Amores torcidos, de Recaredo Veredas
Editorial Tres hermanas. 338 páginas. 1ª
edición de 2021.
Prólogo de Elvira Navarro.
Había coincidido con Recaredo Veredas (Madrid, 1970) en más
de una presentación literaria de Madrid durante los últimos años, pero nunca,
hasta ahora, había leído un libro suyo. A raíz de la publicación en 2021 de mi
novela Esto no es Bambi en la editorial
Maclein y Parker y de la publicación de la suya, Amores torcidos, en la
editorial Tres hermanas, acabamos quedado ‒gracias a la intermediación de
nuestro amigo común Eduardo Laporte‒
para intercambiarnos estos libros, ya que los dos hemos compartido en ellos
obsesiones comunes: el mundo laboral madrileño de los licenciados en carreras
de Ciencias Sociales; ADE en mi caso, Derecho en el suyo.
Amores
torcidos sitúa su acción en Madrid, en dos tiempos narrativos: 2019, el presente
del personaje, cuando es un hombre cercano a los cincuenta años, y 1986, cuando
es una adolescente de dieciséis. El libro está formado por cinco capítulos
extensos, donde los impares se corresponden con una historia que avanza en
2019, y los pares con una historia que avanza en 1986. Con el añadido de una
coda final, ambientada en 2019, en la que, en un final abierto, el lector puede
atisbar la futura vida del personaje, después de haber atravesado una intensa
crisis vital y moral.
Antonio es un abogado de éxito, que
dirige, desde unas ostentosas oficinas de la Castellana, su propio bufete de
abogados, formado por unos treinta tiburones «juniors». Está casado y tiene un
hijo, al que casi no ve porque ha delegado su atención en su mujer, como suelen
hacer los ejecutivos que se preocupan por su carrera. Además, mantiene una
relación clandestina con Alicia, su segunda en el bufete. Antonio también acude
a ver a una psicóloga porque se siente comido por la ansiedad y le cuesta
dormir, a pesar de su dependencia de los tranquilizantes, a los que puede
llegar a mezclar con alcohol o cocaína.
La novela está escrita en tercera
persona, pero, gracias a la técnica del estilo indirecto libre, Veredas nos
acerca mucho hasta los pensamientos de Antonio, principalmente, pero también a
los de otros personajes del libro que van a ir cobrando su espacio. Veredas
retrata a sus personajes, desde la primera página, con una mirada mordaz y
descarnada, mostrándolos como unos cínicos desencantados sin redención. Así, en
la primera escena, se describe un juicio, y los términos en los que desarrolla
poco tienen que ver con cualquier idea de justicia social. «La jueza adopta la
actitud que le toca, prescindiendo de su condición humana y atendiendo a
factores procesales próximos a la robótica. Hace suyas las palabras de los
técnicos, aunque sepa que están comprados. (…) Para ella es la quinta vista del
día y la jaqueca da sus primeros calambres. No quiere impartir justicia, solo
desea irse a casa, encender el aire acondicionado y ver una serie de Netflix en
pijama.» (pág. 21)
Al principio, el lector asiste
hipnotizado a la descripción del ambiente judicial madrileño, mundo que conoce
el autor perfectamente, porque él es abogado y trabaja en un bufete. Ya he
comentado alguna vez que a mí me interesan las narraciones que hablan del
trabajo, lugar en muchos casos en el que confluyen la extrañeza máxima y los
seres humanos. Pero Veredas no se va a limitar aquí a hacer una novela
costumbrista, a mostrarnos, de un modo desinhibido y cruel, cómo funciona un
bufete de abogados por dentro, ya que Antonio, su personaje principal, guarda
más de un trauma del pasado con el que se va a enfrentar en el presente
narrativo del libro.
De forma casual, Antonio coincide en
un juicio con Martín, un antiguo compañeros del colegio, que también es abogado
como él. Pero a diferencia de Antonio, Martín es un profesional mediocre al que
el éxito no acompaña en absoluto. A pesar de la reticencia inicial de Martín,
Antonio hace un esfuerzo por acercarse a él y retomar la relación del pasado.
