Babbitt, de Sinclair Lewis
Editorial
Nórdica Libros. 452 páginas. 1ª edición de 1922; esta es de 2009.
Traducción
de José Manuel Álvarez
Creo que la primera vez
que leí el nombre de Sinclair Lewis
(Sauk Center, Estados Unidos, 1885 – Roma, 1951) fue en algún libro de Charles Bukowski, donde le citaba.
Desde entonces, desde hace unos treinta años, era uno de esos escritores que
nebulosamente asociaba a los clásicos norteamericanos que algún día debía leer.
En la Feria del Libro Antiguo y de
Ocasión de Recoletos de 2024 me encontré en el mismo puesto con Babbitt
(1992) de Sinclair Lewis con El
hombre del traje gris (1955) de Sloan
Willson, novelas a las que sentí cercanas por temáticas y espacio temporal
y decidí comprar las dos.
Babbitt se ambienta
en la ciudad de Zenith, nombre inventado para una ciudad de entre 300.000 y
400.000 habitantes, y que, por algunas indicaciones que se dan en el libro,
debería encontrarse a medio camino entre Chicago y Nueva York. Así que, si mis
cálculos (y la contraportada del libro) son correctos, nos encontramos en el
Medio Oeste norteamericano, ese lugar mítico que tantas ficciones ha albergado
y que apela al corazón más conservador de Estados Unidos.
Estamos en 1920 y George Babbitt
tiene cuarenta y seis años. Regenta, junto con su suegro, un negocio
inmobiliario en la ciudad, que cuenta con nueve empleados, y todo parece ir
bien para él. Tiene una mujer, Myra, con la que lleva veintitrés años casado, y
tres hijos, Verona de veintidós años, Ted de diecisiete y Tinka de diez.
Babbitt es un republicano que aborrece el socialismo, y cuando mira la
prosperidad de Zenith, y la suya propia, siente que el mundo está bien hecho.
«Miró borrosamente el patio. Le complació, como siempre. Era el pulcro patio de
un próspero hombre de negocios de Zenith, es decir, era la perfección misma, y
le hacía a él también perfecto.», leemos en la página 11.
Desde el comienzo, la mirada de
Lewis sobre su personaje principal es irónica. La voz narrativa, en tercera
persona, nos va a presentar a un hombre, en apariencia contento con su vida,
pero que, en el fondo, arrastra un buen número de insatisfacciones y carencias
interiores.
El primer párrafo del libro me parece
significativo: «Las torres de Zenith se alzaban sobre la neblina matinal. Austeras
torres de acero, cemento y caliza, macizas como acantilados y delicadas como
varillas de plata. No eran iglesias ni ciudadelas, sino franca y bellamente
edificios de oficinas.» En el mundo que nos va a describir Lewis se juega mucho
metafóricamente con la nueva religión del dinero, cuyos templos serían los
edificios de oficinas. En este sentido, también leemos en la página 20:
«Contempló la torre como la aguja del templo de la religión de los negocios, un
credo apasionado, exaltado, que se hallaba por encima del hombre corriente.» En
la página 11 leemos: «El Babbitt cuyo dios era Aparatos Modernos no estaba
satisfecho.» En la página 27: «Como devotos del Gran Dios Motor, entonaron
himnos al parche del neumático de repuesto, y a la manivela del gato perdido.»
El contexto histórico es el de la
Ley Seca, y Lewis nos presenta un mundo en el que todo el mundo bebe alcohol, y
en el que las personas como Babbitt y sus amigos –en un alarde de cinismo–
están de acuerdo con dicha ley, aunque se la salten, porque piensan que es
apropiada para los pobres, pero no para ellos que beben cuando les parece,
porque son gente de orden. Así mismo, aunque Babbitt se considera un virtuoso
ciudadano, no tiene inconveniente tampoco en negociar a escondidas con el
ayuntamiento para conseguir beneficios a la hora de comprar terrenos, por
ejemplo. Todo esto Lewis lo sabe contar con mucha gracia.
Un juego curioso –con intenciones
cómicas– es que el narrador en algunos casos se muestra como un narrador
omnisciente, que puede desentrañar los pensamientos de sus personajes y, en
otros casos, no le consta lo que acaba por ocurrir en las escenas que describe.
En la página 13, Myra habla a Babbitt y el narrador escribe: «No se tiene
constancia de que él fuera capaz de contestar.»
Por supuesto, en el mundo de Babbitt
la posesión de un automóvil es un indicativo de rango social. En la página 89,
leemos: «En la ciudad de Zenith, en el bárbaro siglo XX, el automóvil de una
familia indicaba su rango social con tanta precisión como los títulos
nobiliarios el rango de una familia inglesa».
El narrador suele tener una mirada
irónica, aunque compasiva, sobre Babbitt; de este modo, nos hablará de sus
múltiples estrategias para dejar de fumar, hábito al que siempre acaba
volviendo. Babbitt quedará retratado como un personaje de una gran
autoindulgencia.
