domingo, 28 de febrero de 2010

Dejen todo en mis manos, por Mario Levrero


Editorial Caballo de Troya. 121 páginas, edición de 2007, texto de 1996.

Empezaba a ser habitual que me encontrase con el nombre del uruguayo Mario Levrero, al deambular por Internet o los suplementos culturales, como referente de la narrativa hispanoamericana última. Había hojeando sus libros en librerías, había visto que a la biblioteca de Móstoles habían traído su última novela póstuma, La novela luminosa, publicada por Mondadori.
Además de ser reivindicado después de muerto, Levrero es un raro, alguien que fue fotógrafo, guionista de cómics, humorista... Sentí curiosidad y hace unas semanas compré en una librería de segunda mano esta novela, Dejen todo en mis manos.

El libro empieza con un escritor –que parece un trasunto del propio Levrero-, hablando con su editor, quien le dice que su novela es “buena, pero…”. Un estatus en el que el protagonista ha encontrado la mayoría de las veces clasificadas sus obras. El editor pagará al escritor una suma que le resulta interesante si averigua quién escribió una novela que les ha llegado firmada con el nombre de Juan Pérez, pero sin dirección. El dato que posee es el matasellos del pueblo del interior de Uruguay del que procede el envío. Por ese libro está interesada una fundación cultural sueca.

El autor acepta el encargo y se desplazará en autobús al pueblo de Penurias. El resto de nombres de pueblos que aparecen en el libro son: Desgracias, Miserias, Lamentos. Como en gran parte de la literatura latinoamericana, Levrero se dedica a analizar la situación social de su país desde un punto de vista cínico y desencantado, marcando la distancia desolada que encuentra entre su cultura de corte occidental y la poca capacidad de salir a flote del mundo que le rodea. “Hay algo terriblemente culpable en el hecho mismo de ser uruguayo, y por lo tanto nos resulta imposible decir no clara, franca y definitivamente”, nos dice el narrador en la primera página del libro.

El tono de la novela es realista, aunque, según me he informado, los primeros libros de Levrero eran deudores de la poética expresionista de Kafka. Ya en la página 13, cuando el narrador espera en la editorial a que el editor consulte a su jefe, escribe: “Debo haberme quedado dormido durante un minuto o dos, porque apareció un hombre con una gran nariz roja, de payaso, y me dijo en francés una frase incompresible de seis sílabas”. Los sueños darán paso a un cierto matiz onírico al libro dentro del contexto de una narración realista, que intenta emular la prosa desengañada de las novelas policíacas, sobre todo siguiendo las huellas de Raymond Chandler, a quien se evoca repetidas veces: “Soy un escritor. No soy Philip Marlowe” (página 17).

El narrador llega al pueblo de Penurias, y como un Marlowe aficionado comienza su investigación. Ya ha leído la novela de Juan Pérez y le ha entusiasmado, dice de ella en la página 19: “Tenía un estilo llano, muy sencillo, y vigoroso, y colorido”, y en la página 20: “esa novela debía publicarse y llegar a muchos que la necesitan tanto como yo, porque allí estaba el germen de los nuevos valores, y allí había razones de vivir para muchos”.

El narrador se aloja en el único hotel del pueblo, y visita el bar, la oficina de correos, conoce a una prostituta, se encuentra con un viejo compañero del colegio…, y nadie parece conocer a Juan Pérez, o a la persona que se puede encontrar detrás de ese pseudónimo.
El narrador tiene más de 50 años, está gordo, fuma demasiado, hace unos meses se ha separado de su mujer…; está cercano a la depresión, al desánimo, pero intenta salvarse a través del cinismo y el sentido del humor, a veces de pincelada gruesa.
En la página 96 se cita al admirado Kakfa: “Este hotel era sólo para ti... La frasecita inconclusa me golpeó la mente. ¿Kafka? Una paráfrasis. Pero ¿Por qué demonios había pensado eso?”

En el texto las referencias a la “baja cultura” son constantes: dibujos animados, ciencia-ficción, cómics…, a los que Levrero era aficionado y a los que se dedicó profesionalmente.

Quizás el tono pretendidamente menor de Dejen todo en mis manos, le haga no alcanzar el nivel de las obras de los grandes autores latinoamericanos, pero su lectura me ha dejado un regusto bastante agradable. El libro de Levrero se podría definir de la misma forma que el de Juan Pérez: un estilo llano, muy sencillo, y vigoroso, y colorido.

La única pega “real” que se me ocurre ponerle es la de un final demasiado redondo y feliz. Quizás como dice Vladimir Nabokov en su novela Pnin: “Hay personas –entre las que me cuento- que detestan los finales felices. Nos sentimos engañados. El mal es la norma. Nada debería entorpecer el destino”.

jueves, 25 de febrero de 2010

Bouvard y Pécuchet, por Gustave Flaubert


Editorial Tusquets. 287 páginas. Edición de 2009, texto de 1881.

El primer libro que leí de Flaubert fue Madame Bovary, exactamente en julio de 1998. Recuerdo el impacto que me causó esa lectura por la sutileza del estilo y la fuerza trágica de la historia.
Lo sorprendente es que no volviera con Flaubert hasta marzo de 2009, cuando me puse con La educación sentimental, seguramente el mejor libro que leí durante el año pasado, y si voy más allá uno de los mejores que he leído nunca. Creo que en pocas novelas queda reflejado mejor que en ésta la forma en que las circunstancias y el tiempo van cambiando y moldeando la personalidad de un individuo.

