Editorial La Navaja Suiza. 275 páginas. 1ª edición de 1968, ésta es de
2016.
Traducción y comentario final de Rebeca García Nieto
En el corazón del corazón del país de William H. Gass (Fargo, Estados Unidos, 1924 – University City,
2017) está formado por cinco narraciones de diversa extensión: El
chico de los Pederson tiene 94 páginas, La señora Ruin 48, Carámbanos
52, El
orden de los insectos 12 y En el corazón del corazón del país
44. Es decir, por extensión El orden de
los insectos es estrictamente un relato, El chico de los Pederson
una novela corta, y las otras tres narraciones son relatos largos (o novelas
muy cortas).
Pese a que, como ya he dicho, El chico de los Pederson es una novela
corta y no un relato, estaba incluido en el libro Antología del cuento
norteamericano de Richard Ford,
y por tanto esta primera narración ya la había leído en 2011. Recuerdo que,
entonces, al leer esta magnífica antología, plagada de relatos maravillosos, el
de Gass fue uno de los textos que más me desconcertó. Frente a un gran número
de cuentos nítidos y redondos, éste acababa borrando su trama ante los ojos del
lector, que acababa la narración extrañado, pensando que se había perdido algo.
Sin embargo, después me encontré con
la primera edición en español de En el
corazón del corazón del país en la cuesta de Moyano y tuve tentaciones de
comprarlo. Este libro lo publicó Alfaguara
en 1985, en aquella mítica colección de libros con portadas grises y moradas.
Lo hojeé, lo sopesé y al final lo dejé pasar. Ya he hablado muchas veces de mis
luchas internas en las librerías de segunda mano entre comprar y no comprar,
acumular o dejar volar…
Algunos años después volví a sentir
la tentación de hacerme con este libro cuando vi que una nueva y atractiva
editorial lo volvía a poner en circulación, abriendo su catálogo con él en
2016. Se trataba de La Navaja Suiza
y lo traducía la escritora Rebeca García
Nieto, a la que conocía por habérmela cruzado más de un vez en el virtual
mundo literario de internet. Podía haber escrito entonces, hace dos años, a la
editorial o a Rebeca y pedirles el libro para reseñarlo, intuyo que me lo
hubieran mandado. Pero lo volví a dejar pasar. En ocasiones, consigo ser
fuerte.
Sin embargo, en septiembre de 2017 Elsa Vega, representante de prensa de
editoriales, contactó conmigo para preguntarme si me apetecía presentar un
libro de La Navaja Suiza en Madrid. Se tratada de Asesinato de la francesa Danielle Collobert. Le dije que sí sin
conocer nada del libro, me apetecía apoyar al nuevo proyecto editorial de La
Navaja Suiza. El día de la presentación en la librería Cervantes, pude conocer
a los editores, Bárbara Pérez de
Espinosa, Pedro Garrido y Agustín Márquez. Me acabaron
prometiendo el envío de En el corazón del
corazón del país por si algún día me apetecía acercarme a él (yo les
comenté mi agobio con la recepción de libros para reseñar).
Unos meses después de aquella
presentación de Asesinato, consideré
que me apetecía leer a un autor norteamericano entre las novelas de Manuel Puig, con la que andaba por
entonces, y me decidí por William H. Gass.
Así volví a acercarme, siete años
después, a las páginas de El chico de
Pedersen. No he abierto la traducción de esta novela breve que estaba en la
antología de Ford para comparar las traducciones, pero desde luego el trabajo
de García Nieto me parece impecable. Así como el trabajo de edición. Resulta
raro encontrarse con un libro sin ninguna errata.
El chico de Pedersen comienza con Big Hans –trabajador en la granja de la familia Segren– entrando
en la cocina de la casa con el chico de Pedersen casi congelado. Acaba de
encontrar al hijo de los vecinos en el «pesebre» de la granja. García Nieto, en
su comentario final nos habla de esta palabra, «pesebre», y sus dudas sobre
ella. Es una palabra que connota de forma religiosa al texto, lo que
posiblemente fuera una de las intenciones de Gass.
El narrador de esta novela corta es
el hijo adolescente de los Segren. Enseguida nos introduce en un mundo cerrado
y violento. Un mundo en el que el padre es un borracho maltratador, que esconde
botellas de whisky por la casa, la madre es una mujer abnegada y Big Hans es un
joven trabajador con el que tiene continuos conflictos. Nadie está seguro de
que el chico de Pedersen vaya a sobrevivir, ni saben cómo o por qué ha llegado
a su casa en medio de una peligrosa tormenta de nieve. Big Hans le escucha
delirar sobre un hombre de guantes amarillos que irrumpió en su casa, y los
Segren imaginan que, tal vez, un secuestrador invadió la casa de los vecinos y
el chico consiguió huir. El padre, Big Hans y nuestro narrador deciden ir en
trineo a la casa de los Pedersen para averiguar qué ha pasado. Si hasta ahora
la historia resultada bastante particular, debido a la extraña voz del narrador
adolecente, que el lector entiende como la de una persona perturbada (muy del
gusto de las novelas sureñas de William
Faulkner), llega un momento en el que Gass opta directamente por la
ambigüedad narrativa y decide desdibujar las escenas que crea. De este modo, el
lector tiene la sensación de que la trama de la historia se ha perdido en medio
de la ventisca de nieve. Hay algo desconcertante y misterio en esto, algo que
al menos a mí me seguía dando vueltas en la cabeza durante los siguientes días,
a pesar de haber pasado hacia atrás las páginas del libro y buceado en el texto
para tratar de descubrir si me había perdido algo. La sensación es rara, por un
lado las imágenes de la nieve que dibuja Gass son impresionantes, pero por el
otro siento algo de frustración por no haber conseguido apresar del todo el
misterio de la historia.
El chico de los Pedersen me ha recordado a los cuentos de George Saunders, al que creo que se podría considerar un discípulo
de Gass.
La señora Ruin es la segunda narración y el
entorno es más urbano que el de El chico
de Pedersen. El narrador es un hombre que se ha mudado a un pueblo del
Medio Oeste Americano (el corazón del país) y desde el porche de su casa
observa a los vecinos. «A veces fantaseo con la idea de ser dueño del destino
de los otros», leemos en la página 144. He leído La señora Ruin en clave de relato de terror. En algún momento tenía
la sensación de que la señora Ruin, que persigue a sus hijos y los golpea, es
una bruja o un ser sobrenatural y que el narrador se siente cada vez más
fascinado por lo que ocurre en el interior de su casa, que no puede ver. Sentía
en La señora Ruin la presencia de los
narradores arcanos de H. P. Lovecraft,
o tal vez de los más sutiles y ambiguos de Henry
James. «Desde que era muy joven no había vuelto a sentir la extrañeza de
los sitios ocupados por otros.», leemos en la página 153, cuando nuestro voyeur
se siente ya tentado de traspasar los límites del mirón y adentrarse en las
casas ajenas. Según críticas que he leído en internet, este relato se puede
relacionar con los de los suburbios de John
Cheever, pero, como decía, yo lo he leído más en clave de terror. Tal vez
se acerca esa época del año (estoy escribiendo esta reseña en mayo), cuando el
curso académico está finalizando, como ya he contado muchas veces, en la que me
apetece leer relatos de terror.
El protagonista de Carámbanos
(narrado en tercera persona) es un hombre solitario que trabaja vendiendo casas
durante un invierno en el que nadie parece querer comprar una, entre otras
cosas porque, posiblemente, él no sea un buen vendedor. De nuevo, regresamos a
los escenarios helados de la primera narración. Fender, el protagonista, es un
ser solitario y un tanto patético, y el lector sentirá como su mente se va
perturbando según avanza la narración. El mundo de las posesiones materiales
(las viviendas) irá haciendo mella en él, que acabará considerando que lo más
bello que posee son los carámbanos que penden de sus ventanas. «La belleza de
los carámbanos era una muestra de la belleza de su propietario, pensó Fender.»
(pág. 198).
Si Carámbanos es una narración bella y triste, lo mismo podríamos
decir de El orden de los insectos. En este cuento un ama de casa
encuentra belleza y fascinación en los caparazones de insectos muertos que cada
mañana se encuentra sobre la alfombra del salón de su casa. «Lo cierto es que
no podíamos quejarnos de la casa después de todo lo que habíamos pasado en la
anterior.», así comienza El orden los
insectos y es posible que en este comienzo esté contenido el significante
último de las cuatro primeras narraciones de este libro. Parece que Gass quiere
mostrarnos la locura, la soledad y la tristeza del interior de las casas del
Medio Oeste (o de cualquier parte, en realidad). En el primer relato, los
protagonistas del cuento habitan en una la granja cuyo interior es un caos
violento de relaciones humanas. Sin embargo, deciden arriesgar su vida para
conseguir averiguar si se ha roto la paz en la casa del vecino, algo que ni
ellos ni el lector conseguirán averiguar. En el segundo cuento, un voyeur observa a sus vecinos en el
jardín de sus casas, deseando penetrar en ellas y averiguar sus secretos. En la
tercera y cuarta narración, de intenciones muy similares, el voyeur que es el lector al fin consigue
meterse en dos de estas casas del Medio Oeste y vislumbrar la belleza dolorosa
de su locura y su tristeza.
La quinta narración, la que da
título al libro, es algo diferente a las anteriores, ya que en ella parece que
dejamos lo particular del interior siniestro de los hogares para tener una visión
más panorámica de un pueblo del Medio Oeste, en concreto del estado de Indiana,
al que se ha mudado un poeta, que trabajaba como profesor, y que parece dolido
por la pérdida de un gran amor. En realidad, esta última narración más que un
cuento o novela corta se lee como si se tratase de un poemario formado por
poemas en prosa. Incluso los textos, en los que el narrador se fija en
diferentes aspectos de la pequeña comunidad que habita, están titulados, dando
a la narración una mayor sensación de poemario. Al menos yo, lo he leído así:
como si se tratase de un poemario que quisiera mostrar cómo es la vida en una
pequeña comunidad del Medio Oeste Americano, en la que viven personas austeras
y azotadas por un clima extremo. Si bien los cinco relatos están escritos de
forma muy bella, la prosa de Gass brilla especialmente en esta última
narración.
Como conclusión, podría apuntar que
casi siempre considero que la narrativa norteamericana, sobre todo la breve, es
de factura clara y de imágenes y escenas nítidas, pero que, tras su aparente
sencillez, sus mejores escritores saben extraer verdades hondas de la vida. Un
escritor como William H. Gass rompe con esta idea, porque frente a la nitidez
de otros, él tiende a desdibujar las escenas creadas y a cargarlas de
ambigüedad, una ambigüedad que ha llegado a desconcertarme en algún momento,
aunque en otros también me ha emocionado y me ha hecho disfrutar mucho. La
prosa de Gass, en cualquier caso, es muy bella, y diría que más que alma de
narrador tiene alma de poeta.
Por ahora le leído dos de los cinco
libros que ha editado La Navaja Suiza y creo que su apuesta se caracteriza por
elegir una literatura de calidad y exigente con el lector. Espero que le vaya
muy bien a La Navaja Suiza, necesitamos muchas apuestas como ésta.
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