domingo, 5 de enero de 2025

domingo, 22 de diciembre de 2024

Invitación al viaje, por Julio Ramón Ribeyro

 


Invitación al viaje, de Julio Ramón Ribeyro

Editorial Alfaguara. 139 páginas; primera edición de 2024.

Prólogo de Santiago Gamboa, epílogo de Alonso Cueto

En 2020 leí tres libros, casi seguidos, de Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994): La palabra del mudo, que reunía sus cuentos completos, La tentación de fracaso, su diario, y Prosas apátridas, con aforismos, pensamientos y poemas en prosa.

En La palabra del mudo estaban todos los cuentos de Ribeyro conocidos hasta ese momento, que sumaban 97. En la edición que leí yo de la editorial Seix Barral, que se publicó en 2019, ya había un cuento clasificado como «inédito», con otro apartado titulado Cuentos desconocidos y uno más Cuentos olvidados. Ahora se publica Invitación al viaje con cinco cuentos inéditos de Ribeyro, y he leído en algún periódico que entonces, así, el total de su obra cuentística sumaría las cien piezas. La cifra se redondea al considerar que La palabra del mudo contiene dos obras que en realidad no son cuentos, sino principios de novelas abandonadas.

Por lo que he leído en internet, el bibliógrafo de Ribeyro estuvo ordenando los papeles de la casa del escritor en París y aparecieron estos cinco cuentos inéditos, de los que la familia ha dado su visto bueno para la publicación. En un principio, podríamos pensar en un caso similar al de la publicación de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, que él no quiso publicar en vida, y que han publicado sus hijos. Pero el caso no parece similar, porque los cuentos de Ribeyro no están escritos al final de su vida, cuando podría haber perdido facultades, sino en la década de 1970, cuando se encontraba en su mejor momento. Quizás Ribeyro no confiaba en la calidad de estos cuentos, o quizás, al ser alguno de corte fantástico, consideró que no pegaban con el volumen que estaba escribiendo por aquellos años.

El primer cuento se titula Invitación al viaje y, con sus cincuenta páginas, ocupa casi la mitad del libro. En cualquier caso, debería señalar que la caja de edición de este volumen de Alfaguara es muy estrecha y caben pocas palabras por página. Es decir, que este cuento, que en este libro ocupa unas cincuenta páginas, tendría la mitad en mi edición de La palabra del mudo. Este primer cuento nos presenta a dos preadolescentes –Lucho y Teodoro– que caminan en la noche; en principio, parece que buscando aventuras, pero luego sabremos que Lucho ha decidido abandonar su casa y ha pretendido que Teodoro le acompañe. Este pronto desistirá y dejará a Lucho solo en su camino hacia el fin de la noche. Lucho es huérfano y, hasta ahora, ha sentido que la noche es un lugar plagado de misterios en el que se adentran los adultos y él desea explorarlo y conocer sus secretos. De esto modo, asistirá a distintas escenas, más o menos peligrosas, o más o menos poco entendibles para él, como una pelea en un bar o la relación entre hombres y mujeres en la entrada de un prostíbulo, que confunde con un hotel. «Lucho se dijo que él no podría comprender jamás esas cosas, que de noche una locura súbita descendía sobre los hombres y que, por eso, quizá, las madres ponían candados en las puertas y enseñaban a ver demonios en las sombras.» (pág. 49)

Invitación al viaje es un cuento de descubrimiento y derrota, muy en la sintonía de los mejores cuentos de Ribeyro, y no desmerece para nada mi recuerdo de sus grandes narraciones. No sé por qué Ribeyro decidió dejarlo fuera de sus colecciones publicadas

de relatos, pero si tuvo dudas sobre su calidad, considero que se equivocó, porque me ha parecido un cuento muy destacado.

La celada –narrado en primera persona– trata sobre un hombre que, al regresar a Lima, empieza a quedar con una amiga que conoció en París. Este cuento me ha parecido muy en la línea de las narraciones fantásticas y juguetonas de Julio Cortázar. En él, un pequeño equívoco puede hacer que la mujer con la que queda el protagonista muestra un tipo de personalidad u otro. Este es un cuento que nos habla del misterio que representan las personas con las que nos encontramos.

Monerías trata de un empresario peruano que le escribe una carta al presidente del país. Se había embargado en el negocio de capturar monos en la selva para enviarlos a zoos de Estados Unidos, pero las trabas burocráticas le impidieron salir del puerto hacia el norte y acabará soltando a los monos por Lima. Es un cuento ligeramente cómico y fantástico, ya que los monos llegan incluso a aprender a hablar. A pesar de los intentos por devolverlos a su hábitat natural, estos volverán a la ciudad, y además llegarán muchos más. «Muchos otros monos, además, siguen llegando, desde sus lejanas comarcas, atraídos tal vez por la voz de la raza». (pág. 96). Monerías contiene una crítica social, ya que el lector comprenderá que al hablar de estos monos que emigran del campo a la ciudad, Ribeyro está hablando de los peruanos pobres que, desde la selva o la sierra, se trasladan a Lima. En este sentido, al ser un cuento crítico y humorístico, me ha recordado a cuentos de Augusto Monterroso, del estilo de los de Míster Taylor. Creo que Ribeyro quería también, en este cuento, denunciar el racismo de su país hacia los emigrados del campo a la ciudad, pero, quizás (aventuro) no lo quiso publicar porque al denunciar el racismo, y equiparar para ello (de un modo crítico) a los monos posiblemente con los indios peruanos, podría ser él mismo tomado por racista, aunque su idea fuera la contraria.

