jueves, 30 de diciembre de 2010

La lista: las diez mejores lecturas de 2010

Todos los libros que he leído este año han sido comentados aquí. Como ya hice el año pasado, voy a elaborar una lista con los títulos más destacados, a veces por la sorpresa inesperada que han supuesto, o por una relectura enriquecedora.

El orden de las diez obras seleccionadas es cronológico (por orden de lectura):



- LA HIJA DEL OPTIMISTA, EUDORA WELTY

- PIEDRAS ENCANTADAS, RODRIGO REY ROSA

- EL LUGAR, MARIO LEVRERO

- LAS NUBES, JUAN JOSÉ SAER

- LA GRANDE, JUAN JOSÉ SAER

- MADURAR HACIA LA INFANCIA, BRUNO SCHULZ

- DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MIGUEL DE CERVANTES

- NADIE ENCENDIA LAS LÁMPARAS, FELISBERTO HERNÁNDEZ

- BLANCO NOCTURNO, RICARDO PIGLIA

- LAS HERMANAS GRIMES, RICHARD YATES

Me percato de que sólo 2 de los 9 autores mencionados están vivos. Si tuviera que selecionar una nueva lista con los autores vivos más destacados, añadiría los siguientes libros:

- EL MUNDO SIN LAS PERSONAS QUE LO AFEAN Y LO ARRUINAN, PATRICIO PRON
- BAJO EL INFLUJO DEL COMETA, JON BILBAO
- LAS PRIMAS, AURORA VENTURINI
- RÍO FUGITIVO, EDMUNDO PAZ SOLDÁN.


Me percato también de que este año he leído poca poesía, sólo 6 libros. Espero leer más el año que viene.

La foto que dejo a continuación es de la biblioteca de Móstoles, de la que me propongo sacar más partido durante el año que viene. La verdad es que está estupendamente surtida.


Y puesto que 2 de los 10 títulos más destacados de 2010 son de Juan José Saer, me propongo también leer más de este autor en 2011. De hecho, tengo 2 títulos más, que compré en verano, esperándome en la sección de inleídos de la biblioteca, y he comprobado que en la biblioeta de Retiro tienen al menos otros 3 títulos de él que me interesan.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Historia abreviada de la literatura portátil, por Enrique Vila-Matas

Editorial Anagrama. 124 páginas. 1ª edición de 1985, ésta de 2009.

La Historia abreviada de la literatura portátil es el último libro, de los que poseo, en el que Vila-Matas ha estampado su firma. Aparece aquí su característico dibujo de un tipo con sombrero y gabardina; en el caso de este libro sólo está marcado el lado derecho de la capa, como si el izquierdo se perdiera en la bruma, o más bien en el calor pegajoso del sábado de mayo, en la Feria del Libro del Retiro, que me lo firmó. Aunque quizás más valioso sea ese mismo dibujo, trazado con tinta más gruesa, en las primeras ediciones de Bartleby y compañía o París no se acaba nunca. A estas alturas no tendré que explicar que yo soy un mitómano de libros.

En La historia abreviada de la literatura portátil se nos pone al corriente de la conspiración shandy, también llamada “sociedad secreta de los portátiles”. En la página 13 leemos: “Aparte de exigirse un alto grado de locura, quedaron fijados los otros dos requisitos indispensables para pertenecer a esta sociedad: junto a que la obra de uno no fuese pesada y cupiese fácilmente en un maletín, la otra condición indispensable sería la de funcionar como una máquina soltera.
Aunque no indispensables, se recomendaba también poseer ciertos rasgos que eran considerados como típicamente shandys: espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud, cultivar el arte de la insolencia”.

La sociedad se funda en 1924 en Port Actif, ciudad africana a las orillas de río Níger, y se disolverá en 1927, en Sevilla, coincidiendo con el homenaje a Góngora y el pistoletazo de salida a una generación de poetas.
Siguiendo las peripecias de los portátiles que constituyen esta sociedad, saltaremos de Zurich, a Port Actif, a París, a Viena, a Praga, a Trieste, a Berlín, a Sevilla…

A la conspiración Shandy pertenecieron escritores, pintores, fotógrafos… desde César Vallejo a Man Ray, desde Marcel Duchamp hasta García Lorca, pasando por Berta Bocado o Rita Malú… nombres reales o inventados, al fin da lo mismo, cuando el protagonista real de esta novela, como en la mayoría de las de Vila-Matas, es la propia literatura o el arte en general, donde los autores serían simples comparsas para sostener el peso de su obra, el auténtico material narrativo.

En la entrada anterior, sobre La asesina ilustrada, comentaba que los libros de Vilas-Matas parecen desprenderse de otros, de los que podían actuar como glosas. Ahí está, por ejemplo, París era una fiesta respecto a París no se acaba nunca. La historia abreviada de la literatura portátil parece desprenderse de Tristam Shandy de Laurence Sterne. No he leído este libro, pero me he acercado a la página que le dedica la wikipedia para descubrir que se trata de una novela en la que abundan las digresiones como hecho constitutivo de una trama con sentido del humor. En La historia abreviada también abundan las digresiones y el humor.

(Firma en Bartleby y compañía)

Acompañamos a los Shandy en su periplo europeo o africano, leemos sus cartas sobre el suicidio y nos vamos preguntando en qué consiste exactamente la conjura shandy. En Viena, unos disparos contra el techo de la sala en una fiesta hace que los shandys tengan que dispersarse, para acabar reuniéndose en Praga. En esta ciudad comprobaremos la tensa convivencia de los shandys con sus dobles, los odrakeks, que a su vez pueden tener golems.
Ya en la página 47 leemos que estos son “los miembros de una sociedad secreta que conspiraba para nada y desde la nada”.

Me ha llamado la atención pensar que estas obras primeras de Vila-Matas, de los años 70 ó 80, debieron ser leídas por un joven Roberto Bolaño, cuando se afincó en Cataluña, y que el uso que se hace en ellas de personajes literarios, con humor, perdición y poesía, debió influir en la forma compositiva del chileno en obras como La literatura nazi en América.

Como suele ser habitual en sus obras de madurez el realismo o los argumentos coherentes no parecen interesar mucho a Vila-Matas, quien nos catapulta por los absurdos y divertidos acontecimientos de la conjura shandy teniendo como argumentos su poética fuerza narrativa, su humor y su capacidad para crear imagines poéticas y sugerentes.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La asesina ilustrada, por Enrique Vila-Matas

Editorial Lumen. 135 páginas. 1ª edición de 1977, ésta de 2005.

La primera vez que leí a Enrique Vila-Matas fue en agosto del 2000. Aún recuerdo el calor del sol en la espalda y la reverberación de la luz en la piscina, de la que acababa de emerger. Pasaba páginas sobre una toalla y trataba de concebir la increíble idea de que un escritor dejara de escribir, tal como se contaba en el libro que sostenía entre las manos, Bartleby y compañía, que podía ocurrir. Aún me quedaba un mes para empezar a trabajar como auditor; para, como en la guerra, dejar atrás mi vida de civil y convertirme en un simple A3 -un auditor junior-, y tener que batirme el cobre laboral en jornadas maratorianas de trabajo de 12 ó 16 horas al día (mi record fueron 19 horas seguidas; sé de otros que empalmaron un día con otro sin dormir: 36 horas).
Lógicamente duré poco con esto, yo como Bartleby también prefería no hacerlo. Y al contrarío de lo que les ocurría a los escritores que había convocado Vila-Matas en su libro, yo no podía ya a aquellas alturas dejar de escribir. Yo estaba más bien, como leería después en otro libro de este autor, poseído ya por el Mal de Montano.

Cuando volví con Vilas-Matas ya era profesor, y estaba en mi segundo colegio. Fue en enero de 2004 con París no se acaba nunca. Y leí este libro porque pensé que Vila-Matas me había robado una idea. En París no se acaba nunca el autor catalán hace una revisión irónica de su juventud, cuando fue a vivir a París para intentar emular al Hemingway de París era una fiesta y convertirse en escritor. Yo, entre el último mes de 1997 y el 1998 casi al completo, escribí una libro de poemas irónico, y no nostálgico, con el tema de fondo de París era una fiesta: yo también habría querido entonces ser un joven escritor en París, con interesantes relaciones y perspectivas, y emulaba a Hemingway escribiendo en los cafés no de París sino de mi ciudad, Móstoles. Éste es el libro de poemas –Móstoles era una fiesta- que, esperemos que esta vez, ya en 2011, a la 3ª sea la vencida, debería publicarme, precisamente, al final todo encaja, Bartleby editores.

