miércoles, 29 de enero de 2014

José Emilio Pacheco, unos poemas en memoria.

En abril de 2010 acudí al Círculo de Bellas Artes de Madrid para escuchar una entrevista que allí le hacían a José Emilio Pacheco, después de haber sido galardonado con el premio Cervantes.

Había comprado su libro Como la lluvia, que el poeta tuvo la gentileza de firmarme. Esto escribió en la tercera página del poemario:

A DAVID, ESTE
FINAL QUE ES
UN PRINCIPIO

JOSÉ EMILIO
MADRID
2010

El libro lo leí unos meses después. La reseña que escribí sobre él está AQUÍ.



Todavía no he leído más libros suyos, pero lo cierto que casi siempre que visito la biblioteca pública de Móstoles acabo hojeando el volumen con sus obras completas que le publicó Tusquest, titulado Tarde o temprano (Poemas 1958 – 2009), y leo algún poema suelto. Pacheco practica justo el estilo que más me gusta para la poesía: la línea clara, narrativa y honda. Así que supongo, que aunque son 840 páginas, tarde o temprano acabaré leyendo ese libro.

Esta semana falleció José Emilio Pacheco y yo estuve buscando poemas suyos en internet. Como homenaje al poeta, me gustaría dejar aquí algunos de ellos:


ECUACIÓN DE PRIMER GRADO CON UNA INGÓCNITA

En el último río
de la ciudad, por error
o incongruencia fantasmagórica, vi
de repente un pez casi muerto. Boqueaba
envenenado por el agua inmunda, letal
como el aire nuestro. Qué frenesí
el de sus labios redondos,
el cero móvil de su boca.
Tal vez la nada
o la palabra inexpresable,
la última voz
de la naturaleza en el valle.
Para él no había salvación
sino escoger entre dos formas de asfixia.
Y no me deja en paz la doble agonía,
el suplicio del agua y su habitante.
Su mirada doliente en mí,
su voluntad de ser escuchado,
su irrevocable sentencia.
Nunca sabré lo que intentaba decirme
el pez sin voz que sólo hablaba el idioma
omnipotente de nuestra madre la muerte.


INMEMORIAL

El misterioso día
se acaba con las cosas que no devuelve

Nunca nadie podrá reconstruir
lo que pasó ni siquiera en este
más cotidiano de los mansos días

Minuto enigma irrepetible

Quedará tal vez
una sombra una mancha en la pared
vagos vestigios de ceniza en el aire

Pues de otro modo qué condenación
nos ataría a la memora por siempre

Vueltas y vueltas en derredor de instantes vacíos

Despójate del día de hoy para seguir ignorando y viviendo



LA NOCHE NUESTRA INTERMINABLE

Mis paginitas, ángel de mi guarda, fe
de las niñeras antiquísimas,
no pueden, no hacen peso en la balanza
contra el horror tan denso de este mundo.
Cuántos desastres ya he sobrevivido,
cuántos amigos muertos, cuánto dolor
en las noches profundas de la tortura.

Y yo qué hago y yo qué puedo hacer.
Me duele tanto el sufrimiento de otros,
                    y apenas
intento conjurarlo por un segundo con estas hojitas
que no leerán los aludidos, los muertos ni los pobres
                    ni tampoco
la muchacha martirizada. Cuál Dios
podría mostrarse indiferente
a esta explosión, a esta invasión del infierno.
Y en dónde yace la esperanza, de dónde
va a levantarse el día que sepulte
la noche nuestra interminable doliendo.


NOCHE Y NIEVE

Me asomé a la ventana y en lugar de jardín hallé la noche
enteramente constelada de nieve

La nieve hace tangible el silencio y es el desplome de la
luz y se apaga

La nieve no quiere decir nada: Es sólo una pregunta que
deja caer millones de signos de interrogación sobre el
mundo


TRATADO DE LA DESESPERACIÓN: LOS PECES

Siempre medita el agua del acuario
Piensa en el pez salobre y en su vuelo
reptante
                    breves alas de silencio
El entrañado en penetrables líquidos
pasadizos de azoque
                              en donde hiende
su sentencia de tigre
                              su condena
a claridad perpetua
                              o ironía
de manantiales muertos tras dormidas
corrientes de otra luz
                              Claridad inmóvil
aguas eternamente traicionadas
o cercenado río sin cólera
que al pensar sólo piensa en el que piensa
cómo hundirse en el aire
                              en sus voraces
arenales de asfixia
                              Ir hasta el fondo
del invisible oleaje que rodea
su neutral soledad
                              por todas partes


domingo, 26 de enero de 2014

Momentos estelares, por Javier Cánaves

Editorial Baile del Sol. 71 páginas. 1ª edición de 2013.

De Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) ya he comentado en el blog cuatro libros: sus tres novelas editadas por Baile del Sol y su poemario Limpieza y absorción (2011), editado por Delirio. Ya he contado también aquí que Javier y yo somos amigos, y que antes de conocerle había leído sus poemarios Al fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión, 2003) y El peso de los puentes (Premio Ciudad de Palma Rubén Darío, 2005). En diciembre de 2013 Baile del Sol ha editado su último poemario, Momentos estelares, y Javier Cánaves tuvo la gentileza de hacérmelo llegar a casa por correo ordinario.

El propio Cánaves nos cuenta en su prólogo que con este nuevo libro se rompe el orden cronológico en el que hasta ahora se han ido publicando sus poemas. Aquí se incluyen composiciones que están escritas antes de la publicación en 2011 de Limpieza y absorción. Momentos estelares está formado por cuarenta poemas escritos entre 2008 y 2013. Cánaves, en correos electrónicos, me comentaba que le preocupaba que los poemas de este libro no terminaran de cuajar como una unidad con entidad propia. Pero, como le dije a él en privado y hago ahora en público: en realidad no hay ninguna sensación de discontinuidad en el libro, y ciertamente la variedad de enfoques y temas le da fuerza y consistencia.
De hecho, y lo digo desde ya, Momentos estelares me parece, junto con Al fin has conseguido que odie el blues, el mejor poemario de Javier Cánaves hasta la fecha. Y posiblemente, el tono de desencanto de Momentos estelares, su suave ironía y la nostalgia por la juventud hacen de él una obra de gran madurez.

El tema principal de Momentos estelares sería el de la juventud que nos dejó y la asimilación de la vida adulta con sentido de pérdida, pero también tras haber conquistado la lucidez de una mirada más sabia sobre el mundo.
El poema Sed puede ser un buen ejemplo para mostrar el tono del poemario:

Sed


La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos y qué triste es todo
ahora. No me dejes esta noche
beber más. Todo brilla y todo duele
en un temblor descontrolado. Bebo
y no debiera. ¿Qué se hizo, dime,
de tanto amor y tanta sed? Aquella
sed era diferente, era sagrada,
sed de gigantes en la cuerda floja,
sed de Clyde Chestnut y de Bonnie Parker,
sed de un fulgor violento, irrepetible
como mi cuerpo de los dieciocho
años, como tu risa que ya nunca
escucho. Todo brilla y todo duele.
En esta noche inmensa, no me dejes
beber más. No me dejes. Tengo miedo.
Mi sed es diferente, es más oscura.
La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos, Dios, qué grandes fuimos.


El poeta vuelve continuamente la mirada hacia el pasado, mientras se adentra con incertidumbre en las sombras del futuro. Me gustaría destacar también el poema Sobre las primeras veces:

Sobre las primeras veces


Como la primera vez que viste a una mujer desnuda,
de carne y hueso, a tan solo un descuido
de tus dedos temblorosos;

como la primera vez que pisaste la nieve acumulada
y el campo y las montañas y tu vida entera
parecían la misma cosa
pura e inviolable;

como la primavera vez que leíste aquel poema
de Charles Bukowski, GERTRUDE ESCALERAS ARRIBA, 1943,
y supiste que todo momento mágico, irrepetible,
guarda en su reverso una imagen de la decrepitud
y la derrota;

como la primera vez que escuchaste aquel tema
de Damien Rice mientras una Natalie Portman de pelo rojo
avanzaba entre la multitud a tu encuentro
y fuiste consciente de que, pese a su belleza,
lo hubieses dado todo por escribir aquella canción
antes que por dormir a su lado.

