jueves, 31 de octubre de 2013

Luis Alberto de Cuenca, unos poemas

Llevo unos minutos tratando de averiguarlo, pero lo cierto es que no recuerdo dónde leí por primera un poema de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Quizás en la revista Clarín, en algún Babelia, en alguna antología… No lo sé. El caso es que tengo en mi biblioteca dos libros suyos: Por fuertes y fronteras (1996) y Sin miedo ni esperanza (2002). Ambos están dedicados por el autor en la feria del Libro de Madrid de 2006.

Fue ya hace años cuando leí los dos libros citados, pero recuerdo la grata impresión que me causaron (me gustó más Sin miedo ni esperanza, si no me falla la memoria). Me gusta esta poesía de la experiencia cotidiana, descreída e irónica; con versos medidos pero y un vocabulario entre clásico y castizo. Hace algunos años apareció en Visor un volumen recopilatorio de gran parte de su poesía. En algún momento tengo que buscarlo y leerlo.



Dejo aquí algunos poemas de cada uno de los poemarios que le leído:

De Por fuentes y fronteras (1996):

 Collige, virgo, rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

De tanto amarte y tanto no quererte

De tanto amarte y tanto no quererte
te has cansado de mí y de mis locuras
y le has prendido fuego a nuestra historia.
Tu ropa no perfuma ya la casa.
No queda una palabra de cariño
suspendida en el aire, ni una hebra
de azabache en la almohada. Sólo flores
secas entre las páginas del libro
de nuestro amor, y cálices de angustia,
y un delirio de sombras en la calle.

El resplandor

La luz proyecta un resplandor perlado
sobre la pendiente de tus senos,
apenas contenidos en la escasa
pechera de tu vestido. Un resplandor
que viene de otro tiempo y de otro sitio
y que sigue brillando todavía.

Voy a escribir un libro

Voy a escribir un libro que hable de las (poquísimas)
mujeres de mi vida. De J. B., mi novia,
que me enseñó el amor y las puertas secretas
del cielo y del infierno; de Isabel, que se fue
al país de los sueños con el pequeño Nemo,
porque aquí lo pasaba fatal; de Margarita,
recordando unos jeans blancos y unos lunares
estratégicamente dispuestos; de Ginebra,
que le dejó a Lanzarote plantado por mi culpa
y fundó una familia respetable a mi costa;
de Susana, que sigue tan guapa como entonces;
de Macarena, un dulce que me amargó la vida
dos veranos enteros; de Carmen, que era bruja
y veía el futuro con ojos de muchacho;
de la red que guardaba los cabellos de Paula
cuando me enamoré de su melancolía;
de Arancha, de Paloma, de Marta y de Teresa;
de sus besos, que izaron la bandera del triunfo
sobre la negra muerte, y también de su helado
desdén, que recluyó tantas veces mi espíritu
en la triste mazmorra de la desesperanza.
Voy a escribir un libro que hable de las mujeres
que han escrito mi vida.



De Sin miedo ni esperanza (2002):

Farai un vers de dreyt nien

Sobre ti, sobre mí, sobre el infierno
de nuestro amor y sobre el paraíso
de nuestro amor, sobre el milagro inútil
de haberte conocido y el abismo
de haber viajado al alba y al crepúsculo
con un monstruo tan dulce y tan dañino,
sobre la huella que dejó tu cuerpo
en mi cama y en todos mis sentidos,
sobre el vestido negro ribeteado
de encaje con que andabas por el filo
de la traición, sobre tu piel blanquísima
y sobre el tiempo que perdí contigo....
Sobre todas las cosas que anteceden
y sobre nada (¿acaso no es lo mismo?)
escribiré un poema, recordando
la canción de Guillermo, con el frío 
de la distancia y con la sensación
de no haberlas vivido.


Bébetela

Dile cosas bonitas a tu novia:
«Tienes un cuerpo de reloj de arena
y un alma de película de Hawks.»
Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que le estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la Tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
es plata viva). Y cuando se lo crea
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela.


Tebeos

Los Katzenjammer Kids, Popeye, Blondie,
Little Nemo, Flash Gordon y Li´l Abner,
Mandrake, Daredevil y Prince Valiant,
Dick Tracy, Spiderman y Silver Sulfer,
los Vengadores y esa Cosa tierna
y acorazada de ojos azulísimos
(me refiero a Ben Grimm),
sin olvidar una novela gráfica
del Ivanhoe de Scott
¿qué haría sin vosotros?

¿Buscaría el amor?, ¿pelearía
con una espada por un territorio?,
¿marcaría ganado en las praderas
Infinitas del Middle West?,
¿navegaría bajo las estrellas
con una Jolly Roger ondeando
en el palo mayor de mi navío?...

¿Qué haría yo sin mis tebeos?


domingo, 27 de octubre de 2013

El camino de Ida, por Ricardo Piglia

Editorial Anagrama. 289 páginas. Primera edición de 2013.

Igual que en septiembre de 2010 asistí en la Casa de América de Callao a la presentación de la novela Blanco nocturno de Ricardo Piglia (Adrogué, Argentina, 1940), he vuelto a acudir allí este septiembre, tres años después, para escuchar a Piglia hablar de El camino de Ida. Quizá fue un poco extraño que los organizadores no previeran que iban a presentarse más asistentes que los 81 asientos que estaban preparados en una sala del sótano, lo que provocó que entre veinte y treinta personas tuvieran que escuchar a Piglia de pie, apoyados en las paredes o sentados en el suelo. En todo caso mereció la pena. Piglia estuvo tan simpático y elocuente como lo recordaba.

La primera vez que acudí a escuchar a Piglia aún no había leído Blanco nocturno, pero esta vez me había acabado El camino de Ida unas horas antes de la presentación.

El camino de Ida guarda una estrecha relación con Blanco nocturno: ambas novelas son mucho más claras en su concepción y desarrollo que las primeras del autor (Respiración artificial o La ciudad ausente), que eran más experimentales y barrocas.

