En mi canal de YouTube "Bienvenido, Bob" hablé de mi lista con la 10 mejores lecturas del año:
domingo, 5 de enero de 2025
domingo, 22 de diciembre de 2024
Invitación al viaje, por Julio Ramón Ribeyro
Invitación al viaje, de Julio Ramón Ribeyro
Editorial Alfaguara. 139 páginas; primera edición de 2024.
Prólogo de Santiago Gamboa, epílogo de Alonso Cueto
En 2020 leí tres libros, casi seguidos, de Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994): La palabra del mudo, que reunía sus cuentos completos, La tentación de fracaso, su diario, y Prosas apátridas, con aforismos, pensamientos y poemas en prosa.
En La palabra del mudo estaban todos los cuentos de Ribeyro conocidos hasta ese momento, que sumaban 97. En la edición que leí yo de la editorial Seix Barral, que se publicó en 2019, ya había un cuento clasificado como «inédito», con otro apartado titulado Cuentos desconocidos y uno más Cuentos olvidados. Ahora se publica Invitación al viaje con cinco cuentos inéditos de Ribeyro, y he leído en algún periódico que entonces, así, el total de su obra cuentística sumaría las cien piezas. La cifra se redondea al considerar que La palabra del mudo contiene dos obras que en realidad no son cuentos, sino principios de novelas abandonadas.
Por lo que he leído en internet, el bibliógrafo de Ribeyro estuvo ordenando los papeles de la casa del escritor en París y aparecieron estos cinco cuentos inéditos, de los que la familia ha dado su visto bueno para la publicación. En un principio, podríamos pensar en un caso similar al de la publicación de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, que él no quiso publicar en vida, y que han publicado sus hijos. Pero el caso no parece similar, porque los cuentos de Ribeyro no están escritos al final de su vida, cuando podría haber perdido facultades, sino en la década de 1970, cuando se encontraba en su mejor momento. Quizás Ribeyro no confiaba en la calidad de estos cuentos, o quizás, al ser alguno de corte fantástico, consideró que no pegaban con el volumen que estaba escribiendo por aquellos años.
El primer cuento se titula Invitación al viaje y, con sus cincuenta páginas, ocupa casi la mitad del libro. En cualquier caso, debería señalar que la caja de edición de este volumen de Alfaguara es muy estrecha y caben pocas palabras por página. Es decir, que este cuento, que en este libro ocupa unas cincuenta páginas, tendría la mitad en mi edición de La palabra del mudo. Este primer cuento nos presenta a dos preadolescentes –Lucho y Teodoro– que caminan en la noche; en principio, parece que buscando aventuras, pero luego sabremos que Lucho ha decidido abandonar su casa y ha pretendido que Teodoro le acompañe. Este pronto desistirá y dejará a Lucho solo en su camino hacia el fin de la noche. Lucho es huérfano y, hasta ahora, ha sentido que la noche es un lugar plagado de misterios en el que se adentran los adultos y él desea explorarlo y conocer sus secretos. De esto modo, asistirá a distintas escenas, más o menos peligrosas, o más o menos poco entendibles para él, como una pelea en un bar o la relación entre hombres y mujeres en la entrada de un prostíbulo, que confunde con un hotel. «Lucho se dijo que él no podría comprender jamás esas cosas, que de noche una locura súbita descendía sobre los hombres y que, por eso, quizá, las madres ponían candados en las puertas y enseñaban a ver demonios en las sombras.» (pág. 49)
Invitación al viaje es un cuento de descubrimiento y derrota, muy en la sintonía de los mejores cuentos de Ribeyro, y no desmerece para nada mi recuerdo de sus grandes narraciones. No sé por qué Ribeyro decidió dejarlo fuera de sus colecciones publicadas
de relatos, pero si tuvo dudas sobre su calidad, considero que se equivocó, porque me ha parecido un cuento muy destacado.
La celada –narrado en primera persona– trata sobre un hombre que, al regresar a Lima, empieza a quedar con una amiga que conoció en París. Este cuento me ha parecido muy en la línea de las narraciones fantásticas y juguetonas de Julio Cortázar. En él, un pequeño equívoco puede hacer que la mujer con la que queda el protagonista muestra un tipo de personalidad u otro. Este es un cuento que nos habla del misterio que representan las personas con las que nos encontramos.
Monerías trata de un empresario peruano que le escribe una carta al presidente del país. Se había embargado en el negocio de capturar monos en la selva para enviarlos a zoos de Estados Unidos, pero las trabas burocráticas le impidieron salir del puerto hacia el norte y acabará soltando a los monos por Lima. Es un cuento ligeramente cómico y fantástico, ya que los monos llegan incluso a aprender a hablar. A pesar de los intentos por devolverlos a su hábitat natural, estos volverán a la ciudad, y además llegarán muchos más. «Muchos otros monos, además, siguen llegando, desde sus lejanas comarcas, atraídos tal vez por la voz de la raza». (pág. 96). Monerías contiene una crítica social, ya que el lector comprenderá que al hablar de estos monos que emigran del campo a la ciudad, Ribeyro está hablando de los peruanos pobres que, desde la selva o la sierra, se trasladan a Lima. En este sentido, al ser un cuento crítico y humorístico, me ha recordado a cuentos de Augusto Monterroso, del estilo de los de Míster Taylor. Creo que Ribeyro quería también, en este cuento, denunciar el racismo de su país hacia los emigrados del campo a la ciudad, pero, quizás (aventuro) no lo quiso publicar porque al denunciar el racismo, y equiparar para ello (de un modo crítico) a los monos posiblemente con los indios peruanos, podría ser él mismo tomado por racista, aunque su idea fuera la contraria.
