lunes, 30 de agosto de 2010

Don Quijote de La Mancha, por Miguel de Cervantes


Editorial Alfaguara.1.349 páginas. Primera edición de 1604 y 1615. Edición actual 2004.

No recuerdo ninguna otra ocasión (si exceptuamos El señor de los anillos a los 12 años) en la que la lectura de un libro me haya llevado casi un mes y medio, como esta vez con El Quijote. También tengo que tener en cuenta que durante un tercio de ese tiempo estuve de vacaciones fuera de casa, y entre playa, paseos y excursiones sacar tiempo para la lectura era más difícil.

El mes y medio empleado, sin embargo, ha merecido la pena.
En realidad esta lectura de El Quijote ha sido una relectura. Ya lo había leído en el verano de 1995. Tras 15 años no es fácil acordarse de la mayoría de los sucesos leídos en un libro. Lo que más suelo recordar de esas lecturas pretéritas es la impresión que dejaron en mí.
En el verano del 95, a los 21 años, yo cambiaba de carrera universitaria, dejaba la facultad de CC. Físicas por la de CC. Empresariales, aunque en realidad lo único que realmente me importaba era ser escritor. Acometí la lectura del Quijote con energía, con un deseo de redención sobre una realidad que no me satisfacía, pero la angustia de aquel verano de cambio acabó por emponzoñar la lectura. Más de una vez lo he pensado: la percepción que adquirimos sobre una obra de arte tiene que ver con la formación de nuestros gustos igual que tiene que ver con la alteración de nuestra mente por motivo externos.
Las lecturas realizadas en un periodo depresivo pueden ser terapéuticas lo mismo que puede ocurrir que no consigamos penetrar en la historia propuesta. Esto último me pasó con el Quijote aquel verano. Y, después de los años, sabía que le debía una relectura. (Algo similar me ocurrió con los cuentos de Cheever, a quien también debo una relectura).

Hace 15 años leí el Quijote en una edición de bolsillo, sin casi introducción ni ninguna nota aclaratoria del texto en sus páginas. Para la relectura busqué en librerías de segunda mano, hasta encontrarlo en la de Pérez Galdos, la edición conmemorativa del cuarto centenario que sacó Alfaguara, ayudada por distintas asociaciones.
Esta edición consta de 100 páginas introductorias a cargo de Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala, Martín de Riquer y Francisco Rico; y unas 50 finales a cargo de diversos hispanistas que analizan el lenguaje del Quijote.
A su vez la edición conmemorativa posee un diccionario final, que no he usado, y un gran número de notas a pie de página, que me han resultado muy útiles, y que me han hecho pensar en el esfuerzo baldío que fue leer el Quijote sin notas hace 15 años, pues el lenguaje ha sufrido mutaciones y frases que para un lector actual expresan una negación en la época significaban lo contrario, por ejemplo. O, al explicar las referencias del contexto, se puede captar mejor la intención irónica de Cervantes.

No voy a realizar un resumen del libro, no tendría sentido en el caso de una obra tan conocida como ésta. Haré, sin embargo, un recorrido personal de mi relación con la obra:
Creo que mi primer contacto con los personajes fue algún comentario de padres o abuelos en la infancia con referencias a ellos y, sin duda, la serie de dibujos animados que seguimos casi todos los niños de los años 80 en España.

En el colegio, pronto más de un profesor contó anécdotas de la novela.
Recuerdo sobre todo a Eloisa Bravo, mi profesora de Lengua durante tres cursos, de 6º a 8º de EGB, hablando con entusiasmo de este libro; así como de la literatura en general, un entusiasmo primordial para el lector en formación que yo era. Recuerdo una clase de lengua por la tarde, divididos los alumnos en grupos, uno debía leer en voz alta y luego se comentaba el capítulo. Una chica leía sin entonar y yo no entendía nada. Eloisa se sentó con nuestro grupo, leyó ella el capítulo XXV de la segunda parte, “Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino”, y ya fue otra cosa.
Recuerdo a un compañero de promoción, del colegio de EGB, de otra clase, al que apodábamos Donqui, no por su capacidad de ensoñación para sobrepasar los límites de la realidad, sino por su discurso inacabable y pesado. Dos adjetivos, estos últimos, con los que percibían al Quijote la mayoría de alumnos de un colegio público de Móstoles en los años 80.
Ya en el instituto, en 2º de BUP, el profesor Eduardo Gómez Churriaque, nos hizo leer los 5 primeros capítulos de la 1º parte para un examen. Aquella lectura me agradó, me pareció que el lenguaje del libro, pese a lo temido y a su leyenda negra, era bastante accesible y entretenido. Pero aún no estaba yo en disposición de acometer su lectura completa, tenía mucho que leer entonces de ciencia-ficción o terror.
Recuerdo al profesor Eduardo leyendo en voz alta el capítulo XX de la 1º parte, la llamada Aventura de los Batanes, y no poder continuar por ser víctima de un ataque de risa al acometer la lectura de la página en la que Sancho no quiere separarse de Don Quijote por el miedo que siente ante el ruido desconocido, “Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas o que fuese cosa natural –que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”. Y tuvimos que leer el resto del capítulo en el libro de texto, cada uno en silencio.

Quizás sea un error educativo pretender hacer leer capítulos del Quijote a niños de 12 años, que no están preparados para el lenguaje ni para el contexto, o puede que sea un acierto familiarizarlos con el libro. Sé que la percepción actual del Quijote no ha cambiado entre los preadolescentes respecto a los de hace 25 años: que el libro es un tostón insufrible. Y este pesar y sufrimiento queda en su conciencia colectiva, en la mayoría de los casos, de un modo indeleble. Sin ir más lejos me ocurrió hace unas semanas en la recepción del hotel donde estaba alojado en Tenerife: estaba leyendo en un sofá, y había dejado sobre una mesita el libro para hablar con mi novia; en esto, entró una pareja de inquilinos del hotel, de unos veintipocos años, y el chico –tatuajes, piercings, crestita- miró el libro sobre la mesita y vi cómo su cara se transformaba en una mueca de incredulidad, tuvo que volver a leer el título porque no daba crédito. Imagino que al entrar en el ascensor le comentaría a su novia la dimensión de mi locura veraniega. A mi me costó reprimir un ataque de risa, qué pánico ante lo desconocido en su rostro.

Me han resultado de gran interés los textos auxiliares a la lectura. Conocía algo de la biografía de Cervantes, pero no toda. Sabía de su participación en la Batalla de Lepanto a los 24 años, pero no que ese día se encontraba enfermo y fue eximido de combatir, y él se empeñó en hacerlo para no pasar por cobarde. Sabía que durante su cautiverio en Argel, por 5 años, se intentó fugar varias veces, pero no que cuando ese intento de fuga era descubierto él se autoinculpaba para recibir las mayores represiones y liberar de ellas a sus compañeros. No sabía de esa dimensión heroica de Cervantes, quien a su vuelta a España solicita por dos veces irse de funcionario a América y las dos veces es rechazado, malviviendo de la Administración pública mucho tiempo, acusado de malversar fondos y acabando en la cárcel. Quien escribe el Quijote, ya a sus 50 años, es alguien desencantado con su país. Alguien a quien nadie agradeció su pasado heroico, y que decide sacarlo a pasear como caballero andante por las tierras de la Mancha.

Me ha gustado la reflexión de Ayala: un lector contemporáneo al Quijote conocía el contexto pero no a los personajes, y al contrario le ocurre al lector actual.

Me gusta por supuesto la capacidad inquebrantable de soñar del Quijote, quien nunca deja, parafraseando el dicho del periodismo, que la realidad le estropee una buena historia. Quien siempre encontrará explicación a su percepción distorsionada de la realidad. Me gusta la vitalidad de Sancho, y de todos los personajes que aparecen en el libro. Aunque también percibo como un decaimiento narrativo las historias secundarias que Cervantes introduce hacia el final de la primera parte, y a cuyos personajes hace aparecer en la venta, donde entran damas a cada cual más bella. Esto da a la novela una dimensión teatral y folletinesca.

Había olvidado por completo al narrador árabe Cide Hamete Benengeli. Me he quedado asombrado, por la gracia del recurso, cuando en la página 83 el texto se interrumpe y en el siguiente capítulo, otro narrador, nos indica que en Alcaná de Toledo halla unos manuscritos en árabe que continúan con la historia del Quijote y se los encarga traducir a un morisco.

