lunes, 30 de mayo de 2011

Cazadores, por Marcelo Lillo

Editorial Mondadori. 226 páginas. 1ª edición de 2008 y 2009. Este libro de 2010.

Hace menos de un año, a comienzos del curso académico que ahora termina, en septiembre de 2010, leí El fumador y otros relatos (reseña AQUÍ), primer libro de Marcelo Lillo publicado en España, en la editorial Caballo de Troya (2008). En 2010 la editorial Mondadori (hermana mayor de Caballo de Troya) relanzó los cuentos de Lillo en este volumen titulado Cazadores, que la solapa presenta como una selección de cuentos de El fumador y otros relatos y del segundo libro de relatos de Lillo, inédito en España, Gente que baila sola. No tengo a mano el libro de El fumador y otros relatos para comprobarlo, pero yo diría que los relatos contenidos en Cazadores no son una selección de aquel libro sino un compendio, puesto que no echo en falta ningún relato del primer libro en el segundo. No sé si Cazadores elimina algún relato de Gente que baila sola, pero me inclino a pensar que en realidad reúne los cuentos de ambos libros.

Me impactó El fumador y otros relatos y me apetecía seguir con los cuentos de Lillo. He vuelto a releer las páginas leídas hace menos de un año, y no sé si será porque el formato de Mondadori es más atractivo que el de Caballo de Troya o por mi predisposición al libro, pero he de decir que más de uno de los relatos de El fumador y otros relatos ha cobrado ahora más fuerza que entonces. Los tres primeros, Hielo, El fumador y La felicidad me han parecido fantásticos; ya me gustaron en su momento, pero me han vuelto a emocionar y dejar helado con mayor intensidad. Son tres obras maestras del género, que se convertirán, durante los próximos años, en imprescindibles dentro de las antologías del relato hispanoamericano.
Incluso un cuento que no me acabó de convencer entonces, La cita, ahora ha conseguido hacerlo. En él, un hombre adulto recibe la llamada telefónica, en el lugar donde trabaja, de una mujer mayor que dice ser su verdadera madre, a la que él no conoce, y quedan en un bar. No sabía en ese momento que éste es un relato que recoge un hecho autobiográfico de Lillo.
Y me ha dejado helado ahora con más intensidad que entonces Diente de León, donde un hijo va a recoger a su padre que sale de la cárcel tras haber violado a un niño.

Los cuentos no leídos, los pertenecientes al libro Gente que baila sola, son 9. En el primero, Apaga la luz, más que la voz de Carver (presente de un modo obsesivo en estos relatos) me ha parecido toparme directamente con el eco de Chejov, en un cuento en el que una pareja madura está a punto de romper su relación tras muchos años de convivencia.

En el segundo cuento, Noche de reyezuelos, el más largo de este volumen, Lillo abandona sus personajes habituales: los miembros de la familia, padres e hijos, marido y mujer, para acercarnos a la vida marginal de tres adolescentes bravucones. Un buen relato de aprendizaje vital.

Si bien en los cuentos de El fumador y otros relatos la técnica constructiva de Lillo se basaba en crear una atmósfera gélida y opresiva y mostrarnos un momento epifánico de sus personajes, en los cuentos de Gente que baila sola algunas de las narraciones dependen de una técnica narrativa más antigua: el dato oculto que saltará en las páginas finales como sorpresa. Bajo esta premisa está construido el tercer relato Lavanda, sobre un profesor mayor que visita, después de muchos años, a su novia de juventud. La sorpresa final nos dejará tan helados como si, en vez de un cuento realista, Lavanda fuese un cuento de horror y en la última página viésemos al monstruo.
Con esta técnica del dato oculto está también construido el cuento Hablando de ballenas, sobre los problemas de un matrimonio y su relación con sus hijos pequeños. Este cuento contiene alguna de las escenas más bellas del conjunto. Y el último cuento, Gente que baila sola, también nos elude una información fundamental que será revelada al final, y así podremos penetrar en las claves del comportamiento distorsionado de una familia, la relación de la madre con su hijo mayor y con el pequeño.

En La enfermedad Lillo abandona a sus característicos personajes de clase baja o media-baja para acercarnos a un adolescente privilegiado económicamente que toma contacto con la pobreza y la desgracia materializada en la vida de un profesor que admira. Un gran cuento sobre la vocación literaria.

Los pobres no pueden esperar, donde Lillo recrea la vida sin alicientes de un homosexual mayor, quizás sea el cuento más efectista del conjunto. Me han parecido un tanto exagerado el contraste entre los sueños del protagonista y la brutalidad de la situación a la que se enfrenta. Aunque también me ha recordado a los cuentos como tajos de Rubem Fonseca.

