El coral y las aguas / Inútiles totales, de Juan Eduardo Zúñiga
Editorial Cátedra. 270 páginas. 1ª edición de 1951 y 1962; ésta es de
2019
Edición de Luis Beltrán Almería y Ángeles Encinar
En 2019 se cumplieron cien años del nacimiento de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919 – 2020), y la editorial Cátedra decidió reeditar su
primera novela, Inútiles totales, que Zúñiga se autopublicó en 1951, y El
coral y las aguas, su segunda y última novela, que en 1959 ganó el
premio literario de la revista Acento
Cultural, y que se acabó publicando en 1962 por Seix Barral. Inútiles totales
era la primera vez que se reeditaba y El
coral y las aguas la había vuelto a reeditar Alfaguara en 1995 y Zúñiga la revisó y la añadió algún capítulo.
La presentación del libro tuvo lugar en la Librería Alberti de Madrid. A pesar de que tenía en casa, aún sin
leer, la Trilogía de la guerra civil de Zúñiga, me apeteció ir y comprar
el libro, porque pensaba que iba a estar el autor y me apetecía que me firmara
el nuevo libro y el anterior, que llevé de casa, un escritor de cien años, que
intuía que me iba a gustar cuando, al fin, me decidiera a ponerme con él.
Zúñiga no acudió a la librería, porque, además de estar muy mayor en ese
momento ‒moriría al año siguiente, a los ciento y un años‒, nunca le habían
gustado los actos sociales alrededor de sus libros y había participado en muy
pocos eventos literarios. Quizás esto haya contribuido a que Zúñiga, a pesar de
su gran calidad, sea un escritor casi secreto; además de haberse dedicado principalmente
a los cuentos y no a la novela, género más apreciado por los lectores.
La presentación estuvo a cargo de los profesores universitarios Luis Beltrán Almería y Ángeles Encinar, grandes conocedores y
estudiosos de la obra de Zúñiga, y escritores del prólogo del libro, y el
escritor Manuel Longares, amigo del
autor.
He leído el libro en el orden inverso al propuesto: primero Inútiles totales (1951), luego El coral y las aguas (1962) y por fin el
prólogo.
En esta edición, Inútiles totales
es un texto que no llega ni a las cincuenta páginas, y, por tanto, más que de
novela podríamos hablar aquí de nouvelle o
de relato largo. Tiene un cierto trasfondo autobiográfico, ya que nos presenta
a dos jóvenes que se conocen y se hacen amigos en la fila de los «inútiles
totales». Zúñiga nació en 1919 y cuando empezó la guerra civil tenía diecisiete
años. Esto hizo que no fuera, en primera instancia, llamado a filas para
defender a la República; pero según se enquistó la guerra sí fue llamado. Sin embargo,
tras observan en el cuartel su aspecto anémico y el grosor de sus gafas de
miope se le asignaron tareas de retaguardia, en el Madrid asediado por las
bombas. La descripción de uno de los protagonistas de la novela, Cosme, nos
puede recordar al propio autor: alto, con gafas y anémico. El otro joven es
Carlos, que vive «más allá de Vallecas». De Carlos conoceremos algunos detalles
de su familia, algo que nunca ocurrirá con Cosme, lo que hace que la nouvelle quede un tanto desequilibrada. Inútiles totales es una novela de
iniciación, sobre dos jóvenes inadaptados, a los que el contexto de la guerra
califica de forma real y metafórica como «inútiles», y que sienten ambos gran
aprecio por los libros y las ideas. Los dos tratarán de refugiarse del frío y del
tedio frecuentando la tertulia de una librería. Allí van a conocer a una joven,
que entra en la librería preguntando por los libros de Musset, un poeta
francés. «Hacía muchos meses que no hablaban con una mujer joven», leemos en la
página 227 y un poco antes: «Ella les miró de arriba abajo. Estaban pobremente
vestidos, con caras pálidas entre los cuellos subidos de los abrigos. Como
siempre, iban cargados de papeles, libros y cuadernos. Tenían un aspecto
infantil y asustado». Maruja, la chica, ha vivido en París y esto disparará las
expectativas de poder conocerla, la aventura del encuentro; una aventura que
‒como en todo buen relato de iniciación‒ va a poner a prueba la amistad de
Carlos y Cosme.
Me ha parecido que el estilo era un poco torpe al principio.
