El miércoles 2 de junio me paso sobre las 7,30 de la tarde por el Retiro, por la caseta 262 -Baile del Sol y La escalera- para ver si el libro que tengo que firmar al día siguiente existe ya o no (creo que éste es el típico dilema de autor que Arturo Pérez-Reverte no debe de tener), y mi editor, Tito Expósito, me dice que deje de preocuparme que el libro ya se acabó de imprimir esa mañana y que tiene una caja con 30 unidades preparada para traerla a la feria al día siguiente.
Pienso que, después de todas las personas que he tratado de movilizar, quizás 30 ejemplares sean pocos. Se lo digo a Tito. Hace una llamada para averiguar que el impresor no va a abrir más ya el almacén (creo que estaba en Getafe), tuvo que trabajar el fin de semana anterior y no quiere tener que hacerlo de nuevo en festivo –el jueves-. Hace otra llamada y consigue otra caja con 30 ejemplares de la distribuidora. Él piensa que no se van a vender 60 ejemplares ni de coña. Yo no estoy seguro. Aquí tengo que enfrentarme a dos corrientes de pensamiento: si vienen todas las personas que pueden venir, quizás 60 sean pocos y no me gustaría que alguien se tomara la molestia de acercarse a la feria y que se quede sin el libro; por otro lado, puedo equivocarme y fallar en mi previsión y entonces quedar delante de Tito y su compañero de caseta, Daniel, el editor de La escalera, como un fantoche. Esos serán los ejemplares que estarán al día siguiente en la feria: 60.
Antes de irme a casa (ahora vivo muy cerca del Retiro) paseo por la feria, y recaigo en la caseta de literatura argentina. Me aborda uno de los vendedores. Empezamos a hablar de Juan José Saer, de Kohan, de Levrero, de Felisberto Hernández (uruguayos asimilados)…, me saca libros de literatura argentina actual. En algún momento siento que ya no estoy en una caseta de la feria del libro de Madrid, y creo que estoy en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, o en Puerto Madero (donde según un taxista todos los billetes que llevaba en la cartera, durante el pasado verano, eran falsos); durante un momento no sé si estamos hablando de libros, o estoy dentro de la película Nueve reinas. El librero me habla maravillas de un tal Néstor Sánchez, que no me suena de nada. Me dice que de literatura argentina deje todo y me ponga con Néstor Sánchez. Me convence de que esas estampillas son las Nueve reinas, me compro uno de sus libros. Cuando a la mañana siguiente lea en internet sobre él, no podré dar crédito a la figura de Néstor Sánchez, parece la caricatuta excesiva de un escritor inventado por Roberto Bolaño (ya hablaré de él cuando lea el libro).
El jueves por la mañana me acerco otra vez por la caseta 262 y puedo tener mi libro en las manos. Es un momento extraño, solemne. He soñado con eso desde los 10 años, más o menos; han pasado 26, como diría el Coronel de García Márquez, minuto a minuto. Tito sonríe, Daniel sonríe, yo sonrío. Me llevo uno a casa.
Leo después de comer el primer capítulo. No encuentro ninguna errata y pienso en una frase que le oí a Cansado de la pareja cómica Faenino y Cansado: para hacer reír a la gente necesitaban lo que él llamó el “verosímil cómico”. Es decir, los comienzos en la calle (en el Retiro, precisamente) fueron duros, la gente no se reía con ellos con facilidad. Cuando se hicieron más famosos y salían por la tele, sólo su aparición en escena ya conseguía hacer reír (recuerdo esta época, yo también me reía sólo con verlos), porque el público ante el que se exponían ya los consideraba graciosos aunque no dijeran nada, habían ganado el “verosímil cómico”. Así que yo leí el primer capítulo de Acantilados de Howth y pensé que el libro era mejor que antes. Ahora lo leía como si fuese un libro, sin buscar erratas, ni rimas internas, ni expresiones mal sonantes, ni comas que habría que cambiar por puntos y comas…, era como si hubiese ganado el “verosímil literario”. (Estoy seguro de que si el formato fuese el de Anagrama, el libro me parecería mejor.)