Las laceraciones de Pierluca, sin ser un mal cuento, me ha parecido el más flojo del conjunto. Habla de artistas latinoamericanos, en este caso pintores y escultores, que normalmente residen en París, pero que están pasando unas vacaciones o un retiro (porque siguen trabajando) en Cadaqués, en la costa catalana. El trasfondo del cuento serían las relaciones de dependencia económica entre los latinoamericanos y Estados Unidos. Es un cuento que narra una historia mínima y que trata de levantar vuelo mostrando una tragedia final, bastante fortuita, que es un recurso que nunca me ha convencido mucho.

Espíritus se sitúa en París. Allí, un grupo de amigos latinoamericanos, después de una cena, espoleados por uno de ellos, deciden hacer espiritismo. El amigo partidario del espiritismo entrará en trance y será poseído –quizás– por el espíritu de su abuelo. No es un mal cuento fantástico, pero se hace algo corto y el recurso de la sorpresa final tampoco lo convierte en demasiado original. El cuento está fechado en 1974 y es posible que por esas fechas Ribeyro estuviera escribiendo cuentos realistas y consideró que este no casaba con el conjunto que estaba armando.

Esta edición de Alfaguara, como ya ocurrió con sus publicaciones de las obras inéditas de Roberto Bolaño, finaliza mostrando algunas páginas de los mecanoscritos originales de los cuentos, con la versión a máquina corregida a mano por encima.

En resumen, este rescate editorial me ha parecido valioso y me ha hecho sentirme feliz al permitirme el reencuentro con uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Como ya he apuntado desde el principio, me ha gustado este reencuentro, cuatro años después, con estos nuevos cuentos de Julio Ramón Ribeyro y me han dado ganas de volver a leer algunos de La palabra del mudo. Me habían comentado, en las redes sociales, que la edición que tengo yo de Seix Barral 2019 está descatalogada, pero me gustaría acabar esta reseña con una buena noticia: Alfaguara, además de publicar Invitación al fracaso, acaba de sacar una reedición de La palabra del mundo, bajo el título de Cuentos reunidos. Si alguien no conoce al Julio Ramón Ribeyro cuentista, le invito ahora a acercarse a él, porque, cada vez más, su nombre se está haciendo un hueco indiscutible, por derecho propio, entre los grandes escritores latinoamericanos del boom.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Memorias de Leticia Valle, por Rosa Chacel

 


Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel

Editorial Comba, 197 páginas. Primera edición de 1945; esta es de 2017

Prólogo de Andrea Jeftanovic

 

Cuando estaba acabando de leer el libro de ensayos sobre literatura de Juan José Saer titulado El concepto de ficción –que abarcaba textos escritos entre 1965 y 1996– consideré que lo más sensato sería seguir por Trabajos, otro libro de textos sobre literatura (en este caso escritos a partir del 2000), también de Saer, y que tenía en casa sin leer desde hacía ya unos cuantos años. Sin embargo, consideré también que entre uno y otro no estaría mal leer un libro de ficción y tomé de mis estanterías Memorias de Leticia Valle (1945) de Rosa Chacel (Valladolid, 1898 – Madrid, 1994). Este último libro, que me envió su editor Juan Bautista Durán, de la valiosa editorial Comba, y que se ha estado quedado sin leer durante un número ilógico de años. De hecho, después de mis incursiones en librerías de segunda mano, había llegado a reunir cinco novelas de Rosa Chacel sin haberme aún acercado a leer ninguna.

 

Memorias de Leticia Valle es la tercera novela de Rosa Chacel y se publicó en 1945 en Buenos Aires. Después de la guerra civil española, Chacel se exilió en Brasil, con estancias en Argentina, donde acabó publicando esta novela.

 

«El 10 de marzo cumpliré doce años» es la primera frase del libro. La niña Leticia Valle, de once años, se ha propuesto escribir unas memorias sobre unos acontecimientos que han perturbado su vida y que tuvieron lugar unos meses atrás. En la segunda página de la novela se nombra a una «Adriana», que no volverá a aparecer hasta muchas páginas después, cuando lo más esperable es que el lector ya haya olvidado que esa persona (que va a ser una prima de Leticia) ha aparecido en la narración antes. Al final sabremos que Leticia, en el momento en el que escribe, vive en Suiza con sus tíos y su prima. Sus recuerdos le llevan a su ciudad natal Valladolid. Leticia es huérfana de madre, «La verdad es que nunca pude recordar cómo era mi madre», nos dirá en la página 22. Al comienzo de sus recuerdos tampoco vive con su padre, un militar destinado a África, sino que lo hace con su tía Aurelia.

Me ha gustado la descripción que hace Leticia de sus recuerdos infantiles, en gran medida me ha recordado a la prosa poética de Felisberto Hernández, donde la infancia se convierte en un territorio mágico. Esto ha ocurrido en párrafos como el siguiente: «Las cosas que yo pensaba en aquella sala eran todas como aquellas fugas, siempre cosas ligeras, transparentes. Por el asiento de una butaca forrada de peluche verde, veía correr un caballo blanco. Tenía la piel como de madreperla, los ojos negros, y echaba hacia atrás la melena con un movimiento de cabeza como el de una niña. Alguna vez vi que se paraba y se quitaba con la mano el mechón que le caía sobre la frente. Sí, con la mano, yo lo veía así. También veía entre las patas de la consola unas zonas brillantes en la madera negra, unos rincones oscuros, unos cambios de luz y de sombra que eran como un mundo negro iluminado por un sol negro. Por allí había siempre dos seres muy pequeños, blancos y transparentes como hadas, que se abrazaban y se querían mucho.» (pág. 29)

