Granta, los mejores narradores jóvenes en español, de VV. AA.
Editorial Candaya, 352 páginas. 1ª edición de 2021.
El 7 de abril de 2021 la revista Granta, de origen británico, dio a conocer su lista de «los 25 mejores narradores en español, menores de 35 años» en una rueda de prensa por la mañana. Por la tarde había organizado una presentación en el instituto Cervantes de Madrid y me apeteció acudir. En 2010 fue la primera ocasión en la que Granta elaboró esta lista de autores en español, cuando habitualmente lo hacía en inglés y, si bien estaba programada la segunda entrega para 2020, la pandemia la retrasó hasta 2021. No leí el libro de 2010, de cuya publicación se encargó la actualmente inactiva editorial Duomo, pero sí he leído esta de 2021, que viene de la mano de la editorial Candaya.
En 2010 la lista estuvo compuesta por 22 nombres, donde había autores como Andrés Barba, Alberto Olmos, Elvira Navarro, Federico Falco, Patricio Pron, Samanta Swcheblin o Alejandro Zambra, que han desarrollado en la mayoría de los casos una exitosa carrera (dentro de lo exitoso que puede ser un escritor en el siglo XXI, que tampoco es mucho, deberíamos apuntar).
El libro empieza con una esclarecedora introducción de Valerie Miles, editora de Granta en español, que nos revela algunos datos interesantes sobre esta selección de autores. Para ser considerados, los autores debían haber nacido a partir del 1-1-85. Esto hizo que algunos autores importantes como Juan Gómez Bárcena o Eduardo Ruiz Sosa se quedaran fuera por poco. Los candidatos que se postularon al premio rondaron los 200, sin llegar, mientras que en la convocatoria de 2010 fueron unos 300. De entrada, he de decir que 200 candidatos me han parecido pocos. El español es una lengua que la hablan unos 500 millones de personas, y de estos, al menos, 200 millones deben tener menos de 35 años, así que la muestra analizada me parece pequeña como para poder seleccionar a los mejores narradores jóvenes.
De entre los 25 seleccionados, 11 son mujeres y 14 hombres. Aunque no se alcanza la paridad, Miles apunta que hay mayoría de mujeres entre los escritores más jóvenes de la muestra. A Miles le llama la atención que esta nueva hornada de escritores apuesta más por el color local de sus lenguas, frente al uso de un español neutro, que fue muy habitual entre los escritores latinoamericanos del 2000, y también considera que ahora hay más empleo del humor. Miles dice que aquí buscaban relatos que se distanciaran del yo, del mero testimonio. «Las narraciones de muchachos en el burdel, o de violencia gratuita, nos parecen ahora insufribles, inequívocamente passé.»
Al leer estas ideas me empezaron a saltar las alarmas: ¿está Granta buscando marcar unas líneas sobre lo que debe ser la literatura del futuro y lo que no debe ser? Si un joven Mario Levrero se hubiera postulado a esta publicación con La novela luminosa a sus espaldas, ¿hubiera sido rechazado por el «muy cansino uso y abuso de la primera persona, de las figuraciones del yo»? Si un joven Cormac McCarthy se postula con Meridiano de sangre, ¿alguien hubiera considerado que su propuesta estaba passé por tener demasiada «violencia gratuita»? ¿A quién se dirige el dardo de los «muchachos en el burdel»? ¿A Mario Vargas Llosa, que también hubiera sido rechazado por Granta?
En el instituto Cervantes pude saludar a Olga y Paco, los incombustibles editores de Candaya, y a algunos de los autores seleccionados, como Mónica Ojeda y Alejandro Morellón, a los que ya conocía, y pude saludar en persona a David Aliaga, a quien seguía en Facebook. Conversé también con Munir Hachemi y no pude cambiar ni una palabra con Irene Reyes-Noguerol, la autora más joven de todo este número de Granta.
Para participar en el proceso de esta selección, además de tener menos de 35 años, había que tener libros de relatos o novelas publicados. Los candidatos las enviaban al jurado y este seleccionaba a los autores que consideraba con más méritos.
