El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas
Editorial Navona. 1288 páginas. 1ª edición de 1844; ésta es de 2021.
Traducción de José Ramón Monreal
Durante las vacaciones de verano
suelo acercarme a alguna obra importante de la literatura; importante por su
prestigio y también por su número de páginas. En el verano de 2020 leí Empresas
y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis y en el de 2021 La forja de un rebelde de Arturo Barea, en el de 2022 decidí
acercarme a El conde de Montecristo de Alexandre
Dumas (Villers-Cotterets, 1802 – Puys, 1870, Francia), una de las novelas
más famosas de la historia. Se dio la circunstancia, unos meses antes, de que
los editores de Navona contactaros
conmigo, a través de las redes sociales, para ofrecerme una de sus novedades
literarias, a petición de su autor, y yo me sinceré con ellos: más que una
novedad literaria de un escritor que no conocía, prefería que me enviaran El conde de Montecristo, cuya edición
había hojeado en alguna librería, una novela que leería en verano y de la que
podría hacer una reseña y una vídeo reseña. Los editores estuvieron de acuerdo.
La narración comienza en 1815, con
un barco comercial entrando en el puerto de Marsella. Su capital es el joven Edmond
Dantès, de tan solo diecinueve años, quien ha adquirido este puesto, durante su
último viaje, por la inesperada muerte del que había sido el capitán oficial.
Este capitán le va a pedir un favor a Dantès en su lecho de muerte: antes de
regresar a Francia, debe parar en la isla de Elba y contactar con unos
conocidos suyos que le van a entregar una carta, que él debe llevar a una
persona de París. Dantès es un joven ingenuo y noble que no duda en prometerle
a su capitán que cumplirá su deseo. En 1815 es Napoleón quien está recluido en
Elba, y la sociedad francesa está políticamente muy dividida entre partidarios
de la restauración de la monarquía borbónica y los bonapartistas. Dantés, sin
ser él muy consciente, ha recibido una carta que puede ser importante para el
intento de Napoleón de volver al poder, tras huir de la isla de Elba, hecho que
ocurrió el 26 de febrero de 1815, dando lugar al llamado «gobierno de los Cien
Días». Al conocer estos datos históricos ‒ayudado por internet‒ cobra más
sentido la primera frase de la novela, que se abre con una fecha: «El 28 de
febrero de 1815, el vigía de Notre-Dame-de-la-Garde señaló la presencia del
velero de tres palos el Pharaon,
procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.»
Dantès baja a puerto y conversa con el señor Morrel,
dueño del barco, y quien le comunica que, si sus socios están de acuerdo, le
gustaría que fuese el capitán oficial del Pharaon
en adelante. Ésta es una gran noticia para Dantés que, contento, va a visitar a
su padre y después a su novia Mercedes, una joven de diecisiete años, de origen
catalán con la que se quiere casar pronto. El destino parece pintar bien para
Dantès, pero no hemos contado todavía con la envidia humana ante la prosperidad
ajena.
Danglars el contable del barco, de
veintiséis años, no ve con buenos ojos el posible ascenso de Dantès; ya que
aunque el joven es mucho más querido entre los marineros que él, quizás piensa
que se merecería ese puesto.
Fernand, de veintiún años, es primo
de Mercedes y está enamorado de ella. Para Fernand es una tragedia que ella se
quiera casa con Dantès y no con él.
Danglars, junto con su amigo
Caderousse, un sastre vecino y amigo del padre de Dantès, van a tener la
oportunidad de encontrarse con un desesperado Fernand ante la inminente boda de
Mercedes. Danglars, como de broma, entre copas de vino, escribe un anónimo en
el que denuncia ante las autoridades a Dantés como agente bonapartista. Anónimo
que arrojará a un rincón de la terraza en la que beben, pensando que Fernand lo
va a recoger para denunciar a Dantès, como así sucederá.
