El patio
Jorge Edwards. Nana
Vizcacha
El patio, formado por ocho cuentos, es el primer libro que publicó el premio
Cervantes de 1999, el chileno Jorge Edwards (Santiago, 1931). El patio se publicó en 1952, cuando
Edwards aún era estudiante de Derecho y contaba, a lo sumo, con veintiún años. Sería
casi recomendable al leerlo olvidar el dato de la precocidad del escritor,
porque estos ocho cuentos, que suman unas escasas cincuenta páginas, son una
obra sorprendentemente madura y valiosa. Para esta edición, Edwards ha escrito
un bello prólogo en el que rememora el Santiago perdido de su juventud y las
anécdotas reales que le impulsaron a escribir estas narraciones.
El tema principal de El patio es
el de la fragilidad de la infancia. Principalmente sus historias nos mostrarán
a niños que no entienden aún las reglas del mundo de los adultos y sienten
sobre sí, en el tiempo del cuento, toda su extrañeza memorable. Así en El regalo un niño (trasunto del autor)
se desilusionará cuando su tía, tras prometerle un regalo, ponga en sus manos
un libro con ilustraciones bíblicas. En Una
nueva experiencia un niño que está entrando en la adolescencia se
emborrachará por primera vez en una fiesta familiar, sin llegar a entender de
dónde procede el calorcillo que le recorre por el cuerpo. En El señor una niña se pierde en su
ciudad, durante una fiesta de disfraces y le pedirá ayuda a un desconocido para
volver a casa, empezando a sentir que tal vez dejarse acompañar por un
desconocido no ha sido una buena idea. En La
virgen de cera un niño desafía a una niña a quitarse los calzones en medio
de un patio, sin entender aún el impulso sexual que los motiva. La perspectiva
narrativa de Los pescados es
diferente a la del resto de los cuentos, ya que aquí será un adulto el que no
logre comprender el mundo de los niños. En La
salida una niña, a la que no vienen a recogerle al colegio, empezará a
asomarse a los problemas de la soledad y el abandono. En La señora Rosa un niño tendrá su primer atisbo de la finitud, al
ser testigo de la enfermedad y la muerte de un familiar mayor. Y en La desgracia un niño enclenque y con
problemas de salud habrá de sufrir en el colegio la crueldad de sus compañeros
y profesores, dándose cuenta de que habrá de vivir en un mundo verdaderamente
hostil.
La prosa del joven Edwards es en apariencia sencilla, pero en realidad
estos cuentos son un prodigio de contención. Más que en lo narrado en primer
plano, el peso de las escenas se halla en su capacidad para sugerir lo inasible
del miedo y el cambio. Uno de los recursos más usados de Edwards es el de convertir
en símbolo las mutaciones de la luz en oscuridad y del sonido en silencio. La
fuerza expresiva de estos cuentos se consigue mediante el vaciamiento, el día
va desapareciendo y la amenaza de las sombras (o los descalabros de la vida
adulta) acechan. “Pronto se extendió, casi oscuro, frente a sus ojos. En la
penumbra, la silenciosa victrola evocaba otros tiempos” (pág. 20); “La
oscuridad iba creciendo” (pág. 40); “El patio estaba oscuro ahora” (pág. 45);
“La casa estaba sola y oscura” (pág. 47).
Ha sido una verdadera y grata sorpresa poder acercarme a este libro,
inencontrable en España y rescatado hace unos meses gracias a la labor de zapa
de la nueva editorial madrileña Nana Vizcacha, de la que esperamos en el futuro
más sorpresas como ésta. El Patio es
una delicada delicia.
(Esta reseña es más corta de lo habitual por exigencias de espacio en la revista Librújula en papel)
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