En la presentación me enteré de que se envió un mensaje a un grupo de autores para decirles que habían sido preseleccionados, pero que su inclusión en la selección final dependía del texto que mandaran para la revista. El texto tenía que ser inédito, y podía ser un relato o un fragmento de una novela. Esto que comento ahora no lo dice Valerie Miles en su introducción, y tal vez sea una indiscreción contarlo, pero lo hago porque creo que esta premisa competitiva ha influido, en algunos casos, en los textos que los candidatos acabaron mandando a la revista.
El orden de los cuentos no se guía por la fecha de nacimiento de los autores, ni por ningún criterio reconocible. Voy a hacer un recorrido breve por todos los cuentos, dando una opinión sincera sobre la impresión que me han causado:
1) Inti Raymi, de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988). Ojeda era mi apuesta más segura para estar incluida en esta selección de Granta. De ella he leído sus novelas Nefando (2016) y Mandíbula (2018) y me parece una escritora muy talentosa y con un gran mundo propio. Su narración es el comienzo de una novela, y trata sobre la violencia que un grupo de niños quiere ejercer sobre otro, en el contexto de una fiesta rural americana en la que se invocan a fuerzas ancestrales y místicas. La violencia y la cercanía a la extrañeza y el terror están presentes aquí, como en el resto de su obra. Un comienzo de novela muy prometedor. Empezamos bien.
2) Juancho, baile, de José Ardila (Colombia, 1985). No conocía de nada a este autor y su cuento me ha impactado. Una gran narración sobre la violencia ejercida por un grupo de adolescentes sobre un hombre con una deficiencia mental, una violencia que tiene que ver con sus frustraciones y su sensación de pertenencia. Una narración violenta, bella y poética.
3) Buda Flaite, de Paulina Flores (Chile, 1988). De Flores había leído su libro de cuentos Qué vergüenza (2016), que me gustó bastante. En esta ocasión, su texto es el comienzo de una novela. Buda Flaite es su protagonista, un adolescente no binario, que se ha escapado de un centro de acogida. Por primera vez en un texto narrativo me encuentro con el uso de la partícula neutra «e» para designar un género indefinido. Hasta ahora, había visto en las redes sociales de algunas autoras, sobre todo latinoamericanas, expresiones como «niñes», pero luego veía que no las usaban en sus libros. Flores es la primera autora a la que le veo hacerlo. También usa un vocabulario chileno de la calle que me cuesta entender. La propia Flores detiene su narración y le explica al lector que el lenguaje callejero chileno evolucionó igual que el argentino o el mexicano, pero que las películas o las canciones lo popularizaron y no así el chileno. Esta reflexión me interesa. Aunque no dejo de darme cuenta de que para empezar su novela ultramoderna con un personaje no binario y un vocabulario rompedor, Flores ha de usar un recurso narrativo del siglo XIX: el narrador interviene en lo contado para explicar qué está contando. Me surge otra pregunta ¿que el personaje sea no binario suma algo a la narración o refleja el miedo a no ser lo suficientemente moderna y no ser seleccionada para Granta? Anotemos: primer relato con tema de identidad de género.
Sin embargo, acabo el capítulo de su novela con ganas de leer más. Me ha interesado.
4) El niño dengüe, de Michel Nieva (Argentina, 1988). Nieva nos presenta aquí un relato de ciencia ficción, ambientado en una Argentina futurista en la que gran parte de su territorio se encuentra bajo el mar y cuyo protagonista es un niño mutante, mitad humano, mitad mosquito. El niño dengüe no deja de ser una reinvención de La metamorfosis de Franz Kafka. Nieva me parece el heredero de los cuentos más imaginativos del también argentino Elvio E. Gandolfo. El niño dengüe será en realidad una niña. Segundo relato sobre el tema del género. Vamos sumando. Me ha gustado El niño dengüe.
