Traducción de Jordi Fibla
Ya comenté hace poco que después
de tantos años me apeteció volver con Philip
Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933); y que saqué de la biblioteca Eugenio Trías La mancha humana, ya reseñada
en el blog. No mucho después tomé prestada de la biblioteca de Móstoles la
novela Me casé con un comunista, que junto con la anterior y Pastoral
americana forman la llamada Trilogía americana. Hace algunos
años ya había sacado de la biblioteca Me
casé con un comunista, cuando le descubrí a mi novia Philip Roth y empezó a
leerlo de modo compulsivo. Esta vez tuve que pedirle a uno de los
bibliotecarios que fuera a buscarlo al archivo, esa mazmorra literaria a la que
van a parar los libros de la biblioteca que llevan mucho tiempo expuestos en
los anaqueles y que pide poca gente. Ya lo he comentado alguna vez: si se sigue
este procedimiento, los anaqueles de las bibliotecas van a acabar abarrotados
de libros insustanciales, de bestsellers escritos por presentadores de
televisión, y la verdadera literatura va a estar condenada a dormir el sueño de
los justos en el archivo. En fin, estos son los tiempos que nos ha tocado vivir.
Si en La mancha humana Roth hablaba de los conflictos raciales de los
Estados Unidos, siguiendo (en el sentido cronológico de mi lectura, porque en
realidad Me casé con un comunista
está escrito antes que La mancha humana)
con su disección de la sociedad norteamericana del siglo XX, en esta novela
Roth nos va a hablar de la caza de brujas comunista durante la Guerra Fría; es
decir, de cómo en el país de las libertades se perseguía a las personas por sus
ideas políticas.
Nathan Zuckerman, el alterego de
Philip Roth, vuelve a ser el narrador de esta novela. Igual que en La mancha humana, vive ya retirado en su
cabaña junto a un lago. Pero un día, al acercarse al pueblo, se encuentra con
Murray Ringold, quien a sus noventa años está haciendo un curso de verano en la
universidad de Athena (la misma en la que fue decano el protagonista de La mancha humana). Murray fue profesor
de lengua y literatura de Nathan en Newark.
Nathan invita a Murray a su casa
durante las seis tardes siguientes, y en esas seis tardes, que se harán noches,
Murray le contará a Nathan la historia de su hermano Ira: “En la historia del
vigor narrativo ya le has quitado el título a Scherezade. Nos hemos sentado
aquí seis noches seguidas.” (pág. 377) Durante unos importantes años de su
adolescencia, Nathan sintió fascinación por Ira Ringold, un hombre de poca
educación formal, pero de grandes ideas políticas sobre la desigualdad social.
Un hombre que empezó cavando zanjas en Newark y que, gracias a su altura y
porte, acabará haciendo de Abraham Lincoln en modestas representaciones
teatrales. Lo que le conducirá a ser una estrella de la radio en el programa Los libres y los valientes (posible nido
de comunistas norteamericanos). También se casará con la que fue estrella del
cine mudo y es ahora una estrella de la radio Eve Frame; tal vez una persona
demasiado diferente a Ira. Ira y Eve vivieron un matrimonio torturado, en el
que casi siempre se interponía Sylphid, la hija mimada de Eve.
Murray le cuenta a Nathan,
experiencia que recibe el lector, y en otros momentos será Nathan quien narre
su propia experiencia sobre los hechos contados. Me casé con un comunista es una novela con diversos niveles de
lectura. Me ha gustado, por ejemplo, la importancia que cobra en esta narración
la juventud del propio Nathan, aprendiz de escritor fascinado por las ideas
comunistas de su mentor Ira, para quien el arte sin duda ha de promover la idea
del cambio social. Nathan descubrirá como su relación con Ira, y la caza de
brujas a la que fue sometido, acabó perjudicando además de a su hermano Murray
a él mismo, al que años después de aquella fascinación adolescente le fue negada
una beca de estudios, que podría haber merecido.
En la página 237 Murray le dice a
Nathan: “Tenía entendido que la multiplicidad de facetas increíbles de un
hombre era el tema principal de tus libros. Tus novelas nos dicen que
absolutamente todo es creíble en un hombre.” Obviamente, Nathan Zuckerman es un
alterego narrativo de Philip Roth y esta enunciación de los principios
literarios de Nathan me parece perfectamente aplicable a la obra de Roth; esa
búsqueda de las facetas increíbles de un personaje era el objetivo al hablar de
Coleman Silk en La mancha humana, ese negro acusado de racismo contra los
negros; el Sueco de Pastoral americana o el Ira Ringold de Me casé con un comunista.
Ira es un personaje muy
politizado, vehemente y violento. Me gusta el juego ambiguo de Roth para
describirlo: la víctima de una conspiración política también tiene sus lados
oscuros, sus facetas desagradables o directamente contradictorias, como sus
aspiraciones burguesas. Ira será víctima de palizas durante su servicio militar
por hacerse amigo de los negros y por tratar de educar a las clases bajas en la
igualdad racial, pero él también será capaz de ejercer sobre los otros una
violencia casi irracional cuando trata de defender sus ideas.
