Editorial Libros del Asteroide. 200 páginas. 1ª edición de 2018.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Ya comenté que saqué de la biblioteca Eugenio Trías los tres
libros de la trilogía de Raquel Cusk
(Canadá, 1967) sobre su alter ego Faye, y que los estaba leyendo seguidos. En
realidad, los he leído como si se tratase de la misma novela. El título de la
primera entrega, A contraluz, hablaba de la capacidad de la autora para observar
el interior de las personas con las que se cruza, o más bien de la posibilidad
azarosa de que estas personas le contasen sus intimidades. A contraluz transcurría en Grecia. El título del siguiente libro, Tránsito,
hacía referencia a la propia vida de Faye, que estaba reformando su nueva casa
en Londres, donde había ido a vivir con sus dos hijos después de su divorcio.
En una frase de la última página de esta
segunda entrega, se insinuaba que la vida de Faye iba a cambiar: «Sentí el
cambio debajo de mí, lejos, agitándose en lo más profundo, debajo de la
superficie de las cosas, como las placas tectónicas moviéndose ciegamente sobre
sus rastros negros.» Yo pensaba que quizás iba a cambiar su vida sentimental,
porque parecía insinuarse que había conocido a un hombre que parecía interesarle
lo suficiente. Pero, como ya he comentado en mis dos reseñas anteriores, el
juego de Cusk en estos libros es el de esconder a su narradora y dejar hablar a
las personas con las que se encuentra. Una lectura atenta de Prestigio me hace ver que no iba
desencaminado; en la página 77 leemos que una periodista le dice a Faye: «He
leído que ha vuelto usted a casarse –añadió–. Reconozco que me sorprendió. Pero
no se preocupe, no voy a centrarme en lo personal.» El lector no sabrá nunca
con quién se ha casado Faye, ni su interés como narradora pasa por
revelárnoslo, ni por hablarnos de su nueva relación.
Prestigio empieza de
un modo similar a A contraluz: Faye
toma un avión porque la han invitado a un evento literario en otro país, y su
compañero de asiento empieza a hablarle de su vida, hasta un punto de intimidad
que puede llegar a romper las barreras del pacto de la ficción entre el autor y
el lector. Ya he comentado en las otras reseñas que para disfrutar de estos
libros de Rachel Cusk uno tiene que aceptar que los desconocidos, que la
narradora va conociendo, están dispuestos a desgranar su vida íntima ante ella
sin pudor, y que la capacidad de estas personas para analizarse a sí mismas es
la propia (siempre) de grandes narradores orales.
Esta primera narración oral de la
que va a disfrutar Faye y el lector con ella, me ha hecho darme cuenta de que
un elemento en común en los tres libros, hasta el punto de que tiene un
carácter unificador, es el de la importancia que tienen las mascotas en las vidas
de las personas. Algunos de los narradores de estos libros sienten, por
ejemplo, que su perro es un medidor del cariño existente entre ellos y sus
hijos, o que el perro es una figura para los hijos más importante que alguno de
sus progenitores. En más de un caso, los perros sufren malos tratos (en este
sentido es estupenda y espeluznante la historia sobre un perro que atacaba la
comida de sus dueños en A contraluz)
y los golpes que reciben simbolizan las frustraciones más oscuras de las
personas.
En Prestigio Faye se va a adentrar, de un modo más intenso y
exhaustivo que como lo hizo en A
contraluz, en el mundo de los festivales literarios. Principalmente, las
personas que van a quedar retratadas en este libro serán editores, escritores,
jefes de prensa o periodistas culturales. El título del libro no deja de ser
irónico, ya que, en gran medida, parece –según lo que nos cuenta Cusk,
camuflada tras la envoltura de Faye– que las personas que forman parte del
mundo literario no suelen hablar mucho de la pasión literaria en sí misma, sino
que hablan de su cansancio como actores de los eventos literarios que repiten
en muchos lugares las mismas frases, o que hablan de dinero o de sus
relaciones. La musa está en otra parte, pero no en los festivales literarios,
ni entre los propios escritores. Sin embargo, esta mirada al mundo de la
literatura desde dentro, de un modo en principio aséptico, pero que no deja de
ser ácido, va a dar algunas de las páginas más interesantes de esta trilogía.
«Nuestro mayor éxito ha sido el Sudoku», le confiesa un joven y talentoso nuevo
editor a Faye. Los dos saben que la solvencia que los libros de Sudoku han dado
a la empresa es lo que ha permitido, en gran medida, que la editorial se pueda permitir
arriesgarse con propuestas como puede ser la del libro de Faye, que es el
motivo por el que ella se encuentra en este festival. Este libro ha de ser, en
la realidad, A contraluz, pues un
periodista quiere entrevistar a Faye usando una técnica que ella usaba en un
taller de literatura impartido en Atenas y narrado en el libro que se presenta
en el nuevo festival y que el lector atento conoce.
En la página 99 de Prestigio aparece Ryan, un escritor
irlandés con el que el Faye ya se encontró –y conversó, por supuesto– en Atenas,
en otro festival, lo que fue narrado en A
contraluz. Ryan era entonces un profesor universitario que le confesaba a
Faye que le gustaba más disfrutar de los festivales literarios que de escribir.
Ahora, unos años después, se ha convertido en un escritor de éxito, gracias a
un libro firmado con seudónimo, junto con otra autora; por supuesto, hablando
de un tema de actualidad. «No sabía si yo había probado a correr alguna vez,
pero era muy parecido a meditar: se había puesto de moda escribir sobre eso, y
pensaba intentarlo si encontraba el momento.», le dirá en la página 105,
tratando ya de emular a Haruki Murakami y queriendo escribir sobre
otro tema de moda. En un momento dado se cita al escritor austriaco Thomas Bernhard, y aquí parece haber
una pista sobre el verdadero tono ácido de lo contado.
Cuando Faye tiene que entrevistarse
con un periodista se dará la paradoja de que serán los entrevistadores los que
acabarán contándole su vida a la persona que han de entrevistar, y Faye le
ocultará al lector las propias palabras que ella le ha dado al entrevistador.
Es interesante la reflexión que hace
un crítico en la página 157 según la cual los escritores valoran sus obras
según el éxito que tienen ante el público.
El tramo final del libro es un alegato
antimachista, puesto que una traductora le va a narrar a Faye la historia de
maltrato que ha sufrido con su exmarido. Como es costumbre, Faye no juzga las
historias que recibe, solo las reproduce y tendrá que ser el lector quien las
juzgue si así lo desea.
Ya he señalado algunos «peros» de
esta trilogía de Rachel Cusk, en resumen serían que a veces se rompe el pacto
de credibilidad narrativa entre el autor y el lector, porque el lector ha de
aceptar que todos los personajes con los que se cruza la narradora están
dispuestos a desnudar su intimidad ante ella, y que todos estos interlocutores
tienen una capacidad de autoanálisis sorprendente. Además la narración puede
resultar un tanto fría, porque Faye no opina sobre lo narrado, simplemente lo
reproduce. Como narración tradición estos libros serían novelas fallidas,
porque en ellos no hay evolución del personaje y no hay puramente tensión
narrativa, sino una repetición de un juego narrativo (el del encuentro con el
otro). Sin embargo, estos relatos que Cusk nos cuenta sobre esos personajes con
los que se encuentra Faye contienen altas dosis de tensión narrativa y de
momentos brillantes. Así que esta trilogía sería, en gran medida, un conjunto
de cuentos hilvanados de un modo artificioso. La mayoría de estos cuentos son
muy buenos.
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