sábado, 12 de junio de 2010

Placas azules, de El calvo del Sonora

Además de la alegría que ha supuesto durante las últimas semanas ver editado mi primer libro (tras escribir unos 15), el lunes pasado me llevé una grata sorpresa más en la Feria del Libro al ir a visitar a mi otro editor, Pepo Paz, de Bartleby Ediciones. Comenté con él cómo iba la feria, compré algunas de esas traducciones de poesía norteamericana que tanto me gustan de su editorial, y él me preguntó si había visto la revista Qué leer de este mes. Le dije que no, pensando que habrían hecho algún reportaje sobre la editorial y yo no me había enterado. Y me dijo que hablaban de mí en ella. Lo que no me cuadraba. Mi libro llevaba apenas unos días en la calle, y la revista tenía que haberse impreso antes, y no creo que nadie vaya a reseñar además mi novela en esa revista. Hablaban de mi blog, aclaró.

Esa misma tarde compré la revista, sentía curiosidad. Y allí estaban, en la página 16, en una sección titulada Mundo red dos frases dedicadas a este blog, en papel satinado.
Describo: En el margen derecho de la página, una foto en miniatura de un pantallazo al blog (aprecio que en la entrada de Martín Kohan), y éste es el texto: “Sin cines, libros. Novelista y poeta, David Pérez Vega es también bloguero y, en desdelaciudadsincines.blogspot.com, nos da crítica cuenta de sus lecturas. El lema de la bitácora, por cierto, se debe a su pasado como vecino de Móstoles, urbe poco cinematográfica.”
Me hizo gracia eso de novelista y poeta asociado a mi nombre, me reí. No sé si esto cambiará en el futuro, pero me reí porque me cuesta creer que alguien me tome en serio, cuando yo aún me siento básicamente un lector con pretensiones o amagos de escritor.
Bueno, querías haceros partícipes de esta pequeña alegría a vosotros que leéis las reseñas y comentáis libros conmigo. (Por cierto, aún debo algunas lecturas que me recomendaron los habituales.)

Durante la próxima semana lo más seguro es que no abra el blog ni el correo electrónico. Me voy a Mallorca de viaje de fin de curso con mis alumnos. Esperemos que no llueva y la estancia en la isla sea tan agradable como la del año pasado.

Dejo para esta semana un poema de El calvo del Sonora. Después de tener en mis manos Acantilados de Howth creo que me he sacado la espina de la que hablan estos versos (Éste es el contrapunto en el libro al poema titulado El calvo del Sonora, que ya colgué en el blog).


PLACAS AZULES

En pleno Oxford Street, supe
por qué era la academia más barata
cuando vi al profesor polaco de nivel intermedio.
Subí de piso y grado por solventar
el equívoco y me quedé cuatro semanas
en las clases del profesor anglo-hindú
que tuvo problemas para pronunciar
el nombre de Byron y cada día
llegaba tarde mientras sus alumnos
rellenaban silenciosas fotocopias

exhaustos en el calor de aquel cuarto,
un calor pegajoso y tropical tras el metro
enmoquetado de ingleses torsos desnudos.
Más tarde, desde el tráfico de Oxford Street,
con optimismo ascendía el canto babilónico
y el choque ritual de los platillos
de los Hare Krishna.

A las doce se abría en mí la mañana,
buscaba sitio en un parque o una plaza
para comer: sándwiches del Tesco, yogures
o fruta. Un mes en Londres a base
de esta dieta, dormía en el salón
de casa de unas amigas, en el suelo
de Canning Town, entre koreanos sonrientes
y ordenadores que nunca
se apagaban.

Tras agotar los itinerarios turísticos
socavé de Internet una lista de placas
azules con nombres de escritores;
con la cuadrícula de un callejero
buscaba sus paredes por el lujoso centro
u olvidados rincones,

necesité de un alegre japonés
para la casa que habitó Wilkie Collins,
frente a J. M. Barrie apretó Peter Pan
el gatillo de la cámara y el tiempo detenido,
un educado obrero me cuadró cercano
a Jane Austen, el casero del hostal
en que se había convertido el cuarto
de Cavafis bastó para retratar su encuentro
con mis ojos cansados del crepúsculo,
George Orwell, Mark Twain, Oscar Wilde…
no aparezco, sin embargo, junto
a la placa lejana de Ford Madox Ford,
en su solitaria colina…

Saboreando las aceras que visité de niño
de la cristalina mano de El Hombre Invisible,
encontraba siempre a Holmes y a Watson
a punto de abandonar un taxi
entre la neblinosa frontera del Whitechapel
de Jack y Baker Street, cuando quería descansar
me detenía ante escaparates donde Dorian
Gray admiró su rostro.
Doblaba
las paredes de ladrillo, las plazas
recónditas, con el callejero en la mano
perseguía a las placas azules
y tras su reverso una idea difusa
de mis mitos o de mí mismo,
acorazado aún de sueños y la mente
volátil.

Dos años después, aún creo
que emana una peculiar fuerza de esos días,
una voluntad temeraria de boxeador sonado,
sobre todo teniendo en cuenta que yo
seguía siendo un escritor sin ninguna
palabra publicada y que ya había traspasado
la neblinosa frontera
de los treinta.



(Imagen del año pasado en el viaje de Mallorca, junio 2009)

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