Como tantos otros lectores, he pensado que la segunda parte es mejor, aunque también más melancólica. Como apuntaba Antonio Muñoz Molina, en el Babelia de hace una semana, quizás Cervantes estuviera ya, en esta segunda parte, escrita una década después de la anterior, más hastiado de la capacidad española para el escarnio, la barbarie y el reparto de palos.
Me he reído con este libro y también me he apenado al percibir como propia esa terrible distancia entre la realidad de Don Quijote y sus sueños. Me he reído, o sonreído, bastante más en esta relectura que en su primera lectura.
Voy a transcribir aquí el párrafo que más gracioso me ha parecido, uno de tantos en los que se contrastan los ideales de Don Quijote con la llaneza y vitalidad de Sancho. Es del episodio XVII de la segunda parte y en él se habla de Don Quijote obligando a un carretero a abrir su jaula de leones para enfrentarse a ellos. Así vive Sancho la escena (pág 674):
“Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro”.

De todos los dichos y refranes de Sancho me quedo con éste: “Cuando te diesen la vaquilla, acude con la soguilla”.

Me ha sorprendido también que la famosa frase: “Con la Iglesia hemos topado”, en el texto real sea “Con la Iglesia hemos dado”, sin ninguna de las connotaciones que ha cobrado posteriormente.

Me he quedado con ganas de leer las Novelas ejemplares de Cervantes, e incluso el Quijote apócrifo de Avellaneda.

Ésta ha sido una lectura primordial, de múltiples facetas, siempre viva. Una inyección de optimismo para un aspirante a escritor. Una lectura a la que imagino que acabaré volviendo.

domingo, 1 de agosto de 2010

Lecturas de verano y Tablero de ajedrez sin figuras

(foto tomada de internet)


Suelo aprovechar el verano para realizar alguna lectura extensa: en el pasado fue el Ulises de James Joyce, La montaña mágica de Thomas Mann, Guerra y Paz de Liev Tolstoi… y este año lo estoy dedicando a una relectura: el Quijote de Cervantes, que leí, durante otro verano, hace ya 15 años.
Quizás esta tarde acabe la primera parte. Así que aún falta para una nueva reseña en el blog.
Hoy, domingo, aproveché también para introducir en este espacio una pequeña modificación, que ya llevaba tiempo barruntando: la de incrementar el detalle de las etiquetas, añadiendo el género de la lectura y el país del autor.
Como siempre lo que más he leído desde el último año (hace una semana cumplí un año de blog) han sido novelas, 34; pero me ha sorprendido el número de libros de relatos que han captado mi interés, 19 (respecto al dato del blog, he restado el único relato de El contorno del ojo de Bolaño, que no constituía un libro de relatos).
Otro dato que ya sabía: desde mi viaje a Argentina del verano pasado mi interés por la literatura de este país, que siempre fue grande, ha aumentado, y he leído 20 libros provenientes de allá; frente a 8, por ejemplo, de España.

En unos días me voy de vacaciones a Canarias, a la isla de Tenerife.
Ya estuve allí hace ahora 11 años, como viaje de fin de curso de la universidad. Recuerdo que la isla me gustó bastante, y espero que la grata impresión vuelva a repetirse. Me llevaré el Quijote para leer en la playa.
Por aquellos días del viaje universitario a Tenerife, cuando iba a cumplir 25 años, escribía un libro de poemas, que cuando hablo de mis libros escritos suelo descartar. Supongo que todos los que escribimos tenemos algún libro del que nos avergonzamos; en mi caso es este, llamado Tablero de ajedrez sin figuras, que es un largo lamento por un amor no correspondido, repleto de quejidos, desgarros y otras cursiladas románticas… El libro se divide en tres partes, y la central, formada por tres poemas, está inspirada en aquel viaje a Tenerife. La acabo de releer, y por broma voy a colgar uno de esos poemas, que no contiene demasiados elementos vergonzantes:



DUERMEVELA

Duermevela de las seis de la tarde,
vértigo de imágenes que pasan
deprisa en la semioscuridad
de la habitación solitaria de hotel,
aire helado del Teide cortante
bajo el acuario de penumbra, pequeños
caparazones negros nadando en la ensaladera
metálica como heridas, silencio
del alcohol, pasos afelpados tropiezan
por el pasillo y risas noctámbulas
tras la puerta me desgarran,
me despiertan a su fiebre, su delirio
manchando las paredes hundidas como deseos.