Dog soldiers, de Robert Stone
Editorial Malastierras. 379 páginas. 1ª edición de 1974; esta de 2019.
Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa
Prólogo de Rodrigo Fresán
Fue en 2010 cuando la editorial Libros del Silencio publicó por primera
vez en España Dog soldiers de Robert
Stone (Nueva York, 1937-Cayo Hueso, 2015). Esta novela se había publicado
originalmente en Estados Unidos en 1974 y fue galardonada con el National Book Award correspondiente a
ese año. Además, el reputado crítico Harold
Bloom la incluyó en su comentado canon literario. Después de la súbita
desaparición (por deceso de Gonzalo
Canedo) de la notable editorial Libros del Silencio, es una buena noticia que
la nueva editorial madrileña Malastierras
haya iniciado su andadura en 2019 rescatando este libro valioso y acercándose
de nuevo a los lectores.
La acción de Dog soldiers se sitúa a comienzos de la década de 1970 y sus
primeras sesenta páginas nos llevan hasta Vietnam, a un Saigón en guerra en el
que John Converse sufre el calor y las bombas. Converse es un escritor de
tercera que ha viajado hasta el sudeste asiático con la intención de realizar
crónicas periodísticas. Además cree ser poseedor de un gran sentido de la ética
(en la página 53 se habla de «su sensibilidad progresista»), pero tras
contemplar la evolución de la guerra en tierras camboyanas, ha sido testigo de
algunos actos de brutalidad que han hecho que se tambalee todo su sistema
moral. Nunca se ha considerado una persona que tuviera especial apego por el
dinero (al fin y al cabo es un producto de la cultura hippy californiana de la
década anterior), pero tal vez porque no sabe decir que no a la bella Charmian
(otra norteamericana que se mueve por los bajos fondos de Saigón), decide
meterse en un arriesgado negocio: facilitar la entrada de tres kilos de heroína
pura en California. Para ello, Converse contactará en Vietnam con su antiguo
amigo Ray Hicks, que ha de volver pronto a California, para hacerle llegar la
droga a su mujer Marge, que reside en Berkeley. Hicks también decidirá entrar
en el negocio y tomará la droga de las manos de Converse. A partir de aquí, tras
las primeras sesenta páginas iniciales, la acción se trasladará a California.
La novela está escrita en tercera
persona, y se suele acercar más de una vez a los pensamientos de los
protagonistas usando la técnica del estilo indirecto libre. Lo normal es que en
un capítulo el narrador siga los pasos de Converse y en otros los de Hicks y
Marge.
Como era de suponer, no va a ser
fácil para Converse, Marge y Hicks, que acaban de entrar en el mundo del
crimen, vender la droga en California consiguiendo un gran beneficio. De hecho,
lo más lógico es pensar que han sido engañados y que los verdaderos traficantes
(entre los que podría encontrarse incluso la CIA) les quieren usar como mulas,
sin pagarles nada a cambio.
Dog soldiers es una
novela frenética, repleta de tensión y de persecuciones. En gran medida,
considero que Robert Stone es un heredero de la prosa escueta y concisa de Ernest Hemingway. La novela es muy
cinematográfica y me extrañaba que nunca hubiera sido llevada al cine. Cuando
al acabar el libro leí el prólogo de Rodrigo
Fresán comprobé que, efectivamente, se había hecho una película de esta
novela con el título Who´ll stop de rain?, que en España
se tradujo como Nieve que quema.
Dog soldiers es también
una novela profundamente desencantada. Si la década de 1960 fue en Estados
Unidos (y sobre todo en California) la gran época hippy de la contracultura, la
década abundante en que una generación de jóvenes pensó que podría cambiar el
mundo de sus mayores con la música y apartándose del consumismo, la siguiente
década, la de 1970, va a ser una década depresiva. En 1971, Charles Manson ha
sido declarado culpable de inspirar el asesinato de siete personas, y este
hecho pone fin a la luz y la inocencia del movimiento hippy. En las primeras
páginas de la novela aparece el nombre de Manson, y después hay referencias que
posiblemente le aluden: «A lo mejor se junta con hippies pasados o algo, y le meten ideas raras en la cabeza» (pág.
