miércoles, 28 de octubre de 2020

Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" por una desconocida

 "UN GRAN RETRATO GENERACIONAL", ME DIJO LA LECTORA DESCONOCIDA


Una mujer llamada Bea Pedrero me enlazó en Twitter a un comentario que había hecho en Goodreads sobre mi novela “Caminaré entre las ratas”. Comprobé que Bea Pedrero y yo nos seguimos mutuamente en Twitter, pero creo que nunca habíamos intercambiado palabra.

La verdad es que esto sí que ha sido toda una sorpresa que, como escritor que ha de conquistar a sus lectores uno a uno, conviene celebrar.
Me gusta que diga lo del "retrato generacional", porque eso fue precisamente lo que traté de hacer en este libro.

Beatriz me ha dado 4/5 estrellas y ha escrito esto sobre mi libro:



domingo, 25 de octubre de 2020

Mis hijas ajenas, por Florencia del Campo

 Leí el poemario "Mis hijas ajenas" de la argentina, residente en España. Florencia del Campo, y lo comenté en un vídeo de mi canal de YouTube. Además de comentar el libro leo algunos de los poemas más significativos.

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miércoles, 21 de octubre de 2020

Gabriel García Márquez, mi canon personal (vídeo)

 Me he grabado hablado de la obra narrativa de Gabriel García Márquez, comentando cuáles son las novelas o libros de relatos que más me gustan. Si lo quieres ver, PINCHA AQUÍ.


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domingo, 18 de octubre de 2020

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, por Álvaro Mutis


Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero,
de Álvaro Mutis

Editorial Siruela. 760 páginas. 1ª edición de 1986-1991; ésta es de 1997.

 

Hace unos veinte años leí La mansión de Araucaíma (1973) de Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-Ciudad de México, 2013). La saqué de la biblioteca pública de Collado Mediano, localidad de la sierra madrileña en la que suelo pasar parte de mis veranos. Casi no recuerdo nada del argumento, pero sí que no me impresionó demasiado. Conocía a Mutis porque –entonces, igual que ahora– estaba pendiente de la literatura latinoamericana, y en los años 90 su serie de Maqroll el Gaviero cada vez iba adquiriendo más prestigio. Imagino que leería alguna reseña sobre ella en algún suplemento cultural de la época. Sé que, desde hace dos décadas, he pensado más de una vez en leer Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, pero quizás me ha acabado desanimando su gran número de páginas, el hecho de que no me terminó de entusiasmar mi primer contacto con la obra de Mutis (La mansión de Araucaíma) y que me parecía extraña la propuesta. ¿Las aventuras de un marinero que busca tierra desde su puesto de gaviero? Me imaginaba que podía ser una obra en exceso simbólica, detenida y poética, que no me iba a gustar (aunque Mutis ha acabado siendo famoso como prosista, durante gran parte de su vida su obra fue poética).

 

Por fin, paseando en la primavera de 2019 por los puestos de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Recoletos, me encontré con una bonita edición de Siruela muy nueva con las siete novelas de Maqroll al aceptable precio de 20 euros (entonces era un libro que no estaba como novedad en las librerías) y decidí comprarlo. A principios del verano de 2020, quise acercarme a algunas grandes (en fama y extensión) novelas latinoamericanas que tenía en casa sin leer y me decidí por Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos y Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis.

 

Álvaro Mutis trabajó en Colombia en la multinacional ESSO, por la que fue demandado por malversar el dinero de la compañía en «quijotadas culturales y ayudas a todo escritor o artista necesitado» (según se puede leer en su ficha de la Wikipedia). Esto hizo que abandonara el país y se estableciera en México en 1956, donde trabajó en el mundo de la publicidad. Durante su vida laboral, en actividades ajenas a la literatura, fue principalmente poeta, pero también publicó algunas obras en prosa. En 1953 publica su libro de poemas en prosa Los elementos del desastre, donde ya aparece el personaje de Maqroll el Gaviero. Será en 1986, con la publicación de La nieve del Almirante, cuando Maqroll se convierta en el protagonista de una novela, que inaugurará una serie que llegará hasta las siete. En 1988, Mutis se jubila y puede dedicar más tiempo a la literatura; así, la saga de Maqroll el Gaviero se completará casi a un libro por año: La nieve del Almirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1988), Un bel morir (1989), La última escala del «Tramp Steamer» (1988), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1990) y Tríptico de mar y tierra (1993).

 

La nieve del Almirante (1986) empieza de un modo muy cervantino: un narrador innominado, que se confiesa seguidor de las andanzas de Maqroll el Gaviero, encuentra en una librería de viejo de Barcelona, en el bolsillo de un libro destinado a guardar mapas, un manuscrito con una nueva aventura de Maqroll, relatada por él mismo en forma de diario. Este diario será el cuerpo central de la novela.

