Poeta chileno, de Alejandro
Zambra
Editorial Anagrama. 421 páginas. 1ª edición de 2020.
De Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) había leído y comentado
en mi blog las tres novelas que, hasta ahora, había publicado con Anagrama: Bonsái (2006), La vida
privada de los árboles (2006) y Formas de volver a casa (2011). Al
ver anunciada su nueva novela –Poeta chileno– en la web de la
editorial me apeteció volver con Zambra y se la pedí a Anagrama para poder
leerla y reseñarla. Sobre todo me llamó la atención un hecho extraño en
relación a la obra de Zambra: su última novela tiene 421 páginas, cuando este
autor chileno se había caracterizado por escribir novelas cortas y de tramas esenciales.
El autor de Bonsái, un prodigio de
contención narrativa y elipsis, el autor de una obra que apareció en Anagrama
en un formato pequeño que alcanzaba las 94 páginas y que el propio Zambra decía
que la novela le ocupaba a él 20 páginas de Word, de repente ha escrito una
novela de más de 400 páginas. Recuerdo que cuando salió en 2011 Formas
de volver a casa, un libro que llegaba a 164 páginas, el escritor y
crítico Alberto Olmos comentó esto
diciendo que para Zambra esta longitud debía ser aventurarse ya en la «novela
río».
Cuando comenté seguidas La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa señalé que había
en las dos novelas algunas escenas que se repetían, y de aquí deducía que
Zambra estaba trabajando con sus propios recuerdos. Sobre todo en Formas de volver a casa (aunque también
en La vida privada de los árboles)
Zambra pisó los terrenos de la autoficción, y reflexionaba sobre el pasado de
Chile y la generación de sus padres desde una voz narrativa que sonaba muy
cercana a la suya.
El comienzo de Poeta chileno nos lleva hasta el Santiago de 1991 y me ha recordado
a las primeras páginas de Bonsái, ya
que ambos libros empiezan con una pareja de adolescentes que se están
conociendo y están a punto de dejar de ser vírgenes. Julio y Emilia, los
adolescentes de Bonsái, han pasado a
ser ahora Gonzalo y Carla, que pasan el invierno de 1991 viendo la televisión
en la casa de Carla debajo de un cómplice poncho andino. El tono de la primera
parte de la novela ––titulada Obra temprana– es bastante
humorístico, de un humorismo juguetón que me ha hecho pensar en Alfredo Bryce Echenique, y también es
bastante celebrativo del sexo libre. Cuando Gonzalo se sienta despechado por
Clara, comienza a escribir poemas. Ésta será esa «obra temprana» a la que alude
el título. «A Gonzalo no le quedó más remedio que apostarlo todo a la poesía:
se encerró en su pieza y en tan solo cinco días se despachó cuarenta y dos
sonetos, movido por la nerudiana esperanza de llegar a escribir algo tan
extraordinariamente persuasivo que Carla ya no pudiera seguir rechazándolo.»,
escribe Zambra en la página 17. Pero el adolescente Gonzalo fracasará como
poeta (no consigue escribir buenos poemas) y fracasará como seductor (no
consigue que Carla vuelva con él). Zambra reproduce en la novela uno de los
poemas que escribe Gonzalo. «Gonzalo sí que se quería morir. No tiene gracia
que nos burlemos de sus sentimientos; burlémonos mejor del poema, de sus rimas
obvias o mediocres, de su sensiblería, de su involuntaria comicidad, pero no
subestimemos su dolor, que era verdadero.», leemos en la página 18, un párrafo
que marca ya el tono con el que el narrador Zambra va a describir, más adelante
a la fauna que puebla el ecosistema poético chileno; hará humor sobre él, pero
será un humor mucho más compasivo que cruel. Poeta chileno, que podría haberlo sido una novela cruel, no es en
ningún momento. Poeta chileno es una
novela divertida y amable.
En la página 42 leemos: «Gonzalo
nunca vinculó su repentina pasión por los haikús con sus problemas de
eyaculación precoz.» El narrador de Zambra sabe más de la historia que cuenta
que sus personajes, pero a diferencia de un narrador del siglo XIX no es
omnisciente. La frase anterior también podría ser una muestra del humorismo del
autor.
En la segunda parte –Familiastra–
el lector descubre que han pasado nueve años. Estamos ya en el 2000. Un Gonzalo
veinteañero va a reencontrarse con Carla en una discoteca gay, aunque los dos
siguen siendo heterosexuales. Nueve años después volverán a iniciar una
relación. Carla tiene un hijo, Vicente, fruto de su esporádica relación con
León. Gonzalo se mudará a vivir con Carla y Vicente. Uno de los temas del libro
sigue siendo el sexual, y más de una de las situaciones que se describen aquí
son propias de una comedia de enredo; por ejemplo, las dificultades de Gonzalo
para disfrutar del sexo con Carla sin las interrupciones de Vicente.
En esta parte, la novela avanza de
un modo amable, mostrando situaciones ligeras y cómicas, aunque quizás
adoleciendo un tanto de falta de tensión narrativa. Ni siquiera Gonzalo, que se
ha convertido en profesor de literatura parece darle mucha importancia a su
propia obra poética. Entonces ¿quién es el «poeta chileno» al que alude el
título? ¿Hacia dónde va aquí Zambra? Un autor que nos había acostumbrado a sus
esculpidas miniaturas narrativas, ¿por qué rellena ahora páginas hablando de la
existencia o no de Papá Noel (o el Viejito Pascuero) para el niño Vicente? ¿Por
qué especula sobre la palabra «padrastro», eso que es Gonzalo para Vicente?
