lunes, 30 de mayo de 2011

Cazadores, por Marcelo Lillo

Editorial Mondadori. 226 páginas. 1ª edición de 2008 y 2009. Este libro de 2010.

Hace menos de un año, a comienzos del curso académico que ahora termina, en septiembre de 2010, leí El fumador y otros relatos (reseña AQUÍ), primer libro de Marcelo Lillo publicado en España, en la editorial Caballo de Troya (2008). En 2010 la editorial Mondadori (hermana mayor de Caballo de Troya) relanzó los cuentos de Lillo en este volumen titulado Cazadores, que la solapa presenta como una selección de cuentos de El fumador y otros relatos y del segundo libro de relatos de Lillo, inédito en España, Gente que baila sola. No tengo a mano el libro de El fumador y otros relatos para comprobarlo, pero yo diría que los relatos contenidos en Cazadores no son una selección de aquel libro sino un compendio, puesto que no echo en falta ningún relato del primer libro en el segundo. No sé si Cazadores elimina algún relato de Gente que baila sola, pero me inclino a pensar que en realidad reúne los cuentos de ambos libros.

Me impactó El fumador y otros relatos y me apetecía seguir con los cuentos de Lillo. He vuelto a releer las páginas leídas hace menos de un año, y no sé si será porque el formato de Mondadori es más atractivo que el de Caballo de Troya o por mi predisposición al libro, pero he de decir que más de uno de los relatos de El fumador y otros relatos ha cobrado ahora más fuerza que entonces. Los tres primeros, Hielo, El fumador y La felicidad me han parecido fantásticos; ya me gustaron en su momento, pero me han vuelto a emocionar y dejar helado con mayor intensidad. Son tres obras maestras del género, que se convertirán, durante los próximos años, en imprescindibles dentro de las antologías del relato hispanoamericano.
Incluso un cuento que no me acabó de convencer entonces, La cita, ahora ha conseguido hacerlo. En él, un hombre adulto recibe la llamada telefónica, en el lugar donde trabaja, de una mujer mayor que dice ser su verdadera madre, a la que él no conoce, y quedan en un bar. No sabía en ese momento que éste es un relato que recoge un hecho autobiográfico de Lillo.
Y me ha dejado helado ahora con más intensidad que entonces Diente de León, donde un hijo va a recoger a su padre que sale de la cárcel tras haber violado a un niño.

Los cuentos no leídos, los pertenecientes al libro Gente que baila sola, son 9. En el primero, Apaga la luz, más que la voz de Carver (presente de un modo obsesivo en estos relatos) me ha parecido toparme directamente con el eco de Chejov, en un cuento en el que una pareja madura está a punto de romper su relación tras muchos años de convivencia.

En el segundo cuento, Noche de reyezuelos, el más largo de este volumen, Lillo abandona sus personajes habituales: los miembros de la familia, padres e hijos, marido y mujer, para acercarnos a la vida marginal de tres adolescentes bravucones. Un buen relato de aprendizaje vital.

Si bien en los cuentos de El fumador y otros relatos la técnica constructiva de Lillo se basaba en crear una atmósfera gélida y opresiva y mostrarnos un momento epifánico de sus personajes, en los cuentos de Gente que baila sola algunas de las narraciones dependen de una técnica narrativa más antigua: el dato oculto que saltará en las páginas finales como sorpresa. Bajo esta premisa está construido el tercer relato Lavanda, sobre un profesor mayor que visita, después de muchos años, a su novia de juventud. La sorpresa final nos dejará tan helados como si, en vez de un cuento realista, Lavanda fuese un cuento de horror y en la última página viésemos al monstruo.
Con esta técnica del dato oculto está también construido el cuento Hablando de ballenas, sobre los problemas de un matrimonio y su relación con sus hijos pequeños. Este cuento contiene alguna de las escenas más bellas del conjunto. Y el último cuento, Gente que baila sola, también nos elude una información fundamental que será revelada al final, y así podremos penetrar en las claves del comportamiento distorsionado de una familia, la relación de la madre con su hijo mayor y con el pequeño.

En La enfermedad Lillo abandona a sus característicos personajes de clase baja o media-baja para acercarnos a un adolescente privilegiado económicamente que toma contacto con la pobreza y la desgracia materializada en la vida de un profesor que admira. Un gran cuento sobre la vocación literaria.

Los pobres no pueden esperar, donde Lillo recrea la vida sin alicientes de un homosexual mayor, quizás sea el cuento más efectista del conjunto. Me han parecido un tanto exagerado el contraste entre los sueños del protagonista y la brutalidad de la situación a la que se enfrenta. Aunque también me ha recordado a los cuentos como tajos de Rubem Fonseca.

En otros cuentos aparece la figura del alcohólico como símbolo de la derrota, en el tristísimo ¿Hasta cuándo crees que voy a amarte? y en Cazadores, donde leemos: “No es que fuera un alcohólico, pero el licor era la única manera de no pensar en otras cosas” (pág. 203)

El lenguaje sigue siendo conciso, helador, con frases de existencialismo negativo (“La vida era un asco, además de un círculo y la máxima expresión del sinsentido”, pág. 217), y el resultado es conmovedor, inquietante.

Cazadores es un libro que ningún aficionado al género del relato debería perderse. En realidad, un libro que ningún aficionado a la literatura debería perderse.

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