Maqroll remonta el río Xurandó, de un indefinido país latinoamericano, como pasajero a bordo de una lancha. Por las noches lee un libro sobre el Duque de Orléans y escribe el diario antes de dormir. Desde el primer día el viaje será accidentado y no exento de peligros. Maqroll ha oído hablar de unas empresas madereras situadas al pie de la cordillera, de las que le han dicho que puede ser un buen negocio comprar madera para conducirla río abajo. Maqroll estaba conviviendo con una mujer llamada Flor Estévez, que regentaba una tienda llamada La nieve del Almirante en la cordillera. «Creo que sobre la tienda de Flor y mis días en el páramo dejé constancia en algunos papeles anteriores» (pág. 28). Desde esta primera novela, tanto Maqroll como el narrador insinúan que ya existen otros libros anteriores al presente en los que se narran las andanzas de Maqroll.

«Las empresas a las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza. (…) Me intriga sobremanera la forma como se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde su inicio, estos callejones sin salida cuya suma vendría a ser la historia de mi existencia» (pág. 29). Esta idea se irá repitiendo a lo largo de toda la saga; el Gaviero es un ser trashumante, que no consigue asentarse en ningún lugar.

 

Con un dudoso pasaporte chipriota, dominando varios idiomas, los orígenes de Maqroll serán siempre tan inciertos como su destino. Maqroll es un personaje romántico, que encarna los valores clásicos del aventurero, un personaje siempre dispuesto a emprender empresas alocadas, que suelen acabar sin ningún beneficio económico, con gran riesgo para su integridad física y que, tal vez, le hagan encontrar a un nuevo amigo o un nuevo amor.

Ya en La nieve del Almirante se nombra a Abdul Bashur, de Beirut, descendiente de una familia de armadores libaneses y también propenso a la aventura, que será el gran amigo de Maqroll y de cuyos encuentros se hablará en otros libros de la serie.

 

Durante mi lectura de La nieve del Almirante me estaba preguntando cuál era la época que se reflejaba en la novela, porque todo parece más antiguo que el tiempo en el que se ha escrito la historia; pero en realidad, siguiendo la lógica de la serie, Mutis tiene que estar reflejando un tiempo muy cercano al contemporáneo a la escritura.

En La nieve del Almirante, como en otros libros de la serie, la naturaleza constituye una amenaza seria, así como las fuerzas del Estado (ejército) y aquellos que quieren desestabilizar el Estado (guerrillas).

La novela es realmente bella y contiene mucha poesía. En la cuidada construcción de cada párrafo se puede observar el pasado de poeta de Mutis.

«Toda la vida he emprendido esa clase de aventuras, al final de las cuales encuentro el mismo desengaño. Si bien termino siempre por consolarme pensando que en la aventura misma estaba el premio y que no hay que buscar otra cosa diferente que la satisfacción de probar los caminos del mundo» (pág. 82). Estas novelas tendrán también un aire de dejadez existencialista.

Al final de esta bella novela, el primer narrador decide añadir unos cortos episodios sobre otras aventuras de las que tiene constancia acerca de Maqroll. Lo anunciaba al final del prólogo inicial: «También se me ocurre que podría interesar a los lectores del Diario del Gaviero el tener a su alcance algunas otras noticias de Maqroll, relacionadas, en una u otra forma, con hechos y personas a los que hace referencia en su Diario. Por esta razón he reunido al final del volumen algunas crónicas sobre nuestro personaje aparecidas en publicaciones anteriores y que aquí me parce que ocupan el lugar que en verdad les corresponde» (pág. 21). Tengo la sensación de que quizás Mutis se precipita al hacer este añadido final a la novela, parece casi que se ha dado cuenta de que ha encontrado un gran tema narrativo y las historias del Gaviero le quemaran en las manos. Sobre estas breves crónicas de la primera novela se volverá a hablar en las siguientes.

 

En el prólogo de Ilona llega con la lluvia (1988), el narrador nos cuenta que las historias que va a relatar se las escuchó a Maqroll en «horas de vino y remembranzas», que son historias infrecuentes en él, pero no por eso inconfesables o penosas, y que quiere retratarlas aquí con la propia voz del Gaviero, que él va a tratar de emular para los posibles lectores de sus páginas. Aquí nos vamos a encontrar con Maqroll varado en Panamá con su dinero a punto de acabarse, frecuentando demasiados bares y demasiadas copas (la saga de Maqroll también es una exaltación de los grandes bebedores), hasta que se encontrará con Ilona Grabowska, una vieja amiga y amante; que también ha sido amiga y amante de Abdul Bashur. Con ella Maqroll va a montar un rocambolesco prostíbulo.