En otros cuentos aparece la figura del alcohólico como símbolo de la derrota, en el tristísimo ¿Hasta cuándo crees que voy a amarte? y en Cazadores, donde leemos: “No es que fuera un alcohólico, pero el licor era la única manera de no pensar en otras cosas” (pág. 203)

El lenguaje sigue siendo conciso, helador, con frases de existencialismo negativo (“La vida era un asco, además de un círculo y la máxima expresión del sinsentido”, pág. 217), y el resultado es conmovedor, inquietante.

Cazadores es un libro que ningún aficionado al género del relato debería perderse. En realidad, un libro que ningún aficionado a la literatura debería perderse.

lunes, 23 de mayo de 2011

En el condado de Grouse, por Tom Drury

451 Editores. 385 páginas. 1ª edición de 1994. Ésta de 2011.
Traductor: Javier Ortiz.

Hace poco más de un año hablé en el blog (Aquí) de Tom Drury (Iowa, EE UU, 1956) y de su primera novela traducida al español, La región inmóvil, que en realidad era su cuarta novela, publicada en 2006. Me entretuvo leerla, pero quizás los halagos que acompañaban a la contraportada me parecieron, entonces, un tanto exagerados. La región inmóvil combinaba varios géneros: el del costumbrismo norteamericano, el negro, el de fantasmas… y quizás, aunque las intenciones fuesen interesantes y arriesgadas, el resultado era un tanto disperso.

Hace unas semanas el encargado de promoción de 451 editores me envió un correo electrónico, en el que me decía que se había encontrado con mi reseña de La región inmóvil en la red y me comentaba que al día siguiente Tom Drury iba a estar en España presentando otra novela que sacaba con ellos, En el condado de Grouse. El encargado de promoción de 451, amablemente, me ofrecía el envío gratuito de esta novela. La presentación de la obra de Drury se iba a celebrar durante la Noche de los Libros en Madrid, ya lo había leído en el programa y había sopesado la idea de asistir. Pero la decliné y me decidí por otra propuesta. Me arrepentí, sin embargo, de no ir a escuchar a Tom Drury. Me equivoqué este año al elegir mi actividad de la Noche de los Libros: una charla supuestamente literaria en la que no se habló de literatura y no se citó a ningún escritor. Y me he arrepentido más de no ir a ver a Drury esa noche ahora que he leído este segundo libro suyo, En el condado de Grouse, y mi apreciación de él como escritor ha subido bastantes enteros.

La verdad es que me agradó la propuesta de 451 de leer su libro, pero a la vez me produjo una ligera sensación de alarma. Sé que más de una editorial regala libros a los blogs literarios, como una nueva forma de promoción de sus productos, lo que me parece correcto. Yo, hasta ahora, no he solicitado ningún libro a ninguna editorial para leerlo gratis; primeramente por pudor, por miedo a que mi blog les parezca demasiado insignificante; en segundo lugar porque si lo acepto y me lo envían, imagino que se esperarán una reseña elogiosa, y no hacerlo podría ser de mala educación; y en tercer lugar porque no me importa gastarme el dinero en comprar libros y apoyar así al mundo editorial.
Comenté con el encargado de promoción de 451 alguna de mis inquietudes, y a él le pareció bien que pusiera a parir al libro (literalmente) si lo consideraba oportuno.
Afortunadamente el libro me ha gustado bastante y sus méritos literarios me han parecido más que notables.

Y después de esta perorata, la reseña:

En el condado de Grouse (1994) es en realidad la primera novela de Tom Drury, cuyo título original es The end of vandalism y en un principio apareció por entregas, a comienzos de los 90, en The New Yorker Magazine, con gran éxito de público y crítica; la revista Granta eligió a Drury entonces como uno de los mejores escritores norteamericanos menores de 40 años.

En el condado de Grouse sitúa su acción en unos pueblos, de nombre inventado, del Medio Oeste americano. Así que en menos de un mes, vuelvo a la América profunda que nos proponía Charles Baxter en su Saul y Patsy. Si bien esta última novela podríamos encuadrarla en las de peripecia y desarrollo psicológico de los personajes, con un esquema clásico de presentación, nudo y desenlace, muy bien resuelto, con En el condado de Grouse nos encontramos ante una novela coral (al final del libro existe una lista con el nombre y la profesión de 67 personajes), donde asistimos al desarrollo de pequeñas vidas, acaecidas en este condado ficticio del Medio Oeste, a principios de la década de 1990, y durante un periodo de unos dos años.

