domingo, 27 de marzo de 2016

En cinco minutos levántate María, por Pablo Ramos

Editorial Malpaso. 161 páginas. 1ª edición de 2010; ésta es de 2016

Con la lectura de En cinco minutos levántate María acabo, hoy mismo, hace un rato tomando un café en una de las cafeterías de mi barrio, con la trilogía que el argentino Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) dedica a la familia Reyes, del barrio de Avellaneda.
Si en El origen de la tristeza el narrador era Gabriel, un niño de doce años, quien nos habla (ya adulto, el narrador está evocando) de su vida de niño de suburbio en 1978, y en La ley de la ferocidad es Gabriel Reyes, ya adulto, quien nos habla de cómo vivió los días correspondientes al velorio y el enterramiento de su padre, y de paso lleva a cabo un profundo ajuste de cuentas de la relación que tuvo con su progenitor, en En cinco minutos levántate María se recrea todo este mundo ficcional pero, ahora, desde una nueva y original perspectiva: desde el punto de vista de la madre.

María es la madre de Gabriel, igual que –claro- de Alejandro (el hermano mayor de Gabriel) y de Julia y Manuel, los hermanos pequeños. Además de ser la mujer de Ángel, el padre muerto en La ley de la ferocidad.

María se desvela en la noche, y aunque no le gusta estar despierta en la cama y se dice a sí misma que se da cinco minutos más antes de levantarse, desde la cama, en la oscuridad, empieza a mantener un intenso diálogo consigo misma, en el que repasa durante horas (o una gran suma de cinco minutos postergados) los acontecimientos clave de su vida familiar.
María tiene, en el día que narra, “sesenta y pico de años, cuatro hijos y cinco nietos.” (pág. 14). En ese momento Gabriel tiene treinta y cinco, y (para no revelar sorpresas) diré que el tiempo narrativo es próximo al evocado en La ley de la ferocidad y el padre (que duerme al lado de María) se encuentra cercano a su muerte.

María habla consigo misma en la oscuridad de su cuarto sin ventanas (como ya sabíamos los lectores de Ramos por los otros libros que completan la historia de esta familia), iluminado de vez en cuando por la presencia de una luciérnaga, que será invocada y recordada durante bastantes páginas de este libro (sobre todo al final de los capítulos) con el nombre de luciérnaga-hada.

El tono de este nuevo libro ha cambiado bastante respecto al anterior: si la voz narrativa de La ley de la ferocidad era desgarrada, poderosa y violenta, la voz narrativa de María es mucho más tierna y de una poesía que a veces puede bordear lo cursi (como esa invocación que ya he comentado a la “luciérnaga-hada”, por ejemplo), pero que en realidad se acaba revelando como la de una mujer fuerte y luchadora; una mujer que decidió dejar de llamar “mi marido” al hombre que duerme a su lado y lo cambió por “este hombre” el primer y último día que “este hombre” le puso la mano encima para darle una cachetada. “Porque para él si vas a un psicólogo estás loca, si vas a un ginecólogo varón sos puta, y no sé los miles y miles de prejuicios con que la madre, la santa madre que tenía, le habrá rellenado la cabeza. Conozco muchos de los prejuicios de este hombre pero estoy segura de que ni por asomo los conozco todos.” (pág. 132)

“Desde que me casé que no me acuerdo ni de quién soy. Crío hijos, cocino, lavo, y no hago eso porque tengo miedo de quedar embarazada nomás de hacerlo”, le confiesa María a su primo en una conversación que se evoca en la página 124. María, como mujer de su generación, sometida en gran medida a los mandatos de un hombre autoritario y machista, en más de un momento de su vida se ha llegado a sentir una sombra, alguien anulada, alguien que arrastraba un dolor tan grande que ha querido desaparecer. En este sentido, se recrea aquí, desde el punto de vista de la madre, un episodio que el lector de El origen de la tristeza ya conoce, narrado por Gabriel: el intento de suicidio de María mediante la ingesta de pastillas.

No es éste el único episodio de los otros libros que se vuelve a narra en este tercero desde otro punto de vista; en este sentido destacaría la narración del día en que Gabriel se pierde en la playa, contado ya, desde el punto de vista de este último, en La ley de la ferocidad.

Pero también es mucha la información nueva sobre la familia Reyes que el lector recibe en este tercer libro: en este sentido destacaría las historias del tío Héctor o de la bisabuela gallega de María. O la creación de algún personaje memorable como el niño Pablo que María conoce en el hospital cuando tienen que ingresar a su hijo menor, Manuel. Y también vuelven a aparecer aquí viejos amigos de la familia y del lector, como el trabajador del cementerio Rolando o el vecino homosexual Fernando.

María es una mujer creyente que evoca a Dios, pero que a veces también duda de su fe. Nos habla de sus hijos, pero el discurso hace especial hincapié en la relación que mantiene con Gabriel, quien sabe que ha sido el más propenso a sufrir por la relación con el padre. María sueña con seguir tratando de crear un puente de comprensión que parece imposible entre padre e hijo.

“¿Por qué nacemos predestinados a perseguir una felicidad que vive siempre donde nosotros no estamos”, se pregunta María en la página 44, y este discurso pesimista a veces entronca con el de Gabriel en el segundo libro, pero ya he apuntando anteriormente que a pesar de que María se lamenta de no haber podido vivir más su vida (no ha podido viajar a España, por ejemplo, con lo que soñaba) como le hubiera gustado, y ha tenido que asumir el rol de madre y esposa, el tono de esta novela es muy distinto al de la anterior. María no es un pozo sin fondo de dolor, María es una mujer que ha aprendido a estar conforme con su vida a pesar de los sinsabores del pasado.

La voz narrativa de María me ha parecido muy creíble, una construcción notable tras la la feroz creación del narrador del libro anterior. Creo que En cinco minutos levántate María ha sido un cierre original y brillante para estar trilogía. Aunque digo cierre y dudo de mis palabras, imagino que es posible que Pablo Ramos vuelva a hablarnos de esta familia Reyes y de su alterego Gabriel.

He tardado doce días en leer las 648 páginas de estos tres libros. Han sido doce días intensos, dedicados a una apuesta narrativa de voltaje potente, con páginas tiernas y evocadoras, pero también con otras terribles y desgarradas. Todo un mundo narrativo consistente ha sido levantado ante mí y creo que estos libros se merecerían en España una suerte superior a la que me parece que están teniendo.

Esperemos que la editorial Malpaso se anime y nos acerque los dos libros de relatos que el autor tiene publicados en Argentina.

Si pinchas AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.

jueves, 24 de marzo de 2016

Entrevista a Pablo Ramos, autor de La ley de la ferocidad

Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) es autor de la trilogía de novelas El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007) y En cinco minutos levántate María (2010).
Su obra ha sido traducida al francés, el portugués, el ruso y el alemán.
Estas tres novelas han sido publicadas en España por la editorial Malpaso.