 

El padre de Leticia vuelve de África con una pierna amputada; el ambiente de Valladolid empezará a agobiarle y decidirá trasladarse a una propiedad familiar en el cercano pueblo de Simancas. La tía y la niña irán con él. En el pueblo, Leticia que, hasta ahora, había sido una niña muy metida en los libros empezará a olvidarse de ellos y a vivir más salvajemente. En realidad, al ser una niña nadie parece esperar de ella que destaque en estudios formales. Sin embargo, la maestra del pueblo empezará darle una hora de lección después de terminar sus clases por la tarde. En el colegio, Leticia, a sus once años, se convertirá en una especie de ayudante de la maestra con las niñas más pequeñas. Y será a través de esta relación con la maestra como conocerá a doña Luisa, a cuya casa acudirá para recibir clases de piano. Y será en esta casa, donde conozca al marido de doña Luisa, don Daniel, que es el archivero de la localidad. Pronto se produce en Leticia una sensación de fascinación ante la erudición de don Daniel, que hará que le deje de interesar la música (una afición más para señoritas de la época) y que quiera aprender historia, filosofía, etc. actividades más propias de hombres en la época.

 

En algunos artículos que he leído en internet se señala que Rosa Chacel toma elementos de su vida para crear al personaje de Leticia Valle y que la fascinación que esta última siente por don Daniel en realidad sería un eco de que Chacel sintió por José Ortega y Gasset, del que fue alumna en la universidad. Doña Luisa es catalana y don Daniel es andaluz, y al hacer notar estos detalles, Chacel parece quererle decir al lector que esos personajes no están sometidos a las férreas normas de conducta católica castellana. De hecho, al conocer a Luisa, la describe como «una mujer mundana».

 

Chacel no deja pistas demasiado claras sobre la época en la que está situando su historia, aunque si, como supone más de un crítico, la historia está basada en algunos recuerdos personales, tiene que hablar de principios del siglo XX. En la página 60 tenemos la pista más clara sobre la época: se habla de una cigarrera, con forma de cabeza de mono, que Daniel tiene en su escritorio y se apunta que él le cuenta a Leticia «que se lo había regalado un amigo que lo compró en París en la Exposición de 1900, que hacía ya más de diez años que se lo habían dado».

Leticia empezará a preferir estar en la casa de Luisa y Daniel, en los que encuentra a unos referentes adultos, que en su casa, donde su padre ha empezado a beber demasiado alcohol.

 

En alguna página de internet he leído alguna comparación entre Memoria de Leticia Valle y Lolita de Vladimir Nabokov, pero apuntando que Lolita se publicó diez años después que la novela de Rosa Chacel. El tema de fondo de las dos novelas podría ser similar, pero no así su tratamiento. Mientras que en Lolita los encuentros sexuales son narrados de forma explícita, en Memorias de Leticia Valle todo estará sugerido, y será el lector quién deba suponer la historia hasta donde crea adecuado. Hay algunas señales en el texto que indican que la relación entre Leticia y Daniel no es todo lo sana que debería ser. Por ejemplo, en la página 90, Leticia escribe: «Fue hacia la puerta y al salir se volvió a mirarme, se quedó un rato mirándome, apoyado en el quicio.

Aunque ha pasado mucho tiempo, todavía no comprendo; tiene que pasar muchos años para que yo comprenda aquella mirada, y a veces querría que mi vida fuese larga para contemplarla toda la vida; a veces creo que por más que la contemple ya es inútil comprenderla.

Alrededor de aquella mirada empezó a aparecer una sonrisa o más bien algo parecido a una sonrisa, que me exigía a mí sonreír. Era como si él estuviese viendo dentro de mis ojos el horror de lo que yo había visto. Parecía que él también estaba mirando algo monstruoso, algo que le inspirase un terror fuera de lo natural y, sin embargo, sonreía.»

En la página 184 leemos: «Entró y cerró la puerta detrás de sí Parecía que no podría hablar; tenía los labios entreabiertos, pero los dientes apretados unos contra otros. Sin embargo, dijo:

–¡Te voy a matar, te voy a matar!»

 

También me he encontrado, en más de un comentario sobre el libro de internet, que se habla de una resolución trágica de la historia que en el propio texto no se muestra de un modo explícito y a mí se me han ocurrido varias variantes tras mi lectura.

En la última página del libro podemos leer: «No sé si era la cólera o la amargura lo que me llenaba los ojos de lágrimas. Me parecía que ya, en los días de mi vida, no volvería a sentir nada a lo que se le pudiese llamar en una u otra forma amor.»

 

Al adentrarse en esta novela el lector tendrá que firmar un pacto de ficción fuerte con la escritora, ya que ambos saben que una niña de once años no puede expresarse con la sutileza, inteligencia y riqueza de vocabulario con que lo hace Leticia Valle. Una vez superado este bache, la experiencia lectora será gratificante, ya que la prosa de Chacel es poética, misteriosa y evoca con mucha fuerza la realidad de la provincia castellana a comienzos del siglo XX. De hecho, en más de una ocasión he tenido la sensación de estar leyendo una novela escrita, como mucho, hace cuarenta años y no ochenta, como ocurre en la realidad.