Si en Saul y Patsy Baxter, en tercera persona, nos acercaba a la evolución psicológica de sus dos personajes principales, a raíz de un cambio traumático que tiene lugar en sus vida, en En el condado de Grouse Drury nos presenta a sus numerosos personajes cruzándose en las calles y caminos de la región que ha inventado, sin ningún tipo de esquema novelístico cerrado como el planteado por Baxter. Más bien Drury nos narra las vidas minúsculas de los habitantes del condado de Grouse como si escribiese cuentos entrelazados, con esa técnica minimalista que tan bien se les da a los escritores norteamericanos, centrándose en detalles nimios de los que se desprende una gran fuerza poética. La novela está plagada de momentos epifánicos, en la mejor tradición de Raymond Carver o John Cheever.

En cualquier caso, no todos los personajes que pueblan el condado de Grouse tienen la misma importancia en la narración. Entre ellos destacan el triangulo formado por el sheriff Dan Norman, la que será su mujer, la trabajadora de la tienda de fotografías, Louise Darling, y un delincuente insignificante, Tiny Darling, que es la pareja de Louise hasta que ésta le deja para iniciar una relación con el sheriff Dan.

En las solapas de 451, los editores insisten en unir el mundo de Drury al de las películas de los hermanos Cohen, y posiblemente tengan razón. En En el condado de Grouse llega a citarse la ciudad de Fargo (página 63), pero en realidad, si de comparaciones cinematográficas se trata, a mí este libro me ha recodado más al mundo de la serie que en España se llamó Doctor en Alaska. En ella un médico (un personaje externo) hacía de centro narrativo de la vida en una remota región de Alaska, y en esta novela el sheriff del condado, aunque personaje interno, hace también de nexo narrativo entre las personas de los diferentes pueblos que forman el condado.
También, siguiendo con mi comparación, la fuerza de este libro como la de aquella serie, se basa en mostrarnos la vida de personajes peculiares y en ambas se dibujan bastantes imágenes  poéticas, con algún toque surrealista.

En algún momento llegué a pensar en la forma narrativa de El Jarama, la novela de Sánchez Ferlosio, pero acabé desestimando esta comparación. En la novela de Ferlosio el tiempo narrativo sí que es puramente cinematográfico (apenas unas horas) y en En el condado de Grouse transcurren unos dos años. Es cierto que los personajes de la novela de Drury suelen definirse por sus acciones o sus palabras, y que el narrador omnisciente rara vez usa para sus personajes expresiones como “pensó”, “recordó”, aunque sí existen, como no ocurría en la novela de Ferlosio.
Hay otro detalle que, a pesar de la fuerza de las imágenes creadas por Drury, hace que la novela no sea puramente cinematográfica, y es que cuando se presenta a un personaje el narrador nos pone al corriendo de más de una anécdota que le caracteriza, y esto en una película implicaría el uso de continuos e incómodos, supongo, flashbacks cada vez que alguien entra en escena.

El lujo de los detalles que caracterizan las vidas de los habitantes de este condado de Grouse es realmente apabullante, creando Drury una dinámica muy rica y poética en su novela, con ligeros tintes surrealistas. Así se describe una vivienda en la página 72: “Era una casa prefabricada que habían instalado allí hacía un tiempo y que estaba totalmente fuera de lugar (…) Hacía años que no la pintaban y por alguna extraña razón una barbacoa oxidada presidía la casa desde lo alto del tejado”.
En la página 79 Louise visita al criador de caballos Jack White, y leemos lo siguiente:”El problema era que alguno de los caballos había empezado a andar hacia atrás”.

Y las páginas avanzan con fluidez, cada vez más implicado el lector en la descripción de estas vidas, sólo en apariencia monótonas y siempre un poco dislocadas de la realidad, donde el peso de las estaciones, del calor y sobre todo del frío, tanto pesa sobre el carácter de las personas. Una narración muy rica en matices, con una complicada e inteligente construcción, que crea hermosos momentos poéticos, y destapa el misterio que esconde cualquier vida.
“Las bengalas silbaron y emitieron una luz roja opaca. Joan se arrodilló y Tiny hizo lo mismo con los corderos a su vera. El resplandor rojizo cubrió toda la escena. Joan supo entonces que, sin importar cuánto tiempo viviera o cuándo Tiny y ella separaran sus caminos, nunca olvidaría aquel momento”. (pág. 381), y así, entre los enigmas insoldables de lo cotidiano continúa la vida.