¿Cuántas veces nos quedan
como aquellas primeras veces?


Y, como es habitual en la obra de Cánaves, el poeta habla del amor y de la belleza, mezclando el tono celebrativo con la inminencia de la pérdida, de la grandeza que sabemos que sólo va a perdurar en nuestro recuerdo. Me gustaría incluir ahora el poema que más me ha gustado del libro, posiblemente uno de los poemas que más me han gustado en los últimos años:

El trueque


La verdad siempre tuvo un aire triste,
sobre todo después de limpiarse la cara.
Prefiero mirar por la ventana o centrar mi atención
en la curva perfecta de tu culo.
Dios bendiga los gimnasios de barrio, la fe en la perdurabilidad,
los domingos a partir de las ocho, después del Apocalipsis
y antes del telediario.

Quiero desmenuzar tu existencia
bajo la vigilancia imparcial del aire acondicionado. Quiero pensar
que recordaremos este momento con una precisión maniática
y no me refiero a tus palabras, sino a los detalles,
los detalles que después nos apuñalarán con su dulzura:
los libros apilados en la mesita de noche,
la lata de Kas Limón a medio beber, la persiana entreabierta
a una calle con muchos números para convertirse, al fin,
en la calle más triste y asesina del mundo,
una calle en la que zambullirse en pelotas,
con una copa de vino tinto en la mano,
después de haber brindado por todas las cosas rotas
que fuimos apilando a lo largo de nuestras vidas.
Pero esto es un primero y carecemos de vino,
debemos conformarnos con el Kas Limón
de los figurantes anónimos.

Te veo caminar desnuda por el pasillo.
Morirás siendo esclava, ciega y sin dientes, sola,
lejos de todo lo que un día amaste,
pero ahora mismo (y lo sabes ) eres una diosa,
la más grande entre todas las diosas que los hombres inventaron.
Tus pechos son lágrimas de cera viva.
Deja que queme mis labios en ellos, deja que me olvide de todo
por unos minutos, no, no prepares todavía la ensalada,
no me preguntes si estoy bien porque nunca he estado mejor,
necesito contártelo todo pero no puedo hablar,
sólo puedo abrir la boca para lamer tus pezones,
el vello de tu ombligo, para darte las gracias
con esta especie de quejido tonto,
como un perro salvado de la lluvia,
como un reo indultado en el último instante.

Ya te dije, cosas de poetas.
A veces se nos va la cabeza y andamos días, meses enteros,
sin nada sobre los hombros.
Decapitados que le aúllan a la luna,
a los letreros luminosos de las ciudades,
al culo de la primera que se arriesga a acogerlos en su cama
y les da de comer y de beber,
y les baila desnuda hasta que caen dormidos
o se tiran por la ventana.

La verdad es terrible, ¿lo sabías?
Al final la verdad es un juguete roto en manos de los pobres,
es esta música sonando en tu portátil mientras troceas el tomate
y mis ganas de arrancarme el corazón y entregártelo
sin condiciones ni plazos
y qué triste es la vida,
qué grande, ¿no la sientes?, ¿no escuchas sus pisadas,
el desplazamiento de tropas bajo la cama deshecha?
Mientras le añades pipas a la ensalada, y pasas, y cuadraditos de pavo
y no sé cuántas cosas más, yo me agacho y vigilo,
escruto el sideral abismo hecho de ausencias, sandalias
y cajas de cartón.

Todas las cosas rotas de mi vida, las que me empeciné en romper
y las que me llegaron así, ya rotas, sin posibilidad de ser devueltas.
Objetos hechos trizas, frases partidas y olvidadas en la guantera del coche
o en el cajón de los cubiertos.
El material de que está hecha mi ternura, la poca que logré salvar,
la que te entrego a cambio de tu cuerpo y tu alma
y unas hojas de lechuga
y un tomate.

El trueque me parece justo.
No debes preocuparte. Nadie
sabrá que nos vendimos por tan poco.



Y no me resisto a mostrar aquí el poema que Javier Cánaves me dedica de Momentos estelares, lo que me hace sentir un gran orgullo. Según me comenta Javier, me dedica el poema Hambre porque se acercó a este libro de Knut Hamsun tras leer sobre él en mi novela Acantilados de Howth.


Hambre


Para David Pérez Vega


Me pasé el día leyendo Hambre, de Knut Hamsun.
El sol quemaba mis hombros y yo leía y veía a Hamsun
abrazado al cabronazo de Joseph Goebbels.
Aquella novelita me tenía hipnotizado.
Le di gracias al cielo por no haberla leído
con 18 años. De haberlo hecho,
probablemente me hallaría bajo tierra,
muerto por inanición artística,
como un aspirante a maldito
sin otro mérito que su propia defunción.

Mientras leía y dejaba que el sol
hiciera su trabajo, el hambre crecía en mi interior
como una víbora borracha.
Hambre, sí, pero hambre de qué.

Terminado el libro, lo cerré y me zambullí
en la piscina. Nadé con la esperanza de ser sólo
tormento muscular. El verano crepitaba.
Mi actividad acuática no hacía más que aumentar
el hambre que sentía,
que me devoraba por dentro como un ácido.

Ya en casa, recordé
que la gran novela del hambre
había sido escrita por un españolito anónimo
del siglo dieciséis. Pues sepa vuestra merced,
ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes.
Pensé en un rostro áspero, con los dientes partidos,
repleto de cicatrices,
en Joseph Goebbels quemando la vieja Europa,
en todo lo que había hecho falta
para el surgir de la Literatura.

Tuve un instante de terror,
un segundo de vértigo inmedible.

Tenía que tranquilizarme,
el verano no había hecho más que empezar.
Quedaban muchos meses por delante
para intentar recomponer
la ciudad posnuclear
que era mi vida.

Pero el hambre, joder, no remitía.
La víbora mordía en lo más hondo.



Así que, como ya he señalado al comienzo de la entrada, Momentos estelares me ha parecido un poemario de una gran madurez y hondura, que me ha hecho disfrutar mucho, que entroncaría de forma directa con la poesía que siempre ha sido mi favorita: la poesía narrativa que pretende encontrar el lirismo en la experiencia cotidiana, como ya hicieron antes que Cánaves poetas como Jaime Gil de Biedma o Juan Luis Panero, y a cuya tradición Javier Cánaves se suma con voz propia.

miércoles, 22 de enero de 2014

El bar de Lee, un poema



El bar de Lee está formado por el poemario Móstoles era una fiesta, escrito en 1998, y El calvo del Sonora, escrito en 2008.

Me apetece colgar hoy aquí un poema de El calvo del Sonora, de su segunda parte, titulada En el territorio de los otros. En estos poemas poso la mirada sobre diversos personajes; de los siete poemas que componen esta sección, tres son sobre profesores.

Dejo aquí uno de estos poemas sobre profesores:

PROFESORA DE ALEMÁN CON JUBILADO
 Y ADOLESCENTE AL FONDO

Después de la fiesta que suponía Madrid,
reclamando su vida de alquileres bajos,
sueldos altos y horarios que se cumplen,
ya habían regresado al corazón de Europa
todas las que fueron mis amigas alemanas,
y yo, para aprender su lengua, me inscribí
en la Escuela Oficial de Idiomas de Móstoles.