En el prólogo, que he leído al final, Andrea Jeftanovic escribe: «Memorias de Leticia Valle es una novela feroz, feroz por lo que omite, por lo que no dice; está llena de vacíos, de entrelíneas; está hecha de murmuraciones que el lector debe deletrear para sí, en voz baja o en voz alta, para comprender lo inaudito.» (pág. 9)

Hasta cierto punto, creo que la creación de la historia, en la que alguien quiere explicarse su pasado, y hacerlo llenándola de elipsis de los momentos más traumáticos, vaciarla de sus escenas más graves, tiene bastante de trampa narrativa, de construcción artificiosa, y esto me ha generado alguna pequeña frustración como lector. Sin embargo, sí quiero quedarme con los aspectos positivos que he señalado antes, ya que la mayoría de las páginas de este libro me han parecido poéticas y sugerentes. Memorias de Leticia Valle me invita a conocer más obras de esta autora.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Al otro lado, por Can Xue


Al otro lado
, de Can Xue

Editorial Aristas Martínez. 217 páginas, 2024

Traducción y notas de Tyra Díez y Teresa l. Tejeda

 

Ya he comentado que le solicité a la editorial Aristas Martínez, las dos antologías de cuentos que tiene publicados de la china Can Xue (Changsha, 1953), Hojas rojas y Al otro lado. He leído las dos seguidas. Hojas rojas constaba de ocho relatos y Al otro lado de diez; este último libro también tiene unas 30 páginas más. Hojas rojas estaba traducido por Belén Cuadra y ahora hay dos traductoras: Tyra Díez y Teresa Tejada.

 

Al otro lado es el primer cuento de este segundo libro, y nos habla de un niño que vive con su familia en un edificio, junto con otras familias con las que comparte la cocina. El niño y su amigo se dan cuenta de que al otro lado de las cocinas se oyen ruidos y tratarán de ir hasta allí, aunque la oscuridad rodea ese «otro lado» que insinúa el título. La extrañeza de este primer cuento, como ya ocurría con otros de Hojas rojas, vuelve a coquetear con los presupuestos del género de terror. «¿Quiénes eran esos que se reunían secretamente al otro lado del tabique en mitad de la noche? Los había oído, pero no había conseguido verlos.» (pág. 13)

 

La antigua casa tiene, de nuevo, un aire eminentemente kafkiano, o bien de Mario Levrero tras leer a Franz Kafka. Zhoue Yizhen dejó su casa en la ciudad y se fue al campo por motivos de salud. La mujer a la que vendió la casa le propone volver de visita y ver de nuevo su barrio, lugares a los que no ha regresado nunca después de veinte años. Los desencuentros con los que habían sido sus antiguos vecinos empezarán a darse según Zhoue regrese a su antiguo hogar. Y de nuevo, habrá personas que aparezcan o que desaparezcan de su lado, con la lógica inquietante de los sueños.

En este relato, como ocurrirá con otros del conjunto, me ha parecido percibir una ligera crítica a algunas de las realidades de China, como el tema de las ciudades contaminadas.

 

En El tormento de Lu Er llegaremos a una pequeña aldea, un ruido inesperado hace que Lu Er, un niño, que maja arroz, abandone su casa. Nadie parece dar importancia al ruido, pero Lu Er subirá a una montaña para descubrir que han desaparecido dos acantilados que allí había, frente a frente, separados por tres o cuatro metros, «Ahora no había nada de eso: ante los ojos solo se extendía un blanco y deslumbrante vacío.» (pág. 47). A partir de aquí las aventuras para Lu Er y un amigo se sucederán, llegando a salir por la noche para cazar a un leopardo, que puede ser también una persona. De nuevo, un aire de ensoñación irá cubriendo la historia.

 

Con La vieja chicharra volvemos a los cuentos de Hojas rojas protagonizados por plantas y animales. «No sabía cómo esquivar la hostilidad humana, porque nunca había esquivado nada.» (pag. 70). Aquí también, como ocurría en los cuentos de la anterior antología, para el líder de las chicharras, protagonista del cuento, los humanos se comportarán de un modo incomprensible. La vieja chicharra empieza a sentir una atracción existencial hacia la muerte. Como ya me pasó en el otro volumen, estos cuentos protagonizados por animales presentan una narración más contenida, menos onírica y me acaban gustando más.

 

El Recodo del Siluro me ha recordado un tanto, en sus intenciones narrativas, al segundo cuento de este volumen, el titulado La antigua casa. También aquí se habla de los cambios de la China moderna, y cómo va a desaparecer el barrio en el que vive la protagonista, con casas bajas, para construir edificios de muchas plantas. A la señora Wang le visita una niña, hija de una vecina, que continuamente entra y sale de escena.

Voy a comentar un recurso que usa Can Xue en más de un relato y del que aún no he hablado: introduce elementos nuevos en la narración como si no fuera la primera vez que habla de ellos, lo que genera una sensación un tanto desconcertante. Por ejemplo, entre la página 89 y 90, en este relato leemos: «Luego caminó hasta el profundo agujero, consciente de que podría caerse, pero aun estando indecisa, no quería retroceder de inmediato.» Ese «profundo agujero» no había aparecido antes en el relato.

La señora Wang empezará a salir de casa por la noche y a tener extraños encuentros inesperados. De nuevo, nos encontramos con el desconcierto kafkiano de los sueños.

 

En Plenitud «La maestra Wen sopesaba la estructura del universo sentada en medio de la oscuridad del cuarto.» (pág. 103) y una voz comienza a interpelarla desde algún punto indeterminado. La maestra Wen empieza a caminar por un edificio cada vez más cambiante, del que van desapareciendo las paredes y el techo, y así puede ver el cielo.

Este cuento me ha resultado demasiado surrealista y me ha gustado menos que otros del libro.

