Daniel Mella (Montevideo, 1976) ha publicado
hasta ahora cinco libros: las novelas Pogo (1997), Derretimiento (1998), Noviembre
(2000) y El hermano mayor (2017), además del libro de cuentos Lava (2013), con sus dos últimas obras
ganó el prestigioso Premio Bartolomé
Hidalgo de Narrativa en Uruguay, en su convocatoria de 2013 y 2017.
En España,
los libros de Daniel Mella están siendo publicado actualmente por la editorial Comba.
1)Al leer Pogo, novela que se publicó en 1997, cuando tenías veintiún años,
he pensado en algunas novelas españolas de la década de 1990, escritas y
protagonizadas por jóvenes, como Lo peor
de todo (1992) de Ray Loriga o Historias
del Kronen (1994) de José Ángel Mañas. ¿Conocías estas novelas o las habías
leído cuando escribiste Pogo?
¿Sientes, en cualquier caso, alguna conexión entre Pogo y aquella narración joven española de los 90? ¿Hubo en Uruguay
algún fenómeno editorial parecido, en el que de repente la narrativa escrita
por jóvenes era importante?
Leí Lo
peor de todo y leí Historias del Kronen y me encantaron y me
estimularon. Historias del Kronen no recuerdo exactamente cuándo fue que
la leí, si antes o después de escribir Pogo, pero recuerdo cómo me impresionó
la aspereza de las frases, lo veloces que eran, lo desesperante que era esa
manera de avanzar como una locomotora ciega. Y recuerdo a la perfección cuando
leí Héroes, que fue como enteré de la existencia de Ray Loriga. Amé ese
libro. Es una joya. Esas imágenes. Me parecía tan único ese estilo, tan lleno
de sentimiento. Lo leí poco antes de escribir Pogo, a los 19. Nunca
había leído algo así. Cuando fui a Madrid a presentar Derretimiento en
el '99 me compré una remera de Tokio ya no nos quiere, negra con letras
rosadas. La usé durante muchos años. La única remera literaria que me puse en
mi vida. O sea que sí siento una conexión. Leer a Loriga, a Mañas, a Easton
Ellis, también a Juan Manuel de Prada, me inspiró mucho. Eran todos escritores
que habían publicado bastante jóvenes. Me ayudaron a confiar en que se podía
ser joven y escribir cosas valiosas y además obtener cierto reconocimiento por
eso. En Uruguay en los noventa hubo varios escritores veinteañeros que
publicaron sus primeros libros. No llegaron a conformar una movida, tal vez por
lo distintos que eran entre sí. Pienso en Ramiro Guzmán con su prosa alucinada,
en Pablo Casacuberta con su prosa sublime, pienso en Ricardo Henry con su
escritura delirante, Gabriel Peveroni con su realismo sucio y poético, pienso
en Gustavo Escanlar que aunque era un poco mayor lo sentíamos cercano. Tampoco
generaron una movida supongo que porque por estos lares, con un mercado tan
pequeño, el éxito o el reconocimiento que se puede lograr es siempre muy
modesto.
2) A Pogo le sobrevuela una sensación constante de violencia hacia la
figura de la madre. Teniendo en cuenta lo joven que eras entonces, cuando la
escribiste, ¿pensaste que tal vez no deberías tratar de publicar ese libro por
temor a las reacciones familiares?
Sí que lo
pensé. Lo pensé incluso mientras lo escribía, cuando todavía ni siquiera
aspiraba a que fuera publicado. Me sorprendía toda esa negatividad, por así
llamarla, pero al mismo tiempo sentía la necesidad de volcar todo eso en el
papel. Mil veces dudé ante una frase o una escena por miedo a lo que fueran a
pensar. La figura de mis padres aparecía como un censor en mi cabeza, y fue
recién cuando dejé de escuchar esas voces que pude sentirme libre para escribir
lo que sea que tuviese que escribir.
