El alcalde de Casterbridge, de Thomas Hardy
Editorial Alba. 534 páginas. 1ª edición de 1886; ésta es de 2010.
Traducción de Bernardo Moreno
En diciembre de 2020 leí Jude
el oscuro (1895), la última novela de Thomas Hardy (Higher Bockhampton, Stinsford, Inglaterra, 1840 - Max Gate, 1928), un libro
que se convirtió en una de mis mejores lecturas del año pasado. Así que a
principios de 2021 me apeteció volver en este autor. Ya comenté que Jude el oscuro lo había tomado prestado
de la biblioteca de mi suegra, donde también descansaba El alcalde de Casterbridge
(1886) y se lo pedí prestado.
El arranque de El alcalde de Casterbridge es impresionante: Henchard, un joven de
veintiún años camina leyendo junto a su joven mujer, que lleva en brazos un
bebé. Entran en un pueblo, donde se está celebrando una feria de ganado. Bajo
una carpa, donde sirven comida y bebidas, el hombre se emborracha y empieza a
despotricar contra su mujer. Piensa que ella es una carga para él y está
dispuesto a venderla en una subasta (junto al bebé) al mejor postor. Lo que
parece una broma de mal gusto se complica cuando un marinero ‒de apellido
Newson‒ ofrece las cinco guineas que pedía Henchard por la mujer y el bebé y se
marcha con ella. La joven Susan parece querer así dar a su marido una lección. Cuando
el joven se despierte de la borrachera tratará de buscar a su mujer para
enmendar su error sin encontrarla.
Como dije al comentar Jude el oscuro, Hardy me parece el más
ruso de los escritores británicos y en esta primera escena del libro me lo
vuelve a parecer. Henchard parece un puro personaje de Fiódor Dostoyevski.
En este primer capítulo ya veo más
de una conexión con Jude el oscuro.
De entrada, tenemos al joven Henchard ‒un humilde aparvador de oficio‒ que lee
según camina, mostrando así que quiere elevarse respecto a su condición, igual
que hacía el joven Jude, cantero de oficio. Henchard y Jude parecen hacerse
casado los dos demasiado jóvenes y sienten que la boda les ha truncado sus
posibilidades de futuro. Además los dos riegan en alcohol sus frustraciones.
Thomas Hardy es un escritor naturalista, y por tanto, en gran medida, el
entorno social del que proceden sus personajes va a determinar su destino. «Rápidamente
volvió a aflorar a la superficie ese rasgo de su idiosincrasia que había
gobernado sus actos desde el principio y que lo había convertido en el hombre
que fundamentalmente era.», leemos en la página 489 sobre un personaje.
Henchard no encuentra a su mujer y a
su bebé y se hace la promesa de no volver a beber hasta que no pase, al menos,
el tiempo correspondiente a la edad que tiene en ese momento, que es de
veintiún años. El lector intuye que Hardy va a volver a sacar el tema de la
adicción al alcohol de Henchard y esto a va a tener su importancia en la trama.
Entre el capítulo II y el III han
transcurrido unos dieciocho años, y Susan camina con su hija Elizabeth-Jane
hacia el pueblo de Casterbridge donde ha oído que quizás viva Henchard. Susan
es una mujer crédula y sencilla, que había vivido con el marinero Newson,
pensando que su «venta» tenía alguna validez legal. Después de que una vecina
le haga despertar de su error y de que a Newson se le dé por desaparecido en un
naufragio, decide buscar al que, según la ley, aún debe ser su marido,
Henchard.
Henchard cumplió su promesa y
abandonó beber. Con el tiempo dejó de ser un simple aparvador para pasar a ser
un hombre próspero de la ciudad, y en el momento en el que Susan y
Elizabeth-Jane llegan a ella se ha convertido en su alcalde. La aparición en
Casterbrige de las dos mujeres y su irrupción, ya inesperada, en la vida de
Henchard va a coincidir con la llegada a la ciudad de del joven escocés Donald
Farfrae, que pensaba emigrar a Norteamérica, pero, dada su maña con los granos,
Henchard le convencerá para que empiece a trabajar para él.