El camino de Ida comienza como una novela de campus norteamericana: Emilio Renzi, personaje que aparece en varios de los libros de Piglia, recibe una invitación para dar clase “en la elitista y exclusiva Taylor University” (pág. 13), que se encuentra a sesenta kilómetros de Nueva York, y que parece un trasunto de la universidad de Princeton, donde Piglia ha trabajado como profesor. Renzi es un hombre cansado, un escritor que hace mucho que no publica, que sufre de insomnio y de soledad; un hombre que ya ha superado los cincuenta años y que se siente invisible para las mujeres.
Durante la primera parte de la novela, el personaje nos describe su vida en la universidad de Taylor, la relación con sus alumnos, a los que habla de los libros de W. H. Hudson, y la convivencia con sus compañeros, expertos en una sabiduría literaria que siente inútil en la vida real (“Saben que en el mundo exterior a nadie le interesa demasiado la literatura y que son los conservadores críticos de una gloriosa tradición en crisis”, pág. 35). En realidad la universidad es un refugio del mundo exterior: “Al recorrer la biblioteca pensé que los volúmenes estaban hechos de la materia densa que siempre me ha permitido aislarme del presente y escapar de la realidad”, nos dice Renzi en la página 16.
El estilo es rápido, con mucho ritmo. Muy norteamericano en su contemplación de la realidad, ya que Piglia posa su mirada sobre los personajes desde la pincelada y la sutileza, no los explica apenas. Mostrándonos algunas de sus pautas de comportamiento, el lector va a deducir su personalidad. El elenco de personajes secundarios es muy variopinto y rico, y la descripción escueta de sus vidas da al libro un halo muy poético.
Renzi comenzará a relacionarse con la brillante y decidida profesa Ida Brown, que se convertirá en una obsesión para él.

La novela de campus acabará convirtiéndose en una novela negra cuando uno de sus protagonistas muera en extrañas circunstancias (prefiero no revelar quién, y doy un consejo a aquellas personas que se acerquen al libro: mejor no lean la contraportada). Entonces Renzi decide contactar con un detective privado para que le ayude a resolver el posible crimen. Piglia se declara un admirador de la novela negra (en especial de Raymond Chandler) y ya se ha valido de ella en la composición de otras novelas, como la mencionada Blanco nocturno. Me llamó la atención, al escuchar a Pligia en la Casa de América, que la descripción del encuentro con el detective Parker de la novela esté prácticamente tomada de un encuentro de Piglia con un detective real en Estados Unidos. Me gustó percatarme de esta imbricación entre lo real y la ficción.
Quizá, debido a que es marcadamente autobiográfica, la primera mitad de la novela es la mejor del conjunto. Los detalles son tan nítidos que muchos parecen estar tomados de la realidad (como el del detective y, como imagino, otros más). Cuando la novela de campus de convierte en novela negra El camino de Ida mantiene su interés, pero al encajar una parte más ficcional con una más realista, el lector acaba percibiendo ese choque de distintos trenes. En algún momento, Renzi deja de hablarnos de sí mismo para hablar de otros personajes que entran en la trama. La biografía del asesino en serie, por ejemplo, es una narración profundamente norteamericana: ese personaje que rechaza el progreso y envía bombas a profesores universitarios parece una creación de Jonathan Franzen o de Richard Ford.
Uno de los factores que juegan a favor de El camino de Ida es que, además de ser una narración profundamente norteamericana, como ya he señalado, no deja de ser también una narración profundamente argentina. En la concepción de la obra, Piglia se guía por una forma de narrar elegante y erudita (las reflexiones sobre la literatura y la vida norteamericana son constantes), pero a la vez el personaje no deja de comparar su vida evocada en los Estados Unidos (la novela está ambientada en torno a 1994-1995 y parece estar narrada desde la actualidad) con su pasado argentino de unas décadas antes del tiempo de la narración. Así, comparará el impacto sobre la realidad de la violencia en Estados Unidos con la violencia sufrida en Argentina en los años setenta tras el golpe militar de Videla.

El camino de Ida me ha gustado mucho, me ha parecido una novela emocionante, reflexiva, con algunas páginas perdurables, escritas en estado de gracia por un gran escritor en plena madurez creativa. Me parece una novela a la misma altura que Blanco nocturno, o quizá superior. A pesar de ser una gran novela, en Blanco nocturno el planteamiento del misterio policial era superior a su resolución. En El camino de Ida, aunque el autor juega a crear dos novelas (una costumbrista de campus y una novela negra con asesino en serie), las dos partes (aunque sobresale la primera) acaban compaginándose de forma notable.

Me gustaría finalizar esta entrada, además de animando a la gran lectura que es El camino de Ida, recordando las últimas palabras de Ricardo Piglia en la presentación del viernes 20 de septiembre en la Casa de América, porque me encantó su jovialidad y su entusiasmo. Piglia es un escritor de 73 años que tiene ahora mismo entre manos tres proyectos: el primero sería escribir una novela sobre su abuelo, un inmigrante italiano en Argentina, que en el año 1915, en plena Primera Guerra Mundial, decide enviar a su mujer embarazada de vuelta a Italia para tener allí al que será el padre de Ricardo Piglia. El segundo proyecto es escribir un conjunto de relatos con Croce, el policía del pueblo de Blanco Nocturno, como protagonista, solucionando enigmas no necesariamente criminales. Y el tercero sería un ensayo sobre la figura del escritor en la literatura y que se emparentaría con su obra El último lector.

Espero que Ricardo Piglia escriba esas tres obras y que yo pueda leerlas con el mismo entusiasmo con el que he leído sus dos últimas novelas.

jueves, 24 de octubre de 2013

Siempre nos quedará Casablanca en el blog Don Trasto



El otro día buscándome por internet (confesión narcisista) me encontré con el blog Don Trasto. En él una persona a la que no conozco de nada recomendaba mi poemario Siempre nos quedará Casablanca. Además colgaba en su espacio uno de mis poemas. Fue una agradable sorpresa descubrir que uno no sólo escribe para familiares y amigos. Le dejé un comentario en su blog para darle las gracias y aún estoy pendiente de que lo modere. En todo caso, se lo vuelvo a agradecer aquí, y muestro el poema que él destacó en su blog, que se corresponde con el tercero del libro, dentro de la sección Días de cine.