Se acercaban las 6 y notaba como me crecía el nerviosismo. Me tomé un gelocatil preventivo, baje a la calle y compré dos botellas de agua en el local chino de la esquina. Esto último fue una gran idea porque el calor en la caseta era como el de una sauna griega.
Vendí mi primer libro a una compañera del colegio. Empezaron a llegar familiares, amigos de familiares, compañeros de trabajo, amigos (muchas de estas categorías no son excluyentes), alumnos, ex alumnos… Empecé a firmar libros con un pilot verde comprado para la ocasión. Me sentía como ante un temido examen de la carrera, en el que el tenaz miedo a equivocarnos provoca que nos equivoquemos. Empecé a temer escribir dedicatorias con faltas de ortografía, olvidar nombres… lo segundo sé seguro que ocurrió (de nuevo pido disculpas a las personas de las que conozco su nombre y dos apellidos y ese día una parálisis congelada hacía que no me saliese el nombre).
Algunos de mis ya ex alumnos habían llegado a imprimir publicidad de la novela y la repartían por la feria. Llegó una mujer con uno de estos papeles propagandísticos (se nota que les enseño las asignaturas de economía y empresariales) y dijo algo así: “Te voy a comprar el libro porque yo también soy profesora, y si alguna vez escribo un libro me gustaría tener unos alumnos como los tuyos". Lo que creo que es algo bastante emotivo.
Pienso que, después de todas las personas que he tratado de movilizar, quizás 30 ejemplares sean pocos. Se lo digo a Tito. Hace una llamada para averiguar que el impresor no va a abrir más ya el almacén (creo que estaba en Getafe), tuvo que trabajar el fin de semana anterior y no quiere tener que hacerlo de nuevo en festivo –el jueves-. Hace otra llamada y consigue otra caja con 30 ejemplares de la distribuidora. Él piensa que no se van a vender 60 ejemplares ni de coña. Yo no estoy seguro. Aquí tengo que enfrentarme a dos corrientes de pensamiento: si vienen todas las personas que pueden venir, quizás 60 sean pocos y no me gustaría que alguien se tomara la molestia de acercarse a la feria y que se quede sin el libro; por otro lado, puedo equivocarme y fallar en mi previsión y entonces quedar delante de Tito y su compañero de caseta, Daniel, el editor de La escalera, como un fantoche. Esos serán los ejemplares que estarán al día siguiente en la feria: 60.
Antes de irme a casa (ahora vivo muy cerca del Retiro) paseo por la feria, y recaigo en la caseta de literatura argentina. Me aborda uno de los vendedores. Empezamos a hablar de Juan José Saer, de Kohan, de Levrero, de Felisberto Hernández (uruguayos asimilados)…, me saca libros de literatura argentina actual. En algún momento siento que ya no estoy en una caseta de la feria del libro de Madrid, y creo que estoy en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, o en Puerto Madero (donde según un taxista todos los billetes que llevaba en la cartera, durante el pasado verano, eran falsos); durante un momento no sé si estamos hablando de libros, o estoy dentro de la película Nueve reinas. El librero me habla maravillas de un tal Néstor Sánchez, que no me suena de nada. Me dice que de literatura argentina deje todo y me ponga con Néstor Sánchez. Me convence de que esas estampillas son las Nueve reinas, me compro uno de sus libros. Cuando a la mañana siguiente lea en internet sobre él, no podré dar crédito a la figura de Néstor Sánchez, parece la caricatuta excesiva de un escritor inventado por Roberto Bolaño (ya hablaré de él cuando lea el libro).
El jueves por la mañana me acerco otra vez por la caseta 262 y puedo tener mi libro en las manos. Es un momento extraño, solemne. He soñado con eso desde los 10 años, más o menos; han pasado 26, como diría el Coronel de García Márquez, minuto a minuto. Tito sonríe, Daniel sonríe, yo sonrío. Me llevo uno a casa.