3) Por lo que he leído sobre ti, y
corrígeme si me equivoco, tú eras en la década de 1990 un joven interesado en
el baloncesto y el surf. ¿Cómo tuvo lugar en ti el proceso que te llevo a
querer escribir una novela? Por cierto, ¿fue fácil publicarla? ¿Sabías entonces
cómo hacía uno para publicar un libro? ¿Alguien te guió?
Hacía surf y
jugaba al basket desde chico. El surf me encantaba pero solo podía surfear
durante el verano. El basket podía jugarlo todo el año y todo el año entrenaba
y me iba bien. A los 18 estuve en la selección juvenil que disputó el
sudamericano en Oruro y cuando volví a mi club habían cambiado de director
técnico y el técnico me sentó en el banco. Me quise cambiar de club pero no me
dejaron. Según la ley tenía que dejar de jugar por todo un año para quedar
libre y caí en una depresión y entonces escribí Pogo en cinco días de
furia. No sabía que estaba escribiendo un libro. Nada más empecé a llevar un
diario y en el diario empezaron a meterse recuerdos y también empecé a inventar
muchas cosas y al final terminé escribiendo una especie de novela corta. Lo que
pasa es que yo también escribía desde muy chico. Llevaba diarios personales,
escribía cartas, poemas. La escritura había sido una compañía constante para mí
y fue a lo que pude agarrarme en ese momento. Estaba en mi primer año de
Ciencias de la Comunicación y tenía un profesor, Christian Kupchik, que siempre
me ponía las notas más altas. Fue a él que le mostré esa especie de libro que
había escrito y él de inmediato se ofreció a llevarlo a una editorial
independiente, Aymará, que publicaba las cosas más arriesgadas del momento y
que estaba dirigida por Gustavo Wojciechowski, editor y poeta que sigue al
firme hasta el día de hoy. Poco tiempo después firmábamos contrato. De no ser por estos dos personajes
providenciales, yo no habría sabido cómo hacer para publicar. Tuve mucha
suerte. No era nada fácil publicar en aquel entonces.
4) ¿Qué ocurrió en Uruguay cuando
publicaste Pogo? ¿Pasó algo, tuvo
alguna repercusión, o pasó lo que ocurre casi siempre que alguien publica una
novela; es decir, nada?
En esto
también tuve mucha suerte. Pogo tardó un año y medio en publicarse.
Aymará era muy pequeña y publicaba cinco o seis libros por año nada más, así
que tuve que esperar. En ese lapso escribí Derretimiento. Para ese
entonces yo me había hecho de un amigo, Ricardo Henry, y Ricardo le llevó el
manuscrito a Mario Levrero y Levrero se lo llevó a Trilce, la editorial
que lo publicaba a él, una editorial más grande y establecida que Aymará, y los
de Trilce la quisieron publicar en seguida. Así que terminaron saliendo los dos
libros casi al mismo tiempo, Pogo a fines del '97 y Derretimiento a
comienzos del '98 y eso fue lo que causó furor. Por furor me refiero a notas de
dos páginas en los suplementos culturales más importantes, reseñas largas y
exultantes, un par de tapas de revista, radio, televisión, se me puso el mote
de promesa de la literatura, todo ese rollo.
5) Derretimiento se publicó en España en 1999 por la editorial Lengua
de Trapo. ¿Qué tal fue la experiencia de publicar esa novela en España?
Derretimiento se publicó en España al año
siguiente de haber sido publicada en Uruguay, cosa que también fue bastante
extraordinaria. No era común que un escritor uruguayo publicase fuera de fronteras,
menos aún siendo tan joven. Yo no tenía muy claro lo afortunado que era. La
gente de Lengua de Trapo me invitó a un congreso de escritores
hispanoamericanos que organizaron en Madrid y allí presentamos el libro. Fue el
primer viaje que me pagó la literatura. Fue interesante pero también muy raro.
