domingo, 31 de enero de 2021

Tránsito, por Rache

 

Tránsito, de Raquel Cusk

Editorial Libros del Asteroide. 221 páginas. 1ª edición de 2016; ésta es de 2017.

Traducción de Marta Alcaraz

 

Ya comenté la semana pasada que tomé prestado de la biblioteca Eugenio Trías, situada en el parque del Retiro en Madrid, la trilogía de Raquel Cusk (Canadá, 1967), formada por A contralúz, Tránsito y Prestigio, que le ha publicado en España Libros del Asteroide.

Después de acabar A contralúz empecé con Tránsito. La narradora de esta segunda entrega es la misma que la de la anterior; una escritora llamada Faye (igual que la otra vez, su nombre solo aparecerá hacia el final de la novela), que tras su divorcio ha dejado la campiña inglesa con sus dos hijos y se ha instalado en Londres, ciudad en la vivió años atrás. En A contralúz, Faye viajaba a Grecia, para dar un curso de literatura creativa y la novela retrataba a las personas con la que ella se relacionaba en este viaje, y que tendían a hablar de sí mismas sin pudor y con una gran capacidad de análisis.

Ya comenté que, aunque el libro me acabó gustando, tuve la sensación de que A contralúz se le podían achacar algunas imposturas: que todas las personas con las que Faye se cruzaba se abrieran ante ella a un nivel de profundidad similar, y que todas pudieran conocerse a sí mismas con gran capacidad de detalle y de autoanálisis; además, casi todas tenían problemas similares (parejas, divorcios, hijos…); por añadidura, aunque muchas eran griegas no parecían tener mayores dificultades en hablar, con la profundidad comentada, en inglés (también es posible que en Grecia el «nivel medio/alto» de inglés de los currículums sea diferente al de España).

 

En A contralúz, Faye está tratando de comprar una casa en Londres, y en plena clase en Atenas recibe una llamada de su banco para comunicarle que le han denegado la ampliación de su hipoteca. En Tránsito, ya ha comprado esta casa y está reformándola.

Durante la primera parte de esta segunda novela, Faye nos hablará de algunos de sus encuentros con el agente inmobiliario y el contratista de la reforma. En estas páginas, la propuesta de Cusk me ha recordado un poco a algunas reflexiones que el escritor Richard Ford hace en su serie de novelas protagonizadas por Frank Bascombe, que se dedica –precisamente– a vender casas. Bascombe reflexionaba sobre las esperanzas a veces desmesuradas que las personas tienen en cambiar de vida al mudarse de casa, y reflexiones similares recoge Faye de su agente inmobiliario y también de su contratista. Lemos en la página 145: «Lo que Gavin entendía era lo vulnerable que eras cuando tenías la casa hecha jirones. Es como estar en una mesa de operaciones, dijo Amanda», y sobre esta mesa de operaciones trata en gran medida Tránsito (el propio título nos indica que la protagonista se siente en un momento de cambio en su vida).

 

Debería decir, desde ya, que en esta ocasión la propuesta de Rachel Cusk me ha parecido más conseguida, o al menos yo he entrado mucho mejor en ella. Faye sigue hablando poco de sí misma y recogiendo las historias que los demás le transmiten. Ahora el escenario es Londres y no Atenas, así que la barrera del idioma no existe, y cuando da voz a algunos de los obreros que trabajan en su casa, como Pavel, que es polaco, sí quedan registradas sus dificultades con el inglés.

 