Ahora sí que estoy de acuerdo con las solapas de los libros de 451 (cuyo nuevo diseño de portadas me gusta, por cierto, bastante más), cuando afirman que Tom Drury es uno de los grandes talentos ocultos de la narrativa norteamericana.

martes, 17 de mayo de 2011

El prisionero de la avenida Lexington, por Gonzalo Calcedo

Editorial Menoscuarto. 204 páginas. 1ª edición de 2010.

Desde hace algún tiempo me venía encontrando con el nombre de Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) como referente actual de la narrativa breve en España. Sólo una vez ha abandonado este formato, para escribir la novela La pesca con mosca (Tusquets, 2003), y ha publicado ya 14 libros de relatos. El último de ellos es El prisionero de la avenida Lexington, formado por 10 narraciones, ambientadas en la ciudad de Nueva York o alrededores.

Quizás lo primero que llama la atención de este conjunto de relatos sea esa unidad geográfica, que en algún momento de abstracción me hacía pensar en el libro de un cuentista norteamericano traducido y, entonces, no encajaban los diálogos con giros y frases hechas puramente españoles y que no se suelen usar al traducir, expresiones como: “Hablas más que un lorito” (pág. 14), “Den la lata y les abrirán” (pág. 31). Esto que apunto no es ningún demérito del libro, ya que la mayoría de estos cuentos, por su factura, su profundidad psicológica y lo ajustado de sus resortes, bien podrían pasar por los de más de un notable contador de historias norteamericano. Se percibe en ellos, en definitiva, la admiración de Calcedo por D. J. Salinger, Raymond Carver, John Cheever o Tobias Wolff. Es curioso, en todo caso, ese deseo de narrar Nueva York, una ciudad que aparece reflejada más como un escenario mental que realista, unas coordenadas sobre las que dibujar historias universales: la soledad, la falsedad, las relaciones familiares…

Las críticas que había leído en Internet y en prensa sobre este libro eran muy buenas, más de una apuntaba que éste era el mejor libro de Calcedo y lo tomé con grandes expectativas, que quizás quedaron defraudadas (momentáneamente) al leer el primer cuento, Audiencia con el rey Wiko Boo III, acerca de la relación entre una madre y una hija, y que tras acabar el libro me ha parecido el menos logrado de todos. No es que sea un mal relato en absoluto, pero no brilla tanto como lo hacen muchas otras piezas del conjunto. Digamos que tras 14 libros de cuentos Calcedo ha decidido saltarse una de las reglas no escritas que los cuentistas comparten con los músicos: pon la mejor canción o el mejor relato el primero, por si alguien quiere leer uno de muestra, de pie en la librería o en los asientos de la Fnac de Callao (como hago yo), y que esa lectura le decida a comprar tu libro.
Aunque quizás, pensé más tarde, Calcedo ha querido colocar este cuento el primero como antesala temática del libro: el rey Wiko Boo III no es ningún rey, o si lo es su título no se corresponde con ninguna grandeza. Así como las aspiraciones y la imagen que la madre de este relato quiere transmitir de sí misma sobre los demás tampoco se corresponden con su persona, marcando así la puerta a un mundo formado por seres que aparentan ser otra cosa, como el protagonista del cuento El bailarín, un impostor que se cuela en fiestas a las que no ha sido invitado(en la página 89 podemos leer este diálogo: “-La verdad resta emoción a las cosas / –En eso tienes razón. En la alta política la verdad es un estorbo. La verdad es para los pusilánimes” dialogo que nos transmite el juego literario sobre las verdades y mentiras de los personajes); o personas que sufren por no pertenecer al grupo social-económico adecuado, como le ocurre a David, el niño protagonista del tercer cuento, El gato negro, que “había percibido el menosprecio de algunos compañeros del colegio con chófer” (pág. 49).

El segundo cuento, Suburbio, sobre la soledad de una mujer mayor me conquistó de forma inmediata, y desde aquí me empecé a preguntar por qué ese no era el que abría el libro. Muy conseguido el juego entre la primera y la segunda historia (por seguir el modelo del iceberg del que hablaba Hemingway).

El relato que da título al libro, El prisionero de la avenida Lexington, sobre la soledad de un niño y de un maduro profesor, unidos por un pequeño detalle casual, me ha parecido muy bello.

Liberar París parece, a diferencia del resto, ambientado en una época diferente de la actual, que podría ser la década del 60 ó el 70 del siglo XX, tiempo marcado por la presencia de una máquina de escribir. Un relato sobre el fracaso del sueño de escritor que contagia toda la vida del protagonista y le lleva a su fracaso matrimonial. Éste es prácticamente el único relato que depende de un hecho concreto, de una casualidad o peripecia usada en la narración; mientras que el resto son más relatos de ambiente, que muestran, como hace D. J. Salinger, en sus Nueve cuentos, un momento concreto de la vida de los protagonistas, y del que se desprende una visión más amplia y compleja de ellos (epifanía narrativa).