Pensaba que el siguiente libro que leería de Flaubert iba a ser Salambó o una relectura de Madame Bovary, pero unas páginas leídas en el primer tomo de las Obras Completas de Borges hizo que me interesase por este Bouvard y Pécuchet. Allí, en el artículo titulado Vindicación de Bourard y Pécuchet (Páginas 259-262), Borges escribe: “Las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo. El hombre que con Madame Bovary forjó la novela realista fue también el primero en romperla (…) la obra mira, hacia atrás, a las parábolas de Voltaire y de Swift y de los orientales y, hacia delante, a las de Kafka”.

Bourard y Pécuchet se publicó póstumamente en 1881 (Flaubert murió en 1880) y quedó inacabado; no debía, sin embargo, faltarle mucho a Flaubert para alcanzar su final, que queda esbozado en unos apuntes últimos, con la fuerza suficiente para contener el significado simbólico del libro.

La acción comienza en 1839. Bourard y Pécuchet se sientan casualmente una tarde de mucho calor en el mismo banco de una calle de París, empiezan a conversar y se sorprender de todas las cosas que les unen: ambos tienen 47 años, ambos son copistas en oficinas grises y viven solos (uno es viudo sin hijos y el otro soltero). Se hacen amigos, y gracias a la herencia que recibe Bourard pueden dejar la capital e instalarse en una casa de campo. Aquí empezarán interesándose por la agricultura, pero desoirán los consejos de los lugareños y se guiarán por la lectura de manuales agrícolas. Fracasarán y este será el comienzo de una intensa serie de fracasos en prácticamente todas las disciplinas del saber humano.

Bouvard y Pécuchet son dos imbéciles que, al igual que Alonso Quijano, quieren vivir según lo aprendido en los libros; si bien el último según los libros de caballería, los dos primeros lo quieren hacer según los manuales científicos que no dejan de leer sin asimilar nada útil de ellos.

Bouvard y Pécuchet fracasarán en la agricultura, la anatomía, la historia, la antropología, la filosofía, la religión, la pedagogía… Dice Borges que esta novela transcurre en la eternidad: si en La educación sentimental vemos como el tiempo esculpe la personalidad de un hombre, en Bouvard y Pécuchet el tiempo pasa y no consigue hacer mella en los protagonistas, que seguirán cometiendo los mismos errores de método e interpretación en todos sus empeños.
La novela, al tratarse de una farsa, contiene humor, a veces escatológico. En ella Flaubert se propuso hacer una revisión de todas las ideas modernas, según apunta Borges.

Presupongo que los más correcto a la hora de intentar hacer una crítica o comentario literario sería no leer otras críticas o comentarios previamente, pero tratándose de Borges no he podido respetar esta idea. Me parece muy incisivo uno de sus comentarios: <<(…) Bourard y Pécuchet. Aquellos al principio son dos imbéciles, menospreciados y vejados por el autor, pero en el octavo capítulo ocurren las famosas palabras: “Entonces una facultad lamentable surgió en su espíritu, la de ver la estupidez y no poder, ya, tolerarla”. Y después: “Los entristecían cosas insignificantes: los avisos de los periódicos, el perfil de un burgués, una tontería oída al azar”. Flaubert en este punto se reconcilia con Bourard y con Pécuchet, Dios con sus criaturas. Ello sucede acaso en toda obra extensa, o simplemente viva (Sócrates llega a ser Platón; Peer Gynt a ser Ibsen), pero aquí sorprendemos el instante en que el soñador, para decirlo con una metáfora afín, nota que está soñándose y que las formas de su sueño son él.>>

Es decir Bourard y Pécuchet son dos imbéciles, al principio ridículos y risibles, pero según avanza el libro vemos, como a través de su lúcida simpleza, consiguen poner en duda las convicciones burguesas de los notables del pueblo que siempre los han despreciado. Algo que ya consiguieron hacer unos siglos antes Don Quijote y Sancho con los ricos que se burlaban de ellos.
La simpleza mediocre y tozuda de Bourard y Pécuchet acaba conduciéndolos a una distancia demasiado grande de la sociedad que los rodea y que puede conducirlos incluso al suicidio. La religión, la filosofía... serán puntales que de nuevos los aposenten en su entorno desenfocado.

Si bien Don Quijote puede ser un precedente de esta obra de Flaubert, me gustaría destacar a un autor en el que he creído ver a un descendiente. Hace años leí dos libros de gran calidad del escritor español Luis Landero, Juegos de la edad tardía y Caballeros de fortuna, y ahora tras la lectura de Bourard y Pécuchet percibo las influencias de este libro en la obra de Landero, al que tradicionalmente se le emparenta con Cervantes.
Me gustaría destacar también la traducción, obra de Aurora Bernández. Casualmente la misma persona que tradujo el libro de Salinger que comenté hace unas semanas.

