domingo, 11 de diciembre de 2022

El conde de Montecristo, por Alexandre Dumas


El conde de Montecristo
, de Alexandre Dumas

Editorial Navona. 1288 páginas. 1ª edición de 1844; ésta es de 2021.

Traducción de José Ramón Monreal

 

Durante las vacaciones de verano suelo acercarme a alguna obra importante de la literatura; importante por su prestigio y también por su número de páginas. En el verano de 2020 leí Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis y en el de 2021 La forja de un rebelde de Arturo Barea, en el de 2022 decidí acercarme a El conde de Montecristo de Alexandre Dumas (Villers-Cotterets, 1802 – Puys, 1870, Francia), una de las novelas más famosas de la historia. Se dio la circunstancia, unos meses antes, de que los editores de Navona contactaros conmigo, a través de las redes sociales, para ofrecerme una de sus novedades literarias, a petición de su autor, y yo me sinceré con ellos: más que una novedad literaria de un escritor que no conocía, prefería que me enviaran El conde de Montecristo, cuya edición había hojeado en alguna librería, una novela que leería en verano y de la que podría hacer una reseña y una vídeo reseña. Los editores estuvieron de acuerdo.

 

La narración comienza en 1815, con un barco comercial entrando en el puerto de Marsella. Su capital es el joven Edmond Dantès, de tan solo diecinueve años, quien ha adquirido este puesto, durante su último viaje, por la inesperada muerte del que había sido el capitán oficial. Este capitán le va a pedir un favor a Dantès en su lecho de muerte: antes de regresar a Francia, debe parar en la isla de Elba y contactar con unos conocidos suyos que le van a entregar una carta, que él debe llevar a una persona de París. Dantès es un joven ingenuo y noble que no duda en prometerle a su capitán que cumplirá su deseo. En 1815 es Napoleón quien está recluido en Elba, y la sociedad francesa está políticamente muy dividida entre partidarios de la restauración de la monarquía borbónica y los bonapartistas. Dantés, sin ser él muy consciente, ha recibido una carta que puede ser importante para el intento de Napoleón de volver al poder, tras huir de la isla de Elba, hecho que ocurrió el 26 de febrero de 1815, dando lugar al llamado «gobierno de los Cien Días». Al conocer estos datos históricos ‒ayudado por internet‒ cobra más sentido la primera frase de la novela, que se abre con una fecha: «El 28 de febrero de 1815, el vigía de Notre-Dame-de-la-Garde señaló la presencia del velero de tres palos el Pharaon, procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.»

Dantès baja  a puerto y conversa con el señor Morrel, dueño del barco, y quien le comunica que, si sus socios están de acuerdo, le gustaría que fuese el capitán oficial del Pharaon en adelante. Ésta es una gran noticia para Dantés que, contento, va a visitar a su padre y después a su novia Mercedes, una joven de diecisiete años, de origen catalán con la que se quiere casar pronto. El destino parece pintar bien para Dantès, pero no hemos contado todavía con la envidia humana ante la prosperidad ajena.

Danglars el contable del barco, de veintiséis años, no ve con buenos ojos el posible ascenso de Dantès; ya que aunque el joven es mucho más querido entre los marineros que él, quizás piensa que se merecería ese puesto.

Fernand, de veintiún años, es primo de Mercedes y está enamorado de ella. Para Fernand es una tragedia que ella se quiera casa con Dantès y no con él.

Danglars, junto con su amigo Caderousse, un sastre vecino y amigo del padre de Dantès, van a tener la oportunidad de encontrarse con un desesperado Fernand ante la inminente boda de Mercedes. Danglars, como de broma, entre copas de vino, escribe un anónimo en el que denuncia ante las autoridades a Dantés como agente bonapartista. Anónimo que arrojará a un rincón de la terraza en la que beben, pensando que Fernand lo va a recoger para denunciar a Dantès, como así sucederá.

«—Sí, pero de la cárcel se sale —repuso Caderousse, que con lo que le quedaba de su inteligencia se entrometía en la conversación—, y cuando se ha salido de la cárcel y uno se llama Edmond Dantès, se venga», en esta frase de la página 35 está contenido y anticipado el tema central de la novela, el de la venganza.

 

En realidad, aunque a primera vista parece inverosímil, Dumas se basó para escribir esta novela ‒según unas fuentes‒ en un caso real aparecido en la prensa de la época, sobre un hombre al que acusaron de agente inglés, que fue encarcelado y, al salir de prisión, dueño de un tesoro, se dedicó a satisfacer su venganza. Y según otras fuentes, esta novela está inspirado en la historia del padre de Dumas, que fue un militar francés, hijo de otro militar destinado en Haití y de su relación con una esclava negra. El padre de Alejandro Dumas, del mismo nombre, fue el primer militar negro francés que llegó a ser general, y estuvo dos años preso en Italia. Esta experiencia puede que alumbrara alguna de las escenas más famosas del libro.

