En mi canal de YouTube, Bienvenido, Bob, publiqué un vídeo donde hablo de los cuentistas actuales latinoamericanos que he leído. Es este:
domingo, 26 de noviembre de 2023
domingo, 19 de noviembre de 2023
Incierta gloria, por Joan Sales
Incierta gloria, de Joan Sales
Editorial Planeta. 696 páginas. 1ª
edición de 1956
Traductor Carlos Pujol
En el canal de YouTube Totralibros,
que lleva Jan Arimany, estuve viendo
un vídeo titulado Top 20 de la literatura catalana, y me llamó mucho la atención
que hablase de una novela sobre la guerra civil que no me sonaba de nada, Incierta
gloria de Joan Sales
(Barcelona, 1912 – 1983). La busqué en internet y la encontré en mi librería de
segunda mano favorita de Madrid, Ábaco, por 9 euros, en una edición
de tapa dura de Planeta, que además
de la novela Incierta gloria (1956) también contiene El viento de la noche
(1983), que es otra novela que actúa como segunda parte, o apéndice, de la
primera.
Joan Sales fue soldado republicado,
durante la guerra civil, y a su fin se exilió a República Dominicana y a
México. Regresó a Barcelona en 1948, y fundó la editorial Club Editor, para publicar obras en catalán, que sigue
existiendo. Fue el primer editor de libros tan significativos como La
plaza del Diamante de Mercè
Rodoreda o Bearn o La sala de las muñecas de Llorenc Villalonga. Con su novela Incierta gloria ganó el premio Joanot Martorell en 1955. El libro
apareció en 1956 recortado por la censura. Sales lo fue corrigiendo y ampliando
hasta llegar a su versión definitiva en los años 70. De hecho, al principio El viento de la noche formaba parte de Incierta gloria, pero esos capítulos
fueron creciendo y tomó la decisión de que lo mejor era que se publicase como
otra novela, aunque siguiera hablando de los personajes de Incierta gloria, unos veinte años después de haberse acabado la
guerra.
La novela está dividida en tres
partes. En la primera nos acercamos a la voz narrativa de Luis, un teniendo
barcelonés de la república, destinado en un pueblo del bajo Aragón, que le
escribe cartas a su hermano mayor Ramón, que es un religioso que se ocupa de
personas discapacitadas. Las primeras cartas están fechadas en junio de 1937,
cuando la guerra ya lleva un año de desarrollo. El lector va a leer estas
cartas, que funcionan como si fueran las páginas de un diario, puesto que Luis
no recibe respuesta y, por tanto, no hay interferencia en el flujo de
información que recibe el lector. Uno de los temas sobre los que escribe Luis
es sobre su amigo Julio Solerás, que se encuentra en el frente con él y que fue
su compañero en la facultad de Derecho. Solerás es brigada de intendencia en la
guerra, y es un personaje extraño, lleno de contradicciones y que continuamente
parece querer epatar a su interlocutor, resultando, más de una vez,
impertinente; aunque, a través de las palabras de Luis, el lector sabrá que es
un joven que proyecta mucho magnetismo. Los dos, que tienen unos veinticinco
años, se relacionan con Cruells, que tiene veinte, y que, antes de la guerra,
era seminarista. Estos van a ser los tres personajes masculinos principales de
la novela y comparten en su biografía una importante coincidencia: los tres son
huérfanos de padre y madre, y se han criado con sus tías, en el caso de Solerás
y Cruells, y con sus tíos en el caso de Luis. Luis ha tenido un hijo con Trini,
aunque no están casados, algo raro para la época. Trini procede de una familia
de anarquistas de Barcelona y, aunque Luis viene de una familia de militares y
su tío dirige una fábrica de pastas, él ha preferido politizarse y renegar de
sus orígenes burgueses. Además, Luis es un mujeriego y tratará de conquistar a
una mujer llamada Olivela, que vive con sus hijos en un castillo de la
localidad. Olivela era una sirvienta de la que se encaprichó el señorito en
cuya casa trabajaba, y con el que llegó a tener hijos. Al comienzo de la
guerra, los anarquistas mataron al marido, pero no a ella, precisamente por no
estar casada. Sin embargo, este hecho martiriza a la mujer, que no quiere que
sus hijos sean ilegítimos.
Durante más
de cien páginas, aunque el escenario narrativo se encuentra en el frente, la
acción de la guerra parecía alejada, y no se hablaba de ninguna batalla. Cuando
ésta tiene lugar, Luis le contará a su hermano en sus cartas que casi no
recuerda nada de las batallas, tan solo a reclutas llorando. Sin embargo, en
relación a una batalla he leído una de las escenas que más me han impactado del
libro: los republicanos atacan una trinchera nacional y, al verse superados,
estos últimos se rinden. Un alférez nacional sale de la trinchera, con los
brazos en alto, queriendo unirse en un abrazo fraternal con el enemigo que le
ha vencido. El narrador (Luis), curtido en la guerra, lo ve con unos
prismáticos, y piensa «Es el viejo truco que también nosotros hemos usado otras
veces en idénticas circunstancias. Los míos tiran los fusiles para subir con
los brazos libres, arrebatados de entusiasmo, recuerdo de pronto que son
reclutas, que ignoran esos trucos tan sobados. (…) que sea tan profundo en
nosotros ese deseo de ser hermanos y que lo utilicemos para matarnos más a
mansalva…»
No había
leído nunca nada así en un libro bélico e inmediatamente me ha parecido que
tenía que ser real, que el propio Sales lo había vivido, porque como ficción
resulta inverosímil. No me puedo imaginar una escena así en, por ejemplo, Salvar al soldado Ryan. Es una escena
que alguien que escriba ahora una ficción sobre la guerra civil no habría
podido inventar porque no resultaría creíble.
No niego que
puedan existir grandes novelas históricas; de hecho, lo es una de mis
favoritas, Guerra y paz de Lev
Tolstoi. Pero hay escenas literarias y testimoniales que se introducen en
los libros porque el escritor las ha vivido y le obsesionan; en caso contrario,
no podría confiar en ellas, ya que resultarían no creíbles. Y por estos
motivos, cuando me apetece leer ficción sobre acontecimientos históricos,
prefiero la creado por autores que fueron testigos de los hechos, como es el
caso de Incierta gloria de Joan
Sales.
Es también
una gran imagen la del convento del pueblo en el que los anarquistas han sacado
a los muertos del cementerio y alguien –no está claro si han sido ellos
también– han recreado en el altar una boda de momias. En gran medida esta
primera parte, y el libro en general, es una crítica a los desmanes de los
radicales de izquierdas, asociados al anarquismo, y sus asesinatos en la ciudad
de Barcelona, una realidad que no les llegaba con mucho detalle a los soldados
del frente. Sobre el ejército nacional se habla de un modo mucho más difuso y
borroso. En toda la novela de Incierta
Gloria no se nombra a Francisco Franco, y en El viento de la noche tan solo una vez.
En la segunda parte la narradora es
Trini, la pareja de Luis, y también leeremos sus cartas. Es interesante el
juego: las cartas de Trini que vamos a leer están dirigidas a Solerás, que le
entregó el mazo a Luis, al final de la primera parte. Así que a estas cartas de
Trini a Solerás, el lector se acerca sabiendo que las está leyendo Luis. Trini
se siente un tanto abandonada por su pareja y está empezando a encontrar
consuelo en Solerás, de quien es amigo desde la adolescencia, desde antes de
conocer a Luis. La correspondencia desde el frente por parte de Solerás es
mucho mayor que de parte de Luis. Las cartas de Trini nos llevan a la Barcelona
de diciembre de 1936, y a través de ella conoceremos lo que ocurre en la ciudad
durante este periodo convulso de la guerra. Hay algunos detalles que me han
llamado la atención, como este apunte de la página 198: «Nunca había habido
colas tan largas delante de las taquillas de los cines como desde que empezó la
guerra.»
Trini tiene veintiún años y, aunque
viene de una familia de anarquistas descreídos, justo en estos momentos de
asesinatos de personas religiosas en la ciudad es cuando empieza a sentir fe y
la necesitad de acudir a misas clandestinas y hacerse católica. Trini vive en
un chalet de Pedralbes, que pertenecía a la fallecida madre de Luis.
Me ha gustado también la escena en
la que Trini tiene que ir hasta los pueblos del interior de Cataluña para
conseguir alimentos clandestinos y al volver en tren a la ciudad los tiene que
tirar por la ventanilla porque en la estación se los pueden requisar, y saltar
ella detrás. Pero los conductores de los trenes ya saben que sus pasajeros
hacen esto y aminoran la marcha al ir a entrar a la estación central. Me ha
sonado a detalle real de los tiempos de la guerra.
