domingo, 25 de junio de 2023

Maurice, de E. M. Forster

 


Maurice, de E. M. Forter

Editorial Navona. 290 páginas. Escrito en 1913-14, publicado en 1971, ésta edición es de 2022

Traducción de José Manuel Álvarez Flórez y Ángela Pérez Gómez

 

Hace unos veinticinco años leí Una habitación con vistas (1908) de E. M. Forster (Londres, 1879 – Coventry, 1970). Recuerdo que fue un libro con el que no conecté, su conflicto me resultó anticuado y no disfruté aquella lectura. Sin embargo, en los últimos años, Almudena, mi mujer, ha estado leyendo la obra de este autor británico, y le ha gustado mucho. Esto me hizo pensar que, tal vez, leí aquella primera novela en un momento inadecuado, o que si lo leyera ahora me gustaría más. Almudena me recomendaba, sobre todo, Maurice, que Foster escribió entre 1913 y 1914, pero que no se publicó hasta 1971, un año después de la muerte del autor. Éste temía que el libro fuera rechazado por todas las editoriales, por su temática homosexual explícita, o que, en caso de publicarse, acabara con su carrera.

 

Almudena leyó Maurice en su edición de Seix Barral de 1983, en la Biblioteca Breve, que yo le regalé, tras encontrarla en la Cuesta de Moyano por dos o tres euros. Vi que Navona ha publicado algunas nuevas ediciones de los libros de E. M. Forster y les solicité Maurice y Pasaje a la India para poder reseñarlas. Ya en casa me di cuenta que la traducción de Navona y la de Seix Barral, que tenía en casa, era la misma. Navona ha revisado esa traducción y a actualizado algunos de los criterios de uso gramatical, como el de no acentuar palabras como «rio» (pág. 16). El libro de Navona tiene la letra más grande y me parece una mejor edición, en todo caso, de un libro que estaba descatalogado, así que bienvenida sea esta edición.

 

Maurice es una «bildungsroman» o novela de aprendizaje, en la que conocemos a su protagonista ­­–Maurice Hall– el día en el que, a los catorce años, va a terminar su formación en un colegio privado y va a pasar a estudiar bachillerato, con la idea de estudiar una carrera en la prestigiosa universidad de Cambridge. Maurice es huérfano y uno de sus profesores de ve en la obligación de, antes de que les abandone, explicarle cómo funciona el mundo de las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer. De forma sutil, el primer capítulo se cierra anunciando el drama que llegará más tarde: «Después la oscuridad avanzó de nuevo, la oscuridad es primigenia pero no eterna, y produce su propia y dolorosa aurora.» (pág. 21)

 

Maurice descubrirá al llegar a casa ese verano del fin del colegio que el jardinero que estaba empleado en su casa, y con el que había jugado de niño, se ha despedido y ha dejado a la familia. Empezará a llorar, sin saber qué es lo que le ocurre. El lector intuye que Maurice llora porque el jardinero ha sido, sin todavía poder formulárselo de forma consciente, su primer amor. Imagino que ningún lector actual se va a acercar a este libro sin saber que es una novela que trata sobre la homosexualidad del propio autor. En caso contrario, hacer una deducción como la que he hecho yo arriba le costaría más, puesto que la novela, al menos en su primer tercio, es sutil en sus enunciados y muestra la confusión interior que va a atravesar el joven Maurice, que no sabe cómo interpretar sus sentimientos y deseos.

 

Forster no dedicará muchas páginas a describirnos la vida de Maurice en el bachillerato. Se limitará a señalar aspectos de su personalidad como estos: «En una palabra, fue un miembro mediocre de un mediocre colegio y dejó una desvaída y favorable impresión tras él.» (pág. 27). A los dieciséis años, empiezan a surgir «pensamientos sucios en su mente», pero Forster se guardará de explicarnos en qué consisten y se mantendrá así, por ahora, una buscada ambigüedad.