Las laceraciones de Pierluca, sin ser un mal cuento, me ha parecido el más flojo del conjunto. Habla de artistas latinoamericanos, en este caso pintores y escultores, que normalmente residen en París, pero que están pasando unas vacaciones o un retiro (porque siguen trabajando) en Cadaqués, en la costa catalana. El trasfondo del cuento serían las relaciones de dependencia económica entre los latinoamericanos y Estados Unidos. Es un cuento que narra una historia mínima y que trata de levantar vuelo mostrando una tragedia final, bastante fortuita, que es un recurso que nunca me ha convencido mucho.
Espíritus se sitúa en París. Allí, un grupo de amigos latinoamericanos, después de una cena, espoleados por uno de ellos, deciden hacer espiritismo. El amigo partidario del espiritismo entrará en trance y será poseído –quizás– por el espíritu de su abuelo. No es un mal cuento fantástico, pero se hace algo corto y el recurso de la sorpresa final tampoco lo convierte en demasiado original. El cuento está fechado en 1974 y es posible que por esas fechas Ribeyro estuviera escribiendo cuentos realistas y consideró que este no casaba con el conjunto que estaba armando.
Esta edición de Alfaguara, como ya ocurrió con sus publicaciones de las obras inéditas de Roberto Bolaño, finaliza mostrando algunas páginas de los mecanoscritos originales de los cuentos, con la versión a máquina corregida a mano por encima.
En resumen, este rescate editorial me ha parecido valioso y me ha hecho sentirme feliz al permitirme el reencuentro con uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.
Como ya he apuntado desde el principio, me ha gustado este reencuentro, cuatro años después, con estos nuevos cuentos de Julio Ramón Ribeyro y me han dado ganas de volver a leer algunos de La palabra del mudo. Me habían comentado, en las redes sociales, que la edición que tengo yo de Seix Barral 2019 está descatalogada, pero me gustaría acabar esta reseña con una buena noticia: Alfaguara, además de publicar Invitación al fracaso, acaba de sacar una reedición de La palabra del mundo, bajo el título de Cuentos reunidos. Si alguien no conoce al Julio Ramón Ribeyro cuentista, le invito ahora a acercarse a él, porque, cada vez más, su nombre se está haciendo un hueco indiscutible, por derecho propio, entre los grandes escritores latinoamericanos del boom.
domingo, 15 de diciembre de 2024
Memorias de Leticia Valle, por Rosa Chacel
Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel
Editorial Comba, 197 páginas. Primera
edición de 1945; esta es de 2017
Prólogo de Andrea Jeftanovic
Cuando
estaba acabando de leer el libro de ensayos sobre literatura de Juan José Saer titulado El
concepto de ficción –que abarcaba textos escritos entre 1965 y 1996–
consideré que lo más sensato sería seguir por Trabajos, otro libro de
textos sobre literatura (en este caso escritos a partir del 2000), también de
Saer, y que tenía en casa sin leer desde hacía ya unos cuantos años. Sin
embargo, consideré también que entre uno y otro no estaría mal leer un libro de
ficción y tomé de mis estanterías Memorias de Leticia Valle (1945) de Rosa Chacel (Valladolid, 1898 – Madrid,
1994). Este último libro, que me envió su editor
Juan Bautista Durán, de la valiosa editorial
Comba, y que se ha estado quedado sin leer durante un número ilógico de
años. De hecho, después de mis incursiones en librerías de segunda mano, había
llegado a reunir cinco novelas de Rosa Chacel sin haberme aún acercado a leer
ninguna.
Memorias de
Leticia Valle
es la tercera novela de Rosa Chacel y se publicó en 1945 en Buenos Aires.
Después de la guerra civil española, Chacel se exilió en Brasil, con estancias
en Argentina, donde acabó publicando esta novela.
«El
10 de marzo cumpliré doce años» es la primera frase del libro. La niña Leticia
Valle, de once años, se ha propuesto escribir unas memorias sobre unos
acontecimientos que han perturbado su vida y que tuvieron lugar unos meses
atrás. En la segunda página de la novela se nombra a una «Adriana», que no
volverá a aparecer hasta muchas páginas después, cuando lo más esperable es que
el lector ya haya olvidado que esa persona (que va a ser una prima de Leticia)
ha aparecido en la narración antes. Al final sabremos que Leticia, en el
momento en el que escribe, vive en Suiza con sus tíos y su prima. Sus recuerdos
le llevan a su ciudad natal Valladolid. Leticia es huérfana de madre, «La
verdad es que nunca pude recordar cómo era mi madre», nos dirá en la página 22.
Al comienzo de sus recuerdos tampoco vive con su padre, un militar destinado a
África, sino que lo hace con su tía Aurelia.
Me
ha gustado la descripción que hace Leticia de sus recuerdos infantiles, en gran
medida me ha recordado a la prosa poética de Felisberto Hernández, donde la infancia se convierte en un
territorio mágico. Esto ha ocurrido en párrafos como el siguiente: «Las cosas
que yo pensaba en aquella sala eran todas como aquellas fugas, siempre cosas
ligeras, transparentes. Por el asiento de una butaca forrada de peluche verde,
veía correr un caballo blanco. Tenía la piel como de madreperla, los ojos
negros, y echaba hacia atrás la melena con un movimiento de cabeza como el de
una niña. Alguna vez vi que se paraba y se quitaba con la mano el mechón que le
caía sobre la frente. Sí, con la mano, yo lo veía así. También veía entre las
patas de la consola unas zonas brillantes en la madera negra, unos rincones
oscuros, unos cambios de luz y de sombra que eran como un mundo negro iluminado
por un sol negro. Por allí había siempre dos seres muy pequeños, blancos y
transparentes como hadas, que se abrazaban y se querían mucho.» (pág. 29)
El
padre de Leticia vuelve de África con una pierna amputada; el ambiente de
Valladolid empezará a agobiarle y decidirá trasladarse a una propiedad familiar
en el cercano pueblo de Simancas. La tía y la niña irán con él. En el pueblo,
Leticia que, hasta ahora, había sido una niña muy metida en los libros empezará
a olvidarse de ellos y a vivir más salvajemente. En realidad, al ser una niña
nadie parece esperar de ella que destaque en estudios formales. Sin embargo, la
maestra del pueblo empezará darle una hora de lección después de terminar sus
clases por la tarde. En el colegio, Leticia, a sus once años, se convertirá en
una especie de ayudante de la maestra con las niñas más pequeñas. Y será a
través de esta relación con la maestra como conocerá a doña Luisa, a cuya casa
acudirá para recibir clases de piano. Y será en esta casa, donde conozca al
marido de doña Luisa, don Daniel, que es el archivero de la localidad. Pronto
se produce en Leticia una sensación de fascinación ante la erudición de don
Daniel, que hará que le deje de interesar la música (una afición más para
señoritas de la época) y que quiera aprender historia, filosofía, etc.
