viernes, 31 de agosto de 2018

Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, por John M. Keynes


Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, de John M. Keynes
Editorial Fondo de Cultura Económica. 413 páginas. 1ª edición de 1936, ésta es de 2012.
Traducción de Eduardo Hornedo, revisado por Roberto Reyes Mazzoni

Hacía tiempo que no me acercaba a ninguno de los libros clásicos de la historia del pensamiento económico, como me propuse hace años. Estaba claro que si quería seguir con esto debía leer Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, el libro que John Maynard Keynes (Cambridge, 1883 – Sussex, 1946) publicó en 1936 y que posiblemente sea el libro de economía más famoso e influyente del siglo XX.

El libro lo compré en marzo de 2014 en la FNAC de Nuevos Ministerios, un FNAC que ya ni siquiera existe. No fue caro, teniendo en cuenta que es un libro importado de México. En España no existe, ahora mismo, una edición de la Teoría general diferente a ésta del Fondo de Cultura Económico. Como ya comenté cuando hablé de Principios de economía política y tributación de David Ricardo, libro que no se puede encontrar ahora mismo en España, parece que hay mucho interés por parte de los economistas o de los profesores de economía hacia los libros clásicos de esta disciplina.

Lo cierto es que no ha sido una lectura fácil. La Teoría general es un libro muy teórico con pocos ejemplos del mundo real. El propio Keynes comenta, en sus primeras páginas, que escribe para economistas («Dirijo este libro especialmente a mis colegas economistas, aunque espero sea comprensible para quienes no lo son», página 17), aunque le gustaría que sus palabras pudieran ser leídas para el público en general. Este público general debería conocer, si quiere acercarse al libro, conceptos como «Productividad marginal», «Ingreso marginal» o «Elasticidad-precio de la demanda».

En la introducción Keynes dice que él fue educado según los principios económicos de la escuela clásica, y que esas mismas ideas él la ha enseñado como profesor, pero que ahora, con su Teoría general, duda de esas ideas y plantea unas nuevas. «Las ideas aquí desarrolladas tan laboriosamente son en extremo sencillas y deberías ser obvias. La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de nosotros.» (pág. 19)


LIBRO I

CAPÍTULO 1: «Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio».
Según Landreth y Colander, los autores del libro Historia del pensamiento económico: «Posiblemente no haya ningún libro de teoría económica que contenga un primer capítulo más impertinente que The General Theory de Keynes». Estos economistas hablan un poco de la legendaria falta de modestia de Keynes.

CAPÍTULO 2: Aquí se desmontan algunos supuestos de la teoría clásica sobre la plena ocupación. La teoría clásica de la ocupación, según Keynes, descansa en dos postulados que no se han discutido:
1) El salario es igual al productor marginal del trabajo.
2) La utilidad del salario, cuando se usa determinado volumen de trabajo, es igual a la desutilización marginal de ese mismo volumen de ocupación.

Por “desutilidad” se entiende: «cualquier motivo que induzca a un hombre o a un grupo de hombres a abstenerse de trabajar antes que aceptar un salario que represente para ellos una utilidad inferior a cierto límite».

Según los clásicos, cuando un mercado funciona con libertad la única desocupación que se da en él sería la desocupación “friccional”, que sería la que se da mientras un individuo deja un trabajo para tomar otro, y la desocupación “voluntaria”, que resulta de la negativa de una unidad de trabajo para aceptar una remuneración correspondiente al valor del producto atribuible a su productividad marginal.

Los postulados clásicos no admiten la desocupación “involuntaria”. Según los clásicos (tomándolo del profesor Pigou) sólo hay cuatro posibilidades de aumentar la ocupación:
a) un mejoramiento de la organización que disminuya la desocupación “friccional”
b) una reducción de la desutilidad marginal del trabajo, para que baje la desocupación “voluntaria”.
c) un aumento de la productividad física del trabajo en las industrias que producen artículos para asalariados.
d) un aumento en el precio de los artículos para no-asalariados, relativamente al de los que sí lo son.

Según los clásicos, una reducción del nivel de salarios nominales conduciría a que parte de la mano de obra realmente ocupada se retire del mercado. Pero no se desprende de ello que una baja en el valor del salario nominal, medido en artículos para asalariados, produciría el mismo resultado si fuera debida a un alza en el precio de las mercancías respectivas.
«El aserto de que la falta de ocupación que caracteriza una depresión se debe a la negativa de los obreros a aceptar una rebaja en el salario nominal, no se apoya en hechos». «Los obreros no son –ni mucho menos– más obstinados en la depresión que en el auge».
La teoría clásica supone que los obreros tienen siempre la posibilidad de reducir su salario real, aceptando una rebaja del nominal. El supuesto de que el nivel general  de los salarios reales depende de los convenios entre empresarios y trabajadores sobre la base de salarios nominales, no es cierto.

Objeciones al postulado 2): Cuando los obreros sufren una bajada de sus salarios reales debida a un alza de los precios no se produce, por regla general, una disminución de la oferta de mano de obra disponible al nivel del salario corriente. «Suponer lo contrario equivale a admitir que todos aquellos que por el momento están sin ocupación, aunque deseosos de trabajar al salario corriente, retirarán su oferta de trabajo si el costo de la vida se eleva un poco.», según Keynes la escuela clásica admite, de forma tácita, este supuesto.

Aquí Keynes usa la ironía: «Los trabajadores son por instinto economistas más razonables que la escuela clásica en la medida en que se resisten a permitir reducciones de sus salarios nominales, que nunca o rara vez son de carácter general».

Keynes sí que cree en la existencia de la desocupación “involuntaria”: «Los hombres se encuentran involuntariamente sin empleo, cuando, en el caso de que se produzca una pequeña alza en el precio de los artículos para asalariados, en relación con el salario nominal, tanto la oferta agregada de mano de obra dispuesta a trabajar por el salario nominal corriente como la demanda agregada de la misma a dicho salario son mayores que el volumen de ocupación existente».

Según Keynes, la escuela clásica plantea simplemente una teoría de la distribución en condiciones de ocupación plena.

Keynes no está de acuerdo con la ley de Say (que Ricardo usaba en sus postulados como cierta). La ley de Say afirma que toda oferta crea su propia demanda, y por tanto, sí que considera que no puede darse el desempleo “involuntario”.

Los clásicos, siguiendo los postulados de la ley de Say creen que cualquier acto individual de abstención de consumir conduce necesariamente a que el trabajo y los bienes retirados así se inviertan en la producción de riqueza en forma de capital. Caen en una falacia al suponer que existe un eslabón que liga las decisiones de abstenerse del consumo presente con las que proveen al consumo futuro.


CAPÍTULO 3: El empleo de un volumen dado de mano de obra hace incurrir al empresario en dos clases de gastos: las cantidades que paga a los factores de la producción (costo de los factores), y las sumas que paga a otros empresarios por lo que les compra (costo de uso).
La teoría clásica supone que el precio de la demanda agregada siempre se ajusta por sí mismo al precio de la oferta agregada (ley de Say). Según Keynes, si esto fuese cierto la competencia entre los empresarios conduciría siempre a un aumento de la ocupación hasta el punto en que la oferta en conjunto cesara de ser elástica.