Más tiempo será el dedicado en la novela al paso de Maurice por la universidad. Cuando Maurice llega a ella, Forster se encargará de contarle al lector que en su proceso de formación Maurice va a hacer un descubrimiento que será trascendental: «Las personas se transformaron en seres vivos. Hasta entonces, había supuesto que eran lo que él pretendía ser: lisas piezas de cartón sobre la que se dibujaba una imagen convencional.» (pág. 36)-

Para Mourice la vida, parece decirnos Forster, consiste en guardar las formas y pasar por un ciudadano respetable, independientemente de sus sentimientos o los impulsos que sienta dentro de sí; sentimientos e impulsos que deberán ser siempre reprimidos.

Sin embargo, Maurice va a tener que enfrentarse a sus verdades interiores y verbalizar ante sí mismo que solo se siente atraído por su propio sexo. «Amaba a los hombres y siempre los había amado» (pág. 73)

 

Una cosa que me gusta de Maurice es que Forster no idealiza a su personaje –aunque el lector pueda leer la novela identificando a Maurice con el propio autor– sino que lo muestra con todas sus debilidades, lejos de la victimización. Así en la página 73, después de pasar una primera crisis en la que ha de reconocerse que es homosexual, Forster escribe esto sobre él: «No había merecido el afecto de nadie, pues de comportaba con los demás de un modo convencional, artero y mezquino, porque lo mismo hacía consigo mismo.»

 

Una idea interesante sobre el libro es la de ver cómo lidian sus personajes homosexuales con sus ideas religiosas. En este sentido, Clive, al que Maurice conoce en la universidad, se da cuenta de que debe cortar con el cristianismo, que no tiene capacidad de acogerle, aunque esto vaya a chocar con las ideas conservadoras de su familia (a la que no revelará, en ningún caso, su condición sexual).

Aunque Maurice va a sufrir algún tipo de discriminación cuando terceras personas sospechen de su homosexualidad, Forster, como decía, no cae en una mirada victimista hacia sus personajes, y se encargará de señalarnos que su condición sexual les convertirá, por ejemplo, en misóginos: «Las mujeres se habían transformado en algo tan remoto como los caballos o los gatos. Todo lo que aquellas criaturas hacían resultaba estúpido.» (pág. 114)

Además, Forster presenta a Maurice, perteneciente a una familia burguesa, como un clasista. En la página 188 leemos en boca de Maurice: «Yo también he tenido relación con los pobres –dijo Maurice, tomando un trozo de pastel–, pero no puedo preocuparme por ellos. Uno debe echar una mano en pro de la tranquilidad del país de un modo general, eso es todo. Ellos no tienen nuestros sentimientos. No sufren lo que nosotros sufriríamos si estuviéramos en su lugar.»

 

Y, sin embargo, pese a estos elementos de su personalidad, que podrían hacernos antipático a un personaje como Maurice, la novela consigue ser profundamente emotiva. En Maurice, Forster nos muestra a un hombre burgués que, si no hubiera sido por su condición sexual, que le va a obligar a bucear en sí mismo y preguntarse por su identidad, rompiendo con muchos de sus tabués, se hubiera convertido en un ciudadano convencional, machista y clasista, como exigían los cánones de su tiempo y de su clase social. En la Gran Bretaña de la época se homosexual era ilegal y Maurice podía haber acabado en la cárcel si alguien le acusa de practicarla, lo que hará que tenga que replantearse algunas de sus ideas sobre la sociedad en la que vive.

Me han gustado también algunas leves notas de humor, como cuando Maurice y Clive tienen que dejar Cambridge y empezar a trabajar: «Después la prisión se cerró, pero sobre ambos a la vez. Clive entró en el tribunal. Maurice en los negocios.» (pág. 114)

 

El libro se cierra con una nota final, firmada por Forster en 1960, aquí el autor nos dice que en Maurice trató de crear un personaje lo más alejado de él mismo: «Alguien agraciado, sano, físicamente atractivo, mentalmente lento, un aceptable hombre de negocios y bastante presumido» (pág. 285). Forster se queja, casi cincuenta años después de haber escrito el libro, que para lectores actuales solo puede tener un interés parcial. Pero realmente, Maurice es una novela muy entretenida, emocionante, rompedora y moderna para un lector actual, más de un siglo después de ser escrita. Una delicia de libro. Quiero seguir con la obra de E. M. Forster.