En esta parte, sobre a través de las
opiniones del tío de Luis, que ha tenido que refugiarse en casa de Trini, se
sigue criticando a los anarquistas y sus asesinatos de inocentes y destrucción
de la industria catalana.
El narrador de la tercera parte es
Cruells, que ya aparecía como personaje en la primera parte. En este caso Sales
abandona el recurso de las cartas y se insinúa que Cruells está recordando (o
tal vez escribiendo) sobre sus recuerdos de la guerra desde algún punto del
futuro (aparece el año 1945), cuando ya ha vuelto al seminario y se ha
convertido en sacerdote. Cruells recuerda, en gran medida, a Solerás, que se
convierte en el cuarto personaje principal de la novela. Aunque Sales no le
cede a él la palabra directamente, está muy presente en las narraciones de los
otros tres personajes. «Era un chico extraño, abrupto, repelente y atrayente a
la vez.», dice Cruells de Solerás en la página 327.
Como curiosidad, decir que en la
página 330 parece encontrarse un dardo envenenado que le lanza Sales a
posiblemente Ernest Hemingway y su novela Por
quién doblan las campanas: «Los extranjeros de todo ese inmenso fregado van
a sacar unas historias sensacionales de toreros y gitanas.» (pág. 330)
En la página 364 nos encontramos con
una reflexión interesante: «En el frente no hay día en el que uno u otro no
cambie de trinchera; pero es una corriente de doble dirección, eso es lo que no
quieres comprender. Y de cada lado desertan por el mismo motivo: todos
asqueados por los horrores de las retaguardias».
Cruells, del que ya dije que al
incorporarse al frente era seminarista y que, tras acabar la guerra, será
sacerdote es un personaje curioso, contradictorio; y muchas de sus reflexiones
irán por este camino. De hecho, el propio autor era republicano, antifranquista
y católico y plasmó sus inquietudes en Incierta
gloria, una expresión que se repite en el libro, y que procede de un verso
de William Shakespeare.
Más o menos, en la página 500 acaba Incierta gloria, y las 200 últimas
páginas de este volumen corresponden a otra novela titulada El
viento de la noche. Ya he comentado que, tras su primera aparición en
1956, Sales fue ampliando la novela. He leído que, al principio, la que iba a
ser la novela El viento de la noche,
donde el narrador vuelve a ser Cruells, empezó siendo unos capítulos sueltos de
la tercera parte de Incierta gloria.
Pero en las siguientes revisiones esos capítulos crecían hasta que Sales
decidió que serían una nueva novela, que funcionaria como una suerte de segunda
parte o apéndice de la primera, y que se publicaría como un libro
independiente. De hecho, creo que ya no se comercializa esta edición que tengo
yo donde las dos novelas se publican juntas, sino que los libros se han de
comprar por separado. Seguramente leer El
viento de la noche sin haber leído antes Incierta gloria no tenga mucho sentido. Y es cierto también que el
magisterio de una gran novela como es Incierta
gloria se pierde en El viento de la
noche, una novela inferior a la primera y en que parece que Sales ya no
tenía, en realidad, nada más importante que contar sobre sus personajes, pero,
aun así, lo ha querido contar de todos modos. El tono de El viento de la noche es más alucinatorio, menos objetivo que el de
Incierta gloria, y en esta novela
Sales, a través de la voz narrativa de un Cruells cada vez más viejo, va
recreando, en repeticiones y nuevos círculos concéntricos, los recuerdos de la
guerra y la posguerra y nos contará qué hizo la vida con los personajes de la novela
anterior.
No he hablado nada del estilo
literario de Incierta gloria: me ha
parecido que sin llamar especialmente la atención –el autor no usa potentes
juegos metafóricos o el brillo de asociaciones de ideas brillantes– Sales
construye su novela y su estilo con mucha sobriedad y acaba creando una novela
muy sólida, que he disfrutado mucho.
Hasta ahora pensaba que Días
de llamas de Juan Iturralde
era la novela de la guerra civil que más me había gustado y, aunque es cierto
que en ella se refleja mejor el miedo de la retaguardia, ahora considero que en
mi imaginario Incierta gloria de Joan
Sales ha ganado muchos enteros como la posible mejor novela sobre la guerra
civil. En 2014 se tradujo al inglés y tuvo muy buena acogida crítica en Gran
Bretaña. Hace poco se ha traducido también al chino. Incierta gloria es una grandísima novela de la literatura española
del siglo XX y el hecho de haber sido escrita originalmente en catalán
(traducida al castellano de forma estupenda por Carlos Pujol, por cierto) ha hecho que no sea tan conocida en el
resto de España, que no es Cataluña, tanto como se merece.
domingo, 12 de noviembre de 2023
Tía buena (una investigación filosófica), por Alberto Olmos
Tía buena (una investigación filosófica), de Alberto Olmos
Editorial Círculo de Tiza. 290 páginas. Primera edición de 2023
He leído bastantes de los libros que ha escrito Alberto Olmos (Segovia, 1975), desde que empecé en 1999 con su ópera prima, A bordo del naufragio. Sin embargo, no había leído nada aún de su obra, fuera de la ficción, salvo sus artículos de periódico. Aunque tengo aún en casa sin leer Vidas baratas: elogio de lo cutre y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, me apeteció ponerme con su último ensayo, Tía buena (una investigación filosófica) y se lo solicité a su editora de Círculo de Tiza.
Cuando uno conoce a Alberto Olmos, como es mi caso, y se acerca a un libro con el título Tía buena, y cuya primera parte se titula ¿En serio vas a escribir este libro?, lo primero que piensa es que Olmos ha escrito un libro de humor. Y lo cierto es que, en parte, así es, pero no en su conjunto, como trataré de explicar a continuación.
«Durante el verano posterior a mi divorcio, empecé a darle vueltas a una expresión popular que siempre había desatendido: “tía buena”», ésta es la primera frase del libro y, desde luego, no es una primera frase casual. Con ella, el autor le muestra al lector sus cartas, el momento vital por el que atraviesa. «Quizás volver a la soltería y a mirar con más intención o interés a las mujeres de mi alrededor (lo cual incluye hoy en día las redes sociales, por supuesto), provocó en mí una estupefacción nueva, un cuestionamiento.», continúa.
Olmos pretende escribir un ensayo sobre la idea de ser una «tía buena», desde el punto de vista de las mujeres, ¿qué siente, o experimenta, una mujer al saberse mirada como tía buena? En una primera aproximación al tema, Olmos quedará con diversas amigas, que pueden alcanzar el estatus de «tía buena», en mayor o menor medida, y las interrogará sobre el tema. A la mayoría de las mujeres cercanas que aparecen en el libro ha tenido la prudencia de cambiarles el nombre (en otros casos no, como en el de las escritoras Luna Miguel o Jimina Sabadú, que aparecen con su nombre, aunque lo que cuenta de ellas pertenece a su faceta pública). Según estas primeras aproximaciones al objeto de la investigación, Olmos opinará que el rol de ser tía buena se elige, que la mujer que va a ejercer en su círculo de amigos, laboral, etc. como tía buena ejerce una voluntad –mediante las actitudes o la elección de la ropa– de serlo. De este modo, nos hablará de amigas que cambiaron su estilo de vestir o que se operaron los pechos y empezaron a llamar la atención de los hombres, atrayendo sus miradas, mucho más que antes. «La infelicidad se combate con exhibicionismo», acabará sentenciando sobre las palabras de una amiga.
Uno de los amigos varones de Olmos opinará que el proyecto de éste es una forma ingeniosa de ligar, de empezar un coqueteo con el piropo soterrado de decirle a una mujer que es una «tía buena» o qué significa eso para ella.
Me he reído con esta reflexión: «El mundo de los libros, según vi durante años, se origina mayormente en la casa de un pobre desgraciado que escribe y termina en una fiesta donde ese desgraciado que escribe se ve rodeado de millonarios y tías buenas.» (pág. 41)
La primera parte, que ocupa unas 50 páginas, es un relato metaficcional; en el que Olmos le cuenta al lector por qué quiere escribir su libro y cómo piensa hacerlo. Es la parte más divertida y ligera del libro. También acaba siendo un relato de duelo sobre su divorcio, ya que empieza con él y finaliza cuando el autor nos anuncia que tiene una nueva pareja.
