domingo, 3 de agosto de 2025

Babbitt, por Sinclair Lewis


 Babbitt, de Sinclair Lewis

Editorial Nórdica Libros. 452 páginas. 1ª edición de 1922; esta es de 2009.

Traducción de José Manuel Álvarez

 

Creo que la primera vez que leí el nombre de Sinclair Lewis (Sauk Center, Estados Unidos, 1885 – Roma, 1951) fue en algún libro de Charles Bukowski, donde le citaba. Desde entonces, desde hace unos treinta años, era uno de esos escritores que nebulosamente asociaba a los clásicos norteamericanos que algún día debía leer. En la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Recoletos de 2024 me encontré en el mismo puesto con Babbitt (1992) de Sinclair Lewis con El hombre del traje gris (1955) de Sloan Willson, novelas a las que sentí cercanas por temáticas y espacio temporal y decidí comprar las dos.

 

Babbitt se ambienta en la ciudad de Zenith, nombre inventado para una ciudad de entre 300.000 y 400.000 habitantes, y que, por algunas indicaciones que se dan en el libro, debería encontrarse a medio camino entre Chicago y Nueva York. Así que, si mis cálculos (y la contraportada del libro) son correctos, nos encontramos en el Medio Oeste norteamericano, ese lugar mítico que tantas ficciones ha albergado y que apela al corazón más conservador de Estados Unidos.

Estamos en 1920 y George Babbitt tiene cuarenta y seis años. Regenta, junto con su suegro, un negocio inmobiliario en la ciudad, que cuenta con nueve empleados, y todo parece ir bien para él. Tiene una mujer, Myra, con la que lleva veintitrés años casado, y tres hijos, Verona de veintidós años, Ted de diecisiete y Tinka de diez. Babbitt es un republicano que aborrece el socialismo, y cuando mira la prosperidad de Zenith, y la suya propia, siente que el mundo está bien hecho. «Miró borrosamente el patio. Le complació, como siempre. Era el pulcro patio de un próspero hombre de negocios de Zenith, es decir, era la perfección misma, y le hacía a él también perfecto.», leemos en la página 11.

 

Desde el comienzo, la mirada de Lewis sobre su personaje principal es irónica. La voz narrativa, en tercera persona, nos va a presentar a un hombre, en apariencia contento con su vida, pero que, en el fondo, arrastra un buen número de insatisfacciones y carencias interiores.

 El primer párrafo del libro me parece significativo: «Las torres de Zenith se alzaban sobre la neblina matinal. Austeras torres de acero, cemento y caliza, macizas como acantilados y delicadas como varillas de plata. No eran iglesias ni ciudadelas, sino franca y bellamente edificios de oficinas.» En el mundo que nos va a describir Lewis se juega mucho metafóricamente con la nueva religión del dinero, cuyos templos serían los edificios de oficinas. En este sentido, también leemos en la página 20: «Contempló la torre como la aguja del templo de la religión de los negocios, un credo apasionado, exaltado, que se hallaba por encima del hombre corriente.» En la página 11 leemos: «El Babbitt cuyo dios era Aparatos Modernos no estaba satisfecho.» En la página 27: «Como devotos del Gran Dios Motor, entonaron himnos al parche del neumático de repuesto, y a la manivela del gato perdido.»

El contexto histórico es el de la Ley Seca, y Lewis nos presenta un mundo en el que todo el mundo bebe alcohol, y en el que las personas como Babbitt y sus amigos –en un alarde de cinismo– están de acuerdo con dicha ley, aunque se la salten, porque piensan que es apropiada para los pobres, pero no para ellos que beben cuando les parece, porque son gente de orden. Así mismo, aunque Babbitt se considera un virtuoso ciudadano, no tiene inconveniente tampoco en negociar a escondidas con el ayuntamiento para conseguir beneficios a la hora de comprar terrenos, por ejemplo. Todo esto Lewis lo sabe contar con mucha gracia.

 

Un juego curioso –con intenciones cómicas– es que el narrador en algunos casos se muestra como un narrador omnisciente, que puede desentrañar los pensamientos de sus personajes y, en otros casos, no le consta lo que acaba por ocurrir en las escenas que describe. En la página 13, Myra habla a Babbitt y el narrador escribe: «No se tiene constancia de que él fuera capaz de contestar.»

Por supuesto, en el mundo de Babbitt la posesión de un automóvil es un indicativo de rango social. En la página 89, leemos: «En la ciudad de Zenith, en el bárbaro siglo XX, el automóvil de una familia indicaba su rango social con tanta precisión como los títulos nobiliarios el rango de una familia inglesa».

El narrador suele tener una mirada irónica, aunque compasiva, sobre Babbitt; de este modo, nos hablará de sus múltiples estrategias para dejar de fumar, hábito al que siempre acaba volviendo. Babbitt quedará retratado como un personaje de una gran autoindulgencia.