Había abandonado el traje y el portátil
(o ellos a mí). Expulsado del centro, cogía
ahora en Móstoles el autobús para Fuenlabrada
con los obreros de los polígonos. Se acabó
el supuesto glamour del joven triunfador
en Nuevos Ministerios –afirmaré que nunca
consiguieron embaucarme-, el autobús
atravesaba solares, fábricas, calles maltrechas…
Ahora era profesor en un colegio privado
de Fuenlabrada, y aunque tenía que preparar
seis asignaturas diferentes (profesor-orquesta),
poseía de nuevo tiempo y una ligera nostalgia
que se quedó para resguardar lo mejor de unos años
de cierto cosmopolitismo. Y estas dos fuerzas,
el tiempo recobrado y la nostalgia, me condujeron
a aquella clase de alemán que perdía alumnos
cada semana, de veinticinco a veinte, a diez…
y donde sólo Enrique, jubilado de bigote canoso,
podía realmente hablar el idioma, repleto
de reglas y excepciones, gracias a su juventud
como electricista en una base militar americana,
si no me falla la memoria, en Leverkusen.
In Deutschland sprechen Sie Deutsch, le decían allí
en los años 60, aún con belicoso orgullo herido;
y la profesora, nativa -padre inmigrante español-
de delgadez enfermiza, profesora cerúlea,
hablaba y nadie entendía, la gramática
la miráis en el libro. Estallé una tarde,
yo no podía elegir como ella entre trabajar
o no trabajar, aunque también fuese profesor,
más desventajas de la educación privada:
yo preparaba seis asignaturas y ella cero.
Dos horas de clase, mandaba ejercicios
y durante cuarenta minutos leía una revista
o se ausentaba del aula. Estallé allí,
en la Escuela Oficial de Idiomas de Móstoles,
antiguo instituto, las ventanas daban a una pista
de baloncesto sin aros en las cestas, grafitis
y la naturaleza brotando bajo el asfalto roto.

Un día de visita, entró Meike en la clase
como de broma. Su melena rubia iluminó
el aula grisácea, provocando una ligera brisa
en los posters de Berlín y Lübeck, sonrió la boca
cerúlea de la profesora y sobre todo, recuerdo,
la sonrisa celebrando lo intocable de Eduardo,
un chico que podría haber sido mi alumno
en el colegio de Fuenlabrada y que nunca, nunca,
consiguió aprender que ei se pronunciaba ai
en alemán, que Meike se decía Maike, dos horas
dos veces por semana, y no faltaba, ¿para qué iba?,
¿quién le obligaba?, ¿mejoraría en algo su currículum?

Yo estudiaba con ahínco, a pesar del contrato
precario, feliz con mi recobrado tiempo libre.
Aprobé el primer curso. Luego la vida se embrolló
de nuevo y lo dejé. En Alemania hablo yo inglés. 

domingo, 19 de enero de 2014

La mujer de sombra, por Luisgé Martín

Editorial Anagrama. 228 páginas. 1ª edición de 2012.

Leí buenas críticas en internet de esta novela de Luisgé Martín (Madrid, 1962). Sobre todo recuerdo la de El Lector Malherido, que señalaba a La mujer de sombra como una de las mejores novelas españolas que se publicaron en 2012. También mi amigo Federico Guzmán se mostró bastante entusiasmado tras su lectura; así que al verla en febrero de 2013 en la Cuesta de Moyano, a la mitad del que debía ser su precio de librería, decidí comprarla. No la he leído hasta el último diciembre, y he decidido comenzar el 2014 con el propósito de no sucumbir a estas comprar impulsivas. Si compro algún libro lo hago para leerlo de forma inmediata, no para acumularlo (a ver cuánto dura mi propósito).

La novela de Luisgé Martín explora los recovecos del sexo y de la identidad; y aunque según el anunciado anterior puede parecer que hablamos de dos ideas, en realidad se trata de una sola: la novela de Luisgé Martín explora cómo nuestra identidad está ligada a nuestra forma de entender el sexo. El protagonista principal, Eusebio, se enamora de la que ha sido la amante de su amigo Guillermo. Ella (Julia o Marcia: casi todos los personajes de este libro tienen dos nombres, lo que simboliza la dicotomía entre la vida que los demás saben de ellos y su vida más íntima) desconoce que Eusebio es (o fue, más bien) amigo de Guillermo y que éste le ha hablado a Eusebio de la relación sadomasoquista que ha mantenido con Marcia. Julia, para Eusebio, se comporta de una forma totalmente diferente a como supone Eusebio que lo hacía con su amigo. Con Guillermo, la actual pareja de Eusebio era Marcia, una mujer interesada en el sexo sadomasoquista, y con Eusebio la misma mujer es Julia, una agradable mujer que parece amarle de una forma convencional.

La vida de Eusebio empezará a desmoronarse al no poder comprender qué parte de Marcia aún esconde Julia. “La verdadera sustancia de la vida es la superficie, su apariencia”, se afirma en la página 164; pero dos páginas después nos encontramos con esta afirmación que contradice a la anterior: “La médula de la vida no es su superficie o su apariencia. La médula de la vida sólo puede hallarse en sus arcanos, en lo oscuro, en lo que nadie ve nunca: la pureza”. ¿Dónde se encuentra la esencia de la vida, la esencia de los otros, parece preguntarse Eusebio, en lo que conocen de ellos, en lo que muestran al mundo o en lo que ocultan, en lo que está ahí, en su inconsciente, pero que rara vez dejan que los demás puedan verlo?
Y la pregunta anterior supone la tesis argumental de Luisgé Martín a la hora de escribir La mujer de sombra, una novela esencialmente de ideas.
En su búsqueda de la esencia de las personas, en la esencia de las pulsiones sexuales que conforman a las personas, o en su búsqueda de Marcia, Eusebio va a indagar en los más oscuros recovecos de internet. Allí, en foros de intercambio sexual, se va a encontrar con multitud de perversiones: mujeres que mantienen relaciones sexuales con animales, jóvenes que empezaron en la prostitución empujados por sus padres, padres que mantienen relaciones sexuales con sus hijos menores...
“La maravilla surge de la amalgama, de la mezcla de las dos sustancias. Marcia y Julia. La misma mujer. Ésa es la verdadera fascinación, el deslumbramiento: saber cómo se comportan a la luz del día los seres aberrantes, cómo se disfrazan. Ver la bondad de los vampiros y la ternura de los monstruos”, leemos en la página 173.

Eusebio va a arrastrarnos a un viaje al fondo de la conciencia al ir aumentando su interés por la vida cotidiana de los monstruos que conoce a través de internet, mientras trata de desentrañar el misterio de la mujer con la que convive, aunque él quiere averiguar quién es ella sin enfrentar nunca directamente a Julia a lo que él sabe: él quiere descubrirla sin que sepa que es él quien la descubre.

La prosa de La mujer de sombra es certera y contenida. Los temas de los que trata, de tan incómodos, son profundamente literarios; existencialistas, incluso: ¿son realmente los otros el infierno como afirmaba Jean Paul Sartre?

En todo caso, hay un tema de esta novela sobre el que me gustaría hablar: aunque la he leído con interés, y la búsqueda metafísica de la mujer con la que duerme el protagonista me parece de un planteamiento acertado, así como su búsqueda de la ternura de los monstruos, en algún momento me estaba pareciendo leer una novela de ciencia ficción distópica: en el Madrid de Luisgé Martín, que ha de ser un Madrid del periodo comprendido entre 2008-2012 (si tenemos en cuenta que la novela se publicó en 2012 y que probablemente su autor no tenga muchos problemas para publicar, estará escrita uno o dos años antes de ser publicada), nunca parece que haya existido (o esté existiendo) una crisis económica. Eusebio es huérfano y ha heredado una gran fortuna de sus padres, lo que le permite trabajar sólo si le apetece: así, trabaja en una revista como crítico de cine, o después haciendo fotos comerciales... Y lo deja cuando le viene en gana, puede cambiar de sector laboral casi a su antojo. En sus trabajos no parece tener que competir contra jóvenes con dos títulos universitarios y un máster, y dispuestos a trabajar por un sueldo mensual cercano a los cero euros, como ocurre en el Madrid que yo conozco. Cuando Eusebio deja un trabajo suele emprender un viaje a algún lugar recóndito: Bangkok o el Tíbet; y la descripción de estos lugares me acercaba tanto a ellos como las descripciones de las calles de Madrid. La mujer de sombra parece ser una novela que transcurre en la mente del escritor y se dibuja así en la mente del lector, desubicada casi de elementos reales. Posiblemente la aspiración de Luisgé Martín no sea la de alcanzar la verosimilitud narrativa, ni pretenda en ningún caso imitar a la vida ni realizar un cuadro costumbrista. Pero estos detalles, que en la mayoría de los casos detecto más en el cine que en la literatura, contribuyen a que pierda interés en la lectura o en el visionado de la película. Es como si el escritor o el director trabajara con una idea en mente (que en La mujer de sombra sería analizar qué parte de nosotros es más real, la que mostramos a los demás o la que no) y para mostrarla se olvidara de la realidad; o pensara que la realidad no debería ser un obstáculo en su búsqueda de la verdad esencial.