Antes de entrar de lleno en el asunto, Olmos coloca en el libro un Interludio filológico, en el que trata de localizar el momento exacto en el que surge el término «tía buena» en el habla coloquial de España. Con la ayuda de un catedrático de universidad, Olmos nos mostrará que la expresión «tía buena» ya se usaba en España a mediados del siglo XIX.
La segunda parte se titula Una investigación filosófica, y aquí ya se encuentra el cuerpo principal del libro. Si, como ya he apuntado, la primera parte es la más ligera y divertida, y acaba funcionando como una introducción, el tema del libro se va a desarrollar en realidad en ésta mucho más larga segunda parte. En ella, Olmos hablará de sí mismo en muchas menos ocasiones, y analizará las lecturas que ha hecho para tratar de dar respuesta a sus preguntas iniciales. En el siglo XIX empezará la obsesión popular por la belleza, a la vez que se normaliza el uso de las fotografías. Tendencia que explotará en el sigo XX con el cine, ya que cualquier mujer podrá compararse con las actrices de la pantalla, que establecerá unos patrones de belleza deseados por ellas, y anhelados por ellos.
En realidad, el ensayo de Olmos acaba siendo un estudio de la mirada de los hombres sobre la belleza de las mujeres. Algunas de las páginas más interesantes del libro son aquellas en la que se analiza el posible conflicto entre los estándares de belleza femeninos y los presupuestos del feminismo. «Y es que hay, por paradójico que suene, “un feminismo de las chicas guapas”. Consiste en resignificar los patrones estéticos tradicionales de la mujer físicamente atractiva y considerarlos propios, no impuestos, sin variarlos un ápice. (…) Las cantantes populares siempre han aportado a su trabajo musical una considerable dosis de “sex appeal”, lo cual era machista; ahora las cantantes aportan a su trabajo musical la misma dosis de “sex appeal”, y esto es feminista.» (pág. 102)
Uno de los capítulos trata de demostrar que son los hombres los que miran a las mujeres y que éstas son miradas. De ahí se pasará a analizar el fenómeno de la exhibición en Instagram, por ejemplo, y el uso que hacen las mujeres de su «capital erótico». Se hablará también de esas parejas que se acoplan al prototipo de mujer atractiva y hombre de éxito económico, prototipos arcaicos que se encargan de perpetuar las modernas redes sociales, a juicio de Olmos.
Todo el análisis de Olmos me parece interesante –ya he dicho que su libro se centra en analizar la mirada de los hombres sobre las mujeres–, pero creo que se ha dejado fuera de análisis algunos fenómenos de la actualidad: cada vez más hombres no se visten para tener éxito económico (como se apunta en el libro), sino para lucir su físico, y muchas de las cuentas de Instagram en las que alguien exhibe su juventud o su cuerpo son de hombres. Para Olmos no parece existir el concepto de «capital erótico» masculino –algo de lo que llega a hablar, pero muy de pasada y como fenómeno marginal– y, posiblemente, sobre esta idea se podrían escribir páginas interesantes sobre el cambio de roles y la modernidad.
Se nota que Olmos se ha documentado con profundidad y las citas que hace de libros clásicos que tratan sobre la belleza, lo sexi y la mirada son muy interesantes y él consigue, acercando estos modelos a la moderna realidad de, por ejemplo, Instagram, sacar un interesante partido a esas ideas.
Es cierto, también, que, lo que empezó en la primera parte con ligereza y humor, acaba cargándose con tintes más amargos, sobre todo cuando habla de conceptos como los de «el negocio de la frustración», al analizar el mundo de la ropa y la moda. También se cita al filósofo de origen coreano, pero que escribe en alemán, Byung-Chul Han (autor de, por ejemplo, La sociedad del cansancio) y se acaba especulando con la idea de que las relaciones entre hombre y mujeres, en la mayoría de los casos, acaban siendo
transacciones comerciales, entre el estatus del hombre y la belleza de la mujer; una idea que, como he apuntando antes, me acaba pareciendo que (con los nuevos roles de hombres y mujeres) se ha podido quedar algo anticuada.
En cualquier caso, el ensayo de Olmos me ha parecido muy interesante, lleno de reflexiones punzantes, que siempre invitan a ser pensadas dos veces, y que he leído siempre con curiosidad. Me ha gustado este Alberto Olmos ensayista, que después de sus últimos años peleándose con los artículos periódicos, cada vez tiene la prosa más afilada para analizar la realidad en la que vive. Tía buena es un libro refrescante, atrevido y, a la vez, hondo y melancólico.
domingo, 5 de noviembre de 2023
La joven vampira, por J. H. Rosny Aîné
La joven vampira, de J. H. Rosny Aîné
Editorial Aristas Martínez. 106 páginas. Primera edición de 1911, ésta es de 2023
Traducción de Robert Juan-Cantavella
Sin habérselo solicitado a la editorial, me llegó a casa un paquete que contenía la novela corta La joven vampira (1911) del escritor francés –de origen belga– J. H. Rosny Aîné (Bruselas, 1856 – París, 1940). Normalmente no me gusta que las editoriales, que tienen mi dirección, me envíen libros que yo no solicito, porque –aunque no debería– me crea una especie de obligación por ellos, que en muchos casos no quiero hacer mía. Sin embargo, esta vez, el envío me vino bien: quería hacer una vídeo reseña con un libro de terror para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob, y tenía pensado leer El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural de Arthur Machen, editado por Valdemar, pero se me estaba echando el tiempo encima y el libro de Rosny era bastante más corto que el de Machen, y esto hizo que me decidiera por él para el «especial Halloween» del canal.
J. H. Rosny Aîné, de nombre real Joseph Henri Honoré Boex –leo en la nota introductoria del traductor y escritor Robert Juan-Cantavella–, desarrolló gran parte de su carrera literaria con su hermano Séraphin Justin François Boex, y que los dos firmaban con el pseudónimo J. H. Rosny. Cuando los hermanos empezaron a trabajar por separado, Joseph Henri empezó a firmar como J. H. Rosny Aîné, que significa «el mayor». Pensaba que no conocía nada de este autor, hasta que me he dado cuenta de que es suya la novela La guerra del fuego (1909), en la que se basa la película que en España se llamó En busca del fuego (1981) del director Jean-Jacques Annaud, que, casualmente, estaba viendo en la plataforma Filmin durante los mismos días que leía La joven vampira.
«–Hay algo de verdad en todas las creencias ancestrales de los hombres –dijo Jacques Le Marquand», con esta frase, pronunciada por el narrador de la historia, comienza la novela.
Jacques Le Marquand y su amigo Charmel hablan en Francia sobre el contenido de verdad de las leyendas populares, como la del vampiro, y Le Marquand afirma que, entre 1902 y 1905, conoció a una mujer vampira en Londres. A partir de aquí Le Marquand pasará a ser el narrador, para su amigo, de la historia de la que fue testigo en Londres. La figura de los dos amigos iniciales se diluirá pronto en el texto, y Le Marquand se convertirá en un narrador que cuenta hechos y pensamientos de otros que no ha podido conocer de primera mano, y que no explicará cómo han llegado hasta él. Es decir, Rosny se permite la licencia literaria de convertir a su narrador interpuesto en un narrador omnisciente.
La muerte de la joven Evelyn Grovedale es confirmada por dos médicos; sin embargo, a la mañana del cuarto día del velorio sus familiares la encontrarán resucitada. «Presentaba ciertas particularidades interesantes para los científicos, aunque preocupantes para sus allegados. Su memoria se hallaba en el mayor desorden, no hablaba más que en largos intervalos y de forma incoherente.» (pág. 17). Con el tiempo Evelyn llegará a ser «casi normal», pero se comportará con los suyos de un modo extraño: de hecho, sus hermanos pequeños y su madre empezarán a perder vitalidad y a volverse pálidos. Evelyn se acabará casando con el joven James Bluewinkle y se irá a vivir con él. Sus hermanos y su madre empezarán a recobrar la salud, a la vez que será James quien empiece a perderla.
En otras novelas en las que se trata el mito del vampiro, éste suele presentarse como un espectro amoral, un ser que puede, por ejemplo, atravesar las paredes, como ocurría en Drácula (1897) de Bram Stoker, o tiene poderes telepáticos; y, de este modo, Drácula puede manipular la mente de un loco en la novela. La vampira de Rosny, sin embargo, es
más corpórea y humana que el vampiro de Stoker. Ni siquiera aparece en el libro de Rosny la idea de que a los vampiros no debe alcanzarles la luz del sol. En este sentido, Evelyn se nos muestra como una joven, que siente cierta confusión con su identidad anterior, y que no puede alimentarse con propiedad gracias a los alimentos tradicionales, sino que debe consumir sangre, se entiende que humana, pero tampoco va a probar la de ningún animal.
