Los chicos, de Toni Sala
Editorial Trotalibros. 219 páginas. 1ª
edición de 2014; ésta es de 2021.
Traducción de Carlos Mayor
En 2022 estuve hablando con Jan Arimany, el editor de Trotalibros, y quedamos en que me iba a
enviar Soledad de la escritora Víctor
Català, una novela clave dentro de las letras catalanas, que acabé
eligiendo entre mis diez mejores lecturas del año. En el envío de este libro,
añadió –sin avisarme– al paquete Los chicos, de Toni Sala (Sant Feliu de Guíxols, 1969), una novela que compartía
con Soledad el hecho estar escrita en
catalán y que ahora aparecía traducida al castellano en su editorial. Además,
con Los chicos, Jan publica en
Trotalibros, por primera vez, a un autor vivo. Como él mismo ha dicho en más de
una ocasión, Toni Sala es de sus autores
contemporáneos más admirados. A mí no me sonaba de nada, y aquí es donde
empiezan a actuar los prejuicios: aunque Sala ha ganado más de un premio en
Cataluña, y ha sido traducido a diversos idiomas, si no ha sido apoyado por un
grupo grande, para ser traducido y publicado en castellano, es porque no será
un escritor tan relevante, llegué a pensar. Pero, por otro lado, soy seguidor
del canal Trotalibros de Jan y considero que tiene criterio para hablar de
literatura, así que también sentía curiosidad por ver qué clase de novela era Los chicos.
En enero de 2023 yo seguía con el
ensayo histórico La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn y decidí hacer un nuevo algo en su lectura, para
ponerme con Los chicos según volvía
al colegio, después de las vacaciones de Navidad.
La novela está dividida en cuatro
partes, de una extensión similar. En cada parte, el narrado nos acerca a un
personaje diferente para contarnos fragmentos de la misma historia, que
acontece en un pueblo del interior de Gerona, llamado Vidreres (lo he buscado
en internet, y el pueblo realmente existe con este nombre). El narrador, en
tercera persona –siguiendo la técnica del estilo indirecto libre–, en más de un
caso, casi acerca al lector hasta el flujo de conciencia de sus personajes.
Un hecho vertebra el tiempo
narrativo de la novela: dos jóvenes hermanos de Vidreres, de veinte y veintidós
años, se han matado, en la noche del sábado al domingo, al salirse su coche de
la carretera y estrellarse contra un árbol. El tiempo narrativo será el de los
días inmediatos al accidente, que han conmocionado la vida del pueblo, visto
desde perspectivas diferentes.
El primer personaje es Ernest, un hombre cercano a los sesenta años, con tres
hijas, que trabaja en una sucursal bancaria del pueblo, quien, al llegar al
banco, el lunes por la mañana, aún no conoce la tragedia que asola a los
vecinos de Vidreres. Ernest, aunque trabaja en el pueblo desde hace años, sabe
que será siempre un foráneo, como así se lo hace saber Jaume, su compañero de
oficina. Será éste quien vaya al entierro, mientras Ernest se queda en el
banco, esperando a unos clientes que no van a aparecer esa mañana.
Las primeras páginas de esta parte
–y no serán las únicas– me han recordado a los comienzos de algunas de las
novelas de Rafael Chirbes que hablan
sobre la crisis económica de 2008-2014, novelas como En la orilla, que no he
leído entera, pero sí sus primeras páginas. Páginas que hablan de la
paralización de un país, después de los años de expansión de la construcción.
«De repente todo parecía culpa de la crisis, pero no era culpa de la crisis
aquella exposición de prostitutas en las cunetas de la nacional, pasadas las
obras de desdoblamiento dejadas a medias, pasados los puentes a medio
construir, (…)», así comienza el libro. Durante varias páginas se habla de ese
mercado de prostitución al aire libre que ha de contemplar Ernest cada día,
para ir y volver del trabajo. Son páginas que nos meten en una narración dura,
oscura, que, en gran medida, nos va a llevar hasta algunos recovecos del mal
que anida en las personas.
En la segunda parte, conoceremos a
Miqui, un camionero de treinta y dos años, que el lunes del entierro de los dos
hermanos, tiene que hacer un servicio en una de las casas más adineradas del
pueblo, casa desolada porque una de las hijas de los dueños –Iona– era la novia
de uno de los hermanos fallecidos. Miqui capea la crisis económica haciendo los
servicios que puede con su camión, y chateando con mujeres desconocidas (que
pueden ser hombres) en internet. Además de ser una persona adicta al sexo,
también se nos mostrará como alguien disocial, con rasgos de psicopata, un
personaje violento, siempre a punto de estallar.