5) Cápsula, de Mateo García Elizondo (México, 1987). Nos encontramos aquí con otro relato futurista. Un preso es condenado a vivir en una cápsula en el espacio. Me ha parecido un relato demasiado juvenil. García Elizondo presenta aquí a un único personaje en el espacio, que reflexiona, pero que no ha de interactuar con nadie. Recuerdo haber escrito yo mismo relatos así cuando tenía unos dieciocho años, el solipsismo era algo atractivo y sencillo. García Elizondo es nieto de Gabriel García Márquez y de Salvador Elizondo, dos pesos pesados de la literatura latinoamericana. Tengo la impresión de que García Elizondo es alguien que ha tenido todas las puertas abiertas en la literatura desde el primer momento (primera novela publicada en, nada menos, que Anagrama). Cápsula sería un buen relato para una selección sub21, pero no para una sub35. Primer bajón del libro.
6) Deshabitantes, de Gonzalo Baz (Uruguay, 1985). Baz evoca aquí una adolescencia difícil en un barrio marginal. Deshabitantes es un relato social, bello, poético y evocador sobre el amor, la familia y la soledad.
7) Reinos, de Miluska Benavides (Perú, 1986). Benavides presenta aquí el comienzo de una novela. Empieza bien, un relato social sobre una mina en Perú y trabajadores que sufren abusos, pero el texto se acaba diluyendo en diversas ramificaciones. Seguramente si el lector pudiera acercarse a la novela entera todo tendría más sentido, pero, al leer solo una parte, ve cómo se despliegan ante él caminos narrativos que quedan algo deslavazados.
8) Viajeras bajo la marquesina, de Eudris Planche Savón (Cuba, 1985). Dos chicas coindicen en un tres. Se atraen. Una saca un libro de Katherine Mansfield, la otra lo lee. Ambas imaginan escenas con la otra, escenas con Mansfield. Viajeras bajo la marquesina me ha parecido un texto demasiado literario, demasiado cifrado y confuso. Me esperaba (sin fundamento) que un escritor cubano me hablara de la situación actual en Cuba, de su mundo en transición, pero no ha sido éste el camino elegido por Planche Savón y no ha captado mi interés.
9) Insomnio de las estatuas, de David Aliaga (España, 1989). El cuento nos habla de un editor español en Canadá llamado David Aliaga que ha de volver a su hotel una noche. Aliaga es un estudioso de la cultura judía y en su cuento el personaje procede de una familia judío europea y habla de la identidad. Su modelo es la narrativa del guatemalteco Eduardo Halfon. El peso de la influencia de Halfon sobre el cuento de Aliaga quizás sea excesivo; siendo un buen cuento, en cualquier caso.
10) Mar de piedra, de Aura García-Junco (México, 1988). Otro cuento futurista. Una profesora está liada con una alumna, y en las avenidas de Ciudad de México aparecen estatuas de personas congeladas. El texto es, en principio, sugerente y misterioso, pero se acaba dispersando y no me convence.
11) Nuestra casa sin ventanas, de Martín Felipe Castagnet. (Argentina, 1986). Una escultora transexual recibe el anillo de una organización secreta, que la reconoce como la gran artista de su época. Un anillo que habrá de pasar cuando se siente morir a otro artista. Ella elegirá a su rival.
Al toparme con el tercer personaje con problemas de identidad de género, tras once relatos, en los que además hay dos sobre lesbianas, empiezo a plantearme si los candidatos a aparecer en Granta habían sido avisados de que no querían historias sobre violencia gratuita, chicos en el burdel y autoficción del yo. Entonces ¿qué quieren?, me imagino que se preguntarían. ¿Cuáles son los temas sobre los que sí debo escribir? ¿Qué está de moda, que es incuestionable? ¿La transexualidad, el lesbianismo? ¿Esto es incuestionablemente moderno, no? Que el personaje de Nuestra casa sin ventanas sea transexual no aporta nada al relato. Se habla aquí de dos artistas que han competido por las mismas becas. ¿Cómo se compite por las becas?, me pregunto yo. ¿Sabiendo en cada momento cuáles son los temas sobre los que hay que hablar, por ejemplo? Siempre he pensado que los artistas verdaderos tienen unas obsesiones que los acompañan siempre, con pocas variaciones. No me imagino a Kafka eligiendo un tema para un cuento o una novela, considerando lo que estuviera de moda en ese momento, lo que era incuestionable para las autoridades que habrían de juzgarse. Si el joven Cormac McCarthy que he evocado antes, envía Meridiano de sangre al jurado del Granta, ¿hubiera sido rechazado porque su narrativa contiene mucha violencia gratuita? ¿Y si McCarthy entonces hubiera decidido transformar al chico protagonista de Meridiano de sangre en un chico transexual, entonces ya sí, sería elegido como un gran y prometedor escritor?