Reproduzco aquí la primera frase: «Bajo el cielo cubierto, gris y frío, al pie
de la extraña torre solitaria, la fila indisciplinada de los “Inútiles totales”
esperaba que pasasen lista y recoger el panecillo que un hombre colorado iba
dando por una ventana del antiguo convento.» El Zúñiga de sus mejores cuentos
nunca colocaría tantos adjetivos que frenan el ritmo de la frase. Sin embargo,
no mucho después de la primera página el estilo se vuelve más suelto y sus
impresiones de un Madrid gris y del carácter de los personajes me han recordado
al estilo de Pío Baroja, intuición
que ha sido confirmada más tarde, al leer el prólogo, por Luis Beltrán y
Ángeles Encinar. De hecho, en la página 232 podemos leer una descripción de la
mendiga Tomasa que parece tomada de la trilogía de La lucha por la vida de
Baroja: «Sobre un carrito de cuatro ruedas iba por todo el barrio aquella vieja
a la que le faltaban las piernas. Apoyándose en dos tacos de madera avanzaba
lentamente, pidiendo limosna con un quejido gangoso que todo el mundo conocía;
estaba medio ciega, pero iba, solamente por las calles empedradas, de un lado a
otro. Se contaba que una tarde se aventuró a cruzar un solar y las ruedecillas
del carrito se hundieron en el barro. Intentó retroceder, pero tampoco pudo y
se quedó toda la noche allí, bajo la lluvia y las ráfagas de aire, llorando
como un niño abandonado, hasta que la encontró una familia de traperos.»
Leí Inútiles totales de una
sentada. Me ha gustado. Aun pensando que no está a la altura de los grandes
relatos de Zúñiga, sí que se ven ya algunos elementos que van a componerlos. Me
gusta cómo sabe llevar al lector hasta ese escenario del Madrid de la guerra.
También me ha gustado descubrir una nueva palabra en relación a la guerra:
«emboscado», que sería el hombre sano que se está ocultando para no ser llamado
a filas y no combatir en la guerra.
Luego me he acercado a El coral
y las aguas, que con sus casi 120 páginas ya sí sería propiamente una
novela corta. La acción se sitúa en una isla de la antigua Grecia. La novela
empieza con la joven Paracata recibiendo lo que cree que es un presagio de
destrucción de la ciudad en la que vive, en una cueva a la que ha ido con un cántaro
para recoger agua. Los distintos capítulos de la novela, en los que nos podemos
acercar a un niño, a un esclavo, un pescador, un rico, una sacerdotisa, etc.
están levemente relacionados entre sí, y casi funcionan como relatos autónomos
dentro de un mismo escenario. De hecho, cuando en 1962 Carlos Barral publicó el
libro en su editorial se equivocó al definir el libro en la solapa y en la
contra como «novela» en un sitio y como «libro de relatos» en otro. En alguna
entrevista a Zúñiga le he leído decir que a él le gustaba escribir relatos
porque ésta era la distancia de su respiración. El coral y las aguas es su narración más larga (apenas 120 páginas)
y para mí no acaba de funcionar como una verdadera novela. Es cierto que su
estilo es más cuidado y rico que el de Inútiles
totales, pero los capítulos se desarrollan de una forma demasiado autónoma
unos de otros, y tampoco acaban de tener coherencia como una unidad completa de
significado, como verdaderos relatos. Al conjunto le falta tensión narrativa.
En su momento, leeremos en el prólogo, la novela no fue bien recibida ni por la
crítica ni por el público. Beltrán y Encinar buscarán sus claves compositivas
en el prólogo, el valor simbólico del libro, ya que, aunque Zúñiga se trasladó
hasta la antigua Grecia para contar su historia, en realidad quería hablar de
la represión franquista, de la falta de libertades del país y de la triste
situación de los vencidos. Es cierto, que se puede entender este valor
simbólico contenido, por ejemplo, en una rama de coral, que pasa de mano en
mano en el libro, y que simboliza la solidaridad y las ansias de libertad de
los personajes oprimidos y de otras escenas del libro. Pero una novela debe
funcionar por sí misma, más allá de su valor simbólico. Es decir, Rebelión
en la granja de George Orwell
funciona perfectamente como novela, independientemente de que el lector conozca
el contexto histórico que el autor está criticando, y esto no ocurre con El coral y las aguas, un texto que, pese
a la admiración que siento hacia Zúñiga me ha resultado decepcionante.
Finalmente he leído el prólogo de Luis Beltrán y Ángeles Encinar. Me
ha gustado cómo presentaban la vida y la obra de Zúñiga y su análisis de las
dos obras comentadas.
Me gustaría destacar también esta Biblioteca
Cátedra del siglo XX donde la famosa editorial está publicando libros en
una colección diferente a la de Letras
Hispánicas (los libros negros), donde a veces se abusa de las notas y de la
letra demasiado pequeña.
Leer esta edición de El coral y
las aguas e Inútiles totales
puede tener sentido para conocedores y admiradores de la obra de Zúñiga, pero
no se la recomendaría a alguien que no haya nada leído nada de su obra. Esta
persona debe leer en primer lugar la Trilogía
de la guerra civil, que es un libro muy superior a éste.
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