actividades más propias de hombres en la época.
En
algunos artículos que he leído en internet se señala que Rosa Chacel toma
elementos de su vida para crear al personaje de Leticia Valle y que la
fascinación que esta última siente por don Daniel en realidad sería un eco de
que Chacel sintió por José Ortega y Gasset, del que fue alumna en la
universidad. Doña Luisa es catalana y don Daniel es andaluz, y al hacer notar
estos detalles, Chacel parece quererle decir al lector que esos personajes no
están sometidos a las férreas normas de conducta católica castellana. De hecho,
al conocer a Luisa, la describe como «una mujer mundana».
Chacel
no deja pistas demasiado claras sobre la época en la que está situando su
historia, aunque si, como supone más de un crítico, la historia está basada en
algunos recuerdos personales, tiene que hablar de principios del siglo XX. En
la página 60 tenemos la pista más clara sobre la época: se habla de una
cigarrera, con forma de cabeza de mono, que Daniel tiene en su escritorio y se
apunta que él le cuenta a Leticia «que se lo había regalado un amigo que lo
compró en París en la Exposición de 1900, que hacía ya más de diez años que se
lo habían dado».
Leticia
empezará a preferir estar en la casa de Luisa y Daniel, en los que encuentra a
unos referentes adultos, que en su casa, donde su padre ha empezado a beber
demasiado alcohol.
En
alguna página de internet he leído alguna comparación entre Memoria de Leticia Valle y Lolita
de Vladimir Nabokov, pero apuntando
que Lolita se publicó diez años
después que la novela de Rosa Chacel. El tema de fondo de las dos novelas
podría ser similar, pero no así su tratamiento. Mientras que en Lolita los encuentros sexuales son
narrados de forma explícita, en Memorias
de Leticia Valle todo estará sugerido, y será el lector quién deba suponer
la historia hasta donde crea adecuado. Hay algunas señales en el texto que
indican que la relación entre Leticia y Daniel no es todo lo sana que debería
ser. Por ejemplo, en la página 90, Leticia escribe: «Fue hacia la puerta y al
salir se volvió a mirarme, se quedó un rato mirándome, apoyado en el quicio.
Aunque
ha pasado mucho tiempo, todavía no comprendo; tiene que pasar muchos años para
que yo comprenda aquella mirada, y a veces querría que mi vida fuese larga para
contemplarla toda la vida; a veces creo que por más que la contemple ya es
inútil comprenderla.
Alrededor
de aquella mirada empezó a aparecer una sonrisa o más bien algo parecido a una
sonrisa, que me exigía a mí sonreír. Era como si él estuviese viendo dentro de
mis ojos el horror de lo que yo había visto. Parecía que él también estaba
mirando algo monstruoso, algo que le inspirase un terror fuera de lo natural y,
sin embargo, sonreía.»
En
la página 184 leemos: «Entró y cerró la puerta detrás de sí Parecía que no
podría hablar; tenía los labios entreabiertos, pero los dientes apretados unos
contra otros. Sin embargo, dijo:
–¡Te
voy a matar, te voy a matar!»
También
me he encontrado, en más de un comentario sobre el libro de internet, que se habla
de una resolución trágica de la historia que en el propio texto no se muestra
de un modo explícito y a mí se me han ocurrido varias variantes tras mi
lectura.
En
la última página del libro podemos leer: «No sé si era la cólera o la amargura
lo que me llenaba los ojos de lágrimas. Me parecía que ya, en los días de mi
vida, no volvería a sentir nada a lo que se le pudiese llamar en una u otra
forma amor.»
Al
adentrarse en esta novela el lector tendrá que firmar un pacto de ficción
fuerte con la escritora, ya que ambos saben que una niña de once años no puede
expresarse con la sutileza, inteligencia y riqueza de vocabulario con que lo
hace Leticia Valle. Una vez superado este bache, la experiencia lectora será
gratificante, ya que la prosa de Chacel es poética, misteriosa y evoca con
mucha fuerza la realidad de la provincia castellana a comienzos del siglo XX.
De hecho, en más de una ocasión he tenido la sensación de estar leyendo una
novela escrita, como mucho, hace cuarenta años y no ochenta, como ocurre en la
realidad.