Entrevista a Pablo Ramos

En la contraportada de las tres novelas que has publicado en España con el sello Malpaso se citan los títulos de tus novelas y libros de cuentos, pero, aunque se dice ahí que también eres poeta no se cita el título de ninguno de tus libros de poesía. ¿Qué relación tienes, por ejemplo, con tu poemario de 1997 Lo pasado pisado? ¿Se ha vuelto a reeditar? ¿Tienes más poemarios publicados?

Creo que soy un poeta ocasional, y ese libro no lo reedito porque es realmente malo.
Ahora, pongo mi ser poeta al servicio de las canciones que compongo. Las mías, las de Gabo Ferro, por ejemplo, y las de algunos otros músicos que me lo solicitan, sin embargo de vez en cuando escribo algún que otro poema.


Serías tan amable de dejarnos a continuación uno de tus poemas, aquel (o aquellos) que consideres más significativo dentro de tu propuesta.

Te dejo uno que no tiene música, que es la poesía tal cual la puedo escribir hoy:

perros rabiosos
estoy por salir
voy a un encuentro o a un congreso, 
y suena el teléfono:
─¿Ramos?
─si
─es por los talleres
─claro
─¿me leíste? 
─un poco:
nada
es una de las tantas veces que termina 
en entrevista
lo de siempre: que escribe
que a su jefe, a sus
amigos
a su maestras y a sus novios (es mujer: casi siempre son mujeres)
les gusta mucho lo que ella 
escribe
yo le digo que está bien
que son $130 por mes 
(estamos en enero de 2008)
una vez por
semana
dos horas y media
todas, la primera vez, vienen acompañadas
jóvenes y lindas a veces
alegres y tan perfumadas que imaginen
las adoro
algunos novios esperan
celosos
en el hall
lógico, las tranquilizo
es la primera vez,
la casa de un hombre solo
empezamos y yo no sé qué decir
silencio de minutos
ellas sacan la libretita y una lapicera de pluma
retráctil
una verdadera novedad
(si no las quisiera tanto)

yo hablo, de golpe hablo y hablo y hablo
ellas anotan
no me escuchan, sólo anotan
intentan pescar el secreto
yo soy sincero, a veces
soy brutal
les digo como mínimo 
tres cosas:
1. hago esto por dinero
2. no sé enseñar nada
3. no escribo desde la sapiencia de nada
se van y supongo que 
piensan
que deben pensar que soy
un amarrete
que me guardo ese secreto que no pudieron anotar: 
el éxito
el éxito es que me hayan publicado
pasármela sin un mango la mayor parte del
tiempo
no ven que es una enfermedad
el mes pasado no pude pagar la luz 
(y eso que trampeo el medidor)
la cuota de mis hijos
4 gatos llenos de pulgas porque el power vale $6
que por 4 da $24 
(recuerden: estamos en enero del 2008)
igual que a ellas
supongo: a mí me pasa lo que le pasa a todos
con el agregado de que si estoy
escribiendo una novela estoy
irascible
soy insoportable cuando
escribo
vuelvo al viaje, 
estoy con mi mujer en un micro
vamos a
San Juan
me gusta San Juan
o adonde sea que vamos
pero supongamos San Juan porque a mí me gusta mucho
ella me dice:
te aburre la tele, te aburre
el cine, te aburre bailar, te aburre
la música para bailar, nada te gusta Pablo
me dice: no sé, a cualquier pendejo le valoras cualquier cosa
lo tratás con respeto
¿pensás que soy una hueca?
y yo que no
que no es eso mi amor
y no es eso: estoy escribiendo 
creo que 
esta vez no me va a salir
me la agarro con los que más quiero
si yo la adoro
le digo: te adoro, te valoro tanto
ella se da vuelta en el asiento y se
duerme
yo me recuesto del lado derecho
por el hígado,
no para darle la espalda
pienso: va a pensar que le doy la espalda
al rato ella me sacude,
quiere ir al baño y yo estoy del lado del pasillo
quiere mear, llevamos diez horas 
en ese micro
sonrío y corro las piernas
ella va y vuelve, serena
(después de una meada siempre se le pasa todo)
se duerme pero esta vez me toma de la mano
y yo estoy por llorar
no me duermo y pienso, pienso kilómetro tras
kilómetro 
ojalá que ella no me deje
ojalá que el chofer no se duerma
rezo
yo a veces rezo, se me va el miedo que tengo
el miedo que me metieron a los golpes
cuando me golpearon
y pido por mis alumnas también,
y por la gente que me da sus manuscritos
tanta confianza, 
tanta esperanza repartida como un volante de comidas
¿qué es lo que buscan?
¿no ven?
no tengo nada de magia
lo hago por el dinero
¿no ven?, por Cristo
que la soledad, el desamor, la angustia y el miedo
son perros rabiosos que a mí también
todavía, 
me siguen mordiendo




El origen de la tristeza me ha parecido una primera novela muy redonda, escrita por alguien que tiene pocos titubeos, y su estructura –dividida en tres partes- me hace pensar en una amplia formación en la escritura de relatos. ¿Esto es realmente así? ¿Habías escrito muchos relatos antes de escribir esta novela? ¿O hubo otros borradores de novelas previos?

Claro, en mi libro de cuentos Cuando lo peor haya pasado, que ganó el premio Casa de las Américas, fue escrito antes que la novela. Se publicó después por una cuestión de estrategia editorial.
Por supuesto es una novela más redonda y los cuentos son más perfectos, en el sentido estricto de la palabra, porque aún creía en la mecánica de relojería de la escritura. Creo que luego entendí que puedo permitirme cierto barroquismo, ensuciar un poco más la cancha y encontrar cosas que trastoquen la forma clásica y se conviertan en una forma más personal. En El camino de la luna, mi último libro de relatos, el cuento La fría oscuridad del universo, que es por lejos lo mejor que escribí en mi vida, es una muestra de la evolución de la que hablo y de la forma que busco. Me refiero al lenguaje como la frontera exterior de la forma literaria, como la consecuencia de la estructura que es a la vez la consecuencia del personaje.


¿Es cierto que sigues escribiendo una primera versión de tus libros en una máquina de escribir en vez de hacerlo en ordenador? ¿Y es cierto, también, que usas una máquina de escribir nueva para cada nuevo libro?

Es cierto, hasta que una reciente tendinitis me está obligando a buscar un nuevo hábito. Pero la máquina de escribir es el camino más corto que yo conozco a un texto definitivo, ya que obliga a partir en el pasaje a computadora de un documento en blanco. Y por supuesto siempre uso una maquina nueva, porque no podría pensar en el nuevo personaje tocando la misma máquina.





Me sorprendió la rabia aniquiladora que transmite tu personaje Gabriel Reyes en La ley de la ferocidad, ¿es un sentimiento que te resulta familiar?

