domingo, 22 de diciembre de 2019

Dog soldiers, por Robert Stone


Dog soldiers, de Robert Stone

Editorial Malastierras. 379 páginas. 1ª edición de 1974; esta de 2019.
Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa
Prólogo de Rodrigo Fresán

Fue en 2010 cuando la editorial Libros del Silencio publicó por primera vez en España Dog soldiers de Robert Stone (Nueva York, 1937-Cayo Hueso, 2015). Esta novela se había publicado originalmente en Estados Unidos en 1974 y fue galardonada con el National Book Award correspondiente a ese año. Además, el reputado crítico Harold Bloom la incluyó en su comentado canon literario. Después de la súbita desaparición (por deceso de Gonzalo Canedo) de la notable editorial Libros del Silencio, es una buena noticia que la nueva editorial madrileña Malastierras haya iniciado su andadura en 2019 rescatando este libro valioso y acercándose de nuevo a los lectores.

La acción de Dog soldiers se sitúa a comienzos de la década de 1970 y sus primeras sesenta páginas nos llevan hasta Vietnam, a un Saigón en guerra en el que John Converse sufre el calor y las bombas. Converse es un escritor de tercera que ha viajado hasta el sudeste asiático con la intención de realizar crónicas periodísticas. Además cree ser poseedor de un gran sentido de la ética (en la página 53 se habla de «su sensibilidad progresista»), pero tras contemplar la evolución de la guerra en tierras camboyanas, ha sido testigo de algunos actos de brutalidad que han hecho que se tambalee todo su sistema moral. Nunca se ha considerado una persona que tuviera especial apego por el dinero (al fin y al cabo es un producto de la cultura hippy californiana de la década anterior), pero tal vez porque no sabe decir que no a la bella Charmian (otra norteamericana que se mueve por los bajos fondos de Saigón), decide meterse en un arriesgado negocio: facilitar la entrada de tres kilos de heroína pura en California. Para ello, Converse contactará en Vietnam con su antiguo amigo Ray Hicks, que ha de volver pronto a California, para hacerle llegar la droga a su mujer Marge, que reside en Berkeley. Hicks también decidirá entrar en el negocio y tomará la droga de las manos de Converse. A partir de aquí, tras las primeras sesenta páginas iniciales, la acción se trasladará a California.

La novela está escrita en tercera persona, y se suele acercar más de una vez a los pensamientos de los protagonistas usando la técnica del estilo indirecto libre. Lo normal es que en un capítulo el narrador siga los pasos de Converse y en otros los de Hicks y Marge.
Como era de suponer, no va a ser fácil para Converse, Marge y Hicks, que acaban de entrar en el mundo del crimen, vender la droga en California consiguiendo un gran beneficio. De hecho, lo más lógico es pensar que han sido engañados y que los verdaderos traficantes (entre los que podría encontrarse incluso la CIA) les quieren usar como mulas, sin pagarles nada a cambio.