En agosto de 2008, semanas antes de un viaje a la capital francesa, releí el París era una fiesta de Hemignway, y a la vuelta, en septiembre, me acerqué de nuevo a París no se acaba nunca, que me gustó más de lo que recordaba, que era bastante. Y seguí con Una casa para siempre, Extraña forma de vida, Bartleby y compañía (otra vez), El mal de Montano y Doctor Pasavento.
Confirmé que, como decía la crítica especializada, Vila-Matas es ya uno de los más importantes escritores europeos actuales.

Me alegra, aunque no deja de resultarme extraño, que al leer la lista de libros más vendidos de los suplementos culturales de los periódicos, entre los descorazonadores títulos del top 10, de vez en cuando, se cuele algún libro de Vila-Matas. Y digo esto porque los libros del barcelonés no me parecen de fácil acceso, ya que para disfrutarlos previamente hay que haber leído muchos otros libros, de los que los escritos por Vila-Matas parecen glosas. ¿Cómo será leer Doctor Pasavento sin haber leído previamente nada de Robert Walser? Yo, que en mi carpeta de apuntes de Empresariales, llevaba una foto en blanco y negro de Walser con un paisaje boscoso de fondo, disfruté bastante de ese libro. Lo curioso es que deben existir bastantes lectores que han leído París no se acaba nunca sin haber leído París era una fiesta o Doctor Pasavento sin Jakov von Gunten. Es más, después de la aparición de Doctor Pasavento se reeditaron bastantes de los libros de Walser. Así que ya sólo por esto merecería la pena la obra de Vila-Matas, aunque, claro, ésta posee muchos más méritos, de los que destaco su capacidad de juego literario y vital, y, por encima de todo, el hecho de hacernos comprender, al fin, que la vida literaria no sólo puede ser una vida tan plena como cualquier otra, sino incluso más.

He leído durante los últimos días La asesina ilustrada, la novela que según el narrador de París no se acaba nunca era la primera novela que un joven Vila-Matas escribió en la capital francesa mientras intentaba emular a Hemingway. Vila-Matas ya no sólo tiene el poder de rescatar la obra de escritores como Robert Walser sino la obra del joven Vila-Matas, sobre la que el maduro Vila-Matas posa su mirada irónica.
En el prólogo de esta moderna edición de la novela de 1977, Vila-Matas nos advierte de que por mucho que lo afirmase en París no se acaba nunca, La asesina ilustrada no fue su primera novela, sino la segunda. La primera fue Mujer en el espejo contemplando el paisaje, escrita en 1971, durante su servicio militar en Melilla. Libro que gracias a la ironía con que se habla de él en el prólogo de La asesina ilustrada debería ser también reeditado para regocijo de Vila-Matianos.

La asesina ilustrada despojada de prólogos, epílogos e ilustraciones (a cargo de Óscar Astromujoff) se queda en menos de 100 páginas, de las que el texto, propiamente titulado La asesina ilustrada ocupa unas 5. Y aún así estas páginas tienen la propiedad de matar a quien las lee. En total se cobra 3 cadáveres en todo el texto y al final se nos advierte que La asesina ilustrada seguirá, durante un tiempo, circulando (página 116).

Los protagonistas de esta obra son escritores o escritores de prólogos para las memorias de estos escritores, inexistentes y que además mueren inesperadamente. Desde las primeras páginas, compuestas sobre 1975 en un piso de París alquilado al joven escritor por Marguerite Duras, se advierte ya el gusto de Vila-Matas por lo metaliterario, por la propia esencia de la literatura; la obra, por encima de los autores, como protagonista de sus obsesiones como creador.

La elegancia del estilo se parece bastante al desarrollado con posterioridad, salvo por un detalle: las frases de La asesina ilustrada parecen escritas para tomárselas totalmente en serio y carecen de la ironía posterior. Y aparece una idea, creo que obsesiva para el autor, que será desarrollada en Doctor Pasavento: la de la desaparición del autor. "No obstante, no vamos a engañar al lector: su desaparición no deja un hueco importante en la historia de la literatura española", leemos en la página 43, en referencia a uno de los escritores protagonistas.

En el texto he creído descubrir más de un homenaje literario.
Algunas páginas me han recordado a Borges. Por ejemplo: “Elena Villena pudo habitar la idea de un chuchillero que va dejando su fuerza en su arma y al final el arma tiene una vida propia (como, para Hoffman, la tenía aquel diabólico violín de Krespel), y es el arma la que mata, no el brazo que la maneja…” (pág. 102). Esto creo que lo leí en alguno de los cuentos de El informe de Brodie.
El homenaje a Kafka parece palpable también en la escena en la que la narradora empieza, ante el cuerpo de un muerto, a arrancar el papel de las paredes y se va topando con empapelados cada vez más extraños.
Y también podemos encontrarnos aquí con el escritor de relatos de terror M. R. James, ya que la narradora observa un tapiz en el que una figura, un posible asesino, se va desplazado por una imagen que reproduce la casa en la que se encuentra. Este es el argumento del cuento El grabado de James.

La edición de este libro sobre relatos asesinos y prólogos de memorias de escritores inexistentes se enriquece, además de con el irónico prólogo de Vila-Matas, con el no menos irónico epílogo debido a Jordi Llovet (quien, sépanlo de una vez por todas, al despedirse de sus amigos se va corriendo). Fue él quien presentó el libro en una librería de Barcelona en 1977 ante los estupefactos oídos de la familia de Vila-Matas, y de los ya conocidos escritores Vázquez Montalbán y Juan Marsé, que nadie sabía qué hacían allí.

Una obra interesante para incondicionales de Enrique Vila-Matas, que hayan leído antes, preferiblemente, París no se acaba nunca, y mejor, también, antes, París era una fiesta, libro que podría hacerles leer El gran Gastby de Scott Fitzgerald, y ya si se animan, por qué no, Móstoles era una fiesta, si Bartleby decide que, tal vez sí, este año, preferiría hacerlo.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Río Fugitivo, por Edmundo Paz Soldán

Editorial Libros del Asteroide. 354 páginas. 1ª edición de 1998, ésta (revisada) de 2008.


La primera vez que me fijé en el nombre de Edmundo Paz Soldán fue leyendo la contraportada del libro Niñas y detectives de la boliviana Giovanna Rivero, escrita por él. Busqué en Internet y averigüé que Paz Soldán, al igual que Rivero, es un escritor boliviano, que además, pese a haber nacido en 1967, tiene ya una sólida obra en su haber, y que en España está casi toda publicada por Alfaguara.

El tiempo narrativo de Río Fugitivo nos lleva a 1984, cuando tanto el narrador, Roberto Moreno, como el autor, Edmundo Paz Soldán, tienen 17 años; y la acción se sitúa en la ciudad boliviana de Cochabamba, de donde también es Paz Soldán.
“En aquellos días ya lejanos –pero todavía recuperables para mi memoria-“, así empieza este libro evocado, como nos percataremos en las páginas del epílogo, desde una distancia de 13 años, cuando el narrador ha alcanzado ya los 30.
Roberto nos habla de su último año en el colegio Don Bosco, donde acuden los hijos de la clase alta de Cochabamba, y el mismo narrador admite su deuda con Mario Vargas Llosa y La ciudad y los perros en la página 26 de la novela: “Serás nuestro Vargas Llosa, me decía, y yo encantado, Vargas Llosa era mi modelo, quería –quiero- escribir de Bolivia como él escribe del Perú y de paso que todo el mundo me lea”.

La novela comienza con la vuelta al colegio Don Bosco tras las vacaciones de verano. En el patio se reencuentran los compañeros con su realidad clausura durante 3 meses. Roberto está ansioso por oír las historias que sabe que le van a contar sus amigos, ya que se trata de alguien que cataloga a las personas que le rodean según su versatilidad como narradores.

La novela, en sus partes más cómicas, además de La ciudad y los perros, también podría entroncar con las evocaciones melancólicas y divertidas que hace en sus libros el también peruano Alfredo Bryce Echenique; estoy hablando principalmente de No me esperen en abril o Un mundo para Julius. Aunque en la novela de Paz Soldán nos olvidamos pronto que, como se anunció en su primera línea, se trata de una evocación, porque todos los avatares de ese último curso en el Don Bosco se describen desde una gran cercanía narrativa. De hecho, ni siquiera una grave desgracia familiar, con la que nos topamos en la página 194, enturbia ni cubre de significados diferentes la descripción de las semanas previas al suceso terrible, que en realidad es el que está marcando la novela y la necesidad de volver a aquel pasado.

Los capítulos se desarrollan siguiendo una forma compositiva similar en casi todos: se narra un suceso presente para Roberto (su primera persona mediatiza la novela), por ejemplo, una caminada junto al río, y entre los huecos de ese paseo se evocan acontecimientos acaecidos durante los últimos días.

Dentro del modelo que La ciudad y los perros supone para este libro, Roberto también escribe textos que vende a sus compañeros, cartas o poemas de amor, relatos eróticos, que en la mayoría de los casos son plagios de obras conocidas.