Según Keynes: cuando aumenta la ocupación plena aumenta también el ingreso agregado real de la comunidad. El consumo agregado crece, pero no tanto como el ingreso. Esto haría que los empresarios se resientan de una pérdida si el aumento total de la ocupación se destinara a satisfacer la mayor demanda de artículos de consumo inmediato.
El volumen de trabajo que los empresarios deciden emplear depende de la suma que se espera que gaste la comunidad en consumo y la que se espera que se dedicará a nuevas inversiones. El sistema puede llegar a un equilibrio a un nivel inferior a la ocupación completa.
La propensión a consumir y el coeficiente de inversión nueva determinan, entre ambos, el volumen de ocupación, y éste está ligado únicamente a un nivel determinado de salarios reales –no al revés–.
Cuando más rica sea una comunidad mayor tenderá a ser la distancia que separa su producción real de la potencial, y mayores serán los defectos del sistema económico. Una comunidad pobre consumirá la mayor parte de su producción, de tal modo que una inversión modesta será suficiente para lograr la ocupación completa. Una comunidad rica tendrá que descubrir nuevas oportunidades de inversión mucho más amplias para que la propensión a ahorrar de sus miembros más opulentos sea compatible con la ocupación de los pobres.

David Ricardo desdeñó en sus análisis la función de demanda agregada; sólo hablaba de la función de oferta. Malthus cuestionó esto, pero no supo dar una explicación clara, y Ricardo conquistó Inglaterra. A la teoría de Ricardo le dio autoridad el hecho de que podía explicar muchas injusticias sociales.

Keynes acaba su Libro 1 cuestionando las bondades del libre mercado de los clásicos: «predican que todo pasa del mejor modo en el más perfecto posible de los mundos, a condición de que dejemos las cosas en libertad», esto provoca que se mire a los economistas como a Cándidos.


LIBRO II

CAPÍTULO 4: La producción de mercancías y servicios realizada por la comunidad es un complejo no homogéneo, que no puede medirse.
Un aumento de la función de demanda agregada provocará otro en la producción agregada.
Para hablar de la teoría de la ocupación Keynes va a usar dos unidades fundamentales de cantidad: cantidad de valor en dinero y cantidades de ocupación.

Si no hay excedente de mano de obra especializada o calificada y el uso de la menos adaptable supone mayor costo de trabajo por unidad de producción, esto quiere decir que la proporción en que disminuya el rendimiento del equipo, a medida que aumente la ocupación, es más rápida de lo que sería si existiera tal excedente.

CAPÍTULO 5: Toda producción tiene, por fin último, la satisfacción de algún consumidor. Normalmente pasa un tiempo entre la producción y el consumo, y el productor tiene que afinar sus previsiones.
La conducta de cada empresario al decidir su producción diaria está determinada por las expectativas a corto plazo.
En términos generales, un cambio en las expectativas solamente producirá plenos efectos sobre la ocupación en un periodo considerable.
El nivel de ocupación depende no sólo del estado actual de las expectativas sino de las que existieron durante un determinado periodo anterior.

CAPÍTULO 6: Definimos el ingreso del empresario como el excedente de valor de su producción terminada y vendida durante el periodo, sobre su costo primo.
Puede haber pérdidas (o ganancias) involuntarias en el valor del equipo de capital.
Ahorro significa el excedente del ingreso sobre los gastos de consumo.
Inversión corriente significa la adición corriente al valor del equipo de capital.
Una idea clave: si la cantidad de ahorro es una consecuencia del proceder colectivo de los consumidores individuales, y la cantidad de la inversión lo es de la conducta colectiva de los empresarios individuales estas dos cantidades son necesariamente iguales.
El concepto de la propensión a consumir tomará el lugar de la propensión o disposición a ahorrar.
Para Keynes el costo de uso tiene para la teoría clásica del valor una importancia que ha sido descuidada.
Llamamos costo de riesgo a las posibilidades ignoradas que pueden hacer diferir el rendimiento real del previsto. Por tanto, el precio de oferta en periodos largos es igual a la suma del costo primo, el costo suplementario, el costo del riesgo y el costo del interés.
Lo que determina la magnitud del coste de uso es el sacrificio previsto de futuras ganancias involucrado en el uso actual.

CAPÍTULO 7: Ahorro es el excedente del ingreso sobre lo que se gasta en consumo.
Inversión, en un sentido vulgar, se refiere a la compra de un activo. La inversión incluye el aumento del equipo productor, ya sea capital fijo, capital en giro o capital líquido.
El empresario fija el volumen de ocupación impulsado por el deseo de obtener un máximo de ganancias presentes y futuras. En tanto que el volumen de ocupación que producirá ese máximo de ganancia depende de la función de demanda agregada.
Para Keynes el concepto de “ahorro forzado” no tiene relación con la diferencia entre inversión y ahorro.
Según Keynes la idea de que el ahorro y la inversión pueden diferir uno del otro sólo se explica por una ilusión óptica. Nadie puede ahorrar sin adquirir un bien, ya sea en efectivo, en forma de una deuda o de un bien de capital.
La concesión del crédito bancario pondrá en movimiento tres tendencias: 1) aumento de la producción, 2) alza en el valor del producto marginal medido en unidades de salarios y 3) alza de la unidad de salarios en términos monetarios.
El punto de vista pasado de moda de que el ahorro siempre supone inversión, aunque incompleto y desorientador, es formalmente más sólido que el novedoso según el cual puede haber ahorro sin inversión o inversión sin ahorro “genuino”.
La proposición fundamental de la teoría monetaria es que los ingresos, lo mismo que los precios, necesariamente cambian hasta que el monto de las sumas totales de dinero que los individuos deciden guardar en el nuevo nivel de ingresos y precios así logrado, llega a ser igual a la suma de dinero crea por el sistema bancario.


LIBRO III

CAPÍTULO 8: El volumen de ocupación está determinado por el punto de intersección de la función de oferta agregada con la de demanda agregada. Mientras que se ha estudiado a fondo la función de oferta, se ha descuidado (según Keynes) el estudio de la función de demanda agregada.
La función de demanda agregada relaciona cualquier nivel dado de ocupación con los ingresos por las ventas que se esperan del mismo.
Keynes define el concepto de propensión a consumir: la suma que se gasta en consumo depende del monto de los ingresos y también de otras inclinaciones subjetivas.

Los principales factores objetivos que influyen en la propensión a consumir son:
1) Un cambio en la unidad de salario.
2) Un cambio en la diferencia entre ingreso e ingreso neto: cualquier modificación del ingreso que no se refleje en el ingreso neto debe desdeñarse, pues no tendrá efecto sobre el consumo.
3) Cambios imprevistos en el valor del capital, no considerados al calcular el ingreso neto.
4) Cambios en la tasa de descuento del futuro, es decir, en la relación de cambio entre los bienes presentes y los futuros.
5) Cambios en la política fiscal: si se crean grandes fondos de reserva, esto reduce la propensión a consumir.
6) Cambios en las expectativas acerca de la relación entre el nivel presente y el futuro del ingreso.

La propensión a consumir es una función bastante estable. Los hombres están dispuestos por regla general y en promedio, a aumentar su consumo a medida que su ingreso crece, aunque no tanto como el crecimiento del ingreso. Así un ingreso creciente irá a acompañado de un ahorro mayor. Por tanto, si la ocupación y el ingreso total aumentan, no toda la ocupación adicional se requerirá para satisfacer las necesidades del consumo adicional.
La ocupación solamente puede aumentar con un crecimiento de la inversión.
Sobre la depresión de 1929: en Estados Unidos la rápida expansión del capital en los cinco años anteriores a 1929 había hecho que se acumulasen los fondos de amortización y se necesitaba un volumen enorme de inversión complementaria para absorber las reservas financieras. Este único factor pudo ser el detonante de la crisis.

