lunes, 31 de diciembre de 2018

LAS MEJORES LECTURAS DE 2018


Por décimo año consecutivo publico en estas horas finales del año mi lista de la mejores lecturas de 2018. Una lista que simplemente pretende recordar mis diez mejores lecturas de este año. Como siempre, el orden es el cronológico de lectura.
Igual que me ocurrió el año pasado, de cuatro de los libros que propongo a continuación aún no he publicado su reseña. Lo haré en el 2019.

1) VIVIR EN LA SALINA (CUENTOS COMPLETOS), ELVIO E. GANDOLFO
Como ya he dicho más de una vez, me resulta incomprensible que ninguna editorial española haya publicado los Cuentos completos de Elvio E. Gandolfo. Éste es un librazo.





2) LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO, MARIANA ENRIQUEZ
Un magnífico libro de cuentos en el que Enriquez se sirve del género de terror para hablar de muchos problemas sociales.





3) CRIMEN Y CASTIGO, FIÓDOR M. DOSTOIEVSKI
Releí este libro después de veinte años y me volvió a maravillar como el primer día. La traducción de Alba es muy buena.





4) EL BESO DE LA MUJER ARAÑA, MANUEL PUIG
En 2018 he leído las cuatro primeras novelas de Puig. El nivel es alto, pero creo que me quedo con ésta, la cuarta.





5) MONASTERIO, EDUARDO HALFON
Leí a comienzos del verano cinco libros seguidos de Halfon y, aunque podría casi decir que los cinco eran distintas partes de una misma novela, puestos a elegir uno de esos libros me quedo con el primero, con el que accedí al mundo de Halfon.





6) LA REGENTA, LEOPOLDO ALAS
Esta novela era uno de los grandes clásicos de la literatura española que me faltaba por leer. Un gran fresco del siglo XIX.





7) DÍAS DE LLAMAS, JUAN ITURRALDE
Una gran novela sobre la Guerra Civil en Madrid. Es incomprensible que este libro no tenga más lectores que los que tiene.



8) A SANGRE Y FUEGO, MANUEL CHAVES NOGALES
Un eléctrico libro de cuentos sobre la Guerra Civil, escritos casi de forma contemporánea a los conflictos descritos.



9) SIN REMEDIO, ANTONIO CABALLERO
La gran novela de la Colombia urbana.





10) LOS CASOS DEL COMISARIO CROCE, RICARDO PIGLIA
Me encantó volver a reencontrarme con este Piglia póstumo, un regalo para sus admiradores.



domingo, 30 de diciembre de 2018

Las estrellas, por Carlos Maleno


Editorial Sloper. 210 páginas. 1ª edición de 2018.

En junio de 2015, no mucho antes de que apareciera mi novela Los insignes en la editorial Sloper, leí La rosa ilimitada, segundo libro que Carlos Maleno (Almería, 1977) publicaba en esta editorial mallorquina dirigida por el escritor Román Piña.
Ese año, 2015, escribí una reseña sobre La rosa ilimitada en la que comenté que me parecía que Maleno, en la escritura de esta novela, mostraba demasiado su admiración por Roberto Bolaño («Una novela corta muy bolañesca sobre la soledad, la violencia, los sueños y la literatura. Una novela poética y misteriosa, de estructura muy trabajada», escribí hace tres años). También me atreví a insinuar que Carlos Maleno ganaría como autor si en vez de homenajear tan claramente a su maestro tratara de buscar una voz propia. Pues bien, en 2018 Maleno ha publicado Las estrellas, una novela que me ha recordado mucho más a La rosa ilimitada que a Roberto Bolaño, una novela mucho más madura y perfecta que la anterior.

En marzo de 2018, Román Piña me hizo llegar a casa Las estrellas. Ya he comentado muchas veces que tengo un problema de ambivalencia afectiva hacia los libros que me envían los editores sin que yo los solicite. En este caso sabía que, más tarde o más temprano, me acercaría a la nueva novela de Carlos Maleno. Ha sido a finales de 2018 cuando he decidido tomar este libro de mis estanterías, que he leído en un intenso fin de semana.

Las estrellas se divide en cuatro partes y un epílogo. Cada una de estas partes está dividida en capítulos relativamente cortos (hay 38 en total).

La primera parte se titula Los fotógrafos, y en ella el narrador nos habla de la relación de amistad entre tres fotógrafos profesionales que suelen viajar a países con conflictos bélicos para realizar sus arriesgados reportajes. El narrador nos habla principalmente del joven Jordi Carrera, habitante de Barcelona y de vida solitaria, sobre todo desde que murió su madre y él no quiso volver a relacionarse con su padre maltratador y su hermano, que parecía justificarle. Jordi encontrará una nueva familia en sus amigos fotógrafos, Joao y Kevin.