En
el prólogo, que he leído al final, Andrea
Jeftanovic escribe: «Memorias de
Leticia Valle es una novela feroz, feroz por lo que omite, por lo que no
dice; está llena de vacíos, de entrelíneas; está hecha de murmuraciones que el
lector debe deletrear para sí, en voz baja o en voz alta, para comprender lo
inaudito.» (pág. 9)
Hasta
cierto punto, creo que la creación de la historia, en la que alguien quiere
explicarse su pasado, y hacerlo llenándola de elipsis de los momentos más
traumáticos, vaciarla de sus escenas más graves, tiene bastante de trampa
narrativa, de construcción artificiosa, y esto me ha generado alguna pequeña
frustración como lector. Sin embargo, sí quiero quedarme con los aspectos
positivos que he señalado antes, ya que la mayoría de las páginas de este libro
me han parecido poéticas y sugerentes. Memorias de Leticia Valle me invita
a conocer más obras de esta autora.
domingo, 8 de diciembre de 2024
Al otro lado, por Can Xue
Al otro lado, de Can Xue
Editorial
Aristas Martínez. 217 páginas, 2024
Traducción
y notas de Tyra Díez y Teresa l. Tejeda
Ya he comentado que le solicité a la editorial Aristas Martínez, las dos
antologías de cuentos que tiene publicados de la china Can Xue (Changsha, 1953), Hojas rojas y Al otro lado. He leído las
dos seguidas. Hojas rojas constaba de
ocho relatos y Al otro lado de diez;
este último libro también tiene unas 30 páginas más. Hojas rojas estaba traducido por Belén Cuadra y ahora hay dos traductoras: Tyra Díez y Teresa Tejada.
Al otro lado es el primer cuento de este segundo libro, y nos habla de
un niño que vive con su familia en un edificio, junto con otras familias con
las que comparte la cocina. El niño y su amigo se dan cuenta de que al otro
lado de las cocinas se oyen ruidos y tratarán de ir hasta allí, aunque la
oscuridad rodea ese «otro lado» que insinúa el título. La extrañeza de este
primer cuento, como ya ocurría con otros de Hojas
rojas, vuelve a coquetear con los presupuestos del género de terror.
«¿Quiénes eran esos que se reunían secretamente al otro lado del tabique en
mitad de la noche? Los había oído, pero no había conseguido verlos.» (pág. 13)
La antigua casa tiene, de nuevo, un aire
eminentemente kafkiano, o bien de Mario
Levrero tras leer a Franz Kafka.
Zhoue Yizhen dejó su casa en la ciudad y se fue al campo por motivos de salud.
La mujer a la que vendió la casa le propone volver de visita y ver de nuevo su
barrio, lugares a los que no ha regresado nunca después de veinte años. Los
desencuentros con los que habían sido sus antiguos vecinos empezarán a darse
según Zhoue regrese a su antiguo hogar. Y de nuevo, habrá personas que
aparezcan o que desaparezcan de su lado, con la lógica inquietante de los
sueños.
En este relato, como ocurrirá con otros del conjunto, me ha
parecido percibir una ligera crítica a algunas de las realidades de China, como
el tema de las ciudades contaminadas.
En El tormento de Lu Er llegaremos a
una pequeña aldea, un ruido inesperado hace que Lu Er, un niño, que maja arroz,
abandone su casa. Nadie parece dar importancia al ruido, pero Lu Er subirá a
una montaña para descubrir que han desaparecido dos acantilados que allí había,
frente a frente, separados por tres o cuatro metros, «Ahora no había nada de
eso: ante los ojos solo se extendía un blanco y deslumbrante vacío.» (pág. 47).
A partir de aquí las aventuras para Lu Er y un amigo se sucederán, llegando a
salir por la noche para cazar a un leopardo, que puede ser también una persona.
De nuevo, un aire de ensoñación irá cubriendo la historia.
Con La vieja chicharra volvemos a los
cuentos de Hojas rojas protagonizados
por plantas y animales. «No sabía cómo esquivar la hostilidad humana, porque
nunca había esquivado nada.» (pag. 70). Aquí también, como ocurría en los
cuentos de la anterior antología, para el líder de las chicharras, protagonista
del cuento, los humanos se comportarán de un modo incomprensible. La vieja
chicharra empieza a sentir una atracción existencial hacia la muerte. Como ya
me pasó en el otro volumen, estos cuentos protagonizados por animales presentan
una narración más contenida, menos onírica y me acaban gustando más.
El Recodo del Siluro me ha recordado un tanto, en sus
intenciones narrativas, al segundo cuento de este volumen, el titulado La antigua casa. También aquí se habla
de los cambios de la China moderna, y cómo va a desaparecer el barrio en el que
vive la protagonista, con casas bajas, para construir edificios de muchas
plantas. A la señora Wang le visita una niña, hija de una vecina, que
continuamente entra y sale de escena.
Voy a comentar un recurso que usa Can Xue en más de un
relato y del que aún no he hablado: introduce elementos nuevos en la narración
como si no fuera la primera vez que habla de ellos, lo que genera una sensación
un tanto desconcertante. Por ejemplo, entre la página 89 y 90, en este relato
leemos: «Luego caminó hasta el profundo agujero, consciente de que podría
caerse, pero aun estando indecisa, no quería retroceder de inmediato.» Ese
«profundo agujero» no había aparecido antes en el relato.
La señora Wang empezará a salir de casa por la noche y a
tener extraños encuentros inesperados. De nuevo, nos encontramos con el
desconcierto kafkiano de los sueños.
En Plenitud «La maestra Wen sopesaba la
estructura del universo sentada en medio de la oscuridad del cuarto.» (pág.
103) y una voz comienza a interpelarla desde algún punto indeterminado. La
maestra Wen empieza a caminar por un edificio cada vez más cambiante, del que
van desapareciendo las paredes y el techo, y así puede ver el cielo.
Este cuento me ha resultado demasiado surrealista y me ha
gustado menos que otros del libro.
En El humedal, como ya apunté al
comentar el segundo relato, La antigua
casa, me ha parecido ver una crítica a los cambios demasiado rápidos de la
modernización de China: en este caso, se trataría de una crítica ecológica.