Bourad y Pécuchet, como Borges apunta, prefigura a Kafka o a Becket y su Esperando a Godot. Flaubert da forma a la nueva sensibilidad del realismo con Madame Bovary y adelanta los derroteros del siglo XX por el expresionismo.
Sean absolutamente modernos: lean a Flaubert.

sábado, 20 de febrero de 2010

El Tercer Reich, por Roberto Bolaño


Editorial Anagrama, 360 páginas. Edición 2010.

Debería decir, para empezar, que yo he leído todo lo publicado de Roberto Bolaño en España hasta la fecha. Desde que en 1999 me inicié con la lectura casi seguida de Estrella distante y Los detectives salvajes, su obra se me fue haciendo indispensable. La lectura de cualquier otro libro quedaba postergada ante la aparición de una novedad de Bolaño. Recuerdo con satisfacción una tarde-noche de mis primeros meses como auditor de cuentas -cuando llevaba traje y corbata y el sistema quería catapultarme al triunfo del estrés y los horarios asfixiantes-; en aquella ocasión no salí demasiado tarde de la empresa energética en que estaba asignado, sobre las 7,30, y pensé que me daría tiempo a pasarme por el Fnac de Callao (la empresa estaba cerca de Plaza de Castilla) y comprar el nuevo libro que había visto anunciado de Bolaño. Llegué y pude tener en mis manos la primera edición de Nocturno de Chile, allá por el 2000.
Creo que debo de ser uno de los primeros lectores de libros como La pista de hielo o Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, el primero lo leí en 2001 y el segundo en 2002. En la biblioteca que frecuento en Móstoles tenían las ediciones originales de 1993 y 1984, respectivamente, premios Ámbito literario de narrativa (Editorial Anthropos) y el Premio de narrativa Ciudad de Alcalá de Henares (Editorial Fundación colegio del Rey). Ediciones que más tarde pude comprar por Internet (a bajo precio aún) por un puro afán de coleccionista.

Después de la muerte de Bolaño he leído sus obras póstumas, con entusiasmo ante El gaucho insufrible y 2666, y con más escepticismo El secreto del mal y La universidad desconocida.

Me causó sorpresa e interés el anuncio del nuevo agente de los derechos de Bolaño, Andrew Wylie (apodado el Chacal), en la feria del libro de Francfort de 2008, de la existencia de esa novela inédita y desconocida, El Tercer Reich. Lo compré hace dos semanas en la cuesta de Moyano, el afán coleccionista y la curiosidad me guiaban. También me daba miedo que su lectura me decepcionase demasiado y tuviera que indignarme ante un posible expolio de los papeles desestimados por Bolaño.

A pesar de mis temores, la lectura de El Tercer Reich ha sido gratificante. Me he reencontrado con Bolaño. Casi todos sus temas y obsesiones están presentes en esta novela, si bien de forma embrionaria.

El Tercer Reich está escrito en forma de diario. Udo Berger tiene 25 años y es el campeón alemán de un juego de estrategia sobre la 2º Guerra Mundial, llamado el Tercer Reich. Junto a su novia Ingeborg (el mismo nombre que luego se usará para la novia de Archimboldi en 2666) viaja en agosto a un pueblo de la Costa Brava para disfrutar de unos días de playa. Se instalarán en el hotel Del Mar, el mismo que frecuentaba Udo de adolescente con su familia. Udo inicia la escritura de un diario porque quiere perfeccionar su escritura y así desenvolverse con más solvencia a la hora de elaborar ensayos en los que exponer sus ideas estratégicas sobre el Tercer Reich y poder vendérselos a revistas especializadas. Udo es el campeón de este juego, pero tiene que seguir trabajando en una compañía eléctrica.

En el pueblo de la Costa Brava (no se cita su nombre) pronto conocen a otra pareja de jóvenes alemanes, Hanna y Charly. Con ellos empiezan a compartir las horas de playa y discoteca. Charly es impulsivo, alocado y acostumbra a beber hasta perder el control de sí mismo. Bajo estas circunstancias conocen a dos jóvenes españoles, el Lobo y el Cordero, que trabajan en un bar y un supermercado (o eso cuentan ellos) y al Quemado, un personaje marginal que duerme en la playa, y que posiblemente sea de origen hispanoamericano.
En el hotel, Udo también entabla relación con la dueña, Frau Else, que ya lo regentaba cuando él acudía allí de adolescente.

Los días de discoteca y playa se van sucediendo sin que ocurra, aparentemente, nada extraordinario; sin embargo, Bolaño consigue imprimir ya el sello de su estilo: sobre todas las páginas parece cernirse un misterio y una amenaza. La propia descripción de la playa o un bar se acaban adentrando en un territorio de pesadilla inexplicable.
Udo a veces no acude a la playa porque ha desplegado en su habitación de hotel el juego del Tercer Reich y se dedica a meditar sobre el artículo en el que expondrá una nueva estrategia.
En el personaje de Udo ya se aprecia el gusto de Bolaño por la Alemania nazi y sus derivados en Latinoamérica. Udo parece añorar una cierta grandeza de los ejércitos nazis en la 2ª Guerra mundial. “Viejos con ese carácter, con esa pureza, según Conrad, ya sólo era posible encontrar en Alemania” (página 39), escribe al hablar de un jugador de Wargame alemán que fue soldado en las mismas batallas que evoca ahora sobre un tablero (la novela fue escrita en 1989 y debe de situarse su acción unos años antes).