En La rosa ilimitada, los dos protagonistas principales eran editores, y los siento vinculados a los fotógrafos de Las estrellas; Maleno sitúa a los personajes de ambas novelas muy cerca de la desesperación y los rostros oscuros del mal. Diría –porque sé de dónde viene la escritura de Maleno– que la influencia de Roberto Bolaño sigue presente en su nuevo libro, pero de un modo mucho menos evidente. En los tres años que han transcurrido entre las dos obras, Maleno ha madurado mucho y la prosa de Las estrellas es misteriosa y poética, y avanza, página tras página, de un modo seguro e implacable, mientras se adentra en territorios cada vez más oscuros. Los elementos en común con su anterior obra son palpables: nos encontramos aquí con muchos personajes que lloran y otros que los escuchan o los ven llorar en situaciones desesperadas. Sobre todo se habla aquí, de un modo insinuante y ominoso, del terror en Sudán, que han contemplado Joao y Kevin, y que este último no parece haber superado.

En la segunda parte, Las niñas, el solitario Jordi conocerá a la también solitaria Emma, una joven aún más perdida y desesperada que él mismo. El personaje de Emma guarda más de un parecido con Paula Boccia, la protagonista femenina de La rosa ilimitada. Jordi y Emma iniciarán una complicada relación, y será ahora cuando el lector descubra que Jordi era homosexual y que nunca se había acostado con una mujer. Emma es una mujer frágil, con problemas de anorexia y salud mental. Carlos Maleno, haciéndose un guiño a sí mismo, hará que Jordi y Emma se conozcan gracias al libro La posibilidad de una isla del escritor francés Michel Houellebecq, otro de sus autores favoritos.

Durante todas las partes de la novela se recurre a la imagen de «las estrellas» en el cielo como a una presencia ominosa que amenaza a los protagonistas. «El cielo negro estaba tan lleno de estrellas como los muslos de la prostituta» (pág. 47); «Mientras mi pareja me llevaba al hospital, no podía pensar en otra cosa, sólo en mi propio dolor y en las estrellas» (págs. 70-71).

Como en La rosa ilimitada, Maleno hace uso de los sueños en Las estrellas como material narrativo, un material que llega a ser importante en la trama. La presencia del mal en el libro es tan grande que acaba siendo otro de sus protagonistas: guerras, hambre, mutilaciones, prostitución, dolor, locura, soledad, pederastia, violaciones… De hecho, hay momentos en los que Maleno parece abandonar el realismo y se adentra en rutas expresionistas para describir –mediante alusiones o misterios– la presencia del mal. Me ha gustado y llamado mucho la atención un detalle: en algunas de las fotografías que toman los tres amigos (Jordi, Joao o Kevin) parecen materializarse elementos fantásticos, como manchas oscuras sobre sus propias imágenes o vibraciones y ruidos imposibles.

Cuando reseñé La rosa ilimitada comenté que, al acabarla, me había llamado la atención que la estructura estaba más trabajada de lo que había supuesto en un principio. Me gustaría destacar de Las estrellas su gran trabajo con la estructura. Si bien la novela comienza con una tercera persona aséptica, al llegar a la segunda parte la voz narrativa realiza pequeñas intervenciones: «Volvamos ahora, por un momento, al Club París», leemos en la página 99, y también ha empezado a adelantarle al lector cuál va a ser, en parte, el destino de alguno de sus personajes. En el epílogo, el narrador se hará por entero presente y tomará presencia narrativa. Me ha parecido éste un detalle muy logrado.

A partir de la segunda parte, el abanico de personajes y subtramas se abre. Empecé la novela el viernes y el sábado había finalizado la segunda parte. No quiero contar más detalles del argumento, pero tras la segunda parte (ha sido el domingo cuando he finalizado el libro), me encontraba sorprendido y con ganas de retomar la lectura, porque los acontecimientos narrados hacían que como lector me encontrase desconcertado. No sabía hacia dónde iba a llevar su novela Carlos Maleno, no sabía si iba a conseguir cerrarla con coherencia; aunque, por lo que llevaba leído, intuía que sí, como así ha sido.

Recuerdo que hace un año o dos, Carlos Maleno comentó en Facebook sus lecturas del escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Fotografió las portadas de algunos de sus libros y escribió en un estado: «Un modo diferente de narrar». Me he acordado de estas palabras según acababa Las estrellas, porque, ahora mismo, según escribo un rato después de acabar el libro, estoy considerando la idea de que Rey Rosa se haya convertido en una beneficiosa influencia creativa para Maleno, ya que el guatemalteco también escribe novelas cortas, con capítulos cortos, que se pueden subdividir en varias tramas y cuyos desenlaces suelen ser desconcertantes e inesperados.