 

Dantès será traicionado, detenido en medio de su banquete de esponsales, y encarcelado en la prisión de la isla If, en medio del Mediterráneo. El joven Villefort, sustituto del procurador del rey, podría llegar a entender la inocencia de Dantès, pero la Providencia o la Fatalidad se van a interponer en su camino: Villefort descubrirá que la carta que inocentemente porta Dantès está destinada a Noirtier, su padre. Villefort pretende ascender en la sociedad como monárquico, lo que hace que tenga que renegar lo más posible de su padre, eminente bonapartista. Villefort, que podía haber ayudado a Dantès, en cambio, lo encerrará en la última mazmorra para deshacerse de él.

Dantès, en la prisión de If, conocerá al abate Faria, uno de los personajes más memorables de la novela. Un preso que lleva años excavando en la roca para tratar de fugarse y que acabará apareciendo, por un error en sus cálculos, en la celda de Dantés. Faria se convertirá en mentor y referente para Dantès.

Tras catorce años, Dantés conseguirá fugarse de la cárcel, hacerse con una gran fortuna y empezar a organizar su venganza.

 

Hasta aquí he resumido la parte más conocida de la novela. Sin haber leído el libro hasta ahora, todo esto formaba parte de mi imaginario personal, y ya no recuerdo si fue por una serie o una película de dibujos animados o con actores reales, vista cuando era niño. Posiblemente también esta primera parte sea la mejor del libro.

 

Alguien me comentó en las redes sociales, cuando dije que estaba leyendo El conde de Montecristo, que en su edición original estaba dividida en tres partes. En esta edición de Navona no existe esa división, sino solo la de los capítulos, que son 117.

Después de la fuga de la cárcel, durante un buen número de páginas el protagonismo de la novela cambia desde Dantès hacia otros personajes secundarios. Esto va a permitir marcar la distancia de Dantès con su transformación en «el conde de Montecristo», un personaje mucho más sofisticado y sabio que Dantès, y en más de una ocasión también más siniestro.

 

El conde de Montecristo se acabó de escribir en 1844 y se publicó en 18 entregas durante los dos años siguientes. Tengo la sensación de que, tras el éxito de la primera parte, el editor o el propio Dumas, decidieron alargar la historia, porque entre la fuga de la cárcel de Dantès y la perpetración (o no) de su venganza, hay un excesivo número de capítulos, en los que la novela pierde fuerza narrativa. En esta parte, en la que Dantès llega a París, se muestran muchas casas de ricos y ambientes de la alta sociedad de la época; capítulos de poder y lujo que, imagino, serían del agrado del lector medio de este tipo de novelas en el siglo XIX.

Digamos ya que El conde de Montecristo cumple muchas de las características de un folletín, cuya definición, según la segunda acepción de la RAE; es la siguiente: «Obra literaria, teatral o cinematográfica que presenta sucesos y coincidencias dramáticas y emocionantes, aunque a menudo poco verosímiles, con una escasa elaboración psicológica y artística, y cuyo argumento suele ser el enfrentamiento entre el bien y el mal.»

 

Sobre todo, me ha parecido que El conde de Montecristo abusa de las «coincidencias dramáticas poco verosímiles», con personajes franceses que se encuentran, por ejemplo, en Roma con el conde, de casualidad, y que justo van a ser personas jóvenes relacionadas de forma muy directa con las personas con la que Dantès ha de vengarse en París. Estos jóvenes le van a permitir entrar en contacto con Danglars o Villefort de forma «natural». Además, las personas que conocieron a Dantès en su juventud no le identifican veinte años después. En la novela se resalta que su aspecto ha cambiado, pero sus gestos o su voz debían ser muy similares. Esto me ha saltado sobre todo en una escena en el conde habla ‒del propio Dantès‒ con un personaje que conoció en el pasado y esta persona no llega ni siquiera a sospechar que le tiene delante.

También me parece mucha casualidad que los tres personajes principales de los que Dantès desea vengarse (Danglars, Fernand y Villefort) se hayan convertido en personas muy ricas y destacadas de la vida parisina.

 

Cuando la definición de la RAE dice que el folletín propone un enfrentamiento entre el bien y el mal, ésta es también una característica que se cumple bastante en la novela. Dantès es en principio un personaje positivo, traicionado por otros negativos, y la venganza parece correcta en todo momento. Pero también debo añadir que uno de los temas que acaban siendo más interesantes del libro es el planteamiento de hasta qué punto es lícita o no la venganza de Dantès. En este sentido la novela tiene también un componente religioso, ya que Dantès se siente favorecido por la Providencia (que es otro nombre del mismo Dios) para llevar a cabo su venganza, después de haberse librado de la muerte en la cárcel y haber sido agraciado por una inagotable fortuna. Dios está diciendo a Dantès, o así lo cree él, que tiene derecho a vénganse de las personas que, debido a intereses egoístas, le perjudicaron en el pasado. Como si de un Dios del Antiguo Testamento se tratara, Dantès, citando la Biblia, considera que se puede vengar de sus enemigos hasta la tercera generación. Aquí el lector empezará a plantearse ‒igual que acabará haciendo el propio Dantès‒ si realmente tiene derecho de vengarse de los hijos de sus enemigos, desconocedores de las faltas de sus padres. Este planteamiento hace que el personaje principal trascienda al mero binomio el bien y el mal de un folletín, y a la poca «elaboración psicológica» de la que hablaba la definición. Pero no así en otros casos; por ejemplo, el narrador omnisciente de la novela siempre nos va a presentar a Danglars como un personaje negativo sin matices.