«Por increíble que parezca, este bosque urbano de hormigón albergó una vez el
humedal.», así empieza este cuento. Ese humedal empezará a obsesionar a Ah
Yuan, que comenzará a desarrollar toda una actividad detectivesca para
encontrar dicho humedal, o sus restos, en la ciudad. Después de estar casi
acabando esta segunda antología de cuentos de Can Xue, puedo detectar algunos
elementos en común que tienen varias de sus composiciones: es normal que en
ellas –como ocurría en La antigua casa
o El Recodo del Siluro– los
protagonistas inicien un viaje, y en este viaje se den escenas surrealistas u
oníricas, donde los personajes llegan a lugares extraños y donde van
acompañados de personas que desaparecen de pronto.
La montaña del Cuervo está narrado en primera persona,
que no es lo habitual en estos relatos. La montaña del Cuervo es un edificio de
oficinas abandonado, donde estuvo la protagonista del relato de niña. Años
después deseará volver de la mano de una amiga, que lo visita con frecuencia porque
su tío es el guarda del lugar. Cuando llegan al sitio, y como era ya de
esperar, la protagonista se siente perdida en la oscuridad y las voces de su
amiga, o de su tío, le llegan desde lugares indeterminados.
La reina se ha convertido en uno de mis cuentos favoritos de este
conjunto, debido a que la narración es –en principio– algo menos surrealista
que la de otros cuentos, y la historia está más contenida. Una joven vive sola
en una casa algo apartada de la aldea. Su padre, que perteneció a la aldea, se
enriqueció, construyó esa casa y empezó a atribuirse la condición de rey. Su
hija ha crecido sintiendo esa distancia, falsamente nobiliaria, respecto a sus
vecinos, que la aceptan de buen grado. A la reina le gusta pasear durante las
noches y no tardarán en sucederse encuentros que, pese a mantenerse este cuento
en un contexto más realista que el resto, no deja de entenderse en una total
clave realista.
Venus cierra el conjunto y, al igual que el anterior relato, se
mantiene en unos parámetros más realistas que otros del conjunto. La
protagonista tiene trece años y vive en un pueblo. Se ha enamorado de su primo
de treinta y cinco, que vive en la ciudad y que vuelve al pueblo para hacer
experimentos con un globo aerostático. Aquí también se acaban oyendo voces
lejanas, pero el cuento tiene un asidero más visual y racional que otros.
Creo que al haber leído seguidos Hojas rojas y Al otro lado,
he sentido alguna sensación de repetición formal con algunos de los cuentos de
la segunda antología. Diría que leídos y analizados de un modo individual todos
los cuentos funcionan y son valiosos, pero al leerlos seguidos se pueden
encontrar patrones en la creación del efecto fantástico, onírico o surrealista:
alguien tiene que salir de casa y se van encontrando con situaciones anómalas,
las personas que lo acompañan desaparecen, todo se vuelve oscuro alrededor y
las voces llegan desde lugares indeterminados. Al final, Chan Xue está tratando
de captad la inquietud de los sueños que devienen en pesadillas.
Mis cuentos favoritos de este conjunto han sido: La antigua casa, La vieja chicharra y La
reina; teniendo, en realidad, un nivel bastante parejo a los otros.
domingo, 24 de noviembre de 2024
La clase de griego, por Han Kang
La clase de griego, de Han Kang
Editorial Random House. 175 páginas; primera edición de
2011, ésta es de 2023,
Traducción de Sunme Yoon
El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur,
1970). Ya conté que ese mismo día compré La vegetariana (2007) y que no fue
fácil encontrar cualquier otro libro de esta autora. Unos días después, sin
haber acabado aún La vegetariana,
pero disfrutando de su lectura, le solicité a la editorial Random House un ejemplar de La clase de griego
(2011), y me llegó a casa al día siguiente.
He leído las dos novelas seguidas y he encontrado más de un
paralelismo entre ellas. Los comentaré en esta reseña.
Son dos los protagonistas principales de La clase de griego: uno de ellos nos va
a contar su historia en primera persona y la historia del otro nos la contará
una narradora en tercera persona.
El libro se abre con la voz en primera persona, que –iremos
descubriendo– es la de un hombre coreano, que no llega a los cuarenta años y
que con quince emigró, junto a su familia, a Alemania. Allí descubriría pronto
que, al igual que su padre, padece una enfermedad ocular que va a ir haciendo
que su vista se debilite poco a poco hasta quedarse ciego. Como un guiño
literario el libro se abre con una anécdota protagonizada por Jorge Luis Borges. En el momento del
presente narrativo del libro ha de usar unas gruesas gafas verdosas, ha de leer
con una lupa y, cuando anochece o no le llega suficiente luz, tiene muchas
dificultades para poder ver. Quizás se vaya a quedar totalmente ciego dentro de
unos pocos años. Nunca llegó a aprender alemán con total dominio de la lengua,
pero lo que mejor se le daba en el instituto, mejor que a los alemanes, era el
griego antiguo, disciplina que pasaría a estudiar en la universidad. A los
treinta y un años, pese a la oposición de su familia, que no lo veía como una
buena idea, decide volver a Corea del Sur y tratar de ganarse allí la vida con
su título de griego clásico. En el tiempo narrativo de la novela da clases de
griego y de latín en una academia de Seúl. No siempre, pero es frecuente que la
primera persona del profesor de griego se dirija a un interlocutor, normalmente
mediante el recurso de una carta: a una chica que le gustó en el pasado, a su
hermana en Alemania, a un amigo alemán…
La segunda protagonista –cuya historia nos llega intercalada
con la voz de una narradora– es una mujer, de una edad similar a la del
profesor (aunque esto no se dice explícitamente en la novela), que creció
fascinada por el lenguaje. «El lenguaje penetraba en sus sueños como un punzón,
provocando que se despertara sobresaltada.» (pág. 15). Igual que ocurría en La vegetariana; aquí, un elemento
semifantástico está presente en el texto: el lenguaje «asalta» a la
protagonista, pero en otros momentos la abandona. En el presente narrativo del
libro, la mujer ha perdido la capacidad de hablar. Había trabajado en una
editorial, en una agencia de publicidad y cuando se dedicaba a la docencia universitaria,
un día, en plena clase, perdió la capacidad de hablar, algo que ya le había
ocurrido de adolescente y que ahora volvía. Esta idea de pasar a ser una
persona muda, de repente, se convertirá en símbolo de su soledad y de su
sensación de insignificancia frente al mundo. En la página 50 leemos: «Incluso
en la época que podía hablar, ella era una persona de voz queda. (…)
Simplemente no le gustaba acaparar espacio. (…) En el metro o en la calle, en
una cafetería o un restaurante, nunca hablaba en voz alta y desinhibida, ni
llamaba a voces a alguien. (…) A pesar de ser delgada, andaba con la espalda y
los hombros encogidos para ocupar menos espacio.»