Como ya he apuntado antes, Carlos Maleno ha dado en Las estrellas un gran salto cualitativo en relación con La rosa ilimitada, su anterior novela. Es el universo creativo de Maleno un mundo de sordidez, dolor, soledad y violencia, narrado con firmeza, misterio y mucha belleza, una belleza desolada y desconcertante.

Acabo de realizar una búsqueda en google y no encuentro reseñas de Las estrellas, lo que me sorprende, porque es una novela que se merece encontrar muchos lectores y que se hable de ella. Me ha parecido una conseguida y talentosa novela corta.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Brilla, mar del Edén, por Andrés Ibáñez.


Editorial Galaxia Gutenberg. 759 páginas. 1ª edición de 2014.

Conocía a Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) por las reseñas y artículos que escribe en el ABC Cultural, que normalmente me gustan, y en alguna ocasión había leído también reseñas sobre las novelas que él mismo iba publicando. Era para mí, hasta 2014, un nombre más del nutrido panorama de la literatura española actual. Pero en 2014, a raíz de la publicación de Brilla, mar del Edén, el nombre de Ibáñez sonó más y empecé a buscar información sobre él. Encontré en internet algún artículo que hablaba de forma muy elogiosa de su obra, y en la librería de segunda mano Ábaco me acabé comprando una primera edición de su ópera primera, la novela La música del mundo (1995). Sin haber leído todavía esta novela, una tarde de junio de 2017 que paseaba por la Feria del Libro de Madrid, vi a Andrés Ibáñez solo en la caseta de Galaxia Gutenberg. La verdad es que me dan algo de rabia estas cosas: ver las colas interminables en las casetas de los youtubers o los cocineros y solos a los escritores de verdad. Me acerqué a la caseta y empecé a hablar un poco con Ibáñez tras pedirle que me dedicara Brilla, mar del Edén. En ese momento ya conocía su argumento, había leído críticas sobre él y sabía que había recibido el premio de la Crítica 2014. Ibáñez me recomendó leer V. de Thomas Pynchon cuando le pregunté cuál era su libro favorito de este escritor, y aún tengo pendiente hacerle caso. Una semana después volví a la Feria con La música del mundo para que Ibáñez me la dedicara.

Como suele ocurrirme, los libros de Ibáñez se estaban quedando en la montaña de libros por leer, hasta que, en abril de 2018, me vi desbordado por pequeñas tareas (en la mayoría de los casos relacionadas con la literatura) que tenía que llevar a cabo en mi tiempo libre y decidí que necesitaba empezar un libro largo para estar más de dos semanas sin tener que escribir una reseña. De modo que elegí las 759 páginas de Brilla, mar del Edén.

En la primera década del siglo XXI, tanto Andrés Ibáñez como yo fuimos seguidores de la serie Perdidos (Lost en inglés), un espectáculo televisivo que renovaba el género de aventuras con su moderna versión de La isla misteriosa. Las dos primeras temporadas de la serie me encantaron, la tercera todavía aguantaba, y de la cuarta a la sexta sufrimos una dolorosa cuesta abajo cuando, capítulo a capítulo, los seguidores veíamos que los guionistas de la serie no sabían cómo acabarla ni cómo aclarar los múltiples misterios que habían creado. Ibáñez, como seguidor de Perdidos, no se libró de esta experiencia, pero decidió tomar cartas en el asunto: escribiría una novela con la versión de la serie que le hubiera gustado ver. El planteamiento me parece atrevido y brillante, una idea libre y disparatada.

La novela comienza con un avión, de un vuelo Los Ángeles-Calcuta, que cae al vacío sobre el océano Pacífico. El narrador es Juan Barbarín, español residente en Estados Unidos, compositor de música y profesor universitario. El avión caerá cerca de una isla y sobrevivirán unas noventa personas.