Hace no mucho la escritora transexual Camila Sosa Villada ha publicado Las malas, una novela que se basa en sus vivencias, y en los problemas que le ha dado su transexualidad. En este caso, el tema de la transexualidad me parece totalmente pertinente, el individuo se enfrenta a un mundo hostil y nos lo narra. En Nuestra casa sin ventanas me parece una impostura que no consigue hacer levantar el vuelo a un relato inane.
12) Ruinas al revés, de Carlos Fonseca, (Costa Rica, Puerto Rico, 1987). El protagonista, Carlos Fonseca, sobrevive en Puerto Rico a un huracán que ha dejado su casa sin luz. Encuentra una caja con documentos de un psiquiátrico que hablan de uno de los primeros arquitectos reconocidos de Puerto Rico y se pone a investigar sobre esta persona. Hay algo de Cervantes y Borges en esta narración poética y evocadora. Este cuento me parece uno de los mejores del conjunto.
13) Anillos de Borromeo, de Andrea Chapela (México, 1990). Nos encontramos aquí con un relato de ciencia ficción apocalíptica, que nos habla de la supervivencia en México y del pasado de la protagonista en Madrid. Una narración conseguida.
14) Mi nuevo yo, de Andrea Abreu, (España, 1995). El nombre de la canaria Abreu ha sonado, durante el último año, gracias al éxito de su novela Panza de burro. En Mi nuevo yo, como hacía en su novela, usa palabras muy canarias, que yo no había oído nunca, y esto da bastante sabor local al relato. En Mi nuevo yo nos habla de una mujer recién divorciada que busca en talleres de comida macrobiótica, yoga, etc. reinventarse a sí misma. Al final veremos cómo ha de enfrentarse a sus dependencias y deseos. Un gran relato.
15) Nadie sabe lo que hace, de Camila Fabbri (Argentina, 1989). En este relato una chica evoca su infancia y convivencia con sus dos hermanastras. Nadie sabe lo que hace es un relato poético y potentes sobre las familias disfuncionales y las cicatrices que esto deja en las personas.
16) El color del globo, de Dainerys Machado Vento (Cuba, 1986). Una pareja de cubanos que vive en Florida ha sido invitada a una pura fiesta gringa: la prima de uno de ellos celebra un gender reveal, donde una pareja que espera un hijo revela a su familia y amigos el género del bebé que van a tener. La chica despotrica sobre esta fiesta heteropatriarcal, porque no se sabe si el bebé será niño, niña o niñe. Cuarto cuento con el tema del género, anoten. En este caso la narración es irónica, y en realidad nos habla sobre el peso de las costumbres y en la adaptación, por parte de los emigrantes, de las costumbres burguesas del país de acogida. Es el cuento más divertido del conjunto y me ha gustado.
17) El gesto animal, de Alejandro Morellón (España, 1985). Morellón es mi amigo y he leído todos los libros que ha publicado hasta ahora, los conjuntos de relatos La noche en que caemos (2013) y El estado natural de las cosas (2016) y la novela Caballo sea la noche (2019). Para Granta ha presentado el comienzo de una novela, una novela sobre la primera papesa católica. Quinto relato sobre el tema del género. Lo cierto es que no ha logrado interesarme. Quizás la novela en su conjunto sea otra cosa, pero el fragmento que nos muestra Granta me ha dejado indiferente.
18) Rasgos de Levert, de José Adiak Montoya (Nicaragua, 1987). Montoya juega en su relato con la historia bíblica de Jesús, y le sitúa en la Nicaragua actual con el nombre de Levert. Parece que Montaya desea hacer una narración social sobre su país, pero los paralelismos bíblicos han acabado por chirriarme.