San Agustín dijo que odiar es como beber veneno, y esperar a que el otro se muera. La ira sirve para tapar la angustia. Gabriel no puede más de guardar palabras pero tampoco no puede más de las palabras. Hay un momento que dice «Amar es lo mismo que odiar, es insoportable», también dice: “Pensé que un suicida es aquel que ha perdido por completo su instinto de supervivencia. Un borracho, un drogadicto, es casi lo mismo que un suicida, solamente que un resabio de ese instinto todavía perdura en su alma. Los tres habitan el infierno: la conciencia implacable de que existir es un don inútil.»


Si Gabriel Reyes es un trasunto de ti mismo, ¿el lector puede pensar que la relación con tu padre ha sido tan mala como la que queda reflejada en ese libro?

La relación con mi padre ha sido tan mala que tuve que escribir el libro, el lector no imagina ni por asomo lo malo que es amar tanto a un hombre que pareció haberse olvidado de que tan solo tenía que mirarme.


Hubo un comentario que me llamó la atención en La ley de la ferocidad: Gabriel Reyes usa el apellido español de su madre y ha renunciado al italiano de su padre. ¿Ramos no es tu primer apellido, tienes uno italiano?

Sí, mi padre era de origen siciliano, pero Ramos es mi primer apellido. A veces pienso que soy el fruto de una ilusión que tuvo mi madre. Lo que sí sé es que absolutamente todo se lo debo a ella. Ella amaba España, sus poetas, su música desde el flamenco hasta una jota. Desde Hernández hasta Alberti o Rosalía de Castro. «Vos sos un Ramos», decía mi madre y yo siempre me imaginé el cielo de Galicia, que mi madre no conoció, pero sin embargo tan bien me describía cuando era niño. Una vez mi madre me dijo que había que leer un poema por día, que leer un libro de poemas en un día no era leer. Su biblioteca era pequeña, la Biblia, La casa de Bernarda Alba, una antología de poetas españoles y otra Biblia Poeta en Nueva York de Lorca. Con el tiempo entendí que lo más parecido a rezar si uno perdió a dios es leer un poema por día, dos poemas seguidos es negar que al igual que la música vive en los silencios la poesía se escribe con palabras pero habita cuando ellas al fin se han terminado.  


En La ley de la ferocidad, Gabriel Reyes ya no frecuenta el barrio de Avellaneda donde creció al igual que tú mismo, ¿qué relación tienes en la actualidad con tu barrio?

Una relación rara, ser escritor es casi ser un desclasado, es peor que ser millonario, es peor que ser un traidor; sin embargo la gente se fascina con haber parido un escritor en un barrio tan pobre. Alguien que no terminó los estudios primarios y al que las hijas de alguna vecina estudian en la facultad.


En alguna entrevista he leído que estuviste en la cárcel, y te lo he oído contar a ti mismo en algún vídeo de Youtube. ¿No supone un problema para ti hablar de esto? ¿Por qué ocurrió aquello?

No supone ningún problema y lo cuento porque me veo frente a una obligación moral, una obligación de clase. Casi todos los chicos pobres en cualquier lugar del mundo van a la cárcel o mueren por cosas que a los ricos ni siquiera les supone un cargo de conciencia. Estuve preso por falsificar tarjetas de crédito, pero cuando a los 9 años mi hermano y yo trabajábamos bobinando motores de barco para una importante empresa de una familia patricia, y como éramos chicos nos pagaban la mitad del sueldo a cada uno, ninguno de esa empresa fue preso.


¿Empezaste a publicar tus novelas y relatos en Alfagura Argentina o hubo otras editoriales antes?

Siempre fue Alfaguara Argentina.


Siendo un autor traducido a varios idiomas y con unas obras tan potentes, ¿por qué piensas que Alfaguara no se ha decidido a lanzarte en España?

Porque los editores dejaron de ser editores y responden a la decisión que toma un contador. Las editoriales venden bestsellers pero publican verdaderos autores para mantener determinado prestigio. No soy un escritor fácil de digerir y si bien la responsable de Alfaguara quería publicarme alguien por encima de ella decidió no hacerlo. Es una gran suerte para mí ya que tuve el honor, el placer y la alegría de toparme Malcolm Barral alguien que cree en mí, que se enorgullece de haberme publicado.


¿Estás contento con la acogida que han tenido tus libros en España publicados por Malpaso?

Estoy contento con haber salido en España, por haber llevado el apellido de mi madre de vuelta a España, un lugar que para ella es de honor. Un Ramos escribe, el hijo de mi madre escribe; me gusta más pensarlo así que de otra manera. 


Hace unas semanas entrevisté al joven escritor argentino Tomás Sánchez Belloccio y le preguntaba si considera que en vuestro país podía seguir vigente la polémica entre Boedo y Florida. Él me decía que consideraba que esa era ya una discusión irrelevante y anacrónica. Tú abres El origen de la tristeza con una cita de Roberto Arlt y algún crítico te ha nombrado su heredero, ¿para ti también es ya irrelevante la polémica entre Boedo y Florida?

Creo que nunca fue relevante, creo que la única polémica relevante es hoy la polémica que inauguró Sartre hace mucho tiempo sobre si existe o no una moral del lenguaje, si podemos pensar que la literatura puede tener peso frente a un niño que se muere de hambre. Para qué sirve la literatura de Sartre es la única polémica válida para mí.


Te he escuchado en alguna entrevista que no soportas las obras de autores como Alan Pauls o César Aira. ¿Alguno de los dos te parece más salvable que el otro?

César Aira, por lo menos es auténtico y no representa marcas de ropa. Ni tiene un compromiso explícito con el canon hegemónico. Pauls dijo, frente a la entrega de un premio Konex (premio que a la larga recibe todo el mundo): «Si pusieran una bomba acá se termina la literatura argentina, ya que los que no están acá (los premiados por esta institución) no saben escribir».
Eso es la definición de un pelotudo, pero hay algo mucho peor, es la definición de un obsecuente. No me interesan las personas pelotudas, mucho menos las obsecuentes, y por supuesto que lo que escriben es pelotudo y obsecuente. Lean el principio de Historia del pelo. ¡POR DIOS! Qué imbecilidad.


¿Qué opinas de la obra de Jorge Luis Borges?

Es inopinable. Luego de Kafka es uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura universal.


A la hora de convertirte en un narrador argentino, con una tradición tan rica, ¿te has fijado en la propia historia literaria de tu país o te han influido autores como Charles Bukowski o John Fante, con los que siento tu obra emparentada?

Totalmente, Fante mucho más. Y Cheever y Carver, Salinger, Samuel Becket, Donleavy, Auter, etc. etc. etc.
Cientos de escritores han influido en mí.
Y de mi país, todos: Constantini, Conti, Puig, Blaisnten, Castillo, Heker, Arlt, Borges, Di Benedetto, etc. etc. etc.


Tu prosa airada y en ocasiones poética me ha recordado también a la del autor cubano Pedro Juan Gutiérrez. ¿Le has leído? ¿Qué opinas de él?