Leo después de comer el primer capítulo. No encuentro ninguna errata y pienso en una frase que le oí a Cansado de la pareja cómica Faenino y Cansado: para hacer reír a la gente necesitaban lo que él llamó el “verosímil cómico”. Es decir, los comienzos en la calle (en el Retiro, precisamente) fueron duros, la gente no se reía con ellos con facilidad. Cuando se hicieron más famosos y salían por la tele, sólo su aparición en escena ya conseguía hacer reír (recuerdo esta época, yo también me reía sólo con verlos), porque el público ante el que se exponían ya los consideraba graciosos aunque no dijeran nada, habían ganado el “verosímil cómico”. Así que yo leí el primer capítulo de Acantilados de Howth y pensé que el libro era mejor que antes. Ahora lo leía como si fuese un libro, sin buscar erratas, ni rimas internas, ni expresiones mal sonantes, ni comas que habría que cambiar por puntos y comas…, era como si hubiese ganado el “verosímil literario”. (Estoy seguro de que si el formato fuese el de Anagrama, el libro me parecería mejor.)
Se acercaban las 6 y notaba como me crecía el nerviosismo. Me tomé un gelocatil preventivo, baje a la calle y compré dos botellas de agua en el local chino de la esquina. Esto último fue una gran idea porque el calor en la caseta era como el de una sauna griega.
Vendí mi primer libro a una compañera del colegio. Empezaron a llegar familiares, amigos de familiares, compañeros de trabajo, amigos (muchas de estas categorías no son excluyentes), alumnos, ex alumnos… Empecé a firmar libros con un pilot verde comprado para la ocasión. Me sentía como ante un temido examen de la carrera, en el que el tenaz miedo a equivocarnos provoca que nos equivoquemos. Empecé a temer escribir dedicatorias con faltas de ortografía, olvidar nombres… lo segundo sé seguro que ocurrió (de nuevo pido disculpas a las personas de las que conozco su nombre y dos apellidos y ese día una parálisis congelada hacía que no me saliese el nombre).
Algunos de mis ya ex alumnos habían llegado a imprimir publicidad de la novela y la repartían por la feria. Llegó una mujer con uno de estos papeles propagandísticos (se nota que les enseño las asignaturas de economía y empresariales) y dijo algo así: “Te voy a comprar el libro porque yo también soy profesora, y si alguna vez escribo un libro me gustaría tener unos alumnos como los tuyos". Lo que creo que es algo bastante emotivo.
Me habla alguien con acento sudamericano y me pregunta si yo soy Fortaleza. Me quedo extrañado, ese era el nick que usaba hace algunos años en un foro en que se hablaba de Bolaño y otros autores. El hombre se presenta como amigo de la infancia de Noseaszote, otro de los participantes en aquel foro, él desde Santiago de Chile, y me manda un saludo de su parte. Noseaszote, después del foro, sigue participando en este blog. Le mando yo ahora otro saludo.
En algún momento se llegó a formar revuelo en la caseta, y había desconocidos que se paraban para ver quién estaba allí firmando. Hubo gente que así hojeó el libro y lo compró (esto en economía se llama la Ley de Sachs: toda oferta crea su propia demanda). Creo que vendí 5 ó 6 a desconocidos. Llegaron una detrás de otra dos desconocidas llamadas Inés para que las firmara, y entonces yo ya me sentía dentro de un cuento de Cortázar.
Me fijé en que algún paseante me veía firmando libros, miraba el cartel pegado a la caseta con mi nombre, mi foto, y la foto de la novela… titubeaba, llegué a oír: “uhhhmmm David Pérez… pues no me suena…”. Y a mí me entraba una risa nerviosa, claro.
Se vendieron los 60 libros y aún llegaron más conocidos que no pudieron comprarlo.
Tito estaba contento, y yo estaba contento y exhausto de nerviosismo contenido. Quedé con Tito para volver el domingo por la mañana.
