La mala hora, de Gabriel García Márquez
Editorial Debolsillo. 207 páginas. 1ª edición de 1962; ésta es de
2013.
Creía que había leído toda la obra
narrativa de ficción –sus novelas y cuentos– de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927 – Ciudad de
México, 2014), cuando en la biblioteca de Móstoles me di cuenta de que me
faltaba una novela: La mala hora. Quizás debería haberla sacado en préstamo en ese
momento, pero no lo hice y, unas semanas después, comentándolo con un amigo
escritor me dijo que La mala hora no
era una de las novelas buenas de García Márquez y, aunque seguía queriendo
leerla por mi afán completista, acabé olvidando un poco esta lectura. Sin
embargo, en el verano de 2020, mirando libros en el FNAC de Callao, me encontré
con una edición del libro en bolsillo y me apeteció comprarlo y leerlo.
La mala hora se publicó
en 1962, justo entre mis novelas favoritas de García Márquez, El
coronel no tiene quien le escriba (1961) y Cien años de soledad
(1967). En La mala hora, García
Márquez nos acerca a un pueblo a las orillas de un río, que parece guardar más
de una similitud con el pueblo de El
coronel no tiene quien le escriba, aunque en ningún momento he sabido si se
trataba del mismo. El pueblo de La mala
hora, en cualquier caso, está cerca de Macondo, pueblo al que se nombra al
final del segundo capítulo, en la página 49. Nunca aparece el nombre de
Colombia, pero se sobreentiende que García Márquez habla de su país, y
posiblemente de su zona caribeña, de la que él procede, una zona de excesivo
calor, humedad y lluvias torrenciales.
La novela está escrita en tercera
persona y cuenta con un número suficiente de protagonistas como para que
podamos hablar de una novela coral. En la primera página conocemos al padre Ángel,
quien se levanta de madrugada, para hacer sonar las campanas de la iglesia a
las 5 de la mañana y anunciar así el comienzo de un nuevo día en el pueblo.
Esta mañana es la del 4 de octubre, y en la última página, cuando el padre
Ángel se vuelva a levantar será el 21 de octubre. En estos diecisiete días, en
los que transcurre la novela, serán muchos los acontecimientos que se narren,
empezando por un asesinato y acabando con otro.
En el pueblo están apareciendo
pasquines en las puertas de las casas, colocados de noche. En ellos se cuentas
chismes antiguos, cotilleos sobre hijos ilegítimos o sobre infidelidades. De
hecho, será uno de estos pasquines el que provoque la primera muerte. César
Montero lee en la puerta de su casa, al salir de madrugada, que uno de sus
vecinos se acuesta con su mujer. Ofuscado se presenta en su casa y le descarga
la escopeta en el pecho.
Al leer las primeras decenas de
páginas de La mala hora me estaba
acordando de la novela Juntacadáveres de Juan Carlos Onetti, que habla de un
pueblo en el que se abre un prostíbulo y empiezan también a aparecer anónimos
–en lugar de pasquines en las puertas de las casas– descubriendo quiénes lo han
frecuentado. ¿Qué novela se publicó primero? La mala hora es de 1962 y Juntacadáveres
de 1964; así que la idea original de escribir sobre pasquines que se dejan en
las casas de un pueblo sería de García Márquez, pero no podemos hablar en
ningún caso de plagio, puesto que Onetti tiene un estilo narrativo muy
particular y diferente al de García Márquez.
Los pasquines están empezando a
romper la tensa calma a la que se había llegado en el pueblo, después de haber
sufrido el país una guerra civil. Si bien, a algunos personajes los conoceremos
por su nombre, a otros García Márquez nos los muestra representados por su
profesión, como al alcalde. En principio, el alcalde parece un personaje
positivo, alguien que se preocupa por sus vecinos, aunque en diversas
situaciones vemos cómo éstos le rechazan. «Ustedes matan sin anestesia.», le
dirá el dentista al alcalde en la página 69. El alcalde pregunta a una mujer
que hasta cuándo le van a tener rencor y ésta le contesta: «Hasta que nos
resuciten los muertos que nos mataron.» (pág. 79). El alcalde, lógicamente,
forma parte de los vencedores en la última guerra civil, y además parece que
está empezando a hacer buen dinero manejando diversos negocios públicos y
privados desde su puesto de privilegio.
El juez Arcadio es otro de los
personajes destacados del libro, un hombre preocupado porque a su antecedente
en el puesto, once meses antes, le asesinaron tres policías en su despacho,
debido a que durante una borrachera afirmó que quería garantizar unas
elecciones libres.
Aunque el tema de los pasquines
podría parecer una nimiedad, ya hay un muerto en el pueblo y las señoras de las
familias más importantes se juntan con el padre Ángel, porque quieren que éste
intervenga desde el púlpito para que desaparezca la situación. Además el padre
Ángel le mostrará su preocupación al alcalde y éste tomará la decisión de
establecer un toque de queda y organizar rondas nocturnas, algo que
peligrosamente puede hacer recordar a los vecinos épocas violentas y no tan
lejanas.
Ya he comentado que en La mala hora se nombra a Macondo. Me ha
gustado descubrir también que aparece aquí el coronel Aureliano Buendía, quien
durmió una noche en el hotel del pueblo. Aún le quedaban al coronel cinco años
para ser uno de los protagonistas de Cien
años de soledad, y es curioso observar cómo el mundo ficcional de García
Márquez se iba ya construyendo. Aparece un circo, pero no creo que sea el mismo
de los gitanos que aparecían en Macondo. Además La mala hora todavía no es de forma explícita una novela del
«realismo mágico», puesto que no aparecen escenas abiertamente fantásticas en
la realidad contada. Sin embargo, una de sus protagonistas se encuentra por las
noches en el pasillo de su casa con el fantasma de la Mamá Grande, que es la
protagonista de uno de los cuentos más famosos de García Márquez. En otra
escena se nos cuenta que el telegrafista del pueblo envía poemas telegrafiados
a otra telegrafista que no conoce; y estas imágenes empiezan ya a rozar ese
realismo mágico que desbaratará la realidad en su siguiente novela.
La prosa de La mala hora, siguiendo la línea de El coronel no tiene quien le escriba, es más contenida que la de
novelas como Cien años de soledad. En
gran medida la belleza de la prosa de García Márquez –y en La mala hora podemos encontrar muchos ejemplos– se sostiene sobre
su capacidad para incorporar los detalles naturales en las escenas que describe
a sus personajes: por ejemplo, en más de una ocasión canta a lo lejos un
alcaraván, o se describen los colores de los loros que atraviesan el cielo, o
el olor de «los nardos bajo la lluvia», en la primera página, que sería un
recurso similar al del olor de las «almendras amargas» en Crónica de una muerte anunciada. Los olores son muy importantes en
el mundo ficcional de García Márquez. Me ha gustado este detalle: en la crecida
del río, las aguas arrastran una vaca muerte; páginas más tarde, cuando el
lector ya no piensa en esa imagen, se filtrará por las ventanas de las casas el
olor a podredumbre de esa vaca muerta, cuyo cuerpo encalló en alguna orilla del
río.
La mala hora está muy
emparentada con el libro de cuentos Los
funerales de la Mamá Grande. De hecho, ambos libros se publicaron el mismo
año –1962– y el estilo de composición, seco y con fuerza en los diálogos, es el
propio de Ernest Hemingway (más en
los cuentos que en la novela). Los cuentos parecen ambientados en el mismo
pueblo, y uno de sus centro de reunión es «el salón de billar», que aparece en
ambos libros. Además, uno de los cuentos –el titulado Un día de estos– relata
una anécdota, en la que el alcalde del pueblo ha de ir al dentista, que también
aparece en la novela. La tensión política que subyace a ambas obras es también
la misma. Otro cuento se llama La viuda de Montiel, que es un
personaje de La mala hora. En este
cuento aparece también Carmichael, otro de los personajes de La mala hora.
García Márquez pasa de una escena a
otra, de un personaje a otro, marcando que lo narrado tiene lugar de forma
simultánea o sucesiva, con expresiones como «mientras X bajaba las escaleras, Y
hacía tal». De este modo, también se incide en la idea de que todo ocurre en un
espacio muy limitado, donde todos se conocen y se observan entre sí, a pesar de
que no pueden descubrir quién o quiénes están poniendo los pasquines en las
puertas de las casas. «Es todo el pueblo y no es nadie.», sentenciará sobre el
particular la adivina del circo ambulante. Quizás éste sea un sutil nuevo
elemento de realismo mágico.
La tensión va aumentando en la
novela, pero diría que de un modo menos perfecto que en El coronel no tiene quien le escriba. En la construcción coral ya
se adivina la estructura de Cien años de
soledad. La mala hora es una
buena novela, que no está a la altura de mis favoritas de García Márquez, que
parece una obra de transición entre la precisión a lo Hemingway de sus primeras
novelas y el desbordamiento posterior de Cien
años de soledad o El otoño del
patriarca. Me ha gustado leerla, me ha gustado completar el universo
ficcional de Gabriel García Márquez, que ha sido siempre uno de mis escritores
de cabecera.
Me leí estas novelas cortas de García Márquez y sus colecciones de cuentos (Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá grande), mientras hacía la mili en Valladolid ya no sé ni los años que han pasado desde aquello. Sí, sí, cuando yo tenía 20 años el Servicio Militar era obligatorio (si se echan cuentas se puede uno acercar a los años que llevo a cuestas).
ResponderEliminarLos personajes de estas novelas cortas y los de muchos de sus cuentos, amén de los de los de las novelas de más extensión muchas veces saltan de unas a otras obras creando ese espacio mítico que en la literatura del colombiano es Macondo. Siempre le agradeceré al insigne escritor que me dejase escapar del tedio de la milicia y caminar mentalmente por esos parajes que el realismo mágico que practicaba consiguió realizar.
Un fuerte abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarSí, que gran lectura fe juventud fue encontrarse con García Márquez a los 20 años.
Un abrazo