Como ya he dicho, la escritura de Zambra tiene encanto y es disfrutable, pero
me parecía, por momentos, que de repente había decidido jugar a convertirse en
un escritor diferente al que había sido en el pasado. Un escritor de
acumulación y no de contención. Sin embargo, la novela se rompe de nuevo al
llegar a la tercera parte, la titulada Poetry en motion.
En esta tercera parte, los ejes
narrativos cambian. Alguno de los personajes de las otras dos partes
desaparecen, otros cobran mayor relevancia y surgen nuevos. Me siento, como
lector, positivamente desconcertado. Quiero saber hacia dónde me quiere llevar
Zambra en este momento. Vicente tiene ahora dieciocho años, y como su
padrastro, va camino de convertirse en otro «poeta chileno».
Un reportaje que quiere hacer la
norteamericana Pru sobre la poesía chilena le va a permitir al lector acercarse
a un muestrario amplio de los poetas que pululan por el Chile actual. Por
supuesto, Zambra sabe que es un narrador chileno que va a hablar sobre poetas,
y sabe que la sombra de Roberto Bolaño
es alargada. En gran medida, Poeta
chileno es una obra que desmitifica la imagen que del poeta había creado
Bolaño. Cuando Pru propone a Gregg –su jefe en el periódico– la idea de
escribir un reportaje sobre los poetas chilenos, éste contesta: «Vamos a descubrir
a un montón de detectives salvajes.» (pág. 250). Pru entrevistará a poetas
chilenos, irá a alguna fiesta de poetas chilenos e incluso podrá conocer al
decano de los poetas chilenos, a un Nicanor
Parra de noventa y nueve años.
Los poetas de Roberto Bolaño eran
heroicos y desesperados, eran jóvenes y trágicos, en sus vidas había oscuridad,
amenaza y belleza. Los poetas de Alejandro Zambra son mucho más mundanos; pese
a sus diversas formas de afrontar la poesía, hay elementos de cohesión entre
ellos: todos (y todas) no paran de contemplar las tetas de la joven y rubia Pru
cuando los está entrevistando. De nuevo aparece aquí el humorismo burlón y
amable de Zambra en torno al sexo. Sin embargo, Zambra nunca acaba de ser cruel
con sus personajes.
Entre Pru y una mujer amiga de
poetas se produce el siguiente diálogo:
«—Es un mundo divertido, pero
cansador —dice Pru, para reanudar el diálogo—. Son todos muy intensos.
—Pero es un mundo mejor. Un poco. Es
un mundo más genuino. Menos fome. Menos triste. O sea, Chile es clasista,
machista, rígido. Pero el mundo de los poetas es un poco menos clasista. Solo
un poco. Por último creen en el talento, tal vez creen demasiado en el talento.
En la comunidad. No sé, son más libres, menos cuicos. Se mezclan más.» (pág. 317).
Creo que está claro que, pese a su labor desmitificadora del poeta bolañesco,
Zambra tiene intención de salvar a sus más mundanos poetas chilenos.
Aunque Zambra ya ha jugado con esto
en la primera y segunda parte, en la tercera los juegos con la voz narrativa se
hacen más presenten. Ya he comentado antes que la voz narrativa sabía más que
los personajes, pero que no era omnisciente. En esta tercera parte, de vez en
cuando el narrador interviene en la narración. «Y entonces Pru piensa en
quedarse en Chile, pero su vida no es una maravillosa película mala, así que se
sube al avión y a mí me dan ganas de subirme con ella y de acompañarla y de
seguirla, como el perrito Ben, a todas partes, pero ahora mismo hay como un
millón de novelistas escribiendo sobre Nueva York, probablemente mientras
escuchan y tararean esa canción tan hermosa que dice “New York I love you / but
you´re bringing me down”, y yo quiero leer sus sofisticadas novelas, que casi
siempre me gustan, voy a tratar de leerlas todas para ver si en alguna de ellas
sale Pru o alguien parecido a Pru –de verdad me encantaría subirme con ella al
avión, pero tengo que quedarme en territorio chileno, con Vicente, porque
Vicente es un poeta chileno y yo soy un novelista chileno y los novelistas
chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos.» (pág. 334). Si bien el
recurso de que el narrador intervenga en el texto es muy propio del siglo XIX, y
que en el siglo XX casi desapareció, Zambra lo retoma en el siglo XXI desde un
punto de vista juguetón y burlesco, que encaja muy bien con el tono ligero de
la novela.
En gran medida, uno de los temas
centrales de Poeta chileno acaba
siendo el de la paternidad vicaria. ¿Si Gonzalo fue durante años un padrasto
para Vicente, lo sigue siendo aunque haga años que ya no lo ve o solo un padre
es siempre padre de su hijo? En Poeta
chileno la voz del primer Zambra (el de Bonsái)
es perfectamente reconocible, pero a la vez se ha vuelto más socarrona, y juega
a esconderse de sí misma. La capacidad de Zambra para quebrar los ejes
narrativos de su libro y jugar con las expectativas del lector sigue siendo
también muy alta. Poeta chileno es
una buena novela; una novela elegante, tierna y divertida.
Acabo de terminarla esta mañana, me ha gustado mucho. Ese tono entre épico y humorístico que recorre todo el libro está muy bien conseguido, los saltos narrativos que se dan se disfrutan mucho, no como en otras ocasiones que dejan terriblemente desconcertado al lector. Es una road movie en toda regla.
ResponderEliminarHola, Detective:
EliminarSí, lo cierto es que bajo la apariencia de un tono mejor, Zambra consigue contar una gran historia.
Saludos