Roberto consigue levantar el recuerdo de sus compañeros de curso y profesores, perfilando a una concurrida multitud de vívidos personajes secundarios, además de describirnos con minuciosidad a sus familiares y vecinos. También se dibuja como telón de fondo la crisis económica que vivía el país en la década de los 80 bajo el gobierno democrático del presidente Siles, con continúas huelgas, movilizaciones e hiperinflación del 200% al mes.
Dentro de un contexto de desigualdades sociales, de deterioro mediambiental, de familias disfuncionales, Roberto sueña con perfilar por escrito el crimen perfecto. Para ello ha creado un alter ego llamado Mario Martínez, personaje de sus cuentos, eficaz detective que trata de devolver el orden que lleva el crimen a la ciudad idealizada de Río Fugitivo.

Cuando en la página 194, el crimen o la muerte accidental irrumpen en el relato, Roberto se verá tentado de buscar a su Watson y convertirse en Sherlock Holmes. Su investigación particular le llevará a descubrir que la realidad no es como él hubiera querido que fuera en Río Fugitivo, que “la realidad siempre sorprendía” (pág. 314), y que el mundo además de estar lleno de narradores interesantes también lo está de “narradores peligrosos” (pág. 354).

Otro de los recursos narrativos de los que más se vale Paz Soldán en esta obra es del discurso digresivo. Roberto, mientras la trama novelística avanza, reflexiona continuamente sobre todo: la personalidad de cuantos le rodean, la fuerza de la herencia genética, la realidad de su país, la literatura… creando una gran novela-río en la que cabe casi todo, desde el lugar común adolescente a emotivas palabras sobre la familia, los amigos, el paso del tiempo…
Me ha sorprendido comprobar que ésta no es la primera novela de Paz Soldán, porque contiene casi todas las características de una primera novela: las ganas ansiosas de levantar un mundo complejo (muy cercano al propio) en el que poder hablar sobre todo lo imaginable.

Reflexiono sobre mis últimas tendencias lectoras: leer novelas cortas y libros de relatos. Y me cuestiono esto porque los personajes de Río Fugitivo me han acompañado durante unos 10 días, alzando para mí, cada vez que tomaba el libro, en un autobús, un aula, una cafetería, el sofá de mi casa… el mundo de una desconocida Cochabamba en los años 80, donde los sueños, los miedos y los descubrimientos de un adolescente son como en cualquier otra parte del mundo, como los de cada uno, misteriosos y únicos.
He sentido pena al acercarme a las páginas finales del libro, y éste es uno de los mejores elogios que se me ocurren.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Llenad la Tierra, por Juan Carlos Márquez

Editorial Menoscuarto. 161 páginas. 1ª edición de 2010.

El último viernes me pasé por la librería Tres rosas amarillas situada en la calle Vicente Ferrer de Madrid. Una librería dedicada casi en exclusiva a los libros de cuentos, un lugar en el que siempre se puede conversar con el librero, José Luis, comentar libros y aceptar y ofrecer recomendaciones; como puede verse, un lugar estupendo.
Además los viernes, a las 9 de la noche, se lleva a cabo lo que el librero ha bautizado como “cata de cuentos”: él selecciona un cuento, lo fotocopia y entrega las copias a los concurrentes sentados en sillas plegables. Él lee el texto en voz alta sin anunciarse quién es el autor, y después se abre un coloquio. Al final hice tiempo tomando un café y una porción de tarta en un bar y me quedé a la cata a pesar del frío que hacía. Fue divertido conversar con desconocidos de un cuento que desde el primer párrafo sabía que era de Alice Munro.
Además, tras hojear la mitad de los libros de la tienda, me llevé conmigo una novedad: Llenad la tierra de Juan Carlos Márquez, casi recién salido del horno de la imprenta. Este jueves, 9 de diciembre, será su presentación en Tres rosas amarillas. Espero que me dé tiempo a acudir.

Me había encontrado con el bilbaíno Márquez en Internet en varias ocasiones, en espacios vinculados al relato. Por dos veces ha sido finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en ese año, y ha sido seleccionado para diversas antologías. Leí su cuento Carniceros, prostitutas (otra vez) y tenientes en la antología de Menoscuarto, Siglo XXI. No fue de los 10 cuentos que destaqué, pero no porque no me hubiese gustado, sino, más bien, porque me gustaron muchos cuentos de esa antología y acabé destacando otros.

Hay un primer tema que me ha llamado la atención al leer Llenad la Tierra: si uno se acerca a un libro de cuentos de un norteamericano, por ejemplo de Raymond Carver, o de Tobias Wolff, se encontrará con un conjunto de relatos bastante homogéneo. El autor emplea enfoques diferentes, pero se aproxima a un material de forma similar en casi todas sus composiciones. Lo mismo ocurre si leemos, por ejemplo, un libro de Felisberto Hernández o de Julio Cortázar: la aparente realidad quedará pronto trastocada por algún elemento fantástico o irreal.
Al leer a Juan Carlos Márquez, en cambio, nos encontramos con relatos enteramente realistas (en apariencia), con relatos neofantásticos, surrealistas, absurdos, macabros… los enfoques son múltiples, y la necesidad de experimentar nuevas formas y de romper las propias convicciones sobre el relato parecen ser constantes.
Construir este tipo de libros tiene un riesgo: si uno admira, por ejemplo, a Carver, es raro que un cuento le decepcione; ya sabe, con bastante seguridad, lo que puede encontrar en sus libros y lo que ha ido a buscar en ellos. Si el autor cambia su enfoque y el tipo de relatos en cada nueva composición, el gusto del lector se ve continuamente forzado a recomponerse, a descubrir si estamos ante unas páginas fantásticas, realistas... y esto puede chocar con sus gustos y expectativas.
Después de acabar Llenad la Tierra, el balance final del experimento lo considero positivo; aunque por supuesto, ante propuestas tan dispares mi entusiasmo como lector haya sido colmado más en unos casos que en otros.

Destacaría dos piezas, de características similares, seguramente de lo más realista del libro, que se han convertido en mis favoritas: Belgrado 1976 y Las preposiciones de Blint.
Belgrado 1976 es un cuento realista narrado por el portero de la selección de la RDA poco antes de un partido decisivo ante Checoslovaquia. Me ha recordado a los cuentos de Roberto Bolaño, por su capacidad de fabular, y conseguir recrear los pensamientos de personajes ajenos a la cultura y la época del autor.
Las preposiciones de Blint parece ambientado en Alemania, o en una Alemania fantasmagórica, y trata de un profesor que cura la fobia de un adolescente que ha visto cómo su pueblo era sumergido bajo el agua para construir una presa. Muy imaginativo y de final muy sugerente.

Destaco también el cuento La vida discontinua. Los hechos son realistas, pero no del todo las situaciones. Este cuento contiene una frase que bien podría ser una poética para Juan Carlos Márquez: “hay anomalías que, con la mera repetición, terminan convirtiéndose en normalidades” (pág. 74)

Me ha parecido muy logrado también el primer cuento: El corazón de mi padre. Que podría englobar en el género neofantástico: un suceso surrealista marca el texto, el padre pierde su corazón al inclinarse para atarse los zapatos, lo toma en la mano, y luego la familia lo va cambiando de recipiente según va creciendo fuera del cuerpo paterno. En este cuento el costumbrismo de una familia media es contado a través de un hecho absurdo, con bastante sentido del humor.

Me ha gustado también bastante el cuento más extenso -20 páginas- Hacer lo necesario. Los hechos que se narran son realistas, pero las situaciones se van volviendo inverosímiles, al estilo de Felisberto Hernández.

Hay cuentos de carácter más realista, donde un personaje evoca su vida, que me han recordado a las composiciones de Quim Monzó o Sergi Pamies. Estoy hablando de cuentos como Llegado el momento, en el que un asesino de avanzada edad evoca su pasado, o Un relieve verdoso, donde se presupone la vida de un naufrago.

Por supuesto Márquez no descarta el poder onírico de los sueños en sus composiciones (de hecho, casi todo su realismo también tiene un poso onírico), en esta tendencia se encuentra Papá, mírame.

Dentro de la búsqueda de Márquez, hay cuentos que parecen puras indagaciones del lenguaje, como El progreso, donde las asociaciones de ideas me han recordado a la escritura enfebrecida de William S. Burroughs en El almuerzo desnudo.

Un cuento que no me ha gustado es Restos, donde un mendigo se alimenta de la basura de un hospital. Demasiado morboso para mí.

Quizás los cuentos que menos me han interesado son aquellos que se basan en una mera conversación surrealista, absurda o en juegos de palabras, como El orden integral, sobre una fila en un supermercado; Sopla, sobre un cumpleaños; o Mecánica popular, con una conversación de besugos en un taller mecánico, donde se confunden las palabras.