Me ha gustado mucho el cuento Salvajes de Borneo, donde una joven, contratada para limpiar los restos de una fiesta en casa de unos ricos, consigue al final, imaginar desde fuera cómo puede ser envejecer.

La composición de El árbol se basa en la connotación. Un hombre une su vida y la relación con su hijo a la evolución de un árbol que plantó en una casa que ya no habita. El recurso me ha recordado, aunque con intenciones diferentes, al cuento La balada del álamo carolino de Haroldo Conti.

Me gustaría destacar también el gran trabajo que el autor ha llevado a cabo al elaborar los detalles que perfilan a los personajes secundarios. Salvo quizás la duda inicial que he tenido con el primer cuento, el conjunto es realmente notable, y destacaría de él la sabia utilización de los recursos tradicionales del relato moderno norteamericano, dando luz a vidas aparentemente anodinas, que se transforman en poéticas gracias a la mirada que Calcedo posa sobre ellas.

viernes, 13 de mayo de 2011

Saul y Patsy, por Charles Baxter

Editorial RBA. 335 páginas. 1ª edición de 2003, ésta edición de 2004.

Ya he hablado en el blog (agosto de 2009) de Charles Baxter (Minnesota, EE.UU., 1947); en aquel momento comenté su excelente novela El festín del amor (2000). Ahora me ocupo de su siguiente obra, Saul y Patsy (2003).

Si El festín del amor lo encontré en la feria del libro antiguo y de ocasión de Recoletos en Madrid (ahora mismo está otra vez), de saldo, por 4 euros, Saul y Patsy ha llegado a mí de una forma parecida, aunque quizás más azarosa: durante el último verano estuve dos semanas en Tenerife, y por la calle de detrás del hotel pasé ante una papelería que vendía objetos de playa. En la entrada tenía un cajón con libros. Imaginé que nada interesante podía encontrar allí, pero aún así la curiosidad del lector, del buscador o del coleccionista pudo conmigo: diversos saldos a 3 y 5 euros; y entre libros extraños y faltos de atractivo, me topé con este Saul y Patsy, nuevo, por 5 euros.

La historia de Saul y Pasty parte, al menos (que yo conozca), de dos relatos previos de Baxter, el primero sería Saul y Patsy empiezan a sentirse a gusto en Michigan, perteneciente al libro Viaje de invierno (1985) y el otro se llama Saul y Patsy are in labor, perteneciente al libro Believers (1997), incompresiblemente no traducido al español y que yo compré hace años en un viaje a Londres.
Saul y Pasty toma la historia y los personajes de esos dos relatos y desarrolla sus ideas, dando más vida al conjunto, hasta conseguir levantar una novela. Algunos de los acontecimientos narrados en Saul y Patsy sabía que habían pasado ya por mi mente. Ahora, hojeando estos dos relatos, creo que Saul y Patsy empiezan a sentirse a gusto en Michigan es casi el comienzo calcado de la novela Saul y Pasty, y en Saul y Patsy are in labor se nos muestra el conflicto que va a dar lugar al nudo argumentativo de la novela (tenía las imágenes en la cabeza y no recordaba para nada haber leído esas páginas en inglés. Recordatorio personal: tengo que volver a leer algo en inglés).

La verdad es que Charles Baxter no me parece muy bueno poniendo títulos a sus novelas, El festín del amor suena cursi y Saul y Patsy anodido. Creo que el título de esta última novela es debido a que Saul es un nombre judío y Patsy un nombre protestante, un típico nombre de WASP. Imagino que Baxter dentro de sus coordenadas mentales norteamericanas quería resaltar esa característica de la pareja.