Los días de discoteca y playa se interrumpen por un suceso inesperado y trágico, que hará que Udo se quede sólo en la Costa Brava a la espera de acontecimientos. Aquí se irá acercando al Lobo, el Cordero y al Quemado, intuyendo una historia de violencia y violaciones. En días afiebrados, como un detective metafísico que desconoce qué busca exactamente, se irá internando en una pesadilla. Los sueños irán cobrando cada vez más importancia en la narración.
“¿Cuántos han mirado el abismo?” se pregunta Udo en la página 246, hablando de los otros jugadores de wargames y escritores de artículos sobre este juego.

En El Tercer Reich los escritores de artículos de wargames simbolizan al artista minoritario e incomprendido, pero lleno de una épica romántica que habrá de conducirle a la soledad y al vacío existencial. Un tema que Bolaño desarrollará de forma más directa en libros posteriores, hablando de la figura del poeta y su inadaptación al mundo cotidiano. También se juega con la leyenda de escritores existentes o inexistentes, como ese escritor de novelas policiacas, llamado Florian Linden, que lee Ingeborg y luego Udo, que acabará soñando con él.


La novela es proclive a la insinuación, y si bien ésta es una de sus bazas para crear una atmósfera asfixiante, la fuerza narrativa quedará algo desdibujada frente a las amenazas más reales de los libros posteriores, en los que Bolaño indaga con más profundidad en la esencia del Mal al adentrarse en la pesadilla de las dictaduras latinoamericanas.

El lenguaje aún no posee la maestría poética, la plasticidad pura y aparentemente sencilla, de obras como Nocturno de Chile, pero ya contiene giros y metáforas muy originales y a la vez muy reconocibles como lo que podríamos llamar “lenguaje de Bolaño”.

Me ha sorprendido esta novela notable. Me llama la atención que Bolaño no intentara publicarla en vida, aprovechando su creciente prestigio. Al principio había pensado que la consideraría inferior a sus libros de madurez y prefería olvidarse de ella, pero tras leerla me pregunto por qué cuando Mondadori le pidió un libro para la colección Año 0, no le entregó éste en vez de Una novelita lumpen, libro que considero bastante inferior.

Todo esto para mí acrecienta, con una obstinación inmadura, la figura que he decidido mitificar de Bolaño.
Tengo que releer sus grandes libros.

domingo, 14 de febrero de 2010

Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, por J. D. Salinger



Editorial Edhasa. 191 páginas. Edición de 1998, textos de 1955 y 1959.

La primera vez que leí El guardián entre el centeno fue en 1992, cuando tenía 18 años, y aún recuerdo la fuerte impresión que me causó. Por aquella época yo leía casi en exclusiva libros de terror o ciencia ficción, pero me sentí atraído por esta novela cuya fama me llegaba por referencias –series de televisión, películas, amigos a los que se la habían hecho leer en el instituto…-. Por aquel año comenzaba la universidad y un desasosiego de destino equívoco empezaba a fraguarse en mi interior; esa impresión se vio reforzada, y así quedó en mi recuerdo, con el deambular errático de Holden Caulfield por Nueva York. Se me grabaron aquellas palabras que Holden mantenía al principio del libro con el profesor Spencer, un hombre mayor que olía a Vicks Vaporub, cuando éste le decía que la vida era como una partida y había que vivirla de acuerdo con las reglas del juego, y Holden piensa que “de partida un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada”. Desde estas palabras ya supe que Holden Caulfield se iba a convertir en un referente para mí, Salinger había captado a la perfección mi angustia adolescente.

En octubre de 2008 volví a leer El guardián entre el centeno. En el colegio donde trabajo la profesora de Lengua se lo mandó, como lectura obligatoria, a los alumnos de primero de bachiller (16-17 años), y me apeteció releerlo para poder intercambiar impresiones con ellos. Su vigencia se me hizo latente desde el primer capítulo; y en este momento, con el peso de la experiencia, quizás ya me sentía a más distancia emocional del libro, pero conseguía penetrar mejor en sus claves y símbolos. (Esto me confirma que cualquier intento literario no debe aspirar nunca a la modernidad, buscando referencias con sus lectores que se van a quedar caducas enseguida, sino a la atemporalidad, al entendimiento de la conducta del hombre en cualquier época o lugar.)
Esta vez no me contenté con la lectura de El guardián, seguí con el libro Nueve cuentos (lo había leído unos años antes en inglés, perdiéndome casi todas sus sutilezas), que contiene algunos de los mejores relatos que he leído nunca, y después con la novela Franny y Zooey.

Me quedaba para completar lo publicado de Salinger en España, este libro que contiene los relatos largos o novelas cortas, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción. El libro estaba en la biblioteca de Móstoles que frecuento, lo tuve en mis manos ya en octubre de 2008, y no lo saqué. Cometí el error afterpop de dar más importancia a la superficie que al contenido: no me gustaba la edición, con tapas duras, pero un volumen casi cuadrado, sin presentación, introducción… y ese título tan largo me pareció poco atractivo.
Lo he leído hace dos semanas (voy con retraso con las reseñas del blog), como un homenaje personal a Salinger tras conocer la noticia de su muerte. Su lectura me ha confirmado algo que ya sabía: Salinger es uno de los escritores más fascinantes del siglo XX, al menos para mí, y este volumen no desmerece para nada al resto de su producción. Es más -y puede que sea debido al gran trabajo de la traducción, llevada a cabo por Aurora Bernárdez- me ha parecido que su prosa era aún mejor que lo que recordaba.