Él es extraordinario, durísimo, tiene una enorme virtud que trato de imitarle siempre, de cualquier problema sale narrando. Eso es escribir para mí.


Sé que ejerces de profesor de taller literario, ¿cuáles suelen ser tus consejos más repetidos para los jóvenes escritores?

1-Un escritor escribe en contra de su facilidad, no a favor de ella.
2- Ahí donde fracasa el que escribe, vive la novela.
Las conclusiones se las dejos a ustedes.


¿Qué tal te va con tu banda de Rock Analfabetos? ¿Por qué ese nombre?

Por esta broma de la vida, de no haber terminado ningún estudio y de que hoy me estudien en la universidad de BS AS a mí. Je, je.
Una hermosa paradoja, ¿no?
Soy el analfabeto del alma, ya que escribo porque las palabras no me pertenecieron nunca, y quiero apropiarme de ellas.




El último de tus libros que he leído es En cinco minutos levántate María. Háblanos de este libro, ¿en qué momento se te ocurrió regresar a la familia Reyes desde el punto de vista de la madre de Gabriel?

Tengo un proyecto literario claro. En este momento tengo un libro de poemas terminado, uno de relatos y tres novelas a más de la mitad. Ya fuera de los Reyes. Estoy completamente metido en un enorme proyecto que terminará cuando me muera, y seguro incompleto. No existe ningún paso sin calcular.
Este año editaré un libro de crónicas sobre adictos, Hasta que puedas quererte solo es el título. Para terminar también con el tema del alcohol y la cocaína, y salir de todo esto en busca del tema que me importa: Dios, y el destino del hombre.


¿Tienes planificado escribir más libros sobre la familia Reyes, que la trilogía que has escrito por ahora, formada por El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y En cinco minutos levántate María, deje de ser una trilogía?

Tal vez falte el libro desde la voz de mi padre. No sé si tengo las pelotas para escribirlo.


¿Vamos a ver tus libros de relatos publicados en España? ¿Los editará aquí Malpaso? ¿Los libros de relatos que tienes publicados también nos remiten al universo de tus novelas y hablas en ellos de Gabriel Reyes?

Me editará Malpaso hasta que me gane el Alfaguara, es un premio que buscó La ley de la ferocidad y que perdió frente a una novela llamada Mira si yo te querré, una verdadera bosta literaria. Este año presento una novela sobre mi experiencia con los nazis en Berlín, una novela satírica, que no puede perder.


Creo que admiras al escritor argentino Abelardo Castillo. Para alguien que no lo ha leído ¿por dónde le recomendarías empezar?

El que tiene sed, la gran novela sobre el alcohol. Junto con Bajo el Volcán, de Lowry.


Muchas gracias, Pablo Ramos.
Si quieres leer las reseñas que he escrito de sus libros sólo tienes que pinchar en la etiqueta "Pablo Ramos", que aparece abajo.

domingo, 20 de marzo de 2016

La ley de la ferocidad, por Pablo Ramos

Editorial Malpaso. 319 páginas. 1ª edición de 2007; ésta es de 2015

Ya comenté la semana pasada que José Montfort, el encargado de prensa de Malpaso me envió a casa los tres libros que han publicado de Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) y que mi intención era leerlos seguidos, puesto que forman una suerte de trilogía.

Si en El origen de la tristeza el narrador era un Gabriel que evocaba su niñez en el barrio bonaerense de Avellaneda a finales de la década de 1970, en esta nueva novela nos encontramos con un Gabriel adulto que va a escribir sobre la muerte de su padre.

La ley de la ferocidad entre otras cosas es una novela metaliteraria, puesto que en ella se habla de la propia condición de la escritura: Gabriel Reyes decide sentarse ante una máquina de escribir (curiosamente no ante un ordenador) y recrear un suceso trágico de su vida que tuvo lugar cinco años antes: la muerte de su padre. “Cinco años separan al hombre que voy a ser del hombre que soy ahora en el pasado, pero sin embargo los dos ya convergen en una mixtura inestable. Una unión de partes que no llega a ser la esencia de un nuevo todo. El hombre que lo vive no es el hombre que lo escribe, pero va a comenzar a transformarse en él cuando decida escribir. Por el hecho de escribir. Yo soy el hombre que escribe.” (pág. 10)

Si el tono de El origen de la tristeza era evocador y había en él más ternura que rabia, el tono en el que está escrito La ley de la ferocidad es bien distinto: la voz narrativa del Gabriel adulto se ha vuelto más hosca, más violenta, y en cierto modo concibe lo escrito como una expiación por aquello que le hace sentir culpable: “Sería un hombre que intenta aplastar a pura palabra el descomunal malestar que lo consume (…) un hombre que ha dejado a su paso más daños que un huracán.” (pág. 10)

La ley de la ferocidad es sobre todo una diatriba contra el padre, un intento de acercamiento a la que para el narrador resulta una figura terrible, aplastadora. Gabriel Reyes se ha convertido en un hombre de éxito económico: es dueño –junto a un socio, Gastón- de una empresa de construcción que le hace ingresar unos 20.000 dólares al mes. Gabriel se ha convertido en ese hombre de éxito económico para ser más que su padre, para que su padre no pueda considerar que es un «tarado». Además es alguien que escribe. Pero el éxito económico no trae en ningún caso la felicidad a Gabriel, que derrocha su dinero y su vida en alcohol, putas y drogas hasta llegar a la sobredosis.


Cuando Gabriel recibe la noticia de la muerte de su padre lleva más de un año sin probar el alcohol y las drogas. Vuelve desde el centro de Buenos Aires a su barrio de Avellaneda para arreglar el velorio y el entierro con la funeraria de Traum. Ha de llegar un familiar de Italia y el velorio va a ser largo: dos noches y tres días. En este periodo de tiempo, Gabriel va a reencontrarse con su barrio y de nuevo va sucumbir al fuego que lleva en su interior: otra vez va a volver al alcohol, las drogas y las putas. “Cinco años después, en el ahora que escribo, pienso que la ferocidad debe ser un destino genético, una especie de karma biológico, una venérea que condicionó mi vida y mis actos de la misma manera que condicionó la vida y los actos de mi padre, y del padre de mi padre, y de todos los portadores de testículos volcánicos de la isla que nos antecedieron.” (pág. 43-44)

Es cierto que en esta novela nos volvemos a encontrar con personajes que el lector de El origen de la tristeza ya conocía: Alejandro, el hermano mayor de Gabriel (aunque debido a su posición económica sea este último el que parece haber tomado el rol de hermano mayo en la familia), los padres de Gabriel, y Rolando, el enterrador de la primera parte de El origen de la tristeza. Quizás estaba echando de menos a algunos de los amigos de la pandilla del Gabriel niño, que en algún momento  aparecerán en este relato, por ejemplo, así ocurre con Percha, y se nombrará a Marisa o el Tumbeta. Pero el lector comprenderá que Gabriel se ha apartado de su viejo barrio de Avellaneda: “Yo no pertenezco más a este barrio, tampoco a los viejos amigos. Pude salir de lo que ellos no pudieron salir y esto también tiene un precio.” (pág. 279)

