Borja Buzón Bernal, a quien conozco de las redes sociales, leyó mi novela Caminaré entre las ratas y escribió una reseña para su blog La esquina de este círculo:
«Los que frecuentan la blogosfera literaria
conocerán a David Pérez Vega como ese profesor de economía de
Móstoles apasionado por la literatura que sube sesudas reseñas de todo cuanto
lee cada domingo a su espacio Desde la ciudad sin cines (y a también
a su canal de YouTube). Yo conocía dicho blog mucho antes de compartir por
aquí mis impresiones sobre cada lectura y ha sido para mí desde entonces un
modelo de crítica literaria que siempre he admirado por la trabazón
de su contenido, que, sin rozar la pesada erudición de la academia, daba todas
y cada una de las claves interpretativas de las diferentes novelas y
colecciones de relatos que iban apareciendo en el panorama editorial como
novedades de este siglo XXI o como obras clásicas del XIX o del XX
(principalmente narrativa hispanoamericana). Esta labor de Pérez Vega como
crítico no es un fin en sí mismo, como él ha afirmado numerosas veces en sus
redes sociales, sino un mecanismo para darse a conocer como escritor, para
demostrar que su sensibilidad literaria le permite interpretar tanto textos
complejos y representativos de la literatura contemporánea como incorporarlos a
su imaginario particular y valerse de ellos, junto a su propia experiencia
vital, para redactar una prosa de gran valor. A pesar de este extraordinario
bagaje lector y hermeneuta que sitúa Desde la ciudad sin cines como
uno de los espacios de la blogosfera literaria alejada del circuito del bestseller con
más visitas, el propio Pérez Vega no destaca por ser un autor muy leído. Y esto
se debe muy posiblemente a que aún no ha podido dar el salto a una editorial
grande. Pérez Vega escapó, como su personaje Domingo, protagonista de esta
novela que hoy reseño, de la autopublicación, pero se ha movido siempre en
editoriales medianas y pequeñas, saltando de una a otra y con un pequeño
séquito de lectores que le seguimos la pista.
Previamente
a Caminaré entre las ratas, Pérez Vega publicó en Sloper su
novela Los insignes, que representa una radiografía brutal de los bajos
mundos de la comidilla literaria (especialmente de esos círculos poéticos que
viven del amiguismo y que son tan frecuentes desde que la poesía se concibió
como género). Yo pude leer Los insignes a finales de 2015 y sigo
pensando que es una novelas más divertidas que se han escrito jamás en español
(a ver si este verano la releo y reseño). Aunque las novelas no están
conectadas entre sí, se aprecia en ambas una progresión en el pensamiento de
Pérez Vega, que viaja del desenfreno tragicómico de Los insignes al tono
predominantemente serio, pero con pinceladas de un humor muy inesperado,
en Caminaré entre las ratas. Los protagonistas de ambas obras tratan de
abrirse camino en el mundo literario, pero mientras que en Los
insignes parece solo importar dicho mundo literario y todo lo que escapa a
él se siente sumido por un aire de parodia, en Caminaré entre las
ratas Pérez Vega busca construir una novela río, una novela total en
la que tocar todos los aspectos que puedan condicionar la vida de un hombre
de mediana edad (a punto de cumplir los cuarenta años) y que se siente
incapaz de alcanzar una estabilidad vital, económica, sentimental,
sexual, etc. Domingo, muy posiblemente al igual que el propio Pérez Vega,
sabe que quizás es algo tarde para él dar ese salto a una editorial más grande
que le garantice vivir únicamente de la escritura, como soñaba de
pequeño. Caminaré entre las ratas es, pues, el relato de un
desengaño que resulta no solo doloroso para todos los que hemos fantaseado
con la idea de redactar los clásicos del mañana en nuestra adolescencia como
estudiantes marginales, como empollones abatidos por las collejas de los más
grandes que terminaron trabajando en una obra o en el campo, es la historia de
una eterna crisis que nos impide vivir como han vivido nuestros padres, que
alcanzaron la estabilidad antes que nosotros y con muchos menos estudios. Es
el desengaño del éxito prometido.
