domingo, 28 de junio de 2020

Nación Vacuna, por Fernanda García Lao


Nación Vacuna, de Fernanda García Lao

Editorial Candaya. 140 páginas. 1ª edición de 2017; esta de 2020.

Con Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966) había intercambiado algunos comentarios sobre literatura argentina a través de las redes sociales, y cuando vi que la editorial Candaya publicaba en España su última novela –Nación Vacuna– me apeteció leerla. Fue una pena que se suspendiera su viaje desde Buenos Aires a España y sus presentaciones en varias ciudades por motivo del Covid-19; ya tenía anotada la fecha de finales de marzo, en la que sus editores y ella se iban a pasar por Madrid.

El protagonista y narrador de Nación Vacuna es Jacinto Cifuentes, un funcionario sin estudios universitarios que a sus casi cuarenta años considera que su vida ha sido un fracaso. La primera frase de la novela es ésta: «La carnicería de papá se vaciaba de noche». Desde un primer momento diría que García Lao se ha propuesto conversar con una parte de la historia de la narrativa argentina, puesto que su literatura nacional empieza en el siglo XIX con el relato El matadero de Esteban Echeverría. Con esta narración también conversa el cuento El fiord de Osvaldo Lamborghini, donde se vuelve a recrear la violencia inicial de El matadero con referencias a la dictadura de Onganía de la década de 1960. Nación Vacuna se une a esta cadena para hablarnos, desde su «particular matadero», de la dictadura de Videla a finales de 1970 y principios de 1981.

La acción se sitúa en Rawson, fría ciudad costera al sur de Argentina. Un enclave cercano a las islas Malvinas. Además, dentro del contexto de metáforas cárnicas del libro, el nombre de esta ciudad también parece esconder una carga simbólica, puesto que «Rawson» traducido del inglés significaría «hijo crudo». El tiempo narrativo de Nación Vacuna se sitúa a principios de la década de 1980 y se trata de una ucronía, puesto que en la realidad que la autora nos propone, Argentina ganó la guerra de Las Malvinas («de las M.» se dice en la novela, donde nunca aparece el nombre completo de las islas). En realidad, la trama parte de una calculada contradicción lógica: Argentina ganó la guerra en las M., pero el enemigo, antes de dejar las islas, envenenó sus aguas y su población ha sufrido mutaciones. Por tanto, ahora los argentinos han de «reconquistar la victoria» allí.

Jacinto trabaja en un proyecto de la Junta (Militar) para reconquistar M. Dicho proyecto consiste en seleccionar a unas mujeres a las que vacunar para que puedan vivir en las islas sin problemas y tener descendencia sana con sus habitantes masculinos. «La maternidad ya es una locura, pero la prostitución patriótica es un despropósito», dirá la madre de Jacinto –psicóloga de profesión– en la página 67. Además de enfrentarse a los traumas de guerra de una nación, Jacinto tendrá que enfrentarse a los suyos propios, puesto que en el espacio de la novela va a ir apareciendo toda su familia: su padre, el carnicero con el que nunca acabó de entenderse; su madre, la psicóloga que los abandonó; su hermano, que además de dirigir el Proyecto y tener más éxito profesional que él, le quitó a Mona, su antigua novia; su tío, que quizá conoce un peligroso secreto del Proyecto cuya transmisión puede salir muy cara al protagonista...

La novela está construida con frases breves. En más de un caso, García Lao decide cortar el texto con un punto y seguido, cuando podía haber usado una coma y escribir una frase más larga. Así escribe el primer párrafo, que marca ya el estilo narrativo y el tono elegido: «La carnicería de papá se vaciaba de noche. Durante el día, distintos tipos de carne se exponían en el mostrador. Lomo, cuadril, carnaza. Una multitud cortada y desplegada con prolijidad. La muerte se balanceaba como un gato en una soga. Chorreando de sangre que había que limpiar. Lavandina contra el olor viciado que persiste. Que interfiere en la respiración y atraviesa las vías duras de mi sistema. Poner distancia. Como si fuera una pared» (pág. 9).

La voz narrativa de Jacinto es sexista, su opinión de las mujeres no es demasiado positiva; sigue instalado en el rencor contra su madre, que le abandonó, y contra su novia Mona, que lo dejó por su hermano. «Siglos sin afecto. Las mujeres son ilusoria felicidad, un licor, el paréntesis que nos impone el silencio» (pág. 40); «Yo me digo que nunca tocaré a una licenciada. Son sicópatas encubiertas. Algo aprendí de mamá» (pág. 23); «Las mujeres son seres execrables. Ya no quiero más con ellas. Prefiero las mascotas» (pág. 122).
También hace apreciaciones sexuales sobre las mujeres con las que se encuentra. Sin embargo, a pesar de que Jacinto, sobre todo al comienzo de la novela, parece un hombre frustrado y con poca capacidad para interactuar con mujeres de un modo sano, según avanza la trama ésta se irá haciendo cada vez más sexual, y será frecuente la descripción de escenas de sexo. Jacinto, a pesar de provenir de una carnicería, en la que trabajó de joven ayudando a su padre (o precisamente por eso) es vegetariano; sin embargo, en el tiempo de la novela empezará a tomar unas cápsulas elaboradas con carne, que se están probando para que se las lleven las mujeres que han de ir a las M. ¿Están elaboradas estas pastillas con carne de las candidatas a repoblar las M. que han sido descartadas del Proyecto? En la novela existe más de un elemento simbólico de la violencia ejercida históricamente contra las mujeres. «Mujeres salvarán al ejército», se anuncia en los periódicos, cuando en realidad debería decir que «las mujeres se sacrificarán por el concepto de nación de la Junta».

