domingo, 10 de mayo de 2020

El patio, por Jorge Edwards


El patio

Jorge Edwards. Nana Vizcacha

El patio, formado por ocho cuentos, es el primer libro que publicó el premio Cervantes de 1999, el chileno Jorge Edwards (Santiago, 1931). El patio se publicó en 1952, cuando Edwards aún era estudiante de Derecho y contaba, a lo sumo, con veintiún años. Sería casi recomendable al leerlo olvidar el dato de la precocidad del escritor, porque estos ocho cuentos, que suman unas escasas cincuenta páginas, son una obra sorprendentemente madura y valiosa. Para esta edición, Edwards ha escrito un bello prólogo en el que rememora el Santiago perdido de su juventud y las anécdotas reales que le impulsaron a escribir estas narraciones.

El tema principal de El patio es el de la fragilidad de la infancia. Principalmente sus historias nos mostrarán a niños que no entienden aún las reglas del mundo de los adultos y sienten sobre sí, en el tiempo del cuento, toda su extrañeza memorable. Así en El regalo un niño (trasunto del autor) se desilusionará cuando su tía, tras prometerle un regalo, ponga en sus manos un libro con ilustraciones bíblicas. En Una nueva experiencia un niño que está entrando en la adolescencia se emborrachará por primera vez en una fiesta familiar, sin llegar a entender de dónde procede el calorcillo que le recorre por el cuerpo. En El señor una niña se pierde en su ciudad, durante una fiesta de disfraces y le pedirá ayuda a un desconocido para volver a casa, empezando a sentir que tal vez dejarse acompañar por un desconocido no ha sido una buena idea. En La virgen de cera un niño desafía a una niña a quitarse los calzones en medio de un patio, sin entender aún el impulso sexual que los motiva. La perspectiva narrativa de Los pescados es diferente a la del resto de los cuentos, ya que aquí será un adulto el que no logre comprender el mundo de los niños. En La salida una niña, a la que no vienen a recogerle al colegio, empezará a asomarse a los problemas de la soledad y el abandono. En La señora Rosa un niño tendrá su primer atisbo de la finitud, al ser testigo de la enfermedad y la muerte de un familiar mayor. Y en La desgracia un niño enclenque y con problemas de salud habrá de sufrir en el colegio la crueldad de sus compañeros y profesores, dándose cuenta de que habrá de vivir en un mundo verdaderamente hostil.

La prosa del joven Edwards es en apariencia sencilla, pero en realidad estos cuentos son un prodigio de contención. Más que en lo narrado en primer plano, el peso de las escenas se halla en su capacidad para sugerir lo inasible del miedo y el cambio. Uno de los recursos más usados de Edwards es el de convertir en símbolo las mutaciones de la luz en oscuridad y del sonido en silencio. La fuerza expresiva de estos cuentos se consigue mediante el vaciamiento, el día va desapareciendo y la amenaza de las sombras (o los descalabros de la vida adulta) acechan. “Pronto se extendió, casi oscuro, frente a sus ojos. En la penumbra, la silenciosa victrola evocaba otros tiempos” (pág. 20); “La oscuridad iba creciendo” (pág. 40); “El patio estaba oscuro ahora” (pág. 45); “La casa estaba sola y oscura” (pág. 47).

Ha sido una verdadera y grata sorpresa poder acercarme a este libro, inencontrable en España y rescatado hace unos meses gracias a la labor de zapa de la nueva editorial madrileña Nana Vizcacha, de la que esperamos en el futuro más sorpresas como ésta. El Patio es una delicada delicia.

(Esta reseña es más corta de lo habitual por exigencias de espacio en la revista Librújula en papel)


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