Saul y Pasty son un joven matrimonio norteamericano urbanita, que por idealismo se han instalado en el Medio Oeste, en la pequeña ciudad de Five Oaks (Michigan). Aquí Saul ha conseguido un trabajo de profesor en un instituto y Pasty se empleará en una sucursal bancaria local. La novela nos va describiendo la vida cotidiana de esta pareja en un entorno rural aislado, que en algún momento parece tornarse amenazante.
El comienzo de la novela es lírico, moroso en su descripción de la vida en Five Oaks, con pequeños detalles que nos hacen percatarnos, por ejemplo, del sentimiento paranoico de Saul ante un posible rechazo de los demás por ser judío.
Saul tiene que dar en el instituto el curso de Lengua Inglesa para rezagados. En esta clase entrará en contacto con Gordy, un chico poco inteligente que apenas sabe escribir, y que parece odiarle. Gordy (como ya leí en el cuento Saul y Patsy are in labor) empieza a merodear por el patio de Saul y Patsy. La primera aparición de Gordy en la casa está cargada de presagios funestos, de tintes góticos, ya que coincide con una tormenta que se está acercando: “Saul entró en la casa y fue de un lado a otro a toda prisa, cerrando ventanas y apagando luces, y cuando regresó a la puerta principal para cerrarla, vio la alta y demacrada aparición de su alumno Gordy Himmelman en el jardín, de pie e inmóvil como una emanación de la tierra y las piedras de los campos” (pág. 108).
Hasta este momento la novela también tenía en algunos puntos un aire onírico, sobre todo por la aparición cerca de la casa de una cierva albina, que Saúl siente como una señal (pág. 70).

Gordy se aficionará a aparecer por el jardín de Saul y Patsy aparentemente sin ningún propósito definido. “Toda pareja tiene algo raro en su vida que debe aceptar (…) Gordy es nuestra rareza”, opina Patsy en la página 134.
Una característica de Gordy, que marca el punto de vista de Saul sobre él, es el hecho de que un día le estaba esperando en su clase con unas palabras escritas en la frente: “Mad in USA”, y Saul no sabe si ha querido escribir “loco o hecho en América”. Este hecho aparentemente trivial marca gran parte del contenido del libro.
En esta novela Baxter reflexiona sobre la naturaleza del amor en una pareja y sobre la institución de la familia, como los grandes narradores norteamericanos, pero también lo hace, transcendiendo este ámbito, de la sociedad en la que vive. Una sociedad donde un chico puede ser “hecho” o “loco” en América indistintamente.
No hay en toda la novela (publicada en 2003) una sola referencia a los atentados del 11-S, pero su peso se deja sentir en sus páginas: en el pánico ante el terrorismo de la clase media, agresiva en sus coches parecidos a tanques (en la página 206 se habla del “barrio residencial en guerra”), en un mundo global donde las fábricas dejan las pequeñas ciudades como Five Oaks para instalarse en “algún puñetero lugar húmedo donde la gente trabajaba por diez centavos la hora” (pág 240). Y la educación, el motor romántico que llevó a Saul y Patsy al campo para que él pudiera ser profesor de un instituto pequeño, parece peligrar, tornándose inútil.
Gordy se suicidará en el jardín de Saul y Pasty, y los chicos de la zona empezarán a rendirle un extraño culto, relacionado con el estilo gótico, que pasará por un hostigamiento a la pareja, a la que culpan de su muerte. Unos chicos hechos o locos en América, para los que por encima de la educación reglada funciona con más fuerza el razonamiento medieval, la faceta mágica (pág. 303).

Si sobre El festín del amor escribí que se notaba (sin que esto constituyera un demérito) que Baxter provenía del relato breve y armaba su novela a base de capítulos que parecían relatos cortos, en Saul y Patsy domina a la perfección la técnica novelística. Los personajes principales son los dos del título, sobre los que el narrador posa casi siempre su mirada, pero este universo se expande hacia otros personajes: la madre de Saul, Delia, el hermano de Saul, Howie, o algunos adolescentes del pueblo.

La tensión narrativa está muy bien dosificada (ayer leí las 90 últimas páginas con adicción creciente: necesitaba saber cómo acababa) y Saul y Patsy es una gran novela de la nueva narrativa norteamericana. Creo que RBA ha vuelto a reeditar El festín del amor. Es una pena que libros de la calidad de Saul y Patsy acaben en los mercadillos como saldos sin encontrar a sus posibles lectores. Como es una pena que un libro como Believers, con unos relatos y una novela corta estupendos, no esté traducido a nuestro idioma.

martes, 3 de mayo de 2011

Cuentos completos, por Fogwill

Editorial Alfaguara. 458 páginas. Textos originales de 1974-2002. Ésta edición de 2011.

En febrero de 2005 (acabo de consultar mis anotaciones) leí Cantos de marineros en La Pampa un volumen que contenía una novela, Los pichiciegos, y 8 cuentos de Fogwill (Buenos Aires 1941-2010), y, que si no me equivoco, supuso en 1998 la introducción editorial -a cargo de Mondadori- de este autor en España.
Había oído hablar de Fogwill por entonces en suplementos culturales. Recuerdo alguna entrevista en el Babelia de El País, donde Fogwill se despachaba con desparpajo hablando de su mundo literario, sin frenarse ante el ajeno. Fogwill, que se ganó la vida como publicista, era famoso por ser un polemista dentro del, habitualmente, agitado panorama literario argentino. Son famosas sus reacciones iracundas ante al concesión del premio Planeta Argentina a la obra Plata quemada de Ricardo Piglia.