El consumo es el único objeto y fin de la actividad económica. Cuando mayor sea la provisión que por adelantado hayamos hecho para el consumo, más grande será la dificultad para encontrar algo más para lo cual proveer y más fuerte nuestra dependencia del consumo presente como fuente de demanda.
Si satisfacemos el consumo con cosas producidas en el pasado (desinversión) puede darse una contracción de la demanda.
Según aumenta el capital es más difícil llenar la laguna entre el ingreso neto y el consumo.

CAPÍTULO 9: Aquí se habla de los factores subjetivos que influyen en la propensión a consumir.
Lista de motivos subjetivos que hacen que los individuos se abstengan de gastar sus ingresos:
1) Reservar para imprevistos.
2) Provisionar para la vejez, estudios…
3) Gozar del interés.
4) Disfrutar de un gasto gradualmente creciente.
5) Disfrutar de sensación de independencia y poder.
6) Tener dinero para proyectos especulativos.
7) Legar una fortuna.
8) Satisfacer la pura avaricia.

Otra parte de los ahorros los retienen los gobiernos, instituciones y sociedades de negocios. Motivos:
1) Motivo empresa: poder hacer mayores inversiones en futuro sin recurrir a deuda.
2) Liquidez para emergencias.
3) Para mejorar la imagen.
4) Prudencia financiera y afán de sentirse seguro.


La influencia de cambios moderados en la tasa de interés sobre la propensión a consumir es generalmente pequeña.
El ahorro total está determinado por la inversión total. Un alza en la tasa de interés hará bajar la inversión.
El alza en la tasa de interés podría inducirnos a ahorrar más, si nuestros ingresos permanecen invariables.
Keynes concluye que las tasas reales de ahorro dependen de la eficiencia marginal del capital.

CAPÍTULO 10: Ya quedó dicho que la ocupación sólo puede aumentar con la inversión. Así se puede establecer una relación entre los ingresos y la inversión que Keynes llama el multiplicador.
Cuando el ingreso real de la comunidad suba o baje, su consumo crecerá o disminuirá, pero no tan deprisa.
El aumento de la ocupación debido a la inversión debe estimular necesariamente las industrias que producen para el consumo y así ocasionar un aumento total de la ocupación.
Cuando se alcanza la ocupación plena, cualquier intento de aumentar la inversión generará inflación.

La propensión marginal a consumir no es constante para todos los niveles de ocupación, y es probable que disminuya según la ocupación crece. Es decir, cuando el ingreso real sube la sociedad deseará consumir una proporción descendente del mismo.
Si lo que se expanden son las industrias de artículos de capital, antes que las de consumo, puede tardar más en llegar la ocupación y puede darse una subida de precios.
El multiplicado tiene más efecto en una comunidad pobre. El empleo de hombres en obras públicas tiene un efecto mayor sobre la ocupación agregada que cuando se esté cerca de la ocupación plena. Keynes ironiza sobre los gastos “ruinosos”, inversiones públicas que servirán (aunque sea cavando zanjas) para bajar la desocupación.


LIBRO IV

CAPÍTULO 11: Si alguien compra una inversión (bien de capital) espera una serie de rendimientos probables.
La tasa de inversión será empujada hasta aquel punto de la curva de demanda de inversión en que la eficiencia marginal del capital sea igual a la tasa de interés del mercado.
La expectativa de una baja en el valor del dinero alienta la inversión y el empleo.

CAPÍTULO 12: La escala de la inversión depende de la relación entre la tasa de interés y la curva de eficiencia marginal del capital.
El estado de las expectativas a largo plazo estima lo que podrá obtener el productor de un producto cuando esté terminado. Esto depende de la confianza en nuestras previsiones. El “estado de confianza” será un concepto importante. En realidad, las previsiones del futuro son difíciles y los hombres de negocios juegan con la habilidad y la suerte. Es el inversionista a largo plazo el que más promueve el interés público.
Keynes se muestra en contra de los especuladores del capital. Él piensa que la compra de una inversión debe ser permanente e indisoluble; así los inversores mirarían más al largo plazo.
Keynes apunta que gran parte de las iniciativas empresariales dependen más de una “energía animal” positiva que de cálculos matemáticos.

CAPÍTULO 13: Necesitamos saber qué determina la tasa de interés. Según Keynes, la tasa de interés no puede ser una recompensa al ahorro o a la espera como tales. La define, más bien, como la recompensa por privarse de liquidez durante un periodo determinado.
La preferencia por la liquidez depende de: 1) tener dinero para transacciones, 2) por precaución y 3) motivo especulativo.
Según baja la tasa de interés, las preferencias por la liquidez debidas al motivo transacción absorben más dinero.
El dinero es el tónico que incita la actividad del sistema económico.
El hábito de desdeñar la relación de la tasa de interés con el atesoramiento puede explicar en parte por qué el interés ha sido generalmente considerado como la recompensa por no gastar, cuando en realidad es la recompensa por no atesorar.

CAPÍTULO 14: La escuela clásica ha considerado la tasa de interés como el factor que equilibra la demanda de inversiones con la inclinación al ahorro.
Según los clásicos, siempre que un individuo ejecuta un acto de ahorro ha hecho algo que automáticamente rebaja la tasa de interés, lo que estimula la producción de capital. Y cada acto adicional de inversión, entonces eleva la tasa de interés. Según Keynes, esta idea es equivocada.

La escuela neoclásica creo que ahorro e inversión pueden ser desiguales, aunque los clásicos sí que consideran que son iguales.
Según Keynes, los clásicos no se han dado cuenta de la importancia de los cambios en el nivel de ingresos.
Ha sido habitual suponer que un aumento en la cantidad de dinero tiende a reducir la tasa de interés, al menos al principio y en periodos cortos. Sin embargo, no se ha dado razón alguna por qué un cambio en la cantidad de dinero debe afectar, ya sea a la curva de demanda de inversiones o a la voluntad de ahorrar parte de un ingreso dado.
El análisis tradicional ha advertido que el ahorro depende del ingreso, pero ha descuidado el hecho de que éste depende de la inversión.
Una menor propensión a gastar no debe tomarse como un factor que reduce la inversión, sino la ocupación.

CAPÍTULO 15: Una alteración de las circunstancias o las expectativas ocasionará un reajuste en las tendencias de dinero de los individuos. La cantidad de dinero que un individuo conserva para transacciones y por precaución es diferente a la que se guarda para especular.
La incertidumbre respecto al curso futuro de la tasa de interés es la única explicación inteligible de la preferencia por la liquidez. La tasa de interés es un fenómeno altamente psicológico. Cualquier nivel de interés que se acepte con convicción como probablemente duradero, será duradero.
Es complicado mantener la demanda efectiva a un nivel lo bastante alto como para provocar la ocupación total, que resulta de la asociación de una tasa de interés a largo plazo convencional y bastante estable con una eficacia marginal del capital movediza y altamente inestable. El público suele conservar más efectivo del necesario para satisfacer el motivo transacción o precaución.

CAPÍTULO 16: Un acto de ahorro individual significa el propósito de no comer hoy; pero no supone la necesidad de tomar una decisión de comer dentro de una semana o de un año.
Esto es importante: La idea absurda, aunque casi universal, de que un acto de ahorro individual es precisamente tan bueno para la demanda efectiva como otro de consumo también individual ha estado alimentada por la falacia mucho más especiosa que la conclusión de ella derivada, de que un deseo mayor de conservar riqueza, siendo en gran parte la misma cosa que un mayor deseo de mantener inversiones, debe al aumentar la demanda de inversión, ser estimulante de la producción respectiva; de modo que la inversión corriente es promovida por el ahorro individual en la misma medida que disminuye el consumo actual.
El engaño proviene de creer que el propietario de riqueza desea un bien de capital por sí mismo, cuando lo que desea es su rendimiento probable.
Debe haber una proporción definida entre la cantidad de trabajo empleada en hacer máquinas y la que se emplea en usarlas.
La posición de equilibrio para una sociedad, en condiciones de laissez faire, será aquella en la que el empleo es lo bastante bajo y el nivel de vida lo suficientemente miserable como para empujar los ahorros hasta cero.