La vampira de Rosny no consigue extraer la sangre del cuerpo de las personas clavándoles los colmillos, sino que le bastará con posar sus labios sobre la piel de una persona para conseguir absorber su sangre. La piel de la víctima no queda rota ni dañada, y con este detalle la novela se convierte en una historia fantástica, aunque el narrador trata de contar cómo es la realidad física de la que se va a nutrir en sus leyendas el mito del vampiro.
Como ocurría en la película Solo los amantes sobreviven (2013) de Jim Jarmusch, donde los vampiros compraban plasma sanguíneo para no tener que atacar a ninguna persona, Evelyn, la joven vampira, siente escrúpulos morales ante el daño que causa a terceros al tener que sustraerles su sangre. En este sentido, se aleja del mito del Drácula de Stoker.
La joven vampira es más una novela fantástica que de terror, porque lo cierto es que Rosny no dibuja en ella escenas perturbadoras, sino más bien curiosas o ligeramente inquietantes.
Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu, de la que Stoker tomó elementos para su Drácula, tenía un componente erótico que también acaba teniendo La joven vampira, puesto que Evelyn, o el ser que ha ocupado el cuerpo de Evelyn, en un momento dado, va a dejar de ser ese ente para volver a ser la Evelyn que era y, esto, lejos de inquietar a James hace que se refuerce su interés erótico por esa nueva persona que va a ocupar ahora el cuerpo de la que había sido su mujer hasta ahora.
Sí que me ha resultado inquietante o misterioso ese mundo cósmico del que la vampira parece proceder y del que guarda vagos y tenebrosos recuerdos.
El estilo de la novela es sencillo, sin grandes alardes metafóricos; una prosa eficiente, que se lee con simpatía, asumiendo su esencia pulp. La joven vampira es una novela corta con encanto y que gustará a todas aquellas personas que, como yo, estén interesadas en las variantes del mito del vampiro.
domingo, 22 de octubre de 2023
Pasaje a la India, por E. M. Forster
Pasaje a la India, de E. M. Forter
Editorial
Navona. 467 páginas. Primera edición de 1924, ésta es de 2022
Traducción
de José Luis López Muñoz
Hace unos
meses le solicité a la editorial
Navona el envío de Maurice (escrito entre 1913-14 y publicado en 1971) y Pasaje
a la India (1924) de E. M.
Forster (Londres, 1879 – Coventry, 1970). para poder leerlos y reseñarlos.
Ya he comentado que, hace unos veinticinco años, leí Una habitación con vistas
(1908) y no me entusiasmó, pero quería darle una nueva oportunidad a este autor
británico, al que mi mujer estaba leyendo y sí le gustaba.
Leí Maurice y me impresionó, me pareció una novela muy sensible y
adelantada a su tiempo y, unos meses después, he leído Pasaje a la India.
Un año antes había visto en Filmin
la película que estrenó David Lean
en 1984, adaptando esta novela y, por tanto, conocía a grandes rasgos la
historia que iba a leer. Sabía cuál iba a ser el conflicto, aunque ya había
olvidado los detalles y esto, a mí, que me importan poco los llamados
«spoilers», me da bastante igual, puesto que considero que la gran literatura
funciona como un juego creado con sutilezas del lenguaje y no con los giros de
una trama, como funcionan los llamados «bestsellers».
Aunque Pasaje a la India se publicó en 1924, lo cierto es que su primer
capítulo traslada al lector a una narración del siglo XIX, ya que en él no
aparecen los personajes de la historia, sino se describe la inventada ciudad
india de Chandrapore. También –en la primera y la última línea del capítulo– se
habla de las cuevas de Marabar, lugar en el que se va a desarrollar el nudo
dramático de la historia. Habrá algún otro capítulo corto en el libro, que
actuará como capítulo de transición, en el que solo se describa algún lugar, o
el mismo paso de las estaciones climáticas en Chandrapore.
En el capítulo 2 asistiremos a una
reunión de personajes indios, y aparecerá el que será uno de los temas
principales del libro: «discutían si era posible ser amigo de un inglés». A
alguno de los indios, que ha tenido la oportunidad de estudiar en Europa, les
parecerá que eso era algo más fácil de conseguir en Inglaterra que en la India.
Los ingleses, cuando llegan a la India, para ocupar algún cargo en la
administración, quizás empiezan siendo amistosos con los nativos, pero al final
acaban siempre desconfiando de ellos y marcando distancias. Según alguno de los
indios, esto ocurre a los dos años de estar en el país, en el caso de los
hombres, y en el de las mujeres, el cambio se produce en tan solo seis meses.
«Aziz no lo sabía, pero dijo que sí.
También él generalizaba a partir de sus desilusiones; a los miembros de una
raza sometida les resultaba difícil hacerlo de otra manera. Reconocidas las
excepciones, estuvo de acuerdo en que todas las mujeres inglesas eran altivas y
banales.», leemos en la página 19. Aziz va a ser uno de los protagonistas del
libro. Es un joven médico indio, de religión musulmana, viudo y con tres hijos,
que no viven en Chandrapore, sino con unos familiares. Me ha llamado la
atención la de veces que, al principio del libro, se señala que Aziz se siente
agraviado por el comportamiento de los ingleses hacia él o hacia los indios en
general. Me estaba pareciendo un detalle poco sutil por parte de Forster. Sin
embargo, he acabado cambiando de opinión: mientras que en la película de David
Lean, Aziz parece siempre un indio bondadoso sin fisuras, en la novela, el
personaje es más complejo. Aziz es un hombre orgulloso (y que vive a la
defensiva) que, en más de un caso, el lector comprende que cree recibir ofensas
que no son tales. Además, Aziz va a ser capaz de mostrarse cruel con alguno de
sus compañeros de trabajo indios.
A la India llegan dos mujeres
inglesas: la señora Moore, de avanzada edad, madre de Ronny Heaslop, el
magistrado municipal de Chandrapore; y la joven Adela Quested, que viaja a la
India para conocer mejor a Ronny, con el que aún no ha decidido si se va a
casar. «Quiero ver la India auténtica» es una frase que la señorita Quested le
repetirá a la señora Moore más de una vez. Adela parece ser una de esas mujeres
de las que hablaban los indios del capítulo 2: aún es pronto para ella y, al
llevar menos de seis meses en la India, no recela de los indios y no quiere todavía relacionarse solo con
ingleses. A Adela, en sus primeros días en Chandrapore, le está avergonzado el
trato que los ingleses dan a los indios.
El cuarto personaje principal de la
novela va a ser el señor Fielding, un inglés que trabaja en la ciudad como
director del instituto local. Fielding, en cierto modo, es un inadaptado, un
hombre que ya pasa de los cuarenta años –edad excesiva para ser un aventurero
en la India– y que no tiene esposa ni hijos. Fielding y Aziz empezaran, en el
tiempo de la novela, una relación de amistad, que, pese al apoyo del inglés al
indio, en sus peores momentos, nunca dejará de tener sus tiranteces y Forster
nos mostrará siempre sus dificultades culturales y sus recelos.
Como se adelantaba en el capítulo 1,
en las cuevas de Marabar se va a desatar un conflicto que acabará con uno de
nuestros protagonistas en la cárcel y otro recuperándose de un shock. En gran
medida, ésta es una novela que se desarrolla en torno a un juicio. Un juicio
que pondrá en jaque la endeble convivencia en la ciudad de Chandrapore entre
indios e ingleses.
Forster es crítico con sus
compatriotas y no se muestra complaciente con la presencia de los británicos en
la India. En la página 37, es el propio narrador innominado (es decir, el
autor) quien denomina al himno nacional británico como «himno del ejército de
ocupación». Ya comenté, tras leer Maurice,
que la mirada de Forster sobre la sociedad británica, con su defensa del amor
homosexual, me parecía adelantada a su época, y me lo ha vuelto a parecer al
leer Pasaje a la India, porque estoy
seguro de que, cuando apareció la novela en 1924, a más de un británico le tuvo
que escocer la mirada del autor sobre la realidad colonial, una realidad en la
que los británicos, en más de una ocasión, juegan a mostrarse como dioses ante
la población de los países que han colonizado.
