Caballo sea la noche, de Alejandro Morellón.
Editorial Candaya. 89 páginas. 1ª edición de 2019.
Cuando conocí en Madrid, ya hace
unos cuantos años, a Alejandro Morellón
(Madrid, 1985), tan solo había publicado su libro de cuentos La
noche en que caemos, publicado en la editorial Eolas, con el que había ganado el Premio Fundación Monteleón en 2013. Leí este libro y lo reseñé en
2015. Más tarde leería el libro de cuentos El estado natural de las cosas, que
se publicó en 2016 en Caballo de Troya
y que un año más tarde ganaría el prestigioso Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez. Así que tras leer
la novela corta Caballo sea la noche se puede decir que ya me he acercado a
toda la obra publicada de este autor.
Caballo sea
la noche está formada por cinco capítulos en los que se alternan dos voces
narrativas: Alan en los tres capítulos impares y su madre Rosa en los dos
pares. Al abrir el libro el lector se va a topar con la prosa torrencial de
Alan, que narra casi desde el sueño o la duermevela; una duermevela alucinada y
oscura como la noche en la que se siente un caballo desbocado al borde de un
abismo. El lector, en las primeras páginas, aún no dispone de demasiados
elementos para saber desde qué lugar (físico y mental) está escribiendo Alan
(ni siquiera sabrá que se llama así).
Son varios los elementos que llaman
la atención en este primer capítulo: Morellón lo ha escrito sin usar ningún
punto, como si se tratase de una larga oración. Desde el punto de vista
gramatical sí que existen oraciones diferentes, pero –como juego literario, o
como recurso narrativo que pretende mostrar un discurso alocado y sin fisuras–,
se prescinde de los puntos. De hecho, muchas de las oraciones de este capítulo
se unen con una coma y la conjunción «y». Este recurso se usará también en los
cuatro capítulos restantes. Así que, en el límite, siguiendo las reglas del
juego propuesto, nos encontramos con una novela de cinco frases (constituyendo
cada una de ellas un capítulo del libro).
En la segunda página de la novela
(la número 10) me extrañó que el protagonista usara el término «frazada» en vez
de «manta». Aquí pensé que Morellón había escrito una novela con personajes
latinoamericanos, puesto que «frazada» es un término que se usa de forma
habitual en estos países, en vez del más común «manta» en España. Más tarde se
dirá que los protagonistas del libro han vivido en la ciudad de Vigo. Estuve en
la presentación madrileña del libro y cuando se abrió el turno de preguntas le
comenté este tema a Morellón. Como imaginaba, Morellón no había sido consciente
de éste (y algún otro) giro latinoamericano en su prosa. Como había sospechado,
las influencias literarias de Morellón han provocado que a la hora de escribir
se compacten en su mente muchos usos diferentes del castellano. Me parece algo
hermoso esto: las lecturas de Juan
Carlos Onetti, Clarice Lispector
o Armonía Somers han hecho que sea
más importante para Morellón el ritmo y la riqueza del lenguaje que la
verosimilitud en la construcción de un personaje. Y aquí está una de las claves
de la lectura de este libro: Caballo sea
la noche funciona como una creación poética de lenguaje muy por encima de
una creación narrativa de trama. De hecho, la trama (que no quiero desvelar del
todo) se podría explicar casi completa en unas cuantas frases certeras.
Otro detalle que podemos encontrar
en el primer capítulo: el narrador no deja pistas sobre su sexo, no hay ningún
adjetivo o expresión que –gracias al uso del masculino o el femenino– le dé al
lector una idea de si el narrador es (o se considera) un chico o una chica. En
el capítulo dos sabremos, sin embargo, gracias a la voz narrativa de la madre,
que el personaje se llama Alan.
En el capítulo dos nos encontraremos
con la voz narrativa de Rosa, la madre de Alan, que, sentada en un sofá, se
dedica a mirar álbumes de fotos del pasado de la familia, cuando eran felices.
El lector recibirá más información ahora sobre qué está ocurriendo, puesto que,
aunque Rosa también es una persona alterada, su discurso parece más coherente
que el de su hijo.
Si bien los personajes más
importantes de la novela son Alan (narrador en tres capítulos) y Rosa
(narradora en dos capítulos), nos encontramos en realidad con cuatro personajes
principales; puesto que a los dos anteriores debemos sumar el padre Marcelo y el
hermano Óscar, que no están presentes en la casa en el tiempo narrativo de la
novela, pero que aparecen en las invocaciones y recuerdos de Alan y Rosa.
El espacio narrativo del libro es
una casa asfixiante que casi se reduce a dos espacios: la habitación, en la que
Alan trata de dormir todas las horas posibles, y el salón, en el que está la
madre viendo fotos antiguas porque no puede dormir. En este sentido, la casa
como mundo cerrado, donde se dan relaciones familiares enfermizas, me ha
recordado a la novela La azotea de la uruguaya Fernanda Trías, que abrió hace un año el
catálogo de la nueva editorial Tránsito.
El núcleo narrativo de Caballo
sea la noche interpela a la violencia intrafamiliar, y en su
tratamiento de esta violencia, en su punto de vista subjetivo y ambiguo, en el
que las víctimas son las que se cuestionan la esencia de su condición de
víctimas, me ha recordado también a la obra de la ecuatoriana Mónica Ojeda, y sobre todo a su primera
novela publicada en España: Nefando. De hecho, cuando en el
capítulo final nos acercamos a este núcleo de la construcción de la novela,
Morellón hace un homenaje explícito a ese libro al usar la construcción «pecado
nefando» (pág. 78). En otros momentos del libro también se hacen homenajes
explícitos a otros autores latinoamericanos, por ejemplo en la página 45 se
hace este homenaje a José Donoso:
«Eso fue después de que él me descubriera con el cuerpo desnudo ante el espejo,
como un obsceno pájaro de la noche». De hecho, el título de la novela, Caballo sea la noche, es un verso del
poeta ecuatoriano Roy Sigüenza, un
verso perteneciente a un poema famoso en Ecuador y que le fue sugerido a
Morellón por la misma Mónica Ojeda.
Dijo Morellón en la presentación del
libro que le gustaría que esta novela corta (apenas son 80 páginas) se leyera
de un tirón. Considero que es una buena idea, aunque yo la acabé leyendo en dos
días. Como ya he comentado al principio, y como les ha ocurrido a otros
escritores latinoamericanos (estoy pensando sobre todo en Juan Carlos Onetti, aunque debería leer también a Clarice Lispector, que Morellón citó
mucho ese día), más importante que la historia en sí misma es la construcción
lingüística creada para contarla. Caballo
sea la noche es una novela que difícilmente serviría para hacer una
película, porque los acontecimientos que refleja son pocos, pero precisamente
esto mismo hace que brillen sus potentes juegos metafóricos y líricos. Caballo sea la noche es una novela corta
profundamente poética, con páginas escritas con una prosa elegante, trabajada y
oscura.
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