Si bien he hablado de la conversación que esta novela mantiene con clásicos argentinos como Esteban Echeverría u Osvaldo Lamborghini, no estaría de más citar a otro gran autor argentino al que parece evocarse aquí: Roberto Arlt, porque hacia su desenlace la trama de Nación Vacuna (el nombre del barco en el que las mujeres y otros miembros del Proyecto, entre los que se encuentra Jacinto, deben viajar desde la fría ciudad de Rawson a las islas M.) va entrando cada vez más en el terreno de lo inverosímil y el expresionismo simbólico, al estilo de Los siete locos, la magnífica novela de Arlt.

Pese a que en algunos momentos me ha parecido que la historia rozaba la inverosimilitud narrativa (sobre todo con el tema de que toda la familia bonaerense de Jacinto, en principio dispersa, se acabe concentrando en el remoto Rawson), lo cierto es que me ha resultado fácil dejarme llevar por la ‒en principio‒ propuesta extravagante (y por tanto original) de Fernanda García Lao en Nación Vacuna. Un libro oscuro, tenso y carnal, con muchas resonancias subyacentes (la violencia de las dictaduras, sobre todo ejercida contra las mujeres, el poder represor de la familia, etc.), que condensa muchas ideas en sus 140 páginas. Esto hace que uno tenga la sensación de haber leído, al finalizarlo, un libro más largo que el que contienen sus páginas. No estoy del todo seguro, pero tengo la impresión de que ésta es la primera vez que la veterana y reconocida escritora argentina ha sido publicada en España. Lo hace ahora con una buena novela, Nación Vacuna. Bienvenida sea.

domingo, 21 de junio de 2020

Testimonios de la orgía, por Abilio Estévez


Testimonios de la orgía, de Abilio Estévez

Editorial Sloper. 173 páginas. 1ª edición de 2020.

De Abilio Estévez (La Habana, 1954) me quedé con ganas de leer su novela Tuyo es el reino (1997), que sonó bastante en los suplemente culturales de finales de la década de 1990. No sé si era en un Babelia o en un Cultural, pero recuerdo que el subyugado crítico decía que Tuyo es el reino era una obra maestra. Se me pasó entonces y unos años después leí de Estévez el libro de cuentos El horizonte y otros regresos (1998). Por aquellos días venía yo de leer Trilogía sucia de La Habana, los potentes cuentos de Pedro Juan Gutiérrez, y las narraciones de Estévez me parecieron demasiado barrocas para el gusto que cultivaba yo entonces, y esto me alejó de Tuyo es el reino. Sin embargo, tras acabar Testimonios de la orgía me he animado y he comprado una primera edición de esta novela por Iberlibro. Ya os contaré.


Cuando Román Piña (el editor de Sloper) empezó a mostrar en las redes sociales la portada del nuevo libro de Estévez supe que tenía que leerlo. En su foto aparecen José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Del primero me tumbaron hace años las primeras cincuenta páginas de su novela Paradiso, y del segundo he leído sus Cuentos completos, un libro excesivo y del que disfruté a medias. Paradiso me lo he comprado hace no mucho con la intención de volver a internarlo. Sin embargo, los dos son para mí escritores mitificados, ya que de ellos hablaba Reinaldo Arenas en su gran libro de memorias Antes que anochezca. De Piñera también habla Ricardo Piglia en Respiración Artificial. Piñera fue uno de los escritores que ayudaron a Witold Gombrowicz a traducir su novela Ferdydurke al español.

Testimonio de la orgía de Abilio Estévez es un libro que se mueve entre lo memorialístico y el ensayo. El primer capítulo se titula Retrato de Virgilio en el infierno y en él Estévez describe la figura del escritor Piñera, con el que compartió cuatro años de amistad, desde 1975 hasta su muerte, por ataque al corazón, en 1979. «No creo que haya vuelto a divertirme como me divertí aquellos cuatro años que duró mi amistad con Piñera.» (pág. 14).
Al principio del libro, Estévez hace alusiones a la situación política de Cuba de forma velada para, según avanzan las páginas, pasar a ser más directo y claro. Pensaba que no iba a citar el nombre de Fidel Castro, pero sí que lo acaba haciendo.
Como ya sabía, por haberlo leído en Reinaldo Arenas, el régimen castrista convirtió a Piñera y Lezama en dos «cadáveres civiles», ya que su literatura no se adecuaba a los cánones de la búsqueda del «hombre nuevo». Como tenía los Cuentos completos de Piñera a mano, según leía este capítulo, he revisado alguno de los que cita Estévez. Me imagino que si yo no hubiera conocido de nada a Virgilio Piñera y le descubriera por estas páginas de Estévez hubiera intentado conseguir alguno de sus libros de forma inmediata, porque la admiración y el cariño que se desprenden de sus palabras son contagiosos.