Esto es lo que me encontré en el blog Don Trasto (Ver AQUÍ):

Este poema, "Banda Sonora", es solo una muestra del maravilloso poemario de David Pérez Vega titulado "Siempre nos quedará Casablanca", editado por Baile del Sol (2011). Confío & espero que lo disfrutéis tanto como DonTrasto.



BANDA SONORA

Si esto fuese una película, al pronunciar
tú esas palabras, nos miraríamos fijamente
un instante y yo entonces te besaría sin remedio,
con la necesidad de un buzo a su bombona de aire.
La cámara se alejaría de la intimidad de la escena,
en un movimiento elevado de grúa
nos dejaría allí abrazados en la noche,
bajo los árboles y los severos edificios de la Castellana.
Sonaría de fondo una suave música clásica,
el Otoño de Vivaldi, aunque obvio y caduco,
resultaría, en todo caso, de una emoción reconfortante.

Pero es la vida real y la banda sonora
es el claxon del coche de un imbécil, la serenidad
incurable de los charcos más hondos de la acera,
y yo he de tragarme una a una tus palabras
con una débil sonrisa. Esas palabras que cada vez
me duelen más puestas en los labios de una chica,
brillantes, con su señuelo de trampa para incautos.
“Pero qué majo que eres”. Brillantes.


domingo, 20 de octubre de 2013

Todo el tiempo, por Mario Levrero

Editorial HUM. 141 páginas. Los cuentos están escritos entre 1974-1975. Este libro está publicado en 2012.

Ya comenté en la entrada del domingo anterior que tenía dos libros de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) en casa sin leer. Uno de ellos era éste, titulado Todo el tiempo, que compré en diciembre de 2012 en la librería Iberoamericana de Huertas, un día que estaba invitado allí, para hablar de Será mañana, mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio (el otro libro es el primer volumen de cuentos publicados de Levrero: La máquina de pensar en Gladys, que también compré en la librería Iberoamericana).
Me pareció lógico leer Todo el tiempo después de Nuestro iglú en el ártico, ya que el primero está formado por tres narraciones y la central no es otra que La cinta de Moebius (1975), que era el relato más largo de Nuestro iglú en el ártico; así que, de un libro de 141 páginas, en realidad me quedaban por leer dos historias que suman poco más de 70 páginas.

La contraportada recoge una nota firmada por Juan Ignacio Fernández Hoppe, al que he escuchado hablar recientemente en un vídeo sobre Mario Levrero, filmado por la televisión uruguaya, donde aparece etiquetado como “hijo” de Levrero. No coinciden los apellidos, y ahora sé (gracias a mis informantes) que es el hijastro de Levrero, el hijo de la mujer que aparece como personaje en El discurso vacío. Me gustó el vídeo, que dura unos 26 minutos. Lo dejo aquí por si alguien quiere verlo: pinchar AQUÍ (He tratado de insertarlo, pero por algún motivo no puedo hacerlo).

Miniatura

En su nota de contraportada, Fernández Hoppe apunta: “Mario Levrero tenía 27 años cuando, una tarde, comprando cigarrillos en un quiosco, se demoró un instante más de lo necesario, lo suficiente para escuchar: Let me take you down, ’cause I’m going to Strawberry Fields... nothing is real... La fascinación fue inmediata. Hasta ese momento se había negado a escucharlos. Desconfiaba de las modas. ‘Nada es real’, dijo en los últimos años”.

“Nada es real” es una frase que se repite, como un motor interno compositivo, en el primer relato de Todo el tiempo, titulado Alice Springs (1974). Aunque curiosamente en la mayoría de sus 50 páginas –que hacen de Alice Springs una novela corta más que un relato–, la novela puede considerarse realista. El relato comienza con la visita al pueblo australiano de Alice Springs de un circo llamado Gran Circo Magnético de Oklahoma. El nombre del circo parece un homenaje claro a Kafka y a su gran teatro de Oklahoma con que finaliza la novela El desaparecido (o América, según las traducciones antiguas). El título del relato, Alice Springs, también es un homenaje a la Alice de Lewis Carroll (en el relato, el padre del narrador aparece disfrazado de conejo gigante que porta un reloj).
A este circo de Oklahoma le seguirá el gigantón tonto Dante, quien se acabará enamorando de la hija del dueño, Mariarrosa. Alice Springs se inicia de una forma inusual en la narrativa de Levrero: en tercera persona; pero en realidad las primeras páginas están contadas por la primera persona del verdadero narrador de la historia: un escritor de segunda fila que emigró desde Montevideo a Australia persiguiendo a una mujer, la cual le acabó dando esquinazo. Este uruguayo convive en Alice Springs con Dante. Allí se dedica a fregar copas en una taberna para reunir el dinero que le permita comprar un pasaje a Montevideo. El oscuro escritor acabará (de nuevo motivado por el amor) en Francia, en vez de en Uruguay. En París tendrá ocasión de encontrarse de forma casual con el circo de Oklahoma y solventar los problemas de Dante con Mariarrosa.
Una de las cosas más curiosas de Mario Levrero es la incertidumbre que crea en el lector, que ignora cuándo se va a romper la lógica realista del relato. En este caso, “casi todo” el relato es realista, menos lo concerniente al circo de Oklahoma; y me ha gustado mucho la imaginación desbordada que Levrero emplea en esta narración. De hecho, me parece una de las mejores narraciones que he leído de él, y me extraña que Ricardo Strafacce no la seleccionara para la antología que comenté la semana pasada.

No he vuelto a leer La cinta de Moebius (1975), pues ya lo había hecho unos tres días antes. Pero sí la he hojeado, por un comentario que hace Fernández Hoppe en la contraportada: “Todo el tiempo está compuesto por tres relatos, pero que tal vez podrían ser uno solo. Los personajes se proyectan unos sobre otros, los tiempos se mezclan, la realidad es observada a través de un espejo que proyecta oscuros y confusos reflejos”.