 

Hasta cierto punto, podemos considerar que Maqroll es un personaje quijotesco, un buscador de aventuras enfrentado al mundo; y Abdul Bashur podría ser entonces su Sancho Panza, pues más de una vez se insinúa en el libro que Abdul se ha ido convirtiendo en un ser más nómada y aventurero tras conocer a Maqroll. Si estiro más este paralelismo Ilona podría ser Dulcinea, una mujer ideal para estos aventureros, que está destinada a volatilizarse de un modo fantasmal, como podía ocurrir en El Quijote.

«Usted sabe que con la ESSO no hay bromas», le dice un personaje a otro en la página 132, lo que no deja de ser un chiste personal de Mutis.

 

En Un bel morir (1989) nos encontramos con Maqroll en una población llamada La Plata (que no es la ciudad argentina, como pensé en primera instancia), a punto de comprometerse en un negocio dudoso: subir a la cordillera el material para una supuesta obra ferroviaria que lleva al puerto de La Plata a lomos de unos burros. Aquí, aunque se insinúa el comienzo de la vejez para Maqroll, éste conocerá a un nuevo y joven amor.

Otra vez, el peligro físico se unirá al de las autoridades y al de grupos terroristas, incluso. En este caso, la novela –sin prólogo– está escrita en tercera persona.

 

Sin embargo, en la cuarta, La última escala del Tramp Steamer (1988), aunque tampoco hay prólogo, la novela (en primera persona) no empieza a narrar una historia de Maqroll sino del narrador, a quien el lector cada vez identifica más con la figura del propio Álvaro Mutis. El narrador es un escritor que, debido a su trabajo ajeno a la escritura, tiene que viajar mucho por el mundo, y al que además le gustan los barcos y subir a ellos. Se encontrará en diversos puertos del mundo con un viejo Tramp Steamer y al final tendrá ocasión de hacer un viaje en él. Al hablar con su capitán Jon Iturri, se dará cuenta de que tienen amigos en común: Jon Iturri vivió una historia de amor con Warda, una hermana de Abdul Bashur. En esta cuarta novela, sobre un amor otoñal y perdido, Maqroll será un personaje bastante secundario.

 

Amirbar (1990) también empieza siendo narrada por Mutis, quien encontrará a Maqroll en una mala pensión de Los Ángeles aquejado de fuertes fiebres. De ahí le llevará a una clínica y más tarde a vivir con su hermano Leopoldo y su mujer en Los Ángeles, para que pueda recuperarse. Leopoldo es el nombre real del hermano de Álvaro Mutis. En otra novela este narrador habla de su mujer Carmen, que es el nombre real de la mujer de Mutis, y también hablará de su amigo Gabriel García Márquez, amigo real de Mutis.

Cuando se vaya recuperando, Maqroll narrará en el jardín de Leopoldo una nueva aventura que vivió buscando oro en algún país indeterminado de Latinoamérica, de nuevo entre dos fuegos, los del Estado y los de los terroristas. De nuevo, vivirá otro amor y saldrá de la aventura sin beneficio económico. «Mi interés por las minas de oro es puramente especulativo. Es decir, me interesaban como exploración de un mundo que me era extraño» (pág. 412).

 

Es muy interesante en esta novela el juego entre los dos narradores. En la página 422 se evocan los lugares en los que Don Quijote dialogaba con Sancho.

«Cuando entramos en alta mar y el barco inició el lento cabeceo contra las olas, sentí que volvía a ser el de siempre: Maqroll el Gaviero, sin patria ni ley» (pág. 477). Aunque se supone que Maqroll es un marinero, casi todas las aventuras que Mutis nos cuenta sobre él transcurren en tierra.

 

En la sexta novela, Abdul Bashur, soñador de navíos (1990), nuestro narrador se encontrará en una estación de tren con Fátima, una de las hermanas de Abdul. Fátima le hará llevar documentos y fotos de su hermano, y el narrador decidirá hablarnos de Abdul esta vez y no de Maqroll, del que hace tiempo que no tiene noticia. En las siete novelas se habla al menos de dos posibles muertes de Maqroll, que entran en el mundo de la especulación y la leyenda y a las que el narrador no acaba de dar crédito.

 

En la séptima y última novela, Tríptico de mar y tierra, Mutis vuelve a Maqroll, y acaba su trilogía con un final muy bello, con un Maqroll ya casi decadente, convertido en el cuidador de unos destartalados astilleros en Pollença (Mallorca), ­–un detalle éste muy onettiano– enfrentado al miedo de lo que supone la paternidad. Aquí Maqroll se convierte un tanto en Abdul; es decir, Quijote pasa a ser Sancho.

