El hablador, de Mario Vargas Llosa
Editorial Alfaguara. 287 páginas. 1ª edición de 1987; esta es de 2022
El lunes 14 de abril de 2025 recibí la noticia sobre la muerte, el día
anterior, de Mario Vargas Llosa
(Arequipa, 1936 – Lima, 2025). Ese mismo día decidí grabar un vídeo, como
homenaje, para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob. Busqué en internet
una lista cronológica con sus obras publicadas, y tomé sus libros de mi
biblioteca para mostrarlos en el vídeo. Era consciente de que los doce libros
que yo había leído de Vargas Llosa pertenecían al siglo XX. El libro suyo más
cercano en el tiempo al que me había acercado era La fiesta del Chivo, del
año 2000. Al leer la lista de sus libros, me percaté de que ni siquiera me
sonaba el título de El hablador (1987), lo que me resultó extraño. El miércoles
siguiente, paseando por Madrid, visité la librería La Central de Callao y en la entrada las libreras habían creado un
pequeño altar con los libros de Vargas Llosa. Entre ellos hojeé una bonita
edición de El hablador, que alguien
me había recomendado en el canal de YouTube y decidí comprarlo como homenaje al
escritor que me había acompañado tanto, desde que el verano de 1995 leí La
ciudad y los perros y me sentí tan impresionado por su fuerza.
La voz narrativa con la que empieza la novela podría identificarse con la
del propio autor: un peruano, que sabremos que es escritor. De hecho, nos
contará que, en 1981, participó en la producción de un programa para una
televisión peruana, llamado La Torre de Babel, y que, por ejemplo, tuvo que
entrevistar a Borges y sufrió con él un malentendido. Estos hechos pertenecen a
la biografía real de Vargas Llosa.
El narrador está de viaje en Firenze (Florencia) y por casualidad descubre,
en una galería de arte, una exposición de fotografías de una tribu de indios
peruanos –los machiguengas–, con la que entró en contacto en el pasado, cuando
uno de sus amigos de la universidad de San Marcos, con el que inició la carrera
de Derecho, empezó a sentirse fascinado por ellos, hasta el punto de dejar la
carrera de Derecho (que su padre quería que cursase) por la de Etnología. El
amigo es Saúl Zuratas, apodado «Mascarita», porque «tenía un lunar morado
oscuro, vino vinagre, que le cubría todo el lado derecho de la cara, y unos
pelos rojos y despeinados como las cerdas de un escobillón.» El padre de
Mascarita es un judío europeo emigrado a Perú, y Mascarita había nacido en un
pueblo del interior del país. Pronto Mascarita empezará a interesarse por el
pueblo de los indios machiguengas. Mascarita considera un crimen el ocaso que
los indios de Perú sufren en el país y el ver cómo la civilización está acabando
con sus espacios vitales y su cultura. El narrador discutirá con su amigo sobre
el destino de estos pueblos y el destino del Perú. «Qué proponía, a fin de
cuentas? ¿Que, para no alterar los modos de vida y las creencias de unas tribus
que vivían, muchas de ellas, en la Edad de Piedra, se abstuviera el resto del
Perú de explotar la Amazonía? ¿Deberían dieciséis millones de peruanos
renunciar a los recursos naturales de tres cuartas partas de su territorio para
que los sesenta u ochenta mil indígenas amazónicos siguieran flechándose
tranquilamente entre ellos, reduciendo cabezas y adorando a la boa
constrictor?», leemos en las páginas 34 y 35.
Es interesante que la novela plantea diversas miradas sobre este tema sin
ofrecer una visión maniquea sobre el mismo. Ni siquiera el propio Mascarita
idealiza a los pueblos amazónicos, porque él sabe que, debido a la mancha de su
cara, si hubiera nacido en uno de ellos las mismas madres le hubieran matado,
echándole al río o enterrándolo vivo. Sin embargo, la obsesión de Mascarita por
los pueblos amazónicos y, en especial, por el de los machinguegas, solo irá a
más. Los machinguegas es una tribu de solo unos cuatro o cinco mil individuos.
Se trata de un pueblo fracturado en pequeñas comunidades, casi en unidades familiares.
Es un pueblo al que los incas expulsaron de la parte oriental del Cusco, pero al
que no pudieron sojuzgar, entrando cada vez más en la selva, donde los iban
metiendo otros pueblos más aguerridos y los blancos. Los machinguegas son un
pueblo históricamente poco conocido y muchos de sus miembros están ya viviendo,
en el tiempo narrativo del libro, 1985, un proceso de aculturación occidental.