El tono del segundo capítulo, Testimonio de la orgía, se vuelve más íntimo, ya que aquí Estévez rememora su infancia en Cuba, que abandonó en el año 2000, hacia Barcelona. Como buen niño soñador, Estévez quiso haber habitado en otra parte, lugares a los que llegaría gracias a la lectura. El niño Estévez se iniciaría en la escritura inventando sobre el papel biografías de personajes famosos inventados. En la página 39, Estévez habla de un ensayo de Lezama Lima (Confluencias), del que dice «Es un ensayo tan felizmente insólito, tan inquietante que nunca he sabido con exactitud si conforma un cuento, un ensayo, un fragmento de memorias, o incluso todo eso a la vez». Es posible que estas palabras definan bastante bien el propio libro de Estévez.
«En La Habana todo se volvía amenaza. Vivir, crecer en La Habana en los años sesenta, setenta, ochenta, consistía en aprender a vivir, a sobrevivir, a sortear esa amenaza.» (pág. 43) La Habana era un lugar donde en la universidad de Letras una profesora podría recriminar al joven Estévez que leyera a Albert Camus por alejarse de la ortodoxia política.

En la página 56, mediante una cita de Gustave Flaubert, se descubre el significado del título del libro: «El único modo de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua.»

En el capítulo Aire, cielo, palma y canela, Estévez rememora sus paseos de juventud por La Habana y la búsqueda de los lugares que visitaron escritores ilustres como el poeta Federico García Lorca en 1930. También se evoca aquí el viejo barrio de Estévez, Marianao. Luis Cernuda fue otro visitante ilustre de la isla. «Lo cierto es que muchas tardes nos íbamos a deambular por La Habana que no existía y que tal vez nunca existió. Buscábamos entrar en el recuerdo, en La Habana del recuerdo, como si fuera posible.» (pág. 76)

En ¿París? Estévez reflexiona sobre la idea de insularidad y me presenta a un poeta fundacional para la sensibilidad literaria cubana que yo no conocía: Julián del Casal. Es muy interesante su historia sobre el deseo de visitar París y no poder llegar nunca a ella. Me gustan también las páginas sobre la vida sedentaria de Lezama Lima, que solo visitó una ciudad en México y otra en Jamaica, y cómo se imaginó París desde La Habana.

El surtidor inmóvil de un encantamiento analiza la importancia histórica para la literatura cubana de la desmesurada novela Paradiso de José Lezama Lima. Me gustan los libros que te incitan a leer otros libros, y este capítulo ha hecho que se renueven mis ganas de volver a lanzarme con Paradiso. De «locura brillante» califica Estévez Paradiso.

En el capítulo 6, Reinaldo Arenas, imagen del alucinado, Estévez habla de la visita que unos amigos y él hicieron en 1997 a su casa natal, donde conocieron a su madre. Luego nos hablará de la época en la que, siendo muy joven, conoció a Arenas en persona. De de Arenas me encanta Antes que anochezca, y luego me decepcionó Celestino antes del alba. Cuando he acabado de leer Testimonio de la orgía, he empezado con El mundo alucinante, quizás la obra más señera de Arenas.
«La nouvelle de Reinaldo Arenas, leída a mis dieciocho años, cumplía así con una de las funciones de la literatura: revelar lo que vivimos; descubrir, verbalizar nuestra propia desazón, desmitificar y mitificar al mismo tiempo aquello que compone el tráfago incesante de esa mezcla de comedia, sainete, melodrama y tragedia que es nuestra vida diaria.», así habla Estévez de La vieja Rosa de Arenas en la página 124.

«Todos los personajes de Arenas parecen batallar contra la agresividad de la vida real.» (pág. 131). Una idea bella y triste es que para Abilio Estévez los grandes escritores cubanos (como Arenas, Lezama o Piñera) ejercen su magisterio desde la invisibilidad.

En el capítulo séptimo y último, Los poetas cubanos naufragan en la isla, Estévez hace un recorrido por los poetas de Cuba que han cantado a la isla en sus versos.

La prosa de Estévez es inteligente y bella, trufada de atractivas referencias literarias. Testimonios de la orgía es la narración de un hombre que ha decidido enfrentarse a la existencia aturdiéndose de literatura. Si bien, a mí el libro ya me llamó la atención desde la portada, desde la imagen trágica de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, considero que para la persona que no conozca a estos autores (y a algún otro como Reinaldo Arenas) Testimonios de la orgía puede constituir una gran invitación a acercarse a sus obras. Como dije, yo ya estoy con El mundo alucinante de Reinaldo Arenas y he pedido en Iberlibro Tuyo es el reino de Abilio Estévez. Me gustan los libros que te incitan a leer otros libros.

miércoles, 17 de junio de 2020

LECTURA DE UN FRAGMENTO DE "CAMINARÉ ENTRE LAS RATAS" (IV)

Me he grabado leyendo un fragmento de mi nueva novela Caminaré entre las ratas (Carpe noctem, 2020). En esta ocasión, el narrador recuerda su paso por la facultad de ADE de la Carlos III en Madrid. Si quieres escucharlo



domingo, 14 de junio de 2020

Entrevista a Daniel Mella, autor de Trilogía del dolor


Daniel Mella (Montevideo, 1976) ha publicado hasta ahora cinco libros: las novelas Pogo (1997), Derretimiento (1998), Noviembre (2000) y El hermano mayor (2017), además del libro de cuentos Lava (2013), con sus dos últimas obras ganó el prestigioso Premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa en Uruguay, en su convocatoria de 2013 y 2017.
En España, los libros de Daniel Mella están siendo publicado actualmente por la editorial Comba.