Así que La mujer de sombra me ha parecido una buena novela, con un planteamiento transgresor e interesante, pero en algún momento he encontrado que la fuerza de la búsqueda metafísica que plantea lleva al autor a olvidar los parámetros de lo real sobre los que debería estar construida su historia, acercándose a unos personajes más empeñados en representar una idea que a una persona con sus decepciones, sus cansancios, sus heridas, sus miserias cotidianas...

miércoles, 15 de enero de 2014

Juan Gelman, unos poemas (en memoria)

Hoy ha muerto en México DF el poeta argentino (1930, Buenos Aires) Juan Gelman. De él he leído un único libro de poesía en 2002: el titulado Hechos y relaciones. Editado por Visor y que saqué de la biblioteca de Móstoles.

Recuerdo que  algunos poemas de ese libro me gustaron bastante, y que pensé de otros que eran demasiado abstractos, y que se alejaban de la línea poética que más me gusta, la narrativa.

He estado buscando poemas de Juan Gelman en internet, y me gustaría dejar aquí alguno como homenaje.

Juan Gelman: poeta comprometido.



Arte poética
Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,
como un amo implacable
me obliga a trabajar de día, de noche,
con dolor, con amor,
bajo la lluvia, en la catástrofe,
cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,
cuando la enfermedad hunde las manos.

A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.


Cerezas
esa mujer que ahora mismito se parece a santa Teresa
en el revés de un éxtasis/hace dos o tres besos fue
mar absorto en el colibrí que vuela por su ojo izquierdo
cuando le dan de amar/

y un beso antes todavía/
pisaba el mundo corrigiendo la noche
con un pretexto cualquiera/en realidad es una nube
a caballo de una mujer/un corazón

que avanza en elefante cuando tocan
el himno nacional y ella
rezonga como un bandoneón mojado hasta los huesos
por la llovizna nacional/

esa mujer pide limosna en un crepúsculo de ollas
que lava con furor/con sangre/con olvido/
encenderla es como poner en la vitrola un disco de Gardel/
caen calles de fuego de su barrio irrompible

y una mujer y un hombre que caminan atados
al delantal de penas con que se pone a lavar/
igual que mi madre lavando pisos cada día/
para que el día tenga una perla en los pies/

es una perla de rocío/
mamá se levantaba con los ojos llenos de rocío/
le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío/
en la mitad de la noche me despertaba el ruido de sus cerezas
                    creciendo/

el olor de sus ojos me abrigaba en la pieza/
siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día/
limpiaba suciedades del mundo/
lavaba el piso del sur/

volviendo a esa mujer/en sus hojas más altas se posan
los horizontes que miré mañana/
los pajaritos que volarán ayer/
yo mismo con su nombre en mis labios/

Juguetes
hoy compré una escopeta para mi hijo
hace ya tiempo que me la venía pidiendo
y comprendiendo mi hijo que no hay plata que alcance
pero pidiéndola proponiendo los sitios de la cocina de la pieza
donde recién traída la escopeta esperaba
que él saliera del sueño donde estaba esperándola
para verla tocarla convertirla después en otro sueño
no para matar bichos o pájaros o arruinar las paredes las plantitas
o bajar a la luna de su sitio lunar
no para esas pequeñas cosas molestas mi hijo quería su escopeta
y esta noche la traigo
y escribo para alertar al vecindario al mundo en general
porque que haría la inocencia ahora que está armada
sino causar graves desórdenes como espantar la muerte
sino matar sombras matar
a enemigos a cínicos amigos
defender la justicia
hacer la Revolución
y además compré una camita para mi hija
donde acostará a su muñeca cubriéndola con el trapo amarillo
como esa noche que yo estaba por escribir un poema
intentando apresar los rostros últimos del bello amor humano
imperfecto perfecto como una madre oscura
acercándome a ellos casi rodeando su aire
cálido como un fuego cara a cara a su fuego
oyéndolos temblar inasibles
y mi hija me tomó de la mano para mostrarme la muñeca
que ella había abrigado es su cuna
tapándole los ojos pintados con un pedazo de papel para que pueda
dormir
y le besó la frente
le dijo que descanse
y yo volví a la mesa y en silencio guardé mis papeles vacíos


Velorio del solo

En la fecha

Solo de ti, lleno de ti,
esta tarde a las 7,
el ciudadano de tu ausencia
se palpaba la cara, la voz, los papelitos,
deveras comprobando
que tus ruidos andaban por sus huesos
y en general te habías ido.

Golpeó puertas, teléfonos.
La gran ciudad estaba equivocada sin tu pelo, señora,
y él sentía tirones detrás del corazón.

A lo mejor era el tabaco,
de todos modos yo soy otro:
un pedazo de ti,
alguien a quien castigan puertas, ruidos, teléfonos,
y, andá a saber por qué,
toda la parentela de la muerte.

domingo, 12 de enero de 2014

La riqueza de las naciones, por Adam Smith

Editorial Alianza. 814 páginas. Primera edición de 1776, esta de 2013.
Traducción y estudio preliminar de Carlos Rodríguez Braun.

Algunas consideraciones sobre Adam Smith que posiblemente le sorprenderán (o por ­­­qué en el contexto económico actual podríamos llegar a afirmar que La riqueza de las naciones es un libro de izquierdas).

Tradicionalmente se considera que el libro de Adam Smith (Kirkcaldy, Escocia, 1723- Edimburgo, Escocia, 1790) La riqueza de las naciones, publicado en 1776 (el mismo año del nacimiento como nación de Estados Unidos) es el origen del pensamiento económico, entendido como ciencia. Aunque, desde hace algunos años, más de un autor cita como posible padre de la economía a Richard Cantillon (c. 1680-1734). El lugar y el año de nacimiento de Cantillon no se conocen con exactitud, pero podría ser hacia 1680 en Irlanda. Vivió la mayor parte de su vida en París, donde amasó una fortuna como banquero. Su único libro –un tratado sobre economía– fue escrito en torno a 1730. Murió en 1734, asesinado en extrañas circunstancias, y su libro no fue publicado hasta 1755. Fue leído en Francia e Inglaterra. Pero la publicación de La riqueza de las naciones en 1776 le eclipsó totalmente. Quizás si no hubiese sido asesinado por un sirviente (supuestamente) al que había despedido días antes y hubiera podido vivir para defender su libro y sus ideas, hoy hablaríamos de Cantillon y no de Smith como del verdadero padre de la economía. Pero el caso es que el que influyó decisivamente en los economistas posteriores fue Adam Smith. Yo sabía, por haberlo leído en manuales de economía, que Smith cita a Cantillon en La riqueza de las naciones y me gustó comprobarlo por mí mismo: en la página 113 de la edición de Alianza se encuentra esta única cita.

En la página 63 de La riqueza de las naciones Smith señala que va a explicar “de la forma más completa y clara que pueda”, y podríamos decir que verdaderamente cumple su propósito, debido a que para leer La riqueza de las naciones no es necesario tener ningún conocimiento previo de economía, ya que siempre explica todos sus enunciados de una forma clara y usando un gran número de ejemplos.

Me ha gustado descubrir que el modelo de competencia perfecta que yo explico en mis clases de economía, y que aparece de una forma muy parecida en todos los manuales de economía, se encuentra en La riqueza de las naciones casi tal cual.
Lo que no hay en La riqueza de las naciones es una sola gráfica para apoyar la teoría expuesta, lo que suele ser habitual en cualquier manual de economía. (Nota personal: averiguar en qué momento se introdujo el uso de gráfica en la ciencia económica. Imagino que puede ser con Alfred Marshall, a finales del siglo XIX).

