le ha proporcionado una vida emocionante. También podríamos
ver aquí homenajes a los relatos de aventuras de Robert Louis Stevenson, como
en el capítulo marinero La isla de la
infamia, sobre la codicia y la locura de los hombres. Incluso hay un
homenaje explícito a H. P. Lovecraft, puesto que el narrador podrá leer en una
biblioteca del país de Iramiel un ejemplar del Necronomicon, escrito por el
“árabe loco” Abdul Alhazred.
Una mención especial merece la cuidada edición de Pez de Plata, que cuenta
en este libro con la colaboración del ilustrador Jesús Montoia, recientemente
fallecido. Sirva Los reinos de Otrora,
con sus dibujos evocadores e imaginativos, como una celebración última de la
obra de este artista.
Los reinos de Otrora es una novela corta en la que –desde el homenaje, la contención y el buen
gusto– nuestro escritor “raro” Manuel Moyano (y digo “raro” porque la española
es una literatura muy dada al realismo) reivindica el encanto y la alegría
adolescente de los libros de aventuras.
(Esta reseña apareció en la revista Librújula, en su versión papel)
(Esta reseña apareció en la revista Librújula, en su versión papel)
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