Algunos acontecimientos acaecidos en la vida de la mujer han
contribuido a llegar a su situación actual: «Claro que algo tendría que ver que
su madre hubiera fallecido hacía seis meses, que ella se hubiera divorciado,
que hubiera perdido la custodia de su hijo de ocho años después de tres juicios
y que el niño estuviera viviendo con su padre desde hacía cinco meses.» (pág.
12)
La protagonista de La
clase de griego, después de perder la custodia de su hijo, estuvo varios
días vomitando y luego solo podía comer repollo hervido. De nuevo, parece que
en esta historia la poca presencia física de la protagonista pasa por la
infraalimentación.
No conoceremos los nombres de los protagonistas, y esta
falta de nominalidad los convertirá en arquetipos de la soledad que sufren las
personas en las grandes urbes.
La mujer, que ya no puede trabajar como profesora
universitaria, se ha apuntando a la clase de griego que imparte el hombre. Solo
son cuatro alumnos en clase, y ella es la única mujer.
Como ocurría en La
vegetariana, en La clase de griego
la mujer protagonista también se siente abrumada por la sociedad en la que le
ha tocado vivir, una sociedad ante la que se siente inane. En La vegetariana, la mirada sobre los
personajes masculinos, el marido y el cuñado de la protagonista, era negativa:
eran personajes machistas, ensimismados e infantiles. Sin embargo, en La clase de griego la mirada sobre su
protagonista masculino es más compasiva que en la otra novela y sus dramas
personales son presentados al mismo nivel que los de la mujer. De nuevo, Kang
decide dar voz propia a los hombres y la mirada sobre la protagonista femenina
es externa (con la excepción de las páginas en la que la primera persona
alucinada de La vegetariana describía
sus sueños).
La protagonista de La
clase de griego tiene una cicatriz en su muñeca, señal de que en algún
momento de su vida ha intentado suicidarse, marca que también tenía la
protagonista de La vegetariana.
En La clase de griego
se recoge un recuerdo doloroso de la protagonista: cuando era niña, su perro
murió atropellado por un coche y, cuando aún estaba herido, trató de socorrerlo
y éste le mordió. La violencia es una respuesta que la protagonista, como niña,
recibe por su compasión. Como ya conté en la reseña de La vegetariana, en esta novela también hay un recuerdo de infancia
de la protagonista que tiene que ver con la violencia que sufre un perro y que
ella sufre de ese mismo perro. Tengo la sensación que al usar esta imagen en
las dos novelas, aunque sea con variaciones, esta idea de la violencia y el
perro es un recuerdo real de la infancia de Han Kang.
El tono en el que estaba narrada La vegetariana era más violento y misterioso que el de La clase de griego. En esta segunda
novela el tono es más melancólico y poético; de hecho en La clase de griego nos vamos a encontrar con algunos poemas en sus
páginas.
Ya comenté que me había llevado una grata impresión de La vegetariana, que se confirma con la
lectura de La clase de griego. A
principios de diciembre, la editorial Random House va a reeditar la novela, Actos
humanos, ahora descatalogada,
y va a sacar por primera vez en español Imposible decir adiós. Estos dos
libros tratan sobre temas políticos, puesto que en los dos se habla de famosas
matanzas históricas en Corea del Sur. Siento curiosidad por esta otra vertiente
de la obra de Han Kang.
domingo, 17 de noviembre de 2024
Polémica en Argentina por Cometierra de Dolores Reyes
Se generó una polémica en Argentina por el libro "Cometierra" de Dolores Reyes, que las autoridades de la Provincia de Buenos Aires compraron para las bibliotecas escolares. Dejo un vídeo de mi canal de YouTube en el que hablo de esto:
domingo, 10 de noviembre de 2024
La vegetariana, por Han Kang
La vegetariana, de Han Kang
Editorial Random House. 167 páginas; primera edición de
2007, ésta es de 2024
Traducción de Héctor Silva
El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur,
1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la
literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis
contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba.
Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas
de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendaba
en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de
Madrid y solo en una de ellas –la FNAC
de Callao– tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se
tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón
ganó el Booker Internacional Prize
en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.
La
vegetariana
está dividida en tres partes. La primera, de igual título que el libro, está
narrada por el marido de la protagonista, Yeonghye. La primera frase del libro
es bastante significativa: «Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca
pensé que fuera una persona especial». El marido nos mostrará su extrañamiento
ante los cambios que está empezando a observar en su mujer, tras cinco años de
matrimonio anodino. Yeonghye contribuye de forma modesta a la economía
familiar: «Era profesora asistente en una academia de computación gráfica,
donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo
los textos a los globos de diálogo de las historietas». (pág. 12)
El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido
con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier
alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.
Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos
en esta primera parte, otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa
de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana,
sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos
sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de
sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia
cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su
apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado,
aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer
carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han
molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda
con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la
opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda, que al
usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.
