Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy
Editorial Debolsillo. 335 páginas. 1ª edición de 1992; ésta es de 2020.
Ya he comentado que en enero de 2021
empecé el año leyendo Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy (Rhode Island, Estados
Unidos, 1933) y que fue una lectura que me impactó mucho. Hasta entonces había
leído de McCarthy No es país para viejos (2005) y La carretera (2006) y, aunque
me gustaron, no habían llegado a deslumbrarme. Cuando comenté esto mismo, hace
años, en las redes sociales, hubo más de un lector de McCarthy que me dijo que
yo no había leído las grandes novelas de este autor, que serían Meridiano de Sangre (1985) y No es país para viejos (1992). Ahora que
he leído las dos ya puedo afirmar que las personas que me comentaron esto
tenían toda la razón.
La acción de Meridiano de sangre se situaba en 1849 y la de Todos los hermosos caballos en 1949; es decir, justo un siglo
después. La elección de la fecha en la que trascurre Todos los hermosos caballos no es una casualidad por parte de
McCarthy, ya que esta novela está escrita justo después de Meridiano de sangre y en gran medida dialoga con ella. Las dos
novelas se desarrollan en el mismo espacio físico, entre los estados del sur de
Estados Unidos y los del norte de México, hablándonos siempre de una frontera
difusa. El escenario de Todos los
hermosos caballos es el mismo que el de Meridiano
de sangre, pero más pacificado un siglo después. En el 1949 de McCarthy ya
no será habitual que tres amigos entren en un bar a tomar algo y de madrugada
solo salgan dos porque uno de ellos ha muerto en una pelea, como ocurría en su
1849, pero, si bien el nuevo mundo que dibuja está soportado sobre las ascuas
del antiguo, aún perviven en él rescoldos de violencia, y en Todos los hermosos caballos el lector
también se va a encontrar con más de una muerte violenta. No, desde luego, al
nivel salvaje y apocalíptico de Meridiano
de sangre, pero la violencia también será uno de los ejes constructivos de Todos los hermosos caballos.
John Grady Cole, de dieciséis años
en 1949 (los mismo del autor en esa fecha, por cierto), es el protagonista de
esta historia. La narración comienza cuando muere su abuelo, con el que vive en
un rancho del oeste de Texas. Los padres de John están divorciados y el padre
es un exsoldado de la Segunda Guerra Mundial que, en 1949, no parece muy
equilibrado para cuidar de su hijo o de sí mismo. La madre de John, la heredera
del rancho, sueña con convertirse en actriz y quiere vender la propiedad, de la
que opina que no da beneficios. John quisiera explotar él ese rancho, cuya casa
se construyó en 1872, antes de que desaparecieran los búfalos de la región en
1886, pero no va a poder ser. Es un momento importante para John, puesto que se
va a quedar sin supervisión de los adultos y la idea de futuro que tenía para
convertirse él mismo en adulto ‒dirigir el rancho familiar‒ va a desaparecer.
Después del entierro del abuelo, John ensilla su caballo y «cabalgaba hacía
donde siempre elegiría cabalgar, allí donde la bifurcación occidental del viejo
camino comanche bajaba de la tierra kiowa en el norte y cruzaba la parte más
occidental del rancho y podía verse su débil rastro hacia el sur.» (pág. 9)
Junto con su amigo Lacey Rawlins, de
diecisiete años, John tomará su caballo y decidirá abandonar su casa y
emprender un viaje de descubrimiento hacia el sur. John y Rawlins cabalgan
hacia México y también hacia el pasado, pues en ellos McCarthy está
simbolizando una forma de vida que está cerca de desaparecer, la de los jinetes
o vaqueros, que cabalgan en un desierto sin alambradas o fronteras. Entre la
página 29 y 30 podemos leer, hablando de John: «El muchacho que montaba un poco
adelantado a él no solo montaba como si hubiera nacido cabalgando, que así era,
sino como si de haber sido engendrado por malicia o mala suerte en un país
extraño donde no hubiese caballos él los habría encontrado. Habría sabido que
faltaba algo para que el mundo estuviese bien o él bien en el mundo y se habría
puesto en marcha para vagar a donde fuese durante el tiempo necesario hasta
encontrar uno y habría sabido que aquello era lo que buscaba y así habría
sido.» Por supuesto, en el 1949 de McCarthy ya hay automóviles, pero el caballo
como medio de transporte persiste en el imaginario de John y de Lacey como
símbolo de su relación con el pasado, como epítome de su conflicto con la época
en la que les ha tocado vivir. John y Lacey van a ser vagabundos, personajes
excluidos de los cambios de una modernidad que no aceptan.