Los primeros capítulos están escritos con mucho sentido del ritmo. El estilo narrativo de Ibáñez no es dado a la metáfora elaborada ni al vericueto sintáctico; y, sin embargo, su prosa es elegante, bella y clara. Su uso del lenguaje es muy preciso; es decir, el narrador conoce a la perfección muchos nombres de enfermedades, medicinas, plantas o animales que encuentra en la isla. Al principio, este detalle me chirrió un poco; sobre todo cuando leí en la página 16 la descripción del contenido de una maleta que, debido al impacto del accidente aéreo, cae sobre el narrador: «Debía de pertenecer a un rabino, porque estaba llena de objetos judíos de culto: unos rollos de la Torah con su funda de terciopelo azul oscuro, sus dos mangos de madera con contera de latón (uno de los cuales me había golpeado en la barbilla) y sus rimmonim decorativos de plata en forma de campanarios; una menorah de Hanukkah de latón; un besamim o incensario de plata con forma de corona imperial (…); un shofar ritual (…); dos natlas o jarras rituales (…): un yad de plata (…); varios tefillin de cuero; una jarra de mezuzah de metal, una copa de kiddush de plata tallada.» Leía esto y me preguntaba: cómo puede tener esta información un músico de origen español que está recordando una historia que le ocurrió en el pasado… Al acabar el libro, plagado de elementos fantásticos, puedo pensar que el narrador ha alcanzado un nivel de sabiduría superior y que estos conocimientos pueden, por tanto, quedar justificados. O seguramente, lo más sensato habría sido leer sin pensar en estas cosas, pero uno, también aficionado a escribir, no puede dejar de hacer la lectura de «escritor», es decir, tratando de averiguar cómo está escrito y pensado el texto. Lo cierto es que ha sido fácil dejarse seducir por la propuesta de Ibáñez, porque Brilla, más del Edén es una novela tremendamente imaginativa y rica en bellas escenas literarias.

El seguidor de la serie Perdidos puede, al leer esta novela, reconocer a algunos de sus personajes por algún rasgo físico, su procedencia, su personalidad… Pero Brilla, mar del Edén no es un plagio de Perdidos. Parte de una misma premisa: un avión que se estrella en una isla a la que no acude nadie a rescatarlos y en la que empiezan a ocurrir sucesos extraños, visitas inesperadas de misteriosos habitantes del interior o fenómenos inexplicables, pero Ibáñez lleva su propuesta por otros caminos. Me ha hecho gracia que uno de los supervivientes sea un escritor chileno, que vivió mucho tiempo en México y que se llama Roberto B. Un personaje que se dedica a jugar largas partidas de estrategia, sobre un tablero que representa la Europa de la Segunda Guerra Mundial, con sus amigos mexicanos.

Como en Perdidos, los niños de Brilla, mar del Edén desaparecen, y el intento de rescatarlos llevará a los protagonistas del libro a adentrarse en el interior de la isla y hará avanzar la trama; de esta forma, el libro se convierte en una entretenidísima e imaginativa novela de aventuras.

Otro guiño a Perdidos: en la serie algunos de sus protagonistas tenían nombres de filósofos, y en la novela los tienen de escritores.

Brilla, mar del Edén es una novela de voluntad cervantina. Además de la imaginación y el deseo de sus protagonistas de resolver entuertos («Algo nuevo había nacido en mí, el deseo del riesgo, la necesidad de medirme físicamente con el mundo –y conmigo mismo», nos dice el narrador en la página 72), nos encontramos con la narración dentro de la narración, destacando tres novelas cortas: una de corte norteamericano, que tal vez podría hacernos pensar en Thomas Pynchon; otra de carácter japonés, que nos puede llevar hasta Kenzaburo Oe; y una mexicana, que nos conduce hasta Roberto Bolaño, al que se nombra explícitamente en esta historia. «La forma de salir de la casa parece sacada de una novela de Roberto Bolaño, nos cuenta Óscar», leemos en la página 515, cuando acaba la narración mexicana con una escena parecida al final de la primera parte de Los detectives salvajes. Roberto B. y Roberto Bolaño son, por tanto, personas diferentes.

Juan Barbarín nos irá hablando de su pasado en Madrid, Pozuelo o Estados Unidos, porque, entre muchas otras cosas, Brilla, mar del Edén también es una historia de amor.

Además, en otros capítulos, que posiblemente no estén narrados por Barbarín, se habla del enigmático pasado de la isla y cobra fuerza la imagen del compositor Anton Bruckner.

Si bien en Perdidos los guionistas dejaron muchos cabos sueltos, Ibáñez –sin acabar de resolver todos los misterios propuestos– es más cuidadoso con las explicaciones narrativas que propone a los enigmas creados.