Yo era el más joven y era bastante tímido y no sabía mucho de literatura, menos
aún de cómo funcionaba la industria. Conocía a muy pocos de los escritores que
participaban del encuentro, así que me mantenía un poco apartado. Igual hubo
algunos que me tendieron una mano hospitalaria: Alberto Fuguet, Edmundo Paz
Soldán, y Escanlar, con el que nos fuimos de parranda varias noches. Me causó
una mezcla extraña de sentimientos ese congreso. Para mí la escritura era algo
privado y de pronto me encontré con que los escritores se reunían y daban
charlas frente a auditorios repletos y se preocupaban por las ventas de sus
libros y por conseguir entrevistas. Algunos vendían mucho, vivían de lo que
escribían, y al mismo tiempo que todo aquel asunto me atraía, me provocaba
rechazo. Hasta que uno de mis últimos días en Madrid entro a la librería más
grande que había visto en mi vida, no recuerdo cuál, y mi libro estaba en la
mesa de novedades junto con otros veinte o treinta, y entonces supe que mi
libro en una semana pasaría de la mesa de novedades a un estante y se perdería
entre los otros miles de libros que había en todos esos estantes y luego lo más
seguro es que pasaría al olvido. Un golpe de realidad, digamos. El libro fue
bien reseñado, recuerdo, pero no debe haber vendido mucho. Al menos nunca me
enteré de las cifras.
6) En El hermano mayor, tu narrador afirma: «Le dije que no era raro que
la familia de un escritor apareciera, más o menos disfrazada, en sus textos.
Los escritores que no escribían sobre su familia, especialmente sobre sus
padres, eran generalmente malos escritores, les dije.» ¿Crees tú realmente en
estas palabras?
Bueno, creo
y no creo. Supongo que es imposible que la figura de la gente que más te marcó
no gravite sobre los textos que escribís, sean tus padres por su presencia o
por su ausencia, tus hermanos, tu tía, tus amores. Cuando escribí eso tenía en
mente a algunos de mis escritores favoritos: a Hemingway, por ejemplo, que le
da abundante entrada al padre en sus cuentos, a Bernhard, cuyo abuelo tiene un
lugar preponderante en varias de sus novelas, a Kafka. Me parece que en muchos
casos los escritores se forman de muy pequeños como observadores del
comportamiento humano y las primeras personas a las que observan son a los que
tienen más cerca. Los padres y las madres son sujetos de observación
especialmente fascinantes, en parte por todo lo que ocultan. Despiertan al
detective en el hijo. No considero que sea obligatorio escribir sobre ellos. Pero
en cierto modo representan algo sagrado e intocable. Tal vez lo que quise decir
con eso es que para ser buen escritor hay que animarse a meterse con todo,
hasta con lo más sagrado.
7) Por lo que deduzco de tus textos,
y corrígeme de nuevo si estoy cometiendo el error de confundir al personaje
narrativo con el escritor, provienes de una familia en la que, en algún momento
del pasado, fue bastante religiosa. Sobre esto has hablado en tus textos.
¿Consideras el tema religioso cerrado para ti o piensas que volverás sobre él
en futuras narraciones?
Mi familia
era mormona. Yo crecí mormón y luego me abrí de la iglesia. No lo considero
para nada un tema cerrado. Aunque no busco escribir sobre eso, noto cómo se
cuela de tanto en tanto en mis textos cierto aire místico. Quizá porque si bien
dejé a la iglesia atrás, lo espiritual nunca dejó de interesarme. No sé si el
tema figurará en mi obra futura, si es que esa obra ha de existir.
8) Sé que tu padre fue uno de los primeros aficionados al surf en Uruguay y que,
no hace mucho, publicó un libro con sus experiencias como surfero. ¿Cómo lee un
escritor el libro escrito por su padre, quien en principio no es un escritor?
Fue muy
interesante. Muchas de las historias que él cuenta yo las conocía. Son las
historias que nos contaba a mí y a mis hermanos de pequeños y son fascinantes.