1)Al leer Pogo, novela que se publicó en 1997, cuando tenías veintiún años, he pensado en algunas novelas españolas de la década de 1990, escritas y protagonizadas por jóvenes, como Lo peor de todo (1992) de Ray Loriga o Historias del Kronen (1994) de José Ángel Mañas. ¿Conocías estas novelas o las habías leído cuando escribiste Pogo? ¿Sientes, en cualquier caso, alguna conexión entre Pogo y aquella narración joven española de los 90? ¿Hubo en Uruguay algún fenómeno editorial parecido, en el que de repente la narrativa escrita por jóvenes era importante?

Leí Lo peor de todo y leí Historias del Kronen y me encantaron y me estimularon. Historias del Kronen no recuerdo exactamente cuándo fue que la leí, si antes o después de escribir Pogo, pero recuerdo cómo me impresionó la aspereza de las frases, lo veloces que eran, lo desesperante que era esa manera de avanzar como una locomotora ciega. Y recuerdo a la perfección cuando leí Héroes, que fue como enteré de la existencia de Ray Loriga. Amé ese libro. Es una joya. Esas imágenes. Me parecía tan único ese estilo, tan lleno de sentimiento. Lo leí poco antes de escribir Pogo, a los 19. Nunca había leído algo así. Cuando fui a Madrid a presentar Derretimiento en el '99 me compré una remera de Tokio ya no nos quiere, negra con letras rosadas. La usé durante muchos años. La única remera literaria que me puse en mi vida. O sea que sí siento una conexión. Leer a Loriga, a Mañas, a Easton Ellis, también a Juan Manuel de Prada, me inspiró mucho. Eran todos escritores que habían publicado bastante jóvenes. Me ayudaron a confiar en que se podía ser joven y escribir cosas valiosas y además obtener cierto reconocimiento por eso. En Uruguay en los noventa hubo varios escritores veinteañeros que publicaron sus primeros libros. No llegaron a conformar una movida, tal vez por lo distintos que eran entre sí. Pienso en Ramiro Guzmán con su prosa alucinada, en Pablo Casacuberta con su prosa sublime, pienso en Ricardo Henry con su escritura delirante, Gabriel Peveroni con su realismo sucio y poético, pienso en Gustavo Escanlar que aunque era un poco mayor lo sentíamos cercano. Tampoco generaron una movida supongo que porque por estos lares, con un mercado tan pequeño, el éxito o el reconocimiento que se puede lograr es siempre muy modesto.


2) A Pogo le sobrevuela una sensación constante de violencia hacia la figura de la madre. Teniendo en cuenta lo joven que eras entonces, cuando la escribiste, ¿pensaste que tal vez no deberías tratar de publicar ese libro por temor a las reacciones familiares?

Sí que lo pensé. Lo pensé incluso mientras lo escribía, cuando todavía ni siquiera aspiraba a que fuera publicado. Me sorprendía toda esa negatividad, por así llamarla, pero al mismo tiempo sentía la necesidad de volcar todo eso en el papel. Mil veces dudé ante una frase o una escena por miedo a lo que fueran a pensar. La figura de mis padres aparecía como un censor en mi cabeza, y fue recién cuando dejé de escuchar esas voces que pude sentirme libre para escribir lo que sea que tuviese que escribir.


3) Por lo que he leído sobre ti, y corrígeme si me equivoco, tú eras en la década de 1990 un joven interesado en el baloncesto y el surf. ¿Cómo tuvo lugar en ti el proceso que te llevo a querer escribir una novela? Por cierto, ¿fue fácil publicarla? ¿Sabías entonces cómo hacía uno para publicar un libro? ¿Alguien te guió?

Hacía surf y jugaba al basket desde chico. El surf me encantaba pero solo podía surfear durante el verano. El basket podía jugarlo todo el año y todo el año entrenaba y me iba bien. A los 18 estuve en la selección juvenil que disputó el sudamericano en Oruro y cuando volví a mi club habían cambiado de director técnico y el técnico me sentó en el banco. Me quise cambiar de club pero no me dejaron. Según la ley tenía que dejar de jugar por todo un año para quedar libre y caí en una depresión y entonces escribí Pogo en cinco días de furia. No sabía que estaba escribiendo un libro. Nada más empecé a llevar un diario y en el diario empezaron a meterse recuerdos y también empecé a inventar muchas cosas y al final terminé escribiendo una especie de novela corta. Lo que pasa es que yo también escribía desde muy chico. Llevaba diarios personales, escribía cartas, poemas. La escritura había sido una compañía constante para mí y fue a lo que pude agarrarme en ese momento. Estaba en mi primer año de Ciencias de la Comunicación y tenía un profesor, Christian Kupchik, que siempre me ponía las notas más altas. Fue a él que le mostré esa especie de libro que había escrito y él de inmediato se ofreció a llevarlo a una editorial independiente, Aymará, que publicaba las cosas más arriesgadas del momento y que estaba dirigida por Gustavo Wojciechowski, editor y poeta que sigue al firme hasta el día de hoy. Poco tiempo después firmábamos contrato.  De no ser por estos dos personajes providenciales, yo no habría sabido cómo hacer para publicar. Tuve mucha suerte. No era nada fácil publicar en aquel entonces.


4) ¿Qué ocurrió en Uruguay cuando publicaste Pogo? ¿Pasó algo, tuvo alguna repercusión, o pasó lo que ocurre casi siempre que alguien publica una novela; es decir, nada?