Como ya había leído en algunas reseñas, es cierto que hacia el final se produce un bajón en la tensión narrativa (en cierta medida, Ibáñez se deja llevar por su pasión real hacia el budismo y la cultura oriental), pero esto no desmerece una novela honda, imaginativa, ambiciosa y de gran mérito dentro del panorama literario español actual. Tengo que leer más libros de Andrés Ibáñez y no estaría mal que continuase con La música del mundo, que me espera en casa.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Cerrar los ojos, de Santiago Casero González. Texto de presentación


El martes 11 de diciembre presenté la novela Cerrar los ojos de Santiago Casero Gómez en el bar Maricastaña de Malasaña. Dejo aquí el texto que preparé para el evento:




Hola, buenas tardes:

Muchas gracias a todos por acompañarnos en esta tarde de martes.
Hace unas semanas, me escribió un mail Alberto Gómez, editor de Carpe Noctem, para proponerme presentar en Madrid la novela Cerrar los ojos de Santiago Casero González. En ese momento no conocía en persona a Santiago, pero sí que me había cruzado con él en la gran urbe de las redes sociales, donde habíamos cambiado alguna opinión sobre libros. Además me había fijado en que Santiago Casero había quedado, con su libro Secretos de familia (Ediciones Tantín), entre los diez finalistas de la convocatoria de 2018 del prestigioso premio Setenil al mejor libro de relatos.
También, unas semanas antes de recibir el mail de Alberto, había hojeado Cerrar los ojos en la librería de uno de los Corte Inglés de Madrid. Nunca había visto libros de Carpe Noctem y siento siempre mucha curiosidad por conocer a fondo el panorama literario español.
Así que cuando recibí el correo de Alberto Gómez sentí el deseo de apoyar a la nueva editorial Carpe Noctem y a Santiago Casero con su nuevo libro.

Cuando me llegó la novela a casa la comencé a leer si acercarme antes al texto de la contraportada.
El protagonista de Cerrar los ojos es Santiago Leal, quien en el pasado –a pesar de que en el momento de comenzar el libro se halla en plena crisis creativa– ha conseguido alcanzar un sólido prestigio como poeta. Esto, unido a que su padre fue un exiliado en Francia, una persona significada en la lucha política contra el franquismo, ha hecho que, una vez que ha llegado a España la democracia, el presidente (antiguo compañero de su padre) le haya elegido a él como ministro de Cultural. Un cargo que Santiago Leal desempeña sin mucho entusiasmo, encuentros con deportistas, cineastas, fotos en festivales de cine o de pintura… Santiago ha aceptado un puesto secundario en el poder, a pesar de que el presidente Alfonso G. (o G. uno), considera –en teoría– a la cultura como algo esencial para un gobierno progresista.

Foto de Beatriz Alonso Aranzábal


Durante las primeras páginas, estaba leyendo la novela como si Santiago la hubiese ambientado en la época actual para, poco a poco, gracias a detalles como que al protagonista le llama la atención tener un teléfono en su coche oficial, darme cuenta de que estaba situada en la década de 1980, y que, por tanto, «G. uno» o «Alfonso G.» sólo podía ser un trasunto fabulado de Felipe González; aunque es cierto que nunca se citan siglas de partidos políticos, y que se habla de líderes de la organización procedentes de Valencia y no de Andalucía, la elección de esa «G.» mayúscula no parece inocente.

Santiago Leal es un hombre solo (abandonó a su esposa, que ahora mantiene una relación con un rival poético) y se siente mayor (un detalle que se le muestra al lector gracias a sus recurrentes problemas de vejiga e incontinencia urinaria), pero, lo que resulta aún peor: se siente un fraude. Ha sido un poeta de prestigio, pero las historias vitales que han inspirado sus versos eran falsas; además, ahora mismo, ya ni tan siquiera puede escribir un poema con un mínimo de calidad.
También se insinúa que, por ejemplo, su padre, Andrés Leal, exiliado en Francia, sobreviviente de un campo de concentración nazi y héroe antifranquista, también puede ser un impostor, una persona que ha alardeado de una historia personal falseada.
De hecho, Cerrar los ojos es una novela, en gran medida, sobre la impostura y el fraude, sobre la realidad que no queremos conocer y ante la que «cerramos los ojos».
La novela comienza cuando un hombre de ojos oscuros –desconocido hasta entonces para el protagonista– se acerca al coche oficial de Santiago para decirle, de sopetón, que es su hermano. Santiago no está seguro de si se encuentra ante otro impostor.

Foto de Beatriz Alonso Aranzábal


Cerrar los ojos es también, y habría que decirlo ya, un thriller político, una novela negra que se adentra en la sordidez del terrorismo nacionalista y también en el terrorismo de Estado. De nuevo, el lector, al leer sobre estos temas pensará en los GAL, aunque en el libro nunca se citen estas siglas.
En nuestro thriller político será Santiago Leal quien se convierta en un detective ocasional, un detective que quiere expiar parte de sus culpas e imposturas sacando a la luz pública las miserias de la débil democracia del país. Y como los héroes clásicos de las novelas de detectives norteamericanas, en su afán por aclarar un enigma, Santiago se irá encontrando con una realidad cada vez más turbia, donde los resortes del poder y la corrupción afectan a todos los estratos sociales. En este sentido, resulta demoledor el retrato que se hace del periodista Juan Carlos Cebrero, redactor jefe del principal periódico del país, y cuyo nombre no parece, de nuevo, inocente. «Ya había tenido tiempo de viajar del Falangismo residual a las huestes incondicionales del nuevo régimen.», leemos sobre él en la página 95.