La famosa metáfora smithiana sobre “la mano invisible que dirige el mercado” sólo aparece una vez en el libro, en la página 554: “Una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentara fomentarlo”.

Una de las ideas claves de la importancia de La riqueza de las naciones es que hasta entonces, los economistas anteriores a él –los mercantilistas– defendían que el concepto de “riqueza de la nación” era equivalente a lo que ahora denominamos “saldo positivo de la balanza comercial”. Es decir, que para los mercantilistas lo importante era que el gobierno de la nación fomentara las exportaciones y pusiera trabas a las importaciones. Lo fundamental para ellos –lo que equiparaban a la riqueza de la nación– era la acumulación de oro y plata. Lo que viene a decir Smith es que no es tan importante la acumulación de oro y plata (dinero), sino el nivel de intercambio de bienes que se consigue con ese oro y plata. En otras palabras, si el país acumula oro y plata lo normal será que se incremente la inflación y esto, desde luego, no va a hacer al país más rico. La idea de Smith de la riqueza de las naciones es equiparable al concepto moderno de PIB, y esto queda mostrado desde la primera frase de la obra: “El trabajo anual de cada nación es el fondo del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación consume anualmente, y que consisten siempre en el producto inmediato de ese trabajo, o en lo que se compra con dicho producto a otras naciones” (pág. 27).

La producción del país mejora, nos dice Smith, gracias a la especialización de cada trabajador y a la división del trabajo.

Por supuesto, Adam Smith además de ser considerado el padre de la economía como ciencia, también es el fundador de la corriente económica denominada liberalismo. La lectura de este libro ha roto alguno de los esquemas mentales que arrastraba desde la universidad, en clases en las que (lo sé ahora) más de un profesor hablaba de Smith de oídas, sin haberse acercado a leer de primera mano La riqueza de las naciones (como también he hecho yo en mis clases de bachillerato; aunque para explicar los principios básicos de la economía tampoco me hace falta acudir a las fuentes originales). Así, recuerdo a algún profesor en la universidad afirmando cosas como que “para Adam Smith el empresario es un héroe social”. Nada más lejos de la realidad.

Me percato de que la mala prensa que parece acompañar a Adam Smith (prueba: escribí en facebook una cita suya, y alguno de mis contactos se apresuró a comentar algo poco amable sobre él) es debida al uso interesado que de sus ideas han hecho los economistas neoliberales de la escuela de Chicago –liderados por Milton Friedman– cuando, a mediados de la década de 1970 (tras la crisis del petróleo de 1973) el modelo de J. M. Keynes –el referente absoluto durante las décadas anteriores– no conseguía explicar un particular fenómeno de la crisis de 1973: el incremento del desempleo junto con el incremento de la inflación. Tras poner en evidencia esta limitación de las ideas keynesianas, comenzó el reinado de Friedman (aunque Friedman también acabará teniendo problemas con la inflación: su explicación de la curva de Phillips en el l/p –que relaciona la inflación con el empleo– no acaba de ser satisfactoria).
Lo más interesante de mi lectura de La riqueza de las naciones ha sido darme cuenta de qué manera Friedman y los neoliberales se apropian de forma, hasta cierto punto indebida, de las ideas de Adam Smith para validar su propio sistema (cuando en realidad estaban validando a la oligarquía empresarial norteamericana, contra cuyo equivalente en el siglo XVIII en Gran Bretaña está escrito precisamente el libro de Smith).

Para sentar las bases del pensamiento de Smith debemos apuntar que él era profesor de moral en la universidad de Glasgow. Y cuando él habla de liberalismo económico de entrada está planteando la existencia de un Estado que, haciendo un uso correcto de la justicia, proteja los intereses de los individuos; y desde luego, no está hablando en ningún caso de que la sociedad deba regirse por la “ley del más fuerte”.

Al acercarse a La riqueza de las naciones, haciendo una lectura política, uno puede observar claramente que las simpatías de Smith están del lado de los trabajadores.

En la Gran Bretaña de clases del siglo XVIII, Adam Smith apunta lo siguiente sobre las diferencias entre los hombres: “La diferencia entre dos personas totalmente distintas, como por ejemplo un filósofo y un vulgar mozo de cuerda, parece surgir no tanto de la naturaleza como del hábito, la costumbre y la educación. Cuando vinieron al mundo, y durante los primeros seis u ocho años de vida, es probable que se parecieran bastante, y ni sus padres ni sus compañeros de juegos fueran capaces de detectar ninguna diferencia notable. Pero a esta edad, o poco después, resultan empleados en ocupaciones muy distintas. Es entonces cuando la diferencia de talentos empieza a ser visible y se amplía gradualmente hasta que al final la vanidad del filósofo le impide reconocer ni una pequeña semejanza entre ambos” (pág. 47).

Y el incremento de la riqueza universal, con un trasfondo de equidad social, parece ser el objeto de sus ideas: “La gran multiplicación de la producción de todos los diversos oficios, derivada de la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa riqueza universal que se extiende hasta las clases más bajas del pueblo” (pág. 41).

Lo más sorprendente son sus palabras cuando habla de los empresarios; esos mismos que, según mi profesor de la universidad, eran héroes para Smith. No podía estar más equivocado (mi profesor); esto es lo que opina Smith de ellos:

“Los patronos, al ser menos, pueden asociarse con más facilidad; y la ley, además, autoriza o al menos no prohíbe sus asociaciones, pero sí prohíbe las de los trabajadores. No tenemos leyes del Parlamento contra las uniones que pretenden rebajar el precio del trabajo; pero hay muchas contra las uniones que aspiran a subirlo, Además, en todos estos conflictos los patronos pueden resistir durante mucho más tiempo. Un terrateniente, un granjero, un industrial o un mercader, aunque no empleen a un solo obrero, podrían en general vivir un año o dos del capital que ya han adquirido. Pero sin empleo muchos trabajadores no podrían resistir ni una semana, unos pocos podrían hacerlo un mes y casi ninguno un año. A largo plazo el obrero es tan necesario para el patrono como el patrono para el obrero, pero esta necesidad no es tan así a corto plazo.
Se ha dicho que las asociaciones de patronos son inusuales y las de los obreros usuales. Pero el que imagine que por ello los patronos no se unen, no sabe nada de nada. Los patronos están siempre y en todo lugar en una especie de acuerdo, tácito pero constante y uniforme, para no elevar los salarios sobre la tasa que existe en cada momento. Violar este concierto es en todo lugar el acto más impopular, y expone al patrono que lo comete al reproche entre sus vecinos y sus pares. Es verdad que rara vez oímos hablar de este acuerdo, porque es el estado de cosas usual, y uno podría decir natural, del que nadie oye hablar jamás. Los patronos a veces entran en uniones particulares para hundir los salarios por debajo de esa tasa. Se urden siempre con el máximo silencio y secreto hasta el momento de su ejecución, y cuando los obreros, como a veces ocurre, se someten sin resistencia, pasan completamente desapercibidas. Sin embargo, tales asociaciones son frecuentemente enfrentadas por una combinación defensiva de los trabajadores; y a veces ellos también, sin ninguna provocación de esta suerte, se unen por su cuenta para elevar el precio del trabajo. Los argumentos que esgrimen son a veces el alto precio de los alimentos, y a veces el gran beneficio que sus patronos obtienen gracias a su esfuerzo. Pero sea que sus asociaciones resulten ofensivas o defensivas, siempre se habla mucho sobre ellas. Para precipitar la solución del conflicto siempre organizan grandes alborotos, y a veces recurren a la violencia y los atropellos más reprobables. Se trata de personas desesperadas, que actúan con la locura y frenesí propios de desesperados, que enfrentan la alternativa de morir de hambre o de aterrorizar a sus patronos para que acepten de inmediato sus condiciones. En estas ocasiones los patronos son tan estruendosos como ellos, y nunca cesan de dar voces pidiendo el socorro del magistrado civil y el cumplimiento riguroso de las leyes que con tanta severidad han sido promulgadas contra los sindicatos de sirvientes, obreros y jornaleros” (pág. 111).