CAPÍTULO 17: La tasa monetaria de interés juega un papel peculiar en la fijación de un límite al volumen de ocupación, desde el momento que marca el nivel que debe alcanzar la eficiencia marginal de un bien de capital durable para que se vuelva a producir.
No hay razón por la cual las tasas de interés deban ser iguales para bienes diferentes.
No solamente es imposible dedicar más mano de obra a la producción de dinero cuando su precio en trabajo sube, sino que el dinero es un sumidero sin fondo para el poder de compra cuando su demanda aumenta.

CAPÍTULO 18: Las variables independientes de la ecuación son, para Keynes, la propensión a consumir, la curva de la eficiencia marginal del capital y la tasa de interés. Las variables dependientes son el volumen de ingreso y el ingreso (o dividendo) nacional medidos en unidades de salarios.
De los capítulos anteriores se deduce que un aumento (o disminución) en la tasa de inversión tendrá que ir acompañado de un aumento (o disminución) en la tasa de consumo.
Un aumento (o disminución) de la ocupación puede hacer subir (o bajar) la curva de preferencia por la liquidez y tenderá a aumentar la demanda de dinero. Esto conlleva que la ocupación plena rara vez se dé.


LIBRO V

CAPÍTULO 19: Los clásicos creen en el ajuste automático del sistema económico sobre una hipotética fluidez de los salarios nominales; y cuando hay rigidez atribuyen a ésta la culpa del desajuste. Keynes no está de acuerdo con la teoría clásica que afirma que una reducción de los salarios nominales estimulará la demanda al hacer bajar el precio de los productos acabados y aumentará la producción y la ocupación. Para Keynes esto supondría aceptar que la reducción de los salarios nominales no afectará a la demanda.
Para Keynes, la baja de los salarios nominales no tenderá a aumentar la ocupación durante mucho tiempo.
Una reducción de los salarios nominales tendrá estos efectos:
1) Una baja de los salarios nominales reducirá algo los precios.
2) Si el sistema es no cerrado y la baja de los salarios también lo es respecto a los extranjeros habrá un cambio favorable a la inversión.
3) Si el sistema es no cerrado, aunque mejore la balanza se estropeará la relación de intercambio.
4) Si se espera que la bajada de salarios nominales dure en el futuro esto mejorará la inversión.
5) La reducción de salarios hará que baje la preferencia por la liquidez, reducirá la tasa de interés y fomentará la inversión.
6) Si la bajada es general puede crear una sensación de optimismo para los empresarios, pero el malestar laboral puede contrarrestar esto.
Un movimiento de parte de los patronos para revisar los contratos sobre salarios nominales con el fin de rebajarlos, encontrará una resistencia mucho mayor que un descenso gradual y automático de los salarios reales por inflación.
7) La influencia depresiva que ejerce sobre los empresarios el aumento de la carga de deudas, puede neutralizar parcialmente cualquier reacción optimista que resulte del descenso de los salarios.

La baja de los salarios, como método de alcanzar la ocupación total está sujeta a las mismas limitaciones que el de aumentar la cantidad de dinero. No hay motivo para creer que una política de salarios flexible sea capaz de mantener un estado de ocupación plena continua.

Cuatro consideraciones principales:
1) Excepto en una comunidad socializada, no hay medio de asegurar reducciones uniformes para cada clase de trabajo. Sin embargo, un cambio en la cantidad de dinero cae dentro de las posibilidades de la mayor parte de los gobernantes. Así que para bajar los salarios Keynes cree que es más conveniente incrementar la masa monetaria y hacer que suba la inflación.
2) Si los salarios monetarios son inflexibles, los cambios que se presenten en los precios corresponderán en primer término a la productividad marginal decreciente el equipo que se tenga.
3) Incrementar la cantidad de dinero en unidades de salarios mediante la rebaja de la unidad de las mismas, eleva la carga de deudas.
4) Si para lograr que la tasa de interés descienda hay que reducir salarios, existe una doble traba sobre la eficiencia marginal del capital.

Suponer que la política de salarios flexibles es un auxiliar correcto y adecuado de un sistema que en conjunto corresponde al tipo del laissez faire es lo opuesto a la verdad. Keynes opina que un nivel general estable de salarios nominales es la política más aconsejable para un sistema cerrado.

CAPÍTULO 20: La función de ocupación solamente difiere de la función de oferta agregada en que es, de hecho, su función inversa y se define en unidades de salario.
Si la elevación de la demanda se dirige hacia los productos que tienen gran elasticidad de ocupación, el aumento global de ocupación será mayor que si el aumento de demanda va a productos con poca elasticidad de ocupación.
Cuando la demanda efectiva es deficiente existe subempleo de mano de obra en el sentido de que hay hombres desocupados dispuestos a trabajar por un salario real menor del existente.

Una deflación de la demanda efectiva, por bajo del nivel requerido para la ocupación plena, hará bajar la ocupación y los precios, pero una inflación de la misma por encima de este nivel afectará sólo a los precios.

CAPÍTULO 21: Los economistas que se ocupan de la teoría del valor enseñan que los precios están regidos por las condiciones de la oferta y la demanda, pero Keynes se ha trasladado a un mundo donde los precios están gobernados por la cantidad de dinero, por su velocidad-ingreso.
Clave en el pensamiento de Keynes: Un aumento en la cantidad de dinero no tendrá el menor efecto sobre los precios mientras haya alguna desocupación, y que la ocupación subirá exactamente en proporción a cualquier aumento de la demanda efectiva producida por la elevación de la cantidad de dinero; mientras que, tan pronto como se alcance la ocupación plena, la unidad de salarios y los precios serán los que crecerán en proporción exacta al aumento de la demanda efectiva. (pág. 284)

Un incremento en la cantidad de dinero va a hacer que baje la tasa de interés, lo que incrementará la inversión.
El nivel de precios se compone de dos factores: la unidad de salarios y el volumen de ocupación.
La opinión de que cualquier aumento en la cantidad de dinero es inflacionista está ligada con el supuesto básico de la teoría clásica de que siempre nos encontramos en circunstancias tales que una baja en las remuneraciones reales de los factores productivos conducirá a una contracción de su oferta.

Durante unos 150 años las tasas de interés han sido lo bastante modestas como para estimular una tasa de inversión compatible con un promedio de ocupación que no era intolerablemente bajo. El nivel de ocupación medio era inferior al de ocupación plena, pero no tan intolerablemente por debajo que provocara cambios revolucionarios.
El elemento más estable y menos fácil de desplazar en nuestra economía ha sido la tasa mínima de interés aceptable por la generalidad de los propietarios de la riqueza.


LIBRO VI

CAPÍTULO 22: Para Keynes la existencia del ciclo económico se debe a un cambio cíclico en la eficiencia marginal del capital.
Los impulsos ascendentes se sustituyen por otros descendentes de un modo repentino, y no ocurre al revés de forma tan cortante.
Keynes cree que la explicación más típica de la crisis no es que se inicie por un alza en la tasa de interés, sino por un colapso repentino de la eficiencia marginal del capital.
Las últimas etapas del auge se caracterizan por las expectativas optimistas respecto al rendimiento futuro de los bienes de capital. Pero cuando el desencanto se cierne sobre los mercados se derrumba la eficiencia marginal del capital, lo que precipita un aumento decisivo en la preferencia  por la liquidez.
Debe transcurrir un intervalo de tiempo antes de que empiece la recuperación: debido a la duración de los bienes de larga vida y por los costos de almacenamiento de las existencias excedentes.