En todo caso, como nexo de unión de este libro sin aparentes nexos de unión me gustaría destacar el cuidado lenguaje -éste sí, presente en todo el libro- del que se sirve Márquez para escribir.
Como ya he comentado, Llenad la Tierra es un libro de cuentos arriesgado, donde el autor se impone explorar territorios nuevos, y en el camino el lector puede sentir extrañeza y también, en más de una ocasión, el brillo de estar ante una pequeña joya narrativa.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ningún lugar sagrado, por Rodrigo Rey Rosa

Editorial Seix Barral. 123 páginas. 1ª edición de 1998.

Como ya escribí en otra entrada acerca de Rodrigo Rey Rosa, Ningún lugar sagrado era uno de los pocos libros del escritor guatemalteco que me quedaba por leer.

En Entre paréntesis, Roberto Bolaño dice de Juan Villoro: “sus cuentos están entre los mejores que se escriben hoy en lengua española, sólo comparables a los del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa”. (pág. 138)
En la página 140 de Entre Paréntesis, Bolaño dice, directamente, de Ningún lugar sagrado: “Este libro está compuesto por cuentos breves, distancia en la que Rey Rosa es un maestro consumado, el mejor de mi generación (…) Leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras o fantásticas”.

Ya sé que Bolaño no escatimaba elogios hacia la obra de sus amigos, y Villoro y Rey Rosa lo eran. Pero Villoro, Rey Rosa y el propio Bolaño me parecen unos escritores de cuentos inmensos, dignos seguidores de Borges, Rulfo o Cortázar.

En Ningún lugar sagrado, Rodrigo Rey Rosa reúne 9 cuentos ambientados en Nueva York. En una nota previa también se nos informa que todos los cuentos, salvo uno, han sido escritos en esa ciudad.
En Nueva York, parece decirnos Rey Rosa, también reside el absurdo de la violencia, igual que en sus escenarios anteriores, Guatemala y Marruecos, principalmente.

En el primer cuento, El chef, en apenas dos páginas, asistimos a una historia de locura, marginalidad y muerte, con el estilo aséptico al que Rey Rosa ya nos ha acostumbrado.

En el siguiente cuento, Poco-Loco, como el propio autor nos cuenta en su pequeño prólogo, se recrea otro absurdo asesinato, que tuvo lugar cerca de su residencia neoyorkina.

Me llama la atención un recurso que Rey Rosa emplea en las tres composiciones más largas del conjunto, en Negocio para el milenio, Hasta cierto punto y Ningún lugar sagrado. En ellas se reproduce una conversación con otra persona –en los dos primeros casos de forma epistolar, y en el tercero con una psicóloga- y Rey Rosa sólo nos da la versión de una de las partes implicadas en esa comunicación, quizás queriéndonos mostrar la soledad de los personajes, sus cartas en muchos casos sin respuestas, los monólogos a la psicóloga, que podrían ser un personaje inventado por una mente enferma.
Negocio para el milenio, donde un preso norteamericano intenta contacta con el exitoso dueño de la cadena de cárceles privadas en la que habita, puede leerse como una reescritura de En la colonia penitenciaria de Franz Kafka.
En estos cuentos, como en algún otro, los personajes proceden de Guatemala, o de Hispanoamérica, y, en ningún caso, Rey Rosa deja de criticar la política y las condiciones abusivas que se dan en su país.

Vídeo es un curioso experimento en el que alguien hace capitulación de las películas que vio en Nueva York. Y como si de microrrelatos se tratase se va haciendo un resumen de esas películas inventadas, angustiosas, metafísicas…

La niña que no tuve quizás sea el cuento menos politizado y emotivo del conjunto. En él se refleja la visión de un padre sobre su hija de 6 años, enferma terminal.

En Elementos, Rey Rosa se acerca al mundo de los poetas neoyorkinos, y nos muestra sus luchas y sus miserias. Una metáfora terrible sobre la ceguera del creador.

Ningún lugar sagrado es un gran libro de cuentos, de un realismo que a veces parece llegar hasta el expresionismo kafkiano. De los tres libros de cuentos que he leído de Rey Rosa, El cuchillo del mendigo, El agua quieta y Ningún lugar sagrado, éste último es el más maduro, aunque El agua quieta también contenía cuentos muy destacasos.

A pesar de no se hable mucho de él, aunque no se prodigue en actos públicos o declaraciones, ni le concedan premios, Rodrigo Rey Rosa es uno de los grandes autores hispanoamericanos actuales.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La muerte de Ivan Ilich / Hadyi Murad, por Liev Tolstói

Editorial Alianza. 285 páginas. Primera edición de 1886 y de 1912. Esta edición de 2009.

De entrada voy a decir que en mi imaginario de lector Liev Tolstói tiene el privilegio de haber escrito la que considero la mejor novela que he leído nunca: Guerra y paz. Si alguien quiere saber hasta dónde puede llegar un novelista con talento, debería ya dejar todo lo demás y, si no lo ha hecho antes, leer Guerra y paz en la impecable edición del Taller de Mario Muchnik, con traducción y notas de Lydia Kúper. Cualquier sentimiento humano está contenido en los cerca de 600 personajes que Tolstói maneja en este libro, cualquier ambiente social, cualquier tipo de personalidad... Son 1.855 páginas que leí en 22 días febriles; era el verano de 2004.

Pero quizás lo más impresionantes es que si Tolstói no hubiera escrito Guerra y Paz, seguiría siendo uno de mis 5 ó 10 autores favoritos, porque ahí está Anna Karenina para seguir corroborando su talento inmenso. Y a un poco de distancia se encuentra Resurrección.

Estos tres libros, Guerra y Paz, Anna Karenina y Resurrección son, a mi entender, una de las cumbres de la narrativa mundial.

Y el caso es que lo primero que leí de Tolstói, La sonata a Kreutzer, no me gustó demasiado; contenía una moralina que a mis veintipocos años se me hizo anticuada, y me decepcionó.

Creo que lo siguiente que leí de Tolstói, unos años después, fue La muerte de Ivan Ilich, en una de esas feas ediciones de RTV, de la Biblioteca Básica Salvat, de los años 60. Lo leía poco a poco mientras estudiaba en casa para unos exámenes finales de la universidad. Y ya entonces, a mis 22 ó 23 años, me impresionó su fuerza para describir la agonía de un hombre.

Me ha gustado ahora, más de una década después, reencontrarme con Ivan Ilich, con su vida de burgués cumplidor con el trabajo y degustador de placeres mundanos, atrapado en un matrimonio con el que no se encuentra feliz.
Quizás el mayor talento de la narrativa de Tolstói resida en saber retratar la angustia y los abismos existenciales de sus personajes y a la vez la banalidad de la vida social que los rodea. La fuerza de los sentimientos intimos y las convenciones sociales, la influencia en las personas de estas dos tendencias es captada por Tolstói casi en cada párrafo de la novela. Así finaliza un capítulo (página 61), mostrando una escena entre la mujer y el marido enfermo:

“Mientras ella le besaba, él la aborrecía de todo corazón; y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla de un empujón.

-Buenas noches. Dios quiera que duermas.

-Si”

Ivan Ilich, hombre poderoso, miembro del Tribunal de Justicia, capad de decidir sobre el futuro de otros, se encuentra ahora débil, a merced de la opinión de los médicos sobre su caso. Unos médicos engreídos, distantes, como no hace mucho lo fue él en su Tribunal. En este proceso hacia el dolor y la muerte Ilich tendrá que hacer balance de su vida; una vida en la que, como deberá reconocerse a sí mismo, no ha sido muy feliz, si descuenta ciertos momentos de la infancia. Además, ahora, en la enfermedad, “veía que nadie se compadecía de él” (página 71).

Me ha gustado encontrar un párrafo que adelanta unas décadas a la famosa magdalena de Marcel Proust: “Si se acordaba de las ciruelas pasas que le habían ofrecido ese día, su memoria le devolvía la imagen de la ciruela francesa de su niñez, cruda y acorchada, de su sabor peculiar y de la copiosa saliva cuando chupaba el hueso; y junto con el recuerdo de ese sabor surgían en serie otros recuerdos de ese tiempo: la niñera, el hermano, los juguetes”. (página 88)

Tal vez, si no fuese por el inmenso talento de Tolstói, esta narración -que puede ser leída como una novela de terror-, se podría ver lastrada al final por una idea de tesis de Tolstoi: la aparición del sentimiento religioso. “Fue cayendo por el agujero y allá, en el fondo había una luz” (página 95)


Hadyi Murad es una novela póstuma. El retrato despótico que hay en ella del zar Nicolás impedía en su momento que pudiera ser publicada. En esta novela, como ya hizo el autor en Guerra y paz con la invasión napoleónica, se refleja un hecho histórico: la invasión por parte de Rusia de Chechenia. Allí distintas tribus, aliadas o enemistadas según el momento, luchan entre sí o contra los rusos. Hadyi Murad, chechenio, se ha unido a los rusos, tras un enfrentamiento con su antiguo líder, Shamil.

