domingo, 5 de febrero de 2023

El coral y las aguas / Inútiles totales, por Juan Eduardo Zúñiga


El coral y las aguas / Inútiles totales
, de Juan Eduardo Zúñiga

Editorial Cátedra. 270 páginas. 1ª edición de 1951 y 1962; ésta es de 2019

Edición de Luis Beltrán Almería y Ángeles Encinar

 

En 2019 se cumplieron cien años del nacimiento de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919 – 2020), y la editorial Cátedra decidió reeditar su primera novela, Inútiles totales, que Zúñiga se autopublicó en 1951, y El coral y las aguas, su segunda y última novela, que en 1959 ganó el premio literario de la revista Acento Cultural, y que se acabó publicando en 1962 por Seix Barral. Inútiles totales era la primera vez que se reeditaba y El coral y las aguas la había vuelto a reeditar Alfaguara en 1995 y Zúñiga la revisó y la añadió algún capítulo.

 

La presentación del libro tuvo lugar en la Librería Alberti de Madrid. A pesar de que tenía en casa, aún sin leer, la Trilogía de la guerra civil de Zúñiga, me apeteció ir y comprar el libro, porque pensaba que iba a estar el autor y me apetecía que me firmara el nuevo libro y el anterior, que llevé de casa, un escritor de cien años, que intuía que me iba a gustar cuando, al fin, me decidiera a ponerme con él. Zúñiga no acudió a la librería, porque, además de estar muy mayor en ese momento ­‒moriría al año siguiente, a los ciento y un años‒, nunca le habían gustado los actos sociales alrededor de sus libros y había participado en muy pocos eventos literarios. Quizás esto haya contribuido a que Zúñiga, a pesar de su gran calidad, sea un escritor casi secreto; además de haberse dedicado principalmente a los cuentos y no a la novela, género más apreciado por los lectores.

La presentación estuvo a cargo de los profesores universitarios Luis Beltrán Almería y Ángeles Encinar, grandes conocedores y estudiosos de la obra de Zúñiga, y escritores del prólogo del libro, y el escritor Manuel Longares, amigo del autor.

 

He leído el libro en el orden inverso al propuesto: primero Inútiles totales (1951), luego El coral y las aguas (1962) y por fin el prólogo.

 

En esta edición, Inútiles totales es un texto que no llega ni a las cincuenta páginas, y, por tanto, más que de novela podríamos hablar aquí de nouvelle o de relato largo. Tiene un cierto trasfondo autobiográfico, ya que nos presenta a dos jóvenes que se conocen y se hacen amigos en la fila de los «inútiles totales». Zúñiga nació en 1919 y cuando empezó la guerra civil tenía diecisiete años. Esto hizo que no fuera, en primera instancia, llamado a filas para defender a la República; pero según se enquistó la guerra sí fue llamado. Sin embargo, tras observan en el cuartel su aspecto anémico y el grosor de sus gafas de miope se le asignaron tareas de retaguardia, en el Madrid asediado por las bombas. La descripción de uno de los protagonistas de la novela, Cosme, nos puede recordar al propio autor: alto, con gafas y anémico. El otro joven es Carlos, que vive «más allá de Vallecas». De Carlos conoceremos algunos detalles de su familia, algo que nunca ocurrirá con Cosme, lo que hace que la nouvelle quede un tanto desequilibrada. Inútiles totales es una novela de iniciación, sobre dos jóvenes inadaptados, a los que el contexto de la guerra califica de forma real y metafórica como «inútiles», y que sienten ambos gran aprecio por los libros y las ideas. Los dos tratarán de refugiarse del frío y del tedio frecuentando la tertulia de una librería. Allí van a conocer a una joven, que entra en la librería preguntando por los libros de Musset, un poeta francés. «Hacía muchos meses que no hablaban con una mujer joven», leemos en la página 227 y un poco antes: «Ella les miró de arriba abajo. Estaban pobremente vestidos, con caras pálidas entre los cuellos subidos de los abrigos. Como siempre, iban cargados de papeles, libros y cuadernos. Tenían un aspecto infantil y asustado». Maruja, la chica, ha vivido en París y esto disparará las expectativas de poder conocerla, la aventura del encuentro; una aventura que ‒como en todo buen relato de iniciación‒ va a poner a prueba la amistad de Carlos y Cosme.