«—Sí, pero de la cárcel se sale
—repuso Caderousse, que con lo que le quedaba de su inteligencia se entrometía
en la conversación—, y cuando se ha salido de la cárcel y uno se llama Edmond
Dantès, se venga», en esta frase de la página 35 está contenido y anticipado el
tema central de la novela, el de la venganza.
En realidad, aunque a primera vista
parece inverosímil, Dumas se basó para escribir esta novela ‒según unas
fuentes‒ en un caso real aparecido en la prensa de la época, sobre un hombre al
que acusaron de agente inglés, que fue encarcelado y, al salir de prisión,
dueño de un tesoro, se dedicó a satisfacer su venganza. Y según otras fuentes,
esta novela está inspirado en la historia del padre de Dumas, que fue un
militar francés, hijo de otro militar destinado en Haití y de su relación con
una esclava negra. El padre de Alejandro Dumas, del mismo nombre, fue el primer
militar negro francés que llegó a ser general, y estuvo dos años preso en
Italia. Esta experiencia puede que alumbrara alguna de las escenas más famosas
del libro.
Dantès será traicionado, detenido en
medio de su banquete de esponsales, y encarcelado en la prisión de la isla If,
en medio del Mediterráneo. El joven Villefort, sustituto del procurador del
rey, podría llegar a entender la inocencia de Dantès, pero la Providencia o la
Fatalidad se van a interponer en su camino: Villefort descubrirá que la carta
que inocentemente porta Dantès está destinada a Noirtier, su padre. Villefort
pretende ascender en la sociedad como monárquico, lo que hace que tenga que
renegar lo más posible de su padre, eminente bonapartista. Villefort, que podía
haber ayudado a Dantès, en cambio, lo encerrará en la última mazmorra para
deshacerse de él.
Dantès, en la prisión de If,
conocerá al abate Faria, uno de los personajes más memorables de la novela. Un
preso que lleva años excavando en la roca para tratar de fugarse y que acabará
apareciendo, por un error en sus cálculos, en la celda de Dantés. Faria se
convertirá en mentor y referente para Dantès.
Tras catorce años, Dantés conseguirá
fugarse de la cárcel, hacerse con una gran fortuna y empezar a organizar su
venganza.
Hasta aquí he resumido la parte más
conocida de la novela. Sin haber leído el libro hasta ahora, todo esto formaba
parte de mi imaginario personal, y ya no recuerdo si fue por una serie o una
película de dibujos animados o con actores reales, vista cuando era niño.
Posiblemente también esta primera parte sea la mejor del libro.
Alguien me comentó en las redes
sociales, cuando dije que estaba leyendo El
conde de Montecristo, que en su edición original estaba dividida en tres
partes. En esta edición de Navona no existe esa división, sino solo la de los
capítulos, que son 117.
Después de la fuga de la cárcel,
durante un buen número de páginas el protagonismo de la novela cambia desde
Dantès hacia otros personajes secundarios. Esto va a permitir marcar la
distancia de Dantès con su transformación en «el conde de Montecristo», un
personaje mucho más sofisticado y sabio que Dantès, y en más de una ocasión
también más siniestro.
El conde de
Montecristo se acabó de escribir en 1844 y se publicó en 18
entregas durante los dos años siguientes. Tengo la sensación de que, tras el
éxito de la primera parte, el editor o el propio Dumas, decidieron alargar la
historia, porque entre la fuga de la cárcel de Dantès y la perpetración (o no)
de su venganza, hay un excesivo número de capítulos, en los que la novela
pierde fuerza narrativa. En esta parte, en la que Dantès llega a París, se
muestran muchas casas de ricos y ambientes de la alta sociedad de la época;
capítulos de poder y lujo que, imagino, serían del agrado del lector medio de
este tipo de novelas en el siglo XIX.