domingo, 11 de junio de 2023

Como si existiera el perdón y Quebrada, por Mariana Travacio

 


Como si existiera el perdón y Quebrada, de Mariana Travacio

Editorial Las afueras. 143 y 166 páginas. 1ª ediciones de 2016 y 202, éstas son de 2022

 

De la nueva editorial Las afueras –ubicada en Barcelona–, y que principalmente publican literatura latinoamericana, había leído hasta ahora dos libros, Cielos de Córdoba de Federico Falco y Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, libros que me gustaron y que me parecieron muy bien editados. Como les sigo en redes sociales, estaba viendo que la novela Como si existiera el perdón (2016) de Mariana Travacio (Rosario, Argentina, 1967) se estaba empezando a convertir en el libro más leído y celebrado de la editorial. Barajé la idea de solicitárselo para leerlo y hacer una reseña, pero, como me suele ocurrir habitualmente, en la lucha entre leer novedades o clásicos, estaba ganando esta vez la segunda opción. Sin embargo, cuando publicaron una segunda novela de Travacio, titulada Quebrada (2022), al tener mi dirección de los envíos anteriores, los editores me metieron en los envíos de prensa sin hablarlo antes. Lo cierto es que esto es algo que no me gusta que ocurra, porque me crea sentimiento de culpabilidad no acercarme a estos libros. Suelo tener hablado con las editoriales, con las que estoy en contacto, que no me envíen libros sin que yo se lo solicite, y este tema aún no lo había tratado con los entusiastas editores de Las afueras. Cambiamos unos mensajes y quedamos en que me enviaran también Como si existiera el perdón, porque había leído que estas dos novelas estaban relacionadas y sabía que si no leía primero esa, no iba a leer Quebrada. Ellos accedieron, y me encontré con las dos novelas en mis estanterías de libros por leer.

Acercarme a ellas una detrás de la otra ha sido, al final, una buena decisión, porque le hablan al lector del mismo mundo referencial.

 

El narrador de Como si existiera el perdón es Manoel, que perdió a sus padres siendo muy niño, y casi lo único que sabe de ellos es que se fueron a trabajar a un campo lejano, para darle a él una vida mejor, pero que de allí no volvieron a su pueblo porque habían muerto. Cuando también muere su abuela, el Tano –que regenta un bar en el pueblo– le ofrecerá su casa a Manoel y oficiará de padre para él. Precisamente a este local del Tano será donde aparezca –en la primera página de la narración– uno de los hermanos Loprete, preguntando por una mujer llamada Pepa. El Tano quiere ayudar a Loprete, pero éste, después de cinco ginebras, desenvainará un cuchillo y se lanzará sobre sus interlocutores, que, para defenderse, le acabarán dando muerte. A partir de este hecho fortuito (narrado en las primeras dos páginas del libro) se desata una historia de rencores y venganzas, que hará que, en primera instancia, el Tano y Manoel tengan que abandonar el pueblo donde viven y refugiarse en otro pueblo del que el Tano es originario, y donde vive su hermana Luisa.
La escena inicial en la pulpería me ha recordado a esas historias iniciales en la obra de Jorge Luis Borges, cuando hablaba de los malevos y los cuchilleros, como en el cuento El sur.

 

Éste es el primer párrafo de la novela: «Allá, donde vivíamos, venía el viento norte. Era un viento de calor que nos cercaba despacio hasta instalarse como un perro hambriento. Cuando nos tenía rodeados, dormíamos unas siestas interminables. Nos despertábamos cuando el sol se iba y el cielo quedaba con un resplandor que seguía levantando el olor de la tierra seca.» Desde el comienzo Travacio nos traslada a un mundo en el que el paisaje es un personaje más, un paisaje de desierto, austero, donde es difícil que la tierra dé algo de fruto. En contraste, la tierra de los hermanos Loprete es una tierra de lluvias y charcos de agua, muy fértil.