Cuando en 2005 leí el volumen citado, Cantos de marineros en La Pampa, la literatura de Fogwill me pareció técnicamente correcta, pero terriblemente fría. Los pichiciegos no llegó a emocionarme y mi recuerdo de los 8 cuentos es irregular, algunos me gustaron sin grandes aplausos, y otros me aburrieron.

Dicho lo anterior, hace unas semanas, paseando por los puestos de libros de segunda mano de la Cuesta de Moyano, me encontré con estos Cuentos completos de Fogwill, editados por Alfagurara. Ya había visto este libro en otra visita a las mesas de novedades de la Fnac de Callao, y he de decir que me interesó: las ediciones de cuentos completos de Alfaguara me parecen volúmenes valiosos, y tengo en mente leer en el futuro el de los Cuentos completos de Juan Carlos Onetti, y me gustaría también releer en esta edición (en su momento lo hice en la de Alianza) los cuentos de Julio Cortázar. Además el libro de la cuesta de Moyano estaba nuevo, y lo identifiqué como esos libros que las editoriales envían a los medios especializados con la esperanza de que los reseñen, y muchos de ellos son vendidos a los libreros de segunda mano (imagino que por un par de euros) sin haber sido abiertos. El precio en la Fnac era de 20 euros, y el de Moyano 12. Que no sufra Alfaguara, el periodista cultural al que le enviaron el libro no se lo leyó y no hizo la reseña deseada, pero haré yo -de forma más desbordante, más desorganizada- este trabajo en su lugar.

En su breve e interesante prólogo, Elvio E. Gandolfo afirma que “esta es una antología de media docena de autores muy distintos que tienen un solo nombre de marca: Fogwill (…) que contiene seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina”. Creo, una vez leído el libro, que ambas afirmaciones de Gandolfo son correctas.

Fogwill, antes de que el libro se entregue a los cuentos, escribe una pequeña nota en la que nos dice que en realidad éste no es un volumen con todos sus cuentos, sino con los que él considera que merecen la pena de su producción, cantidad que ha llegado al número de 21. Además nos comenta que el orden cronológico está sacrificado a favor de “un orden de tonalidades y efectos”.

Abre el libro el cuento Dos hilitos de sangre, una extraña historia surrealista sobre alguien que nos narra su experiencia con taxistas bonaerenses a los que les corre un hilillo de sangre por la nuca. Me llamó la atención positivamente el hecho extraliterario de que durante gran parte del relato la calle por la que circulan sea la de Paraguay, donde estaba ubicado el hotel en el que me alojé durante mi visita a Buenos Aires hace dos años. Pese a esta buena disposición hacia un territorio físico y literario reconocible temí que mi impresión no fuese a cambiar desde la lectura de Cantos de marineros en La Pampa, que fuese a pensar que la narrativa de Fogwill era técnicamente correcta, pero fría y en algunos casos aburrida.

No mejoró mis expectativas el siguiente cuento, Reflexiones, otra narración con tendencia al surrealismo y la dispersión, sobre un amor desgraciado.

Las cosas cambian para mí a partir del tercer cuento, Otra muerte del arte, donde se narra una historia, que empieza como una parodia a Horacio Quiroga, y que da pie a varios desarrollos diferentes según la voluntad del narrador. Un interesante juego literario que prefigura en apenas 14 páginas casi toda la narrativa que vendrá después con César Aira. Este relato es casi un juego personal con el discípulo de Fogwill, Aira, quien parece haber recibido la antorcha de la polémica en la literatura argentina. De hecho, Fogwill hace comparecer a Aira en este relato: “Cuando Arturo Aira lo puso al corriente de las distintas variantes que había adoptado mi relato de Pablo, César Carrera me escribió desde Paris (…)” (pág. 45)

Efectos personales, cuarta composición, es un relato corto de apenas 3 páginas, donde se juega a la libre asociación de ideas, y que tampoco ha conseguido conquistarme.

Me gusta más el quinto, La cola, una reflexión realista, casi en tono de crónica periodística, sobre la muerte de Eva Perón. Aquí ya se anuncia eso que apuntaba Gandolfo en el prólogo: este libro contiene a más de un autor.
Dos relatos consecutivos, Efectos personales y La cola, completamente opuestos en su concepción.