Por si no queda clara la postura de Adam Smith, transcribo aquí el final del primer libro de los cinco que componen La riqueza de las naciones:

“El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto. El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia. La extensión del mercado suele coincidir con el interés general, pero el reducir la competencia siempre va en contra de dicho interés, y sólo puede servir para que los empresarios, al elevar sus beneficios por encima de los que naturalmente serían, impongan en provecho propio un impuesto absurdo sobre el resto de sus compatriotas. Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no sólo con la atención más escrupulosa sino también con el máximo recelo. Porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad, y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades” (págs. 343-344).

Así que cuando Adam Smith afirma, en más de un punto de su libro, que la búsqueda del interés personal de cada persona beneficia a la sociedad, está hablando de una sociedad regida por un orden ético y siempre, como profesor universitario de moral, parece intentar proteger los intereses de los más débiles de la sociedad.

¿Qué es, entonces, lo que quiere liberalizar del mercado Adam Smith?
Smith carga, como se puede leer en la cita de más arriba, contra las leyes que favorecen a los patronos en contra de los trabajadores. Al analizar las sociedades primitivas apunta que nada le parece más ilógico, por ejemplo, que cada individuo deba seguir la profesión de su progenitor, ya que si un oficio deja de ser requerido, tal idea de orden social sería una condena a muerte para las personas que ejercen esa profesión si no se les permite cambiar a otra más demandada.
Smith ataca, por ejemplo, una ley británica de la época que obligaba a cada parroquia a hacerse cargo de sus pobres, y nos muestra las trampas de lo que en principio parece una buena idea: como las parroquias no querían hacerse cargo de más pobres, no dejaban que se empadronasen en su municipio nuevas familias; lo que impedía la traslación de la mano de obra desde los lugares en los que no había trabajo hacia los que sí lo había. Así que Adam Smith está a favor de la movilidad geográfica de la mano de obra.
Smith se muestra crítico con la ley de mayorazgo, que impone que las tierras sean heredadas por el hijo mayor y no por igual por todos los hermanos. Esto hace que la tierra no se divida en parcelas más pequeñas y que se siga perpetuando la figura del gran terrateniente que no trabaja su tierra en persona. Si la tierra se heredase de forma proporcional por todos los hermanos sería más fácil comprarla y venderla por pequeños terratenientes que la trabajarían en persona y tendrían incentivos para sacarle el máximo rendimiento. (¿Adam Smith, un precursor del “la tierra para quien la trabaja?, ¿no podrán creer esto, verdad?)
Y ya que en la frase anterior hablaba de incentivos, hablemos de Adam Smith y los incentivos: aunque otros economistas, señala Smith, piensan que los trabajadores son vagos, él no lo cree. Para Smith, los trabajadores rinden más (para ellos mismos, y por tanto en beneficio de la sociedad) si ven una recompensa real a su trabajo. Es decir, si ganan más dinero al trabajar más. Así que parece que la idea neoliberal, con la que nos bombardean ahora, de que debemos bajarnos los sueldos para salir de la crisis no parece una idea muy propia del liberalismo de Adam Smith, el cual, recordemos, apunta que aunque los patronos no desean las asociaciones de trabajadores, siempre tienen entre ellos un acuerdo tácito para bajar los salarios (en España, sin ir más lejos, durante la crisis ha aumentado de forma alarmante el número de personas por debajo del umbral de la pobreza a la vez que ha aumentado el porcentaje de millonarios un 13%). En referencia a esta idea, Smith señala que en las plantaciones esclavistas norteamericanas la producción no era muy eficiente porque es difícil conseguir de un esclavo (alguien que no tiene ningún incentivo privado para trabajar) una cantidad de trabajo superior al coste de su mantenimiento.

Smith tampoco está de acuerdo con el funcionamiento de los gremios de la época. Las asociaciones de artesanos limitaban el número de profesionales que podía haber de una profesión concreta en una ciudad (por ejemplo, zapateros); y para entrar a formar parte de la profesión, el gremio exigía a los jóvenes pasar por unos periodos de formación que él consideraba abusivamente largos. Estos jóvenes no recibían más salario que el de su manutención, y Smith considera que el hecho de que exista un periodo de formación y trabajo inicial que dure años va a contribuir a que estos nuevos empleados se hagan vagos (al no beneficiarse más por trabajar más y por hacer un trabajo mejor; es decir, por la falta de incentivos). Si en cada ciudad pudiese trabajar cualquier zapatero, piensa Smith, la competencia haría que el trabajo se organizase de forma más eficiente y sería de mayor calidad. Así que en este análisis de lo él entiende como una situación abusiva de los gremios, podríamos ver una crítica a la idea moderna de sindicato. Sin embargo, Smith también señala que para que un trabajador contratado se sienta estimulado por su trabajo y trabaje de una forma eficiente, debe cobrar un sueldo que –señala- sea el doble de su manutención, cantidad suficiente –entiende- para poder formar una familia. Así que en esta idea podría ver el germen primitivo de la reivindicación de la existencia de un salario mínimo.

En realidad en gran parte de su obra se dedica a denunciar los desmanes monopolísticos de la compañía de Indias, la compañía que controlaba el comercio de Gran Bretaña con las colonias. El liberalismo, como lo entiende Smith, debe actuar contra un gobierno que beneficia a empresas como la compañía de Indias, que beneficia a unos pocos magnates cercanos al poder político, e impide la eficiencia del mercado, y por tanto que la riqueza pueda fluir mejor hacia todos los niveles de la sociedad.

Adam Smith rechaza el gran gasto que hace el Estado. Pero esto debemos contextualizarlo en su época. Ya que si ahora un neoliberal rechaza el gran gasto del Estado, posiblemente esté criticando las políticas de ayudas sociales a los más necesitados. El gasto del Estado que critica Adam Smith es el siguiente: “Resulta por ello una grandísima impertinencia y presunción de reyes y ministros el pretender vigilar la economía privada de los ciudadanos y restringir sus gastos sea con leyes suntuarias o prohibiendo la importación de artículos extranjeros de lujo. Ellos son, siempre y sin ninguna excepción, los máximos dilapidadores de la sociedad. Que vigilen ellos sus gastos, y dejen confiadamente a los ciudadanos privados que cuiden de los suyos. Si su propio despilfarro no arruina al Estado, el de sus súbditos jamás lo hará” (pág. 444).
Las simpatías de Adam Smith tampoco son para las grandes sociedades anónimas, que empiezan a experimentar un auge por la misma época que él escribe su libro. Si las personas que aportan el dinero no son las mismas que las que dirigen la empresa, ésta no estará dirigida de forma prudente y eficiente (algo que parece repetirse en la crisis de 2008 con los desmanes de los banqueros).

Al principio hablé del modelo de competencia perfecta que propone Smith y que recogen todos los manuales de principios básicos de economía. Según este modelo, en un mercado en competencia perfecta debe haber un gran número de oferentes y de demandantes, debe existir libertad de entrada y salida para las empresas, los bienes son homogéneos y los oferentes y los demandantes disponen de toda la información para tomar las decisiones más adecuadas. Todo esto hace que las empresas no tengan un poder individual de mercado; es decir, que sean precio-aceptantes.
En el mercado ideal de la competencia perfecta cada pequeño empresario se esforzará por ahorrar recursos y ofrecer el mejor producto posible a compradores que podrán comparar y comprar lo que más les satisfaga. Y éste es el modelo liberal de Smith; por eso ataca el poder de monopolio de la compañía de Indias o de las grandes sociedades anónimas. Y su liberalismo carga contra las leyes que promueven desde el Estado la perpetuación del poder del monopolio, lo que es contrario a la eficiencia económica.
Por supuesto, Smith sabe que las fuerzas son desiguales, que los empresarios van a luchar por unirse y no competir, y van a intentar manipular las leyes a su favor.