En Hadyi Murad confluyen fuerzas bárbaras, antiguas; él se encuentra atrapado entre el odio que le profesa Shamil, quien tiene secuestrada a su familia, y el recelo de su antiguo enemigo, al que acaba de unirse.

Se trata de una novela coral, donde se puede describir el avance de un ejército, y de entre todos esos hombres Tolstói centra su mirada en uno, tomado del grupo casi al azar.
Novela sobre el poder y la fuerza de los destinos, podría ser tomada como un ensayo a escala menor de lo que sería su gran obra, Guerra y Paz.

Quizás este doble volumen de Alianza sea una buena introducción al universo de Liev Tolstói, si alguien no ha leído nada de él. Además este parece un buen momento, en el 100 aniversario aún de su muerte.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Tiempo y materiales, por Robert Hass

Bartleby editores. 141 páginas. 1ª edición de 2007, ésta de 2008.
Traducción y prólogo de Jaime Priede.

Este libro le hizo a Robert Hass ganador en EE.UU. del Nacional Book Award de 2007 y del premio Pulitzer de poesía de 2008. Se trata de un conjunto de 43 poemas, compuestos entre 1997 y 2005.

Los 43 poemas no han sido separados siguiendo ningún criterio temático o compositivo. Así, uno se acerca en los 13 primeros a versos contemplativos, sugerentes pero con tendencia a la evasión de significados inmediatos; en ellos abundan, también, las referencias culturales (Rendir, Nietzche, Bizet, Whitman…), mezcladas con escenas de naturaleza evocativa. Y en el poema 14, titulado El mundo como deseo y representación se produce un quiebro en la forma compositiva: el poema se hace más largo, narrativo, y leemos unos versos sobre un duro recuerdo de infancia. En él, el padre, antes de irse a trabajar, se asegura de que la madre tome sus pastillas antialcohólicas.

En la página 46 del libro, en el poema titulado precisamente Tiempo y materiales, creo encontrar una de las claves de la poética de Hass en estos dos versos: “Levantar capas / Como si fueran una continuidad de días”. En muchas de sus poemas, Hass entremezcla evocaciones y recuerdos, queriendo dejar constancia de lo voluble del pensamiento humano, de su capacidad conectiva entre percepciones y recuerdos. Quizás el paradigma de este tipo de composición lo encontramos en la página 134, Consciencia. En el Hass deja constancia de una conversación con un tal Dean, donde se habla de la formación de la consciencia, y Hass escribe en un verso: “Mi mente viajó a siete sitios a la vez”, y se describen esas siete escenas que su mente consigue evocar en un instante.

Me gustaría destacar el poema Para Czeslaw Milosz en Cracovia (página 43), donde Hass rinde homenaje a su amigo, el poeta polaco; y Arte y vida (página 49), una extensa reflexión sobre el arte a raíz del cuadro de la lechera de Vermeer. En lo versos finales de este poema vuelve a aparecer la idea de Hass de la realidad como una sobreposición de capas de significado: “Está la fidelidad de capas sobre capas sobre capas de pintura. / Hay algo que permanece de un modo inaprensible, / sigue vivo porque no lo podemos poseer.”

Uno de los temas más presentes en este poemario es el de la consciencia ecológica, como muestra de esta tendencia temática podría nombrar el largo poema El estado del planeta (página 79), con versos como “La poesía debería ser capad de aprehender la tierra”.

Otro de los grandes temas de Tiempo y materiales es el político, con referencias tanto hacia la actualidad, donde aparece la guerra de Irak, por ejemplo, en el poema Horacio: tres imitaciones (página 69); como al presidente Bush en el poema La guerra de Bush (página 108), un intenso poema sobre la toma de consciencia de la barbarie humana; y donde también caben las reflexiones sobre conflictos del pasado, como en el poema en prosa Un poema (página 105) donde se habla de la guerra de Vietnam, o en el poema Visita a la DMZ en Panmunjom: un haibun, donde se reflexiona sobre la guerra de Corea.

Así que cabe casi todo en este poemario de Hass: las reflexiones sobre el arte, los recuerdos, la ecología, las guerras, la toma de conciencia antibélica, los mecanismos de la psique…

Junto con Billy Collins, Sharon Olds, C. K. Williams, Raymond Carver… otra interesante traducción de Bartleby editores de la importante poesía norteamericana actual.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual, por VV. AA.

Editorial Menoscuarto. 615 páginas. Primera edición de 2010.

Hace exactamente 10 años leí una antología de relatos de autores españoles, editada por Lengua de Trapo y titulada Páginas amarillas. En ella se presentaba el trabajo de 38 autores, menores de 40 años.

En Siglo XXI. Los nuevos cuentos del relato español actual, los antologadores, Gemma Pellicer y Fernando Valls, han reunido el trabajo de 35 autores sin, al parecer, ningún tope de edad, primando como criterio que la obra de los cuentistas se haya desarrollado principalmente en la década que llevamos del siglo XXI. La ordenación de los textos dentro del volumen, sin embargo, si toma como criterio la edad de los antologados, empezando por Carlos Castán (nacido en 1960) hasta llegar a Matías Candeira (nacido en 1984).

Recuerdo aún algunos nombres de la antología de Lengua de Trapo (no puedo consultarla, era un libro de la biblioteca), y el buen sabor de boca que me dejaron la mayoría de los cuentos, de los que me surgen ahora escenas sueltas, alguna frase… Así que, comparando con dificultades, me llama la atención haber aislado el siguiente rasgo: aquella antología de finales del siglo XX contenía más elementos posmodernos que ésta de Menoscuarto. Recuerdo un cuento en que el narrador comparaba a la familia de su novia con la familia televisiva de los Simpsons, por ejemplo. En aquel volumen de Lengua de Trapo la juventud, unida a la influencia de las nuevas tecnologías, parecía ser relevante. En ésta de Menoscuarto diría que predomina el clasicismo narrativo. Considerando, en último caso, esta reflexión irrelevante, ya que al final, independientemente de que se hable de un pueblo semidespoblado de la España rural o de un foro de Internet sobre avances informáticos, lo único importante debería ser el resultado.

De los 35 cuentos de Siglo XXI había leído previamente 2 (el de Jon Bilbao y el de Menéndez Salmón), y había leído algún cuento (diferente al que aparece aquí) de otros 6 autores. De la mayoría de los nombres seleccionados tenía alguna referencia, gracias a Internet o a las solapas de los libros leídos en bibliotecas o librerías.

Han sido pocos los cuentos de este volumen con los que no he conectado. La mayoría me han resultado bastante interesantes, y alguno, incluso, una pequeña obra maestra; cuentos que en algunos casos me llevarán a leer el volumen al que pertenecen (al fin y al cabo el descubrimiento, o la selección de opciones mediante una muestra, es uno de los mayores atractivos de una antología de estas características).

Como bien señala José María Merino en este artículo, en la selección predomina el cuento realista (24 de los 35, ha contado él), y quizás, debido a que en el momento actual éste es el tipo de cuentos que más me interesa, he conectado de forma más fácil con ellos.

Yo diría que la mayoría de los autores se rigen por el modelo de cuento abierto, creado por el ruso Antón Chejov a finales y principios del siglo XIX y XX, tras sufrir las variantes de los primeros grandes escritores de cuentos norteamericanos del siglo XX, Ernest Hemingway y Sherwood Anderson; y llegando a su esplendor en este país con las obras de autores como Raymond Carver, John Cheever, Charles Baxter, Tobias Wolff, Lorrie Moore o Alice Munro (canadiense en este caso). Tampoco faltan las referencias hispanoamericanas, sobre todo, al haber en la antología cuentos de carácter fantástico, cuyos predecesores podrían ser Jorge Luis Borges, Julio Cortázar Felisberto Hernández. También he detectado en algún cuento la influencia de H. P. Lovecraft o de Franz Kafka. Quizás sería destacable el hecho de que no acabo de detectar influencias de autores españoles. Por ejemplo, no he creído ver ningún cuento "sobre oficios" al estilo de los de Ignacio Aldecoa; y si tal vez podríamos citar a algún autor como Ignacio Martínez de Pisón, al fin y al cabo él también se fundamenta en la tradición norteamericana.
La extensión de los cuentos es bastante variada, desde las 3 páginas (casi no llega, serían 2 y unos renglones más) del cuento de Cristina Cerrada, hasta las 40 del cuento de Jon Bilbao. Y diría que el tema estrella es de las relaciones de pareja.

Si esta selección de 35 cuentos pretende mostrar las distintas tendencias del cuento actual es normal que, por mi formación como lector, me haya identificado más con unas que con otras.

