Plata quemada, de Ricardo Piglia
Editorial Anagrama. 227 páginas. 1ª edición de 1997; ésta es de 2015.
De Ricardo Piglia (Adrogué, provincia de Buenos Aires, 1940 – Buenos
Aires, 2017) había leído hasta ahora buena parte de su obra: las novelas Respiración
artificial, Blanco nocturno y El camino de Ida; sus libros de
cuentos La invasión, Prisión Perpetua y Los
casos del comisario Croce, su ensayo El último lector y sus
diarios Los diarios de Emilio Renzi. Sabía que a Plata quemada se la
considera una de las novelas más destacadas de Piglia, uno de mis autores
favoritos de los últimos tiempos. No he había acercado a ella porque estuvo
envuelta en un escándalo en Argentina, cuando le fue concedido a Piglia allá el
premio Planeta, acusando a la editorial de haber concedido un premio pactado de
antemano por una novela que Piglia ya tenía contratada previamente. En
realidad, pensándolo en frío, lo llamativo es que algo así sea motivo de
escándalo en Argentina, cuando en España el hecho de que el premio Planeta (como
tantos otros correspondientes a editoriales privadas) está concedido de
antemano es de sobra conocido y aceptado. «¡Qué escándalo, he descubierto que
aquí se juega!», decía el policía de Casablanca en el local de Rick. Pues
eso. Que hubiera polémica con el premio Planeta concedido a Plata quemada no rebaja, en cualquier casa,
el aliento literario con el que Piglia pudo escribirla. Y, tras acabarla, digo
ya que se ha convertido en uno de sus libros favoritos para mí, que soy un gran
admirador. Vi la novela en La Casa del
Libro de Gran Vía, en Madrid, y sentí el impulso de comprarla y de leerla
de forma inmediata. Como así hice.
Según la contraportada, «esta novela
cuenta una historia real. Se trata de un caso de la crónica policial que tuvo
como escenarios Buenos Aires y Montevideo en 1965.» Al comentar en las redes
sociales que estaba leyendo esta novela, un contacto argentino me señaló que,
en realidad, no se trataba de una verdadera novela de no ficción sobre un
crimen real, al estilo de A sangre fría de Truman Capote, sino que Piglia se había
inventado casi todo. Llegó un momento que casi me convenció de que la novela al
completo era una ficción, pero algún otro contacto me hizo ver que el caso
policial sí que había existido en el Río de la Plata de 1965. He leído algún
artículo de la prensa uruguaya (sobre todo uno del escritor Leonardo Haberkorn) donde se precisa
que, aunque el caso policial fue real, Piglia se tomó más de una licencia
poética al recrearlo. En las páginas finales de la novela, Piglia ha dejado un
epílogo, que empieza con estas palabras: «Esta novela cuenta una historia
real.» (pág. 221), al final del epílogo narra el encuentro en un tren con la
novia de uno de los atracadores del banco, y dice que así es cómo comienza su
interés por la historia. Este encuentro, al parecer, es falso; o más bien,
también forma parte de la ficción. Me parece un juego interesante sobre los
límites de la ficción y el periodismo o la novela de investigación. Piglia le
hace creer al lector que todo lo que ha leído se ha basado en entrevistas con
los testigos, reproducciones de los juicios, los informes policiales o
psiquiátricos, y puede que no sea así, que, con el sustrato de un caso policial
real, lo cierto es que haya construido una ficción. En algún momento de la
novela, Piglia recrea los pensamientos de personajes que van a morir en el
tiempo narrativo del libro y, por tanto, no existe posibilidad real de que
pueda haber accedido a esos pensamientos en una investigación personal.
La discusión sobre la realidad o no
de lo narrado me parece interesante, pero no es determinante para el disfrute
de esta novela. Que lo contado esté basado en un informe policial o provenga de
la imaginación de Piglia no hace a la obra literaria más o menos valiosa; el
triunfo de un libro como Plata quemada
(o de cualquier otro) ha de ser literario, ha de contener una verdad en su
propia lógica, sin necesidad de apoyarse en el dato que provenga de la pura
realidad.