 

En El humedal, como ya apunté al comentar el segundo relato, La antigua casa, me ha parecido ver una crítica a los cambios demasiado rápidos de la modernización de China: en este caso, se trataría de una crítica ecológica. «Por increíble que parezca, este bosque urbano de hormigón albergó una vez el humedal.», así empieza este cuento. Ese humedal empezará a obsesionar a Ah Yuan, que comenzará a desarrollar toda una actividad detectivesca para encontrar dicho humedal, o sus restos, en la ciudad. Después de estar casi acabando esta segunda antología de cuentos de Can Xue, puedo detectar algunos elementos en común que tienen varias de sus composiciones: es normal que en ellas –como ocurría en La antigua casa o El Recodo del Siluro– los protagonistas inicien un viaje, y en este viaje se den escenas surrealistas u oníricas, donde los personajes llegan a lugares extraños y donde van acompañados de personas que desaparecen de pronto.

 

La montaña del Cuervo está narrado en primera persona, que no es lo habitual en estos relatos. La montaña del Cuervo es un edificio de oficinas abandonado, donde estuvo la protagonista del relato de niña. Años después deseará volver de la mano de una amiga, que lo visita con frecuencia porque su tío es el guarda del lugar. Cuando llegan al sitio, y como era ya de esperar, la protagonista se siente perdida en la oscuridad y las voces de su amiga, o de su tío, le llegan desde lugares indeterminados.

 

La reina se ha convertido en uno de mis cuentos favoritos de este conjunto, debido a que la narración es –en principio– algo menos surrealista que la de otros cuentos, y la historia está más contenida. Una joven vive sola en una casa algo apartada de la aldea. Su padre, que perteneció a la aldea, se enriqueció, construyó esa casa y empezó a atribuirse la condición de rey. Su hija ha crecido sintiendo esa distancia, falsamente nobiliaria, respecto a sus vecinos, que la aceptan de buen grado. A la reina le gusta pasear durante las noches y no tardarán en sucederse encuentros que, pese a mantenerse este cuento en un contexto más realista que el resto, no deja de entenderse en una total clave realista.

 

Venus cierra el conjunto y, al igual que el anterior relato, se mantiene en unos parámetros más realistas que otros del conjunto. La protagonista tiene trece años y vive en un pueblo. Se ha enamorado de su primo de treinta y cinco, que vive en la ciudad y que vuelve al pueblo para hacer experimentos con un globo aerostático. Aquí también se acaban oyendo voces lejanas, pero el cuento tiene un asidero más visual y racional que otros.

 

Creo que al haber leído seguidos Hojas rojas y Al otro lado, he sentido alguna sensación de repetición formal con algunos de los cuentos de la segunda antología. Diría que leídos y analizados de un modo individual todos los cuentos funcionan y son valiosos, pero al leerlos seguidos se pueden encontrar patrones en la creación del efecto fantástico, onírico o surrealista: alguien tiene que salir de casa y se van encontrando con situaciones anómalas, las personas que lo acompañan desaparecen, todo se vuelve oscuro alrededor y las voces llegan desde lugares indeterminados. Al final, Chan Xue está tratando de captad la inquietud de los sueños que devienen en pesadillas.

Mis cuentos favoritos de este conjunto han sido: La antigua casa, La vieja chicharra y La reina; teniendo, en realidad, un nivel bastante parejo a los otros.

domingo, 24 de noviembre de 2024

La clase de griego, por Han Kang

 


La clase de griego, de Han Kang

Editorial Random House. 175 páginas; primera edición de 2011, ésta es de 2023,

Traducción de Sunme Yoon

 

El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970). Ya conté que ese mismo día compré La vegetariana (2007) y que no fue fácil encontrar cualquier otro libro de esta autora. Unos días después, sin haber acabado aún La vegetariana, pero disfrutando de su lectura, le solicité a la editorial Random House un ejemplar de La clase de griego (2011), y me llegó a casa al día siguiente.

He leído las dos novelas seguidas y he encontrado más de un paralelismo entre ellas. Los comentaré en esta reseña.

 

Son dos los protagonistas principales de La clase de griego: uno de ellos nos va a contar su historia en primera persona y la historia del otro nos la contará una narradora en tercera persona.

El libro se abre con la voz en primera persona, que –iremos descubriendo– es la de un hombre coreano, que no llega a los cuarenta años y que con quince emigró, junto a su familia, a Alemania. Allí descubriría pronto que, al igual que su padre, padece una enfermedad ocular que va a ir haciendo que su vista se debilite poco a poco hasta quedarse ciego. Como un guiño literario el libro se abre con una anécdota protagonizada por Jorge Luis Borges. En el momento del presente narrativo del libro ha de usar unas gruesas gafas verdosas, ha de leer con una lupa y, cuando anochece o no le llega suficiente luz, tiene muchas dificultades para poder ver. Quizás se vaya a quedar totalmente ciego dentro de unos pocos años. Nunca llegó a aprender alemán con total dominio de la lengua, pero lo que mejor se le daba en el instituto, mejor que a los alemanes, era el griego antiguo, disciplina que pasaría a estudiar en la universidad. A los treinta y un años, pese a la oposición de su familia, que no lo veía como una buena idea, decide volver a Corea del Sur y tratar de ganarse allí la vida con su título de griego clásico. En el tiempo narrativo de la novela da clases de griego y de latín en una academia de Seúl. No siempre, pero es frecuente que la primera persona del profesor de griego se dirija a un interlocutor, normalmente mediante el recurso de una carta: a una chica que le gustó en el pasado, a su hermana en Alemania, a un amigo alemán…