En El alcalde de Casterbridge nos vamos a encontrar con muchos
momentos como el anteriormente descrito, en los que las casualidades y las
coincidencias entre personajes van a tener un peso muy importante en la
construcción de la trama. También habrá más de un «inesperado giro de guion». El alcalde de Casterbridge se publicó
por primera vez en entregas en la revista inglesa Graphic y en la norteamericana Harper´s
Weekly, y dependen mucho más de las técnicas constructivas propias del
folletín que una obra más madura como es Jude
el oscuro. También debo decir que, aunque en gran medida, El alcalde de Casterbrigde depende de
las técnicas constructivas del folletín, no quiero que suene esto de un modo
despectivo. La novela es muy entretenida y la he leído con un gran interés en
cada momento. Lo digo ya, El alcalde de
Casterbrigde me ha parecido una buena novela, que ha aguantado muy bien el
paso del tiempo; y Jude el oscuro es
una obra maestra, una obra en la que Hardy dominaba ya plenamente todos sus
recursos y posibilidades literarias.
Además, los personajes de El alcalde de Casterbridge están bien
perfilados y sus personalidades y los choques con los demás a los que les lleva
su carácter están muy bien hilados. Es interesante ver cómo los motivos de las
acciones de los personajes son interpretados de un modo diferente por otros.
Como en un buen folletín la fortuna de los personajes va a sufrir grandes
altibajos y al final, parece decirnos el Hardy más naturalista, van a sucumbir
a sus pasiones más humanas.
Es interesante ver además cómo son
los personajes de fuera del espacio de la novela (Casterbridge) en los que se
centra la trama. La idea del «forastero» ronda cada página de la novela.
Si bien comenté que en Jude el oscuro, publicada en 1895, casi
no aparece el narrador omnisciente que interviene en la historia, tan propio
del siglo XIX; éste tipo de narrador está algo más presente en El alcalde de Casterbrigde, publicada
nueve años antes. Pero su presencia
nunca llega a ser molesta o a sonar anticuada. Me han gustado algunos pasajes
en los que se destaca el pasado romano de Casterbrigde, y en los que se
describen los barrios marginales de la ciudad: «En Mixed Lane se podían ver
muchas cosas tristes y bajas, y algunas funestas. El vicio entraba y salía por
sus fueros en ciertas puertas del vecindario; la temeridad habitaba bajo el tejado
de la chimenea torcida; la vergüenza, en algunos balcones; el robo (en época de
carestía), en las cabañas con paredes de barro junto a los sauces.» (pág. 413)
También me gusta más de una de las
mordaces apreciaciones de Hardy: «Exteriormente no había nada que le impidiera
empezar de nuevo y, aprovechando su rica experiencia, llegar más alto aún que
en el pasado. Pero a ello se oponía el ingenioso mecanismo ideado por los
dioses para reducir al mínimo de las posibilidades de mejora de los humanos, y
por el cual la pericia para hacer las cosas viene pari passu con la pérdida de ilusión para hacerlas.» (pág. 512)
Como ocurría en Jude el oscuro, es importante observar en El alcalde de Casterbridge la posición de la mujer en la sociedad
de la época. Como el mundo rural dibujado (vuelve a aparecer aquí el inventado
contado de Wessex) parece exigir a las mujeres una conducta más conservadora
que a los hombres. Por ejemplo, Elizabeth-Jane será recriminada porque la noche
de su llegada a Casterbridge, antes de darse a conocer a Henchard, trabajará
durante unas horas en una posada como sirvienta, actividad que será, más tarde,
impropia para la hija o la ahijada de alguien con tanta relevancia social como un
alcalde. Lucetta, otro de los grandes personajes femeninos del libro, también
sufrirá por lo que considera manchas en su pasado, unas supuestas manchas que
la sociedad en la que vive le harán pagar muy caras. Hardy parece, en todo
momento, tomar partido por estas mujeres y es, por lo que le leído, en su
penúltima novela, Tess, la de los d'Urberville (1891), en la que desarrolla este
tema como mayor profusión. Tengo ya ganas de leer esta novela.
Normalmente son famosos los
comienzos de las grandes novelas, pero en este caso creo que es memorable la
última frase del libro: «Al verse obligada a contarse entre los afortunados, no
dejaba de asombrarse de la persistencia de lo imprevisto, convencida de que la
persona a la que se le había concedido en la edad adulta aquel sosiego
permanente no era otra que ella misma, que en juventud había aprendido que la
felicidad no es sino un episodio ocasional del drama general del dolor.» En
gran medida este cierre de novela concentra gran parte de la filosofía vital y
novelística del gran Thomas Hardy.
Me gusta tu blog
ResponderEliminarTe he encontrado de casualidad
Te leo y redescubro
Un saludo desde Miami
Hola, gracias. Me alegra que le guste.
EliminarAhora también estoy en YouTube hablando de libros, le dejo un enlace por si se quiere pasar:
https://www.youtube.com/channel/UC7dqu2al22lyiT_Ijx1HI9w