Crisis: mientras el auge continúa, la mayor parte de las nuevas inversiones muestran un rendimiento que no deja de ser satisfactorio, pero de repente surgen dudas en relación al rendimiento probable. Una vez que surge la duda, ésta se extiende rápidamente. El cese de inversiones conduce a una acumulación de existencias excedentes de artículos no terminados.
En condiciones de laissez-faire quizás sea imposible evitar las fluctuaciones amplias en la ocupación sin un cambio trascendental en la psicología de los mercados de inversión. Ordenar el volumen actual de inversión no puede dejarse con garantías de seguridad en manos de los particulares.

Del análisis anterior podría desprenderse que la sobreinversión es una de las características del auge, y que podrían evitarse con tasas altas de interés. Keynes no está de acuerdo con esto.
El remedio para el auge está en una tasa más baja de interés, esto puede hacer que perdure. El remedio para el ciclo no es evitar el auge, sino evitar las depresiones.
El auge que acaba en depresión se produce por dos cosas: una tasa de interés demasiado alta para la ocupación plena, y una situación desacertada de expectativas que, mientras dura, impide que esta tasa sea un obstáculo real.

EE.UU. en 1929: resulta absurdo afirmar que en EE.UU. existió sobreinversión en sentido estricto en 1929. Las nuevas inversiones durante los cinco años anteriores se habían realizado en tan enorme escala en conjunto, que el rendimiento probable de posteriores adiciones estaba descendiendo con rapidez. De hecho, la tasa de interés era lo bastante alta para desanimar las nuevas inversiones, excepto en aquellas ramas particulares que estaban bajo la influencia del estímulo especulativo. Subir el tipo de interés para reducir las inversiones especulativas es una clase de remedio que cura la enfermedad matando al paciente.
El remedio está en promover la propensión a consumir.

Es la mayor producción lo que provoca el incremento del ahorro; y el alza de los precios sólo es un subproducto del aumento de la producción.

CAPÍTULO 23: Las ventajas de la división internacional del trabajo son reales y sustanciales, aun cuando la escuela clásica las haya exagerado grandemente. Pero una política inmoderada puede llevar a una competencia internacional insensata por una balanza favorable que dañe a todos por igual. Keynes dirige el peso de su crítica contra lo inadecuado de los fundamentos teóricos de la doctrina del laissez-faire en la que fue educado.
La debilidad del aliciente para invertir ha sido en todos los tiempos la clave del problema económico. Ricardo y los clásicos (con la ligera salvedad de Malthus) no supieron ver el problema del subconsumo.

CAPÍTULO 24: Los principales inconvenientes de la sociedad en la que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos.
Los razonamientos de Keynes llevan a la idea de que el crecimiento de la riqueza, lejos de depender de la abstinencia de los ricos, como generalmente se supone, tiene más probabilidades de encontrar en ella un impedimento. Queda así eliminada una de las principales justificaciones de la gran desigualdad de la riqueza. Keynes cree que hay justificaciones sociales y psicológicas para la desigualdad, pero no para tanta como existe en la actualidad.

El estado tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de un sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y otros medios. Una socialización bastante completa de las inversiones será el único medio de aproximarse a la ocupación plena. Pero, fuera de esto, Keynes no aboga por un sistema de socialismo de estado, que no debe asumir la propiedad de los medios de producir.

Keynes no se opone a la visión clásica de la importancia del interés personal para la sociedad.
Los sistemas de los estados totalitarios de la actualidad parecen resolver el problema de la desocupación a expensas de la eficacia y la libertad.
Hasta ahora con el sistema de laissez-faire nacional y el patrón oro internacional no había medio disponible de que pudiera echar mano el gobierno para mitigar la miseria económica en el interior, excepto el de la competencia por los mercados.


Parece claro que en las últimas páginas de su libro, Keynes trata de evitar que le acusen de «comunista» o «socialista». Pero, como podemos leer en Historia del pensamiento económico de Landreth y Colander, sus teorías le granjearos críticas por los dos bandos. Los que estaban a su izquierda pensaban que era un apologista del capitalismo y de su propia clase y los que se encontraban a su derecha pensaban que era un fanático socialista que trataba de desmantelar el capitalismo.

Como ya señalé al principio, la lectura de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero no ha sido sencilla, pero creo que, después de acabar el libro, con subrayados a dos colores y anotaciones a lápiz en sus márgenes, y haber realizado su resumen, ahora entiendo a Keynes mejor que antes. Así que su lectura ha merecido la pena.

domingo, 26 de agosto de 2018

Signor Hoffman, por Eduardo Halfon


Editorial Libros del Asteroide. 144 páginas. Primera edición de 2015, ésta es de 2016.

Ya comenté al hablar de Monasterio que, en la pasada Feria del Libro de Madrid, compré los tres libros que a Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) le ha publicado la editorial Libros del Asteroide. Como Monasterio me dejó muy buena impresión, me apeteció continuar con Signor Hoffman.
Si el texto de Monasterio estaba organizado como si se tratase de una novela, Signor Hoffman se vende como un libro de relatos. Me parece curiosa esta distinción, porque Monasterio podría ser un libro de relatos y Signor Hoffman una novela, o bien, los dos libros podrían ser partes de una misma novela, puesto que el personaje (y la voz narrativa) son la misma. Monasterio funciona como una novela, que contiene –agazapados en su interior– unos cuantos relatos, y Signor Hoffman está organizado de otra manera: existe un índice en el libro con el título de cada cuento y en la contraportada se afirma que es un libro de relatos. Aunque cada una de estas narraciones, en gran parte, está conectada con la siguiente y, por tanto, podría ser una novela dividida en capítulos, donde se juega a la elipsis entre un capítulo y otro. Me parece relevante tratar este tema para empezar a comentar el libro, puesto que la apuesta de Halfon –en estos libros publicados por Libros del Asteroide, al menos– es muy homogénea, y, como el propio Halfon me contó en la Feria del Libro, en otros países, cuando se traduce su obra, sus libros se agrupan en volúmenes más gruesos.
Sin embargo, y esto me parece muy curioso y sintomático del mercado literario español, que Monasterio se venda como novela y Signor Hoffman como libro de relatos, hace que el primer se venda más. El mercado español no acepta del todo bien los libros de relatos.