44). En este comienzo de la década de 1970, Estados Unidos está perdiendo la
guerra en Vietnam y los jóvenes norteamericanos que vuelven a casa en ataúdes
bajan la moral de la nación. «Ahora el país está lleno de fantasmas», se dice
en la página 62, y un poco más abajo: «En cualquier lugar en el que un montón
de gente desgraciada muera joven ‒apuntó Converse, secándose las manos con el paño‒
vas a tener un montón de fantasmas».
En algún comentario se percibe la
ironía de Stone hacia la muerte de la contracultura; así por ejemplo, en la
página 135 leemos: «Las Walther se habían convertido en el arma preferida de la
contracultura»: («Walther» es un tipo de pistola).
La paz y el amor de la década
anterior han devenido en muerte, violencia y desesperación. Converse y Hicks
han vuelto a casa, pero se han traído a Vietnam con ellos. Si bien es cierto
que de forma física, y en primer plano, Vietnam solo aparece en las primeras
sesenta páginas del libro, en realidad recorre de forma subterránea toda la
novela. Los tres kilos de heroína, al fin y al cabo, son el veneno que se han
traído a casa desde las selvas de Asia. De hecho, la heroína se irá connotando
de un poder trágico, pues en vez de prosperidad amoral parece traer desgracias
a sus poseedores. Los tres kilos de heroína se han convertido en La
perla que soñó John Steinbeck en
la California de 1947.
Hicks llega a Estados Unidos y va al
encuentro de Marge, la mujer de Converse. Hicks pronto descubrirá que le siguen
y que tanto él como Marge están en peligro. Así iniciará una frenética huida.
Algunos días después llega Converse a California y empezará también a ser
perseguido por las mismas personas que buscan a Hicks y Marge. En su deseo de
colocar la droga, Hicks recurrirá a todos los contactos que tiene en
California: desde gente del cine hasta un antiguo gurú que, en algún momento de
los felices años 60, consideró que tal vez fuese dios y algunos hippies lo
creyeron. Después, la droga parecerá haber acabado con todo, o al menos
cambiarlo a una realidad menos luminosa y más sórdida. Las referencias
orientales también se suceden. «Debes tener algo de zen», le dice un personaje
a otro en la página 352.
Como ya he apuntado, el lenguaje es
escueto y, en más de un caso, retrata las palabras de los protagonistas (en
esta novela abundan los diálogos), pero este lenguaje está repleto de detalles
muy certeros y luminosos. Gracias a la descripción detallada de lo que ocurre
en Saigón el lector sabe (sin que se lo haya dicho aún Fresán) que Stone estuvo
en Vietnam durante la guerra y que tiene información de primera mano. Los diálogos
de los protagonistas reflejan muy bien el momento histórico por el que
atraviesa Estados Unidos. Entre las páginas 288 y 289 podemos leer este
brillante diálogo de un personaje: «Yo sabía lo que querían: eres un
universitario americano, lo que significa que consigues todo lo que quieres.
Tienes lo mejor de todo lo que hay; lo piensas y lo tienes. La revolución está
de moda: botas, cartucheras y esas mierdas de los chinos. Todos esos chicos de
las urbanizaciones… Sus padres nunca les compraron pistolas de juguete y ahora
quieren armarla gorda. No se van a quedar ellos sin una revolución… Los tíos
más jodidamente ricos del país más rico del mundo… ¿Vas a decirles que uno de
esos chavales de un agujero de Sudamérica puede tener algo que ellos no? Y una
mierda. Si el chaval del agujero ese puede ser revolucionario, ellos también».
Dog soldiers es una novela
explosiva y eléctrica que, gracias a una trama frenética, refleja muy bien las
pulsiones ocultas de una época. Es una novela sólida, y espero que igualmente
sólido sea el camino de la editorial Malastierras, a la que quiero desear desde
aquí un exitoso futuro.
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