En los dos relatos largos que componen este libro aparecen personajes de la novela Franny y Zooey, y de alguno de los relatos de Nueve cuentos. En el primer relato de este último volumen, Un día perfecto para el pez plátano, se narra el suicidio de Seymour Glass en una habitación de hotel en Florida. Seymour es el hermano mayor de Franny y Zooey, una familia de superdotados, que de niños participaron en un programa de preguntas y respuestas y debates en la radio con nombres falsos.

En Levantad, carpinteros, la viga del tejado Buddy, el segundo hermano de la familia Glass, nos cuenta desde sus 40 años, un episodio sobre su admirado hermano mayor, Seymour, acontecido en 1942, cuando Buddy tenía 23 años. Éste es soldado y está en un hospital militar convaleciente de pleuresía, pero consigue un permiso para acudir a Nueva York a la boda de Seymour. Buddy llega a la iglesia el día de la boda y no hay más miembros de su familia; ni siquiera se presenta Seymour, dejando a la novia plantada en el altar. Los invitados abandonan la iglesia y van montando en coches para acudir a la casa de la novia. En uno de estos coches entra Buddy sin presentarse como hermano del novio, a quien los ocupantes del coche comienzan a criticar, y a hacer insinuación sobre su posible locura. Buddy se siente cercano a un diminuto señor mayor que se mantiene erguido en el coche y no se inmiscuye en la conversación. Sabremos después que es sordomudo. Y en esa simpatía que siente Buddy hacia él parece simbolizar Salinger la cercanía del protagonista al mundo puro de los niños, de los inocentes.

De nuevo aparece aquí el que considero el gran tema de Salinger: la épica de la inmadurez o de la inadaptación al mundo de los adultos. Quizás sus personajes son los primeros Peter Panes realistas de la literatura del siglo XX: niños o jovenes brillantes, exaltados, observadores de las incoherencias y las renuncias de los adultos, niños y jóvenes heridos por los convencionalismos sociales, por las partidas que habría que jugar de acuerdo a las reglas del juego. Unas reglas que ellos se niegan a aceptar, lo que únicamente les puede conducir al desequilibrio, al desvarío, al aislamiento o al suicidio, como en el caso de Seymour, al que seguramente Buddy considera el hermano Glass más dotado, y por tanto con menos posibilidades de adaptación al mundo real.
La capacidad de observación de los personajes en este relato largo es notable en su preciosismo detallista. Me gusta esa imbricación del narrador en la conciencia del joven americano, consiguiendo encontrar metáforas deportivas para describir la conducta de los otros personajes. Una obra maestra de la narrativa norteamericana.

En Seymour: una introducción el narrador es de nuevo Buddy. Ahora nos habla de su hermano Seymour, el gran personaje ausente cuya presencia fantasmal cubre de significado a todo el volumen, desde una perspectiva más global y desde su presente, no evocando un episodio de juventud. Buddy ya ha pasado los 40 años, es escritor profesional y sigue dando clases de literatura en una universidad. Sin embargo, vive retirado en una casa de campo en un bosque (este personaje parece un trasunto del propio Salinger). Para esta introducción a la semblanza de su hermano comienza citando a Kafka y a Kierkegaard, y el relato cambia de tono respecto al anterior, ahora parece la narración de un autor europeo, parece español traducido del alemán, como si quien escribe fuera uno de los dos autores citados o Musil o Thomas Bernhard; con frases largas, alambicadas, llenas de subordinadas que van matizando a la frase principal.
Me ha llamado la atención este cambio de registro narrativo respecto al primer relato, que sería un ejemplo del estilo habitual en la narrativa norteamericana: personajes en movimiento, cuyos actos describen su personalidad sin grandes explicaciones intelectualizadas, con una mirada escueta y poética sobre las escenas que se muestran.
En el texto de escritor centroeuropeo en que se transforma Salinger en este segundo relato, abarcamos más aspecto de la vida de Seymour, con interrupciones en las que Buddy nos informa de la propia evolución de su escritura (cuando lo deja por la noche, cuando lo retoma…), así nos enteraremos de que Seymour ha dejado tras de sí un conjunto de 182 poemas escritos en métrica japonesa, y que Buddy ha ordenado y decidido entregar a un editor. El tema del artista precoz cobra fuerza como metáfora de la inadaptación al mundo.
Un texto muy conseguido, con una imagen final soberbia, en la que Buddy evoca a su hermano y a él de niños acercándose a la práctica de juegos norteamericanos típicos desde una perspectiva filosófica oriental.