 

Sin embargo, por detrás de esta primera capa, en la que Sinclair Lewis parece estar burlándose (bastante amablemente) de su personaje, existe otra segunda capa en la que nos presenta a Babbitt como un hombre insatisfecho. En las primeras páginas se describe el despertar de Babbitt a un día corriente y, de forma casi misteriosa, dentro de la cotidianidad de la escena, se nos dice que, desde hace años, sueña con un hada. «Hacía años que el hada acudía a él. Donde los demás solo veían a George Babbitt, ella percibía al joven apuesto. Le esperaba en la oscuridad, más allá de bosquecillos misteriosos. Y él corría a su encuentro en cuanto podía escabullirse de su atestada casa. Su esposa y sus vociferantes amigos intentaban seguirle, pero él escapaba, la joven volaba a su lado y se acurrucaban los dos en una umbrosa ladera. ¡Era tan esbelta, tan blanca, tan apasionada! Le decía que fuese alegre y valeroso, que ella le esperaría, que se harían los dos a la mar…» Esta pequeña escena, en apariencia irrelevante irá cobrando nuevos y más profundos significados en el trascurso de la novela.

 

Aunque luego se va a producir más de un salto temporal, en las primeras cien páginas del libro se describe una sola jornada en la vida de Babbitt. Sin embargo, mediante el recurso de la analepsis, conoceremos algunos momentos significativos del pasado del personaje. Especialmente relevante me parece aquel en el que se habla de cómo Babbitt llegó a casarse con su mujer Myra. Cuando, tras salir juntos unas cuantas veces, ella le dice que son novios, esta es la relación del Babbitt joven: «¿Novios? A él no se le había ocurrido siquiera. Su afecto por aquella mujercita tierna y morena se enfrió, le dio miedo, pero era incapaz de herirla, era incapaz de defraudar sus esperanzas.» (pág. 106) Esta escena me parece particularmente patética en el libro y, aunque la primera mirada sobre Babbitt sea la de suave burla, el lector acabará sintiendo también compasión por él.

 

Durante la primera jornada que se describe en la novela, Babbitt quedará a comer con su amigo Paul Riesling, al que conoce de los tiempos de la universidad. Paul parece ser el amigo más íntimo y verdadero de Babbitt, acostumbrado a tener relaciones superficiales. En la página 74, Babbitt y Paul se confesarán el uno al otro que, en el fondo, no se sienten satisfechos con sus vidas, pese a ser personas de éxito económico, y vivir para mantenerlo y acrecentarlo. Paul heredó una empresa familiar de techados de papel alquitranado, pero le hubiera gustado ser violinista, y a Babbitt le hubiera gustado, después de licenciarse en abogacía, ser político. Paul es además infeliz por la mala relación que tiene con su mujer Zilla. Babbitt y Paul planearán escaparse unos días solos al lugar en el que, más tarde la familia de Babbitt viajará para compartir las vacaciones con él. Babbitt y Paul son dos personas que, constantemente, tienen fantasías de evasión de sus vidas.

 

Normalmente, las novelas norteamericanas, a las que estoy acostumbrado, suelen presentar las vidas de los personajes y, pronto, estas vidas dan un vuelco dramático. Me estaba extrañando que esta novela de 452 páginas avanzaba mostrándonos más escenas costumbristas de la vida de Babbitt, pero que no se produjera ese giro dramático que yo estaba esperando. Babbitt empezará a destacar como orador por los republicanos, de cara a las siguientes elecciones, y estrechará sus lazos con líderes económicos y religiosos de Zenith y seguirá, durante un buen número de páginas, con sus deseos de prosperar económicamente y de trepar socialmente. En especial es sangrante –y patético– cómo Lewis nos muestra la felicidad que siente Babbitt al poder reunirse con gente que detenta el poder y cómo le aburre y le desmotiva relacionarse con gente que él siente de una categoría inferior a la suya, y que no le van a ayudar en nada en su camino hacia la cumbre social de Zenith.

 

La mala relación de Paul con su mujer Zilla será el detonante definitivo –una vez que hemos alcanzado los dos tercios de la novela, algo tarde para los cánones clásicos– que haga que las creencias del personaje se tambaleen y dé un giro y trate de saltarse su propio sistema de creencias. Entonces veremos hasta qué punto Babbitt está atrapado o no en las redes de su propia vida.

Lo cierto es que me costaba pensar que Babbitt era una novela publicada hace ya más de cien años, porque todo lo leído en ella me estaba resultando terriblemente moderno. Sinclair Lewis fue el primer estadounidense en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1930. Durante las décadas de 1920 hasta 1950, la palabra Babbitt fue de uso común en Estados Unidos, y servía para referirse a las personas acomodaticias con el poder y con la vida cotidiana. En la actualidad, la palabra ya no se escucha en la calle, pero se sigue usando, por ejemplo, en artículo periodísticos.

Babbitt me ha parecido una gran novela, que nos interpela directamente, y que desde, un tono en apariencia burlesco, acaba mostrándonos muchas capas ocultas del ser humano. Babbitt es todo un clásico de la novela estadounidense.

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