El historiados José Luis Ibáñez Salas leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió una reseña para la web Aquí Madrid. La dejo aquí:
La cuarta novela del escritor español David Pérez Vega, titulada Caminaré
entre las ratas, apareció en el pobladísimo mercado literario español en
unos días que fueron, que son, que seguirán siendo, muy malos para la lírica.
Para la prosa. Y para la paciencia. Apareció cuando el mundo se disparaba en el
pie asustado por su miedo y por su incompetencia para socializar el bien. En
los primeros meses del infausto ya año 2020.
«Desde 2008 vivo en el
país del volver a empezar, de los aprendices sin edad».
Esa
sería una buena presentación para Domingo, el protagonista-narrador de esta
novela. Esta novela social con las lágrimas suficientes de pura ficción
fabulada, esta novela protagonizada por alguno de quienes estuvieron
durante la crisis de finales de la primera década del siglo veintiuno entre los
más afortunados, aquellos que les tocó trabajar más por el mismo sueldo (o
menos, en realidad).
«Mi
vida como máquina defectuosa que nunca llegó a funcionar».
Su
prosa, la prosa de David Pérez Vega, es en Caminaré entre las ratas ascética,
sucinta, directa, muy narrativa, pero también, como el poeta que él es, aparece
teñida en ocasiones por la inevitable poesía sin la que las
buenas novelas se quedan en meros divertimentos sin alma:
«La
densidad de las palabras evitadas empieza a incendiar el aire que respiro».
La
novela resulta ante todo muy didáctica. Uno aprende mucho al
leerla. Sobre economía, sobre enseñanza, sobre la sociedad española en la que
vivimos más o menos perplejos. Porque, aunque no es un tratado, ni un ensayo
(el libro es una novela, que ya es ser), esta novela de Pérez Vega, nacido un año
antes de la muerte del dictador Francisco Franco, social, como ya
escribí, expone con absoluta claridad los principios básicos para poder
explicar la realidad española, la realidad social española, mostrando
personajes absolutamente incrustados en el verdadero ámbito vital de la España
actual («este divertido país de sangría, fiesta y playas»), la de los
aprendices sin edad, la de los filósofos del fútbol, también la de los
triunfadores que mastican su estulticia desdeñando a quienes se preocupan
porque el triunfo sea finalmente el de todos los ciudadanos posibles, no el de
los más afortunados o el de los más carentes de escrúpulos.
La
cita siguiente es larga pero ilustra a la perfección lo que vengo expresando:
«No
deja de enternecerme la imagen de aquellos profesores de Universidad
pública de suburbio defendiendo las ideas liberales de Milton Friedman […].
Los profesores estadounidenses defendían los presupuestos teóricos que
beneficiaban los intereses de sus pagadores, pero los profesores españoles de
la Universidad pública, funcionarios ilustrados, defendían la destrucción de lo
público o de sí mismos por nada, por puro vasallaje ideológico, por haber ido a
una Universidad del Medio Oeste americano y haber sido deslumbrados por las
palabras de alguien que se apellidaría Johnson, Williams, Davis o Harris, y
nunca García, Pérez, Sánchez o Fernández. […] En la Carlos III de Getafe, los
hijos de los tenderos de barrio, de los conductores de autobuses de la EMT o de
los taxistas del aeropuerto, comentaban en los pasillos de la facultad las
huelgas de trabajadores de la época en términos drásticos al más puro estilo
disciplinario Chicago Boys: ‘si yo fuese el director de la
empresa echaría a todos los trabajadores y contrataría otros nuevos’. […]
Así se las gastaban en la segunda mitad de la década de los 90 los chicos de
los suburbios en la Universidad pública de Getafe cuando después de ponerse al
día sobre el botellón y la marcha del fin de semana querían posar, apoyados en
una barandilla fumando rubios, de adultos responsables y castigadores. Así
hablaban los hijos de los administradores de pequeñas empresas, de operarios de
fábrica o de los porteros de fincas que vivían en pisos de 70 metros cuadrados
en Móstoles, Fuenlabrada o Getafe. […] Ellos podrían llegar a ser los
directivos de las grandes multinacionales: eso les explicaban en las clases,
cómo se dirige una gran empresa multinacional y, por tanto, serían los jefes de
aquellos ingenieros que se creían tan listos».