 

Me ha parecido que el estilo era un poco torpe al principio. Reproduzco aquí la primera frase: «Bajo el cielo cubierto, gris y frío, al pie de la extraña torre solitaria, la fila indisciplinada de los “Inútiles totales” esperaba que pasasen lista y recoger el panecillo que un hombre colorado iba dando por una ventana del antiguo convento.» El Zúñiga de sus mejores cuentos nunca colocaría tantos adjetivos que frenan el ritmo de la frase. Sin embargo, no mucho después de la primera página el estilo se vuelve más suelto y sus impresiones de un Madrid gris y del carácter de los personajes me han recordado al estilo de Pío Baroja, intuición que ha sido confirmada más tarde, al leer el prólogo, por Luis Beltrán y Ángeles Encinar. De hecho, en la página 232 podemos leer una descripción de la mendiga Tomasa que parece tomada de la trilogía de La lucha por la vida de Baroja: «Sobre un carrito de cuatro ruedas iba por todo el barrio aquella vieja a la que le faltaban las piernas. Apoyándose en dos tacos de madera avanzaba lentamente, pidiendo limosna con un quejido gangoso que todo el mundo conocía; estaba medio ciega, pero iba, solamente por las calles empedradas, de un lado a otro. Se contaba que una tarde se aventuró a cruzar un solar y las ruedecillas del carrito se hundieron en el barro. Intentó retroceder, pero tampoco pudo y se quedó toda la noche allí, bajo la lluvia y las ráfagas de aire, llorando como un niño abandonado, hasta que la encontró una familia de traperos.»

 

Leí Inútiles totales de una sentada. Me ha gustado. Aun pensando que no está a la altura de los grandes relatos de Zúñiga, sí que se ven ya algunos elementos que van a componerlos. Me gusta cómo sabe llevar al lector hasta ese escenario del Madrid de la guerra. También me ha gustado descubrir una nueva palabra en relación a la guerra: «emboscado», que sería el hombre sano que se está ocultando para no ser llamado a filas y no combatir en la guerra.

 

Luego me he acercado a El coral y las aguas, que con sus casi 120 páginas ya sí sería propiamente una novela corta. La acción se sitúa en una isla de la antigua Grecia. La novela empieza con la joven Paracata recibiendo lo que cree que es un presagio de destrucción de la ciudad en la que vive, en una cueva a la que ha ido con un cántaro para recoger agua. Los distintos capítulos de la novela, en los que nos podemos acercar a un niño, a un esclavo, un pescador, un rico, una sacerdotisa, etc. están levemente relacionados entre sí, y casi funcionan como relatos autónomos dentro de un mismo escenario. De hecho, cuando en 1962 Carlos Barral publicó el libro en su editorial se equivocó al definir el libro en la solapa y en la contra como «novela» en un sitio y como «libro de relatos» en otro. En alguna entrevista a Zúñiga le he leído decir que a él le gustaba escribir relatos porque ésta era la distancia de su respiración. El coral y las aguas es su narración más larga (apenas 120 páginas) y para mí no acaba de funcionar como una verdadera novela. Es cierto que su estilo es más cuidado y rico que el de Inútiles totales, pero los capítulos se desarrollan de una forma demasiado autónoma unos de otros, y tampoco acaban de tener coherencia como una unidad completa de significado, como verdaderos relatos. Al conjunto le falta tensión narrativa. En su momento, leeremos en el prólogo, la novela no fue bien recibida ni por la crítica ni por el público. Beltrán y Encinar buscarán sus claves compositivas en el prólogo, el valor simbólico del libro, ya que, aunque Zúñiga se trasladó hasta la antigua Grecia para contar su historia, en realidad quería hablar de la represión franquista, de la falta de libertades del país y de la triste situación de los vencidos. Es cierto, que se puede entender este valor simbólico contenido, por ejemplo, en una rama de coral, que pasa de mano en mano en el libro, y que simboliza la solidaridad y las ansias de libertad de los personajes oprimidos y de otras escenas del libro. Pero una novela debe funcionar por sí misma, más allá de su valor simbólico. Es decir, Rebelión en la granja de George Orwell funciona perfectamente como novela, independientemente de que el lector conozca el contexto histórico que el autor está criticando, y esto no ocurre con El coral y las aguas, un texto que, pese a la admiración que siento hacia Zúñiga me ha resultado decepcionante.

 

Finalmente he leído el prólogo de Luis Beltrán y Ángeles Encinar. Me ha gustado cómo presentaban la vida y la obra de Zúñiga y su análisis de las dos obras comentadas.

Me gustaría destacar también esta Biblioteca Cátedra del siglo XX donde la famosa editorial está publicando libros en una colección diferente a la de Letras Hispánicas (los libros negros), donde a veces se abusa de las notas y de la letra demasiado pequeña.

 

Leer esta edición de El coral y las aguas e Inútiles totales puede tener sentido para conocedores y admiradores de la obra de Zúñiga, pero no se la recomendaría a alguien que no haya nada leído nada de su obra. Esta persona debe leer en primer lugar la Trilogía de la guerra civil, que es un libro muy superior a éste.

 

 

 

 

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