Lo ayudé con la revisión y el armado del libro y resultó un libro muy bello y
variado, con partes narrativas, otras ensayísticas, un capítulo que son puras
cartas, otro un diario de viaje. Escribe muy bien mi padre. Está claro que, en
buena medida, mi gusto por la literatura viene de su parte. Los libros que
había en casa cuando yo era chico eran suyos, aquella colección de no recuerdo
qué editorial con las historias de Sandokán, Guillermo Tell, Robin Hood,
también los libros de Julio Verne. También fue él, junto con mi madre, los que
sin saberlo me empujaron hacia la escritura cuando para mi sexto cumpleaños me
regalaron un cuaderno verde, de tapas duras, para que llevara un diario. Ahí fue
cuando le agarré gusto a la escritura, a pasar tiempo solo con las palabras,
9) Derretimiento es una novela desgarrada y onírica. A mí me ha hecho
pensar en esas novelas «raras» de la narrativa uruguaya como La mujer desnuda (1950) de Armonía
Somers o París (1980) y Fauna / Desplazamientos (1987) de Mario
Levrero. ¿Te parece acertada mi comparación o consideras que Derretimiento guarda más relación con
otras obras u otras tradiciones literarias?
Levrero era
uno de mis escritores favoritos ya por aquel entonces. La ciudad y
Desplazamientos fueron novelas que me marcaron. A Armonía no la había leído
todavía. También creo que hay cierto tinte emocional que Derretimiento le
debe a El pozo de Onetti. Es posible que el narrador de Derretimiento
sea Eladio Linacero sin la vía de escape de la literatura. Si Linacero no
hubiese tenido ese mundo tan vívido -hecho de memoria y fantasía- donde
refugiarse, probablemente hubiese terminado convirtiéndose en asesino.
10) ¿Con qué autores podrías
relacionar la prosa cortante y elusiva de Noviembre?
Cuando
escribí Noviembre leía mucho policial y novela negra, eso recuerdo, y
tal vez por ahí venga lo cortante y elusivo del libro. También estaba leyendo a
Cheever y a Salinger y a Carver. Noviembre fue mi intento por mezclar la
novela negra con un drama sentimental de clase trabajadora, creo yo.
11) En un periodo de tres años
(entre 1997 y 2000) publicas tres novelas que, con menos de veinticinco años,
te sitúan con firmeza sobre el tablero de la nueva narrativa latinoamericana y,
de repente, desapareces durante trece años, hasta que publicas el volumen de
cuentos Lava en 2013. ¿Qué ocurrió?
¿A qué se debió tu desaparición? ¿Dejaste de escribir o tan solo de publicar?
Me
identifiqué demasiado con ser escritor. Me obsesioné. Mi felicidad dependía de
si escribía una buena página o no. Me lo empecé a tomar demasiado en serio, a
tener expectativas demenciales, dejé de disfrutar el proceso y me tomé una
vacación de diez años. También creo que era demasiado joven y precisaba vivir.
Escribir es como llevar dos vidas. Y eso en el mejor de los casos. En el peor,
escribir se come a la vida y es como no vivir en absoluto. Precisaba abandonar
todo eso para verlo mejor, de lejos. Empecé por desprenderme de casi toda mi
biblioteca. La miraba y me daba náuseas. Lo que no hice fue dejar de leer,
aunque no leía al ritmo de antes. A veces alguna cosa que leía me provocaba una
especie de reflejo y me ponía a imaginar, especialmente cuando leí a
Shakespeare por primera vez en un sótano amueblado que alquilaba en el barrio
de Astoria, en Nueva York. Esa fue la única vez que agarré una birome y
escribí. Empecé una obra de teatro en inglés, pero en seguida la abandoné. Al
rato me volví, tuve dos hijas y me dediqué a criarlas. Era hermoso no ser
escritor.