Nathan en la universidad dejará
atrás las ideas políticas sobre el arte de Ira, al entrar en contacto con
profesores más refinados. En la página 324 leemos: “No tienes necesidad de
escribir para legitimar el comunismo o el capitalismo; estás al margen de
ambos. Si eres escritor, no te alías con uno ni con otro. Ves diferencias, sí,
y, por supuesto, ves que esta mierda es un poco mejor que aquella mierda, o que
aquella mierda es mejor que ésta. Tal vez mucho mejor. Pero ves la mierda. No eres un empleado del gobierno. No eres un
creyente, eres una persona que se enfrenta de una manera muy diferente al mundo
y a lo que sucede en el mundo. El militante presenta la fe, una gran creencia
que cambiará el mundo, y el artista presenta un producto que no tiene cabida en
este mundo, que es inútil. El artista, el escritor serio, introduce en el mundo
algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo. Cuando Dios hizo todas las cosas
en siete días, las aves, los ríos, los seres humanos, no dedicó ni diez minutos
a la literatura. «Y entonces existirá la literatura. A algunos les gustará, a
algunos les obsesionará y querrán hacerla…» No, no. Él no dijo eso. Si entonces
le hubieras preguntado a Dios: «¿Habrá lampistas», te habría respondido: «Sí,
los habrá, porque habrá casas y serán necesarios los lampistas». «¿Habrá
médicos?» «Sí, porque la gente enfermará y necesitará médicos que le receten
medicinas.» «¿Y literatura?» «¿Literatura? ¿De qué estás hablando? ¿Para qué
sirve eso? ¿Dónde encaja? Por favor, estoy creando un universo, no una
universidad. Nada de literatura.»
En párrafos como éste, Roth me
recuerda mucho a uno de sus maestros: Saul
Bellow, uno de los grandes decanos de la literatura judía norteamericana.
Igual que ocurría en La mancha humana con el supuesto racismo
de su protagonista, algún personaje siniestro de Me casé con un comunista usará el desprestigio de Ira para ascender
él socialmente, sin importante, tanto en una novela como en la otra, que ese
racismo o esa supuesta amenaza comunista sean reales o sean peligrosos. Este
tema me ha recordado a ciertas persecuciones políticas patrias sobre los
límites de lo políticamente correcto con motivo de unos tuits en internet (Roth
es realmente moderno en esto).
Me casé con un comunista me ha parecido una gran novela, pero creo
que su lectura ha resultado para mí demasiado cercana a la de La mancha humana. Considero que el
Coleman Silk de este último libro es una creación más conmovedora y memorable
que el Ira Ringold de Me casé con un
comunista. En cualquier caso, tengo claro que el nivel medio de las tres novelas
de La trilogía americana está entre
las mejores obras que se pueden leer ahora mismo de un escritor vivo, por mucho
que, año tras año, no le den el premio Nobel al maestro Philip Roth.
He leído esta trilogía y alguno más de Roth, y la verdad es que, si bien mientras leía Me casé... tenía la sensación de estar leyendo una gran obra, pasado el tiempo es el que menos ha durado en mi memoria, mientras que el recuerdo de los otros sigue siendo muy vivo. No sé si eso tendrá algo que ver con la calidad de una obra...
ResponderEliminarEn lo que respecta a la calidad de una traducción, me sorprende ese catalanismo de "lampista" donde debería decir "fontanero". La letal combinación entre Logse e inmersión.
Saludos.
Hola:
EliminarA mí me ocurre lo mismo: de los tres de la Trilogía, creo que el menos recordable es éste, y aún así es un gran libro, el único problema que tiene es que los otros dos son muy grandes. Quizás este libro tenga el personaje menos entrañable de los tres libros, y quizás ya al leer este libro hay una sensación de repetición de temas.
La verdad es que me parecía raro lo de "lampista", que entendía como alguien que fabrica o arregla lámparas; pero tiene más sentido que fuese "fontanero", claro. Si es así, es una buena metedura de pata, porque en castellano no coinciden los significados.
Saludos
Muy buena crítica a una muy buena novela, que acabo de leer, aunque quisiera hacer una matización al primer comentario. "Lampista" es perfectamente válido en español, al igual que fontanero y plomista, que es como se suele decir en gran parte de Andalucía y toda Latinoamérica. En catalán, fontanero es "llanterner", y lampista se considera un castellanismo.
ResponderEliminarLa referencia sarcástica a la LOGSE y a la inmersión lingüística está fuera de lugar y me parece una muestra de catalanofobia, además de una falta de respeto a Jordi Fibla, el traductor, que tiene más de 70 años y ni ha padecido la LOGSE ni disfrutó en su infancia, en pleno franquismo, de la inmersión lingüística. Es, además, un profesional prestigioso, traductor de toda la obra de Philip Roth, y Premio Nacional a la Obra de un Traductor en 2015.
Seamos respetuosos con los traductores que nos brindan tantas horas de felicidad.
Hola Joanllu:
EliminarGracias por sus palabras hacia la crítica. Sin ser éste el mejor libro de Roth, sigue siendo un gran libro.
Y gracias por la aclaración del significado del término "lampista". Lo he estado buscando en internet y tiene usted razón. Desde luego es una palabra que en Madrid no se usa.
La verdad es que pensaba que El niño vampiro era catalán, pero puede que no lo sea. Como usted dice, la referencia a la LOGSE sobraba. Por lo que recuerdo, la traducción era muy buena.
Saludos