«Desde que aquel hombre se asomó a su coche oficial –«Soy tu hermano, y tú lo sabes»–, los acontecimientos se habían precipitado y condensado como si en el torrente que es la vida de pronto se formaran coágulos cuajados de acontecimientos y de personas.», leemos en la página 106.

Cerrar los ojos consta de 19 capítulos y un epílogo y basa gran parte de su fuerza en su potente ritmo, plagado de acontecimientos y de elipsis narrativas.
En gran medida, las escenas descritas en esta novela son muy cinematográficas, sin descuidar la parte literaria: el lenguaje es directo, pero cuidado, y con gusto por la apreciación matizada sobre la realidad. Además son continuas las analepsis (o flashbacks en inglés) que enriquecen y explican al personaje.

Cerrar los ojos dibuja una tremenda y conseguida escena final, un momento de gran belleza visual y de contenida tensión. Pero no es mi función hoy la de acabar revelando un final al que cada lector –y esperemos que todas las personas aquí presentes hoy lo acaben siendo– debería enfrentarse en solitario y sin avisos.

Así que ahora me gustaría saludar a Santiago y hacerle algunas preguntas sobre su novela.

1) Santiago, me gustaría preguntarte ¿por qué, habiendo tanta corrupción en nuestro presente, has querido remontarte hasta la década de 1980 para ambientar tu novela?

2) Si bien parece fácil averiguar en qué personas de la vida real están inspirados algunos personajes de tu novela, como el presidente «Alfonso G.» o el periodista Juan Carlos Cebrero, ¿podríamos pensar que tu protagonista, el ministro de cultura Santiago Leal podría estar inspirado en alguien real?

3) He definido antes a tu novela Cerrar los ojos como un «thriller político», ¿estás de acuerdo con esta definición?

4) ¿En qué autores o novelas estabas pensando a la hora de inspirarte para crear Cerrar los ojos? (Si Santiago habla de autores extranjeros de novela negra le pregunto por los nacionales y al revés).

5) Principalmente has publicado novelas y libros de relatos, ¿te sientes más cómodo en uno de los dos géneros? ¿Los alternas? ¿Cómo sabes que una historia que aparece en tu cabeza necesita la extensión de un relato o de una novela?

6) Considero que uno de los temas principales de Cerrar los ojos es el de la impostura. Háblanos de esto, ¿hasta qué punto el análisis de la impostura es una obsesión para ti?

7) Me gustaría preguntarte por el proceso de escritura de tu novela. ¿Te has documentado mucho para escribirla o has considerado que con tus recuerdos de la década de 1980 era suficiente para acercarte a ella?

8) En la nota final del libro indicas que la composición de Cerrar los ojos se ha extendido desde el año 2013 hasta el 2017. ¿Te has enfrentado a la escritura de este libro de forma constante o has intercalado tu acercamiento a él con otros proyectos?

9) ¿Habías escrito ya antes novelas o cuentos policiales o ha sido ésta tu primea incursión en el género?

10) Tienes algún nuevo proyecto creativo entre manos, ¿puedes adelantarnos de qué se trata?

domingo, 9 de diciembre de 2018

Prensentación del Cerrar los ojos, de Santiago Casero González

Este martes, 11 de diciembre, a las 19:30 h. estaré en el restaurante Mariacastaña (C/ Corredera Baja de San Pablo, 12, Madrid) presentando la novela "Cerrar los ojos" de Santiago Casero González.

Dejo aquí el cartel, por si a alguien le apetece pasarse:


domingo, 2 de diciembre de 2018

Romanticismo, por Manuel Longares.


Editorial Alfaguara. 492 páginas. 1ª edición de 2001.

En agosto de 2018 bajé un día, paseando, por la calle Alcalá y me detuve en una de las librerías de segunda mano de la cadena Tik Books que está a la altura del metro de El Carmen. Aquí fue donde me encontré por primera vez con Romanticismo de Manuel Longares (Madrid, 1943). Lo estuve hojeando y busqué información sobre él en internet. Leí un artículo sobre la elogiosa presentación que le hizo en Madrid Luis Mateo Díez y también leí las palabras de entusiasmo de Juan Eduardo Zúñiga o Juan Caballero Bonald al hablar de esta novela. El libro costaba 3 euros y no lo compré entonces porque no era la primera edición (creo que era la tercera) y porque me contuve. Por una vez escuché a esa parte de mí que está en contra de la acumulación de libros.