 

El nivel es bastante parejo en toda la serie. Me han gustado los juegos entre los dos narradores ­­–Mutis y Maqroll– y las interconexiones entre las novelas. Lo que en una se insinúa, es posible que vaya a ser desarrollado en otra.

 

Como he leído en diversos artículos de internet, Mutis era un gran admirador de las novelas marinas de aventuras de escritores como Joseph Conrad y libros como Lord Jim. Cuando puse alguna foto del libro en las redes sociales, un gran lector colombiano, Samuel Whelpley, me decía que en Colombia a Álvaro Mutis se le consideraba un maestro, pero que tiene pocos lectores. Alguien como Gabriel García Márquez entra, en su escritura, de lleno en la tradición e historia del país, y un escritor como Mutis se sale de la tradición y encuentra un camino propio. Su literatura es puro internacionalismo; es como si Maqroll fuera el habitante de un país constituido por todos los puertos del mundo, donde no es una mera coincidencia encontrarse en Noruega con alguien que conoció en Indonesia, puesto que todos los puertos están conectados. Aunque en muchos casos sus narraciones no están del todo localizadas (la historia puede suceder en Colombia, Perú o Ecuador), sí que es importante el origen de los personajes y la idea de que viven desplazados de ese origen (un egipcio que vive en Escocia, un noruego que pesca en Canadá, etc.)

 

En gran medida, Álvaro Mutis desea que el lector se divierta como cuando era un niño y leía los libros de aventuras de Julio Verne o Emilio Salgari; pero a la vez le guiña el ojo y parece decirle: sé que tienes un bagaje literario, que has leído a Cervantes y a los grandes, y vamos a divertirnos juntos. Maqroll el Gaviero es uno de los grandes personajes de la literatura del siglo XX y Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero se ha convertido desde ya en uno de mis libros favoritos de la literatura latinoamericana.

 

Nota: ahora mismo, la edición que yo he leído de Siruela solo se puede encontrar de segunda mano, pero será interesante saber, para el posible lector de este libro, que hace poco la editorial RM ha vuelto a publicar este grandísimo libro en tapa dura.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" por Manuel Rodíguez

CUANTO TU NOVELA SE ABRE PASO A PESAR DE LOS SILENCIOS

 

(Todo esto ocurrió gracias a Facebook y es muy bonito.)




 

Escribí a algún suplemento o revista cultural para proponerles la lectura de mi novela «Caminaré entre las ratas» y me contestó el viento del desierto y una jauría de grillos enfurecidos. Así que como desde los medios oficiales no me va a hacer caso nadie, se tornan más valiosas si caben las impresiones de los lectores que se acercan a mi libro.

No conozco en persona a Manuel Rodríguez, solo sé de él que vive en Málaga y que es un gran lector. Como también sé por su muro que Manuel se acerca a grandes libros siempre me genera incertidumbre que alguien así se tome la molestia de comprar mi novela y no estar a la altura. Manuel ha sido tan generoso como para comentar varios acercamientos a «Caminaré entre las ratas», que le ha gustado. Los dejo aquí, contento y agradecido.

 

1) “Me he acostumbrado tanto a leer con mi kindle iluminado que anoche, en la terraza, me sorprendí cuando el papel de la novela de David Pérez Vega no brillaba. Tuve que encender la luz y, por ende, ahuyentar a los mosquitos literarios, que acudían al cebo de la bombilla y a las letras de "Caminaré entre las ratas".

Logística aparte, he devorado las sesenta primeras páginas y sólo puedo decir que Eduardo Laporte tenía razón: cosa fina, canela en rama. Además de la calidad de la escritura de David, me une a la narración mi edad y mi titulación universitaria y dedicación profesional. Vamos, que el protagonista podría ser yo, o alguien a quien conozco bien. El Cartarescu de Móstoles, que dijo Eduardo, no defrauda por ahora.”

 

2) “Y aquí sigo con David Pérez Vega y sus ratas gigantes. Ya he pasado el ecuador de la novela, después del capítulo sobre la escapada a Tenerife, y cada vez estoy más de acuerdo con las opiniones entusiastas que había leído antes de empezar el libro. Es ambicioso, no se trata de una novela más, con historias inertes y comerciales, sino de un libro total en el que un protagonista/autor revuelve una época concreta, con su crítica social, su cultismo literario o económico y su dosis de análisis desarraigado, de nostalgia por lo que nunca ocurrió.

Gran Obra.”

 

3) “Terminado. En algún momento intentaré hacer un comentario más elaborado o sesudo. Pero, entusiasmado, no quiero esperar a tener el tiempo y el estado de ánimo para redactar una crítica o similar, y me apetece decir ahora mismo que es un libro que se lee con muchísimas ganas y disfrute: un libro, por tanto, fabuloso.