 

La segunda protagonista –cuya historia nos llega intercalada con la voz de una narradora– es una mujer, de una edad similar a la del profesor (aunque esto no se dice explícitamente en la novela), que creció fascinada por el lenguaje. «El lenguaje penetraba en sus sueños como un punzón, provocando que se despertara sobresaltada.» (pág. 15). Igual que ocurría en La vegetariana; aquí, un elemento semifantástico está presente en el texto: el lenguaje «asalta» a la protagonista, pero en otros momentos la abandona. En el presente narrativo del libro, la mujer ha perdido la capacidad de hablar. Había trabajado en una editorial, en una agencia de publicidad y cuando se dedicaba a la docencia universitaria, un día, en plena clase, perdió la capacidad de hablar, algo que ya le había ocurrido de adolescente y que ahora volvía. Esta idea de pasar a ser una persona muda, de repente, se convertirá en símbolo de su soledad y de su sensación de insignificancia frente al mundo. En la página 50 leemos: «Incluso en la época que podía hablar, ella era una persona de voz queda. (…) Simplemente no le gustaba acaparar espacio. (…) En el metro o en la calle, en una cafetería o un restaurante, nunca hablaba en voz alta y desinhibida, ni llamaba a voces a alguien. (…) A pesar de ser delgada, andaba con la espalda y los hombros encogidos para ocupar menos espacio.»

Algunos acontecimientos acaecidos en la vida de la mujer han contribuido a llegar a su situación actual: «Claro que algo tendría que ver que su madre hubiera fallecido hacía seis meses, que ella se hubiera divorciado, que hubiera perdido la custodia de su hijo de ocho años después de tres juicios y que el niño estuviera viviendo con su padre desde hacía cinco meses.» (pág. 12)

La protagonista de La clase de griego, después de perder la custodia de su hijo, estuvo varios días vomitando y luego solo podía comer repollo hervido. De nuevo, parece que en esta historia la poca presencia física de la protagonista pasa por la infraalimentación.

 

No conoceremos los nombres de los protagonistas, y esta falta de nominalidad los convertirá en arquetipos de la soledad que sufren las personas en las grandes urbes.

La mujer, que ya no puede trabajar como profesora universitaria, se ha apuntando a la clase de griego que imparte el hombre. Solo son cuatro alumnos en clase, y ella es la única mujer.

Como ocurría en La vegetariana, en La clase de griego la mujer protagonista también se siente abrumada por la sociedad en la que le ha tocado vivir, una sociedad ante la que se siente inane. En La vegetariana, la mirada sobre los personajes masculinos, el marido y el cuñado de la protagonista, era negativa: eran personajes machistas, ensimismados e infantiles. Sin embargo, en La clase de griego la mirada sobre su protagonista masculino es más compasiva que en la otra novela y sus dramas personales son presentados al mismo nivel que los de la mujer. De nuevo, Kang decide dar voz propia a los hombres y la mirada sobre la protagonista femenina es externa (con la excepción de las páginas en la que la primera persona alucinada de La vegetariana describía sus sueños).

La protagonista de La clase de griego tiene una cicatriz en su muñeca, señal de que en algún momento de su vida ha intentado suicidarse, marca que también tenía la protagonista de La vegetariana.

En La clase de griego se recoge un recuerdo doloroso de la protagonista: cuando era niña, su perro murió atropellado por un coche y, cuando aún estaba herido, trató de socorrerlo y éste le mordió. La violencia es una respuesta que la protagonista, como niña, recibe por su compasión. Como ya conté en la reseña de La vegetariana, en esta novela también hay un recuerdo de infancia de la protagonista que tiene que ver con la violencia que sufre un perro y que ella sufre de ese mismo perro. Tengo la sensación que al usar esta imagen en las dos novelas, aunque sea con variaciones, esta idea de la violencia y el perro es un recuerdo real de la infancia de Han Kang.

 

El tono en el que estaba narrada La vegetariana era más violento y misterioso que el de La clase de griego. En esta segunda novela el tono es más melancólico y poético; de hecho en La clase de griego nos vamos a encontrar con algunos poemas en sus páginas.

Ya comenté que me había llevado una grata impresión de La vegetariana, que se confirma con la lectura de La clase de griego. A principios de diciembre, la editorial Random House va a reeditar la novela, Actos humanos, ahora descatalogada, y va a sacar por primera vez en español Imposible decir adiós. Estos dos libros tratan sobre temas políticos, puesto que en los dos se habla de famosas matanzas históricas en Corea del Sur. Siento curiosidad por esta otra vertiente de la obra de Han Kang.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Polémica en Argentina por Cometierra de Dolores Reyes

 Se generó una polémica en Argentina  por el libro "Cometierra" de Dolores Reyes, que las autoridades de la Provincia de Buenos Aires compraron para las bibliotecas escolares. Dejo un vídeo de mi canal de YouTube en el que hablo de esto:




domingo, 10 de noviembre de 2024

La vegetariana, por Han Kang

 


La vegetariana, de Han Kang

Editorial Random House. 167 páginas; primera edición de 2007, ésta es de 2024

Traducción de Héctor Silva

 

El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba. Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendaba en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de Madrid y solo en una de ellas –la FNAC de Callao– tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón ganó el Booker Internacional Prize en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.