Sin embargo, y aquí está la grandeza
de la novela, Pasaje a la India no es
un panfleto en contra de la colonización, sino que se trata de una novela muy
sutil, que funciona en diversos niveles. Por un lado, nos encontramos con
ingleses que están convencidos, de buena fe, de su buen hacer en la India: han
hecho que se desarrolle el país y actúan como mediadores entre la comunidad
musulmana e hindú, que, sin ellos, es posible que entraran en conflicto. Por
otro lado, tenemos aquí a indios, como el propio Aziz, susceptibles y que
pueden sentirse ofendidos por motivaciones en el comportamiento de los ingleses
que no son reales. Forster usará el humor para mostrarnos, en más de un caso,
los desencuentros de los personajes.
Pasaje a la
India también es moderna, de un modo inesperado, porque pone en tela de juicio
los presupuestos del moderno movimiento «Me too», y la idea de que siempre hay
que creer a las víctimas. Aunque, en el caso del libro, esta cuestión no solo
compete al género masculino y femenino, sino que está enturbiada por prejuicios
raciales.
Aunque el propio Forster cae en
hacer generalizaciones sobre el carácter de los orientales y los occidentales,
como la que leemos en la página 397: «En el oriental la sospecha es una especie
de tumor maligno, una enfermedad mental que le hace perder la naturalidad y le
vuelve hostil de repente; confía y desconfía al mismo tiempo de una manera que
el occidental no es capad de entender.», también nos advierte de que no se
puede juzgar a la población de un país por el comportamiento de una sola
persona, como leemos en la página 102: «En cuanto a la señorita Quested,
aceptaba literalmente como verdad todo lo que Aziz decía. En su ignorancia lo
consideraba como “la India” y no se le ocurría que su punto de vista fuera
limitado y su método poco preciso, ni que fuera imposible identificar a nadie
con la India.» De hecho, hacia el final del libro descubriremos que el propio
Aziz, de religión musulmana, desconoce muchas de las costumbres de los indios
de religión hindú, cuyos ritos constituyen para él un misterio, igual que para
un inglés.
Creo que he disfrutado más de Maurice, por su sutileza, su modernidad
y sus significados vitales, pero Pasaje a
la India me ha parecido también una gran novela inglesa del siglo XX, otra
gran obra de E. M. Forster.
domingo, 15 de octubre de 2023
Mañana y tarde, de Jon Fosse
Mañana y tarde, de Jon Fosse
Editorial Nórdica / De Conatus. 102
páginas. Primera edición de 2000; ésta es de 2023
Traducción de Cristina Gómez-Baggethum y
Kirsti Baggethum
Este 5 de octubre de 2023, como suele
ser habitual por estas fechas, la Academia Sueca anunció el nombre del nuevo
Premio Nobel de Literatura, que ha resultado ser Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959), dramaturgo, poeta y
novelista. Lo cierto es que, unos días antes, al leer las listas de los
posibles ganadores, su nombre –que al parecer estaba presente en ellas desde
hacía años– me había pasado desapercibido, porque no tenía ninguna referencia
sobre su obra. Tras el fallo, he leído algunos artículos de prensa y he visto
que las novelas de Fosse han sido traducidas y comercializadas en España por la
pequeña editorial De Conatus, cuyo nombre no me sonaba. Sin embargo, al ver las
portadas de sus libros –blancas y con un pequeño dibujo– sí que me ha parecido
que recordaba esos libros de algún suplemento cultural o de alguna librería.
De Fosse parece destacar Septología,
que se ha publicado en España en cuatro tomos (alguna de sus partes debe ser
muy corta), que contiene elementos autobiográficos, y la novela Trilogía.
También he leído que se considera a Fosse uno de los padres literarios del
también noruego Karl Ove Knausgård,
cuyo éxito, al menos en España, ha sido bastante grande con la pentalogía Mi
lucha. Aunque diría que Jon Fosse no ha sido, hasta ahora, muy conocido
en España, en otros países –donde ha recibido numerosos premios– no ha sido
así.
El caso es que sentí curiosidad por Jon
Fosse y el mismo jueves 5, al salir del trabajo, me acerqué a La Central de
Callao para ver cuáles de sus libros temían. Pensaba que lo más fácil para
entrar en su mundo sería con la novela Trilogía,
pero esta no estaba disponible, y de la Septología
solo tenían los dos últimos volúmenes. El librero me explicó que esa misma
mañana habían vendido los primeros volúmenes de esa historia. Lo que sí estaba
disponible era la novela Mañana y tarde (2000), que había
salido al mercado la semana anterior. En la portada aparece el nombre de la
editorial Nórdica y De Conatus. Entiendo, aunque no sé de
qué forma o grado, que se trata de una colaboración entre ellas.
Seguía releyendo Relatos autobiográficos
de Thomas Bernhard, y justo el
jueves por la mañana había acabado El frío (cuarto libro de la serie),
y antes de empezar el quinto, Un niño, decidí hacer, de nuevo, un
alto y acercarme al libro del Premio Nobel.
Mañana
y tarde comienza con una escena cotidiana: la vieja matrona Anna está en la
casa de Olei y Marta, ayudando a que llegue al mundo su segundo hijo, que se va
a llamar Johannes (el nombre del padre de Olei). Olei es pescador y la pareja
vive en un islote, que el lector entiendo que está ubicado en las costas de
Noruega. El mismo Olei construyó la casa en la que viven. Todos estos elementos
llevan a considerar la idea de que el narrador no está hablando de una historia
actual, sino que debe situarse a mediados del siglo XX. Aunque existe un
narrador omnisciente, éste cuenta la historia desde el punto de vista de Olei,
quien está preocupado por si su hijo (que ha nacido después de que pensasen que
su primogénita Magda iba a ser hija única) va a nacer sano y si su mujer no va
a tener problemas con el parto. «El niño vendrá al frío de este mundo y aquí
estará solo, separado de Marta, separado de todos los demás, estará solo aquí,
siempre solo, y luego, cuando todo haya acabado, cuando llegue su hora, se
descompondrá y volverá a la nada de la que salió, de la nada a la nada, ese es
el curso de la vida», piensa Olai en la página 16.
Aunque, como he dicho, existe un
narrador omnisciente, éste se acerca constantemente al flujo de conciencia de
Olai, en esta primera parte, y al de Johannes en la segunda. Se repite, de
forma insistente la forma verbal «piensa» y así el narrador nos lleva a los
pensamientos de los dos personajes principales, que van a acabar siendo un
padre y un hijo. De hecho, es frecuente la repetición musical de palabras en
los párrafos, un rasgo de estilo que me ha recordado al del austriaco Thomas Bernhard, que, como ya dije,
andaba yo leyendo, y que, como me he informado, gracias a la prensa, se
considera una de las influencias de Jon Fosse. Otra influencia sobre su
narrativa (y obra teatral) sería la de Samuel
Beckett.
Además de estas repeticiones de
palabras, de las que hablaba, el estilo de Fosse se caracteriza por no usar los
guiones normativos de los diálogos, y no señalar el final de las frases, cuando
corresponde un punto y aparte, con un punto. En muchas páginas, Fosse escribe
largos párrafos, y evita el signo del punto y seguido. Da continuidad a sus
frases mediante comas, y a veces haciendo un uso repetitivo de la conjunción
copulativa «y», normalmente tras una coma. Por ejemplo, en la página 22 podemos
leer este fragmento: «Una respiración procedente de algún lugar en calma, fuera
del mundo, piensa Olai, junto a la cama en la que Marta descansa y el niño
Johannes chilla y chilla y el niño Johannes oye su voz entrar poderosa en el
mundo y su chillido llena el mundo en el que se encuentra y ya nada es caloroso
y negro y rojizo y húmedo y entero, ya no hay más que su propio movimiento,
ahora es él quien llena lo que hay y su voz y él están separados pero a la vez
no lo están y también hay algo más, algo de lo que forma parte y viene a su
encuentro y suena más fuerte y más fuerte y».
En contadas ocasiones el texto también
refleja flujos de conciencia un tanto inconexos y sonidos onomatopéyicos, que
imitan a los que produce un bebé.
En la segunda parte nos encontramos con
un anciano, llamado Johannes, que se levanta en la cama entumecido. Al
principio pensaba que este nuevo personaje era el abuelo del niño que acababa
de nacer, y que llevará su nombre, pero el lector pronto comprende que este
Johannes anciano es el mismo bebé que le ha sido presentado unas páginas atrás.