Signor Hoffman empieza (con un cuento llamado Signor Hoffman) de forma muy parecida a Monasterio: con nuestro personaje y narrador Halfon recién bajado de un vuelo trasatlántico. Esta vez, ha llegado a Italia. Después del vuelo y un viaje en tren, le esperan en Calabria para dar una charla sobre campos de concentración. Durante el viaje en tren, la narración se abre a la narración de otro viaje, esta vez a Hiroshima. Aquí, de forma más abierta que en Monasterio, Halfon es un escritor que da charlas sobre sus libros publicados, que tienen que ver con las persecuciones sufridas por sus abuelos judíos.
En este primer relato (y en los siguientes) se vuelve a usar el recurso poético del que ya hablé al analizar Monasterio: repetir sintagmas al empezar las frases de un mismo párrafo. En la página 32, por ejemplo, en la parte superior se repite la expresión «Con los dos soldados» y en la parte de abajo «O para».
El día de la charla en un campo de concentración italiano (hasta ese viaje Halfon no sabía que existían campos de concentración de judíos en Italia) coincide con el día de la muerte del actor Philip Seymour Hoffman. Unas horas antes, la persona que tenía que presentar a Halfon a su audiencia se ha equivocado de nombre y le ha llamado «signor Hoffman», y Halfon juega con esta confusión y la muerte de Hoffman, como representación de la muerte de todos los hombres, como juego de cambio de identidades. Estas páginas me han parecido muy logradas. Creo que Signor Hoffman es la mejor narración de las seis que componen este libro.
En la última historia –la titulada Oh gueto mi amor– se vuelve al tema del nombre Hoffman, porque cuando Halfon viaja a Polonia un ascensorista no entiende su nombre (Halfon) y acaba pronunciándolo Hoffman para que se puedan entender. Entre estas dos historias, la primera y la última, existe algún vaso comunicante más: en la primera, en un momento dado, Halfon muestra su extrañeza por encontrarse en Italia y en la última muestra su extrañeza por estar en Polonia. «Pensé en decirle que todos nuestros viajes son en realidad un solo viaje, con múltiples paradas y escalas. Pensé en decirle que todo viaje, cualquier viaje, no es lineal, ni circular, ni concluye jamás», leemos entre la página 75 y 76, en el cuarto cuento (o capítulo). El planteado aquí es un viaje donde prima la búsqueda del pasado familiar, que podría construir la propia identidad, y que suele acabar en el callejón de la extrañeza. Una extrañeza que, desde su propio desconcierto, se acaba volviendo poética.

El segundo relato se titula Bambú y transcurre en Guatemala. Halfon se desplaza desde la capital a una playa de un pueblo. «No sé por qué siempre me resulta difícil convencer a las personas, incluso convencerme a mí mismo, de que soy guatemalteco. Supongo que esperan ver a alguien más moreno y chaparro, más parecido a ellos, escuchar a alguien con un español más tropical. Yo tampoco pierdo cualquier oportunidad para distanciarme del país, tanto literal como literariamente.», leemos en la página 40. Bambú es un relato de anécdota mínima, un relato que sirve a Halfon para reflexionar de nuevo sobre su identidad. Esta vez no se habla aquí sobre el hecho de ser judío sino sobre ser guatemalteco, desde la extrañeza de uno mismo y la de los demás sobre uno. «Quería sentir el bambú en mis manos, la tibieza del bambú en mis manos, la realidad del bambú en mis manos, y así no sentir tanto mi indolencia, ni la indolencia de un país entero.», leemos entre la página 45 y 46, ya al final de relato.

El tercer relato, Han vuelto las aves, también transcurre en Guatemala. Halfon se ha desplazado a un pueblo del norte del país, llamado La Libertad. «Una zona del país notoriamente peligrosa y violenta.» (pág. 50), una ambientación ominosa que me ha recordado a las páginas del también escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Aquí, Halfon se entrevista con los gerentes de una cooperativa cafetera formada por pequeños agricultores de la región. Existe una realidad violenta que tiene que ver con el hijo de la persona con la que Halfon se entrevista, pero esa historia le será escamoteada al lector. Los relatos de Halfon terminan con una imagen más poética que esclarecedora. Más que terminar con una imagen potente, o con un momento epifánico, lo hacen con un punto de fuga.

El cuarto relato, Arena blanca, piedra negra, nos traslada ahora a la frontera entre Guatemala y Belice. Halfon ha de acudir a Belice para dar una charla, pero tiene problemas en el paso fronterizo con su pasaporte. Además se estropea la batería de su coche y tiene que confiar en desconocidos para que arreglen su coche. «Sentí algo en las rodillas. Acaso impotencia. Acaso una devastadora soledad. Acaso el pánico de estar ingresando, poco a poco, a una extensa telaraña de estafadores.» (pág. 84). Este relato me hace pensar de nuevo en Rodrigo Rey Rosa, pero también en Roberto Bolaño. Cuando hablé de Monasterio escribí que, como Bolaño, Halfon abría su narrativa a pequeñas historia que planteaban un misterio poético, pero que en Bolaño además había en sus páginas una amenaza que no estaba en Halfon. Pues bien, en Arena blanca, piedra negra sí que se encuentra esa amenaza bolañesca de la que hablaba. Otro relato que acaba en una fuga.

Sobrevivir los domingos es una bella narración sobre el jazz, la pérdida y la marginalidad. La acción transcurre ahora en el neoyorkino barrio de Harlem. Halfon va a pasar unos días en Nueva York –tratando de conseguir una beca Guggenheim– antes de viajar a Polonia. Aquí se adelanta la sexta narración, que será la que narre este viaje a Polonia.



El relato que cierra el libro es Oh Gueto mi amor y en él se narra el viaje que hizo Halfon a la casa de su abuelo en Łódź, Polonia. Gran parte de lo narrado aquí ya ha sido contado por Halfon en Monasterio. Como ya apunté en la reseña de este último libro, la literatura de Halfon parece estar concebida como una gran novela en construcción, con temas recurrentes sobre los que se vuelve una y otra vez. Algo parecido hacía el escritor austriaco Thomas Bernhard en sus novelas autobiográficas. Allí se analizaba, por parte de la crítica, como la repetición de temas musicales y del mismo modo (música clásica frente a jazz ahora) hay que entender estas repeticiones temáticas de Halfon. De hecho, es curioso ver cómo la información de un libro es complementada, o explicada, en otro. En Monasterio se muestra, una y otra vez, la presencia de un gabán rosa que Halfon usa en Polonia, y en Signor Hoffman se explica por qué llevaba esa prenda. Imagino que este tipo de confluencias tienen más fuerza y sentido cuando, como yo ahora, se leen estos libros de forma seguida.
De nuevo, se muestra aquí la extrañeza de Halfon cuando puede entrar al apartamento del que fue su abuelo antes de la Segunda Guerra Mundial, ahora –lógicamente– habitado por otras personas. ¿Qué hace él allí con su gabán rosa? ¿Cuál es su búsqueda?

Me resulta curioso pensar en Eduardo Halfon como en un escritor que viaja por el mundo en busca de sus novelas. Su viaje es el tema de su escritura. Su búsqueda es su gran novela en construcción.

El tono y los logros de Monasterio y Signor Hoffman son bastante parejos. Si tuviera que elegir entre una de las dos, creo que me quedaría con Monasterio, porque la leí primero y, por tanto, su impacto sobre mí ha sido mayor, y porque Signor Hoffman repite planteamientos vistos ya por mí, el día anterior, en el otro libro. Sin embargo, también creo que este último comentario en una obra como la de Halfon es irrelevante, puesto que –como ya he apuntado– sus libros son un libro en construcción, una única novela dividida en libritos, elegantes e intensos, de poco más de cien páginas.
Me está gustando mucho Halfon. Empiezo hoy con Duelo.

Por cierto, quería comentar que del último cuento de Signor Hoffman, la editorial Páginas de Espuma ha publicado un libro ilustrado, con el título Oh gueto mi amor. Las ilustraciones de David de las Heras son muy bellas. Ha conseguido darle mucha fuerza al gabán rosa de Eduardo Halfon en Polonia.

domingo, 19 de agosto de 2018

Monasterio, por Eduardo Halfon


Editorial Libros del Asteroide. 122 páginas. Primera edición de 2014, ésta es de 2018.