Creo que David Pérez Vega se arriesga mucho con la elección de temática y "no género", porque no es un escritor novato y, sin embargo, alguien podría interpretar su obra con un desahogo de autoficción -sea lo que sea eso- propio de una novela iniciática. Sin embargo, prefiere jugarse el tipo literario y se adentra en un libro total, donde va reflexionando sobre política, sociedad, economía o sentimiento generacional, a través de un argumento difuso o trivial. Hacer eso es valiente, porque resulta fácil caer en el onanismo literario o que alguien confunda la retroalimentación vital con el experimento de un neófito. Y David no lo hace ni permite que lo hagan con criterio. Aprovecha cualquier rincón de frase o párrafo para reflexionar con hondura pero sin pretenciosidad, con lenguaje y estilo profesional pero sin preciosismo hueco. Y al mismo tiempo se esfuerza en que el lector no se aburra y se mantenga al pie del cañón, cuestión que no es baladí y que, en ocasiones, no recuerdan algunos autores enamorados de sí mismos.

Coincido con Eduardo Laporte en que he disfrutado muchísimo con este libro. De hecho, es una novela larga y la he devorado en un par de días. Cuando un libro te llama a volver en cada momento libre, te deja pensando cada vez que terminas un capítulo y te hace sentir que te gustaría haberlo escrito es que te ha conquistado plenamente. Y es el caso.

Enhorabuena, pero de verdad, con sinceridad y entusiasmo.”

 

Gracias, Manuel

  

domingo, 11 de octubre de 2020

La última vez que fue ayer, por Agustín Márquez


La última vez que fue ayer
, de Agustín Márquez

Editorial Candaya. 156 páginas. 1ª edición de 2019


Conozco a Agustín Márquez (Madrid, 1979) de algunos eventos y presentaciones literarias en Madrid. Además es uno de los editores de La Navaja Suiza y, en una ocasión, fui el presentador de un libro de su editorial (Asesinato de Danielle Collobert). Agustín siempre me ha parecido un hombre modesto, e ignoraba que además de ser editor también escribía. Me alegré por él cuando en 2019 vi que aparecía su primera novela, La última vez que fue ayer, en la editorial Candaya, que –como ya he dicho muchas veces– me parece un referente de la literatura en castellano.

 

Compré esta novela en la Feria del Libro de Madrid de 2019. Fui hasta la caseta de Candaya el día que Agustín estaría firmando. Aunque presentía que el libro me iba a gustar, he tardado más de un año en acercarme a él. La explicación es tan sencilla como delirante: La última vez que fue ayer lo había comprado y, por tanto, no tenía la sensación de que debía leerlo pronto y reseñarlo, como me ocurre con los libros que pido a las editoriales.

 

En realidad estaba leyendo Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis, y como éste es un libro formado por siete novelas cortas, decidí hacer un alto después de la tercera y acercarme al libro de Agustín Márquez, que he tardado en leer poco más de un día.

 

Agustín Márquez ha crecido en una de las ciudades dormitorio del sur de Madrid, no estoy seguro ahora de si Fuenlabrada o Leganés. Para un mostoleño como yo, este nudo sur de Madrid (Móstoles, Alcorcón, Fuenlabrada, Getafe y Leganés) constituye un mundo propio bastante intercambiable. Sé que si Agustín ha crecido en uno de estos cinco municipios ha tenido experiencias vitales similares a las mías, y sobre ellas trata su primera novela, La última vez que fue ayer.

 

El primer bloque de la novela está ambientado en 1988. Un narrador innominado nos introduce, casi desde la primera frase, en el micromundo de su barrio: «La carretera que atraviesa el barrio es una recta de kilómetro y medio. El pavimento está repleto de manchas de aceite, huellas de frenazos y calcomanías de animales» (pág. 13).

El barrio del que habla nunca se ubica en un lugar concreto, y de este modo Márquez parece indicarnos que puede ser cualquier barrio del extrarradio de cualquier ciudad de España en los años 80, un barrio repleto de gente marginal, y al borde de un descampado de cascotes, hierbajos y jeringuillas de yonquis.

 

Márquez despoja a sus protagonistas del nombre: el hermano del narrador será, por ejemplo, el Chico A, y su mejor amigo el Chico B. A otros personajes se les nombrará por su profesión o (los menos) por su apodo. En una entrevista de radio, Márquez dice que ha hecho esto porque opina que el proceso de prosperidad de las ciudades ha hecho que se cosifique a las personas.