Las conexiones entre los tres relatos me han parecido en realidad muy débiles, pero se pueden encontrar. Cuando el narrador de Alice Springs llega a París se hospeda en el Gran Hotel Saint-Michel (página 45), que es el mismo hotel en el que se alojará la familia del niño narrador de La cinta de Moebius (pág. 81). Además, en La cinta de Moebius tiene lugar un hecho significativo que ahora, al leer estos relatos seguidos, cobra nueva luz. Cuando el niño visita París con sus padres ocurre esto: “Me llegó algo desde una distancia remota, desde un sitio antiguo, un recuerdo que no podía ser recuerdo, como si me hubieran invadido espíritus nostálgicos y muy viejos que comenzaban a vivir en mí, a agitarse y a recordar, a gozar del aire y de la luz.” ¿Puede que el narrador de Alice Springs se esté proyectando en el de La cinta de Moebius?

Todo el tiempo (1974) es el último relato, de poco más de 20 páginas. Este lo he leído dos veces. En realidad empecé el libro por aquí, en un viaje nocturno en tren. Pensé que tal vez porque tenía sueño, o porque me había bebido dos cervezas, me había perdido algo y al día siguiente no podía hacerme una composición o resumen de lo leído. Así que, al terminar Alice Springs y hojear La cinta de Moebius, lo volví a leer. Todo el tiempo es un relato difícil de seguir, porque parece que en la segunda página al narrador le mata un tigre en el galpón de un amigo y ya en la otra vida se reencuentra con familiares muertos, pero sigue la narración como si lo anterior no hubiera ocurrido. Además, se van mezclando diferentes planos narrativos y temporales: a veces parece que hay narración y otras parece que Levrero ha introducido en el texto algunas hojas de sus diarios.
En Todo el tiempo también se percibe alguna conexión con La cinta de Moebius, pues el narrador recuerda como un hecho traumático en su vida el viaje que hizo a París en el pasado. Un médico dice lo siguiente sobre el narrador: “A este muchacho le falta una primavera –dijo. Explicó que habiendo nacido yo en verano, hacía un par de años se había producido un desequilibrio a raíz de mi viaje a Francia: los tres meses de otoño pasados allá me habían robado el equivalente de la primavera dejada acá; había pasado de un verano a un otoño, de un otoño a un invierno, y del invierno nuevamente al otoño, faltaba una primavera. La única solución era un viaje inmediato a Francia” (pág. 129).
Este último relato no me ha acabado de convencer. Pese a que algunas de sus páginas están bellamente escritas, el hilo narrativo es muy endeble y se acaba perdiendo el interés.


En todo caso, el conjunto es más que notable. Y reitero que me sigue pareciendo extraño que un libro tan importante dentro de la obra de Levrero como éste no esté disponible para el lector español. Todo el tiempo es, para mí, superior a otros libros de Levrero, como Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo o La banda del Ciempiés, que al final sí han llegado a España. Imagino que tiene que ver con que los editores en nuestro país sostienen la idea de que las novelas se venden mejor que los relatos. Pero, en todo caso, es una pena; sobre todo si pensamos que los relatos son una parte fundamental de la obra de Levrero, un escritor tan difícil de ubicar.

jueves, 17 de octubre de 2013

Vicente Gallego, unos poemas

Si no recuerdo mal la primera vez que leí un poema de Vicente Gallego (Valencia, 1963) fue en la antología La generación del 99, coordinada por el poeta y editor de la revista Clarín José Luis García Martín.

Leí tres libros de Vicente Gallego: La luz, de otra manera (1987), Los ojos del extraño (1990) y La plata de los días (1996). Este último libro creo que ha sido uno de los mejores libros de poesía que he leído nunca. Siempre me ha encantado cómo Gallego en este libro sabe combinar en cada poema lo narrativo con lo reflexivo. Después, cuando ganó el premio Loewe en 1999 con el poemario Santa deriva, perdí la conexión tan grande que había sentido con sus poemas: a partir de este poemario su línea poética cambia, pasando a ser más un poeta de la contemplación que un poeta de la experiencia. Quizás debería darle una nueva oportunidad y volver con quien ha sido uno de mis poetas favoritos.



Dejo aquí alguno de sus poemas, de la época que más me gusta. Todos son del libro La plata de los días. El poema Maneras de escuchar un blues es uno de mis poemas favoritos (a nivel absoluto):

Échale a él la culpa
  A José María Álvarez y Carmen Marí

Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...
Y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mi sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marrullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.



Generación espontánea

Este día nublado invita al odio,
predispone a estar triste sin motivo,
a insistir por capricho en el dolor.
Y sin embargo el viento, y esta lluvia,
suenan hoy en mi alma de una forma
que a mí mismo me asombra, y hallo paz
en las cosas que ayer me perturbaban,
y hasta el negro del cielo me parece
un hermoso color.

Cuando no soportamos la tristeza,
a menudo nos salva una alegría
que nace de sí misma sin motivo,
y esa dicha es tan rara, y es tan pura,
como la flor que crece sobre el agua:
sin raíz ni cuidados que atenúen
nuestro limpio estupor.


La llamada de la selva

Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía
con el que yo he jugado algunas tardes.
Sin apretar los dientes me estiraba del brazo,
paseaba conmigo, se sentaba a mis pies
en los fríos inviernos.
En los días aciagos, por probar su obediencia,
le lanzaba mi alma, y ella me la traía
dulcemente empapada en su aliento doméstico.
Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía,
que hace tiempo ha adoptado
esta fea costumbre de morder a su amo.


La pregunta

En la noche avanzada y repetida,
mientras vuelvo bebido y solitario
de la fiesta del mundo, con los ojos muy tristes
de belleza fugaz, me hago esa pregunta.
Y también en la noche afortunada,
cuando el azar dispone un cuerpo hermoso
para adornar mi vida, esa misma pregunta
me inquieta y me seduce como un viejo veneno.
Y a mitad de una farra, cuando el hombre
reflexiona un instante en los lavabos
de cualquier antro infame al que le obligan
los tributos nocturnos y unas piernas de diosa.
Pero también en casa, en las noches sin juerga,
en las noches que observo desde esta ventana,
compartiendo la sombra
con el cuerpo entrañable que acompaña mis días,
desde esta ventana, en este mismo cuarto
donde ahora estoy solo y me pregunto
durante cuánto tiempo cumpliré mi condena
de buscar en los cuerpos y en la noche
todo eso que sé
que no esconden la noche ni los cuerpos.