 

Sobre «las coincidencias dramáticas y emocionales» me ha llamado la atención una escena en la que Dantès, convertido en el conde de Montecristo, quiere salvar a un persona que sí le ayudó en el pasado (evitaré comentar quién es), pero espera para hacerlo hasta el último segundo en el que se va a hacer efectiva su ruina económica, cuando ya esta persona ha tomado la decisión de suicidarse y se encuentra al borde del colapso. Realmente le podía haber ayudado un tiempo antes y evitar este excesivo punto dramático y emoción que, en realidad, era innecesario, y solo tiene sentido dentro de la lógica de emotividad exaltada de una narración folletinesca.

 

Me llamaba la atención al principio una sensación de teatralidad de las escenas dibujadas, sobre todo porque Dumas reflejaba comentarios que los personajes murmuraban y que exponían en voz alta, aunque les perjudicasen, cuando lo normal hubiera sido que fuesen pensamientos que el narrador omnisciente le relatara al lector. Como buena novela del siglo XIX, El conde de Montecristo cuenta con un narrador omnisciente, que en algunas ocasiones interrumpe el texto y se deja ver, con comentarios como «Dejamos a Danglars que, presa del genio del odio, trata de bisbisear al oído del naviero alguna maligna suposición contra su colega (…)» En cualquier caso, no son intervenciones que resulten molestan.

 

En una nota al texto se comenta que Dumas cometió varios errores de lógica narrativa en la novela. Algunos se han corregido en las sucesivas ediciones, pero otros se han dejado. He detectado éste: en la página 81 se nos dice que Dantès «hablaba italiano como un toscano, español como un hijo de Castilla la Vieja», en la página 170, cuando Dantès se convierte en el alumno del abate Faria se nos dice: «Ya sabía, además, italiano y un poco de griego moderno, que había aprendido durante sus viajes por Oriente. Con aquellas dos lenguas no tardó en comprender el modo de regirse de las demás y al cabo de seis meses empezaba ya a hablar español, inglés y alemán». Como podemos comprobar, tenemos un problema con el español.

 

La prosa de novela me ha parecido correcta, sin grandes alardes estilísticos. Una prosa efectiva, propia de una novela de aventuras de calidad. Como ya he comentado, la capacidad de indagación psicológica de los personajes me ha resultado inferior a las de las grandes novelas europeas del siglo XIX. Sin salir de Francia, me parece que Émile Zola, Honoré de Balzar o Gustave Flaubet son escritores superiores a Alexandre Dumas.

 

Dicho todo lo anterior, podría parecer que no me lo he pasado bien leyendo El conde de Montecristo, y esto, en realidad, no es cierto. Sí me resultó una lectura entretenida, a pesar de esos capítulos del tercer cuarto, que ya he señalado, en los que creo que la novela se alarga artificialmente. Me hubiera gustado haberme topado con este libro en mi adolescencia. Si lo hubiera leído con catorce o dieciséis años creo que ahora mismo, de adulto, tendría un gran recuerdo de El conde de Montecristo. En la faja del libro se citan las palabras de muchos escritores de renombre alabando las grandezas del libro, como Gabriel García Márquez que dice: «El conde de Montecristo es la novela que me hubiera gustado escribir.» A mí edad, he disfrutado el libro sabiendo que es una novela de aventuras y con rasgos de folletín, con las limitaciones que esto puede suponer, pero también me ha gustado acercarme, al fin, a una de las novelas más famosas de la literatura y comprobar por mí mismo cómo estaba escrita y cuál era el alcance de su propuesta.

 

Acabaré con unas palabras sobre la edición de Navona: el libro con sus tapas de tela me ha parecido muy elegante. Su letra es algo pequeña, pero esto es entendible, teniendo en cuenta que el libro tiene casi 1.300. No existe espacio en la página entre un capítulo y otro, y hubiera preferido que no fuera así. He echado de menos un prólogo, en el que se hablara, aunque fuera brevemente, del autor y de la época. Las notas ocupan 25 páginas y están situadas al final del libro, lo que ha hecho que, hacia la mitad de la lectura, dejara de consultarlas.

El canal literario de YouTube La pecera de Raquel organizó una lectura conjunta con este libro y esta edición y sé que más de un participante acabó disgustado, porque la primera edición, al parecer, tenía algunos errores y un número de erratas significativo. Yo he leído la segunda edición y he de decir que solo he encontrado dos erratas en las casi 1.300 páginas, lo que me considero que constituye una edición casi perfecta. La editorial Navona aseguraba que la nueva traducción, a cargo de José Ramón Monteal, era la definitiva de este libro. Yo no sé francés y no he comparado esta traducción con ninguna otra; sin embargo, sí puedo afirmar que, en todo momento, he tenido la sensación de estar ante un gran trabajo.

 

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