En esto también tuve mucha suerte. Pogo tardó un año y medio en publicarse. Aymará era muy pequeña y publicaba cinco o seis libros por año nada más, así que tuve que esperar. En ese lapso escribí Derretimiento. Para ese entonces yo me había hecho de un amigo, Ricardo Henry, y Ricardo le llevó el manuscrito a Mario Levrero y Levrero se lo llevó a Trilce, la editorial que lo publicaba a él, una editorial más grande y establecida que Aymará, y los de Trilce la quisieron publicar en seguida. Así que terminaron saliendo los dos libros casi al mismo tiempo, Pogo a fines del '97 y Derretimiento a comienzos del '98 y eso fue lo que causó furor. Por furor me refiero a notas de dos páginas en los suplementos culturales más importantes, reseñas largas y exultantes, un par de tapas de revista, radio, televisión, se me puso el mote de promesa de la literatura, todo ese rollo.


5) Derretimiento se publicó en España en 1999 por la editorial Lengua de Trapo. ¿Qué tal fue la experiencia de publicar esa novela en España?

Derretimiento se publicó en España al año siguiente de haber sido publicada en Uruguay, cosa que también fue bastante extraordinaria. No era común que un escritor uruguayo publicase fuera de fronteras, menos aún siendo tan joven. Yo no tenía muy claro lo afortunado que era. La gente de Lengua de Trapo me invitó a un congreso de escritores hispanoamericanos que organizaron en Madrid y allí presentamos el libro. Fue el primer viaje que me pagó la literatura. Fue interesante pero también muy raro. Yo era el más joven y era bastante tímido y no sabía mucho de literatura, menos aún de cómo funcionaba la industria. Conocía a muy pocos de los escritores que participaban del encuentro, así que me mantenía un poco apartado. Igual hubo algunos que me tendieron una mano hospitalaria: Alberto Fuguet, Edmundo Paz Soldán, y Escanlar, con el que nos fuimos de parranda varias noches. Me causó una mezcla extraña de sentimientos ese congreso. Para mí la escritura era algo privado y de pronto me encontré con que los escritores se reunían y daban charlas frente a auditorios repletos y se preocupaban por las ventas de sus libros y por conseguir entrevistas. Algunos vendían mucho, vivían de lo que escribían, y al mismo tiempo que todo aquel asunto me atraía, me provocaba rechazo. Hasta que uno de mis últimos días en Madrid entro a la librería más grande que había visto en mi vida, no recuerdo cuál, y mi libro estaba en la mesa de novedades junto con otros veinte o treinta, y entonces supe que mi libro en una semana pasaría de la mesa de novedades a un estante y se perdería entre los otros miles de libros que había en todos esos estantes y luego lo más seguro es que pasaría al olvido. Un golpe de realidad, digamos. El libro fue bien reseñado, recuerdo, pero no debe haber vendido mucho. Al menos nunca me enteré de las cifras.


6) En El hermano mayor, tu narrador afirma: «Le dije que no era raro que la familia de un escritor apareciera, más o menos disfrazada, en sus textos. Los escritores que no escribían sobre su familia, especialmente sobre sus padres, eran generalmente malos escritores, les dije.» ¿Crees tú realmente en estas palabras?

Bueno, creo y no creo. Supongo que es imposible que la figura de la gente que más te marcó no gravite sobre los textos que escribís, sean tus padres por su presencia o por su ausencia, tus hermanos, tu tía, tus amores. Cuando escribí eso tenía en mente a algunos de mis escritores favoritos: a Hemingway, por ejemplo, que le da abundante entrada al padre en sus cuentos, a Bernhard, cuyo abuelo tiene un lugar preponderante en varias de sus novelas, a Kafka. Me parece que en muchos casos los escritores se forman de muy pequeños como observadores del comportamiento humano y las primeras personas a las que observan son a los que tienen más cerca. Los padres y las madres son sujetos de observación especialmente fascinantes, en parte por todo lo que ocultan. Despiertan al detective en el hijo. No considero que sea obligatorio escribir sobre ellos. Pero en cierto modo representan algo sagrado e intocable. Tal vez lo que quise decir con eso es que para ser buen escritor hay que animarse a meterse con todo, hasta con lo más sagrado.


7) Por lo que deduzco de tus textos, y corrígeme de nuevo si estoy cometiendo el error de confundir al personaje narrativo con el escritor, provienes de una familia en la que, en algún momento del pasado, fue bastante religiosa. Sobre esto has hablado en tus textos. ¿Consideras el tema religioso cerrado para ti o piensas que volverás sobre él en futuras narraciones?

Mi familia era mormona. Yo crecí mormón y luego me abrí de la iglesia. No lo considero para nada un tema cerrado. Aunque no busco escribir sobre eso, noto cómo se cuela de tanto en tanto en mis textos cierto aire místico. Quizá porque si bien dejé a la iglesia atrás, lo espiritual nunca dejó de interesarme. No sé si el tema figurará en mi obra futura, si es que esa obra ha de existir.


8) Sé que tu padre fue uno de los primeros aficionados al surf en Uruguay y que, no hace mucho, publicó un libro con sus experiencias como surfero. ¿Cómo lee un escritor el libro escrito por su padre, quien en principio no es un escritor?