El domingo llegué allí ya más tranquilo y con menos calor pude vender 11 libros. Entre ellos uno a un desconocido, que se interesó por la foto de la portada y el título. Era un español que había estado 3 años viviendo en Dublín. El protagonista de mi novela estuvo allí viviendo 2 años y medio. Hablamos de los lugares de Irlanda. Se sintió identificado con el pasado de mi personaje y compró el libro. También intercambié libro con el autor que firmaba en el territorio de la editorial La escalera, en el otro extremo de la caseta -es decir, a dos metros-, el venezolano Juan Carlos Chirinos, su novela El niño malo, que fue finalista del premio Rómulo Gallegos y tiene muy buena pinta.
Este domingo ya pude charlar más distendidamente con la gente que se acercó.
En el futuro me gustaría poder seguir publicando libros y que estos sean cada vez de mayor calidad. Me gustaría tener alguna vez lectores que deseasen leer mis libros porque la lectura de uno previo les agradó.
Por ahora me he dado cuenta de que tengo mucha gente que me aprecia y esto es, en definitiva, algo bastante más importante que lo anterior.
Gracias de nuevo a todos los que estuvisteis por allí.
Por ahora me he dado cuenta de que tengo mucha gente que me aprecia y esto es, en definitiva, algo bastante más importante que lo anterior.
Gracias de nuevo a todos los que estuvisteis por allí.
Ya puedes ir pensando en mi dedicatoria...
ResponderEliminarespero hincarle el diente pronto a esos acantalidados
ResponderEliminarTe felicitamos David, y de andar por alli, hubieramos pasado a conocerte, y adquirir un ejemplar de "Acantilados de Howth". Abrazo.
ResponderEliminarHas descrito muy bien ese momento tan importante en la vida de un escritor, ese primer instante.
ResponderEliminarCada vez pienso más en aquel foro, y en lo que significó.Como muchas personas coincidmos allí y seguimos coincidiendo en lecturas, en recomendaciones, en puntos de vista similares. Creo que da para mucho.
Por mi parte, he ido a encargarlo, lo cual no significa mucho en Canarias. Como ya he contado, ya volveré a comprobar como los mecanismos de distribución en Canarias se siguen haciendo como en la época de la conquista.
No sabes lo agradable que resulta ver cómo alguien que ama la literatura triunfa con la publicación de su primera novela y es el rey del mundo durante unas horas.
ResponderEliminarY todo ello sin la intervención de Lara ni la ayuda de la televisión.
Me alegro muchísimo. Cuenta con otro libro vendido a un desconocido.
Acabé de leer tu primera novela publicada el domingo por la tarde. Ha sido un viaje perfecto por un camino salpicado de lugares comunes. Me ha encantado, muchísima suerte en el camino que has comenzado. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarHola:
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros comentarios. Realmente fue un día especial, me llegué a sentir abrumado por las muestras de apoyo y cariño.
retroceder: escribí un párrafo en el word para esta entrada y explicar en público lo que me había ocurrido contigo, y al final lo borré. Acabé pensando que era mejor dejar nuestra conversación en la intimidad. Lo ocurrido me ha hecho reflexionar sobre decisiones que tenga que tomar en el futuro. Espero que esta falta propia no se vuelva a repetir y que haya conseguido aprender la lección y tú sabido perdonar mi torpeza.
Un abrazo a todos.
Enhorabuena. Yo sé de uno que se lo comprará y una librería que lo tendrá. Lo que tiene encontrar blogs por casualidad...
ResponderEliminarSaludos de un librero
Hola librero:
ResponderEliminargracias por la enhorabuena, genial que lo encargues a tu librería.
saludos
Suerte!
ResponderEliminarAlgeciras tiene 108.000 habitantes y tampoco tiene cine.
Si no fuera porque pareces majo tendrías planta de verdadero escritor.
ResponderEliminarSaludos, David. Ya estoy esperando tu libro...
Hola
ResponderEliminarTrasgu: la cosa en Móstoles es para más, superamos los 200.000 y ni un minicine...
Peri: espero alguna vez escribir un libro que me haga sentir un verdadero escritor.
Gracias a los dos por vuestras palabras
Un placer para mí también firmar junto a ti, David, y tengo tu novela en la pilita de libros a lado de mi cama: le tocará este verano a esos acantilados que prometen golosa lectura.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Juan Carlos Chirinos, desde La Mancha