Mi Berghof particular, de Javier Cánaves
Editorial Baile del Sol. 268 páginas. 1ª edición de 2019.
Soy amigo de Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) desde hace años. Empecé
leyendo su poesía –aún recuerdo cuánto me gustó Al fin has conseguido que odie el
blues– y más tarde le conocí en persona. Además de su carrera como
poeta, Cánaves ha iniciado una nueva trayectoria en prosa. He leído sus tres
novelas anteriores publicadas en Baile
del Sol, La historia que no pude o no supe escribir, Los
artistas y Piscinas iluminadas, que el autor llama su Trilogía de la huida.
También he leído alguna que otra novela suya que aún no se ha publicado. Hace
unos meses, Cánaves vino por temas laborales a Madrid, quedamos a cenar y me
pasó su última novela publicada en Baile del Sol, Mi Berghof particular.
En principio la escritura de Mi Berghof particular está planteada como
si se tratase de un diario que pasa por varias etapas. La primera de ellas
sería la llamada Un hombre cojo y está escrita en 2011. Algunas de las páginas
de esta sección las había leído ya en Tu cita de los martes, el blog de
Javier Cánaves. También recordaba alguna de las fotos que acompañan el texto y
que fueron publicadas originalmente en el blog. Cánaves sufrió un accidente
jugando al fútbol y se rompió el tendón de Aquiles, fue escayolado y estuvo
unas semanas viviendo en casa de sus padres. Entonces se propuso escribir un
diario que debía terminar en el momento que finalizase su periodo de
rehabilitación. En este diario que, en principio, habla de sus lecturas y del
proceso de recuperación de su tendón, pronto se da pie a muchos más asuntos.
«Me he propuesto escribir cada día
un mínimo de una hora. Se trata de hacer crecer este diario con todo lo que se
me vaya ocurriendo. Me he convencido de que me hará bien, de que, de algún
modo, me servirá de algo. Por un lado, se trata de ahondar en mí, de analizar
ciertos aspectos de mi vida para llegar a verbalizar cuál es el auténtico
problema. A estas alturas, me he convencido de que tengo un serio problema de
carácter», leemos en la página 24. El planteamiento que se hace Cánaves para
escribir su diario es muy similar al que se hace Mario Levrero cuando da comienzo, en La novela luminosa, a El
diario de la beca; un diario que empieza a escribir para, mediante la
imposición del hábito de la escritura, llegar a estar en disposición de
enfrentarse a la corrección de una novela que escribió unas décadas antes. De
hecho, Cánaves empieza a leer La novela
luminosa en su libro y lo acaba dejando porque los paralelismos que
encuentra entre la obra de Levrero y la suya le resultan demasiado inquietantes
y, en cierto modo, anuladores de su libro.
Según empecé a leer su novela, la
propuesta de Cánaves me pareció bastante innovadora: escribo una novela, cuya
primera parte ya apareció en público en internet, y puedo comentar las
reacciones de los lectores a través de los comentarios dejados en el propio
blog o a través de Facebook.
Además de hablar de sí mismo y de su
propia escritura (el libro es profundamente metanarrativo), Cánaves informa al
lector de que va a empezar a hacer ficción, y para ello crea a unos personajes:
por un lado está la relación que el viejo Pedro Capllonch establece con la
joven prostituta Cecilia Polsen, en que aquel le cuenta su vida a cambio de
dinero; y por otro están Alberto Sancevá, su pareja Nuria Tamena y su amigo
Jaime Castell. Sancevá y Castell son escritores y, posiblemente un trasunto de
Cánaves y su amigo Joan Payeras (poeta que hace alguna aparición en estas
páginas). El propio Cánaves apunta que hace aparecer en la escena a estos
personajes para tratar de temas personales que le pueden resultar espinosos y
que no quiere herir ninguna susceptibilidad.
En el momento en que aparecen los
personajes ficcionales comentados, los planos narrativos de la novela se
multiplican, puesto que, al ser Sancevá y Castell escritores, también podremos
leer sus propias creaciones literarias.