19) Días de ruina, de Aniela Rodríguez (México, 1992). Un cuento sobre un borracho, cuya adicción provoca la muerte de su hijo. Un cuento brutal con claras reminiscencias de Juan Rulfo. Un cuento que funciona perfectamente.
20) Wandaja, de Estanislao Medina Huesca (Guinea Ecuatorial, 1990). A veces se nos olvida que existe un país en África en el que el español es una de las lenguas oficiales. Nunca había leído a un escritor guineano y por esto mismo el relato de Medina Huesca me ha interesado mucho. Nos encontramos con un protagonista que culpa de todos los problemas de su país al hecho de haber sido una colonia de España. Sin embargo, pasó su juventud en España, en Fuenlabrada, y esto creará diferencias sociales con los guineanos que no se han formado fuera. Sin tener el relato ningún alarde técnico, me gusta el rincón de la realidad del idioma desde el que habla. Me gusta Wandaja.
21) Soporte vital, de Munir Hachemi, (España, 1989). Hachemi es de padre argelino y madre española, y sitúa su relato en China. Un joven porta el cadáver de su abuela hasta un hospital. Soporte vital es un buen relato.
22) Niños perdidos, de Irene Reyes-Noguerol (España. 1997). Reyes-Noguerol escribe un relato poético y potente sobre la infancia y la muerte de la madre. Reyes-Noguerol es la autora más joven de este conjunto y promete mucho.
23) Cerezos sin flor, de Carlos Manuel Álvarez (Cuba, 1989). Hace un par de años yo había escuchado hablar a Álvarez en la Casa de América de Madrid y me sorprendió la claridad y la madurez de su discurso. Cerezos sin flor es un grandísimo cuento sobre la nostalgia de la infancia y las personas que nos cuidan en ella. Cerezos sin flor me parece, tal vez, el cuento más talentoso de todo este libro.
24) Una historia del mar, de Diego Zúñiga (Chile, 1987). De Zúñiga había leído su novela policiaca Racimo, una obra prometedora. En Una historia del mar lo que parece un cuento sobre la épica de los perdedores, en este caso deportivos, se transforma pronto en un relato sobre los terrores de la dictadura chilena. Un cuento muy bien armado, muy potente.
25) Oda a Cristina Morales, de Cristina Morales (España, 1985). Morales habla aquí de mujeres que practican deportes de contacto. Al principio ‒este es uno de los relatos más largos del conjunto‒ parecen unas notas deslavazadas sobre una reivindicación feminista, pero, gracias al humor, va ganando enteros. Una narración muy libre que, pese a su estructura suelta, que hace que parezca estar escrito a buena pluma, acaba funcionando.
Tengo la impresión de que la labor de Granta más que la de la búsqueda de talento, es la de la confirmación del éxito. La mayoría de los autores aquí presentados han tenido ya un largo recorrido de premios, becas, reconocimientos y traducciones. En general, salvo cuando se ha buscado alguna diversidad curiosa, como la del guineano Estanislao Medina, Granta juega sobre seguro. También trata de marcar un discurso, prohibiendo temas, y premiando otros, por impostados que sean. Ahora mismo, escribir una novela sobre transexuales, sin ser transexual, me parece un tema convencional y trillado, y escribir una novela sobre violencia gratuita y chicos en un burdel me parece profundamente transgresor. Con el primer tema ‒anota esto, joven escritor‒ vas a conseguir reconocimientos y palmadas en la espalda que te digan que haces una literatura «valiente», y con el segundo solo rechazo y marginalidad. Joven escritor, si te obsesiona la violencia gratuita que sufres en tu país y quieres contarla, recuerda que tu personaje ha de ser transexual, o al menos no binario. Es posible que así puedas dar rienda suelta a tus obsesiones de escritor y conseguir, de paso, la beca a la creación y el ansiado reconocimiento.
¿Merece la pena leer este Granta, los mejores narradores jóvenes en español? Sí, merece la pena. En general, me parece que esta selección de Granta contiene grandes relatos y otros que no lo son tanto, o que no funcionan del todo, porque son fragmentos de novelas y no relatos. El nivel es bueno, con los altibajos señalados.
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