La importancia del paisaje es fundamental también en Quebrada, donde un matrimonio mayor, formado por Lina Ramos y Relicario Cruz, vive en una zona montañosa que tampoco da frutos. Su hijo, el Talas, se fue hace catorce años, cuando tenía trece, a trabajar con el hermano de Lina a la selva. Desde entonces no saben nada de ellos. Lina ha decidido descender por la quebrada, hasta que encuentre un río, que la conducirá al mar. Relicario no quiere ir con ella, porque no quiere abandonar a sus muertos en el pueblo que le vio nacer.

Tanto por el tema del terreno pedregoso, desértico; la relación tan intensa que los personajes mantienen con los muertos, con la sensación de que pueden resucitar o aparecérseles, así como por el lenguaje austero, pero poético, estas dos novelas de Mariana Travacio me parecen influidas por la obra de Juan Rulfo, tanto por la novela Pedro Páramo, como por el conjunto de cuentos El llano en llamas.

Quebrada tiene dos partes, la primera consta de dos narradores, Lina y Relicario, y los capítulos en los que habla cada uno suelen alternarse, pero no exactamente, habiendo al final más capítulos en los que habla Lina. La segunda parte podría ser otra nueva novelita, y cuyo narrador esta vez es Rulfino, otro chico joven, que también es huérfano, como el narrador de Como si existiera el perdón.

Relicario, como buen personaje rulfiano, conversa con los muertos, en este caso su madre y su padre, cuyos huesos desentierra del cementerio para llevárselos con él, cuando decide seguir a Lina, con un borrico y un carro.

El paisaje de estas novelas de Travacio (y sobre todo Quebrada) me ha hecho pensar en el cuento Luvina de Juan Rulfo, que comienza así: «De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho.»

En la página 82 de Quebrada leemos: «Y acá los grillos aturden, pero los perros no ladran.», que me ha parecido un guiño directo al cuento No oyes ladrar los perros de Rulfo.

 

El rancho de los Loprete, centro desde donde, en gran medida, va a pivotar la historia contada en estas dos novelas, está dominada por don Luis Loprete, que actúa como cacique local, como rico hacendado que piensa que todas las mujeres de los alrededores pueden ser suyas. En este sentido, volvemos a encontrar nuevas referencias al mundo de Pedro Páramo y al mundo de las novelas de dictadores latinoamericanas.

Me decía una persona, en las redes sociales, al comentar que estaba leyendo a Mariana Travacio, que los momentos de lluvia interminable en el llano, en la tierra de los Loprete, y la idea de que la mitad de la decena de hermanos Loprete están aquejados de locura y los otros hermanos los mantienen atados, le recordaba también al mundo de los Buendía y al Macondo de Gabriel García Márquez. Me parece una observación interesante y aquí quería recogerla.

 

La estructura narrativa de Como si existiera el perdón es muy precisa, muy de guion cinematográfico de una película western. En este sentido, Como si existiera el perdón me ha recordado a las propuestas de westerns modernos del norteamericano Cormac McCarthy, en novelas como Meridiano de sangre o Todos los hermosos caballos. Sin embargo, la novela inicial de Travacio se me acabó haciendo un poco corto, y pese a que era una novela bien construida, eché de menos, al acabarla, que la autora no hubiera decidido profundizar más en su historia y hacerla más larga, de tal manera que su narración envolviera más al lector. Imagino que estas narraciones tienen que tener ecos también de El gaucho Martín Fierro de José Hernández, pero esta es una de mis lagunas en literatura argentina y no lo puedo afirmar, solo intuir. En ningún momento, Travacio usa la palabra «gaucho», pero sí habla, por ejemplo, de «las boleadoras», que usaban normalmente los gauchos para cazar animales o reses. Como diría Borges, en el Corán no hablaban de camellos; pero se presuponía que estaban allí. Tampoco se habla nunca de Argentina, aunque el lector supone que es en su interior donde la autora ha situado la acción de sus historias.

Cuando empecé a leer Quebrada no estaba seguro de hasta qué punto ambas novelas estaban relacionadas. Como ya he apuntado, Quebrada empieza con la descomposición del matrimonio formado por Lina y Relicario, que viven en una montaña austera y condenada, donde casi todo el mundo se ha ido a territorios más fértiles. Al principio se narra un viaje, el que inicia Lina montaña abajo y luego el vieje de Relicario, que la sigue montaña abajo, unas semanas después. No sabía que Lina iba a llegar hasta el rancho de los Loprete y que, por tanto, lo contado en una novela y en la otra se iba a relacionar de forma más estrecha que como estaba suponiendo.