Domingo
es forzado durante su juventud para convertirse en ingeniero como sus
primos, pero es incapaz de seguir al tercer año y opta por una decisión
intermedia entre sus verdaderos deseos de estudiar Filología Hispánica o
Literaturas Comparadas y ese ideal de sus padres, inculcado socialmente de
manera tácita acerca del éxito de las carreras de ciencias. Se decide por
estudiar Economía como el propio Pérez Vega y asume que la literatura
puede ser esa luz que le guíe de forma paralela. Asume que renunciar a su
vocación de manera temporal por timidez y falta de garbo le garantizará un
trabajo digno y estable tras el cual disponer de horas de sobra para cultivar
sus sueños y su afición. Sin embargo, Domingo acaba siendo un infeliz, un
hombre explotado en un ambiente que lo rechaza por no formar parte de ese linaje
aristócrata-burgués de auditores que veranean en Boston y se han educado
en las universidades privadas más caras y conservadoras dentro y fuera del país
y que creen que todo lo que han conseguido (incluidos muchos de sus puestos por
enchufe) se debe a sus dotes innegables para los negocios, que los pobres como
Domingo no tienen, por supuesto.
De un
trabajo, Domingo rebotará a otro cada vez peor. Y lo mismo sucederá con sus relaciones
sentimentales. Su formación estoica en resolver problemas de
matemáticas en la mesa del comedor de su casa lo han convertido en un ser
asocial, un hombre que solo ha sido capaz de establecer lazos con mujeres (más
allá de su madre y sus hermanas) en su adultez. El tabú cuasireligioso del
sexo y el aislamiento en los libros le han llevado a vivir francamente mal
los diversos encuentros amorosos en una juventud tardía, en la que ha tenido
que fingir muchas veces ser quien no era para granjearse el interés y el amor
de sus parejas y compañeras de una noche.
Domingo
vive en una crisis perpetua, pero es un disparo el que le hace despertar.
Nada más comenzar la novela, se nos revela que uno de sus amigos de la
infancia, muy cercano a él, se ha abierto la tapa de los sesos con una escopeta
en la tranquilidad de su casa. A partir de aquí, Domingo tendrá que sumar
un duelo más a la lista de duelos pendientes y de los que nos iremos
enterando a medida que vaya transcurriendo la trama. A pesar de este aura de
pesimismo que envuelve toda la obra, el final servirá para redimir en parte al
personaje y hacerlo aprender de sus experiencias y errores.
Como ya
he ido comentado, hay mucho del propio escritor en la obra. Pérez Vega es
un lector entusiasta de autores como Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos
Moya o Eduado Halfon, que también vierten mucho de sus vidas en sus
historias. Por su parte, hay una herencia indudable aquí con La senda del
perdedor de Bukowski, novela que yo no he leído, pero cuya trama y
planteamientos conozco. A través de Bukowski, Pérez Vega entronca con Fante y
con los personajes propios de Dostoievski: seres marginales que
tienen grandes aspiraciones, pero cuyo encontronazo con la realidad resulta en
fracaso. De igual forma, el capítulo Tarde bajo el volcán recuerda
poderosamente a La uruguaya de Pedro Mairal, que pude leer hace
poco, aunque sigo considerando que el escritor mostoleño se muestra aquí muy
superior al argentino. Y así puedo ir dando una larga lista de referencias que
se aprecian en la novela de manera directa o indirecta y que se hacen evidentes
para aquel que, como yo, ha leído algo sin ser mucho. En cualquier caso, no se
cae en ningún momento en la pedantería, lo que es de agradecer.
Pérez Vega se muestra constante en la frase
larga, donde suele predominar la yuxtaposición y un ritmo muy fluido
que hace que, a pesar de contar con párrafos particularmente densos, estos
no se hagan pesados en exceso. El narrador es en primera persona
y viaja al recuerdo constantemente, a pesar de que los capítulos, largos
por extensión, transcurren en períodos de tiempo muy breves, normalmente de
días. Como única pega cabría señalar la presencia de erratas diseminadas
a lo largo del texto, que indican una corrección incompleta, pero que no
son suficientes como para que este no deje de ser disfrutable.
He visto
varios comentarios señalando que la novela refleja el sentimiento
colectivo de la generación del autor. Esto es como mínimo cuestionable, ya que
no me resulta difícil reconocer comportamientos y actitudes mías del pasado en
el protagonista. Y Pérez Vega y yo nos llevamos más de 20 años, lo que se dice
poco. Sin ser el público objetivo de la novela no me es nada difícil empatizar
con el desgraciado personaje de Domingo y sus tribulaciones de proto-adulto de
pueblo-ciudad-aldea, así como con su desengaño. En definitiva, que recomiendo
la obra plenamente.
Lean mucho, coman con moderación y
namasté.»
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