El anterior Día del Libro, el 23 de abril, había ido a la librería Rafael Alberti para oír hablar a un grupo de escritores sobre su última obra, y también porque sabía que iba a pasarse por allí Sergio Ramírez, el último Premio Cervantes. Entre los escritores que escuché en la Alberti estaba Longares, que me pareció un autor modesto y entrañable. Nunca le había leído, pero sí que me había encontrado con sus libros más de una vez. De hecho, en una ocasión estuve a punto de comprar la primera edición de La novela del corsé –su primera novela– en otra librería de segunda mano.

En una biblioteca madrileña que he descubierto en la avenida de los Toreros vi que estaba Romanticismo, y lo anoté mentalmente para sacarlo de allí algún día. Me decidí después de leer A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Me apeteció acercarme a la Guerra Civil y luego al franquismo desde otra perspectiva, ya que Romanticismo –publicado en 2001– habla de la Transición. Concretamente, Longares posa su mirada en unas cuantas calles («el cogollito») del barrio de Salamanca de Madrid, cuando está a punto de morir Francisco Franco. Es decir, la novela empieza en octubre de 1975, cuando los rumores sobre el mal estado de salud del dictador empezaban a extenderse por la capital.

La novela está dividida en tres partes. En la primera, titulada Sepulcro de la memoria, se narran escenas de los días previos a la muerte de Franco. Sobre todo, el discurso de articula en torno a la llegada a su gran piso del barrio de Salamanca de Pía Matesanz para contarle llena de preocupación a su marido, José Luis Arce, los rumores que ha oído sobre el grave estado de salud del Caudillo. «Tanto había oído hablar José Luis Arce de la salud del Caudillo en la tertulia del Balmoral que no tomó en serio su enfermedad definitiva»: ésta es la primera frase de la novela. Arce empieza por no preocuparse, mientras sus amigos y vecinos están sacando los ahorros del banco para esconderlos en casa. «No me robarán los rogelios», grita Fela, amiga íntima de Pía. Estamos en octubre de 1975 y sobre el tapiz de este tiempo narrativo, Longares –mediante el uso de la analepsia– nos va a hablando del pasado de los personajes y de sus vidas acomodadas en la paz tensa de la dictadura.

Al menos las cien primeras páginas del libro funcionan como una crítica de costumbres en las que apenas avanza la trama. Son páginas divertidas, porque la mirada que Longares posa sobre sus personajes es muy aguda. El tono para hablar de sus personajes es muy irónico y burlesco (sin llegar a ser hiriente), y nos habla de la «burguesía improductiva» (pág. 15) del barrio de Salamanca en sus múltiples facetas: sus paseos hasta el Balmoral para tomar el aperitivo, sus reuniones en cafeterías o en casas, sus exilios de tres meses a la Sierra huyendo del calor de Madrid en verano (la familia Arce-Matesanz veranea en San Rafael, «Sanra»). Sus movimientos, sus manías y sus costumbres están muy bien retratados, hasta detalles que parecen casi inverosímiles y que, precisamente por esto, el lector acaba pensando que de tan ridículos sólo pueden ser verdaderos; como esa necesidad de Hortensia, la madre de Pía, de comprar cada producto en la tienda adecuada y sólo en ésa. Es decir, Hortensia mandará a su sirvienta a comprar el vino de la marca X a la tienda Y, y si la sirvienta vuelve a casa con el vino de la marca X, pero comprado en la tienda Z, éste será rechazado, e, incluso, Hortensia nunca podrá ser víctima de un engaño, porque de algún modo u otro acabará averiguando que el vino de la marca X no procede del lugar adecuado y ya no servirá para el uso de la familia, sino que pasará a ser regalo para los porteros, por ejemplo, por no tirarlo directamente.

La sonrisa es continua al leer Romanticismo, puesto que en esta novela se retratan costumbres realmente ridículas, aunque también es cierto que esa misma sonrisa acabará congelada, más de una vez, en la cara del lector, puesto que esa clase privilegiada del cogollito (que en gran medida no tiene que trabajar puesto que vive de sus rentas) cometerá más de un exceso por el temor a perder sus privilegios. Así, por ejemplo, Arce y algunos de sus amigotes del bar no tendrán reparo en vestirse de falangistas y salir a patrullar por las noches por «las vaguadas» (los barrios obreros), y en disparar sobre ciudadanos inocentes por tener aspecto de «rogelios». Faltas contra «los rogelios» que pasarán casi sin ningún cargo de conciencia por parte de este aguerrido grupo de patriotas con «corazón de oro».