Travacio narra un mundo de hombres violentos, rencorosos, vengativos…, un mundo de masculinidad tóxica. En este sentido, su propuesta me ha recordado a la novela Ladrilleros de Selva Almada, que también hablaba de la violencia entre hombres en un pueblo del interior de Argentina.

Una de las preguntas que he estado haciendo continuamente al leer estos libros era ¿en qué época están ambientados? No aparece ninguna televisión o automóvil. Diría que las historias se ubican a finales del siglo XIX.

 

En resumen, Como si existiera el perdón y Quebrada me han parecido novelas violentas, poéticas, de prosa concentrada, con aires de Juan Rulfo y Cormac McCarthy, novelas buenas y bien hechas; y creo que ganan al leerlas en conjunto.

domingo, 4 de junio de 2023

Tess de los d´Urberville, pro Thomas Hardy

 


Tess de los d´Urberville, de Thomas Hardy

Editorial Alba. 478 páginas. 1ª edición de 1891, ésta es de 2017

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

 

A finales de 2020 leí Jude el oscuro (1985), la última novela que escribió Thomas Hardy (Higher BockhamptonStinsford, Inglaterra, 1840 - Max Gate, 1928). Me impresionó mucho aquella lectura y se convirtió en una de las mejores de ese año. Luego, en 2021, me acerqué a El alcalde de Casterbridge (1886), que me pareció una buena novela, pero que no estaba a la altura de Jude el oscuro. Leí que la crítica considera que las dos grandes novelas de Hardy eran Jude el oscuro y Tess de los d´Urberville (1891). Su última y penúltima novela. Hardy dejó de escribir novelas, por las fuertes críticas que recibió de la sociedad de su época, que juzgaban sus obras, no por su calidad literaria, sino por su idea de «moralidad». Y Hardy era realmente duro con la hipocresía moral de su época.

 

Tess de los d´Urberville comienza con un hecho fortuito: el campesino John Durbeyfield se cruza, camino de su casa, después de haber bebido más de un trago, con un sacerdote viejo, pero nuevo en la comarca, que le saluda con el apelativo de «sir». Algo que sorprende a John. El sacerdote le aclarará que su apellido, Durbeyfield, es, en realidad, una deformación de d´Urberville, una antigua e ilustre familia que proviene de los normandos. Esta noticia inesperada trastocará la vida del sencillo John, que empieza a darse ínfulas de grandeza. John es de natural perezoso y bebedor, y cada día lo tiene más complicado para sacar adelante a su familia, con media docena de hijos. A su mujer y él se les ocurrirá la idea de enviar a Tess, la mayor de los hijos, que anda por los dieciséis años, a pedir ayuda, reclamando el lazo de sangre, a una familia de d´Urberville que viven en su región. Lo que aún no saben es que esos familiares lejanos si siquiera son unos verdaderos d´Urberville, como ellos, sino unos comerciantes enriquecidos que han tomado el apellido para ennoblecerse de forma ilegítima.

 

El alcalde de Casterbridge empezaba con una escena tremenda: un hombre borracho vende a su mujer en una fonda, y luego no dejará de arrepentirse. En los tres libros que he leído de Hardy los protagonistas toman malas decisiones influidos por el alcohol, que es un elemento naturalista más en el conjunto de las realidades descritas. Hombres y mujeres que aspiran a algo más de lo que la vida les hace ser, pero que parecen abocados a no poder abandonar sus tristes condiciones existenciales. Siempre, las circunstancias y la sociedad van a estar ahí, interpuestas entre sus sueños y la realidad. Sin embargo, los impedimentos de la realidad se acercaban más a las premisas del folletín en El alcalde de Casterbridge, y me han parecido más sutiles y trascendentes en las otras dos novelas.