Y con éste he terminado de leer los libros publicados de Salinger en España, creo que en Estados Unidos hay algún cuento publicado más. Esperemos que se pueda revisar la traducción de El guardián entre el centeno, algo a lo que se negaba el autor, y que sea cierta la leyenda literaria que afirma que Salinger nunca había dejado de escribir aunque había decidido dejar de publicar y ahora, tras su muerte, se pueda acceder a su legado.
Qué fantástico baúl de Pessoa me gusta imaginar: ocho o diez manuscritos guardados en una maleta debajo de un guante de béisbol o, mejor, debajo de unos floretes de esgrima.

domingo, 7 de febrero de 2010

Nocilla experience, por Agustín Fernández Mallo


Editorial Alfaguara. 205 páginas. Edición de 2008.
Durante al menos los dos últimos años, los interesados en la literatura nos hemos topado continuamente -en Internet, suplementos culturales, propuestas editoriales…- con el nombre de Agustín Fernández Mallo y su propuesta Nocilla.
Después de haber leído opiniones sobre sus libros a favor y en contra, sentí cierta curiosidad por su escritura, y, aunque procuro no sucumbir a las modas, aprovechando que este libro, Nocilla experience, me lo regalaron por mi último cumpleaños, lo he leído durante la semana pasada.

Según las propias palabras de Fernández Mallo, los valores de este libro, y los de sus seguidores, se basan en su materialización como cúspide de lo moderno. Desplegando sus teorías, Fernández Mallo nos ha llenado los oídos de términos como afterpop, postpoesía… ideas siempre jóvenes, posteriores a algo real o impreciso, una narrativa acorde a los tiempos actuales. Y siguiendo la lógica desprendida de las nuevas tecnologías, sobre todo a raíz del uso de Internet y su captación rápida de la realidad, propone una escritura a saltos o fragmentos.

Lo primero que me gustaría apuntar para hablar de este libro es que el simple concepto de moderno no puede en ningún caso, al menos para mí, equiparse o sustituir al de calidad literaria. Una novela del siglo XIX (estoy pensando en La educación sentimental de Gustave Flaubert) nos puede transmitir mucho más y entroncar perfectamente con el espíritu de nuestra época que algo escrito ayer o incluso que se va a escribir mañana (y por tanto, siguiendo la lógica afterpop, más moderno y mejor).

Una de las primeras reflexiones que me vienen a la cabeza sobre la supuesta modernidad de un libro como Nocilla Experience, es en realidad la sensación de propuesta caduca y avejentada. Remitiéndome simplemente a los libros comentados en este blog, Macedonio Fernández ya practicaba esa idea de fragmentalidad en el Buenos Aires de la década de 1920, como pude comprobar leyendo Una novela que comienza. Aquí Macedonio arrancaba con una novela, lo dejaba, comentaba algo personal, hacía un prólogo sobre una novela inexistente… mareaba al lector llevándole de aquí para allá, le contaba luego un chiste… Leyendo Prisión perpetua de Ricardo Piglia, en un momento del libro comienza a hacer microrrelatos, cambia de escenario, de personajes, hace un aparte, un apunte… esto en la década de 1980.

Fernández Mallo parece dar mucha importancia, también, al hecho de expresarse con metáforas que hagan referencia al mundo de los ordenadores o la televisión. Algo que ya leí de adolescente, cuando era un lector aficionado a la ciencia ficción, en libros como Neuromante de William Gibson, publicado en 1989.
“La vida es como un anuncio de teletienda del que han quitado el producto”, escribe Fernández Mallo desde la modernidad de 2008.
“El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”, escribe William Gibson desde la modernidad de 1989.

Desmontado el primer supuesto logro del libro, su comentada modernidad, su afteralgo, no nos queda más remedio que analizar simplemente el texto, como un libro más, desprovisto del brillo de ocurrentes teorías que lo sustenten (literatura mutante, literatura de la guerra de las galaxias…)

Al menos un tercio de este libro de 205 páginas no está escrito por Fernández Mallo: copia la voz en off de Apocalipsis Now repetidas veces, fragmentos de un libro llamado El pop después del fin del pop de Pablo Gil, entradas de la Wipikedia… (Se me está ocurriendo, así de repente, crear un movimiento literario nuevo al que llamaré el postafterpop: consiste en escribir una novela en código binario, para centrarme en el lenguaje propio de la informática, 000100111010 etc, y entre medias meter fragmentos de Tolstoi y Joyce, lo completaré con fotocopias de los extractos que me extiende el cajero automático cuando consulto mi saldo, y encima en fosforito la palabra SHIT).

Sobre la parte del libro que sí escribe Fernández Mallo: existen varios personajes, un tipo que vive en una azotea y tiende en las cuerdas de la ropa hojas con teoremas matemáticos, una chica que es paleontóloga y vive en Londres, un percebeiro gallego que compra ordenadores de segunda mano, un hombre que trabaja moviendo una grúa en el puerto de Nueva York, unos tipos que viven en una granja de cerdos en un edificio, unos niños que atraviesan fronteras en la extinta URSS a través de unos túneles, un marine americano en Irak, un tipo que sale a correr…
Los fragmentos de unos personajes se van alternando con los de los otros.

