Editorial Seix Barral. 185 páginas. 1ª edición de 2020.
Sigo la obra de Alberto Olmos (Segovia, 1975) desde que empezó, puesto que leí su
primera novela, A bordo del naufragio, cuando hizo su aparición allá por 1998.
Desde entonces, he leído casi todo lo que ha publicado y me acerco
habitualmente a sus columnas en prensa. También le conozco en persona desde
hace unos cuantos años. De hecho, Olmos me habló de esta nueva obra, Irene
y el aire, tomando un café, al menos un año antes de que haya aparecido
en las librerías.
En Irene y el aire, Alberto Olmos le habla al lector del embarazo de
su novia, Eugenia, y del nacimiento de su hija, Irene. Eugenia e Irene son los
nombres de la novia y la hija reales de Olmos. De hecho, también las conozco en
persona. Así que en su nueva novela, Olmos no ha marcado ninguna distancia
entre el narrador de su libro y el escritor; siendo los dos ‒en principio, o a
esto se juega al menos‒ la misma persona.
La novela está dividida en dos
partes. La primera está formada por nueve capítulos y cada uno de ellos podría
ser un artículo de periódico o revista sobre el tema de la espera del hijo
primogénito de una pareja. Desde hace unos años, Alberto Olmos escribe una
columna semanal en el periódico El Confidencial, y el estilo del
artículo se acopla muy bien a sus dotes de observador y de regate en corto de
la realidad cotidiana. Olmos tiene mucha capacidad en estos artículos para
armar literatura sacándole punta a sucesos en principio nimios. Me ha parecido
que esta ejercitación en la distancia del artículo, hablando de forma habitual
en su primera persona, le sirve, en gran medida, para montar los capítulos de
esta primera parte de la novela; unos capítulos irónicos y costumbristas; unos
aguafuertes de la realidad bastante divertidos. Así, en el primer capítulo,
Olmos nos acercará a una fiesta, a la última fiesta que Eugenia y él van a
poder disfrutar como pareja sin hijos, puesto que Irene va a venir al mundo la
semana siguiente. «Las conversaciones las iniciaba Eugenia, al moverse. Bastaba
su barriga para despertar locuacidades, normalmente muy empáticas. Una
embarazada es, pongamos, el reverso de una detonación. Todo el mundo anhela esa
detonación, esa vida, aunque le tenga un enervante respeto.», leemos en la
página 12.
En otros capítulos se nos va a
hablar de la búsqueda de la vivienda de alquiler, previendo las necesidades de
una pareja con una hija, y de la visita a Ikea para amueblar esa casa. El
costumbrismo irónico con que se narra la visita a Ikea es muy divertido. «Era
la amargura del siervo que elige, y que eligiendo se va dando cuenta de la
dimensión de su servidumbre. Elige porque está esclavizado, porque su
esclavitud es tener que elegir.», leeremos en la página 34, apreciando el gusto
de Olmos (como ocurre en sus artículos) por la asociación de conceptos
paradójicos.
Quizás en una frase de la página 61
se resuma el espíritu del libro: «la épica pequeña de estar protagonizando algo
tan grande.» Eugenia sale de cuentas en febrero de 2016, así que la mayoría de
lo narrado en la primera parte del libro transcurre en 2015.
La novela cambia en la segunda
parte. Si bien en la primera se narraban algunos sucesos curiosos o llamativos,
transcurridos durante unos meses de embarazo, la segunda va a ser el relato de
tan solo unas escasas horas, situadas en el 26 de febrero de 2016; día en el
que Eugenia va a dar a luz a Irene. Aquí Olmos despliega un truco narrativo,
puesto que estas horas serán contadas desde la idea de que algo terrible ha
podido ocurrir, pese a que cualquier lector de las columnas de Olmos en El Confidencial o bien cualquier
seguidor de su Twitter, sabe que Irene realmente llegó al mundo y se ha
convertido en una dicharachera niña de cuatro años. La madrugada del día citado,
Eugenia empezará a sangrar de un modo anómalo; hecho que va a desbaratar los
planes iniciales de la pareja de traer a su hija al mundo en el hospital de
Torrejón de Ardoz, donde se permite tener un parto de un modo más natural, y
complaciente con los deseos de la madre, que en otros hospitales madrileños.
Esta segunda parte está armada consultando, seis meses después, un cuaderno en
el que Olmos hizo breves y alarmantes anotaciones durante esa jornada tan
importante para su vida y la de su familia.
En la primera parte habíamos leído
que «Nadie escribía novelas sobre niños felices.» (pág. 48), y esta idea parece
hacerse presente en el planteamiento narrativo de la segunda parte. Sé que
Alberto Olmos es un gran admirador de Francisco
Umbral; de hecho, la portada de Irene
y el aire, con ese ombligo central es muy parecida a la de Historias
de amor y Viagra, un libro que Umbral publicó en 1998. Posiblemente el
libro que Olmos admire más de Umbral sea Mortal y rosa, donde Umbral escribe
sobre su hijo, que murió a los cinco años. Este poso trágico hace que el libro
de Umbral, que es en realidad un libro de duelo, se eleve sobre la mera
historia de la relación de un padre con su hijo. En este sentido, La
hora violeta de Sergio del
Molino, donde también se narra la experiencia de pasar por la muerte de un
hijo, guarda más relación con Mortal y
rosa que Irene y el aire. La idea
se ha insinuado ya en la primera parte de la novela de Olmos: nadie escribe
novelas sobre niños felices; la infelicidad (y la evidente tragedia de la
muerte de un hijo) reviste las propuestas de Umbral y de Del Molino de un halo
trágico y solemne, al que no puede aspirar la novela de Olmos. Por supuesto,
esto no quiere decir que no haya literatura en la novela de Olmos; porque
realmente la hay en casi todas sus páginas. Irene
y el aire es en principio un tratado de costumbres sobre un embarazo,
contado por el hombre, donde muestra como, en muchos contextos, por ejemplo en
el de las visitas a las ginecólogas, es ignorado y desplazado por éstas al ser
hombre («Yo compadecía allí como la pintura de las paredes.», pág. 179), y que
se acabará convirtiendo en una frenética narración sobre la angustia del
alumbramiento de la vida («Pocas veces me he sentido a gusto entre los hombres,
pero siempre seré un padre entre los padres.», pág. 146). Por supuesto, Irene y el aire no es un libro que puede
interesar solo a parejas que van a tener su primer hijo, porque cumple con las
expectativas de cualquier lector literario, al ser un libro sincero, divertido
y conmovedor, al hablar de temas universales y retratar la experiencia humana
como «el vivir irreversible, una sucesión de situaciones únicas que se robaban
protagonismo unas a otras.» (pág. 173)
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