Dog soldiers es una novela frenética, repleta de tensión y de persecuciones. En gran medida, considero que Robert Stone es un heredero de la prosa escueta y concisa de Ernest Hemingway. La novela es muy cinematográfica y me extrañaba que nunca hubiera sido llevada al cine. Cuando al acabar el libro leí el prólogo de Rodrigo Fresán comprobé que, efectivamente, se había hecho una película de esta novela con el título Who´ll stop de rain?, que en España se tradujo como Nieve que quema.
Dog soldiers es también una novela profundamente desencantada. Si la década de 1960 fue en Estados Unidos (y sobre todo en California) la gran época hippy de la contracultura, la década abundante en que una generación de jóvenes pensó que podría cambiar el mundo de sus mayores con la música y apartándose del consumismo, la siguiente década, la de 1970, va a ser una década depresiva. En 1971, Charles Manson ha sido declarado culpable de inspirar el asesinato de siete personas, y este hecho pone fin a la luz y la inocencia del movimiento hippy. En las primeras páginas de la novela aparece el nombre de Manson, y después hay referencias que posiblemente le aluden: «A lo mejor se junta con hippies pasados o algo, y le meten ideas raras en la cabeza» (pág. 44). En este comienzo de la década de 1970, Estados Unidos está perdiendo la guerra en Vietnam y los jóvenes norteamericanos que vuelven a casa en ataúdes bajan la moral de la nación. «Ahora el país está lleno de fantasmas», se dice en la página 62, y un poco más abajo: «En cualquier lugar en el que un montón de gente desgraciada muera joven ‒apuntó Converse, secándose las manos con el paño‒ vas a tener un montón de fantasmas».
En algún comentario se percibe la ironía de Stone hacia la muerte de la contracultura; así por ejemplo, en la página 135 leemos: «Las Walther se habían convertido en el arma preferida de la contracultura»: («Walther» es un tipo de pistola).
La paz y el amor de la década anterior han devenido en muerte, violencia y desesperación. Converse y Hicks han vuelto a casa, pero se han traído a Vietnam con ellos. Si bien es cierto que de forma física, y en primer plano, Vietnam solo aparece en las primeras sesenta páginas del libro, en realidad recorre de forma subterránea toda la novela. Los tres kilos de heroína, al fin y al cabo, son el veneno que se han traído a casa desde las selvas de Asia. De hecho, la heroína se irá connotando de un poder trágico, pues en vez de prosperidad amoral parece traer desgracias a sus poseedores. Los tres kilos de heroína se han convertido en La perla que soñó John Steinbeck en la California de 1947.
Hicks llega a Estados Unidos y va al encuentro de Marge, la mujer de Converse. Hicks pronto descubrirá que le siguen y que tanto él como Marge están en peligro. Así iniciará una frenética huida. Algunos días después llega Converse a California y empezará también a ser perseguido por las mismas personas que buscan a Hicks y Marge. En su deseo de colocar la droga, Hicks recurrirá a todos los contactos que tiene en California: desde gente del cine hasta un antiguo gurú que, en algún momento de los felices años 60, consideró que tal vez fuese dios y algunos hippies lo creyeron. Después, la droga parecerá haber acabado con todo, o al menos cambiarlo a una realidad menos luminosa y más sórdida. Las referencias orientales también se suceden. «Debes tener algo de zen», le dice un personaje a otro en la página 352.

Como ya he apuntado, el lenguaje es escueto y, en más de un caso, retrata las palabras de los protagonistas (en esta novela abundan los diálogos), pero este lenguaje está repleto de detalles muy certeros y luminosos. Gracias a la descripción detallada de lo que ocurre en Saigón el lector sabe (sin que se lo haya dicho aún Fresán) que Stone estuvo en Vietnam durante la guerra y que tiene información de primera mano. Los diálogos de los protagonistas reflejan muy bien el momento histórico por el que atraviesa Estados Unidos. Entre las páginas 288 y 289 podemos leer este brillante diálogo de un personaje: «Yo sabía lo que querían: eres un universitario americano, lo que significa que consigues todo lo que quieres. Tienes lo mejor de todo lo que hay; lo piensas y lo tienes. La revolución está de moda: botas, cartucheras y esas mierdas de los chinos. Todos esos chicos de las urbanizaciones… Sus padres nunca les compraron pistolas de juguete y ahora quieren armarla gorda. No se van a quedar ellos sin una revolución… Los tíos más jodidamente ricos del país más rico del mundo… ¿Vas a decirles que uno de esos chavales de un agujero de Sudamérica puede tener algo que ellos no? Y una mierda. Si el chaval del agujero ese puede ser revolucionario, ellos también».

Dog soldiers es una novela explosiva y eléctrica que, gracias a una trama frenética, refleja muy bien las pulsiones ocultas de una época. Es una novela sólida, y espero que igualmente sólido sea el camino de la editorial Malastierras, a la que quiero desear desde aquí un exitoso futuro.

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