El
escritor protagonista-narrador de Caminaré entre las ratas (a
quien la realidad de vez en cuando le da alcance y quien dice que es Richard
Ford el novelista que más le ha influido)escribe libros que no son de
género, libros «que sólo pretenden reflejar la vida de mi entorno
social y por tanto ser literatura». ¿No hay demasiados sueños literarios en
esta novela? Pregunto. ¿Por qué planificarse uno sus lecturas «con la intención
de entender un mundo que se empeñaba en dejarme siempre fuera de sus placeres,
un mundo del que en esencia desconocía las reglas más básicas de
funcionamiento»? ¿Existen personas, como un personaje femenino de la novela,
insertas «de forma contundente en el mundo de lo real» por el simple hecho de
«estar alejadas por completo del mundo literario»?
Más
didactismo en la novela. En esta ocasión nunca mejor dicho, pues, en un momento
determinado, leemos un razonado ataque «a los gurús de la nueva
educación» que incluye una defensa de la necesidad de los libros de
texto, entre otros asuntos. No obstante, aunque estoy muy de acuerdo en lo que
expresa aquí Pérez Vega (su protagonista, mejor dicho), considero que el
problema no es tanto el que se atiende en estas páginas, creo que ese no es el
debate, sino que el debate reside en qué enseñar más que en cómo enseñar:
en cualquier caso, se agradece la reflexión.
Como
también se agradece la divulgación de la teoría económica que hace David Pérez
Vega (bueno, el protagonista): Smith, Malthus, Ricardo…
Hay
mucha burla, siempre detallada, eso sí, contra el Gran Dios Capitalista,
como por ejemplo esta:
«Sé
que, en la actualidad, tienen que existir los directivos como Hans (los hijos-de que
irrumpen en la vida con su sueldo de 500.000 euros bajo el brazo), pero, por
favor, Gran Dios Capitalista, mantenlos en sus despachos aclimatados, lejos del
trabajo y convencidos de su valía, permite que lean el periódico, llamen por
teléfono a sus esposas o madres, saquen brillo a sus escudos de armas, que
cobren sus desmesurados salarios y que no tengan tentaciones de aportar ideas
reales».
El
protagonista-narrador (que lee a Primo Levi, quien siempre nos
recuerda, le recuerda a él, especialmente, «cómo hay que sobrevivir en lo
oscuro» y del cual dice: «es mi guía en la oscuridad») ha aprendido desde su
comienzo laboral «que no existen empresas corruptas, sino que la corrupción es
la esencia misma del sistema capitalista empresarial».
Resulta
a todas luces magnífica la explicación de qué es el neoliberalismo.
En el imaginario personal de determinadas personas, como algunos de los
personajes de la novela de Pérez Vega, «todos los hijos-de, los sobrinos-de, mujeres-del-sobrino-de eran
héroes convencidos y aguerridos luchadores contra la opresión y la esclavitud a
las que nos somete el Estado».
Y
Móstoles, el Móstoles de los últimos cuarenta años como
subescenario de una auténtica novela española de hoy en día, más actual que un
periódico.
«Éramos los
hijos de los pueblos pobres de España, emigrados, desde Andalucía o
Extremadura, hasta el extrarradio de Madrid. Nos habíamos creído, adueñándonos
de una mitología ajena, que podríamos llegar a ser tan aéreos como Michael
Jordan y estábamos, como no había dejado nunca de mostrarme mi padre, apegados
al suelo raso de los santos inocentes de Francisco Franco».
Porque
esta es la historia de los monos que nunca bailaron break. Una
historia en la que las ratas gigantes tienen, por fin, los días contados.
Gracias, José Luis.
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