domingo, 17 de agosto de 2025

El hablador, por Mario Vargas Llosa

 


El hablador, de Mario Vargas Llosa

Editorial Alfaguara. 287 páginas. 1ª edición de 1987; esta es de 2022

 

El lunes 14 de abril de 2025 recibí la noticia sobre la muerte, el día anterior, de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 – Lima, 2025). Ese mismo día decidí grabar un vídeo, como homenaje, para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob. Busqué en internet una lista cronológica con sus obras publicadas, y tomé sus libros de mi biblioteca para mostrarlos en el vídeo. Era consciente de que los doce libros que yo había leído de Vargas Llosa pertenecían al siglo XX. El libro suyo más cercano en el tiempo al que me había acercado era La fiesta del Chivo, del año 2000. Al leer la lista de sus libros, me percaté de que ni siquiera me sonaba el título de El hablador (1987), lo que me resultó extraño. El miércoles siguiente, paseando por Madrid, visité la librería La Central de Callao y en la entrada las libreras habían creado un pequeño altar con los libros de Vargas Llosa. Entre ellos hojeé una bonita edición de El hablador, que alguien me había recomendado en el canal de YouTube y decidí comprarlo como homenaje al escritor que me había acompañado tanto, desde que el verano de 1995 leí La ciudad y los perros y me sentí tan impresionado por su fuerza.

 

La voz narrativa con la que empieza la novela podría identificarse con la del propio autor: un peruano, que sabremos que es escritor. De hecho, nos contará que, en 1981, participó en la producción de un programa para una televisión peruana, llamado La Torre de Babel, y que, por ejemplo, tuvo que entrevistar a Borges y sufrió con él un malentendido. Estos hechos pertenecen a la biografía real de Vargas Llosa.

El narrador está de viaje en Firenze (Florencia) y por casualidad descubre, en una galería de arte, una exposición de fotografías de una tribu de indios peruanos –los machiguengas–, con la que entró en contacto en el pasado, cuando uno de sus amigos de la universidad de San Marcos, con el que inició la carrera de Derecho, empezó a sentirse fascinado por ellos, hasta el punto de dejar la carrera de Derecho (que su padre quería que cursase) por la de Etnología. El amigo es Saúl Zuratas, apodado «Mascarita», porque «tenía un lunar morado oscuro, vino vinagre, que le cubría todo el lado derecho de la cara, y unos pelos rojos y despeinados como las cerdas de un escobillón.» El padre de Mascarita es un judío europeo emigrado a Perú, y Mascarita había nacido en un pueblo del interior del país. Pronto Mascarita empezará a interesarse por el pueblo de los indios machiguengas. Mascarita considera un crimen el ocaso que los indios de Perú sufren en el país y el ver cómo la civilización está acabando con sus espacios vitales y su cultura. El narrador discutirá con su amigo sobre el destino de estos pueblos y el destino del Perú. «Qué proponía, a fin de cuentas? ¿Que, para no alterar los modos de vida y las creencias de unas tribus que vivían, muchas de ellas, en la Edad de Piedra, se abstuviera el resto del Perú de explotar la Amazonía? ¿Deberían dieciséis millones de peruanos renunciar a los recursos naturales de tres cuartas partas de su territorio para que los sesenta u ochenta mil indígenas amazónicos siguieran flechándose tranquilamente entre ellos, reduciendo cabezas y adorando a la boa constrictor?», leemos en las páginas 34 y 35.

Es interesante que la novela plantea diversas miradas sobre este tema sin ofrecer una visión maniquea sobre el mismo. Ni siquiera el propio Mascarita idealiza a los pueblos amazónicos, porque él sabe que, debido a la mancha de su cara, si hubiera nacido en uno de ellos las mismas madres le hubieran matado, echándole al río o enterrándolo vivo. Sin embargo, la obsesión de Mascarita por los pueblos amazónicos y, en especial, por el de los machinguegas, solo irá a más. Los machinguegas es una tribu de solo unos cuatro o cinco mil individuos. Se trata de un pueblo fracturado en pequeñas comunidades, casi en unidades familiares. Es un pueblo al que los incas expulsaron de la parte oriental del Cusco, pero al que no pudieron sojuzgar, entrando cada vez más en la selva, donde los iban metiendo otros pueblos más aguerridos y los blancos. Los machinguegas son un pueblo históricamente poco conocido y muchos de sus miembros están ya viviendo, en el tiempo narrativo del libro, 1985, un proceso de aculturación occidental. En realidad, la cultura machinguera parece condenada a la desaparición.