Sin embargo, por detrás de esta
primera capa, en la que Sinclair Lewis parece estar burlándose (bastante
amablemente) de su personaje, existe otra segunda capa en la que nos presenta a
Babbitt como un hombre insatisfecho. En las primeras páginas se describe el
despertar de Babbitt a un día corriente y, de forma casi misteriosa, dentro de
la cotidianidad de la escena, se nos dice que, desde hace años, sueña con un
hada. «Hacía años que el hada acudía a él. Donde los demás solo veían a George
Babbitt, ella percibía al joven apuesto. Le esperaba en la oscuridad, más allá
de bosquecillos misteriosos. Y él corría a su encuentro en cuanto podía
escabullirse de su atestada casa. Su esposa y sus vociferantes amigos
intentaban seguirle, pero él escapaba, la joven volaba a su lado y se
acurrucaban los dos en una umbrosa ladera. ¡Era tan esbelta, tan blanca, tan
apasionada! Le decía que fuese alegre y valeroso, que ella le esperaría, que se
harían los dos a la mar…» Esta pequeña escena, en apariencia irrelevante irá
cobrando nuevos y más profundos significados en el trascurso de la novela.
Aunque luego se va a producir más de
un salto temporal, en las primeras cien páginas del libro se describe una sola
jornada en la vida de Babbitt. Sin embargo, mediante el recurso de la analepsis,
conoceremos algunos momentos significativos del pasado del personaje.
Especialmente relevante me parece aquel en el que se habla de cómo Babbitt
llegó a casarse con su mujer Myra. Cuando, tras salir juntos unas cuantas
veces, ella le dice que son novios, esta es la relación del Babbitt joven: «¿Novios?
A él no se le había ocurrido siquiera. Su afecto por aquella mujercita tierna y
morena se enfrió, le dio miedo, pero era incapaz de herirla, era incapaz de
defraudar sus esperanzas.» (pág. 106) Esta escena me parece particularmente
patética en el libro y, aunque la primera mirada sobre Babbitt sea la de suave
burla, el lector acabará sintiendo también compasión por él.
Durante la primera jornada que se
describe en la novela, Babbitt quedará a comer con su amigo Paul Riesling, al
que conoce de los tiempos de la universidad. Paul parece ser el amigo más
íntimo y verdadero de Babbitt, acostumbrado a tener relaciones superficiales.
En la página 74, Babbitt y Paul se confesarán el uno al otro que, en el fondo,
no se sienten satisfechos con sus vidas, pese a ser personas de éxito
económico, y vivir para mantenerlo y acrecentarlo. Paul heredó una empresa
familiar de techados de papel alquitranado, pero le hubiera gustado ser
violinista, y a Babbitt le hubiera gustado, después de licenciarse en abogacía,
ser político. Paul es además infeliz por la mala relación que tiene con su
mujer Zilla. Babbitt y Paul planearán escaparse unos días solos al lugar en el
que, más tarde la familia de Babbitt viajará para compartir las vacaciones con
él. Babbitt y Paul son dos personas que, constantemente, tienen fantasías de
evasión de sus vidas.
Normalmente, las novelas
norteamericanas, a las que estoy acostumbrado, suelen presentar las vidas de
los personajes y, pronto, estas vidas dan un vuelco dramático. Me estaba
extrañando que esta novela de 452 páginas avanzaba mostrándonos más escenas
costumbristas de la vida de Babbitt, pero que no se produjera ese giro dramático
que yo estaba esperando. Babbitt empezará a destacar como orador por los
republicanos, de cara a las siguientes elecciones, y estrechará sus lazos con
líderes económicos y religiosos de Zenith y seguirá, durante un buen número de
páginas, con sus deseos de prosperar económicamente y de trepar socialmente. En
especial es sangrante –y patético– cómo Lewis nos muestra la felicidad que
siente Babbitt al poder reunirse con gente que detenta el poder y cómo le
aburre y le desmotiva relacionarse con gente que él siente de una categoría
inferior a la suya, y que no le van a ayudar en nada en su camino hacia la
cumbre social de Zenith.
La mala relación de Paul con su
mujer Zilla será el detonante definitivo –una vez que hemos alcanzado los dos
tercios de la novela, algo tarde para los cánones clásicos– que haga que las
creencias del personaje se tambaleen y dé un giro y trate de saltarse su propio
sistema de creencias. Entonces veremos hasta qué punto Babbitt está atrapado o
no en las redes de su propia vida.
Lo cierto es que me costaba pensar
que Babbitt era una novela publicada
hace ya más de cien años, porque todo lo leído en ella me estaba resultando
terriblemente moderno. Sinclair Lewis fue el primer estadounidense en ganar el
Premio Nobel de Literatura en 1930. Durante las décadas de 1920 hasta 1950, la
palabra Babbitt fue de uso común en Estados Unidos, y servía para referirse a
las personas acomodaticias con el poder y con la vida cotidiana. En la
actualidad, la palabra ya no se escucha en la calle, pero se sigue usando, por
ejemplo, en artículo periodísticos.
Babbitt me ha
parecido una gran novela, que nos interpela directamente, y que desde, un tono
en apariencia burlesco, acaba mostrándonos muchas capas ocultas del ser humano.
Babbitt es todo un clásico de la
novela estadounidense.
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