Por eso cuando en la década de 1970, los neoliberales –con Milton Friedman a la cabeza–, tras matar a Keynes, promulgan la no intervención estatal, el “dejar hacer” y toman como bandera el liberalismo de Adam Smith, lo están haciendo desde una perspectiva cuanto menos falsaria: en la década de 1970 el poder empresarial en Estados Unidos de los grandes grupos corporativos dista mucho del modelo de competencia perfecta propuesto por Smith. Así que el “dejar hacer” promulgado por los neoliberales es dejar rienda suelta al oligopolio de las grandes empresas desregularizando el mercado, pero desde la perspectiva contraria a la propuesta por Adam Smith: éste pide abolir los privilegios de la nobleza y la incipiente burguesía, y Friedman busca abolir los derechos (casi inexistentes en la época de Smith) que protegen a los trabajadores (salarios mínimos, por ejemplo) para dejar el camino despejado de nuevo al poder de asociación de las grandes corporaciones, que unos años después pusieron en la Casa Blanca al actor decadente Ronald Reagan –que vivía de hacer anuncios comerciales de electrodomésticos– para promulgar la desregulación del sistema. Una de las consecuencias de la desregulación, en el sistema bancario, ha sido (como ya predijo Adam Smith) la asunción de los directivos de las grandes sociedades anónimas de unos riesgos excesivos al no estar jugando con su propio dinero, lo que ha desembocado en la crisis mundial actual.
Así que los políticos o los economistas neoliberales podrán hablarnos de las bondades de un liberalismo económico basado en la bajada de sueldos (o falta de incentivos) o en la desregulación de mercados (o fomento del poder de los monopolios y los oligopolios), lo que, en realidad, es contrario a lo propuesto por Adam Smith.
Cuando alguien le hable del neoliberalismo económico, no piense en Adam Smith como sostén ideológico del mismo, porque el neoliberalismo actual es contrario a su pensamiento.

Si tengo tiempo me gusta ponerles a mis alumnos de 1º de bachillerato un vídeo titulado No logo, en el que la combativa periodista Naomi Klein denuncia el gran poder monopolístico de las marcas en EE.UU. y la explotación de personas en el sudeste asiático por parte de Nike, o explica cómo en EE.UU. una empresa como McDonald’s ha convencido a la población de que no hay por qué ofrecer verdaderos trabajos, sino trabajos propios de estudiantes.
En esta última ocasión, después de ver el vídeo una tarde de viernes les pregunté a mis alumnos: «¿Lo que dice esta señora os parece que es de izquierdas o de derechas?». Mis alumnos contestaron unánimemente que de izquierdas. Luego les pregunté: «Y Adam Smith, ¿es de izquierdas o de derechas?». La respuesta fue de nuevo unánime: «De derechas».
Lo que les conté a mis alumnos se lo cuento ahora a ustedes: sepan que lo que denuncia en No Logo la combativa periodista Naomi Klein, al cargar contra el poder monopolístico de las grandes empresas, es lo mismo que denuncia Adam Smith en La riqueza de las naciones.

Este es el vídeo de Naomi Klein:



Notas a la edición
- La traducción de Carlos Rodríguez Braun me ha parecido correcta, y tan sólo me ha extrañado una expresión: “Estado rudo de la sociedad”. El adjetivo “rudo” se usa más de una vez en esta traducción. Me gustaba más otra variante, que también utiliza: “primitivo”. Imagino que en el original inglés se hablará de rude.
- El estilo literario de Adam Smith es más que correcto. La precisión de sus exposiciones nos muestra a un gran lector de filosofía.
- El estudio que hace Adam Smith de los precios relativos entre bienes (sobre todo comparando el precio del resto de alimentos con el trigo) para descubrir en qué estado de evolución se encuentra una sociedad me ha parecido muy ingenioso.
- Las partes más aburridas del libro son: la extensa digresión sobre la evolución del precio de la plata y la explicación del funcionamiento de los bancos entre Inglaterra y Escocia.

- Como apunta Rodríguez Braun en su prólogo, La riqueza de las naciones es un libro que toda persona culta debería tener en su biblioteca.

jueves, 9 de enero de 2014

El bar de Lee en La República Cultural

Mi compañero de editorial, con el que he coincido en la Feria del Libro firmando nuestros poemarios, el poeta Alberto García-Teresa, ha escrito una reseña de El bar de Lee. La dejo aquí.
Gracias, Alberto
Dejo AQUÍ el enlace a La República cultural, donde apareció originalmente.



Esta es la reseña:

EL BAR DE LEE, DAVID PÉREZ VEGA 
Crónica vital y sentimental de un joven y devoto lector

Arriesgada decisión la de unir, en un único volumen, dos poemarios inéditos muy distanciados en su elaboración, entre los cuales se intercala la escritura del único conjunto de poemas de David Pérez Vega publicado hasta el momento, Siempre nos quedará Casablanca. Como explica el propio autor en el prólogo, una década separa el tiempo de composición de ambos títulos, aunque encuentra una vinculación entre ellos, una continuación de temas y de espacios, que, en efecto, tiene lugar en estas páginas. Móstoles era una fiesta es el primero, donde todas las piezas aparecen fechadas, y El calvo del Sorona se titula el segundo. Además, el libro se abre con un espléndido y meritorio estudio a cargo de Alejandro Céspedes.
Pérez Vega realiza un buen trabajo con las imágenes, que puede llegar incluso al barroquismo en las descripciones. Como sucedía en Siempre nos quedará Casablanca, algunos de los textos del segundo poemario aquí recogido (recordemos, elaborado tras la escritura de aquel) están armados con desarrollos argumentales, de escenas, de construcción alrededor de una anécdota, en detrimento de la tensión poética en ocasiones. No en vano, David Pérez Vega nunca ha negado su condición de narrador.
Los versos brotan desde una mirada nostálgica, fruto del desengaño que acontece en el presente (sentimental, social, vital). El amor es un tema reiterativo y constituye un aspecto clave en el ánimo de “yo”, aunque se enfoca desde la incomunicación, desde la dificultad para conectar, para expresarse. Los poemas surgen de la observación de la ciudad gris, tediosa, de lo que evocan unas historias llenas de cotidianeidad, que conforman, no en vano, un retrato lírico de la vida urbana, que pasa sin intensidad. La práctica totalidad de las piezas se desarrollan con un mismo procedimiento consistente en observación atenta, interiorización y expresión de la subjetividad. Muchos textos, de hecho, poseen un tono de confesión, de necesidad irremediable de volcar lo que siente el “yo”; de explicar su proceder. La observación del entorno sirve de estímulo para que el “yo” recapacite sobre sus propios sentimientos.
Al respecto, abruma la melancolía del “yo”, que pasea por espacios donde domina la desolación. Podría, en ese sentido, leerse como una construcción sociológica, dada la gran diversidad de personajes y de situaciones que aparecen en estas composiciones, y que descienden hasta lo más corriente (como significativamente demuestra el explícito reto de escribir un poema metafísico a las patatas ali-oli). Sin embargo, el entorno aparece reflejado para ubicar al “yo”; para explicar de dónde surgen sus sentimientos, su tristeza. En efecto, se recogen multitud de referentes cotidianos, reales (figuran nombres propios de calles, plazas y locales), pero no se busca el reconocimiento cómplice del lector ni la identificación, sino plasmar un escenario verídico y verificable. Así, Pérez Vega desgrana una vida de estudiante (instituto, facultad), de veinteañero (primeramente), o de treintañero trabajador (a continuación).
En ella, es fundamental la literatura: llaman significativamente la atención las abundantes referencias literarias que salpican los textos. Se trata de los autores y de los títulos que han alimentado al “yo”. Las alusiones a obras o las reproducciones de versos o párrafos complementan la experiencia diaria no sólo como fiel retrato de la acción rememorada (el “yo” leía tal cosa en el momento el cual se desarrolla la anécdota), sino que sirven para ilustrar, para resolver, para extraer conclusiones la vivencia recogida. Se manifiesta, así, un orgullo de lector, pues la literatura se convierte en refugio y en espacio de vida frente al vacío constatado de la realidad. Para el sujeto de estos poemas, como se explica en una cita de Ricardo Pligia incorporada al volumen, “la literatura es una forma privada de la utopía”. Estos textos resultan, en definitiva, un sincero y cariñoso homenaje a muchos escritores, y puede leerse como una biografía (informal e incompleta) de la formación literaria de David Pérez Vega.