 

La acción, como en muchas de las obras de Hardy, se sitúa en la región de Wessex, de nombre ficticio, y que se ubica en el sur y suroeste de Inglaterra. En Tess de los d´Urberville, por ejemplo, aparece el pueblo de Casterbridge de la novela El alcalde de Casterbridge. Imagino que también habrá localidades que se repiten en Jude el oscuro, pero ya no recordaba los nombres, después de tres años.

 

Creo que no voy a contar mucho del argumento de esta novela, porque es preferible que el lector se acerque a ella sin más. Pero sí voy a hablar de algunos de sus temas, que la hacen realmente moderna: en gran medida, Tess de los d´Urberville es una novela sobre el consentimiento sexual de las mujeres, que en la novela se pueden ver abocadas a situaciones de abuso, y, sin embargo, la culpa de este abuso caerá más sobre la víctima que sobre el verdugo, por ser mujer en un caso y hombre en el otro. Incluso los personajes más filosóficamente avanzados, no podrán dejar atrás sus prejuicios sobre la «virtud» de las mujeres, aunque ésta les haya sido arrancada por la fuerza.

En cualquier caso, las escenas sexuales de abusos están contadas muy sutilmente, y el lector, aunque lo supondrá, no acabará nunca de saber qué ha ocurrido exactamente entre algunos de los personajes.

Además, Tess habrá de quejarse a sus padres de que no le advirtieron nada sobre los peligros que acechan a las jovencitas por parte de los hombres. Para Tess su belleza será una especie de condena. De hecho, hay un momento impresionante, en el que va a sufrir los abusos laborales de un patrón miserable y ella se relajará porque no le tiene miedo a ese tipo de abusos, como sí a los que provienen del deseo; abusos en los que los hombres pueden llegar a culpar a las mujeres sobre lo que su belleza les «conduce a hacer».

 

Creo que Jude el oscuro era un libro que no daba tregua al lector de un modo más intenso que Tess de los d´Urberville, que tiene algún momento valle en la narración de su drama. En estas «páginas valle» de la novela, Hardy describe la vida rural en una vaquería de un pueblo de Inglaterra con mucho encanto y con mucho conocimiento, como puede apreciar el lector gracias a los sutiles detalles con que se describen las tareas agrícolas. Sin embargo, el último tramo del libro es tan demoledor y potente como el de Jude el oscuro. Tess, como va a ser Jude en la imaginación de su autor, cuatro años más tarde, tiene ambiciones, y quiere mejorar y aprender. Jude soñaba con acudir a la universidad y conseguir una formación reglada, algo que le va a resultar imposible viniendo del ambiente en el que vive. En Jude el oscuro la universidad se llevaba más de un palo por elitista, y esto también va a ocurrir en Tess de los d´Urberville.

Dentro de una novela de realismo tremendista, como es ésta, me ha encantado una página en la que Hardy, para simbolizar el frío interior que atraviesa el corazón de Tess, lo muestra con el invierno que sufre la campiña y unos espectrales pájaros que llegan del Polo Norte: «Hacía años que no se veía un invierno como aquel. Llegó poco a poco, sigiloso, como los movimientos de un jugador de ajedrez. Una mañana, los pocos árboles solitarios y los tejos de los setos amanecieron como si hubieran cambiado su forma vegetal por un tegumento animal. Las ramas estaban cubiertas de una pelusa blanca, como una piel que le hubiera crecido a la corteza durante la noche, cuadriplicando su grosor normal; el árbol o los setos formaban un dibujo de duras líneas blancas en el lúgubre gris del cielo y el horizonte. Las telas de las arañas revelaron su presencia en cobertizos y paredes, donde hasta entonces no se habían observado, visibilizadas ahora por aquel ambiente cristalizado, y colgaban como lazos de estambre blanco en verjas, postes y salientes de las casas.