A finales de 1965 un grupo de
delincuentes comunes recibe un soplo sobre un furgón que ha de salir de un
banco, en San Fernando, un barrio residencial a las afueras de Buenos Aires,
con el dinero de los sueldos de una compañía, y organizan un asalto. El atraco
no va a ser nada sofisticado; de hecho, la banda de criminales retratados en Plata quemada pertenece a «la pesada»,
que es, como en jerga argentina, se designa a un grupo de criminales violentes
y con facilidad para usar armas de fuego. En el atraco están involucrados
miembros de la policía, pero el grupo de delincuentes decide jugársela y huir
con el dinero sin repartirlo con ellos. La idea será permanecer unos días en un
departamento de Buenos Aires, para pasar poco después a Montevideo, donde
tienen preparado otro departamento y esperar allí a que se calmen las aguas.
En el primer capítulo Piglia
presenta a sus personajes y el escenario en el que se va a cometer el crimen.
Entre el elenco de personajes destacan «los mellizos»: «Los llaman los mellizos
porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos.». Dorda es
grande y rubio, un tipo casi sin palabras,
el «Gaucho Rubio» le llaman. Un tipo que, como nos recordará su informe
psiquiátrico de la cárcel oye voces dentro de su cabeza, a las que siente como
una interferencia de radio. Dorda procede del interior, del campo, donde empezó
a matar pequeños animales, hasta que pronto asesinó a una persona, iniciando
una carrera de «criminal nato». El Nene Brignone es flaco y además es la voz de
Dorda, con el que parece entenderse por gestos. Dorda y Brignone también son amantes,
aunque ninguno se consideraría a sí mismo como un «homosexual». En gran medida,
Plata quemada es una novela sobre «vieja
masculinidad», sobre un mundo de hombres que confían en la violencia y la
agresividad como un modo de vida, en un mundo de hombres cuya idea de gallardía
y valor es la de morir antes de entregarse a la policía, la de morir matando.
«La escuché como si me encontrara frente a una versión argentina de una
tragedia griega. Los héroes deciden enfrentar la muerte y resistir, y eligen la
muerte como destino.», escribe Piglia en el epílogo, en la página 225 del
libro.
Uno de las grandes logros de la
novela es la mezcla de registros lingüísticos, desde el puramente periodístico,
al policial, al psiquiátrico, y sobre todo al propio de los criminales
rioplatenses, «Yuta», «cana» o «taquería» serán, por ejemplo, tres sinónimos de
«policía». Otro de los logros de Piglia es su capacidad para contar la historia
sin juzgar a los personajes. En realidad, tanto policías como criminales
parecen pertenecer al mismo mundo siniestro. Piglia no enfrente a la luz contra
la oscuridad, ni al orden frente al caos, sino a dos haces de oscuridades
diferentes que chocan entre sí. Además se habla también aquí de los «crímenes
ideológicos», puesto que las bandas políticas y terroristas que luchaban por la
vuelta de Perón al país en más de un caso han devenido, y se han mezclado, con
la delincuencia común. «Los pistoleros se cortan, en el momento de ser
detenidos, con yilé, en los antebrazos y en las piernas para no ser picaneados.
“Si hay sangre no hay picana, porque con la corriente te vas en seco”.», (pág.
60) así se habla de las torturas policiales.
Me ha gustado que también aparece en
Plata quemada como personaje Emilio
Renzi, un joven periodista que está realizando una crónica del caso. Renzi es
el alter ego de Piglia, que aparece en más de uno de sus libros. En Plata quemada se hace una descripción de
Renzi (con anteojos y pelo enrulado) que coincide con la del mismo Piglia. En Los diarios de Emilio Renzi, Piglia
usaba a este personaje para hablar de sí mismo. En estos diarios, Piglia
mostraba en muchos momentos su interés por el género policial. Si bien en obras
como Blanco nocturno, homenajea a
autores como Raymond Chandler, en Plata
quemada parece homenajear a los libros de crímenes reales, como el que ya
he citado A sangre fría de Truman
Capote.
El final del libro me ha parecido
muy bello, intercalando las violentas escenas de un tiroteo entre la policía y
los delincuentes con los recuerdos de la infancia de Dorda. En estas páginas,
Piglia consigue que el lector sienta empatía y compasión por Dorda, el
«criminal nato».
Ricardo Piglia es un autor de
grandes páginas, de grandes rachas literarias en sus libros, y en más de un
caso sus novelas acaban por írsele de las manos o por desinflarse. Plata quemada me ha parecido tal vez su libro más redondo;
una obra de arte muy lograda.
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