            En algún momento, el deseo de ocultarse de la narradora resulta misterioso y también desconcertante. Por ejemplo, se relata un encuentro literario en el que dos escritores y Faye tienen que dar una charla sobre sus últimos libros a un público. Faye registra las historias que cuentan sus dos compañeros de oficio (ya conté al comentar A contralúz que Faye es escritora, y que actúa como una especie de alter ego de Rachel Cusk), que son buenas narraciones, que actúan dentro de la novela como narraciones cortas de gran potencia, pero a la hora en la que le toca hablar a ella dice que va a leer un texto que trae preparado de casa y no lo muestra en la novela. «Leí en voz alta lo que había escrito. Cuando hube terminado, doblé los papeles y volví a meterlos en el bolso mientras el público aplaudía.» (pág. 100). Este juego en el texto puede azuzar la curiosidad del lector, ¿habrá hablado de su divorcio, que fue el tema de sus anteriores novelas, como Despojos. Sobre el matrimonio y la separación (publicado recientemente en España por Libros del Asteroide)? Poco después sucede algo que más que curiosidad puede mover al desconcierto del lector: el moderador del evento literario se empeña en acompañar a la autora hasta su hotel, y Faye parece darle indicaciones de que no quiere un encuentro sexual, «Me detuve antes de subir. Le di las gracias por acompañarme, me giré y enfilé los escalones» (pág. 111), poco después: «Su cuerpo alcanzó el mío; me empujó contra la puerta y me besó». Se describe esta escena, los olores, la presión de los cuerpos; y, por fin, Faye le da las buenas noches al moderador, entra en el hotel y cierra la puerta. Esto es todo, Faye no hará ningún comentario sobre el comportamiento de su acompañante. Lo ocurrido no será juzgado de ningún modo. Será el lector el que tenga que interpretar la escena o las emociones de su narradora. En estos momentos es cuando la propuesta de Cusk me resulta más artificiosa, más producto de una fórmula preconcebida que fruto de emociones profundas, y estas ausencias de juicios de valor sobre lo que protagonista ve, en más de una ocasión, he tenido la sensación de que restaban verdad narrativa a la propuesta. En cierto modo, me ocurrió algo parecido al leer los libros autobiográficos de J. M. Coetzee, Infancia y Juventud, sobre todo con una escena de Juventud en la que Coetzee en Londres se acostaba un día con un hombre y decía algo como «así que esto es lo que siente uno al acostarse con un hombre», y no había ninguna reflexión más sobre este episodio homosexual en una vida heterosexual. Así que al final, tanto Coetzee con Cusk se enfrentan a la experiencia vital desde una mirada un tanto lejana y fría que puede no convencer a algunos lectores.

 

Sin embargo, en Tránsito se filtran más elementos de la vida de Faye que los que se mostraban en A contralúz. Es interesante el retrato de sus vecinos de abajo, que han establecido con ella una mala relación. Faye irá a la peluquería y también nos narrará la conversación que tendrá con el peluquero, que vuelve a ser un interesante relato corto sobre relaciones personales y la idea de la maduración personal.

 

Me ha gustado el capítulo en el que Faye recibe a una estudiante en su casa y ésta le habla de su fascinación por el pintor norteamericano Marsden Hartley. La estudiante cuenta la vida del pintor y son páginas muy buenas. Lo he buscado en internet y he descubierto que Marsden Hartley, al que no conocía, es un personaje real.

 

Aunque en muchas escenas, Faye no emite ningún juicio sobre sus interlocutores, hay algunas apreciaciones que hace sobre ellos que me han parecido certeras y bellas. Por ejemplo ésta: «Amanda tenía un aspecto juvenil sobre el que la pátina de la edad parecía torpemente aplicada; era como si, más que envejecer, la hubieran tratado sin el debido cuidado, como la fotografía arrugada de una niña.» (pág. 141), o ésta: «Lo malo de ser sincero, dijo Julian, es que tardas mucho en darte cuenta de que los demás saben mentir.» (pág. 87)

 

Faye también da clases en un taller literario fuera de casa, y nos relatará las ideas, relatos y proyectos de sus alumnos. Sin embargo, nunca le contará al lector sobre qué está escribiendo o leyendo ella. En algún momento me ha exasperado un poco que esta escritora de éxito no se acerque a ningún libro; en un escena sale de casa y tiene que esperar a una amiga más de una hora en un café y no se ha llevado un libro para leer mientras (¿qué clase de escritor verdadero hace eso?). Sin embargo, sí sabremos que hay muchos libros en su casa y en un momento dado cita a Samuel Beckett (lo que ha contribuido a que me pueda tranquilizar).

 

En el último capítulo hay más diálogos que en el resto del libro y fluye muy bien. Una frase de la última página me intriga: «Sentí el cambio dentro de mí, lejos, agitándose en lo más profundo, debajo de la superficie de las cosas, como las placas tectónicas moviéndose ciegamente sobre sus rastros negros.» (pág. 221).

Esta trilogía va a más y esta misma noche, cuando termine de escribir esta reseña y cene, empezaré con Prestigio.

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