 

El narrador es un adolescente que en 1988 habla con naturalidad de su barrio, su familia y sus amigos. Aunque describe realidades crudas, su lenguaje no deja de ser culto: «La carretera es nuestro Rubicón de alquitrán y asfalto» (pág. 15). La verdad es que no me imagino a ningún chico de mi barrio de Móstoles con una referencia como ésta. En la mayoría de los casos usa términos como «masturbarse» por «hacerse pajas»; es decir, aunque el narrador pertenece a su entorno como uno más, a la hora de describirlo se posiciona un tanto por encima de él. En ningún momento se nos hablará de los estudios que el narrador emprende, así que no acabaremos de saber por qué elige la cultura o de dónde le llega. Aunque lo contado por el narrador parece fuertemente apegado a la realidad reflejada en sus palabras, tal vez se esté narrando desde el futuro, desde el mundo conquistado de la cultura.

En cualquier caso, el narrador acabará siendo poco fiable. Aunque la novela es, en apariencia, realista, hay detalles que la acaban por acercar a los parámetros del expresionismo; o bien Márquez ha optado por la exageración en lo contado, o bien su narrador no es fiable. Por ejemplo, en un momento dado el protagonista nos informa de que guarda los restos de un familiar muerto en un arcón. A veces, las escenas exageradas se plantean con intencionalidad cómica. Así, por ejemplo, de un vecino que habla con su muñeca hinchable, se nos cuenta que ha empezado una fase sado en su relación y que esto le lleva a visitar al mecánico del barrio para parchearla, tras apagar cigarrillos en su goma. Un humor negro recorre gran parte de las páginas de esta novela. Otro ejemplo de imagen no realista, creada en función de la fuerza cómica, siempre dentro del humor negro, podría ser ésta: «El hijo del farmacéutico: fallecido. Le han puesto en la tumba una cruz verde que se ilumina por las noches» (pág. 39).

 

Desde 1988 se produce un salto narrativo a un segundo y tercer bloque, que irían casi unidos, y que nos llevan a 1992 y 1994. Ahora el narrador siente que su barrio está perdiendo la esencia, que se está volviendo hipócrita. Si bien en la primera parte el narrador afirmaba: «El descampado es un mundo de mierda, pero esa mierda es Nuestro Mundo» (pág. 24).

En el descampado surge un nuevo concepto urbanístico: la urbanización, mundo cerrado y excluyente, que se enfrentará al del barrio, mundo abierto y proletario. Junto con la urbanización vendrá el centro comercial y el colegio privado. «Albañiles con corbata, mecánicos con las uñas blancas, pobres con dinero. Es el nuevo hábitat del bar: ¿hay algo más cruel para un pobre que otro pobre que cree tener dinero?»

 

Ya he comentado que la mayoría de las escenas descritas en el libro son crudas; aquí existe una premeditada búsqueda de lo sórdido. También las escenas son crueles, y no faltará el amigo del grupo que disfrute torturando animales. En un momento dado, el narrador describe uno detrás de otro a sus vecinos, eludiendo siempre los nombres, y refiriéndose a ellos por el número de piso que ocupan («el vecino del primero tercera» etc.), constituyendo una descalabrada Rúe del Percebe, o ­­–una referencia más culta– un descalabrado La vida instrucciones de uso de Georges Perec.

 

Además de con el lector, el narrador conversa con dos personas: una chica con la que tuvo su primera experiencia sexual y que en los años 90 está en Inglaterra, a la que escribe cartas que nunca sabremos si son contestadas (parece que no). Y también con su hermano mayor –el Chico A–, cuya ausencia tiñe de melancolía toda la novela. El Chico A se ha suicidado antes de que empiece el tiempo narrativo. Y este suceso creará una de las imágenes finales más espeluznantes del libro.

La última vez que fue ayer no es una novela de trama, aunque sí se narran sucesos de continuidad episódica: por ejemplo, sabremos cómo muere uno de los mejores amigos del narrador en un accidente de tráfico (Chico B). La novela, más que crear una trama cerrada, trata de apresar una sensación de derrota en torno a las calles de un barrio de los suburbios, siendo su mayor creación la voz narrativa y el desgarrado lirismo de su lenguaje. En este sentido, diría que el estilo de la novela se parece al del primer Ray Loriga, principalmente a Lo peor de todo. La última vez que fue ayer es una buena novela y gustará, sobre todo, a aquellos lectores que crecieron en la época de los 80 o 90, al aire violento de los descampados. Además, hace poco ganó en Francia el primer premio del Festival Chambéry de Primera Novela y esto hay que celebrarlo. Enhorabuena, Agustín y editorial Candaya.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Roberto Bolaño, mi canon personal (vídeo)

He grabado un vídeo para mi canal de Youtube hablando de las que me parece las mejores novelas del escritor chileno Roberto Bolaño. Si te apetece verlo, PINCHA AQUÍ.