Fue muy interesante. Muchas de las historias que él cuenta yo las conocía. Son las historias que nos contaba a mí y a mis hermanos de pequeños y son fascinantes. Lo ayudé con la revisión y el armado del libro y resultó un libro muy bello y variado, con partes narrativas, otras ensayísticas, un capítulo que son puras cartas, otro un diario de viaje. Escribe muy bien mi padre. Está claro que, en buena medida, mi gusto por la literatura viene de su parte. Los libros que había en casa cuando yo era chico eran suyos, aquella colección de no recuerdo qué editorial con las historias de Sandokán, Guillermo Tell, Robin Hood, también los libros de Julio Verne. También fue él, junto con mi madre, los que sin saberlo me empujaron hacia la escritura cuando para mi sexto cumpleaños me regalaron un cuaderno verde, de tapas duras, para que llevara un diario. Ahí fue cuando le agarré gusto a la escritura, a pasar tiempo solo con las palabras,


9) Derretimiento es una novela desgarrada y onírica. A mí me ha hecho pensar en esas novelas «raras» de la narrativa uruguaya como La mujer desnuda (1950) de Armonía Somers o París (1980) y Fauna / Desplazamientos (1987) de Mario Levrero. ¿Te parece acertada mi comparación o consideras que Derretimiento guarda más relación con otras obras u otras tradiciones literarias?

Levrero era uno de mis escritores favoritos ya por aquel entonces. La ciudad y Desplazamientos fueron novelas que me marcaron. A Armonía no la había leído todavía. También creo que hay cierto tinte emocional que Derretimiento le debe a El pozo de Onetti. Es posible que el narrador de Derretimiento sea Eladio Linacero sin la vía de escape de la literatura. Si Linacero no hubiese tenido ese mundo tan vívido -hecho de memoria y fantasía- donde refugiarse, probablemente hubiese terminado convirtiéndose en asesino.


10) ¿Con qué autores podrías relacionar la prosa cortante y elusiva de Noviembre?

Cuando escribí Noviembre leía mucho policial y novela negra, eso recuerdo, y tal vez por ahí venga lo cortante y elusivo del libro. También estaba leyendo a Cheever y a Salinger y a Carver. Noviembre fue mi intento por mezclar la novela negra con un drama sentimental de clase trabajadora, creo yo.


11) En un periodo de tres años (entre 1997 y 2000) publicas tres novelas que, con menos de veinticinco años, te sitúan con firmeza sobre el tablero de la nueva narrativa latinoamericana y, de repente, desapareces durante trece años, hasta que publicas el volumen de cuentos Lava en 2013. ¿Qué ocurrió? ¿A qué se debió tu desaparición? ¿Dejaste de escribir o tan solo de publicar?

Me identifiqué demasiado con ser escritor. Me obsesioné. Mi felicidad dependía de si escribía una buena página o no. Me lo empecé a tomar demasiado en serio, a tener expectativas demenciales, dejé de disfrutar el proceso y me tomé una vacación de diez años. También creo que era demasiado joven y precisaba vivir. Escribir es como llevar dos vidas. Y eso en el mejor de los casos. En el peor, escribir se come a la vida y es como no vivir en absoluto. Precisaba abandonar todo eso para verlo mejor, de lejos. Empecé por desprenderme de casi toda mi biblioteca. La miraba y me daba náuseas. Lo que no hice fue dejar de leer, aunque no leía al ritmo de antes. A veces alguna cosa que leía me provocaba una especie de reflejo y me ponía a imaginar, especialmente cuando leí a Shakespeare por primera vez en un sótano amueblado que alquilaba en el barrio de Astoria, en Nueva York. Esa fue la única vez que agarré una birome y escribí. Empecé una obra de teatro en inglés, pero en seguida la abandoné. Al rato me volví, tuve dos hijas y me dediqué a criarlas. Era hermoso no ser escritor.


13) He leído en alguna de tus entrevistas que no te entusiasmaba la vida literaria. No te gustaban los festivales a los que te invitaban, decías, ni convivir con escritores en ellos. ¿Ha cambiado esto? ¿Te gustan los festivales literarios ahora? ¿Te relacionas con escritores?

Siempre creí que la vida literaria consistía en escribir. O sea, darle a la escritura un lugar prioritario en tu vida. No sabía que tenía un costado social. Son raros los congresos y festivales, no necesariamente porque tengas que convivir con escritores, sino porque estás obligado a convivir con gente que no conocés, que encima son escritores a los que en su mayoría no leíste y que tampoco te leyeron a vos y entonces abundan las situaciones incómodas. También se hace mucho lobby y eso no me resulta natural. Durante mucho tiempo soñé con que mis libros hicieran su propio camino sin mi ayuda. Que fueran publicados y leídos por lo buenos que son, no porque yo les hiciera propaganda o tejiera relaciones convenientes para eso. Ahora ya no soy tan fanático. Aprendí a relajarme. Acepto las invitaciones. No todas, pero sí las que me parecen interesantes, y lo paso bien. He hecho buenos amigos en los últimos festivales a los que ido.


13) Si alguien quisiera conocer la literatura uruguaya, ¿a qué autores le recomendarías leer?

Cuatro muertos: Marosa di Giorgio, Mario Levrero, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti.
Cuatro vivos: Gustavo Espinosa, Leandro Delgado, Fernanda Trías, Inés Bortagaray.


14) Podrías hablarnos, por favor, de tu canon literario personal.