De esta manera, El bar de Lee resulta la crónica vital y sentimental de un joven y devoto lector, que contempla la realidad como estímulo para su proceso personal.

domingo, 5 de enero de 2014

Viaje de la ilusión primaria, por Julio Roberto Srur

Editorial Arkadia Publishers Book. 125 páginas. Primera edición de 2013.

 Casi nunca consigo cumplir mis planes de lectura. Quiero leer desde hace años, por ejemplo, a David Foster Wallace y sacar sus libros de la biblioteca se acaba convirtiendo en una tarea más complicada que para el agrimensor K acercarse al castillo. Al ir a casa de mis padres los domingos paso por los puestos de libros de segunda mano de la Cuesta de Moyano, me paro y siempre creo encontrar alguna ganga: una primera edición de un libro hispanoamericano publicado en los 80, una novedad que se vende a mitad de precio porque le llegó a algún periodista cultural y éste lo vendió al puesto de la Cuesta de Moyano por 2 euros... O quiero descubrir si realmente es tan buena esa novedad de la que tanto se habla en internet... O últimamente un autor o un editor me escribe al correo electrónico y me propone enviarme su libro. Al principio decía casi siempre que sí. En realidad, creo que soy una persona a la que le cuesta decir que no, y siempre es halagador que un editor o un autor quiera enviarte su libro para que lo comente en el blog. Sin embargo, he tenido que aprender a ser asertivo y decir no; porque si no lo hiciera acabaría leyendo libros que en principio no tenía pensado leer y me alejaría cada vez más de mis planes de lectura. Elegir mis lecturas siempre fue uno de los mayores placeres de leer y lo cierto es que el número de personas que me escriben para ofrecerme sus libros va en aumento y yo no puedo atender a todos.
Sin embargo no fui capaz de resistirme al correo que me envió en octubre Ian Bourgeot, que firmaba su email como “editor y fundador de Arkadia Publishers Helsinki”. Entré en su web con incredulidad: Ian Bourgeot es un editor de origen hispanoamericano e inglés, residente en Finlandia, donde regenta una librería que es a su vez centro cultural, y que ha editado un libro de relatos de un joven escritor argentino afincado (hasta hace poco) en Helsinki. Y lo ha editado en su idioma original, en Helsinki; cuando los libros de relatos de un autor español (o que escribe en español) es prácticamente imposible verlos publicados por una editorial española que no sea de autopublicación. El escritor al que Ian Bourgeot me proponía leer era a Julio Roberto Srur (Buenos Aires, 1980), que había ganado el “premio Nuevo Sudaca Border 2010/2011”, y del que editaba su libro de relatos Viaje de la ilusión primaria (2013).
Acepté la recepción del libro por curiosidad, y éste me llegó al buzón hace unas semanas, en un sobre cuajado de coloridos sellos argentinos.

Me temí lo peor al empezar a leer el primer cuento, titulado La indemnización (el cuento que hizo a Srur ganador del premio Nuevo Sudaca Border 2010/11) y encontrarme en su segunda frase con una construcción lingüística que me resultaba malsonante: “El hecho de haber fracasado en mi primer matrimonio y con las sucesivas relaciones con mujeres no es, para mí señal de una honda frustración, aunque, por cierto, hubiera preferido otros desenlaces”. Las negritas son mías, y con ellas resalto esa cacofónica repetición de la preposición “con”. Por fortuna fue una falsa alarma, porque de hecho el uso del lenguaje de Srur (salvo en esa primera impresión inicial) en este libro es prolijo en brillos constructivos, en frases ampulosas escritas con gracia e ironía.
La indemnización nos acerca a la desesperación de un hombre que sucumbe a la pérdida de su patrimonio durante la crisis argentina del 2000, pero que con un optimismo patético intenta afrontar su situación. Este cuento, así como los tres restantes que componen la primera parte del libro, sin ser fantásticos sí presentan elementos de extrañeza frente a la realidad narrada, pero es una extrañeza que acerca más a los personajes a la locura o al símbolo que a la narración fantástica. En este sentido, creo que Srur es un gran conocedor de la historia del relato argentino, a cuya tradición pertenece. Yo diría que en los cuentos de esta primera parte podría encontrarse la influencia de un escritor tan sutil y original como Isidoro Blastein; y quizás algo de la ironía (aunque en este caso menos hiriente) de Roberto Arlt.
El goleador adelantado, gracias al popular tema del fútbol, le sirve a Srur para escribir un relato de trasfondo social.
En Perdón a los escarabajos retrata la violencia inconsciente propia de los niños, y en él Srur escribe una emotiva historia sobre la culpa y el pasado.
Las obsesiones de Laura, con sus casi 40 páginas de letra apretada (este libro de 125 páginas podría haber llegado a tener 200 en otro formato), es prácticamente una novela corta y para mí ha sido el mejor texto del conjunto. Un cuento simbólico sobre la mitificación del artista, que juega con la idea del Otro, y que acaba resultando una lectura muy agradable. Roberto Bolaño o César Aira podrían ser los padres literarios de este relato. En la primera página de esta narración el homenaje a Bolaño parece claro al hablarnos de un escritor que es “pobre como una rata”, expresión que se repite como una broma en más de una de las novelas y cuentos de Bolaño, cuando éste quería caracterizar a sus personajes escritores.

La segunda parte del libro está formada también por cuatro cuentos: El fusilamiento del fantasma, Imitación de la ironía, El segundo de un canalla y Tesis. Estas narraciones son de mucha menor extensión que las anteriores y de menor calado literario.
El fusilamiento del fantasma parece la recreación juvenil de un tema de Borges.
Imitación de la ironía, ambientado en Helsinki, es una narración simpática, pero de anécdota demasiado mínima.
Algo parecido a lo anterior ocurre con El segundo de un canalla o Tesis, narraciones que me parecen mucho más inocentes que las planteadas en el primer bloque de relatos, y que me hacen afirmar (sin saberlo de primera mano) que estos cuatro cuentos están escritos antes que los primeros, y que la voz de Srur es aquí mucho más titubeante. En este bloque del libro nos encontramos con un joven escritor en busca de su estilo propio.

No me han gustado los cinco cuentos que componen la tercera parte del libro. Aunque más que de cuentos quizás debería hablar de composiciones poético-surrealistas. Se trata de relatos aún más juveniles que los anteriores. Recuerdo como propia esa etapa que ha debido de pasar casi cualquier escritor de cuentos: me siento a escribir sin tener una idea previa de lo que voy a contar, simplemente me apetece sentarme a escribir y la magia de la escritura ya me guiará por el camino que considere conveniente. Yo experimenté una fase así hacia los veinte años, tras leer El almuerzo desnudo de William Burroughs. Bajo los embrujos de lo que parece prosa automática, Srur comienza la última narración de su libro, titulada Recuerdos de ser que gravitó, de la siguiente forma: “Nubes de polvo en una espiral que abarca estrellas, sobre una noche que parece tan infinita como profunda. Gravito en la niebla y me veo tocando subestructuras de luces. La interacción es nacimiento y el nacimiento se convierte en estrella, luz, niebla, universo. Lo que llaman irregular, lo que llaman coherente, este paisaje en esta etapa, no se aplica a las leyes de lo que emergió y de lo que emerge permanentemente desde lo insondable” (pág. 123) y así sigue durante otras dos páginas.


De Viaje de la ilusión primaria me quedo con las cuatro primeras narraciones, que han supuesto una grata lectura y que me han mostrado a un joven escritor, conocedor de la tradición de su país, con talento y capacidad para interesar al lector. Y destaco sobre todo Las obsesiones de Laura, una novela corta que he leído con verdadero placer y que me hace pensar que Julio Roberto Srur tiene probadas dotes para la novela.