Digamos ya que El conde de Montecristo cumple muchas de las características de un
folletín, cuya definición, según la segunda acepción de la RAE; es la
siguiente: «Obra literaria, teatral o cinematográfica que presenta sucesos y
coincidencias dramáticas y emocionantes, aunque a menudo poco verosímiles, con
una escasa elaboración psicológica y artística, y cuyo argumento suele ser el
enfrentamiento entre el bien y el mal.»
Sobre todo, me ha parecido que El conde de Montecristo abusa de las
«coincidencias dramáticas poco verosímiles», con personajes franceses que se
encuentran, por ejemplo, en Roma con el conde, de casualidad, y que justo van a
ser personas jóvenes relacionadas de forma muy directa con las personas con la que
Dantès ha de vengarse en París. Estos jóvenes le van a permitir entrar en
contacto con Danglars o Villefort de forma «natural». Además, las personas que
conocieron a Dantès en su juventud no le identifican veinte años después. En la
novela se resalta que su aspecto ha cambiado, pero sus gestos o su voz debían
ser muy similares. Esto me ha saltado sobre todo en una escena en el conde
habla ‒del propio Dantès‒ con un personaje que conoció en el pasado y esta
persona no llega ni siquiera a sospechar que le tiene delante.
También me parece mucha casualidad
que los tres personajes principales de los que Dantès desea vengarse (Danglars,
Fernand y Villefort) se hayan convertido en personas muy ricas y destacadas de
la vida parisina.
Cuando la definición de la RAE dice
que el folletín propone un enfrentamiento entre el bien y el mal, ésta es
también una característica que se cumple bastante en la novela. Dantès es en
principio un personaje positivo, traicionado por otros negativos, y la venganza
parece correcta en todo momento. Pero también debo añadir que uno de los temas
que acaban siendo más interesantes del libro es el planteamiento de hasta qué
punto es lícita o no la venganza de Dantès. En este sentido la novela tiene
también un componente religioso, ya que Dantès se siente favorecido por la
Providencia (que es otro nombre del mismo Dios) para llevar a cabo su venganza,
después de haberse librado de la muerte en la cárcel y haber sido agraciado por
una inagotable fortuna. Dios está diciendo a Dantès, o así lo cree él, que
tiene derecho a vénganse de las personas que, debido a intereses egoístas, le
perjudicaron en el pasado. Como si de un Dios del Antiguo Testamento se
tratara, Dantès, citando la Biblia, considera que se puede vengar de sus
enemigos hasta la tercera generación. Aquí el lector empezará a plantearse ‒igual
que acabará haciendo el propio Dantès‒ si realmente tiene derecho de vengarse
de los hijos de sus enemigos, desconocedores de las faltas de sus padres. Este
planteamiento hace que el personaje principal trascienda al mero binomio el
bien y el mal de un folletín, y a la poca «elaboración psicológica» de la que
hablaba la definición. Pero no así en otros casos; por ejemplo, el narrador
omnisciente de la novela siempre nos va a presentar a Danglars como un
personaje negativo sin matices.
Sobre «las coincidencias dramáticas
y emocionales» me ha llamado la atención una escena en la que Dantès,
convertido en el conde de Montecristo, quiere salvar a un persona que sí le
ayudó en el pasado (evitaré comentar quién es), pero espera para hacerlo hasta
el último segundo en el que se va a hacer efectiva su ruina económica, cuando
ya esta persona ha tomado la decisión de suicidarse y se encuentra al borde del
colapso. Realmente le podía haber ayudado un tiempo antes y evitar este
excesivo punto dramático y emoción que, en realidad, era innecesario, y solo
tiene sentido dentro de la lógica de emotividad exaltada de una narración
folletinesca.