La primera vez que leí a Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) fue en 2005. Compré en la Cuesta de Moyano de Madrid su novela El ángel literario, que quedó semifinalista del premio Herralde de 2003. El ganador fue El pasado de Alan Pauls, el primer finalista Una vez Argentina de Andrés Neuman y la mención especial (con publicación) fue para El ángel literario de Eduardo Halfon. Leí Una vez argentina y El ángel literario. El pasado lo tengo en casa, pendiente de lectura. Con El ángel literario tuve una sensación extraña. Creo que era la primera novela que leía en la que la metaliteratura se convertía en el discurso dominante. A Enrique Vila-Matas le leí más tarde. En su libro, Halfon especulaba sobre el momento exacto en el que algunos escritores empezaron a escribir. Quizás debería volver a leerlo.

Me había ido fijando, durante los últimos años, en las reseñas que los libros de Eduardo Halfon, publicados en la editorial Libros del Asteroide, estaban generado. Tenía, desde hacía tiempo, su nombre anotado en mi lista mental de nuevos autores hispanoamericanos a los que debía leer (o en mi caso, más bien, seguir leyendo), y pensé que el momento había llegado cuando desde la editorial Páginas de Espuma me llegó, sin que yo lo solicitara, su libro ilustrado Oh gueto mi amor. Además, me di cuenta de que Halfon iba a estar firmando sus libros en la Feria del Libro de Madrid a principios de junio. Así que decidí pasarme por la feria para comprar Monasterio, Signor Hoffman y Duelo y que me los dedicara. También llevé conmigo El ángel literario, publicado por Anagrama en 2004. Halfon se sorprendió seriamente al ver este libro, que esperemos que rescate ahora Libros del Asteroide. Aunque lo cierto es que la verdadera sorpresa me la llevé yo, cuando me percaté de que Halfon me conocía a mí porque leía mis reseñas (discúlpenme este momento de ego).

A finales de junio, con el curso académico ya a un día de acabarse, me apeteció ponerme con los libros de Halfon. Así que miré sus fechas de publicación y empecé por el más antiguo de los tres que había comprado, Monasterio. La novela empieza con dos hermanos guatemaltecos llegando, desde América, en avión a Tel Aviv para asistir a la boda de su hermana pequeña, que se ha convertido en judía ortodoxa. El protagonista y narrador de la novela se llama Eduardo Halfon y comparte gran parte de la biografía con el autor del libro. En la presentación de Oh gueto mi amor que tuvo lugar en la Casa de América de Madrid –se puede ver en YouTube– Halfon afirma: «Toda ficción, en mi opinión, es autoficción.» Su narrador se parece bastante a él mismo, pero esto no quiere decir que en sus libros no haya ficción. Por lo que sé, el personaje Halfon va pasando de uno de sus libros a otro, en una especie de gran novela en marcha.
Las andanzas de Halfon en Israel, los días previos a la boda de su hermana, se desarrollan entre diversos choques culturales y las reflexiones sobre la identidad judía o, de forma más general, sobre el concepto de identidad. Halfon proviene de una familia de judíos de diversas partes del mundo: Siria, Líbano, Egipto y Polonia. Halfon no es un judío prácticamente, y en realidad no se siente cómodo con los rituales de los judíos ortodoxos, pero sí conversa de forma continua con sus raíces judías, y con las diversas persecuciones y diásporas a las que se han enfrentado sus antepasados. «Los rezos, mecánicos o no, comprensibles o no, tenían su propio sentido. No puedo imaginarme que un rezo, cualquier rezo, tenga un sentido más profundo que un beso materno en la noche.» (pág. 39).

Si bien al comienzo del libro parece que el principal tema narrativo de la novela va a ser la boda de la hermana y los conflictos que esto puede generar –entre la tradición y la modernidad de una familia que siente en diversos grados su judaísmo–; en realidad, el tema narrativo mutará. O bien, podríamos señalar que no existe ningún núcleo narrativo principal y que la novela se va abriendo a múltiples subtramas o subtemas de forma rápida y fluida. De hecho, al principio la acción avanza de forma cronológica, mostrando al narrador y a su familia en los días previos a la boda, con pequeños comentarios que glosan las escenas propuestas, abriéndose hacia explicaciones de la historia familiar o el pasado del personaje, pero hacia la mitad la novela juega a la narración dentro de la narración. Así se trasladan las páginas a la narración del encuentro de Halfon con Tamara en un bar escocés de la Antigua Guatemala. Tamara es una azafata de vuelo israelí con la que Halfon se encuentra en el aeropuerto de Tel Aviv después de muchos años, y que será importante para la conclusión del libro. También se narra la muerte y el duelo por uno de los abuelos de Halfon en Guatemala, o la visita que hace Halfon a Polonia para buscar la antigua casa de su abuelo antes de ser enviado a Auschwitz.

Todavía no estoy del todo seguro, porque he de leer antes otros libros de Halfon para poder afirmarlo con rotundidad, pero creo que en su obra existen hilos narrativos que vuelven a sus páginas una y otra vez, como ese boxeador polaco que ayudó a su abuelo a sobrevivir al campo de concentración (uno de sus libros de cuentos se llama precisamente así, El boxeador polaco), o la visita al gueto de Łódź, de la que se habla en Monasterio y también en Signor Hoffman. En la reseña que el crítico Nadal Suau escribió sobre este libro en El Cultural en octubre de 2014 se afirma: «Aquí Halfon trata el tema de la identidad, reiterando determinados motivos y hasta reciclando pasajes enteros (se trata de un autor reincidente, jazzístico, que gusta de reubicar piezas de su propio universo en nuevos contextos para extraerles nuevos ecos y significaciones).» Me gusta esa idea de los temas jazzísticos; de hecho, se hace alguna reflexión sobre el jazz en Monasterio.

Me ha parecido detectar en Monasterio una influencia de la forma de narrar de Roberto Bolaño. En sus libros, Bolaño siempre abre sus páginas –contando anécdotas e historias secundarias– a la sensación de amenaza y al misterio. En Monasterio, no podemos hablar estrictamente de sensación de «amenaza» sobre los protagonistas, pero las historias mostradas (oralmente, de documentales de la televisión, de libros o recuerdos…) sí se abren al misterio, que deja un rastro poético en la composición del libro. Y la amenaza (una amenaza real, física, en los libros de Bolaño) proviene en Halfon –de forma más diluida que en Bolaño, en cualquier caso– de la extrañeza ante la memoria y la violencia del pasado, que confrontan nuestra mirada con el mundo.
Uno de los recursos usados para crear la sensación de cadencia poética es el de la repetición de construcciones lingüísticas al comienzo de las frases de un mismo párrafo. Por ejemplo en la página 100 varias frases seguidas empiezan con el verbo «Pensé» y más debajo de la página, otras frases, comienzan con el sintagma «El otro».

Las últimas diez páginas de Monasterio me han parecido magistrales. Por un lado, el libro acaba de un modo inesperado para las expectativas de un lector tradicional y, por otro lado, se plantea aquí una reflexión sobre la idea de identidad y supervivencia muy bella. «Cada persona decide cómo quiere salvarse.», afirma Eduardo Halfon en la página 120 del libro, ya casi antes de cerrarlo.