La tercera parte está protagonizada por
Iona, la joven de veinte años, que era la novia de Jaume, uno de los jóvenes
muerto en el accidente (el otro es Xavi). Iona es una estudiante de
veterinaria, que se debatía, hasta este fatídico fin de semana, entre
especializarse en ser veterinaria de granja, y por tanto quedarse a vivir en el
campo, o ser veterinaria de mascotas, y por tanto irse a vivir a la ciudad.
Si bien las dos primeras partes
están centradas en personajes que no son de Vidreres, como Ernest, que acude
allí a trabajar, y Miqui, que ha ido esta vez por un trabajo puntua; con Iona,
Sala nos introduce más en el corazón del pueblo, su tragedia y su duelo, con un
personaje local más cercano al drama. Además, si la segunda parte suponía una
continuidad temporal respecto a la primera, en la tercera retrocedemos hasta la
mañana del domingo en la que la madre de Iona tiene que comunicarle a su hija
la noticia del accidente.
La cuarta parte está protagonizada
por Nil, un joven también de Vidreres, unos años mayor de Iona, que trató de
huir del pueblo, yéndose a Barcelona para estudiar Bellas Artes, carrera que
abandonará tras un curso y medio, para vivir el arte de un modo más real, y
empezar un proceso de transformación física, a través de tatuajes o
perforaciones. Nil, durante el tiempo narrativo de la novela, ha vuelto ya a
Vidreres, y vive en una cabaña, propiedad de su familia, con la idea de
reincorporarse a la vida rural de sus antepasados en unos meses. Además, aún
quiere despedirse del arte mediante la grabación de unos vídeos que no pretende
mostrar a nadie, donde rienda suelta a sus oscuridades y los males que le
acompañan.
Por encima de los hechos narrados,
en Los chicos destaca la maestría del
estilo literario, que es realmente muy trabajado e intenso. Abundan en el texto
las que podría llamar «metáforas orgánicas», en las que Sala juega con
metáforas y comparaciones que dotan de vida animal a los objetos o a las personas.
Así en la página 12, cuando se habla de Ernest leemos «Y es que el dinero pasa
por los hombres como una ventolera y en un pueblo pequeño, donde siempre es el
mismo, lo veías pasar de una cuenta a otra como un pájaro al cambiar de rama.»,
«Los altos plátanos eran las plumas de un monstruo enterrado.» (pág. 28), «El
color brillante de los pendientes, como gusanos de piedra colgados de los
lóbulos.» (pág. 50). También abundan en la construcción lingüística las
repeticiones poéticas; así, por ejemplo, en la página 37 se repiten en las
frases el sujeto «los muertos». También es frecuente encontrarnos preguntas sin
respuesta en el texto, que crean una sensación de deriva y desconcierto.
Me falta la lectura de los libros
que Rafael Chirbes escribió en el siglo XXI, pero sospecho –por lo que conozco
a Chirbes– que, como he dicho al principio, efectivamente este autor puede ser
una referencia para Toni Sala. Sin embargo, según he avanzado en la lectura de Los chicos me he encontrado con otra
referencia literaria: la de William
Faulkner. En algún momento de la lectura de Los chicos me he encontrado pensando en la novela Mientras
agonizo de Faulkner. En este libro, por ejemplo, uno de los personajes
hacía un ataúd, mientras reflexionaba sobre su vida y la muerte. Algo parecido
ocurre en la construcción narrativa de Los
chicos: más que narrarnos Sala acciones de los personajes, en las que estos
interactúan con otros, nos encontramos aquí, con personajes que realizan
actividades sencillas, mientras reflexionan sobre su vida, y en más de un caso
sobre la muerte. En el epílogo, el editor Jan apunta que los pensamientos de
los personajes de la novela trascienden su experiencia vital concreta para
aspirar a la experiencia y el miedo universales. Me parece esta una buena
reflexión.
He estado buscando en internet
reseñas de Los chicos en castellano,
y me he encontrado con algunas en blogs, pero con ninguna en periódicos
nacionales, fuera de Cataluña; nada en los suplementos literarios más
conocidos. Y aquí es donde he pasado del prejuicio inicial que podía sentir
hacia Toni Sala y esta novela, a la indignación: Los chicos de Toni Sala en castellano es un libro que debería
haberse celebrado en los medios culturales tradicionales con algo de bombo,
puesto que la calidad de la novela así lo requiere, y no haber pasado
desapercibido, como ha ocurrido. Una muestra más de que al sistema cultural
español le cuesta descubrir donde está el riesgo artístico y el talento. Los chicos me ha parecido una grandísima
novela –con un final espeluznante– y Toni Sala todo un escritor a celebrar. Ya
he visto que Trotalibros acaba de sacar en castellano un nueva novela de este
autor, Persecución, que espero leer pronto.
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