 

La vegetariana está dividida en tres partes. La primera, de igual título que el libro, está narrada por el marido de la protagonista, Yeonghye. La primera frase del libro es bastante significativa: «Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial». El marido nos mostrará su extrañamiento ante los cambios que está empezando a observar en su mujer, tras cinco años de matrimonio anodino. Yeonghye contribuye de forma modesta a la economía familiar: «Era profesora asistente en una academia de computación gráfica, donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo los textos a los globos de diálogo de las historietas». (pág. 12)

El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.

Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos en esta primera parte, otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana, sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado, aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda, que al usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.

A través de algunas escenas donde se está deteriorando la convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana, o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y me acompañara hasta la puerta.», dirá el machista marido en la página 17; o una página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no salía del trabajo antes de las doce.», que nos da una muestra de la competitividad de las empresas coreanas.

El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes centrales de la novela.

 

La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornada. A pesar de esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja de cinco años.

Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.

 

La tercera parte, titulada Los árboles en llamas, está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana, separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de su hermana.

Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el adulterio era un delito en Corea del Sur, que podía ser penado con la cárcel. Dejó de ser así en 2015.

 

En realidad, La vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino de una persona que, debido a unos sueños, que muestran un mundo interior traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la primera parte del libro, hay una escena de violencia, que la protagonista recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y muy significativa.  En las páginas del libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más crudas del libro lo son en este sentido.

Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby, el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Él intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los suyos. En La vegetariana, los cambios que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la alineación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, sobre las que la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.

Nunca había leído un libro de un autor coreano y la experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas, La clase de griego.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Hojas rojas, por Can Xue

 


Hojas rojas, de Can Xue

Editorial Aristas Martínez. 171 páginas, 2022

Traducción y notas de Belén Cuadra Mora

 

En el verano de 2024 leí mi primera novela china: Más duro que el agua (2001) de Yan Lianke. Había leído, hasta entonces, bastante narrativa japonesa, pero no china, y la nueva experiencia me resultó gratificante. Al sentir este reciente interés por la literatura china, me había fijado también en Can Xue (Changsha, 1953), una autora de la que la editorial extremeña Aristas Martínez tiene publicadas dos antologías de sus relatos: Hojas rojas (2022) y Al otro lado (2024). Traducidas al español, también existen dos novelas de Can Xue: La frontera y Nubes flotantes ya envejecidas, en la editorial Hermida. En septiembre estuve buscando información sobre los candidatos más firmes para ganar el premio Nobel de Literatura en 2024 y uno de los nombres que aparecía con más fuerza era el de Can Xue. Entonces, decidí solicitarle los dos libros de relatos a Aristas Martínez para poder leerlos y reseñarlos. La editorial, amablemente, me los envió.

 

Can Xue es hija de dos intelectuales chinos represaliados durante la campaña antiburguesa en China de 1957. Esto hizo –como cuenta su traductora– que tuviera que dejar el colegio pronto y trabajar en fábricas. Su formación como escritora fue siempre autodidacta e influenciada principalmente por autores occidentales.

 

Hojas rojas consta de ocho relatos y está traducido por Belén Cuadra, la misma traductora de Duro como el agua de Yan Lianke. Su trabajo en esta novela me pareció excelente, así que imaginaba (con razón) que su trabajo en Hojas rojas también sería muy bueno.

 

Forasteros es el primer relato. En él conoceremos a Juhua, una niña que al despertarse por la mañana en su cama siente frío, como si el viento del exterior se colase por debajo de su edredón. A partir de aquí –y hablo tanto del relato como del libro en general– una sensación de desasosiego acompañará al lector. Juhua decide visitar el cementerio del pueblo cercano y, en su caminar hacia allí, se va disolviendo el realismo en el que, durante las primeras páginas, pese a la sensación de extrañeza, parecía transcurrir la historia. Un pequeño animal sin identificar se unirá a la niña en el cementerio, y desaparecerá también como si se volatiliza. Será muy frecuente, en todos los relatos de Xue, que aparezcan y desaparezcan personajes secundarios que acompañaban al personaje principal con esa falta de lógica propia de los sueños. De hecho, un aire onírico, de amenaza continúa y saltos de lógica narrativa, propia de los sueños –o más bien de las pesadillas– suele caracterizar la composición de estos relatos. También recorrerán el cuento fogonazos poéticos, normalmente en torno a la naturaleza.

 

Confesiones de un sauce es el segundo relato y, para mí, uno de los mejores de las dos antologías (al escribir esta reseña casi he acabado también de leer Al otro lado). La voz narrativa es la de un sauce que se va secando en un jardín. Un jardinero humano ha dejado de regarle, y él desconoce el motivo. «No me explico por qué decidió el jardinero cortarme el suministro de agua» (pág. 43).

En la contraportada del libro se habla de las influencias de Can Xue: Kafka y Borges. Lo cierto es que yo he sentido en los cuentos de las dos antologías (y en especial en cuentos como Confesiones de un sauce), sobre todo la influencia de Kafka. Confesiones de un sauce parece estar escrito bajo la lectura de relatos como Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones, donde se personifica a los animales. Todos sabemos que Kafka, en muchas de sus narraciones, escribe sobre el Dios del Antiguo Testamento, ese Dios lejano e incomprensible que rige el destino de las personas. En este relato de Can Xue, ese Dios lejano sería el jardinero para el sauce, un Dios del que depende para subsistir, y que no sabe por qué le ha abandonado. «Creí comprender de veras que nunca llegaría a lograr la tranquilidad y la felicidad que todo el mundo ansía y que, por lo tanto, debía aprender a sentir cierta alegría en mitad de la sed, la ansiedad y el dolor.», leemos en la página 50.