Maneras de escuchar un blues
   A Eloy Sánchez Rosillo


Es hermosa esta noche de verano,
aunque no más hermosa
que cualquier otra noche de verano.
Es hermosa esta noche en que estoy solo,
y fumo, y he dejado
en penumbra la casa mientras suena
un dulce y triste blues,
un blues tan triste y dulce como otros.
Nada en mí, ni en la noche, ni en la música,
se diría especial, y sin embargo
existe algo muy hondo en esas cosas
que parecen sencillas:
una extraña grandeza que no acaba
de ser exaltación, tragedia, paz,
pero que es todo eso, y es también
un sentir claramente
que para que esto ocurra ha sido necesario
apurar estos años, acumular recuerdos,
haber ganado
y haber perdido tantas cosas.
Para que este piano suene así,
para temblar así con esta música,
ha sido necesario
ir llenándola poco a poco
de belleza y de daño, ir llenándola
con nuestra propia vida, para que se parezca
a nuestra propia vida, y suene así:
tan insignificante
y tan grande, tan triste, tan hermosa.



Proyectos de futuro

Esta tarde soy rico porque tengo
todo un cielo de plata para mí,
soy el dueño también de esta emoción
que es nostalgia a la vez de los días pasados
y una dulce alegría por haberlos vivido.
Cuanto ya me dejó me pertenece
transformado en tristeza, y lo que al fin intuyo
que no habré de alcanzar se ha convertido
en un grato caudal de conformismo.
Mi patrimonio aumenta a cada instante
con lo que voy perdiendo, porque el que vive pierde,
y perder significa haber tenido.
Ya no tengo ambiciones, pero tengo
un proyecto ambicioso como nunca lo tuve:
aprender a vivir sin ambición,
en paz al fin conmigo y con el mundo.


Recado de escribir

      Para Encarna Oliva

De qué forma explicarte que por ti
lo he hecho ya casi todo: renunciar a las otras,
renunciar a las noches en que ellas
en torno a mí giraban con la música
como giran las noches, como todo giraba
en aquel tiempo hermoso que juré
detener para siempre, como gira el deseo
al que he vuelto la espalda, como también a veces
la mirada se vuelve hacia esos días
que por ti he convertido en mi vieja leyenda.
De qué forma explicarte
que por ti me he desdicho: los amigos de entonces
se sonríen al verme, no me habla
mi soledad de siempre, ni siquiera el alcohol
me sienta como antes, y he perdido
mi destreza en el baile.
De qué modo explicarte, sin que lo entiendas mal,
que hasta mi juventud me va volviendo
la espalda, que por ti
lo he hecho ya casi todo, excepto aquello
que juzgabas tan fácil, que me pediste tanto
sin que nunca supiera atender tu ilusión:
el poema de amor que por fin te dedico
y que tal vez te oculten estos versos
sin halagos, sin rosas, estos versos
que no sabrán en nada parecerse
a los que tú soñaste. Un poema de amor
verdadero, sin trampas, sin palabras hermosas

domingo, 13 de octubre de 2013

Nuestro iglú en el ártico, por Mario Levrero

Editorial Criatura. 327 páginas. Los cuentos están escritos entre 1966-2003. Este libro está publicado en 2012.
Selección y prólogo de Ricardo Strafacce.

Había hojeado varias veces, durante los últimos meses, en la librería La Central de Callao esta antología de relatos de Mario Levrero (Montevideo, Uruguay, 1940-2004), titulada como el segundo relato del conjunto, Nuestro iglú en el ártico. Pero me resistía a comprarla porque tenía en casa aún dos libros de Levrero si leer. Me decía: lo más lógico será que leas los dos libros de casa y luego, si te apetece seguir con Levrero, comprar éste. Pero cuando se acababa el verano, paseando de nuevo por La Central acabé pensando (error de coleccionista) que si no compraba ese libro, que seguía allí después de varios meses de hojearlo en cada visita, al final iba a desaparecer de sus estanterías para siempre. Nuestro iglú en el ático es un libro editado en Uruguay, que no había visto en ninguna otra librería de Madrid. Esto es lo mejor de La Central: que en vez de tener en sus estanterías cinco  ejemplares de la última obra de un autor, tiene un ejemplar de cinco obras diferentes de él, algunas editadas fuera de España y también en su idioma original si se trata de autores en otro idioma.

Los relatos seleccionados por el escritor argentino Ricardo Strafacce para esta antología son normalmente largos (327 páginas para 10 relatos hacen una media superior a las 30 páginas por relato), y diría que La cinta de Moebius con más de 60 páginas es una novela corta.

Los relatos están ordenados cronológicamente, y están escritos por Levrero en un periodo que abarca más de 35 años. Así podremos acercarnos desde las obras de un joven Levrero de 26 o 27 años hasta las del Levrero más maduro, el de un año antes de su muerte en 2004. Como excepción he de señalar que el último texto, Entrevista imaginaria con Mario Levrero, no cumple con este criterio cronológico, pero me parece un acierto situarlo en el libro como cierre.

El primer cuento, El sótano (1966-67) nos acerca hasta el niño Carlitos, quien desea saber qué ocultan sus padres en el sótano, única habitación de las múltiples de su casa que está cerrada con llave. Levrero nos acerca a las pesquisas que sigue Carlitos para averiguar quién tiene la llave del sótano, o quién sabe quién la tiene o y la pregunta qué hay en el sótano se va quedando en segundo plano. Como en su novela La ciudad, alguien sale a buscar algo y las peripecias del camino constituyen el cuerpo de relato. Muchos de los elementos narrativos de Levrero están ya en este cuento inicial: la multiplicación de los espacios físicos (puertas, habitaciones…), el aparente absurdo de corte kafkiano de las acciones de los hombres, el ambiente onírico, los insectos y el humor. Un humor que en muchos casos cae en el surrealismo y que nos acerca a Lewis Carroll, uno de los autores, además de Franz Kafka, predilectos de Levrero.

Nuestro iglú en el ártico (1967) me ha recordado en su composición demasiado a El sótano y por esto mismo me ha gustado menos. Otro relato de acontecimientos acelerados y de concatenación de hechos absurdos y surrealistas. En realidad el ritmo de estos primeros relatos es como el de los sueños, donde cambia el escenario y los personajes a cada momento. Aparece aquí otro de los elementos clave de la obra de Levrero: la obsesión compulsiva por el sexo, un sexo a veces no alcanzable pero siempre presente. El final de este relato es de los más esperanzados del conjunto.