Además, se propondrá ayudarle, contratándole para su bufete de abogados, aunque
sea mucho mayor que los que van a ser sus compañeros, y a Alicia no le parezca,
bajo ningún prisma, un abogado competente.
En realidad, el recuerdo que guarda
Antonio de Martín no es nada bueno, y es frecuente que aparezca en sus
pesadillas más íntimas. Así que Antonio puede estar intentando alcanzar una
redención, mediante la realización de una buena obra, o por el contrario, estar
perpetrando una venganza.
Los capítulos dos y cuatro, correspondientes
al año 1986, y el paso de Antonio por un colegio privado de Madrid, son
demoledores. Antonio era víctima de un grupo de abusones, que se referían a él
como «pringao», y que estaba liderado por Martín. Lo interesante de la construcción
ficcional de Veredas es saber mostrar la ambigüedad y ambivalencia de los
sentimientos humanos. Martín golpea a Antonio, pero también le protege frente a
otros. Antonio siente que es su verdugo, pero que también es su amigo, su único
amigo, en realidad. «Antonio no se atreve a contestar, tal vez la paliza sea un
gesto de cariño. Sus padres le aman y le golpean, el afecto y la violencia no
pueden separarse. Teme, aunque nunca se lo reconozca, que el fin de la
violencia termine con la amistad.» (pág. 213). Incluso en la actualidad, la
relación de adulterio que Antonio mantiene con Alicia, es una relación
sadomasoquista, en la que se entremezclan el sexo y los golpes.
En el resumen de la contraportada
del libro se habla de «drama tan adictivo como la mejor novela negra», y lo
cierto es que me parece una comparación acertada, ya que Amores torcidos es una novela que no da tregua al lector, repleta
de tensión narrativa y de personajes torturados. En más de una ocasión el
lector va a tener la sensación de que Veredas no da nunca tregua a sus
personajes, a los que lleva siempre al borde de la extenuación mental y el
colapso nervioso. De hecho, en algún momento, me estaba pareciendo que la
novela no era del todo realista, ya que las situaciones planteadas acaban
siendo tan tensas y extremas que parecen adentrarse en los caminos del
expresionismo. En cualquier caso, aunque en algún momento se llegue a jugar con
la verosimilitud narrativa, el autor consigue tener en vilo siempre al lector.
En el prólogo, Elvira Navarro dice
que Veredas sabe dibujar como nadie un Madrid poco atractivo para la
literatura, el Madrid de las oficinas de la Castellana y las urbanizaciones
residenciales de Pozuelo. Y lo compara con el Manuel Longares de Romanticismo, novela en la que se
muestra el barrio de Salamanca, en el momento de la Transición, cuando sus
habitantes pensaban que de nuevo «venían los rojos».
No me gustaría acabar esta reseña
sin antes hablar también del humor caustico de Veredas, un humor que se
consigue gracias al cinismo con el que se muestran las realidades de la novela,
como por ejemplo, en la página 51 leemos: «Otra vez debe negar el salto. Sabe
que las tentaciones solo pueden borrarse con tranquilizantes de alto voltaje.
No puede permitírselos porque provocan el sueño y la gordura. Prefiere recordar
la belleza de su mujer y su hijo y, sobre todo, el éxito de su despacho. Es
feliz, se dice, aunque quiera matarse.»
Amores torcidos me ha
parecido una honda novela psicológica, sobre los trastornos que padece en su
vida adulta un adolescente que fue maltratado, tanto en casa como en el entorno
escolar. Es una novela dura, pero a la vez repleta de humor, ambigüedad y
comprensión hacia los límites de la mente humana, siempre sometida a la
ansiedad y al peso de la culpa y los recuerdos.
Muchísimas cosas me atraen de esta novela. La primera que coincida en asuntos con la tuya que tanto me agradó, Esto no es bambi. La segunda que se la prologue Elvira Navarro y que esta escritora la compare con Romanticsmo de Longares, un escritor con el que hicimos tertulia de esta su fantástica novela. Lo tercero, claro, que sea Madrid el escenario urbano por el que discurren sus personajes.
ResponderEliminarO sea, querido David, que me la apunto ya.
Un fuerte abrazo
Es un libro que imagino que te puede gustar, Juan Carlos.
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