Como especulaba Olei, el padre, el niño venía de la nada y unas décadas después
vuelve a la nada. Éste es el juego que nos propone Fosse en su novela:
presentarnos el primer día de una persona en la Tierra y a continuación el
último. El anciano Johannes se levanta en su casa, de la que ya se fueron sus
siete hijos, y en la que ya murió su mujer Erna, y las cosas cotidianas le
empiezan a parecer que tienen un halo diferente. Desde este último día de su existencia,
Johannes va a evocar algunos momentos clave de su vida, de su paso por la
Tierra, y va a empezar a conversar con sus fantasmas. En este sentido, Mañana y tarde me ha recordado a algunas
películas existencialistas de Ingmar Bergman, donde se mezclan personajes de
diferentes épocas, vivos y muertos.
El estilo de Fosse, como ya he dicho, se
recrea en la musicalidad de las repeticiones y en una mirada poética sobre la
realidad alterada que propone, haciendo uso de un lenguaje sencillo, esencial.
Sus escenas se acaban cubriendo de un aire onírico, kafkiano.
Mañana
y tarde es una buena novela corta, que me ha abierto el apetito para seguir
conociendo la obra de Jon Fosse, este autor noruego, al que el Premio Nobel
acaba de poner en el primer plano del interés mundial. Siento bastante
curiosidad por su larga novela Septología,
que la editorial De Conatus acaba de lanzar al mercado en un solo volumen.
domingo, 8 de octubre de 2023
Pálida luz en las colinas, por Kazuo Ishiguro
Pálida luz en las colinas, de Kazuo Ishiguro
Editorial Anagrama. 203 páginas. 1ª
edición de 1982, ésta es de 2017
Traducción de Ángel Luis Hernández
Francés
Hace ya más de veinte años leí Los
restos del día (1989) de Kazuo
Ishiguro (Nagasaki, 1954), que fue un libro que me gustó, pero que no llegó
a emocionarme del todo. Tengo el presentimiento de que si lo leyera ahora me
gustaría más que entonces. Luego leí Cuando fuimos huérfanos (2000) y de
éste sí que recuerdo ya una sensación de decepción, de no conexión con la
propuesta. Sin embargo, cuando Ishiguro ganó el Premio Nobel de Literatura en 2017 pensé que, en algún momento
tendría que volver con su obra. Ha sido en 2023, seis años después, cuando lo
he hecho, acercándome a su primera novela.
De entrada, hay que señalar que el
perfil de escritor de Ishiguro no deja de ser curioso. Nació en Japón, en
Nagasaki, en 1954, pero sus padres y él se trasladaron a Inglaterra en 1960 y
ha desarrollado su carrera literaria en inglés. Si bien Los restos del día, cuyo protagonista es un atildado mayordomo británico,
es una novela de temática y forma puramente anglosajona, su primera novela, Pálida luz en las colinas, es mucho más
japonesa.
Etsuko es la narradora de la novela.
Es una mujer de unos cincuenta años, que vive en la campiña inglesa, pero que
nació en Nagasaki, en Japón. Durante el tiempo narrativo de la historia, Etsuko
recibe la visita de Niki, su hija menor, que vive en Londres. El padre de Niki
es inglés, y Etsuko tenía una hija mayor, llamada Keiko, hija de un hombre
japonés, que se ha suicidado hace seis años, información que el lector recibe
durante las primeras páginas del libro. No sabremos, sin embargo, qué ha
ocurrido con el primer marido japonés y el segundo marido inglés de Etsuko.
Esta novela está construida sobre muchos silencios y sobreentendidos
narrativos; en este sentido, me ha parecido una narración muy medida, muy
madura para ser una primera novela y estar publicada cuando el autor tenía
veintisiete o veintiocho años.
En la tercera página, la narradora
escribe: «Ahora no tengo ganas de hablar de Keiko. No es algo que me consuele.
Solo la he mencionado porque ésas fueron las circunstancias que rodearon la
visita de Niki el pasado mes de abril, y porque durante esa visita volví a
recordar a Sachiko después de tanto tiempo. Nunca conocí bien a Sachiko. En
realidad, nuestra amistad fue cosa de unos cuantos meses de verano, hace ahora
muchos años.» (pág. 11)
El cuerpo principal de la novela se
va a centrar en los recuerdos de Etsuko de un verano en Nagasaki en la década
de 1950, cuando conoció a Sachiko, una mujer que vivía en una casona, apartada
de la urbanización moderna en la que vivía ella, con una niña, de nombre
Mariko. No se dice expresamente, pero el lector intuye que el marido de Sachiko
murió en la Segunda Guerra Mundial. Sachiko mantiene una relación con un hombre
norteamericano, que ha prometido (aunque esta promesa parece, en todo momento,
poco clara) llevarse a Sachiko y a Mariko a Estados Unidos. Esta esperanza da
fuerza a Sachiko para salir adelante, aunque va a tener que ponerse a trabajar
en el restaurante de la Sra. Fujiwara, una viuda de buena familia que, tras la
guerra, su fortuna ha ido a menos. Mariko es una niña traumatizada por algunos
sucesos que tuvo que vivir al final de la guerra, y de forma habitual abandona
su casa y vaga por los bosques de los alrededores. En realidad, tanto la madre,
Sachiko, como la hija, Mariko, son dos personajes esquivos, sobre cuyo misterio
la narradora, Etsuko, siente cada vez más curiosidad.
Una de las ideas de fondo de la
novela es el cambio de un Japón clásico y nacionalista a otro más moderno e
influenciado culturalmente por los Estados Unidos. Así, por ejemplo, el lector
podrá observar las diferentes posturas que se dan entre personajes japoneses al
analizar el pasado: el suegro de Etsuko ha ido a visitar a su hijo y a su
nuera, que están a punto de convertirse en padres (se supone, aunque esto no se
dice nunca explícitamente, que de Keiko) y el suegro (que fue profesor en el
instituto local) está preocupado por las opiniones que un amigo del hijo (que
ahora es profesor en el mismo instituto en el que había recibido clases del
padre de su amigo) ha vertido sobre un colega y él, diciendo que inculcaron
ideas equivocadas en las cabezas de los jóvenes, sobre la grandeza imperial de
Japón, ideas que condujeron al sacrificio de toda una generación en la guerra.
Además, el padre, al recibir una visita de unos compañeros de trabajo de su
hijo Jiro (el primer marido de Etsuko) escuchará estupefacto como uno de ellos
cuenta que discutió con su mujer porque ella se atrevió a votar en las
elecciones por un candidato diferente a su marido, hecho que al suegro le
resulta incomprensible y que es para él una muestra de la decadencia del nuevo
Japón. Sin embargo, Niki, la hija inglesa de Etsuko vive de una forma muy
moderna y distendida en Londres con sus amigos, y no parece tener ningún
interés en casarse o tener hijos.
El verano de Nagasaki, con su calor
insoportable y su tierra cuarteada, se va cubriendo de un manto de inquietud y
amenaza. De hecho, al final de los recuerdos de Nagasaki se insinúa una
tragedia que no acaba de ser narrada y esta sensación que se le queda el lector
de escena o información escamoteada me ha parecido que estaba muy lograda. Como
ya apunté al principio, no todos los cabos van a quedar atados en esta novela y
éste me parece uno de sus mayores logros, esa sensación de que el lector debe
reconstruir partes que le faltan de la historia. Sin embargo, las escenas
retratadas son muy bellas y precisas, sin caer estilísticamente Ishiguro en
alardes verbales.
Entre la narración de los recuerdos
de Nagasaki, Etsuko también nos hablará del recuerdo (mucho más cercano en el
tiempo) de la visita de cinco días que le hizo su hija Niki, y estas imágenes,
en las que madre e hija rememoran algunas escenas de su pasado en común,
teñirán de melancolía inglesa las páginas de la novela.
«Las razones por las que me fui de Japón
estaban justificadas y sé que siempre me tomé muy a pecho el bienestar de
Keiko.», dice Etsuko en la página 99, pero el lector no sabrá cuáles son esas
razones que hacen que la protagonista de la novela acabe en Inglaterra, aunque
intuye que tienen que ver con el contagio de deseos de su amiga Sachiko, que
soñaba con irse a Estados Unidos. Un halo siniestro parece cubrir esos últimos
días en Japón.
Como en 2022 leí una decena de
novelas japoneses, en más de una ocasión me he encontrado pensado que ésta era
una más dentro de esa tendencia lectora. En más de una ocasión me he encontrado
sintiendo que la novela estaba escrita originalmente en japonés (de lo japonés
que me parecía todo) y no en inglés. Aunque, por otro lado, es una obra en su
ritmo muy anglosajona. Esta mezcla de culturas de Ishiburo me ha resultado muy
estimulante. Pálida luz en las colinas
me ha parecido una novela muy sutil, muy madura para ser una primera novela y,
como ya he dicho, estar publicada cuando su autor tenía veintisiete o veintiocho
años. Me ha dejado un gran sabor de boca este libro y me han dado ganas de
seguir leyendo la obra de este autor, e incluso releer las dos novelas que ya
había leído hace más de veinte años.
domingo, 1 de octubre de 2023
Los detectives perdidos, por Leticia Sánchez Ruiz
Los detectives perdidos, de Leticia Sánchez Ruiz
Editorial Pez de Plata. 175 páginas.