Mis primerísimos amores fueron García Lorca y Becquer. Después vinieron Cortázar y García Márquez. Después Bret Easton Ellis, Lautreamont, Onetti, Ray Loriga, Jerzy Kosinki, Paul Auster, Levrero, Raymond Chandler, Jim Thompson, Lovecraft, Pessoa, Hemingway, Faulkner y Henry Miller. Los autores a los que no dejo de echar mano estos últimos años son Salinger, Felisberto Hernández, Levrero, Borges, el Ishiguro de Los restos del día y Pálida luz en las colinas, Elizabeth Smart, Anne Carson, Platón, Cormac McCarthy, Bernhard, Carver, Shakespeare, Dostoievsky y Ted Chiang.


15) ¿Cómo fluyen las relaciones literarias entre Uruguay y Argentina? ¿Los libros publicados en uno de los países pasan con facilidad al otro, o pasa igual que en otras partes de Latinoamericana que a la literatura escrita en un idioma común le cuentas atravesar las fronteras políticas?

Últimamente la situación ha mejorado, más que nada gracias al trabajo de las editoriales independientes de ambos lados del charco, que hacen grandes esfuerzos porque sus libros tengan alguna distribución acá y allá. Dista mucho de ser una situación ideal, pero es mejor que nada, infinitamente mejor que veinte años atrás.


16) El hermano mayor, tu último libro, se publicó en 2016. ¿Va a aparecer pronto otro libro tuyo? ¿Estás escribiendo ahora algo nuevo? ¿Seguirás con la autoficción que practicaste en El hermano mayor? ¿Nos podrías hablar un poco de tus proyectos literarios actuales?

Este año, si la economía lo permite, voy a publicar un relato puramente autobiográfico situado en mis últimos tiempos en Nueva York. También voy a publicar un minilibro de poemas, cosa que me tiene entre nervioso y entusiasmado porque hacía más de veinte años que no escribía poemas. Por lo demás, no tengo un proyecto en ciernes. Esta cuarentena, quizá porque todo el mundo parece estar escribiendo o diciendo algo, no me ha inspirado para escribir. Digamos que estoy en pleno modo lector.


Muchas gracias, Daniel.
Gracias a vos, David.

miércoles, 10 de junio de 2020

LECTURA DE UN FRAGMENTO DE "CAMINARÉ ENTRE LAS RATAS" (III)

Me he grabado leyendo un fragmento de mi última novela Caminaré entre las ratas. Esta vez leo las dos primeras páginas de la novela. Si quieres verlo



domingo, 7 de junio de 2020

Trilogía del dolor, por Daniel Mella


Trilogía del dolor, de Daniel Mella

Editorial Comba. 268 páginas. 1ª edición de 1997, 1998 y 2000. Esta de 2020

Entre mis mejores lecturas de 2019 estuvieron el libro de cuentos Lava (2013) y El hermano mayor (2017). Con ambos, Daniel Mella (Montevideo, 1976) ganó el prestigioso Premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa en Uruguay, en su año correspondiente.

Daniel Mella publicó su primera novela con veintiún años: se titulaba Pogo (1997). La segunda, Derretimiento, tan solo un año después, en 1998, y la tercera, Noviembre, en 2000. Es decir, con menos de veinticinco años, Daniel Mella había publicado ya tres novelas en Uruguay y empezó a sonar, por entonces, como una de las nuevas voces más potentes y renovadoras de la nueva literatura uruguaya. Derretimiento llegó a ser publicada en España por la editorial Lengua de Trapo. Sin embargo, Mella dejó de escribir (o al menos de publicar) durante más de una década, hasta que en 2013 apareció su libro de cuentos Lava.

La pequeña pero pujante editorial española Comba publicó en 2017 El hermano mayor y en 2018 Lava. Desde que los leí en 2019, les he contado a muchos lectores que eran dos libros que se habrían merecido sonar más y tener un mayor recorrido en España, porque eran muy buenos.

Así que, cuando a principios de 2020 Juan Bautista Durán –el editor de Comba– publicó en España, en un solo volumen, los tres primeros libros de Daniel Mella, sentí muchas ganas de leerlos. A finales de 2019 estuve tentado de leer Derretimiento en Lengua de Trapo, que sé que está en la biblioteca de Móstoles, pero unos meses más tarde me he alegrado de poder acercarme a estas tres novelas en un solo volumen, bajo el título de Trilogía del dolor.

Hacia Pogo sentía una doble curiosidad: además de ser la primera novela de Daniel Mella, en El hermano mayor el autor reflexionaba sobre ella, sobre el momento de su escritura y su recepción por parte del público o de su familia. El hermano mayor era –en gran medida– una novela de autoficción.
Pogo empieza con un joven de diecinueve años que despide a su padre en el aeropuerto. El padre es una persona involucrada en su iglesia y está viajando a Brasil en misión eclesiástica. En La emoción de volar, uno de los cuentos de Lava, el protagonista escribía un diario acerca de su equipo de baloncesto y acerca de la condición mormona de su familia. Según lo que el narrador de El hermano mayor contaba de sí mismo (y que el lector identifica con el propio Daniel Mella), este intenso pasado religioso de su padre y su familia fue real y en el autor Mella se desatan algunos conflictos sobre ese pasado a la hora de escribir sus ficciones.