En algunos momentos la rabia y el desasosiego sin fondo de Gabriel me han recordado a los de Charles Bukowski y también a los de Pedro Juan Gutiérrez. En los tres casos nos encontramos con narradores refinados, que saben apreciar el arte y la cultura (aunque en ocasiones parecen renegar de ellos), pero su mirada sobre el mundo no deja de ser pesimista y negativa; son narradores que no pueden soportar el mundo y necesitan evadirse de él mediante el sexo, el alcohol o las drogas.
En algunas ocasiones, la rabio (o la ferocidad) de Gabriel parece casi, dentro de la narración, un recurso expresionista. Así trata de describirla en la página 172: “Poco a poco, en mis opiniones, se va filtrando esa gotera ácida del alma, ese designio ancestral del odio, de la no aceptación de los demás sino como enemigos, como la posible competencia a la cual tengo que eliminar. Si hay hombres y hay mujeres el deseo de eliminar la competencia sexual es irrefrenable, asesinaría a sangre fría para ser el único y, luego, cuando lograra ser el único, poseería a las mujeres de manera que no quede ninguna duda de que el único que tiene derecho soy yo, que mi supremacía implica el monopolio de la conversación, del goce, de la satisfacción que nunca llega, porque la simple idea del otro no puede ni siquiera existir en la enfermedad de mi alma, en la enfermedad desatada de mi alma.” (172)
Hay momentos en este libro en los que la voz narrativa de Gabriel llega a ser odiosa (el episodio en el que envenena palomas para verlas caer del cielo es realmente brutal y desolador, y también eléctrico y perturbador), pero uno siempre quiere seguir leyendo, porque La ley de la ferocidad acaba siendo un Viaje al fin de la noche moderno, una expiación existencialista del dolor de la vida por la vía de la abyección primero y después por la vía de la escritura. Me ha llamado la atención la de veces que aparece en esta novela el sustantivo “alma”: “alma podrida”, “alma rota”, “alma sin fondo”, que de nuevo me hacía pensar en el concepto de expiación.


Los momentos más intensos del texto (la narración de las noches y los días del velorio) quedan atemperados por diversos saltos narrativos, como, por ejemplo, la evocación de unos días de playa en la infancia en los que Gabriel se acaba escapando del camping en el que está alojado, porque no quiere ver discutir más a sus padres o la historia del abuelo que llegó de Sicilia a Argentina.

La novela, como ya he apuntado, acaba siendo perturbadora, brutal pero también emocionante. El estilo literario es más contundente que el de El origen de la tristeza, ya que en esta segunda novela se describen más, y con más intensidad, los paisajes interiores que los exteriores. En muchos casos, para mostrar su desgarro el pulso narrativo se vuelve quebrado, eléctrico, expresado en frases muy cortas; por ejemplo leemos en la página 111: “Tan fea que dan ganas de pegarle. Toco timbre. La vieja me mira. Distante. Ojos de sueño, ojeras.”

En resumen, y como ya se ha podido desprender de mis palabras: La ley de la ferocidad es un libro intenso, a veces desagradable en su viaje a la enfermedad del alma del protagonista, pero también poético, desgarrado, frenético, perturbador, capaz de voltear a cada capítulo las expectativas del lector.

Ya estoy con la tercera parte de esta trilogía, y el conjunto me está pareciendo realmente destacable dentro de la nueva narrativa en español. Decía el gran escritor argentino Rodolfo Fogwill: «La ley de la ferocidad me parece una obra maestra.», y creo que está bien que yo recoja aquí este testimonio.

Si pinchas AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.

martes, 15 de marzo de 2016

Nuestra película de las vacaciones, por Jeymer Gamboa: 2 poemas

Hoy he leído el poemario Nuestra película de las vacaciones del costarricense Jeymer Gamboa. Me ha gustado bastante, un poemario con unas imágenes bellas, potentes. Muy bien editado por José María Cumbreño y sus Ediciones Liliputienses, que se está convirtiendo en un referente de la poesía en español (o en concreto de la poesía hispanoamericana editada en España).
Me ha gustado porque, dentro de su modernidad, de su mirada de realizador audiovisual, acaba teniendo un poso contemplativo sobre la naturaleza de poema chino.

ya publicaré aquí la reseña, adelanto hoy dos poemas:





ÁRBOLES
Por el parabrisas del viejo Land Rover
veo a las garzas sobrevolar el ganado.
La tarde empieza a declinar con los grillos.
El aire en la finca aún hierve
con los últimos minutos de sol.
Abro la ventanilla para apoyar mi brazo.
Mi padre me alcanza unos limones dulces.
Luego enciende el carro
y lo acelera durante un rato
hasta que nos ponemos en marcha
por el camino polvoriento, lleno de curvas,
bajo la sombra prolongada
de los árboles y la memoria.


EL SAMURÁI
Lluvias breves despiden la primavera.
El sol aparece como un samurái
sobre la llanura del atardecer.
Subimos a la azotea a tomar una cerveza.
El viento sacude la soga del tendedero
con prensas de madera sin nada que sujetar.
Los árboles ondean su óleo verde.
Escucho el arrullo de las palomas
junto a los tanques de agua.
Cables y antenas enmarañan el cielo.
Charcos secándose en el piso ocre.
Nos quedamos callados, rogando por el alivio
de algo que no entendemos.
Las nubes con domicilio en los suburbios
se mueven apresuradas hacia la estación de trenes.

domingo, 13 de marzo de 2016

El origen de la tristeza, por Pablo Ramos

Editorial Malpaso. 168 páginas. 1ª edición de 2004; ésta es de 2013

Me había fijado en los libros de Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) que estaba publicando Malpaso. Los había hojeado en las librerías y también había leído alguna reseña sobre ellos. Intuía que me podían gustar. Cuando me llegó al correo electrónico el dossier de prensa de Malpaso anunciando que iban a publicar En cinco minutos levántate María (2010), la tercera parte de la trilogía iniciada con El origen de la tristeza (2004) y que continua con La ley de la ferocidad (2007), me apeteció pedirle que me enviara los libros a José Montfort, el actual encargado de prensa de la editorial. A los tres días los tenía en casa, y En cinco minutos levántate María unas semanas antes de que llegara a las librerías. Así da gusto.

En El origen de la tristeza conocemos a Gabriel Reyes (aunque en este libro sólo se llamará Gabriel –apodado Gavilán- y aún no tenga apellido), una suerte de alterego de Pablo Ramos, que, como él, crece en el barrio bonaerense de Avellaneda.

Gabriel tiene doce años cuando empieza la novela y, si suponemos que tiene la misma edad que su autor, debemos situarla por tanto sobre 1978.