Gelatina (1967) me ha gustado más que los dos anteriores. En él una extraña masa indeterminada, que se identifica como “gelatina”, se expande por la ciudad, y el personaje trata de esquivarla. Este cuento tiene que ver, además de con el mundo de los sueños, con la literatura fantástica o de terror. El efecto es inquietante. Además está el hecho de que éste es el primer cuento que le publicaron a Levrero.

La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna (1973) es un cuento que me costó terminar. Éste es el más surrealista de todos, las escenas cambian en el relato sin continuidad aparente entre unas líneas argumentales y otras. Sin nada a lo que aferrarme, acabé perdiendo el interés como lector.

Con La cinta de Moebius (1975) Levrero inicia una segunda etapa creativa. A partir de aquí nos vamos a encontrar con un autor más maduro y que controla mejor sus recursos narrativos.  No es que Levrero cambie sus temas sino que el ritmo narrativo es otro. En un cuento como Nuestro iglú en el ático el protagonista acababa teniendo poca entidad real, porque la fuerza del cuento era la fuerza de la trama, constituida por una concatenación muy rápida de sucesos sin sentido. En La cinta de Moebius el ritmo es otro, y el cuento, de nuevo como en El sótano, protagonizado por un niño, nos permite acercarnos más al personaje y que la historia cobre para el lector más entidad, un deseo mayor de seguir leyendo. De todos modos, me gusta más la primera parte del relato (cuando el niño acompañado por un gran número de familiares viaje desde Montevideo hasta París), que la segunda parte donde de nuevo puede pasar cualquier cosa.

Lo mejor de la antología empieza para mí a partir del cuento Espacios libres (1979), y estaría formado por éste y los tres que le siguen. Espacios libres es ya diferente a los otros cinco que he comentado hasta ahora. El narrador está buscando a una mujer, entra en un café y allí conoce a una serie de personajes que le van a ayudar a conseguir un perro, que seguirá el rastro de la mujer. En este relato (así como en los que quedan de la antología) el estilo está más cuidado, y más que basarte en una concatenación de escenas surrealistas tiene un poso más pausado, más hondo y kafkiano.

Los muertos (1981) tiene bastante que ver con el anterior relato. Aquí el narrador vive en casa de sus tías, y el día que comienza la historia el inquilino de sus tías (al que apenas conoce) decide pegarse un tiro. El narrador sale a la calle en busca de ayuda. En la calle la vida le irá enredando en sus absurdos. Este cuento me ha recordado a la extrañeza ante el mundo que planteaba en sus cuentos el también uruguayo Felisberto Hernández.

Capítulo XXX (1984) es uno de los mejores y más originales relatos del libro. En él Levrero crea un escenario fantástico: una isla que parece amenazada por invasiones externas y donde los adultos viven separados de los adolescentes. El protagonista se obsesiona con hacer crecer la semilla que tomó de un invasor que llegó a nado a la isla antes de su muerte. La planta que crece de esa semilla irá obsesionando al protagonista y también cambiando su físico. Este cuento es un cuento de terror bastante clásico. En la antología Mares tenebrosos de Valdemar había algunos con el mismo tema.

Carros de fuego (2003) guarda una similitud compositiva con Espacios libres y Los muertos: aquí el narrador ha de abandonar su casa porque ha sufrido una invasión de ratones y ha de encontrar un gato. El recorrido inverosímil para encontrar ese gato constituye el relato que finaliza con una escena sexual que acaba siendo humorística por su absurda función de cierre del relato. Quizás el cuento que más me ha gustado de todos.

En Entrevista imaginaria a Mario Levrero (1987) el autor se entrevista a sí mismo y nos desvela algunas de las claves de sus métodos creativos. Trascribo algunas de sus palabras:
“El arte atiende a ciertos niveles de comunicación, a los más profundos.” (pág. 311)
“El tema, o más bien el asunto, suele elegirme a mí.” (pág. 312)
“Me llama la atención esa miopía generalizada, ese afán de construir un mundo coherente pero falso, donde todos los escritores están como pinchados con alfileres en un mapa, en una red de parentescos e influencias. Creo que el cine, la música, los amigos, las mujeres, las hormigas, el mar, y etcétera, me han influido tanto o más que los libros.” (pág. 323)
“Sé que mi literatura es un arte menor. Pero también sé que es un arte. La valoro como algo auténtico.” (pág. 326)

Como conclusión final creo que voy a reafirmarme en lo que ya dije al comentar los Cuentos completos de Virgilio Piñera: me han gustado más los cuentos de la segunda mitad de la antología de Levrero porque en ellos los elementos fantásticos, oníricos o surrealistas estaban más controlados y los personajes tenían más entidad (me importaba más qué les iba a ocurrir) que los primeros, donde la historia está supeditada a una cadena de hechos absurdos y los personajes casi no están perfilados. En cualquier caso, una de las mejores cosas de leer estos cuentos es la sensación perpetua de aventura, de no saber nunca por dónde va a tirar la historia, si vamos a estar ante un relato realista, surrealista... o simplemente si cuando ya has dado por sentado que el relato era realista de repente deja de serlo.
De nuevo al hablar de Mario Levrero, quiero comentar lo llamativo que me resulta la influencia que ha tenido en un escritor como César Aira.
También podría comentar que Mondadori tenía el proyecto de sacar los Cuentos completos (o una antología) de Mario Levrero, y la edición iba a estar a cargo de Ignacio Echeverría. Es una pena que este proyecto no se haya llevado a cabo. La obra de Levrero debería ser más fácil de encontrar en España, es un escritor cuya importancia (si la literatura sigue teniendo importancia) está destinada a crecer en las próximas décadas.


jueves, 10 de octubre de 2013

Bifurcaciones, un poema de El bar de Lee




Dejo aquí un poema de El bar de Lee, pertenece al primer poemario que está contenido en este libro, el titulado Móstoles era una fiesta. En poemas anteriores, la voz poética apunta que se ha imaginado escribiendo en los bares del paseo de la Renfe como Hemingway escribiendo en los cafés de París, pero le ha dado vergüenza hacerlo. En este poema, titulado Bifurcaciones, por fin la voz poética escribe sobre la barra del café (son poemas con una especie de estructura novelística):