La voz narrativa de Pogo es la de un adolescente nervioso y en continuo movimiento. De hecho, el término «Pogo» hace referencia al baile propio del punk, donde los punkis saltan y se empujan. Una buena metáfora de la narración. Más que reflexionar sobre lo vivido, el narrador le muestra al lector lo que está viviendo, con pocos filtros. Así, son frecuentes en esta primera novela las frases cortas y las descripciones de lugares o cosas, con profusión de enumeraciones. El narrador trabaja de profesor en un colegio, mientras estudia en la universidad. Son frecuentes los cambios de escenario sin ninguna indicación por parte del narrador. Por ejemplo, está describiendo lo que ve a través de la ventana de un autobús y en la frase siguiente ya está describiendo lo que hay dentro de su habitación, habiéndosele sustraído al lector la frase de transición, en la que tendría que haber recibido la información según la cual el narrador ha dejado el autobús y ha entrado en la casa. Es frecuente también el uso de elipsis narrativas y saltos en el tiempo. Además de narrar el presente (en el que el padre se ha ido en misión evangélica a Brasil y la madre está en una habitación de la casa tomando muchas medicinas que le suministra el protagonista), hay escenas en las que se habla de un verano en la playa y la muerte de un amigo en accidente de coche. Con la transición temporal entre escenas ocurre lo mismo que lo expuesto antes con la transición espacial, que los saltos de lugar y de tiempo son bruscos y el lector comprende lo que ocurre después de algunas pequeñas confusiones. La violencia ejercida por el adolescente sobre una madre cada vez más indefensa se va incrementando hasta niveles intolerables. Sobre la lectura que de estos capítulos hizo la madre real del autor, Mella reflexionaba en El hermano mayor.

Hasta cierto punto, la lectura de Pogo me ha recordado a aquellas novelas escritas y protagonizadas por jóvenes de las que se habló en España en la década de 1990, como Lo peor de todo de Ray Loriga (1992) e Historias del Kronen de José Ángel Mañas (1994). No sé si Daniel Mella tuvo ocasión de leerlas y pudieron ser un modelo para él.

Derretimiento empieza con un niño aquejado de una extraña enfermedad: su cuerpo se ha quedado paralizado. Al principio es objeto de lástima para su familia, pero luego empezarán a maltratarlo. En este sentido, la narración nos puede recordar a La metamorfosis de Franz Kafka. La narración, desde la primera página, incide en el horror: dolor para el niño y violencia. Sin casi transición, el niño se ha recuperado y convertido en adulto. Entonces será él quien ejerza la violencia sobre otros; una violencia enloquecida y gratuita. Una violencia de película slasher, ese género de terror en que un psicópata persigue a sus víctimas con un cuchillo. En la tercera parte, el protagonista se habrá convertido en un viejo solitario, también aficionado a ejercer la violencia. Pogo no acababa de ser del todo realista, pero desde luego Derretimiento no lo es en absoluto. Derretimiento tiene un aire onírico que me ha recordado a narraciones uruguayas como La mujer desnuda de Armonía Somers (1950) o París (1980) y Fauna / Desplazamientos (1987) de Mario Levrero. Hay algo sobrecogedor y repulsivo en Derretimiento, pero a la vez hipnótico.

En principio, Noviembre sería la narración más convencional de las tres reunidas en este libro. La novela empieza con una pareja joven la noche que deciden separarse. Empezará entonces una serie de fines de semana en los que el padre tendrá que hacerse cargo de su hija. Uno de los conflictos que ha sufrido la pareja es que Guzmán, el marido, no ha querido aceptar el dinero de la familia de su mujer, Ana. Esto ha hecho que Guzmán haya tenido que trabajar fuera de casa, en una escuela militar, durante demasiadas horas. El drama se desatará cuando en uno de los fines de semana en los que Guzmán tiene la custodia de su hija ocurra una desgracia. La prosa seca y, en general, distante me ha recordado a las narraciones del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. En Noviembre también son abundantes las frases cortas y las elipsis. De hecho, algunas de las escenas claves de la narración son sustraídas al lector, que leerá entonces la novela aquejado de un creciente extrañamiento.

De las tres novelas de esta Trilogía del dolor mi favorita ha sido Derretimiento, que como ya he apuntado es una novela sobrecogedora, intrépida, enfermiza e hipnótica. De Pogo puedo destacar su fuerza nerviosa, el talento en bruto que se observa en ella, y Noviembre, pese a que hay escenas muy bien dibujadas, me ha acabado pareciendo una novela corta un tanto dispersa.

Con Trilogía del dolor, Lava y El hermano mayor he leído las (casi) obras completas del uruguayo Daniel Mella. Las dos últimas obras (Lava y El hermano mayor), separadas por más de una década de las otras tres, me parecen más maduras, destacadas y valiosas, y a alguien que no haya leído nada de Daniel Mella le recomendaría empezar por ahí. Luego, es probable que sienta deseos de acercarse también a Trilogía del dolor. Daniel Mella me está pareciendo un autor latinoamericano bastante destacado.

miércoles, 3 de junio de 2020

El sueño eterno y Adiós, muñeca, pro Raymond Chandler, (audio reseña)

Me he propuesto leer toda la serie de las novelas protagonizadas por Philip Marlowe (que son siete), del escritor de novela negra norteamericano Raymond Chandler.

Por ahora he leído las dos primeras: El sueño eterno y Adiós, muñeca. De las dos novelas he escrito una reseña, pero me apeteció grabarme hablando de ellas. Así que si te apetece escucharme hablando de las dos primeras novelas de Raymond Chandler puedes hacerlo