A esta temporada de humedad congelada siguió una secuencia de heladas secas, cuando a la meseta de Flintcomb-Ash empezaron a llegar en silencio extraños pájaros del Polo Norte, criaturas flacas y espectrales, de ojos trágicos, ojos que habían presenciado pavorosos cataclismos en las recónditas regiones polares, de una magnitud inconcebible para el ser humano, bajo temperaturas gélidas que ningún hombre sería capaz de soportar; que habían visto partirse las masas de hielo y desmoronarse las montañas de nieve en el fulgor de la aurora boreal; ojos casi cegados por los torbellinos de ventiscas colosales, que habían presenciado contorsiones terráqueas y aún conservaban la emoción causada por aquellas escenas. Estos pájaros sin nombre se acercaban mucho a Tess y Marian, pero nada contaban de lo que habían visto y que la humanidad jamás vería. No tenían la ambición del viajero por contar sus aventuras, y, mudos, impasibles, despreciaban aquellas experiencias a las que no daban ningún calor, y preferían fijarse en lo que ocurría en esta acogedora meseta: en los triviales movimientos de las muchachas que removían la tierra con sus escardaderas para desenterrar un manjar que podría servirles de alimento.» Sé que esta cita, de la página 350, es excesiva para una reseña, pero me gustó tanto esta página que quiero que quede aquí registrada, por si me apetece volver a leerla en el futuro.

 

Aunque ya he dicho que esta novela tiene mucho que ver con el naturalismo, Hardy también se permite algunas notas de humor. En este sentido, me ha gustado este párrafo de la página 339: «De pequeña había visto a veces a los cazadores asomados por encima de los setos, escudriñando entre la maleza y apuntando con sus escopetas, vestidos de una manera extraña y con los ojos sedientos de sangre. Aunque en esos momentos parecieran hombres toscos y brutales, le habían explicado, no eran así todos los días del año; en realidad eran personas muy civilizadas, menos ciertas semanas del otoño y el invierno, en que, como los habitantes de la península de Malaca, se comportaban como enajenados y, animados por el único propósito de destruir la vida –en este caso la de unos pájaros inofensivos, criados artificialmente con el único fin de satisfacer estas inclinaciones–, perdían sus modales de caballeros y se volvían salvajes con sus compañeros más débiles en la numerosa familia de la naturaleza.»

 

Como era propio en las novelas del siglo XIX, el narrador de Tess de los d´Urberville interviene en la narración, aunque estas intervenciones se han quedado un tanto anticuadas, no resultan molestas. En más de un caso, el narrador analiza a los personajes con una profundidad que no podrían llevar a cabo (como el narrador nos indica) ellos mismos. En algún momento, el narrador llega a juzgar la conducta de alguno de los personajes, usando un plural mayestático. Siempre, en cualquier caso, el narrador está del lado de Tess, la protagonista trágica de esta historia, que llegará incluso a desear no haber nacido («Jamás en su vida, podía jurarlo por su alma, había hecho nada malo a conciencia. Y, sin embargo, la habían juzgado con la mayor severidad.», página 428).

Tess de los d´Urberville es una novela eminentemente moderna, porque Hardy muestra la débil posición de la mujer en su época con una perspectiva que resulta totalmente actual. A veces la he sentido como si una persona del siglo XXI estuviera escribiendo una novela ambientada en el siglo XIX. Tess de los d´Urberville, además de una novela naturalista, no deja de ser una novela política y de denuncia. «Pocas mujeres se ofrecían para trabajar en el campo en la temporada de invierno, y resultaba más ventajoso contratarlas, porque eran más baratas y hacían su trabajo tan bien como los hombres.» (pág. 346). En este sentido, me ha parecido tan reivindicativa de la pobre posición de la mujer en la sociedad de la época como pueden serlo las novelas de Anne Brontë, La inquilina de Wildfred Hall (1848) y Agnes Grey (1847).

 

Creo que me gustó más Jude el oscuro (1895), la última novela de Thomas Hardy, que Tess de los d´Urberville (1891), la penúltima, pero esta segunda me ha parecido una grandísima novela, en cualquier caso. Las dos son bastantes mejores que El alcalde de Casterbridge (1886), y ésta también es una buena novela.

Cuando comenté Jude el oscuro, acabé diciendo que una de las influencias más claras que mostraba este autor era la de Fiódor Dostoievski, y acabé escribiendo que Thomas Hardy era el «Dostoievski del Támesis» y con Tess de los d´Urberville, repleta de personajes atormentados, me lo ha confirmado. Conecto mucho con este autor; debo acercarme a más libros suyos.