Podría aislar algunas características de los cuentos que menos me han interesado:

- una visión fantástica o surrealista de la realidad sin límites bien definidos.

- extensión demasiado corta, y así su desarrollo no permite conocer demasiado a los personajes.

- una realidad demasiado vulgar, con una voz narrativa que ahonda en lugares comunes o chascarrillos.

- la intención de innovar en la forma lastra el acercamiento al material narrativo.

- el juego elíptico es excesivo y nos alejaba de los personajes, en vez de acercarlos.

No quiero citar a los autores que menos me han llegado, que en todo caso son una minoría, y además entiendo sus planteamientos narrativos, aunque no hayan conseguido provocar en mí de forma contundente el efecto deseado. De hecho, tampoco me ha disgustado en realidad ningún cuento, ya que el nivel general de esta antología es bastante alto, y la apreciación anterior sería sólo una cuestión de gradaciones y afinidades.

Siguiendo con mi propia visión positiva del acto literario me apetece, en cambio, resaltar -en orden de aparición en la antología- los cuentos que más me han impactado (lo que no deja de ser un acto de subjetividad como cualquier otro):

- Una ventana en la Via Speranzella, de Javier Sáez de Ibarra: un lenguaje muy trabajado, una interesante reflexión sobre el acto artístico con ecos borgianos.

- Gabinete de Maravillas, de Ángel Olgoso, también destacaría su cuidado lenguaje; su juego fantasioso, siniestro…

- Cañón, de Esther García Llovet: me ha gustado su fuerza para recrear la aparentemente anodina escena de una boda, dibujando a los personajes con pinceladas rápidas de gran viveza.

- Cielo distante, de Pablo Andrés Escapa: cuidado lenguaje para recrear la evocación de la vida rural desde el punto de vista de un niño y los recuerdos de su maestro; gran fuerza de la historia no contada.

- El zurdo, de Jesús Ortega: no me sonaba de nada este autor, y su historia realista ha sido de las que más me han conmovido. Muy bien llevado el juego entre lo contado y lo no contado, cuya fuerza se expande en la conciencia del lector una vez acabado el cuento.

- Levante, de Fernando Clemot: un cuento largo, casi una breve novela, sobre el remordimiento. Me ha gustado su capacidad de fabular para situar la acción en Italia y remontarse hasta la 2ª Guerra Mundial y los camisas negras.

- Ambulancias, de Miguel Ángel Muñoz: me ha gustado la intensidad de la historia contada, entre costumbrista y de fuerte dramatismo. Gran potencia de la voz narrativa.

- Después de nosotros, el diluvio, de Jon Bilbao: ya he comentado en el blog lo mucho que me han gustado los dos libros de cuentos de Bilbao. Gran captación de los detalles e investigación de las zonas oscuras del hombre.

- El sueño del monstruo, de Juan Jacinto Muñoz Rengel: me ha parecido original este cuento de ciencia-ficción en su variante de “máquinas de vapor”. Interesante reflexión sobre el acto creativo.

- Shaman´s Blues, de Miguel Serrano Larraz: me ha sorprendido la gran fuerza de la voz narrativa que conduce al lector por un cuento en el que casi no hay sucesos.

Y, como destacar todos los cuentos sería igual que no destacar ninguno, resalto esta decena de un conjunto muy notable. Una interesante vista panorámica del auge del género breve en nuestro país, aunque paradójicamente cada vez más las editoriales grandes estén dejándolo de lado, hueco que están cubriendo de forma meritoria otras pequeñas y pujantes editoriales.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Las hermanas Grimes, por Richard Yates

Editorial Alfagura. 224 páginas. Primera edición 1977, ésta edición de 2009.

Si Vía revolucionaria, publicada cuando el autor tenía 35 años, es la primera novela de Yates, su novela iniciática; ésta, Las hermanas Grimes, su último éxito, es su novela de madurez.

“Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres”. Esta es la primera y contundente frase de Las hermanas Grimes. Una frase que va a marcar el desarrollo de toda la novela, una frase que nos remite de forma inmediata a la tristeza de la obra publicada 15 años antes sobre el matrimonioWheeler, de Vía revolucionaria.
Todos los personajes de Yates parecen seres desvalidos, abocados al fracaso, bebedores compulsivos incapaces de mantener relaciones estables y satisfactorias con los demás. Si era así para Frank y April en Vía revolucionaria, y para el resto de personajes secundarios, el mismo destino parece está esperando a la pareja de hermanas protagonistas de este otro libro.

La historia de Las hermanas Grimes comienza cuando la mayor, Sarah, tiene 9 años, y la pequeña, Emily, 5. Son los años 30 del siglo XX, y los padres de las dos hermanas se acaban de separar, este hecho marcará el comienzo de una vida itinerante para ellas, que siguen a la madre de un trabajo a otro, de una casa a otra.

La historia, narrada en tercera persona, acompaña principalmente a la visión del mundo de la hermana pequeña, Emily. Sarah se casará pronto, con Tony Wilson, un joven norteamericano de educación británica, en un Nueva York donde se vislumbran los ecos de la 2ª Guerra Mundial. Un romance que la hermana pequeña, Emily, parece sentir como “de cine”.
Emily acude a la universidad para estudiar literatura y su mundo se separa del de la madre y la hermana, interesadas en mostrar a los demás un nivel de vida que en realidad no les corresponde.
Emily va pasando de un trabajo a otro, de un hombre a otro. Gran parte de la novela muestra su relación con diversos amantes, que no parecen nunca estar ahí para quedarse. Mientras, la aparentemente vida de casada “de cine” de Sarah no irá sino desquebrajándose.

Las historia se extiende durante más de 4 décadas y alcanza a mostrarnos los años 70 norteamericanos. Así, asistimos a la vida de las hermanas Grimes sobre el telón de fondo de 4 décadas de historia y cambios. La conjunción entre la intrahistoria de los personajes y la historia de un país (2ª Guerra Mundial, guerra de Vietnam…) constituye uno de los grandes logros del libro.

Si en Las hermanas Grimes las intenciones narrativas de Yates parecen similares a las de Vía revolucionaria, mostrando las miserias y las insatisfacciones de la clase media norteamericana, con personajes obligados a convivir pero no a entenderse… no así ocurre con la forma elegida para desarrollar la historia. Todo lo que en Vía revolucionaria era intensidad, violencia contenida -o desencadenada-, se transforma en Las hermanas Grimes en sutileza, en insinuación.

Si Vía revolucionaria me pareció un drama de intensidad dostoyevskiana, Las hermanas Grimes me ha parecido un drama de sutileza scottfiltzgeraldiana (si este término no existe, debería hacerlo).
Creo que el antecesor más claro para esta novela sería Scott Fitzgerald y su descendiente más ilustre Tobías Wolff.

En la página 117 he creído encontrar un homenaje a Ernest Hemingway en esta frase: “Toda la verdad era que no quería viajar con un hombre al que no amaba”, piensa Emily, decepcionada de un viaje a Europa con uno de sus amantes. En París era una fiesta, en una conversación entre el joven Hemingway y su mujer, hablando de Fitzgerald, Hemigway dice: “Aprendí una cosa: nunca salgas de viaje con alguien que no amas”.

Para mí, de acuerdo con Rodrigo Fresán, Las hermanas Grimes también es mi favorita de las novelas de Yates (al menos de las dos que he leído).

Las hermanas Grimes es una novela verdaderamente conmovedora, plagada de saber hacer literario.


martes, 2 de noviembre de 2010

Vía Revolucinaria, por Richard Yates

Editorial Alfaguara. 364 páginas. Primera edición de 1961, ésta de 2009.

El escritor norteamericano Richard Yates publicó en vida al menos dos novelas de éxito (tanto de público como de crítica): ésta, Vía Revolucionaria (1961), y Las hermanas Grimes (1976). Para escritores norteamericanos -si atendemos a la contraportada de la novela- como Kurt Vonnegut y Raymond Carver, Yates era un autor de culto. Murió, sin embargo, en Alabama en 1992, bastante olvidado.

Desde 2008, al menos en España, su obra ha tenido una importante revalorización, gracias en gran parte a la adaptación cinematográfica que hizo Sam Mendes (American beauty) de este libro. Alfaguara ha publicado dos novelas, y RBA una novela más y un libro de relatos. Rodrigo Fresán, siempre entusiasta de la narrativa norteamericana, parece disfrutar mucho con la de Yates.