BIFURCACIONES

  Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
                                           Fernando Pessoa

El café dibuja humo como un rastro de pensamiento
que se deshace en la noche y concluye en nada.
A un palmo, una barricada de blancas salchichas
crudas ulula su tosca presencia de búho de tripas,
bajo el olivo de una vitrina que engaña a moscas autistas.
En las mesas, detrás del rebujo de mi estómago,
colean los últimos rostros cansados del viernes.
Hace tres años (las mismas fiestas de Móstoles por estas fechas)
en las mañanas de resaca leía En el camino
de Jack Kerouac y el futuro aún era
un jardín de senderos que se bifurcan.
La vida parecía tener vuelta atrás
y empezar de nuevo con un escudo de sabiduría
cuando te veía igual que he anhelado hoy,
y hablábamos en el rebullir de la música,
el polvo levantado, la terquedad de la cerveza y el olvido.
Palabras que parecían formar el principio del camino
que lleva hasta ese jardín sin sombras. Tantos rostros
girando igual que hoy pero sin ti, sólo tu fantasma
como una inquietud vaga y esta escritura dormida
y ociosa en la barra del café, derrengado Hemingway
de las siete de la mañana. Palabras como su maleta
de relatos perdida en una estación de tren
y nunca encontrada, allá en París.

En el bar, el río de chocolate
de los que aún no han dormido y el río de café
de los que marchan en tren a trabajar
se mixtura en los mismos ojos detenidos en aguas
de cansancio. Yo soy un trásfuga al café y
al lápiz de mina gastada, mosca que se arrastra
por el papel y sabe que ha de morir.
Una noche similar a la que hoy acaba, hace tres años,
hablaba contigo, tú has de recordarlo, de Cervantes,
fragor de pasos y barreras que esperan la embestida
de toros obnubilados, despedirme en tu sonrisa
cuando el rebrote de personas se desforesta y los pasos
se afelpan. Antes de dormir en el silencio
de mi cuarto hojear un libro de Cioran
de la biblioteca y leer aquella frase: La vida,
esa chulería de la materia, taladrándome
con su serrucho, barrunto de soledad que me cubre
de nieve en la soledad final de Los muertos
de Joyce, nieve tras una delgada ventana que cae
sobre la oscura planicie central y las colinas calvas,
las sediciosas aguas del Shannon,
sobre todos los vivos y sobre los muertos.

Jack Kerouac murió en una cabaña olvidado por todos
Cioran murió en París buscando un último pensamiento
que destruyera el mundo
Hemingway se acercó a la boca la misma escopeta
con la que tantos patos cazó en Venecia y disparó
James Joyce fue operado de una úlcera de duodeno
con su parche en el ojo, y entró en coma pensando
que ya estaba agotado, que ya no podía escribir.

Afuera el paseo se bifurca en el débil jardín
de la mañana,
los ventiladores giran triturando el humo
del café y la noche,
mis pensamientos vuelven a deshilvanarse
en los huecos de las salchichas y me llevo
una servilleta de papel secante a los labios,
los churros apilados sobre platillos de patas
barrocas parecen presuponer un cansancio
sin reloj.

Aun así me perdura la conciencia clara 
de que leí a Jack Kerouac en una mañana de resaca,
hablé contigo de Cervantes en la noche y
los dos éramos tan interesantes como nos merecíamos.
Noches que se bifurcan en días y
días que se bifurcan en noches
tiempo que se bifurca en tiempo
vida que se bifurca en un sendero de muerte.
Han pasado tres años, 1095 días.
Días que se pierden en otros como
los pliegues de un mapa sin geografía,
fronteras de salchicha, océanos de café,
banderas de servilletero, labios de papel secante.
Nacer, morir,
las tapas desgastadas
de este mapamundi.


                                              20-9-98.

domingo, 6 de octubre de 2013

Palomos, por Pedro Antonio Valdez

Editorial Alfaguara. 201 páginas. 1ª edición de 2009.

Cuando en el verano de 2011 visité la costa este de Estados Unidos, ya comenté en el blog, al narrar aquel viaje, que en una enorme librería Borders de Boston aproveché el descuento que hacían por cierre total y compré este novela titulada Palomos, del escritor Pedro Antonio Valdez (La Vega, República Dominicana, 1968). La editorial Alfaguara tiene sedes en todos los países hispanos y cada división publica a escritores de sus países que –dependiendo de su éxito, su calidad o su capacidad de venta– lanzan en otras partes del mundo hispano o no. Pedro Antonio Valdez es un escritor al que publica Alfaguara República Dominicana y que no llega a España.
Palomos ha permanecido dos años entre mi montaña de libros inleídos y me ha apetecido leerlo después del de Junot Díaz (otro dominicano, residente en Estados Unidos y que escribe en inglés), para así poder comparar el lenguaje dominicano de la traducción de Así es como la pierdes, realizado por la escritora de origen cubano Achy Obejas, con el lenguaje de un escritor dominicano que vive en su país y que escribe en español. (La conclusión ha sido inesperada: aquí la que más escribe en español dominicano de todos es la cubana Achy Obejas).

El protagonista y narrador de Palomos es Antonio, un adolescente dominicano que recientemente se ha cambiado de barrio con su familia. La familia de Antonio parece disfrutar de un nivel de vida superior al del nuevo y populoso barrio al que se han mudado. Quieren ahorrar para trasladarse definitivamente a una casa más grande que los padres están construyendo.
El nivel cultural de Antonio también es superior al de la nueva pandilla de chicos que van a ser sus amigos. En la segunda página de la novela, Lacacho (“Lacacho es el rey del barrio”, pág. 12), el líder de la nueva pandilla, descubre a Antonio leyendo nada menos que El Quijote. Antonio disimula su falta, apuntado que lo hace porque le obligan en el colegio.
Antonio, Lacacho y el resto de chicos han fundado un grupo de rap llamado Fox Billy Games. Antonio tiene una libreta donde va anotando las canciones que crea para el grupo. La importancia de la música es fundamental en esta novela. De hecho, el título de cada capítulo es un extracto de una canción de rap dominicano o norteamericano; y Antonio, durante su narración, cita constantemente a raperos o cantantes de reguetón como una forma de enfrentarse al mundo: “Y ese es el valor que tiene la música: el de enaltecer las miserias”, se dice en la página 106. Los grafitis de las paredes del barrio también parecen servirle a Antonio para comprender el mundo en el que vive más que las palabras del libro Demian de Herman Hesse.