Ya he comentado otras veces que uno
de los problemas de la autoficción es la incapacidad del autor para traspasar
ciertos límites del pudor, sobre todo cuando se trata de aquellos que tienen
que ver con reflejar lo que siente por sus seres cercanos. En este sentido, me da
la impresión de que Cánaves rehúye algunos temas, como la relación que tiene
con sus padres, y es prudente al hablar de su relación sentimental con las dos
personas a las que denomina “la mujer de mi vida” y “la actriz”. Puede que yo
no sea el lector más adecuado de este diario, puesto que he conocido en persona
a estas dos mujeres y quizás esto influya en mi percepción de lo contado. En
este sentido de romper con la barrera del pudor, Levrero era mucho más kamikaze
en La novela luminosa. Pero Cánaves
juega bien sus cartas, sobre todo cuando empieza a barajar los distintos
niveles y planos ficcionales de los que he hablado.
El diario principal tiene dos
interrupciones temporales y se retoma dos veces. La falta de tiempo para
escribir se acabará convirtiendo en uno de los temas del libro, y quizás con esta
temática se escriban algunas de las páginas más sinceras y hondas de la novela.
De hecho, una de las fuerzas que le impele a continuar es la continua creación
de reglas de escritura: escribir cada día una hora, escribir cada día 500
palabras, escribir porque se ha comprometido con los lectores de su blog a
hacerlo, escribir porque se ha impuesto una fecha límite de escritura, escribir
por mantener el puro hábito de escribir y poder seguir considerándose un
escritor…
Ya he comentado que Mi Berghof particular es una novela fuertemente metanarrativa, y así, en otro
plano de escritura, Cánaves le informa al lector de las modificaciones que va
realizando en el propio cuerpo de su documento vivo, como por ejemplo, que suprime
páginas de 2012 en una revisión de 2017.
En la década de 1990 Roberto Bolaño abrió uno de los caminos
más importantes para la narrativa en castellano y, en la década siguiente, en
la primera del siglo XXI, sería Mario
Levrero quien abriera otro. Bolaño nos hablaba del artista aventurero, revitalizando
la figura del poeta beatnik; Levrero proponía, sin embargo, el viaje interior,
la interpretación de los sueños, la descripción de lo mínimo y de todo lo que
ocurre en la mente del escritor, aunque éste no salga de casa (especialmente si
éste no sale de su casa). En principio, Cánaves elige para su novela el camino
de Levrero, puesto que escribe desde la incapacidad casi de moverse, paralizado
en la casa de sus padres con una pierna escayolada. Berghof es el sanatorio en
las montañas al que acudía Hans Castorp, el protagonista de La
montaña mágica de Thomas Mann,
para curar su tuberculosis. Sin embargo, aunque la apuesta principal de Cánaves
era por Levrero, tampoco desdeña la herencia de Bolaño, puesto que una de las
historias que escriben (o viven) sus personajes de ficción es un cuento con un aire
muy bolañesco, que transcurre en Cedar City y tiene como protagonistas a dos
poetas homosexuales, uno académico y el otro salvaje.
Además, en alguno de los comienzos
narrativos a los que se entregan los personajes creados por Cánaves también se
puede sentir el peso de la obra de Paul Auster, sobre todo cuando se juega con
la idea de la casualidad, el destino y las obsesiones. Me parece un recurso
logrado cuando Cánaves comienza una narración y un personaje le muestra a su
pareja (otro plano ficcional) lo que está escribiendo y cómo esto influye en la
narración primigenia, que será una novela que el lector no terminará de leer, o
que tal vez lo haga gracias a un resumen de uno de los personajes o del propio
Cánaves.
En definitiva, considero que Mi Berghof particular, gracias a los
distintos planos y niveles en los que se mueve su escritura y a su moderno uso
de las redes sociales para modificar el discurso de la propia escritura, es hasta
ahora la obra en prosa más conseguida de su autor. Una obra que, como las del
último Levrero, parece empezar con escasos niveles de ambición artística, para
ir abriéndose a caminos insospechados y renovadores.
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