Sánchez, por Esther García
LLovet
Editorial Anagrama, 130
páginas. Primera edición de 2019
Nikki, la narradora de esta novela corta, nos contará –en algún momento de
la interminable noche de verano en la que recorre Madrid en un coche robado–
que fue filóloga, que montó un bar y que lo perdió y que ahora sobrevive
participando en timbas ilegales, en timos o robando cobre. “Yo antes era
filóloga, sí, iba a ver pelis iraníes, dejaba propina, adelantaba por la
izquierda. Hay que ver qué rápido acaba la ruina con la vergüenza”.
Con un ritmo trepidante, muy cinematográfico, la novela empieza con Nikki
encontrando a Sánchez, “un guapo triste, un chulo sin ganas, un macarra de
bajona”, que en el pasado fue su amante. Nikki piensa que Sánchez sabe dónde
localizar a Bertrán, un chico de clase alta, aficionado a los juegos de azar y
al que conocen del lumpen madrileño. Bertrán tiene un galgo que Nikki le quiere
colocar a la italiana Filardi, que organiza carreras de galgos ilegales. La
novela empieza a las dos de la madrugada y la carrera de galgos va a celebrarse
a las ocho de la mañana. La contabilización del tiempo está muy marcada en cada
capítulo, lo que contribuye a la sensación de aceleramiento de los
acontecimientos narrados.
El Madrid que se muestra aquí es más marginal que suburbial, puesto que
algunas escenas tienen lugar en lugares más o menos céntricos (la Castellana, Bravo Murillo…) aunque
también hay otros más alejados (como los merenderos de El Pardo o Mercamadrid).
García Llovet adentra al lector en un mundo de buscavidas y perdedores de la
noche (los personajes principales de Sánchez
son insomnes) de un modo muy convincente. Sin ninguna impostura sobre
descritas, por ejemplo, las timbas ilegales de póquer. “El trile del cubilete
lo conoce todo el mundo. El trile del cubilete es de principiantes, hay hasta
tutoriales den YouTube, no entiendo cómo la gente sigue picando tan fácilmente
con los triles de la calle, pero así es. Nunca subestimes la soberbia del
panoli español.”
En sus entrevistas, García Llovet declara que el primer autor que la llevó
a escribir fue Roberto Bolaño. Si bien en Sánchez
no hay personajes que sean escritores –que serían los primeros que uno
asociaría a Bolaño– si que tenemos muchos personajes perdidos y marginales y,
sobre todo, donde más se siente la huella del chileno en García Llovet es la
prosa con la que construye su voz narrativa. En cada párrafo de Sánchez, igual que ocurre en los de
Bolaño, el lector se verá asaltado por la doble sensación de misterio y amenaza.
El ritmo de la prosa es rápido y cercano a lo contado (aunque el lector recibirá
más información de los personajes gracias al recurso de la analepsis). La frase
es escueta pero nunca vulgar, García Llovet consigue mezclar con soltura
registros diferentes del lenguaje, desde la expresión callejera y juvenil (“ese
perro es un fake”, “conversación tan punki”) hasta la búsqueda de la
originalidad (“árboles viscosos, árboles de ciencia ficción”).
En gran medida, la sensación de misterio y amenaza de la que hablaba la
consigue García Llovet haciendo hincapié en la idea que sus personajes creen en
las reglas del azar –en las rachas, en que alguien es gafe o está tocado por
una suerte inverosímil–, lo que les enfrenta a lo incomprensible de la
existencia.
Sánchez es una magnífica novela corta que se debería leer de un tirón, una novela
eléctrica y fascinante sobre perdedores; es decir, sobre personas, el azar y la
existencia.
(Esta reseña apareció en la revista Librújula, en su versión papel)
Hola, David:
ResponderEliminarTras leer tu reseña, la novela me parece de lo más apetecible. Tomo nota de ella.
Un abrazo