El lenguaje que usa Pedro Antonio Valdez para esta novela trata de emular el de los chicos de un barrio populoso de Santo Domingo. Antonio usa expresiones propias de su edad y de su colegio, pero su lenguaje metafórico es superior al de un chico de su edad (problema narrativo que queda solventado por el hecho de que Antonio es un adolescente en busca de su identidad, muy inteligente para los años que tiene, que ha leído mucho y que escribe muy bien, como sabremos por su madre). Hasta cierto punto el discurso de Antonio es oral, ya que usa expresiones en medio de una frase como “tú sabes”, por ejemplo. Pero la escritura de las palabras es correcta; es decir, no emplea el recurso de la traducción de Achy Obejas para el libro de Junto Díaz de escribir “pal” por “para” o prescindir de la “d” en los participios de los verbos. En algunos casos, cuando el libro registra en los diálogos las palabras de personajes marginales, como las de unos niños del barrio que se dedican a esnifar pegamento y a realizar pequeños hurtos (“los güelecemento”), sí que se reproducen las incorrecciones del lenguaje oral de la calle. Además, Antonio introduce en su discurso palabras en inglés, que aparecen en cursiva en la novela.
En un momento de Palomos (páginas 58 y 59) se reproduce un discurso de la directora del colegio: “Un estudiante de este colegio nunca dice ‘tíguere’, ‘carajo’ ni ‘montro’, sino caballero… Nunca dice ‘jeva’, sino muchacha… Nunca dice ‘tumbar’, sino estafar… Nuca dice ‘palomo’, sino novato… Nunca dice ‘biberón’, sino problema… Nunca dice ‘cloro’, sino claro… Nunca dice ‘hacer cocote’, sino molestar… Nunca dice ‘janguear’, sino pasear… Nunca dice ‘guayarse’, sino equivocarse… Nunca dice ‘bufear’, sino bufar… Nunca dice ‘chamaco’, sino muchacho… Nunca dice ‘chotear’, sino delatar… Nunca dice ‘dar cotorra’, sino convencer… Nunca dice ‘tripear’, sino bromear… Nunca dice ‘blimblín’, sino joya…”.
El párrafo anterior me llamó la atención por varios motivos: en principio me interesa el lenguaje específico de los países de habla hispana. Como es lógico, el lenguaje que no se puede usar en el colegio según la directora es el que emplean Antonio y sus amigos. El discurso de la directora me parece improbable, no creo que la directora de un colegio sepa todo el vocabulario que usan sus alumnos como seña de identidad, y más improbable aún es que lo reproduzca en un discurso, donde se omiten las palabrotas (nada se dice de los “hijoeputa”, por ejemplo, del libro de Junot Díaz, o los “mamagüebo” del libro de Valdez), cuando bastaría con decir algo como “en el colegio hay que hablar con corrección”. En realidad, me percato de que Valdez sitúa ese párrafo en las páginas 58 y 59 de su novela para orientar a su lector, un posible comprador de libros en República Dominicana o un hispano de Estados Unidos. Lo normal es que este posible comprador (el público objetivo) de Palomos sea de clase social más alta que los personajes cuyo lenguaje refleja, y de este modo un tanto artificioso del discurso, le da los instrumentos para poder seguir con comodidad su lectura.
En todo caso, he de apuntar que el trabajo que realiza Valdez para reflejar la mentalidad adolescente es intenso: el odio adolescente hacia la hipocresía de los adultos, hacia sus normas absurdas, está aquí bien reflejado. Y, además de citar a músicos en su discurso, cita frases de Homer Simpson (Homero Simpson en el libro), una influencia importante para él. Para Antonio, como joven de 2009, internet es su puerta abierta al mundo. Tiene un blog y puede comunicarse con sus amigos por messenger.

La mirada de Pedro Antonio Valdez es crítica con las diferencias sociales de Santo Domingo. Así reflexiona Antonio sobre su barrio: “Somos los repetidos invisibles. Apenas constituimos números para que la gente del censo haga la cuenta” (pág. 125).

Voy a apuntar dos debilidades que encuentro a Palomos. La primera sería señalar que la evolución psicológica de Antonio la presiente el lector desde el comienzo: desde una fascinación inicial por el líder de la pandilla, Lacacho, su inteligencia y su sensibilidad le van a conducir a rechazar el camino del odio y de la posible delincuencia que le ofrece su nuevo amigo, para aceptar de una forma más reflexiva y responsable el mundo de los adultos. El segundo tema sería que la novela nos muestra un fresco vivo e interesante del barrio retratado y de sus chavales (o “tígueres”) protagonistas, pero le cuesta tener una evolución narrativa clara. Se muestra la esquina donde los chicos haraganean, se describe a estos chicos, se muestra la casa de Antonio y se describe a su familia, se muestra el colegio y se retrata a alguno de sus personajes (la directora, el profesor de educación física…), y las líneas argumentales tardan en desarrollarse. Además, cuando lo hacen, no despegan con demasiada intensidad.

Con todo, querría destacar lo mejor de Palomos: la capacidad para mostrar un fresco de personajes vivos, retratados con un sabroso lenguaje caribeño; y la oportunidad que ha supuesto para mí el leer un libro de un país, República Dominicana, del que no tengo conciencia que llegue a España ningún escritor, salvo Junot Díaz, que en realidad es un autor (para mí muy grande) en inglés, dentro de la gran maquinaria cultural norteamericana.


Por si a algún lector español le interesa: poco después de regresar de Boston, vi en la librería de segunda mano Ábaco de la calle Raimundo Fernández Villaverde de Madrid este libro, por 5 o 6 euros, la mitad que me había costado en Boston. Creo que todavía sigue allí.