En realidad, la cultura machinguera parece condenada a la desaparición.
Me han gustado las reflexiones que hace el narrador sobre que la doble
condición de judío, y de marcado, hace que Mascarita se interese por una
comunidad señalada y acosada por el mundo que le rodea.
En la novela también será cuestionada la labor de los etnógrafos
estadounidenses, a los que más que la idea de conocer o preservar a estos
pueblos indígenas, lo que más parece moverles es la capacidad de explicarles la
palabra de su Dios, mediante gestos como traducir la Biblia al idioma
machinguega.
El narrador principal de la novela se parece bastante al de Historia
de Mayta (1984). Tres años separan la publicación de una novela de otra
(y en medio se encuentra ¿Quién mató a
Palomino Molero? de 1986). En ambas novelas, los narradores compartes más
de un rasgo con la historia personas de Mario Vargas Llosa, y los dos van a
tratar de averiguar hechos sobre la vida de un amigo o conocido de juventud;
Mayta en un caso y Mascarita en el otro.
En El hablador nos vamos a encontrar con dos narradores: aquel del que
ya he hablado y otro nuevo que será un «hablador» de la tribu de los
machinguegas. La existencia de la figura de este hablador en la cultura de la
tribu hará que el narrador principal se interese por ellos, al punto de ir a
visitarlos en 1958. El hablador tiene la función de moverse entre diversas
comunidades de machinguegas y ser la memoria activa de la tribu. Relatará los
mitos de su pueblo e irá incorporando otros nuevos. La existencia de este
hablador hará sentir a nuestro narrador que la idea de alguien que cuente (o
que escriba en su caso) es culturalmente importante, incluso en los pueblos más
primitivos. De hecho, empezará a recoger información para crear un cuento o una
novela sobre la figura de este hablador. Pero le costará encontrar el modo de
hacerlo. Así que, al igual que su amigo Mascarita, también empezará a pensar en
esta tribu, aunque desde un punto de vista diferente.
La segunda voz narrativa –que se irá alternando con la otra y ocupará en el
total del libro menos espacio que la primera– será la de un hablador
machinguega. Esta voz narrativa, a diferencia de la voz racionalista anterior,
nos dará una visión mágica del mundo, sobre su nacimiento, existencia o
continuidad, recreando los mitos de su tribu. A veces, se puede hacer un poco
exagerado el vocabulario propio de la selva que aparece aquí, y al lector –o al
menos a mí como lector– le puede agotar un tanto este tipo de narrativa tan
libre y poética, pero tan caótica y loca también. El lector pronto comprenderá
que este hablador de los machinguegas no es otro que Mascarita. No creo hacer
ningún destripamiento significativo de la novela, porque desde el primer
momento que aparece esta segunda voz narrativa, se le dan suficientes pistas al
lector para que maneje esta información, antes de que el narrador principal de
la novela pueda empezar a sospechar cuál ha sido el destino de su amigo, del
que pensaba que había regresado con su padre a Israel, pero acabará averiguando
que no fue así, y que parece, por increíble que suene, que se internó en el
Amazonas y que llegó a convertirse en uno de los habladores de esta tribu. Lo
más curioso que me ha resultado de esta segunda voz narrativa ha sido ver cómo
Mascarita, después de haber asimilado y aprendido a transmitir todos los mitos
de la tribu que lo adopta, irá incorporando su propia historia a la corriente
de mitos ancestrales de los machinguegas. Por ejemplo, incorporará su gusto por
Franz Kafka a las leyendas de esta tribu. Lo que no deja de ser un detalle
kafkiano de la narración.
Como dije al principio, el día que murió Mario Vargas Llosa desconocía la
existencia de esta novela, y por eso, al verla en una librería unos días
después, sentí curiosidad, la compré y la leí. Como imaginaba, El hablador no entra en el grupo de las
que considero las más grandes novelas de Vargas Llosa, que para mí serían La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo. Vargas Llosa ha
dejado ya atrás, en El hablador, su
investigación de las innovaciones formales, presentando aquí una novela más
convencional, a pesar del juego de sus dos voces narrativas tan dispares. Esto,
sin embargo, no quiere decir que no me haya parecido una buena novela, que sí
me lo ha parecido. Además, me ha hecho ver una nueva gama de intereses de
Vargas Llosa, como es este planteamiento sobre el futuro y la conservación de
las tribus indígenas del Amazonas, que le desconocía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario