domingo, 2 de octubre de 2022

Recuerdos de vida, por Juan Eduardo Zúñiga


Recuerdos de vida
, de Juan Eduardo Zúñiga

Editorial Galaxia Gutenberg. 119 páginas. 1ª edición de 2019.

 

En el verano de 2020 leí La trilogía de la guerra civil de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919 – 2020), un volumen formado por tres libros de cuentos que me gustó mucho, que tenía algunas narraciones de una calidad altísima. Como dije entonces, La trilogía de la guerra civil contiene algunos de los mejores cuentos que he leído.

Aunque en casa tengo, aún sin leer, un libro que sacó Cátedra en 2019 con las dos primeras novelas cortas de Zúñiga, El coral y las aguas e Inútiles totales, compré en la última Feria del Libro de Madrid Recuerdos de vida. No sabía que existía este pequeño libro de memorias de Zúñiga y me encapriché de él cuando lo vi en la caseta de la editorial Galaxia Gutenberg, un pequeño libro de memorias que se publicó el mismo año que Zúñiga cumplía cien años. Según una nota final, Zúñiga escribió este breve libro entre 2011 y 2018.

 

Recuerdos de vida empieza con Zúñiga rememorando una nevada que cayó en Madrid en el invierno de 1930 o 1931, un fenómeno natural que, para los ojos del niño que fue, revistió la realidad de un halo de extrañeza. La imagen inicial que Zúñiga elige para abrir su libro no parece arbitraria ni casual, ya que el autor se ha caracterizado por ser un enamorado de los idiomas y las literaturas de los países del Este y, en especial, de Rusia, de la que ha llegado a escribir algún ensayo y de la que ha traducido a alguno de sus escritores al español.

 

Los recuerdos de Zúñiga empiezan en un chalet del madrileño barrio de Prosperidad y, sobre todo, de uno de sus cuartos, en el que se encerraba a leer a autores como Julio Verne o Emilio Salgari. «Este fue mi primer espacio confidente, beneficioso por las horas que allí pasaba. Leía cuanto me era posible y dibujaba escenas de las historias que me gustaban.» (pág. 16).

En 1934, con quince años, visita por primera vez la Biblioteca Nacional, donde elaboró un diccionario de jeroglíficos egipcios, una de sus primeras pasiones. Pronto se despertó en él el gusto por el estudio de idiomas: «Siendo adolescente me puse a estudiar francés y poco después inglés, sin profesores, sólo con alguna gramática escolar y utilizando a la vez las guías para viajeros con frases hechas en ambos idiomas.» (pág. 22-23).

 

Uno de los acontecimientos de la vida de Zúñiga será que, a los trece años, un comercial de una editorial deja, por debajo de la puerta de casa, un folleto de una colección de libros, con un texto de la novela Nido de nobles del ruso Iván Turguéniev. Como ya he dicho, Zúñiga se va a enamorar de Rusia y su literatura, unas inquietudes intelectuales que, durante los años del franquismo, le van a ser difíciles de satisfacer, porque desde España se miraba con sospecha cualquier interés por aquel país. Zúñiga no acaba de contarnos si concluye sus estudios universitarios, aunque sí que apunta que acudía de oyente a clases de Filosofía en la Complutense. Sí llegaremos a saber que, mientras mantiene trabajos para ganarse la vida, como un empleo en una fábrica de discos, se dedicará a estudiar por su cuenta idiomas y la cultura de los países del Este: además de Rusia, Hungría, Bulgaria o Rumanía. Y llegará a traducir libros al español de estos idiomas, que en el Madrid de la época no le interesaban a nadie. Incluso sus primeros libros publicados serán ensayos sobre las realidades históricas de algunos países del Este. Uno de los temas más interesantes de estas memorias es ver cómo Zúñiga se evadirá mentalmente de la triste realidad del franquismo a través de las ensoñaciones e idealizaciones de los países del Este y cómo la cultura le sirve para crearse un mundo propio, una habitación propia en el fondo de su mente.

Zúñiga analiza además sus comienzos literarios, su influencia de los escritores eslavos y cómo estos hablan de la realidad a partir de lo elusivo. Así nos hablará de cómo surgió el primer relato de lo que acabaría siendo su magnífica La trilogía de la guerra civil. No hablará de la guerra mostrándonos los combates, sino a las personas del barrio de Arguelles que, después de que la población civil de la zona fuese evacuada, no dejaron sus casas porque les resultaba imposible separarse de sus pertenencias.

Aunque los tres libros de La trilogía de la guerra civil se publicaron ya en democracia, Largo noviembre de Madrid en 1980, La tierra será un paraíso en 1989 y Capital de la gloria en 2003, su gestación proviene de, al menos, la década de 1970. Imagino que más tarde, Zúñiga, que tiene fama de ser un escritor muy autoexigente, puliría esos relatos, impublicables durante el franquismo, hasta su versión final.

 

La familia de Zúñiga deja el barrio de Prosperidad y en un piso de Bravo Murillo será donde el escritor pase los tres años de la guerra, un tiempo que le dejará profundamente marcado. En 1938 será llamado a filas con la quinta de los jóvenes que cumplían entonces los diecinueve años. Será su exagerada delgadez y sus gafas lo que haga que no sea enviado al frente. Sí que tenía que acudir cada mañana a la Comandancia para recibir una instrucción. Esta experiencia le llevará a escribir su primera novela corta (rescatada ahora por Cátedra), titulada Inútiles totales.

También nos hablará de la gestación de la novela El coral y las aguas, que escribió en el desaparecido Café Michigan. Zuñiga quiso alejarse del realismo social de aquellos años, escribiendo en clave sobre los abusos del franquismo, y así trasladó su historia a una isla de la Grecia clásica. Aunque la novela la publicó la editorial Seix Barral pasaría sin pena ni gloria porque nadie entendió bien el juego de crítica de la realidad que planteaba su novela histórica.

Zúñiga no habla de modo directo del franquismo, sino ‒como aprendió de los rusos‒ de un modo elusivo, pero de puntillas se va filtrando la situación económica (su familia cayó en desgracia tras la guerra) y las duras condiciones morales de la época. Nos hablará también de las tertulias a las que empieza a acudir y de la gente que conocerá en ellas, y de las precauciones que tienen que tomar ante los confidentes de la policía política que pululaban por esos espacios.

 

Zúñiga es un escritor profundamente madrileño y, sin embargo, estas memorias, estos Recuerdos de vida, acaban pareciendo estar escritos por un escritor de un país del Este, un escritor que ha de enfrentarse al silencio de su régimen dictatorial durante unas décadas oscuras.

Recuerdos de vida es un libro bellísimo, de una vitalidad envidiable en un escritor que ha madurado estas escasas páginas durante la última década de su vida, que llegó a los ciento un años. Un libro que nos recuerda el poder balsámico de la literatura y la cultura, sobre todo durante los años más difíciles.

A ver si me acerco pronto al libro de Cátedra con las dos novelas iniciales de Zúñiga, que tienen muy buena pinta. Diría que por no haber destacado en el género de la novela, sino en el del cuento, que es más minoritario, Zúñiga no es un autor tan conocido como debería. Es uno de los grandes autores españoles de los últimos cien años, todo un maestro.

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