A través de algunas escenas donde se está deteriorando la
convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana,
o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en
cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y
me acompañara hasta la puerta.», dirá el machista marido en la página 17; o una
página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no
salía del trabajo antes de las doce.», que nos da una muestra de la
competitividad de las empresas coreanas.
El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se
están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a
entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye
y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de
la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes
centrales de la novela.
La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está
narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de
una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su
mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornada. A pesar de
esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja de cinco
años.
Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor
por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que
Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de
pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los
acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la
salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.
La tercera parte, titulada Los árboles en llamas,
está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye
será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana,
separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de
su hermana.
Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré
como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el
adulterio era un delito en Corea del Sur, que podía ser penado con la cárcel.
Dejó de ser así en 2015.
En realidad, La
vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse
vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino
de una persona que, debido a unos sueños, que muestran un mundo interior
traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de
los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la
primera parte del libro, hay una escena de violencia, que la protagonista
recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y
muy significativa. En las páginas del
libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más
crudas del libro lo son en este sentido.
Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un
día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de
ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar
principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby,
el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre
la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los
textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela
corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Él
intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han
producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los
suyos. En La vegetariana, los cambios
que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras
sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más
allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra
de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La
vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la
alineación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es
la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece
decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, sobre las que
la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.
Nunca había leído un libro de un autor coreano y la
experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido
para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas,
La
clase de griego.
domingo, 3 de noviembre de 2024
Hojas rojas, por Can Xue
Hojas rojas, de Can Xue
Editorial Aristas Martínez. 171 páginas, 2022
Traducción y notas de Belén Cuadra Mora
En el verano de 2024 leí mi primera novela china: Más
duro que el agua (2001) de Yan
Lianke. Había leído, hasta entonces, bastante narrativa japonesa, pero no
china, y la nueva experiencia me resultó gratificante. Al sentir este reciente
interés por la literatura china, me había fijado también en Can Xue (Changsha, 1953), una autora de
la que la editorial extremeña Aristas Martínez
tiene publicadas dos antologías de sus relatos: Hojas rojas (2022) y Al
otro lado (2024). Traducidas al español, también existen dos novelas de
Can Xue: La frontera y Nubes flotantes ya envejecidas, en
la editorial Hermida. En septiembre
estuve buscando información sobre los candidatos más firmes para ganar el premio Nobel de Literatura en 2024 y
uno de los nombres que aparecía con más fuerza era el de Can Xue. Entonces,
decidí solicitarle los dos libros de relatos a Aristas Martínez para poder leerlos
y reseñarlos. La editorial, amablemente, me los envió.
Can Xue es hija de dos intelectuales chinos represaliados
durante la campaña antiburguesa en China de 1957. Esto hizo –como cuenta su
traductora– que tuviera que dejar el colegio pronto y trabajar en fábricas. Su
formación como escritora fue siempre autodidacta e influenciada principalmente
por autores occidentales.
Hojas
rojas consta de ocho relatos y está
traducido por Belén Cuadra, la misma
traductora de Duro como el agua de
Yan Lianke. Su trabajo en esta novela me pareció excelente, así que imaginaba
(con razón) que su trabajo en Hojas rojas
también sería muy bueno.
Forasteros
es el primer relato. En él conoceremos a Juhua, una niña que al despertarse por
la mañana en su cama siente frío, como si el viento del exterior se colase por
debajo de su edredón. A partir de aquí –y hablo tanto del relato como del libro
en general– una sensación de desasosiego acompañará al lector. Juhua decide
visitar el cementerio del pueblo cercano y, en su caminar hacia allí, se va
disolviendo el realismo en el que, durante las primeras páginas, pese a la
sensación de extrañeza, parecía transcurrir la historia. Un pequeño animal sin
identificar se unirá a la niña en el cementerio, y desaparecerá también como si
se volatiliza. Será muy frecuente, en todos los relatos de Xue, que aparezcan y
desaparezcan personajes secundarios que acompañaban al personaje principal con
esa falta de lógica propia de los sueños. De hecho, un aire onírico, de amenaza
continúa y saltos de lógica narrativa, propia de los sueños –o más bien de las
pesadillas– suele caracterizar la composición de estos relatos. También
recorrerán el cuento fogonazos poéticos, normalmente en torno a la naturaleza.
Confesiones de un sauce es el segundo relato y, para mí, uno de los mejores de las
dos antologías (al escribir esta reseña casi he acabado también de leer Al otro lado). La voz narrativa es la de
un sauce que se va secando en un jardín. Un jardinero humano ha dejado de
regarle, y él desconoce el motivo. «No me explico por qué decidió el jardinero
cortarme el suministro de agua» (pág. 43).
En la contraportada del libro se habla de las influencias de
Can Xue: Kafka y Borges. Lo cierto es que yo he sentido
en los cuentos de las dos antologías (y en especial en cuentos como Confesiones de un sauce), sobre todo la
influencia de Kafka. Confesiones de un
sauce parece estar escrito bajo la lectura de relatos como Josefina,
la cantora, o el pueblo de los ratones, donde se personifica a los
animales. Todos sabemos que Kafka, en muchas de sus narraciones, escribe sobre
el Dios del Antiguo Testamento, ese Dios lejano e incomprensible que rige el
destino de las personas. En este relato de Can Xue, ese Dios lejano sería el
jardinero para el sauce, un Dios del que depende para subsistir, y que no sabe
por qué le ha abandonado. «Creí comprender de veras que nunca llegaría a lograr
la tranquilidad y la felicidad que todo el mundo ansía y que, por lo tanto,
debía aprender a sentir cierta alegría en mitad de la sed, la ansiedad y el
dolor.», leemos en la página 50.