Me llamaba la atención al principio
una sensación de teatralidad de las escenas dibujadas, sobre todo porque Dumas
reflejaba comentarios que los personajes murmuraban y que exponían en voz alta,
aunque les perjudicasen, cuando lo normal hubiera sido que fuesen pensamientos
que el narrador omnisciente le relatara al lector. Como buena novela del siglo
XIX, El conde de Montecristo cuenta con un narrador omnisciente, que en algunas
ocasiones interrumpe el texto y se deja ver, con comentarios como «Dejamos a
Danglars que, presa del genio del odio, trata de bisbisear al oído del naviero
alguna maligna suposición contra su colega (…)» En cualquier caso, no son
intervenciones que resulten molestan.
En una nota al texto se comenta que
Dumas cometió varios errores de lógica narrativa en la novela. Algunos se han
corregido en las sucesivas ediciones, pero otros se han dejado. He detectado
éste: en la página 81 se nos dice que Dantès «hablaba italiano como un toscano,
español como un hijo de Castilla la Vieja», en la página 170, cuando Dantès se
convierte en el alumno del abate Faria se nos dice: «Ya sabía, además, italiano
y un poco de griego moderno, que había aprendido durante sus viajes por
Oriente. Con aquellas dos lenguas no tardó en comprender el modo de regirse de
las demás y al cabo de seis meses empezaba ya a hablar español, inglés y
alemán». Como podemos comprobar, tenemos un problema con el español.
La prosa de novela me ha parecido
correcta, sin grandes alardes estilísticos. Una prosa efectiva, propia de una
novela de aventuras de calidad. Como ya he comentado, la capacidad de
indagación psicológica de los personajes me ha resultado inferior a las de las
grandes novelas europeas del siglo XIX. Sin salir de Francia, me parece que Émile Zola, Honoré de Balzar o Gustave
Flaubet son escritores superiores a Alexandre Dumas.
Dicho todo lo anterior, podría
parecer que no me lo he pasado bien leyendo El
conde de Montecristo, y esto, en realidad, no es cierto. Sí me resultó una
lectura entretenida, a pesar de esos capítulos del tercer cuarto, que ya he
señalado, en los que creo que la novela se alarga artificialmente. Me hubiera
gustado haberme topado con este libro en mi adolescencia. Si lo hubiera leído
con catorce o dieciséis años creo que ahora mismo, de adulto, tendría un gran
recuerdo de El conde de Montecristo.
En la faja del libro se citan las palabras de muchos escritores de renombre
alabando las grandezas del libro, como Gabriel
García Márquez que dice: «El conde de
Montecristo es la novela que me hubiera gustado escribir.» A mí edad, he
disfrutado el libro sabiendo que es una novela de aventuras y con rasgos de
folletín, con las limitaciones que esto puede suponer, pero también me ha
gustado acercarme, al fin, a una de las novelas más famosas de la literatura y
comprobar por mí mismo cómo estaba escrita y cuál era el alcance de su
propuesta.
Acabaré con unas palabras sobre la
edición de Navona: el libro con sus tapas de tela me ha parecido muy elegante.
Su letra es algo pequeña, pero esto es entendible, teniendo en cuenta que el
libro tiene casi 1.300. No existe espacio en la página entre un capítulo y
otro, y hubiera preferido que no fuera así. He echado de menos un prólogo, en
el que se hablara, aunque fuera brevemente, del autor y de la época. Las notas
ocupan 25 páginas y están situadas al final del libro, lo que ha hecho que,
hacia la mitad de la lectura, dejara de consultarlas.
El canal literario de YouTube La
pecera de Raquel organizó una lectura conjunta con este libro y esta
edición y sé que más de un participante acabó disgustado, porque la primera
edición, al parecer, tenía algunos errores y un número de erratas
significativo. Yo he leído la segunda edición y he de decir que solo he
encontrado dos erratas en las casi 1.300 páginas, lo que me considero que
constituye una edición casi perfecta. La editorial Navona aseguraba que la
nueva traducción, a cargo de José Ramón
Monteal, era la definitiva de este libro. Yo no sé francés y no he
comparado esta traducción con ninguna otra; sin embargo, sí puedo afirmar que,
en todo momento, he tenido la sensación de estar ante un gran trabajo.
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