Vía Revolucionaria está ambientada en 1955, en un paisaje suburbano próximo a Nueva York, ciudad a la que los maridos de las casas de la urbanización Vía Revolucionaria acuden en tren a trabajar.
La novela comienza con una representación teatral, una obra llevada a cabo por una compañía de aficionados de los núcleos urbanos a los que pertenece Vía Revolucionaria. No es un comienzo casual: las vidas de las personas de Vía Revolucionaria, parece decirnos Yates, son un simulacro de una vida perfecta, una representación de gestos de cara a los demás, aprendidos seguramente en el cine. En la página 122, la voz de April Whleer, es percibida por su marido, Frank Whleer, así: “Era una cualidad teatral, de una intensidad ligeramente fingida, como si le hablara no tanto a él cuanto a una abstracción romántica”.

April tiene 29 años y a Frank le quedan unos días para alcanzar los 30. La pareja cuenta ya con dos hijos. Los Whleer son un matrimonio brillante, atractivo. Él fue soldado en la 2ª Guerra Mundial, y estudió en la universidad de Columbia; ella trató de se actriz y ahora es ama de casa. Ella es descrita por su marido en la página 38 como “una imitación de Madame Bobary”. Para Frank está reservado el apelativo de Sartre de Vía Revolucionaria.

La novela está escrita en tercera persona, y el punto de vista narrativo casi siempre acompaña a la visión de Frank, y en menor medida a la de April. El contraste entre sus dos personalidades y puntos de vistas constituye uno de los méritos de la novela. También se perfilan algunos personajes secundarios: los Campbell, vecinos y amigos de Vía Revolucionaria, o los Givings. La señora Givings es la gestora que les ha vendido la casa a los Whleer y está empeñada en presentarse a su hijo, John, internado en una institución psiquiátrica.

También podemos asistir a breves escenas en la empresa de Frank en Nueva York, Knox, pionera en el incipiente mercado de las máquinas calculadoras. El trabajo será presentado como una realidad alienante y absurda.

Los Whleer no están conformes con su vida suburbana. Piensan que Estados Unidos, a fuerza de sensiblería, ha perdido toda su esencia y su capacidad para vivir “de verdad”. El aburrimiento, los trabajos o las conversaciones banales les asedian. Las discusiones privadas constituyen el motor más claro de su relación, hasta que perpetran la idea, seguramente no muy madura, de emigran a Europa (a París).

En la mayoría de las páginas de esta novela las peleas entre la pareja protagonista dan aliento narrativo a la obra, y los periodos de tranquilidad sólo serán entendidos como la calma que precede a la tormenta.

Si hace unas semanas decía que no pensaba, a pesar de las palabras de la contraportada del libro, que El bosque de la noche de Djuna Barnes tuviese una intensidad dostoyevskiana, sí creo que la tiene esta novela de Yates. Es muy rusa siendo, en realidad, profundamente norteamericana.

La novela no da tregua, y la trama avanza inexorablemente hacia un final sin salidas. Quizás Yates hace a sus personajes muy dependientes de las teorías psicoanalíticas –lo que estaba en alza en EE.UU. es los años en que fue escrita-, pero los desvíos narrativos hacía el pasado de los personajes no llegan a constituir un demérito.
Me parece que la novela está sabiamente resuelta al ir alejando el punto de vista narrativo de los dos personajes principales, y centrarse en la visión que los secundarios acaban teniendo de ellos.

Por encima del estilo del libro, eficaz y minimalista, aunque muy incisivo en la creación de los caracteres y los conflictos, hacía tiempo que no leía una novela con tanto interés por la pura trama (y esto teniendo en cuenta que había visto la adaptación cinematográfica en el cine, lo que me hace reflexionar sobre el poder y el hecho diferencial de la lectura: no estaba en realidad tan interesado en saber qué iba a pasar, sino en descubrir cómo iba a evolucionar la psicología de los personajes).

Como dice la publicidad de esta novela, Richard Yates es un clásico norteamericano, y su rescate editorial una más que interesante idea.

domingo, 24 de octubre de 2010

Cuentos completos, por Haroldo Conti

Editorial Bartleby. 323 páginas. Ediciones de los libros de cuentos: 1964-1967-1975. Esta edición de 2008.

Ya comenté aquí, hace un año, la sorpresa que fue descubrir la figura del escritor argentino Haroldo Conti a través de la novela Sudeste, que me deslumbró con su lenguaje poético y su original conquista de un territorio propio dentro de la dicotomía argentina campo-ciudad: la de los riachos e islas del delta del Paraná.

Estos Cuentos completos reúnen los tres conjuntos de relatos que Conti publicó en vida, Todos los veranos (1964), Con otra gente (1967) y La balada del álamo carolina (1975), además de otros cuantos relatos publicados en revistas. El total asciende a 23 cuentos más un prólogo escalofriante escrito por Gabriel García Márquez. En él, el autor colombiano nos habla de los últimos días como hombre libre de Conti, antes de ser detenido por los militares argentinos en 1976 y no volverse a saber nada de él. Gracias al prólogo leeremos con un sobresalto final el último cuento del conjunto, A la diestra, acabado la mañana del día en que fueron a buscar a Conti.

Los dos primeros cuentos, Marcado y Todos los veranos, vuelven a recrear el territorio de su primera novela, Sudeste, y se mueven en esa zona anfibia de barcas, playas, islas… Aquí volvemos a retomar el lenguaje poético de la novela comentada. En estos dos relatos, Conti continúa creando su propia mitología sobre el delta del Paraná, donde el nombre de los barcos me recuerda al rastrear de nombres de carros de Borges en el viejo Buenos Aires. También Conti evoca en estos cuentos, como Borges en sus comienzos, la figura del malevo; pero en este caso un malevo fluvial o pirata de río.

El resto de los cuentos se sitúa principalmente en el territorio rural de la provincia argentina. Sólo en algunos casos se adentran en las calles de Buenos Aires. Si bien, cuando el cuento es urbano, suele recrear a personajes que añoran su abandonado entorno rural.

Durante los primeros cuentos, además de la recreación fluvial, predomina una intencionalidad política, como podemos observar en el cuento, o novela corta, La causa. En ella se habla del impacto de un levantamiento militar en un pueblo, narrado con una polifonía de voces (experimento a la moda de los años 60, Rodolfo Walsh hace algo parecido en su cuento, o novela corta, Cartas). También podríamos hablar de un interés social, por ejemplo, en el cuento Como un león, donde se recrea un día en la vida de un chico de un poblado marginal.
Algunos de estos cuentos políticos, como Cinegética, donde un grupo de militares dan caza a un hombre, recuerdan a la construcción minimalista de Ernest Hemingway.

De los primeros cuentos destacaría, además de los dos fluviales, Los novios, muy medida su contención y la forma de mostrar la tristeza en un pueblo, regido por convencionalismos sociales importados de la vieja Europa católica; y Ad astra, sobre un personaje rural empeñado en volar, para lo que irá perfeccionando distintos modelos de alas, metáfora del progreso o del deseo artístico que nos eleva sobre la mediocridad del entorno.

Según avanza el libro, según nos adentramos en los cuentos que deben pertenecer al conjunto La balada del álamo carolina (no existe en este volumen la separación por libros), los textos se hacen más intimistas, y Conti parece estar evocando continuamente su pueblo natal en la provincia de Buenos Aires, Chacabuco. Los personajes, un tío, la madre… empiezan a parecer los parientes reales del escritor. Esta intencionalidad evocadora queda latente al repetirse en varios cuentos elementos recurrentes, el álamo carolina, el pueblo Chacabuco y otros lindantes, la carrera popular del pueblo Las doce de Bragado (que también es el título de uno de los cuentos).

En la página 256 Conti deja, o creo que deja, una pista sobre sus influencias literarias. En el cuento Mi madre andaba en la luz, un hombre que trabaja en un fábrica en Buenos Aires vuelve al pueblo a pasar unos días, y en un baile se cita a la familia de los Pavese, que aún no habían podido casar a su hija menor. Puede que sea una casualidad, pero al leer ese apellido italiano enseguida pensé en el escritor piamontés Cesare Pavese, en sus poemas, pero sobre todo en novelas como La noche y las hogueras, en la que un emigrante italiano vuelve a su pueblo después de haber pasado muchos años en Estados Unidos.

Conti como Pavese nos habla de personas lacónicas, tristes, unidas a una pequeña porción de terruño por más que se alejen de él. De hecho, alejarse de la casa natal sólo parece motivar la nostalgia continua, pero no ya la nostalgia de volver al lugar geográfico al que pertenecen, sino también a un tiempo que se ha ido (en esto podría recordar también Conti a la obra poética del chileno Jorge Teillier). Lo cierto es que los últimos cuentos se van haciendo cada vez más poéticos, evocadores e intimistas.

Sin embargo, aún queda espacio para el humor en cuentos como Devociones y Bibliografía. Este último, sobre un autor joven cuyo mayor deseo es publicar y que entra en contacto con un editor que pretende hacer negocio con él y no con sus libros. Conti se lo dedica a sí mismo, y cualquier aspirante a escritor debería leerlo.