Fernández Mallo cita a Borges cuando habla de sus influencias literarias. Es cierto que se percibe el gusto de Borges por la mezcla de referencias cultas y populares. En la página 74 se habla del proyecto postpoético y en la creación de un libro con partes de otros que parece una idea de Borges. También se siente la lectura de Bolaño sobre la creación de escenas donde aparecen los personajes de F. Mallo, incluso la imitación: ya he dicho que hay un personaje que escribe teorías matemáticas en hojas y las cuelga en las cuerdas de la ropa, como hace el personaje de Amalfitano en 2666. En una nota final F. Mallo hace una aclaración sobre este hecho: nos trascribe un correo que le manda David Torres, donde éste le dice a Mallo que existe en su libro una coincidencia con el de 2666. Y Mallo nos dice que él no había leído ese libro. Es decir Mallo tiene la suerte de tener una coincidencia genial con Bolaño. Aunque también David Torres le podía haber escrito: ey F. Mallo hay un tercio de tu libro que no lo has escrito tú, es de la peli Apocalipsis now, la Wikipedia, y un libro sobre el pop… esto de copiar así directamente debe de molar y ser muy alfterpop y eso. Lo demás son coincidencias geniales.
O David Torres le podía haber escrito en su correo: Ey, Fernández Mallo, ese tío que sale a correr desde su casa y llega a Alaska ¿no hace lo mismo que Forest Gump? ¿Por qué tener coincidencias geniales con Bolaño mola y con Forest Gump no?
Y aquí, creo llegar a una reflexión que me parece interesante. Si el ideólogo afterpop Eloy Fernández Porta afirma que un sample (copiar de otro) vale igual que escribir tú, que es tan valioso el compositor como el disc jockey, entonces los textos de otros que intercala Mallo en su libro valen tanto como lo que escribe él. Y de esta idea se debería desprender un corolario: si da igual el autor, debería dar igual también el reconocimiento de una crítica literaria seria que de una crítica puramente afterpop o el no reconocimiento, el anonimato del graffiti en la pared. Es decir, a Mallo le debería dar igual que se diga que su libro es bueno en la revista Superpop que en el Hola, que en el Babelia, o que se diga que el libro es bueno pero que no aparezca su nombre.
Observamos que en realidad no le da igual, porque al remarcar él mismo en su texto esa coincidencia con Bolaño se está ya dirigiendo a la crítica seria, transmitiendo este mensaje: desde supuestos de partida distintos yo he conseguido llegar al mismo lugar que Bolaño, uno de los autores, posiblemente, con una propuesta  más literaria y seria de su generación y de las últimas décadas en nuestro idioma. Es decir, Mallo trabaja con materiales dudosos pero el reconocimiento al que aspira es al de la crítica institucionalizada que debería reconocerle como próximo en logros a Bolaño. Y aquí un sample no vale ya igual que otro al hablar de reconocimiento, la crítica no debe hablar de que bueno es el guionista de Apocalipsis now sino que bueno es Mallo al haber unido ese texto al suyo.

Los personajes de F. Mallo nos muestran su extrañeza ante el mundo: una extrañeza que proviene del azar de un dado en el juego del parchís, y sobre todo derivadas de ideas artísticas, como decorar los chicles pegados al suelo de Londres, o recorrer Estados Unidos en un coche de madera, y esta extrañeza parece un recurso literario de Bolaño, pero F. Mallo se ha olvidado de algo que sí hace Bolaño: éste crea personajes con entidad, con recorrido en el mundo, con heridas, sufrimientos, con vida... Los personajes de Mallo hacen cosas supuestamente poéticas o extrañas pero nunca llegamos a saber por qué. Muchas metáforas sobre la piel y las superficies tiene Mallo, como un juego paródico consigo mismo y su imposibilidad de penetrar más allá de la piel de sus personajes. Al no evolucionar, pronto perdemos el interés por ellos, en realidad nos acaba dando lo mismo que paseen en moto viendo carteles publicitarios, porque ¿para qué lo hacen?

Siendo Mallo físico, supuse que iba a hacer uso de sus conocimientos científicos para crear en el lector un replanteamiento del mundo y la realidad, algo que hablase de una teoría de partículas humana o algo así, y trata de hacerlo, pero siempre de nuevo desde la superficie. Y llegamos aquí a lo que creo que es la clave del movimiento Afterpop: gente como Macedonio F. cuando escribían sus libros vanguardistas lo hacían con una voluntad de juego y de marginalidad, F. Mallo escribe con una voluntad de juego pero no de marginalidad, sino que por el contrario su propuesta y sus intereses son puramente comerciales.
El mercado lo suelo hacer periódicamente (yo soy profe de eso, también pasé por la facultad de físicas): un estudio de mercado para ver qué segmento del público no tiene el producto que necesita. El resultado del estudio es el siguiente: existen veinteañeros o treintañeros que habitualmente no leen, les gustan las películas, los videojuegos, la ropa, y encontrar novedades dentro de la música pop. Las conclusiones del estudio son: tenemos que captar a este público, y, como hacen ahora los publicistas de la televisión con sus anuncios donde fomentan la nostalgia por la infancia perdida de los treintañeros (los playmovil, el grupo Parchis), F. Mallo con habilidad (esto hay que decirlo) crea un producto para ellos: el concepto nocilla, reconocido por consumidores de música pop, con esa nostalgia infantil de la que hablábamos. El producto no debe de ser demasiado sesudo, o sofisticado, o marginal: se debe deglutir rápido, debe conseguir alguna sonrisa, así se citan a grupos musicales patrios como Astrud, propios de modernos pop, y se elude la introspección filosófica, ¿qué puede hacer sonreír a los treintañeros pop? Uhhmm, pues, hombre, un buen chiste de pedos no debe sobrar, y ahí va en la página 92.
Digamos que aquí hay algunas trazas de Borges y trazas del programa televisivo Muchachada nui: el público de la música pop ve este programa y allá va algún guiño, usando términos como “merienda-cena” o “esquijama”.
Y no hay que olvidar otra de las claves del pop: sé original, pero tienes que hablar de amor adolescente, de esas primeras miradas. Y allá va ese marine americano que entra con una cuerda en una casa irakí y se enamora a primera vista de una mujer irakí… y estribillo de nuevo, venga ahora metemos otro trocito de Apocalisis now