Primera edición de 2022
Intercambié unos mensajes con Jorge Salvador, al frente de la
editorial asturiana Pez de Plata, y
quedamos en que me iba a enviar las novelas Los detectives pedidos de
Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980)
y La
suerte suprema de Mariano
Antolín Rato. De Pez de Plata había leído, con anterioridad, Los
reinos de Otrora de Manuel
Moyano, 2222 y Nueve semanas (justas-justitas) de P. L. Salvador, y Silencio tras el telón del sueño
de Mariano Antolín Rato. Pez de Plata
edita con mucha exquisitez y le gustan las obras híbridas, aquellas que mezclan
géneros, normalmente usando el humor.
Conozco a Leticia Sánchez Ruiz de las
redes sociales, principalmente de Facebook, donde me gustan las fotos que
cuelga imitando imágenes famosas de escritores. Compró mi novela Caminaré
entre las ratas, la mostró en su muro de Facebook y tenía ganas de
corresponderla y saber cómo era su obra. Los
detectives perdidos es su quinta novela publicada.
Con el título Los detectives perdidos imaginaba que Sánchez Ruiz, estaba evocando
al Roberto Bolaño de Los
detectives salvajes y que, de un modo u otro, su obra interpelaría a la
del chileno. Una vez acabado el libro, puedo decir que no ocurre así
exactamente, pero sí hasta cierto punto; sobre todo, cuando uno de los
personajes de la novela de Sánchez Ruiz afirma «un detective perdido es un
poeta exiliado» (pág. 120)
El
famoso detective privado Alfredo Casares Biel entra en el despacho de
los detectives Homero y Aldara Rosales, padre e hija, para contratar sus
servicios: ha desaparecido Andrea Cosano, la que ha sido su novia durante un
año y medio, y no puede encontrarla por sí mismo. «Añadió que no estaba en
condiciones de buscarla porque temía que al hallar cosas que no le gustaran
acabara matando a alguien y terminara en la cárcel antes de encontrarla.» (pág.
6) Los Rosales aceptan el caso y empiezan a indagar en el informe que Casares
Biel les ha preparado. Pronto, las escasas pistas sobre la desaparición de
Cosano los llevarán a un callejón sin salida. Y para salir de él, los Rosales
deciden contratar a otra detective privada, a Marta Margaride, creando ya una
cadena de detectives privados que se van pasando el testigo del caso.
El lector, después de unas primeras
páginas de incertidumbre, acabará comprendiendo que el narrador de esta
historia es también un detective privado que le cuenta los avatares del caso
Andrea Cosano a otro colega de profesión. Las escasas particularidades del caso
de Andrea Cosano actuarán como un leitmotiv en esta novela, en la que el lector
principalmente se va a acercar a las vidas, un tanto perdidas, de un puñado de
detectives, por cuyas manos va a pasando el caso, que acabarán siendo amigos y
que se reunirán a comer, al menos, una vez al año.
En la portada del libro aparece una
matrioska, una muñeca rusa, abierta y, por tanto, a punto de mostrarnos a otra
muñeca rusa que alberga en su interior. Esta metáfora también se una en el
interior del libro, ya que en la página 152 se afirma que esta historia es «una
muñeca rusa de detectives».
Sánchez Ruiz nos presenta aquí a un
detective detrás de otro. Por tanto, la novela funciona como un relato dentro
de otro relato. Y, en este sentido, la novela sí que sería de influencia
bolañesca, ya que al chileno le gustaba mucho la construcción de una historia
dentro de otra. Cada detective suele destacar en un aspecto de su profesión:
infidelidades, seguimientos, búsquedas en el pasado, identificación de rostros…
y de cada uno de ellos, Sánchez Ruiz nos contará su historia, así como la de
algunos de sus casos y, por tanto, la historia de sus clientes.
Sánchez Ruiz hace en Los detectives perdidos un muestrario de
detectives y también de los tipos de clientes que suelen frecuentarlos. Hay
clientes que quieren saber si su pareja les es infiel, pero también hay otros
que quieren averiguar si una persona, que se puede convertir en la posible
pareja del cliente, esconde algo en su vida, antes de empezar una relación con ella,
y, en este sentido, los detectives se convierten en «tarotistas». Sin dejar de
ser una novela realista (aunque en más de una de las páginas se juega con la
idea de verosimilitud narrativa), Sánchez Ruiz hablará aquí de personajes
excéntricos y de historias estrambóticas o peculiares, como la del marido que
le pone los cuernos a su mujer con su hermana gemela, porque las personas
buscan lo cercano, pero también lo diferente.
La novela, dentro de un uso del lenguaje
contenido (de escasa adjetivación), se recrea en mostrar más de una sentencia
sobre el carácter humano, como por ejemplo ésta de la página 169: «Nadie sabe
cometer un fraude como aquel que se dedica a investigarlos.»
Según avanzaba en las páginas de Los detectives perdidos me estaba
cuestionando por qué a nadie se le ocurría rastrear el teléfono móvil de Andrea
Casano, para darme cuenta de que la historia no estaba ambientada –o no partía
desde– en la época actual. Las pesquisas sobre Casano llevarán a alguno de
nuestros detectives a investigar las películas que sacaba de un videoclub. Así,
aunque en la novela no hay fechas explícitas, el lector acabará comprendiendo
que la historia de la desaparición de Andrea Casano parte de mediados de los
años 80. También aparecerá algún vídeo grabado en una cinta VHS. La historia se
irá arrastrando por los años hasta que haga su irrupción internet.
Al principio, tampoco tenía claro, si a
pesar de que la mayoría de los nombres de los detectives eran españoles, la
acción se situaba en una ciudad española o si Sánchez Ruiz había creado un
espacio inventado para situar la acción de su novela; algo que me parecía
lógico, puesto que sus detectives suponen, en gran medida, un juego metafísico.
Pero en la novela se acabará hablando de la guerra civil, en unos términos que
solo se pueden referir a la española.
En la página 103 se habla de «un cachi
de cerveza»; un «cachi» es un tipo de envase que en Madrid, por ejemplo, se
denomina «mini» y «cachi» es un término del norte. Así que al final he acabado
pensando que la ciudad innominada de Sánchez Ruiz era una ciudad del norte de
España, que podía ser un trasunto de Oviedo, y la historia, como ya he dicho,
partiendo de la década de 1980, se adentraría en el siglo XXI.
Quizás Los detectives perdidos pueda decepcionar a aquellos lectores que
se acerquen a ella pensando que se van a encontrar con una novela negra al uso,
con su detective, su mujer desaparecida, sus bajos fondos… y todo esto, en
realidad, está en la novela, pero no de la forma que suele ser habitual en el
género; sino que Sánchez Ruiz se sirve de los convencionalismos de este género,
para crear una obra personal y juguetona, que tiene que ver más con una
búsqueda existencial que con la de una persona desaparecida. En cierto modo,
los detectives metafísicos de Sánchez Ruiz me han recordado a los de Paul Auster en su famosa Trilogía
de Nueva York, que puede ser una de las referencias ocultas de la
novela.
Diría que Leticia Sánchez Ruiz ha
investigado sobre la historia de la profesión de detective en España y también
que ha elaborado mucho la estructura de su novela. Además, ha hecho un gran uso
de la imaginación para crear todos los pequeños relatos sobre detectives y sus
clientes que componen el libro. Los
detectives perdidos, la primera novela que leo de esta autora, me ha
sorprendido gratamente, pareciéndome una obra trabajada y madura.
domingo, 24 de septiembre de 2023
Literatura infantil, por Alejandro Zambra
Literatura infantil, de Alejandro Zambra
Editorial Anagrama. 226 páginas. 1ª
edición de 2023
Alejandro
Zambra (Santiago de Chile, 1975) es uno de mis narradores latinoamericanos
actuales favoritos. He leído casi todas sus novelas y libros de cuentos.
Después de la publicación de la gran novela que era Poeta chileno (2020),
tenía curiosidad por la siguiente obra del escritor chileno. Cuando vi que la editorial Anagrama anunciaba la
publicación de Literatura infantil (2023) se la solicité para poder leerla y
reseñarla y ellos, muy amablemente, me la enviaron.