Me gusta un recurso que usa Longares en la novela: él es el narrador, pero de vez en cuando hace referencia al diario o a las notas de prensa de Caty Labaig, una periodista de sociedad que es vecina de la familia Arce.

En Romanticismo se habla de la historia de tres generaciones de una familia: la de los padres de Pía, la de Pía y Arce y la de la hija de éstos, Virucha. Aunque estas personas son los personajes principales de la novela, su elenco de secundarios es muy amplio. En realidad, Romanticismo funciona en gran medida como una novela coral; no tanto como La colmena de Camilo José Cela, porque aquí el centro narrativo está más disperso que en Romanticismo, pero en algún punto sí me resultan comparables. La colmena nos habla de la posguerra y Romanticismo de los años posteriores a la muerte de Franco. El lenguaje de Cela es más duro que el de Longares, que como ya he dicho elige la ironía, siendo su prosa muy trabajada (es difícil, o imposible, encontrar una rima interna malsonante) y cervantina (de sonoridad clásica y limpia). Longares usa además un vocabulario muy de la época (e imagino que también muy de una clase social): «Triquitraque», «buruquienta» o «estás liroli». También existe un juego paródico con la rimbombancia de los apellidos (diría que algunos son inventados o, al menos, yo nunca los había oído en mi vida) y con los diminutivos de los nombres.

Si bien el tiempo principal de la primera parte se concentraba en apenas un mes (aunque hay que tener en cuenta que gracias a la analepsia se daba mucha información sobre el pasado de los personajes vivido durante décadas), el tiempo se acelerará en la segunda parte (Desajustes) y en la tercera (Restauración). Empezamos en octubre de 1975 y acabaremos a mediados de la década de 1990, pasando por algunos hitos históricos (además de la muerte de Franco), como el golpe de Estado de Tejero (1981) o la llegada al poder del PSOE (1982). Según pasa el tiempo y nos acercamos al final, el abanico de personajes de la novela se abre a la clase media (representada por el contable que se supervisa los negocios del cogollito) y a los hijos de los represaliados (Monjardín, amigo del colegio de Arce).

Monjardín fue quien comentó a Arce que, pese a la Transición, algunas cosas no iban a cambiar, y cita el espíritu de El Gatopardo de Lampedusa, al que Arce –aficionado a las revistas de coches– llama «el gato pardo de la pelusa».
«Todo sigue igual, pero nada es como antes», dirá la periodista Caty Labaig, hablando del cogollito. «Esa reserva inexpugnable en el orden patrimonial y urbanístico y sólo vencida por la enfermedad o la muerte. (…) Habían convivido con socialistas y derechas democráticas, con el caudillaje, con monárquicos y republicanos, con la dictablanda y con la regencia, con conservadores, liberales y revolucionarios –por abarcar sólo el periodo iniciado desde la fundación del barrio donde se acogían– y salvo las excepciones lamentadas por sus biógrafos, nadie les había quitado un duro ni un átomo de grasa» (pág. 483).
«No nos sentarán a su mesa ni tolerarán que sus hijos se casen con los nuestros. Cada cual está en su trinchera, en eso no han cambiado mucho las cosas, pero ya no es como antes. Y ahora, si nos ven por la calle, al menos nos saludan», dirá Monjardín, el hijo de un rojo, en la página 491.

Diría que mis expectativas cuando empecé Romanticismo eran muy altas y han sido, en parte, defraudadas. Debido a los comentarios críticos de reputados escritores, me esperaba una obra maestra y me he encontrado con un buen libro. No creo que Romanticismo sea una obra maestra porque he tenido la impresión de que Manuel Longares abre en su novela bastantes caminos narrativos que no acaba de concretar; ideas que podían haber tenido un desarrollo interesante mueren poco después de su planteamiento. Al tratarse de una novela coral, no parece necesaria una trama perfectamente definida, pero diría que la he echado de menos al acercarme a los personajes principales de la familia Arce, ya que se plantean algunos interrogantes sobre el pasado de estas personas que quedan sólo cerrados a medias. Diría que el afán por mostrar lo ridículo de las costumbres y la estrechez de miras de los personajes lastra la capacidad de describir su evolución personal. Pero, eso sí, esa muestra de «lo ridículo de las costumbres y la estrechez de miras de los personajes» es muy divertida y el lenguaje irónico y cervantino es magnífico, y me quedo con estas virtudes de Romanticismo, que no son pocas.