Me han gustado las reflexiones que hace el narrador sobre que la doble condición de judío, y de marcado, hace que Mascarita se interese por una comunidad señalada y acosada por el mundo que le rodea.

En la novela también será cuestionada la labor de los etnógrafos estadounidenses, a los que más que la idea de conocer o preservar a estos pueblos indígenas, lo que más parece moverles es la capacidad de explicarles la palabra de su Dios, mediante gestos como traducir la Biblia al idioma machinguega.

 

El narrador principal de la novela se parece bastante al de Historia de Mayta (1984). Tres años separan la publicación de una novela de otra (y en medio se encuentra ¿Quién mató a Palomino Molero? de 1986). En ambas novelas, los narradores compartes más de un rasgo con la historia personas de Mario Vargas Llosa, y los dos van a tratar de averiguar hechos sobre la vida de un amigo o conocido de juventud; Mayta en un caso y Mascarita en el otro.

 En El hablador nos vamos a encontrar con dos narradores: aquel del que ya he hablado y otro nuevo que será un «hablador» de la tribu de los machinguegas. La existencia de la figura de este hablador en la cultura de la tribu hará que el narrador principal se interese por ellos, al punto de ir a visitarlos en 1958. El hablador tiene la función de moverse entre diversas comunidades de machinguegas y ser la memoria activa de la tribu. Relatará los mitos de su pueblo e irá incorporando otros nuevos. La existencia de este hablador hará sentir a nuestro narrador que la idea de alguien que cuente (o que escriba en su caso) es culturalmente importante, incluso en los pueblos más primitivos. De hecho, empezará a recoger información para crear un cuento o una novela sobre la figura de este hablador. Pero le costará encontrar el modo de hacerlo. Así que, al igual que su amigo Mascarita, también empezará a pensar en esta tribu, aunque desde un punto de vista diferente.

La segunda voz narrativa –que se irá alternando con la otra y ocupará en el total del libro menos espacio que la primera– será la de un hablador machinguega. Esta voz narrativa, a diferencia de la voz racionalista anterior, nos dará una visión mágica del mundo, sobre su nacimiento, existencia o continuidad, recreando los mitos de su tribu. A veces, se puede hacer un poco exagerado el vocabulario propio de la selva que aparece aquí, y al lector –o al menos a mí como lector– le puede agotar un tanto este tipo de narrativa tan libre y poética, pero tan caótica y loca también. El lector pronto comprenderá que este hablador de los machinguegas no es otro que Mascarita. No creo hacer ningún destripamiento significativo de la novela, porque desde el primer momento que aparece esta segunda voz narrativa, se le dan suficientes pistas al lector para que maneje esta información, antes de que el narrador principal de la novela pueda empezar a sospechar cuál ha sido el destino de su amigo, del que pensaba que había regresado con su padre a Israel, pero acabará averiguando que no fue así, y que parece, por increíble que suene, que se internó en el Amazonas y que llegó a convertirse en uno de los habladores de esta tribu. Lo más curioso que me ha resultado de esta segunda voz narrativa ha sido ver cómo Mascarita, después de haber asimilado y aprendido a transmitir todos los mitos de la tribu que lo adopta, irá incorporando su propia historia a la corriente de mitos ancestrales de los machinguegas. Por ejemplo, incorporará su gusto por Franz Kafka a las leyendas de esta tribu. Lo que no deja de ser un detalle kafkiano de la narración.

 

Como dije al principio, el día que murió Mario Vargas Llosa desconocía la existencia de esta novela, y por eso, al verla en una librería unos días después, sentí curiosidad, la compré y la leí. Como imaginaba, El hablador no entra en el grupo de las que considero las más grandes novelas de Vargas Llosa, que para mí serían La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo. Vargas Llosa ha dejado ya atrás, en El hablador, su investigación de las innovaciones formales, presentando aquí una novela más convencional, a pesar del juego de sus dos voces narrativas tan dispares. Esto, sin embargo, no quiere decir que no me haya parecido una buena novela, que sí me lo ha parecido. Además, me ha hecho ver una nueva gama de intereses de Vargas Llosa, como es este planteamiento sobre el futuro y la conservación de las tribus indígenas del Amazonas, que le desconocía.

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