Me ha gustado la estructura de la novela: está dividida en tres partes, que podrían ser casi relatos independientes. La primera se titula El regalo y en su narración destaca con fuerza la peripecia de la historia: Gabriel necesita 30 pesos para comprarle un collar a su madre como regalo por el día de su cumpleaños. Para conseguir el dinero decide ayudar a Rolando, un hombre de unos cincuenta años, al que considera su amigo, y que trabaja en el cementerio de Avellaneda (donde también duerme) cumpliendo con pequeños mandados que le encargan los visitantes de las tumbas. El relato está organizado como una pequeña aventura picaresca. Así enseña su trabajo Rolando a su discípulo Gabriel: “Uno se toma el trabajo de poner un palito de madera, vulgarmente denominado escarbadientes, en una de las cerraduras de la bóveda; de modo tal que estorbe el accionar de la llave pero que, con algo de maña, resulte sencillo librarse del problema. Entonces, cuando alguien como este señor, dueño de una cripta clase uno, intenta hacer girar la cerradura, se le traba la llave. Es el momento exacto en que nosotros pasábamos por ahí.” (pág. 39)
El padre de Gabriel es dueño de un pequeño taller de bobinas metálicas, allí trabaja a veces Alejandro, el hermano mayor de Gabriel, que le lleva un año. A Gabriel le gusta entrar al taller cuando no hay nadie, busca la botella de vino dulce que ha escondido Alejandro y: “Cuando me sentí entonado me puse a repasar los almanaques de las minas desnudas. Tuve que hacerme una paja enseguida, para poder mirarlos con más tranquilidad” (pág. 19). Por escenas como ésta, El origen de la tristeza me ha recordado a La senda del perdedor de Charles Bukowski; e imagino que la lectura de Bukowski es una influencia real sobre la obra de Ramos, ya que comparten algunas características: la creación de un alterego del personaje (Gabriel Reyes-Pablo Ramos y Charles Bukowski-Henry Chinaski), y la mirada descarnada, pero a la vez tierna y humorística, sobre la realidad que les rodea, además del deseo de plasmar el absurdo y la crueldad del mundo, y la iniciación en el sexo o el alcohol.
Y hablo de Bukowski, pero también debería hablar de Roberto Art, ya que el libro se abre con una cita suya (“¿Cómo describir mi llanto… mi odio… la desesperación de haber perdido el paraíso?”), y si en la literatura argentina aún sigue vigente la disputa literaria del conflicto que se llamó «de Boedo y Florida» (realismo frente a vanguardia), estaría claro que Ramos se sitúa dentro de las filas de Boedo e imagino (me gustaría preguntárselo) que no debe apreciar demasiado la obra de, por ejemplo, César Aira.

La segunda parte se titula El incendio del arroyo y nos muestra la relación de Gabriel con su grupo de amigos. Ha pasado un año desde la primera parte y aquí la aventura es otra: el grupo de amigos ha recaudado dinero, mediante una rifa, con la escusa de comprar unas camisetas para un equipo de fútbol, pero con la intención de debutar con una puta. El barrio de Avellaneda es descrito con profusión, y el escenario, las calles, los bares y las personas que lo habitan, constituyen un impactante aguafuerte porteño. “La villa de Atrás del Arco se llamaba así porque quedaba atrás del arco de la tribuna visitante. Todos los villeros eran hinchas del Arse y como nunca los dejaban entrar habían hecho una montaña de tierra tan alta como la pared y, parados ahí, todos los sábados, miraban el partido. Era como un hinchada cualquiera: con banderas, cantitos y todo lo que tiene que tener una hinchada, pero afuera de la cancha. Un día los filmaron para la televisión. Dijeron que arriba de la montaña se subían como doscientos villeros, y que eso era mucha más gente que la llamada hinchada oficial que estaba adentro.” (pág. 76)
Además de querer gastarse el dinero en debutar con una puta (como no hay dinero para todos, van a tener que echarlo de alguna manera a suertes) también querrán comprar vino de la costa en una bodega a las afueras del barrio. Ir hasta allí acabará convirtiéndose en toda una aventura. He leído en una entrevista que Ramos cita a Robert L. Stevenson como inspiración, y me parece acertada esta posible filiación. Además en el barrio, como telón de fondo, se ha incendiado el arroyo que lo atraviesa, cargado de contaminación. El agua en llamas será un poderoso símbolo que recorre este relato de amistad y aventuras, contado con un ritmo estupendo.

El estaño de los peces es el título de la tercera parte y en ella cambia el tono frente a las dos anteriores: el afán de narrar la aventura de la infancia cede aquí su hueco a favor de hablarnos de los grandes espacios de melancolía que van llenando una existencia. Así habla Gabriel de su casa: “Es que al fondo jamás llegaba la luz del sol. Mamá decía que nos había tocado la peor parte y siempre se quejaba de lo mismo: de «vivir en el fondo». No sé, pero cuando uno llegaba de la calle –y sobre todo si era un día de sol- tenía que hacer un gran esfuerzo para no entristecerse.” (pág. 144). La mirada de Gabriel en este relato ya no es tan inocente como en los otros dos y puede percatarse perfectamente de los problemas que tiene la relación de sus padres, acuciados por la mala marcha del taller de bobinas al que el padre trata de aferrarse más allá de lo razonable. En esta tercera parte, el lector, igual que el narrador, tiene la impresión de estar asistiendo al final de una época para el protagonista. “Y entonces lo supe: era el final, yo estaba viviendo el final de esto que acabo de contarles.” (pág. 168)


El origen de la tristeza me ha parecido una gran primera novela. El libro de alguien que tiene algo que contar y que ha encontrado de forma clara los mecanismos para hacerlo. Una narración con un gran sentido del ritmo, plagada de un potente sabor porteño (pese a que yo leo muchos libros argentinos, en éste –que recoge la jerga juvenil de finales del los 70- me he encontrado con alguna expresión que no había escuchado nunca, como por ejemplo “zapucai”). Ramos levanta aquí un mundo, el de su barrio de Avellaneda a finales de la década de 1970, y lo hace tangible y vital para nosotros, a la vez que como buena novela de iniciación nos habla de un debut vital, con toda la pasión y la melancolía de las primeras veces, de su protagonista Gabriel, tan tierno y tan feroz.

Si pinchas AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Entrevista a Tomás Sánchez Bellocchio, autor de Familias de cereal

Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981) ha publicado a finales de 2015 su primera obra: el conjunto de relatos Familias de cereal (Editorial Candaya), elogiado por personalidades de mundo del cuento en España como Juan Carlos Márquez u Óscar Esquivias.



Entrevista:

Al leer tus relatos he sentido una conexión intensa con las obras de otros cuentistas argentinos de tu generación, como Federico Falco y Samantha Schweblin. Los tres, desde mi punto de vista, trabajáis posando sobre el realismo una mirada de extrañeza. ¿Has leído a estos autores? ¿Piensas que formáis una nueva generación de narradores argentinos o más bien crees que cada uno escribe proponiendo libros por completo diferentes y desconectados?

A ambos los he leído y me gustan bastante. También Patricio Pron. Esta conexión que ves quizás esté relacionada con cómo desde un país con una tradición cuentística diversa e importante pero que no es realista ha asimilado la influencia del cuento americano que es sobre todo realista. Al mismo tiempo, creo que son propuestas muy distintas. Cada uno escribe su propio proyecto, en solitario. Creo que se escribe mirando más a los padres que a los hermanos. Y podremos tener los mismos padres, pero cada hijo sale distinto. En Samantha veo una veta mucho más fantástica y con una base de cuento clásico, redondo. En Falco es muy interesante su mirada desde el interior del país, porque Buenos Aires gravita demasiado sobre nuestra literatura, y me subyuga ese tono como de fábula de algunas de sus historias. Mi jugada, en Familias de cereal al menos, creo que pasa más por lo urbano o suburbano, la mezcla de tonos y registros, melodrama, humor, ideas, todo junto y licuado, el interés por lo digital, pero también el trasfondo político y una cierta mirada de clase.


En pleno siglo XXI, ¿tiene todavía sentido para un escritor argentino hablar de la polémica literaria entre Boedo y Florida? ¿Sigue habiendo en la actualidad escritores que puedan entroncarse con esas líneas que proponen el realismo o la vanguardia? ¿Con qué barrio te sientes más identificado?

Me parece árido, irrelevante y hasta anacrónico a esta altura del partido meterse en polémicas y discusiones, adscribirse a programas o manifiestos o tratar de encorsetar libros en géneros o corrientes. ¿Es realista o no? ¿Hay crítica social o es elitista? ¿Es autoficción? Tampoco me interesa ver la literatura en función de ejércitos, como decía Bolaño. Me gusta pensarla como un enorme campo de exploración, geográfico y temporal, y cada uno tiene la libertad de situarse donde quiera. Y lo único importante, a fin de cuentas, es hasta dónde llegás desde ese lugar: conseguir crear un espacio propio, que ensanche ese campo.


Durante los últimos años la influencia de Raymond Carver ha sido abrumadora para los escritores de cuentos españoles, ¿ocurre lo mismo en Argentina con una tradición tan rica?¿Qué narradores de cuentos han influido más en tu obra, los norteamericanos como Carver, Tobias Wolff o John Cheever; o los argentinos, como Borges, Cortázar o Quiroga (uruguayo, pero de gran influencia sobre la literatura argentina)?

Como te decía, la influencia del cuento americano ha sido enorme también en Argentina, al punto de ser perjudicial, sobre todo para los escritores que recién empiezan, los que salimos de talleres. Cierto tipo de cuento americano es quizás el más fácil de imitar. Evidentemente es más fácil imitar a Carver que a Borges. Metés un diálogo cortado y ominoso, ponés en práctica la teoría del iceberg, intercalás una descripción seca. También pienso que la tradición americana es más homogénea. Hemingway, Carver y Cheever se parecen entre sí mucho más de lo que se parecen Cortázar, Borges y Quiroga. En mi caso, son dos capas de influencias. El descubrimiento de los grandes rioplatenses fue adolescente. Forman parte de mi educación sentimental. El de los americanos llegó después. El secreto para liberarse de esas influencias o mejor: asimilarlas profundamente para dejar de imitar, es seguir leyendo y seguir explorando con tu escritura. Cuando por fin descubrís el mecanismo y entendés que tenés que escaparte de ahí. Esto lo decía un profesor mío, que creo lo sacó de Nabokov: copié, copié y copié, hasta que deduje mi propio estilo. Deducir es la palabra clave. Y después de los grandes nombres tópicos, que a veces pueden ser como piedras pesadas, surgen otros, que van ampliando tus horizontes: Fogwill, Lispector, Caicedo, Di Benedetto, Saunders, Morábito, Brodkey, Dubus, Munro. 


En algunos de tus cuentos se cita a Buenos Aires, pero la ciudad aparece en ellos como un referente difuminado, siendo tu propuesta una propuesta principalmente de interiores. ¿No te interesa retratar las calles, o los lugares públicos de una ciudad frente a lo que ocurre en el interior de las casas?

Esto lo he notado pero es más inconsciente que consciente. El infierno familiar es sobre todo de interiores. La familia como mundo cerrado y extraño. Además, creo que un cuento es bueno cuando de algún modo misterioso consigue escaparse de su propio tiempo, de lo inmediato. Y esa cualidad “universal”, además de estar en el corazón moral de la historia, se conecta con el estilo de la prosa y con cómo entran las referencias históricas o culturales. Cada escritor lo trabaja a su manera. Por supuesto que hay grandes historias universales muy situadas, muy particulares. Pero a mí me interesa poco cuando un escritor llena de nombres de calles o de discos de un músico o de fechas históricas una historia para conseguir situarla en determinado tiempo y lugar. Por eso, Buenos Aires aparece como difuminada. Tampoco hay, en general, referencias concretas a un año o a un hecho histórico. Supongo que está relacionado también con mi aversión a los nombres muy originales. Nunca podría nombrar a mis personajes Amaranta Úrsula o Camilo Canegato. La individualidad o la nitidez las busco con otro tipo de operaciones: un trabajo minucioso del detalle, que suele ser más psicológico o descriptivo.




Vives entre Buenos Aires, Barcelona y México DF, pero todos tus cuentos parecen ubicarse en Argentina y están protagonizados por argentinos. ¿Te imaginas escribiendo sobre personas de Barcelona o del DF?

Es algo que he pensado y me han preguntado varias veces. La mayoría de los cuentos de este libro tienen personajes o están escritos desde un narrador adolescente. Y mi adolescencia está en Argentina. Además, me siento más seguro y verdadero destripando una familia argentina que una española o mexicana. Hace poco leía una antigua entrevista a John Updike en la que decía que hay muchos escritores que escriben sobre esa “edad” porque tenemos la vida partida en dos. Escribir sobre un tiempo en el que todavía no existía la conciencia de ser escritor. La experiencia era más fresca, de primera mano, sin los filtros a veces perjudiciales del creador de historias. Quizás en unos años haya asimilado mis experiencias de Barcelona y DF y pueda incorporarlas a mi ficción, aunque probablemente no tengan una mirada adolescente.


En la presentación de Familias de cereal de Madrid afirmarte que te sentías un escritor de cuentos al que no le gustan las grandes digresiones de las novelas. ¿No te concibes a ti mismo escribiendo una novela?

Es verdad que dije eso. Aunque ahora mismo estoy escribiendo una novela. Muchas novelas me parecen cuentos extendidos. Treinta páginas iniciales potentes y después la técnica intentando mantener a flote algo que se hunde.


¿Eres más lector de cuentos o de novelas? ¿Existe algún tipo de novela que sientas como una influencia sobre tu concepción del cuento?

Definitivamente soy un lector de cuentos. Es el género que me generó el amor por la literatura. Y que leía y todavía intento leer con un placer y una inocencia que ya no tengo. También es un género que siento que puedo abarcar más. Me da menos ansiedad que la novela. Si para Borges la biblioteca es el paraíso, para mí puede ser el infierno. Porque leer y conocer a todos es imposible. Para tener una idea de un autor, con leer un par de cuentos basta. Con los novelistas no se puede.

No creo que haya novelistas o novelas que hayan influenciado mi concepción del cuento. Creo que en el cuento, por su corta extensión, la forma es más importante o consciente que en la novela. Sí, por supuesto, me han influenciado tonos, estilos, la voz de Houellebecq por ejemplo, o cómo Coetzee consigue encarnar ideas ensayísticas en personajes, pero eso no alcanza para alterar la concepción del cuento como género.


¿Durante cuánto tiempo acudiste al taller literario de Javier Adúriz? ¿Cuál ha sido la lección más valiosa que sacaste de él?

Javier Adúriz fue mi profesor de literatura en el secundario. Ya en la escuela había hecho taller con él. Al terminar la universidad, retomé y fui regularmente durante unos diez años, hasta que él murió repentinamente. Él me estaba ayudando a armar mi primer libro, un versión 1.0 de lo que terminó siendo Familias de cereal. Javier fue mi primer interlocutor: esa persona que te lee como nunca nadie más te leyó. Y tenía una mirada muy generosa. Creo que su lección más valiosa me la dio en uno de nuestros últimos encuentros. Era una noche de verano. Hacía mucho calor. Discutíamos ciertos aspectos técnicos de un cuento. Entonces se cortó la luz. Esperamos un rato a que volviera pero no volvía y ya no podíamos seguir. Entonces empezó a decirme algo que no sé si se hubiera animado a decirme con luz. Me dijo, con palabras mejores, que sí, que escribía muy bien pero que estaba siendo condescendiente conmigo mismo, que me dejaba empalagar por la música de mi prosa. Él decía que tenía ir más allá: romper, destruir, para volver a armar, llegar a una zona un poco más irracional y oscura. Fue tremendo. Esa noche lo detesté. Sabía que había un elogio detrás de sus palabras pero me costaba verlo. Desde entonces me preocupo mucho de que un cuento tenga una especie de vibración irracional, que no sea completamente redondo, que algo se rompa en alguna parte, que algo no cuadre.


¿Crees que el lenguaje publicitario –tu profesión- ha influido en tu forma de narrar?

Es posible. Más allá de que hay un evidente interés temático en muchos de los cuentos por lo publicitario y lo digital (mi experiencia profesional en agencias es sobre todo digital), creo que se pueden encontrar algunas señas en la forma de narrar: el esfuerzo por la nitidez, la búsqueda de ideas y escenas contrastantes, la importancia de la imagen.


¿Desde un primer momento te planteaste que querías publicar en España o el hecho de hacerlo en Candaya, donde en 2013 participarte en una antología de cuentos iberoamericanos, ha sido algo dado por las circunstancias?

España representó para mí la oportunidad de desplegar a mi “yo escritor”. Viví toda mi vida en Buenos Aires hasta los treinta años y mi único contacto con la literatura fue el taller literario de Javier. Tenía un buen trabajo, ganaba bien, pero sentía que pasaban los años y necesitaba darle otra cabida a la literatura en mi vida. Cuando Javier falleció, la excusa fue el máster de Creación Literaria de la Pompeu Fabra, en Barcelona. Allá pude dedicarme a escribir, a leer, a pensar en un proyecto. Empecé a relacionarme con otros escritores y a entender un poco la industria o la maquinaria frágil de la literatura. Gracias a Jordi Carrión que seleccionó un cuento mío para una antología por los cinco años del máster, conocí a Paco y a Olga, mis editores de Candaya, y a partir de ahí todo se fue dando. Por eso, lo de publicar en una editorial de Barcelona es anecdótico y no. Sin embargo, me parece importante para un escritor ser publicado en su país. Tenemos pensado distribuirlo en Argentina y otros países muy pronto. Ojalá tenga el mismo recibimiento que está teniendo en España.


¿Por qué hay tanta enfermedad en tus relatos? ¿Todas las familias están enfermas?

El porqué no lo sé. Me fui dando cuenta a medida que la gente me lo comentaba. Muchas cosas acerca de mis cuentos me voy dando cuenta a medida que salen críticas o un lector me las comenta. Es verdad que hay mucha enfermedad: enfermedades tanto físicas como mentales. Cáncer, sida, obesidad, males congénitos y degenerativos. Y después también parafilias, autismo, desórdenes alimenticios, adicciones, delirios psicóticos. No es una decisión estilística, aunque tampoco creo que sea inconsciente, lo veo más como una obsesión, que termina convirtiéndose en una especie de marca de estilo. Además, las enfermedades sirven como motores de acción y ayudan a perfilar personajes. Un vigoréxico en la casa de cuatro gordos. Un viejo millonario que nunca fumó muriendo de cáncer de garganta. Un adolescente con una esclerosis que vive a través de su computadora.

Yo no sé si todas las familias están enfermas, supongo que hay niveles de enfermedad o disfuncionalidad, pero me atrevo a decir que no existe una familia completamente feliz. Y de la necesidad de purgar la infelicidad nace la pulsión de narrar.


Recomiéndanos, por favor, a algún gran cuentista actual.

Un gran cuentista actual, vivo y relativamente joven es George Saunders, que sé que ya has reseñado en tu blog. No es un secreto para nadie: en Estados Unidos ya es una especie de celebridad. Lo que fue Foster Wallace en algún momento. No todos sus cuentos me gustan ni tienen el mismo nivel, pero me parece muy original. Su prosa es tan arriesgada que parece que hablara desde el futuro y me interesa su modo de encarar la ciencia ficción con humor y emoción. Joshua Ferris, sin embargo, en un prólogo a la reedición de Pastoralia, dice que lo que hace Saunders no es sólo redefinir el cuento como género, sino redefinir el realismo. Porque el realismo de hoy debería incluir fantasía y simulación computarizada  y consumismo rampante y corporaciones desleales y el futurismo como un estado de la mente.


¿Estás trabajando ahora mismo en un nuevo proyecto literario?

En estos momentos estoy terminando un libro de cuentos, con cuentos viejos y nuevos, una especie de colección como Familias de cereal pero con otro enfoque, y hay más mezcla: cuentos de ciencia ficción y fantásticos. Y también estoy con una novela al 70%. La novela es un cuento que fue creciendo hasta que me di cuenta que era algo más. Y supongo que cuando uno empieza a sentir que se repite, o que ya domina una longitud, necesita nuevos desafíos. A ver qué sale.



Pinchado AQUÍ se puede leer la reseña que escribí sobre Familiar de cereal.