Y con el sexto cuento, Japonés, Fogwill empieza seriamente a conquistarme. Y es curioso porque éste era de los 8 cuentos incluidos en Cantos de marineros en La Pampa, y no lo recordaba con especial placer. Japonés es un cuento de barcos y una historia de fantasmas marineros, muy conseguida en cuanto al manejo de un vocabulario específico (el marinero, en este caso, y esto me ha recordado a los cuentos de Haroldo Conti), la creación de personajes y atmósferas, y un gran desarrollo final.

En general, teniendo en cuenta que el libro tiene 458 páginas, y hay en él 21 cuentos, estos son de extensión larga, de unas 25-30 páginas, llegando a parecer en algunos casos novelas cortas. Una distancia que me suele gustar bastante (pienso en los cuentos largos de Tobias Wolff, Richard Ford o John Cheever)

A Japonés le siguen tres cuentos de intenciones similares: La chica de tull de la mesa de enfrente, La larga risa de todos estos años y Muchacha Punk; los 3 tratan sobre la seducción, sobre el sexo, y está especialmente lograda la composición, como la historia principal se mueve sobre una historia de fondo, donde destacaría el poso político de La larga risa de todos estos años, uno de los mejores cuentos del conjunto, y, como decía Gandolfo, una de las obras maestra de la cuentística argentina.

A estas alturas mis dudas sobre la narrativa de Fogwill se han disipado. Por un lado encuentro acertada (y también pomposa) una de las citas de la contraportada: “La de Fogwill es una inteligencia superior, y por lo tanto un poco inhumana: como si se tratara de la inteligencia de una divinidad o de un alienígena, siempre un poco más allá de la capacidad de compresión del resto de los mortales” (Daniel Link). Y observo esto que apunta Link en una mirada de Fogwill desapasionada, irónica, burlona sobre los personajes, y en muchas ocasiones sobre su propia narrativa, con continuos cuestionamientos sobre la naturaleza de lo narrado; como podemos observar en este párrafo:
“Ahora Alberto odia a Córdoba y al juez; tal vez me odie también a mí. (se refiere al narrador)
Pero la narrativa se ejecuta mediante decisiones lógicas, decisiones sintácticas y decisiones gramaticales” (pág 380, del cuento Sobre el arte de la novela. Éste es un cuento inédito hasta este libro, y es un cuento estupendo, con al menos dos historias diferentes dentro).

En todo caso, hay en el conjunto un cuento que me ha emocionado de veras, Luz mala: la evocación que hace un hombre mayor de su iniciación en el sexo y los misterios de la familia y la vida, con el paisaje de fondo del campo argentino.

Destaco también el cuento político La liberación de unas mujeres, por su ejecución precisa y trepidante.

Me ha parecido muy bueno el cuento de terror Los pasajeros del tren de la noche, donde unos soldados, que podrían estar muertos, regresan a su pueblo.

Recuerdo que cuando lo leí por primera vez en 2005 me aburrió algo el largo cuento Cantos de marineros en La Pampa, pero en esta relectura he apreciado su sabia construcción coral, y su recreación del mito gaucho de la Pampa (la Pampa es para el argentino como el mar para los ingleses, en palabras de Borges). Parecido, recreando un lenguaje preciso, destacaría por similitud, con este cuento, el titulado Música, construido con la jerga propia del hampa uruguaya.

Me han gustado menos el cuento Help a él, una parodia de El Aleph de Borges, donde, en este caso, la sensación de totalidad o de Aleph es alcanzada mediante el consumo de drogas. Una intención parecida sostiene la construcción de Restos diurnos. En estos dos cuentos la confusión atribuida al mundo de las drogas domina la narrativa, y el relato da vueltas sobre sí mismo. Es este otro de los cuento que me ha gustado menos.

En Camino, campo, lo que sucede, gente Fogwill vuelve a ser otro escritor, y crea un relato social, casi de corte naturalista, que me ha recordado, como Japonés, a alguno de los de Haroldo Conti.

Me han cautivado las imágenes dibujadas en Lo cristalino, cuento protagonizado por un pintor. Y cierra el volumen una composición de juventud, Memoria de paso, que recrea, desde una perspectiva sudamericana, y con gran maestría, el mito del Orlando de Virginia Woolf.

Como conclusión suscribiré las palabras del prologuista, Elvio E. Gandolfo, y que copio aquí de nuevo: “esta es una antología de media docena de autores muy distintos que tienen un solo nombre de marca: Fogwill (…) que contiene seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina”.
Tal vez debería releer ahora Los pichiciegos.