La primera parte de Literatura infantil empieza con una enumeración de capítulos en apariencia
extraña: del 0, se pasa al 1, al 14, al 25, al 31… Estos números marcan los
días de vida de su hijo Silvestre y, por tanto, el capítulo 0 se corresponde
con el del día del nacimiento. «Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la
pared, la sombra que formamos juntos. Tienes veinte segundos de vida.», estas
son las primeras palabras del libro. La autoficción no es algo nuevo en la obra
de Zambra; en muchas de sus narraciones, este autor juega a diluir los límites
entre narrador y personaje. En este nuevo libro, el narrador principal (ya
veremos que no siempre) es el propio Alejandro Zambra y habla de su hijo
Silvestre y de su mujer Jazmina con sus nombres reales.
El lector se adentra en las páginas
de Literatura infantil como si estuviera
accediendo al diario de notas de un escritor que admira, donde éste reflexiona
sobre su nueva experiencia de ser padre por primera vez a los cuarenta y dos
años, y no, por ejemplo, a los veinticuatro años, como en la generación de sus
padres.
«He conocido a hombres que ejercen
la paternidad con lucidez, humor y humildad, pero también he visto a amigos
queridos, que parecían tener el corazón bien puesto, alejarse de sus hijos para
entregarse a la recuperación desesperada y caricaturesca de su juventud. Y
también abundan quienes enfrentan la pulsión de la muerte agobiando a los niños
a punta de misiones y decálogos, con la explícita o velada intención de
prolongar a costa de ellos sus sueños interrumpidos.», escribe Zambra en la
página 15, después de comentar una cita del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro sobre la
paternidad.
También abundan las reflexiones
sobre las nuevas formas de asumir la paternidad por parte de los hombres (a las
que podríamos llamar «nuevas masculinidades»), en contraposición a las formas
de las generaciones anteriores, «Nuestros padres intentaron, a su manera,
enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres. Y sus padres
tampoco les enseñaron a ellos. Y así.» (pág. 16)
Una reflexión bonita surge alrededor
de la palabra «infantil» que, nos dice Zambra, en muchos casos, y al menos en
Chile, es pronunciada como un insulto o de forma condescendiente. A este
respecto, escribe: «Toda la literatura es, en el fondo, infantil. Por más que
nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos
porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que
nos volvió tan frecuentemente infelices.» (pág. 18). Al final la literatura
viene a ser, nos dice el autor, una forma de recuperar aquellos primeros
cuentos de la infancia que nos leían nuestros padres.
«Durante siglos la literatura ha
evitado el sentimentalismo como a una peste. Tengo la impresión de que hasta el
día de hoy muchos escritores preferirían ser ignorados antes de correr el
riesgo de ser considerados cursis o sensibleros. Y es verdad que a la hora de
escribir sobre nuestros hijos, la felicidad y la ternura desafían nuestra
antigua y masculina idea de lo comunicable.» (pág. 22). En este sentido, Zambra
reflexiona sobre que en la literatura existe mucha más tradición de cartas al
padre (cartas normalmente tristes y rencorosas), que cartas al hijo; en
principio, más celebrativas y alegres. Y esto es lo que él se ha propuesto en
este libro. Escribir una carta al hijo, que éste habrá de leer en el futuro,
cuando tenga edad para ello. De este modo, esta primera parte está escrita en
segunda persona, como un mensaje al hijo, que es el verdadero receptor de este
texto.
Sin embargo, ya dentro de esta
primera parte, escrita principalmente en segunda persona, hay capítulos
escritos en primera persona, como uno en el que para combatir el dolor que le
producen a Zambra las migrañas en racimo, un amigo le pasa al autor un hongo, conocido
como pajarito, que mitiga esos
dolores. Zambra se excede con la dosis y este capítulo, sobre un viaje
alucinógeno, acaba siendo uno de los más divertidos del libro. Como es
habitual, el humor ligero y tierno de Zambra es un rasgo de estilo destacable
en Literatura infantil.
En Tiempo de pantalla la persona pasa a ser la tercera y aquí se
hablará de la relación del hijo con la pantalla del televisor, que será
inexistente, en contrario con la infancia en Chile del protagonista. No he
comentado que Zambra y su familia viven en Ciudad de México, y que, además, en
el tiempo narrativo se irá incorporando el tema del encierro, y sus
consecuencias (sobre todo en un niño de tres años), por la pandemia mundial de
corona virus.
En la página 66 nos encontramos un
apunte que me ha llamado la atención. Zambra escribe «Trato de volver a la
novela en la que trabajo». Por las fechas, me imagino que está hablando de Poeta chileno. En este momento, el
lector puede tener la sensación de que el principal trabajo literario de
Zambra, durante los años de los que está hablando en este libro, es la
elaboración de Poeta chileno, su
novela más larga hasta la fecha. Y que, por tanto, Literatura infantil es una obra secundaria o menor, elaborada a través
de apuntes de diario sobre la paternidad.
Sin embargo, no va a ser esta la
sensación con la que el lector, o al menos el lector que soy yo, acabe este
libro, porque, lo digo desde ya, me ha parecido una obra destacada dentro de la
gran obra de Zambra.
En la página 101 empieza una segunda
parte, con el texto Garabatos que es un cuento de casi treinta páginas, donde los
protagonistas son dos niños chilenos de once años, y que habla de su amistad. Garabatos es un cuento a la altura de
las mejores piezas de Mis documentos, el libro de cuentos
de Zambra.
Rascacielos habla de la
mala relación de un hijo de veinte años con su padre, y de la forma en la que
una discusión lleva al hijo a dejar la casa paterna. También es una historia de
amor. Un buen relato.
Introducción a la tristeza
futbolística es, posiblemente, el texto más divertido (y también
melancólico) del libro. Trata sobre un joven, que se puede identificar con
Zambra, que para salir con una chica ha de fingir ante ella que no le gusta el
fútbol, aunque esto no es cierto. Y los quiebros que ha de hacer para ver los
partidos son tomados por ella como sospechosas infidelidades. Zambra llama a
este texto, y a otros del libro, «ensayo» y no relato. Un rasgo muy interesante
de su construcción es que algunos de sus personajes leen las páginas que ha
escrito Zambra y opinan sobre ellas, y esto se incorporará al propio material
del relato. También es un texto sobre las relaciones entre padres e hijos y esa
«tristeza futbolística» se marca como metáfora de la escasa muestra de
sentimientos de los hombres de la generación del padre de Zambra, cuyas mayores
manifestaciones sentimentales se daban cuando su equipo ganaba o perdía.
Este tercer cuento entronca de forma
directa con la primera parte del libro porque vuelve a aparecer en él el hijo
de un narrador escritor llamado Zambra.
El cuarto relato es Cogoteros
de ojos azules y en él Zambra reflexiona sobre una historia de su
adolescencia: a los quince años, él y su padre fueron asaltados por unos
ladrones y Alejandro defendió a su padre de uno de ellos. La historia es
sencilla, pero la anécdota le sirve al autor para reflexionar sobre temas como
el racismo o, de nuevo, las relaciones paterno filiales. «¿Estás escribiendo
sobre mí? ¿De nuevo? ¡Hasta cuándo! -me dice mi padre.», leemos en la primera
página.
En Lecciones tardías de pesca con
mosca Zambra junta, de forma más intensa esta vez, a las tres
generaciones Zambra: al abuelo, a él y a su hijo. El abuelo llama por vídeo
llamada, los domingos por la mañana desde Santiago para hablar con su nieto, en
Ciudad de México, e invitarle a pescar con él, una afición que ya quiso
compartir con el narrador y por la que este nunca se interesó. Es un relato muy
bello sobre las relaciones entre padres e hijos, donde, de nuevo, los
diferentes personajes pueden leer lo escrito del relato y su lectura se
incorpora al texto como material del relato.
El libro acaba con el texto Recado
para mi hijo; y aquí se recupera la segunda persona para conversar con
el hijo, que ahora ha empezado a leer por sí mismo y se adentra en una novela
infantil de Juan Villoro. Es un
texto más corto que los anteriores y actúa como emotivo broche final.
Como ya adelanté más arriba, empecé
leyendo Literatura infantil como si
se tratase de un libro menor de Alejandro Zambra, compuesto con textos de
apuntes que tomaba sobre la paternidad, mientras elaboraba la ambiciona y
conseguida novela que es Poeta chileno,
y he acabado pensando que Literatura
infantil es una obra bellísima y que entra con derecho propio entre las más
emotivas y logradas de su autor.