Y llegamos al último cuento, A la diestra, el cuento escrito en la última mañana de un artista como hombre libre, el cuento que precederá a la cárcel, la tortura y la muerte. En su último párrafo, Conti vuelve a evocar a ese recurrente álamo carolina, que representa a su casa natal y a todos los suyos allá en la provincia, allá en Cachabuco, en el centro de su mundo.

Un conjunto de relatos muy notable, que deja un poso de melancolía y evocación poética similar al de la obra del comentado Cesare Pavese.

Un lector argentino, paisano de Haroldo Conti, ha sido tan amable como para enviarme el enlace de una foto del álamo carolina, un árbol real y que todavía se alza en el lugar que lo vio Conti. Dejo aquí su foto:


miércoles, 20 de octubre de 2010

Encuentro en la librería Iberoamericana con Raúl Zurita


Ayer martes estuve en la librería Iberoamericana de la calle Huertas 40, en Madrid, para asistir a una lectura del poeta chileno Raúl Zurita. La cita era a las 7,30 de la tarde. Llegué andando (ahora puedo hacerlo, a través del Retiro) unos 5 minutos antes de la hora y aún no había casi nadie en la librería. Mientras hojeaba los libros de Zurita y me acercaba a la caja para pagar Cuadernos de Guerra, un numeroso grupo (numeroso en relación al tamaño de la librería) irrumpió en el local y, actuando con rapidez, tuve tiempo para hacerme con una silla; si bien en primera fila, quedándome a un escaso metro del sitio que minutos más tarde iba a ocupar el poeta.

Ésta es la cadena de casualidades que me ha hecho conocer la figura de Zurita: hace unos años, los libros de Roberto Bolaño me llevaron a interesarme por la poesía chilena. Me sorprendió mucho saber, a través de un foro donde se conversaba sobre Bolaño y otros autores relacionados, que los poemas que el nazi Carlos Weider de Estrella distante dibujaba con una avioneta en el cielo de Santiago de Chile tras el golpe militar, una imagen tan sugestiva como delirante, una imagen que pensaba que sólo podía ser inventada, tenía un correlato en la realidad en la obra del poeta Raúl Zurita. La relación existe en el acto poético: Raúl Zurita, como Carlos Weider, también escribió versos en el aire, en este caso sobre el cielo de Nueva York y no sobre el de Santiago de Chile; por supuesto, Zurita no es un nazi, sino que fue un miembro del partido comunista chileno, encarcelado y torturado tras el golpe militar.
En las páginas 88-89 de Entre paréntesis, escribe Bolaño: “Zurita crea una obra magnífica, que descuella entre los de su generación y que marca un punto de no retorno con la poética de la generación precedente”.

Igual que había pensado al empezar a leer a Bolaño que poetas como Jorge Teillier o Enrique Lihn eran inventados, y después salí de mi error a través de interesantes lecturas, también me llamó la atención la obra de Zurita, pero no había leído, hasta ahora, más que poemas sueltos en Internet. Ayer acabé comprando la edición de Amargord de Cuadernos de guerra, que contiene los libros de poemas Los países muertos, In Memoriam y Las ciudades de agua, y la reedición por Visor del libro de 1979 Purgatorio.

El día antes de la lectura busqué más información sobre Zurita en Internet y así leí que además de escribir versos en el aire, ser torturado por los golpistas chilenos, escribir en el desierto versos para ser leídos desde el aire, también llevó a cabo actos de performance poética sobre su propio cuerpo, llegando a la autolesión, a arrojarse amoniaco a los ojos o a quemarse la mejilla con un hierro al rojo (wikipedia). Y todo esto, la verdad es que para mí no tendría demasiada importancia si los poemas no sostuvieran al personaje; pero leo los poemas y lo sostienen de sobra, dándole en este caso un aura loca o trasgresora que me atrae. Además Zurita, por si necesita de validaciones oficiales, fue premio nacional de poesía en Chile.

Y entra Raúl Zurita en la librería Iberoamericana de Huertas, con su barba blanca y una mirada alegre con un trasfondo de tristeza. Pienso que aparenta más años de los 60 que tiene en realidad. Sonríe al público, que, como dirán los organizadores, es el más numeroso de los actos que han tenido lugar en su local; unas 40 personas, en sillas, juntos a los anaqueles de los libros, en las escaleras… y yo sentado en una primera fila, constituida únicamente por mi silla, a un metro del poeta.

Habla José Ignacio Padilla, el librero, para agradecer la presencia de los presentadores, el público, el poeta…, habla Juan Soros, el editor de Amargord, para agradecer la presencia de etc… y hablar de la colección de poesía Transatlántica en la que se incluyen los libros de Zurita.

Empieza a hablar Niall Binns, poeta, crítico y profesor de universidad, especializado en poesía hispanoamericana, de origen inglés. Yo leí algunos poetas suyos en la antología de la editorial DVD Feroces (recuerdo uno de unos cepillos de dientes que me gustó bastante), y tengo en casa su edición de Huerga & Fierro de los poemas de Jorge Teillier. Binns hace una introducción general de la poesía de Zurita, leyendo unos folios que le contextualizan dentro de una tradición.

Después toma la palabra el poeta Andrés Fisher y comenta los libros de Zurita que esta noche se presentan, Cuadernos de guerra y Purgatorio.

Mientras Binns y Fisher hablan, observo a Zurita, que hace oscilar su mirada entre el público, sus presentadores y los títulos de los libros del anaquel que le queda al lado (narrativa hispanoamericana). Cuando toma la palabra se emociona para decir que oyendo a sus presentadores le gustaría parecerse a la persona que dibujan. Parece que va a ponerse a llorar, agacha la cabeza, se recompone, toma el libro Cuaderno de guerra y empieza a leer. Las marcas de sus mejillas quemadas brillan a un escaso metro de mis ojos.
Nos envuelve la dicción clara de unos poemas poderosos, unos poemas con playas y desiertos, tortura y resistencia.

Cuando finaliza se abre un turno de preguntas. Una mujer con acento hispanoamericano (casi todo el público era hispanoamericano, con varios acentos mezclados) le pide a Zurita que, si no está muy cansado, lea, por favor otro poema, y él lo hace. Sólo tres horas antes ha aterrizado del vuelo desde Santiago, poco después tiene otra presentación en Madrid.
Un chico chileno le pregunta por una frase de una entrevista, en la que Zurita afirmaba que la lengua española era eminentemente religiosa, independientemente de cómo se declarase el hablante. Zurita ironiza sobre sus palabras, pero cita versos de diferentes poetas donde esa idea se ve latente.
También dice el poeta que la poesía española le parece que es demasiado correcta.

Nadie pregunta. Ante el silencio, lo hago yo. Me interesa saber qué poetas chilenos le gustan más, y él cita a Neruda y Pablo de Rokha. Yo digo: “¿Y Teillier, le gusta? Él me contesta que le respeta, pero que no es de los que más le gustan. También nombra al argentino Borges, como ejemplo de poeta cerebral, frente a los poetas más subjetivos, en los que parece englobarse a sí mismo.

En realidad me he quedado dentro con la pregunta más importante: ¿qué le parece que Bolaño use la idea de su poesía aérea en Estrella distante? No puedo resistirme, y se lo pregunto, con algún circunloquio de por medio, cuando me está firmando sus libros. Zurita sonríe, me dice que sí, que sabe que Bolaño (de quien no le gusta su poesía, pero cuya prosa le parece que tiene mucha fuerza) se basó en él para esa imagen, y busca un poema de Cuaderno de guerra. En la página 133 me muestra estos versos: “Cuando surgiendo de las marejadas se vieron de nuevo / los estadios del país ocupado y sobre ellos al hepático / Bolaño escribiendo con aviones la estrella distante de / dios que no estuvo de un dios que no quiso / de un dios que no dijo (…)”.

Por cierto, a través de las palabras de Binns descubrí otra curiosidad sobre la obra de Bolaño: el personaje del cura y crítico de literatura Sebastián Urrutia Lacroix, narrador de Nocturno de Chile (otro personaje que yo pensaba que no podía ser más que inventado) está basado en la figura real de José Miguel Ibáñez Langlois, sacerdote del Opus Dei, poeta, teólogo y crítico literario (wikipedia), conocido por su seudónimo Ignacio Valente. Éste fue uno de los primeros valedores de la obra de Zurita, como dice Binns.

Y, tras hojear los libros de Mario Levrero que aún no he leído (había uno titulado Nick Carter, que en España no está publicado, de unas 80 páginas, editado en Uruguay en una tirada de 1.000 ejemplares, al paralizante precio de 33 euros, pienso: no debo tener estas tentaciones), salí a la calle en busca de un autobús; y aunque, como diría Robert Walser, ya era tarde y todo estaba oscuro, me encontraba ligero y lleno de energía.