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domingo, 4 de octubre de 2020

La claridad, por Marcelo Luján


La claridad,
de Marcelo Luján

Editorial Páginas de Espuma. 171 páginas. 1ª edición de 2020.


Conocí en persona a Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) en septiembre de 2012. La bloguera y escritora Goizeder Lamariano nos pidió a los dos que le presentáramos su colección de relatos Cuentos pacientes. Ésta fue la primera vez que yo presentaba en una librería el libro de alguien, una situación que me generó una pequeña tensión. Luján tenía ya, por entonces, unas inmensas tablas en esta clase de lides. Creo que fue poco después, cuando Luján me invitó a participar en los Diablos azules en unos eventos que él organizaba sobre el mundo del cuento. El escritor invitado leía uno de sus cuentos, proponía una frase, los participantes escribían una historia, y el escritor invitado debía seleccionar a un ganador. Luego he coincidido con Marcelo Luján en más de una presentación o encuentro literario en Madrid, ciudad en la que vive desde 2001.

Cuando yo hacía reseñas para la revista Eñe, hace un lustro, y acabé abrumado de la cantidad de libros que me querían mandar o que me mandaban, me enviaron a casa sin yo solicitarlo Subsuelo, novela con la Luján ganó el prestigioso premio Dashiell Hammett. No leí en su momento esa novela, que aún descansa en mis estanterías, pero sin embargo me apeteció leer La claridad, porque poco después de quedar este libro ganador del bienal premio Ribera del Duero, empecé a leer comentario sobre él. Este premio se ha convocado seis veces y ya había leído a los ganadores de dos de las convocatorias anteriores: El final del amor de Marcos Giralt Torrente (II) y La vaga ambición de Antonio Ortuño (V). Dos grandes libros de relatos.

 

Marcelo Luján ha ganado este prestigioso premio con un conjunto de, en principio cinco cuentos, a los que en el proceso de edición se unió un sexto.

 

Treinta monedas de carne es el título del primer relato, de una extensión cercana a las treinta páginas. «Puede que haya sido la belleza.» es su primera frase. Desde esta primera línea nos encontramos ya aquí con un narrador que, aunque juega a no conocer del todo los motivos de los personajes, sí que es plenamente consciente de las consecuencias de sus actos. Dos chicas, una española y otra noruega, que no parecen tenerse mucha confianza, y que de hecho se conocen desde hace muy poco tiempo, pasean por un valle en bicicleta. La toma de una bifurcación equivocada hará que pierdan el camino de vuelta al camping en el que están pasando unos días con sus parejas. Marta, la chica española, cada vez se muestra más molesta y resentida contra Astrid, la noruega. «Marta tomará la peor decisión de todas. Acaso la peor de todas las posibles.» (pág. 20), con frases como éstas el narrador le va adelantando constantemente información al lector, generando en él el deseo continuo de querer adelantar páginas para conocer la resolución de la historia.

Podríamos apuntar que la construcción clásica de relatos en el siglo XX sigue las premisas de la teoría del iceberg de Ernest Hemingway, cuando decía aquello de «lo más importante de un relato no es lo cuenta sino lo que no cuenta.». Así se construyen, en gran medida, muchas de las historias de Raymond Carver. En el mundo ficcional creado por Marcelo Luján en La claridad, el lector siente, como en un buen relato clásico, que la narración a la que accede esconde muchos recovecos no contados de los personajes, pero la fuerza del relato, más que estar basada en este juego entre lo contado y lo no contado, está cimentada sobre la idea de contención de la información dada al lector y la sensación de inminente desastre. El lector sabe que algo terrible les va a ocurrir a estas dos chicas y esa idea de fatalidad, de conjunción entre azar y destino inevitable, impone un ritmo muy tenso a la narración.

Pese a que las escenas de este relato son realistas, y hablan de los deseos oscuros de las personas, de las maldades a las que se puede llegar bajo determinadas circunstancias traumáticas, también el relato tiene un punto de fuga que podría ser no realista, una pequeña ventana abierta al género fantástico.

Treinta monedas de carne es un gran relato, una trabajada pieza de orfebrería narrativa que constituye un gran pórtico para el estupendo libro que va a ser La claridad.