Y yo que estuve por la facultad de Administración y dirección de empresas, y aprobé el examen de estudios de mercado, me digo: adelante postpoéticos, qué hay de malo en mirar al mercado y adaptarse a él. Así triunfaron en los 80 las empresas de coches japonesas con sus técnicas Just in time, y así Zara ha conquistado el mundo. Otra cosa es ¿esto es muy moderno para mí, o lo moderno es un concepto que a mí me interese?, ¿esto me interesa, esto cumple mis expectativas como lector, es decir me habla de una sociedad, de los conflictos del ser humano consigo mismo y el entorno? La respuesta es NO.

Creo que ya se ha caducado el tiempo de mi movimiento postafterpop, y he decidido fundar otro nuevo llamado el afterpostafterpop: consiste en una vuelta a los orígenes (es un poco hippy mi movimiento) dedicarme a leer a Stendhal, Dostoyevski o Flaubert, disfrutar de su creación de personajes y recreación de una época, de la fuerza narrativa de sus historias… disfrutar de ellos y aprender a escribir.
Mi movimiento no es excluyente, se permite citar a Fernández Mallo: “A mí eso de escribir una novela con introducción, nudo y desenlace me parece muy difícil”, y como diría Bolaño “Cuando dices lo que te apetece también tienes que estar dispuesto a escuchar lo que no quieres oír”.

¿Joaquín Reyes, gurú afterpop de Muchachada nui, para cuando un Celebrities con Fernández Mallo?

jueves, 4 de febrero de 2010

Aquí, por Wistawa Szymborska


Bartleby editores, 67 páginas. Editado en 2009.

De la poeta polaca Wistawa Szymborska había leído hasta ahora un volumen editado por Hiperión en 1997, a raíz de la concesión de su premio Nobel en 1996. En él se ofrecía una selección de su obra -poco conocida hasta entonces en España-, con una muestra de poemas extraídos de libros como Llamada al Yeti (1957), Sal (1962), Si acaso (1972) y los poemarios completos El gran número (1976) y Principio y fin (1993).
Posteriormente leí Instante de 2002, editado por Igitur en 2004 y que llegó a la tercera edición (al menos ésta es la que tengo yo).

Aquí aparece en España traducido el mismo año de su publicación en 2009, el año en que la poeta cumple 86 años. En Aquí persisten los temas de madurez creativa de Szymborska: una línea poética clara donde, usando un lenguaje irónico, se dedica a indagar en los misterios de la vida que surgen a partir de observaciones cotidianas.
En el poema Microcosmos leemos: “Hace ya tiempo que quería escribir sobre ellos / pero es un tema difícil, /dejado siempre para más tarde/ y quizás digno de un mejor poeta, / todavía más sorprendido que yo por el mundo. / Pero el tiempo apremia. Escribo.” (página33), y quizás esa premura que le impone la edad es la característica evolutiva en la temática respecto a entregas anteriores, y la filtración de la idea de la vejez y la muerte como se observa en el poema Mi difícil vida con la memoria.
Pero de los intereses de la poeta destaca, se ve en los mismos versos citados, esa sorpresa ante el mundo que le rodea que sería la característica de Szymborska, quien suele elevarse a indagaciones metafísicas a partir de observaciones muy sencillas. Así por ejemplo en el poema final Metafísica (página 67) conjuga el hecho de haber comido ese día fideos con tocino con el tiempo transcurrido en el universo.
Quizás el poema que más me ha gustado ha sido el titulado Adolescente (páginas 23-24), donde Szymborska reflexiona sobre un posible encuentro con ella misma en esa edad pretérita.

El único problema de los libros de Szymborska es que se acaban demasiado rápido y uno desea seguir leyendo esos poemas irónicos donde se investiga sobre la condición humana desde perspectivas variadas y originales.
Aún me quedan por leer algunos libros pasados, como Dos puntos de 2002 y editado por Igitur.

Mención aparte merece el trabajo realizado con la traducción por Gerardo Beltrán y Abel Murcia, sus traductores habituales. Leí en uno de los prólogos de sus libros que a veces el trabajo resulta difícil porque Szymborska mezcla registros cultos del polaco con otros más vulgares.
Como curiosidad apuntar que Abel Murcia publicó en 2008 un interesante poemario con Bartleby titulado Kilómetro 43, donde se filtra en más de un verso la influencia benefactora de su traducida. Por ejemplo se veía de forma clara en el poema de ese libro El principio, que incluso en el título parece un claro homenaje a Szymborska.