13) He leído en alguna de tus entrevistas que no te entusiasmaba la vida
literaria. No te gustaban los festivales a los que te invitaban, decías, ni
convivir con escritores en ellos. ¿Ha cambiado esto? ¿Te gustan los festivales
literarios ahora? ¿Te relacionas con escritores?
Siempre creí
que la vida literaria consistía en escribir. O sea, darle a la escritura un
lugar prioritario en tu vida. No sabía que tenía un costado social. Son raros
los congresos y festivales, no necesariamente porque tengas que convivir con
escritores, sino porque estás obligado a convivir con gente que no conocés, que
encima son escritores a los que en su mayoría no leíste y que tampoco te
leyeron a vos y entonces abundan las situaciones incómodas. También se hace
mucho lobby y eso no me resulta natural. Durante mucho tiempo soñé con que mis
libros hicieran su propio camino sin mi ayuda. Que fueran publicados y leídos
por lo buenos que son, no porque yo les hiciera propaganda o tejiera relaciones
convenientes para eso. Ahora ya no soy tan fanático. Aprendí a relajarme.
Acepto las invitaciones. No todas, pero sí las que me parecen interesantes, y
lo paso bien. He hecho buenos amigos en los últimos festivales a los que ido.
13) Si alguien quisiera conocer la
literatura uruguaya, ¿a qué autores le recomendarías leer?
Cuatro
muertos: Marosa di Giorgio, Mario Levrero, Felisberto Hernández, Juan Carlos
Onetti.
Cuatro
vivos: Gustavo Espinosa, Leandro Delgado, Fernanda Trías, Inés Bortagaray.
14) Podrías hablarnos, por favor, de tu canon literario personal.
Mis
primerísimos amores fueron García Lorca y Becquer. Después vinieron Cortázar y
García Márquez. Después Bret Easton Ellis, Lautreamont, Onetti, Ray Loriga,
Jerzy Kosinki, Paul Auster, Levrero, Raymond Chandler, Jim Thompson, Lovecraft,
Pessoa, Hemingway, Faulkner y Henry Miller. Los autores a los que no dejo de
echar mano estos últimos años son Salinger, Felisberto Hernández, Levrero,
Borges, el Ishiguro de Los restos del día y Pálida luz en las
colinas, Elizabeth Smart, Anne Carson, Platón, Cormac McCarthy, Bernhard,
Carver, Shakespeare, Dostoievsky y Ted Chiang.
15) ¿Cómo fluyen las relaciones
literarias entre Uruguay y Argentina? ¿Los libros publicados en uno de los
países pasan con facilidad al otro, o pasa igual que en otras partes de
Latinoamericana que a la literatura escrita en un idioma común le cuentas
atravesar las fronteras políticas?
Últimamente
la situación ha mejorado, más que nada gracias al trabajo de las editoriales
independientes de ambos lados del charco, que hacen grandes esfuerzos porque
sus libros tengan alguna distribución acá y allá. Dista mucho de ser una
situación ideal, pero es mejor que nada, infinitamente mejor que veinte años
atrás.
16) El hermano mayor, tu último libro, se publicó en 2016. ¿Va a aparecer pronto otro libro
tuyo? ¿Estás escribiendo ahora algo nuevo? ¿Seguirás con la autoficción que
practicaste en El hermano mayor? ¿Nos
podrías hablar un poco de tus proyectos literarios actuales?
Este año, si
la economía lo permite, voy a publicar un relato puramente autobiográfico
situado en mis últimos tiempos en Nueva York. También voy a publicar un
minilibro de poemas, cosa que me tiene entre nervioso y entusiasmado porque
hacía más de veinte años que no escribía poemas. Por lo demás, no tengo un
proyecto en ciernes. Esta cuarentena, quizá porque todo el mundo parece estar
escribiendo o diciendo algo, no me ha inspirado para escribir. Digamos que
estoy en pleno modo lector.
Muchas gracias, Daniel.
Gracias a
vos, David.
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