 

En Una mala luna el protagonista del relato será también su narrador y, por tanto, Luján ya cambia el estilo narrativo frente al del primero, aunque aquí la historia es narrada desde el futuro y, por tanto, el narrador y protagonista también va adelantando información al lector, generándole inquietud y deseo de conocimiento. Una noche, cuando el narrador es un niño, se despierta y ve a su hermana de pie mirando la pared de la habitación. Ésta es una escena inicial bastante turbadora. De hecho, Una mala luna puede ser leído perfectamente como un cuento de terror, y de nuevo tiene un ligero toque fantástico; un toque fantástico muy del gusto de Henry James, puesto que el lector puede pensar que algún personaje está creyendo sentir o ver lo que no existe, o bien ese personaje está en contacto con alguna fuerza sobrenatural. El hermano pequeño nos hablará del proceso de transformación de su hermana mayor: «Ese año, el último del colegio, empezó a cambiar para siempre. Aunque no sabría decir en qué momento. Solo empezó a cambiar. Era como si se estuviese transformando en otra persona, a veces introvertida, siempre llena de oscuridad.» (pág. 50)

 

Esplendida noche parece un relato escrito a la par que Treinta monedas de carne, puesto que su narrador parece el mismo que el de este primer relato, o al menos el juego narrativo al que apela Luján es el mismo; el de adelantar información sobre un desenlace fatal e inevitable. Además, en Espléndida noche se habla también de un valle, un pantano y un camping, que parecen remitirnos directamente al escenario de la primera composición. Diría que en esta tercera pieza, sobre un camionero que tiene que transportar por la noche pollos, mientras su mujer a dar a luz, pese a comenzar con alguna característica de relato social sobre trabajadores de la carretera –al estilo de En el kilómetro 400 de Ignacio Aldecoa– pronto se desliza hacia las premisas del relato neofantástico que se practica en la actualidad en Argentina. Un relato que, sin ser abiertamente fantástico, contiene elementos extraños, como por ejemplo que aparecen en ellos personajes peculiares que no actúan cómo se espera de ellos. En Espléndida noche, por ejemplo, nuestro camionero se sentirá molesto porque al conducir siente que le suben hormigas por las piernas, que llegarán a morderle, pero al detener el camión y revisar sus bajos no encuentra a ninguno de estos insectos.

 

El vínculo está emparentado con Una mala luna de una doble forma: el narrador vuelve a ser uno de sus protagonistas, que cuenta la historia desde el futuro, y porque directamente aparecen personajes de ese cuento en este otro, once o doce años más tarde. De nuevo, tenemos aquí otro relato sobre la fatalidad, lo inevitable, la violencia y lo siniestro. Y de nuevo la narración bordea, o más bien se adentra, en el terreno del relato fantástico.

 

En La chica de la banda de folk Luján vuelve a usar un narrador en tercera persona, que también tiene más información que los personajes sobre lo que va a ocurrir, pero me parece que su vinculación con los anteriores cuentos impares no es tan fuerte en este caso. De hecho, la narración deja la actualidad (con móviles y JPS) para viajar a la Galicia de 1977 y contarnos, aquí sí directamente, una historia de fantasmas. Pero, de nuevo, al estilo de Henry James, ya que tal vez sea una historia de locura y no de fantasmas.

 

La primera versión del sexto relato, Más oscuro que tu luz, ganó el premio Villa de Mazarrón – Antonio Segado del Olmo. En él una adolescente, que ha perdido a su madre recientemente, tiene alguna experiencia desagradable con la hermana gemela de ésta. De nuevo, un cuento que se mueve en la ambigüedad planteada por Henry James, un cuento de locura o de fantasmas, un cuento solvente, pero para mí de una calidad un poquito inferior a los anteriores, que eran realmente muy buenos.

 

El lenguaje de los relatos está medido y normalmente organizado en frases cortas. Más que buscar la belleza formal, el juego metafórico, Luján ha trabajado su contundencia y su precisión, para organizar, como un ingeniero del relato, el contundente juego entre la información contenida y la narrada, verdadero motor compositivo de este libro. Como la mayoría de los narradores son jóvenes, o bien el narrador omnisciente cede su voz a la de los personajes, Luján hace uso de un registro oral del lenguaje muy medido. En cualquier caso debemos apuntar que Luján elige usar un registro de joven español y no argentino. Esto me ha resultado curioso, porque en la novela La línea del frente de Aixa de la Cruz había un personaje argentino y De la Cruz le pidió ayuda a Luján para no cometer errores con el lenguaje bonaerense de este personaje. Imagino que Luján, que reside en España desde 2001, no habrá necesitado ayuda de nadie para crear este lenguaje.

 

La claridad es un conjunto de seis cuentos de un gran nivel. Los que más me han gustado han sido los cuatro primeros, y esa sensación de estar trabajados a pares. De entre el primero y el tercero me quedo con el primero, y entre el segundo y el cuarto su calidad me parece bastante pareja. La claridad es un libro desasosegante, tenso, maduro, que hará las delicias de cualquier aficionado al cuento, o simplemente a la buena literatura. Creo que ya ha llegado el momento para que lea Subsuelo.