En El delito un padre deja a su hija
una extraña herencia: una caja sin llave, que cuando se agita parece sugerir
que su interior guarda objetos cambiantes. Una prima de la protagonista, con la
que tiene una relación difusa, empieza a vivir temporalmente en la casa.
¿Querrá, quizás, apropiarse de la caja? Este es un relato misterioso, con una
desasosegante lógica propia.
Hojas rojas
es otro de los cuentos que más me ha gustado de los que llevo leídos de Can
Xue. El profesor Gu se encuentra en la cama de un hospital. Mientras limpian la
habitación, él piensa en las hojas rojas que podía encontrar junto a su casa,
unas hojas rojas que acabarán apareciendo en la habitación del hospital, cuando
la frontera entre lo real y lo imaginado empiece a disolverse. Una amenaza
parece cernirse sobre el profesor Gu: siente la presencia en el hospital de
unos hombres gatos. Tratará de encontrarlos y se topará con un exalumno, que el
lector intuirá que está muerto y que, por tanto, se está empezando a diluir
para el profesor Gu la frontera entre la vida y la muerte.
En más de una ocasión, leyendo estos relatos, y sobre todo
en algunos, como en este de Hojas rojas,
he sentido que existía una conexión entre la obra de Can Xue y la de autores
latinoamericanos como Mario Levrero
y César Aira, también lectores de
Kafka.
Movimiento vertical empieza con la siguiente frase: «Somos unos animalillos que
habitan la tierra negra del subsuelo del desierto.» También tiene un aire muy
kafkiano. En este caso me ha recordado, sobre todo, al relato de Kafka El
refugio, también sobre un ser que vivía en el subsuelo. Tengo la
sensación de que cuando los cuentos están protagonizados por plantas o
animales, Can Xue se muestra más contenida, que cuando los protagonistas son
humanos, relatos en los que a veces, según nos acercamos al final, el
surrealismo, el aire onírico y la incomprensión tienden a monopolizar la
narración.
En La cabaña del monte ocurre lo que
apuntaba antes, que Can Xue se desborda al mostrar la extrañeza de lo contado.
Una mujer ordena los cajones de su casa, de un modo obsesivo, y sabe que en una
caseta, detrás de su casa, hay una persona encerrada. Viento, lobos, ratas,
ladrones… diversos miedos acosan a nuestra protagonista. En algún momento, este
cuento me ha llegado a recordar a esos cuentos que muestran relaciones
familiares enfermizas que escribe Mariana
Enríquez en libros como Un lugar soleado para gente sombría.
La cabaña del monte tiene menos
páginas que otros cuentos del conjunto y me he conectado menos con él, aunque
es uno de los cuentos más famosos de la autora.
Los hombres sombra nos habla de un viaje; ya avanzado el relato conoceremos el
porqué: «Recordé el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Alguien me
había robado el tesoro familiar: un valioso tintero de piedra.» El
protagonista, se adentrará en una ciudad, o más bien en un mundo –el mundo de
los «hombres sombra»– regido por unas leyes que no acaba de comprender. De este
modo, puede resultar acogido en una casa o expulsado. De nuevo, aparecen aquí
muchos errores de percepción de la realidad del personaje. Y, de nuevo, he
sentido detrás de este cuento el pulso de Kafka, de algunas páginas de El
desaparecido o El castillo, por ejemplo.
Conviviendo con humanos cierra esta antología de cuentos. Aquí el protagonista es
una urraca macho de mediana edad. Como ya he apuntado, al ser un animal el
protagonismo, parece que Can Xue controla más su narración y acota mejor los
límites en los que se va a mover que en los cuentos protagonizados por humanos.
De nuevo, el terror para la colonia de urracas partirá de los humanos, de un
niño que ataca sus nidos con un tirachinas y, principalmente, de la bedel de un
colegio cercano. La bedel tiene una función narrativa similar a la del
jardinero de Confesiones de un sauce.
«Imposible adivinar lo que les pasa por la cabeza a los humanos, ¿verdad?»,
dirá la pareja del protagonista en la página 157.
En un artículo de José
de Monfort, publicado en The Objetive, leo que las
influencias principales de Can Xue son Kafka,
Borges, Calvino y Beckett. Diría
que yo, principalmente, he visto en los cuentos de Xue la influencia de Kafka;
si bien es cierto que el cuento Movimiento
vertical nos puede hacer pensar en el Samuel Beckett de libros como Compañía;
pero, al fin y al cabo, esta última historia es una reescritura de El refugio de Kafka, fuente de la que
también mana el relato de Can Xue.
También he sentido en los cuentos de Can Xue la confluencia
con las voces de otros descendientes de Franz Kafka, como son César Aira y
Mario Levrero. Dudo de que Can Xue haya podido leer a Aira o Levrero, y sobre
todo a Levrero (con quien encuentro en la obra de Can Xue bastantes
paralelismos), pero sí considero que ambos escritores, partiendo de una
influencia común, han llegado a lugares oníricos, angustiosos, pesadillescos y
líricos, que guardan relación.
Me hubiera gustado que el libro incluyera un prólogo, que
indicara, por ejemplo, en qué año se publicaron originalmente los cuentos, o
más notas explicativas sobre su contexto, pero lo cierto es que los cuentos se
sostienen por sí solos.
Ha sido una grata sorpresa acercarme a este libro de cuentos
de Can Xue. Hojas rojas contiene
páginas valiosas, en el contexto de la literatura actual. La obra de Can Xue ha
sido traducida a veinte idiomas y es una firme candidata a ganar el premio
Nobel. Al final, el Premio Nobel de Literatura de 2024 ha sido para la coreana
Jan Kang; en cualquier caso, Can Xue será una gran premiada si la academia
sueca decide concederle el galardón algún otro año.