He leído bastantes reseñas elogiosas de Monasterio en internet, y también algunas negativas. Creo que las reseñas negativas apuntaban hacia la falta de consistencia de la trama, tratando de valorar el libro por unas coordenadas clásicas que no son las suyas. Monasterio no es una novela breve de introducción-nudo-desenlace, ni pretende serlo. Monasterio es un libro sobre la identidad, la memoria y el viaje, que muestra la extrañeza ante el mundo de su narrador, un guatemalteco que, como leeré en Signor Hoffman, le cuesta sostener ante los demás –y casi ante sí mismo– que es guatemalteco. Monasterio es una novela corta bellísima y honda, misteriosa en su aparente ­­–pero falsa– fluidez y ligereza. He sentido fascinación por su voz narrativa, y unas terribles ganas de seguir con el resto de la obra de Halfon. Me voy a unir al primer tipo de reseñas que comentaba: Monasterio es una pequeña joya de la nueva narrativa hispanoamericana.

domingo, 12 de agosto de 2018

Racimo, por Diego Zúñiga


Editorial Random House. 242 páginas. 1ª edición de 2015. 

Había oído hablar de Diego Zúñiga (Iquique, Chile, 1987), en suplementos culturales, como una de las nuevas voces de la narrativa chilena y no paraba de encontrarme con su segunda novela, Racimo, en los puestos de libros de segunda mano de la Cuesta de Moyano de Madrid. Hojeé el libro hasta que, una de esos domingo por la tarde que suelo pasar por allí, acabé cayendo. Me lo llevé a casa por cinco euros.
Ha permanecido, sin embargo, unos cuantos meses en mis altillos del Ikea, donde se amontonan mis libros sin leer. Al final acabo dando prioridad a la lectura de los libros que solicito a las editoriales, y los comprados empiezan a esperar su turno durante demasiado tiempo. Mejorar esto ha sido uno de mis propósitos de Año Nuevo. Al final, durante el puente de diciembre de 2017, y tras finalizar el libro de cuentos Nuestra historia de Pedro Ugarte, tenía pensando leer Teoría de la ocupación, el interés y el dinero de John M. Keynes, una lectura técnica, que imagina ardua, y antes de emprender la tarea decidí intercalar un nuevo libro. Tomé Racimo de mis estanterías y lo acabé leyendo en dos días.

Racimo está inspirado en un suceso real que tuvo lugar en el norte de Chile: la desaparición de más de una docena de mujeres jóvenes alrededor del pueblo Alto Hospicio, cerca de la ciudad de Iquique, lugar de nacimiento del autor.
El protagonista principal de la novela es Torres Leiva, que hasta poco antes del comienzo de la narración ha trabajado en Santiago de Chile como fotógrafo de eventos sociales. Cuando comienza Racimo nos encontramos a Torres Leiva viajando hacia el norte de Chile, porque ha conseguido un trabajo en un periódico local. Su compañero va a ser el reportero García, testigo de Jehová. Juntos han de cubrir noticias en Iquique y pueblos de alrededor; una de sus primeras misiones será la de tratar de fotografiar el milagro de la figura de una virgen que sangra. Con este tipo de imágenes, Zúñiga consigue meter al lector en un mundo semirrural fuertemente supersticioso.
La casualidad hace que Torres Leiva y García recojan de la carretera a una niña que entrará en coma al llegar al hospital, una niña que será identificada como una de las desaparecidas años atrás en los alrededores.

La acción comienza el 11 de septiembre de 2001, día en el que Torres Leiva y García podrán ver por televisión la caída de las torres de Nueva York. Un día que para ellos representa el del veintiocho aniversario del golpe militar de Augusto Pinochet, que además era capitán del ejército, precisamente, en la ciudad de Iquique.
Uno de los grandes temas de Racimo es el de la violencia: empezando por la ejercida contra las mujeres jóvenes y que me ha hecho pensar en la influencia de Roberto Bolaño y La parte de los crímenes de 2666, sobre todo teniendo en cuenta que los dos periodistas que protagonizan el libro acabarán funcionando en la trama como detectives aficionados. Además, de forma subterránea, se habla aquí de la violencia de Estado, cuando se recuerdan algunos de los crímenes de la dictadura. O el propio título del libro, que hace referencia a una fábrica semiclandestina de bombas de racimo, ubicado en el desierto, cerca de Iquique, y que fabricaba armamento con destino hacia la guerra de Irak. Una fábrica que dejaría también en la ciudad su siembra de cadáveres.

El libro está dividido en cinco partes, siendo la primera la más extensa. En ella, el narrador se acerca casi siempre a la visión de la historia desde el punto de vista de Torres Leiva. Es un narrador contenido, en muchos casos seco, pero cuya descripción del entorno natural, por ejemplo, acaba alcanzado cierto lirismo.

En momentos puntuales, el lector se percata de que el narrador sabe más que su personaje. Por ejemplo, en la página 69 leemos: «Le cobra el doble de lo habitual, pero Torres Leiva no sabe cuánto es el habitual, así que paga.»
En otros momentos, el narrador se adelanta a lo contado; por ejemplo, en la página 93: «Pero nada de eso sabe aún Torres Leiva, que enciende el motor y se aleja de su casa.»
Estos pequeños detalles me han llevado a pensar que existían algunos titubeos en la presentación de la novela. También me ha parecido que en esta primera parte, existía alguna casualidad exagerada en la composición de la trama, o que a Torres Leiva le iban sucediendo acontecimientos conflictivos (que sobre todo tienen que ver con persecuciones policiales) sin que parezca inmutarse demasiado. Además, Torres Leiva está divorciado y conocerá a una policía, llamada Ana, que el lector intuye, desde un gran número de páginas antes de que ocurra, que se va a acabar convirtiendo en la amante del protagonista.

Me parece que la novela gana altura en la segunda parte, cuando García pasa a ser el narrador y pone en antecedentes, acerca de lo que sabe sobre los crímenes a mujeres cometidos en la zona, a Torres Leiva. Además, el lector acabará sabiendo que García trata de escribir un libro sobre estos crímenes, lo que hará que quede justificado su conocimiento sobre el tema, o que la fabulación en torno a él se mezcle en su cabeza con la realidad.

Racimo se acaba convirtiendo en una novela negra al estilo norteamericano. Según su protagonista –Torres Leiva– se va acercando al centro del misterio, éste parece hacerse más grande y más siniestro, y la narración de los hechos por parte de Zúñiga sirve para mostrar al lector una realidad social sórdida. Niñas desaparecidas, tan vez asesinadas o víctimas de una red de traficantes de personas, que comercializan con ellas como prostitutas, en un entorno en el que la policía no parece demasiado interesada en investigar; con ricos perdidos en sus grandes mansiones en el desierto, celebrando fiestas privadas; o con militares que siguen ejerciendo un control clandestino sobre las ciudades.

Tuve la impresión de que, hacia el final de la cuarta parte, se resolvía la historia de forma un tanto precipitada, pero al lector le espera una interesante vuelta de tuerca en la quinta. Y no quiere decir con esto que todos los cabos queden atados.

Lo cierto es que yo no suelo leer novela negra (aunque uno de mis proyectos sea, por ejemplo, leer todas las novelas de Raymond Chandler) y, por tanto, quizás no sea el mejor lector de Racimo, pero diría que Diego Zúñiga, al construir esta novela, ha tratado de meter en ella muchos temas y forzar algunas casualidades excesivas, además de no sortear con suficiente soltura algún tópico del género, sobre todo en la primera parte. Pero la novela gana en la segunda parte con el cambio de narrador y de registro, y con la doble (la simple y la más compleja) resolución final.

Pese a algún titubeo narrativo en la primera parte y mis dudas iniciales, acabé disfrutando de Racimo. Como dije al principio, ha sido una novela que terminé en dos días. Racimo recibió en Chile en 2013 un premio a la mejor novela inédita. Es decir, estaba ya escrita cuando el autor tenía veintiséis años. Me sorprende este dato y me hace pensar que Diego Zuñiga va a ser un escritor con un gran recorrido.