 

En El delito un padre deja a su hija una extraña herencia: una caja sin llave, que cuando se agita parece sugerir que su interior guarda objetos cambiantes. Una prima de la protagonista, con la que tiene una relación difusa, empieza a vivir temporalmente en la casa. ¿Querrá, quizás, apropiarse de la caja? Este es un relato misterioso, con una desasosegante lógica propia.

 

Hojas rojas es otro de los cuentos que más me ha gustado de los que llevo leídos de Can Xue. El profesor Gu se encuentra en la cama de un hospital. Mientras limpian la habitación, él piensa en las hojas rojas que podía encontrar junto a su casa, unas hojas rojas que acabarán apareciendo en la habitación del hospital, cuando la frontera entre lo real y lo imaginado empiece a disolverse. Una amenaza parece cernirse sobre el profesor Gu: siente la presencia en el hospital de unos hombres gatos. Tratará de encontrarlos y se topará con un exalumno, que el lector intuirá que está muerto y que, por tanto, se está empezando a diluir para el profesor Gu la frontera entre la vida y la muerte.

En más de una ocasión, leyendo estos relatos, y sobre todo en algunos, como en este de Hojas rojas, he sentido que existía una conexión entre la obra de Can Xue y la de autores latinoamericanos como Mario Levrero y César Aira, también lectores de Kafka.

 

 

Movimiento vertical empieza con la siguiente frase: «Somos unos animalillos que habitan la tierra negra del subsuelo del desierto.» También tiene un aire muy kafkiano. En este caso me ha recordado, sobre todo, al relato de Kafka El refugio, también sobre un ser que vivía en el subsuelo. Tengo la sensación de que cuando los cuentos están protagonizados por plantas o animales, Can Xue se muestra más contenida, que cuando los protagonistas son humanos, relatos en los que a veces, según nos acercamos al final, el surrealismo, el aire onírico y la incomprensión tienden a monopolizar la narración.

 

En La cabaña del monte ocurre lo que apuntaba antes, que Can Xue se desborda al mostrar la extrañeza de lo contado. Una mujer ordena los cajones de su casa, de un modo obsesivo, y sabe que en una caseta, detrás de su casa, hay una persona encerrada. Viento, lobos, ratas, ladrones… diversos miedos acosan a nuestra protagonista. En algún momento, este cuento me ha llegado a recordar a esos cuentos que muestran relaciones familiares enfermizas que escribe Mariana Enríquez en libros como Un lugar soleado para gente sombría. La cabaña del monte tiene menos páginas que otros cuentos del conjunto y me he conectado menos con él, aunque es uno de los cuentos más famosos de la autora.

 

Los hombres sombra nos habla de un viaje; ya avanzado el relato conoceremos el porqué: «Recordé el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Alguien me había robado el tesoro familiar: un valioso tintero de piedra.» El protagonista, se adentrará en una ciudad, o más bien en un mundo –el mundo de los «hombres sombra»– regido por unas leyes que no acaba de comprender. De este modo, puede resultar acogido en una casa o expulsado. De nuevo, aparecen aquí muchos errores de percepción de la realidad del personaje. Y, de nuevo, he sentido detrás de este cuento el pulso de Kafka, de algunas páginas de El desaparecido o El castillo, por ejemplo.

 

Conviviendo con humanos cierra esta antología de cuentos. Aquí el protagonista es una urraca macho de mediana edad. Como ya he apuntado, al ser un animal el protagonismo, parece que Can Xue controla más su narración y acota mejor los límites en los que se va a mover que en los cuentos protagonizados por humanos. De nuevo, el terror para la colonia de urracas partirá de los humanos, de un niño que ataca sus nidos con un tirachinas y, principalmente, de la bedel de un colegio cercano. La bedel tiene una función narrativa similar a la del jardinero de Confesiones de un sauce. «Imposible adivinar lo que les pasa por la cabeza a los humanos, ¿verdad?», dirá la pareja del protagonista en la página 157.

 

En un artículo de José de Monfort, publicado en The Objetive, leo que las influencias principales de Can Xue son Kafka, Borges, Calvino y Beckett. Diría que yo, principalmente, he visto en los cuentos de Xue la influencia de Kafka; si bien es cierto que el cuento Movimiento vertical nos puede hacer pensar en el Samuel Beckett de libros como Compañía; pero, al fin y al cabo, esta última historia es una reescritura de El refugio de Kafka, fuente de la que también mana el relato de Can Xue.

También he sentido en los cuentos de Can Xue la confluencia con las voces de otros descendientes de Franz Kafka, como son César Aira y Mario Levrero. Dudo de que Can Xue haya podido leer a Aira o Levrero, y sobre todo a Levrero (con quien encuentro en la obra de Can Xue bastantes paralelismos), pero sí considero que ambos escritores, partiendo de una influencia común, han llegado a lugares oníricos, angustiosos, pesadillescos y líricos, que guardan relación.

Me hubiera gustado que el libro incluyera un prólogo, que indicara, por ejemplo, en qué año se publicaron originalmente los cuentos, o más notas explicativas sobre su contexto, pero lo cierto es que los cuentos se sostienen por sí solos.

Ha sido una grata sorpresa acercarme a este libro de cuentos de Can Xue. Hojas rojas contiene páginas valiosas, en el contexto de la literatura actual. La obra de Can Xue ha sido traducida a veinte idiomas y es una firme candidata a ganar el premio Nobel. Al final, el Premio Nobel de Literatura de 2024 ha sido para la coreana Jan Kang; en cualquier caso, Can Xue será una gran premiada si la academia sueca decide concederle el galardón algún otro año.