El viaje al sur se complica cuando
empiece a seguir a los dos jinetes Blevins, un chico de unos trece o catorce
años, quien parece que se ha escapado de casa en un caballo robado y no parece
una persona muy estable.
Parece que John y Lacey encuentran
su lugar cuando empiezan a trabajar como vaqueros para un gran terrateniente
mexicano. Son muy bellas las páginas costumbristas en las que McCarthy le
muestra al lector cómo John y Lacey doman a una manada de caballos salvajes.
John quedará prendado de Alejandra,
la hija del hacendado, sin saber aún que un desclasado como él no va a ser
aceptado por el mundo del dinero. Las novelas de McCarthy son eminentemente
masculinas, y lo que más parece interesarle es el paso del hombre de la niñez a
la madurez. Muy rara vez la prosa de McCarthy refleja los pensamientos de los
personajes, y el lector tendrá que deducir lo que piensan de sus actos. Unos
actos que mueven las circunstancias y el duro aprendizaje de la naturaleza y el
mundo. En Meridiano de sangre no
había ningún personaje femenino relevante, y en Todos los hermosos caballos si los hay, representados por Alejandra
y su tía abuela Alfonsa. Son mujeres fuertes y libres. Pero, en cualquier caso,
la mujer parece ser el elemento de la naturaleza que va a debilitar la relación
ancestral de amistad que existe entre los dos amigos.
He comentado que en las novelas de
McCarthy no se narran los pensamientos de los personajes, pero ‒en más de una
ocasión‒ la novela sobrepasa el mero relato de los hechos cuando alguno de
estos personajes emite un parlamento. En Meridiano
de sangre esto ocurría, sobre todo, cuando hablaba el siniestro juez
Holden, y en Todos los hermosos caballos el
mejor parlamento lo emitirá Alfonsa, cuando le hable a John de su vida durante
la Revolución mexicana.
Debido a la relación que John y
Lacey tuvieron con Blevins, la apacible vida que habían empezado a tener en la
hacienda se volatizará. Hacia el tramo final de la novela, a John, de nuevo
vagabundo, abandonado por el mundo del dinero, McCarthy le concederá un final
épico. Un final que, en gran medida, me ha hecho pensar en Sin Perdón, la gran
película que Clint Eastwood estrenó
en 1992, el mismo año de la publicación de esta novela. Si bien, ambas obras
son desmitificadoras del mundo del Lejano Oeste, en su tramo final no renuncian
a la épica, tanto William Munny (el protagonista de Sin perdón) como John Grady, serán dos hombres a los que no les
importará morir antes que sentirse humillados por otros que arrastraron a sus
amigos (y a sus caballos).
La naturaleza se convierte en esta
novela en un personaje más, y su descripción acaba siendo muy poética, y
también precisa. En más de un caso, en vez de usar puntos, usa la conjunción
«y» para generar una sensación de acumulación sensorial. McCarthy parece
conocer el nombre de cada animal o yerbazo de la frontera. Como ya ocurría en Meridiano de sangre, en el texto hay
muchas palabras que están en español en el original y que en la traducción
aparecen con letra bastardilla. Más de una de estas palabras españolas no las
conocía, puesto que reflejan elementos tradicionales del campo mexicano. John,
gracias al trato con los trabajadores de su rancho, sabe hablar español.
Todos los
hermosos caballos es una obra bellísima sobre un mundo que se agota, un
absoluto western crepuscular. Una obra maestra.
De Comac McCarthy he leído "La carretera" y en cine he visto "No es país para viejos" y "La carretera". Su novela distópica me gustó, pero estas dos que hoy comentas y dices que son sus mejores obras, por tu reseña así me lo parecen. Esa manera de relacionarse el género masculino en el Oeste norteamericano es ciertamente peculiar y la comparativa que realizas de lo que va de un siglo a otro interesante por demás. Me apunto los dos títulos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu reseña, David.
Un abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarMeridiano de sangre y Todos los hermosos caballos me parecen novelas muy superiores a La carretera y No es país para viejos. Si te acercas a ellas, no creo que te defrauden.
Saludos
No he leído a McCarthy, mira que llevo años leyendo maravillas de su obra. Me apunto esta que comentas tan bien.
ResponderEliminarUn abrazo, David.
Hola, Gonzalo, seguro que Meridiano de sangre y Todos los hermosos caballos te van a gustar.
EliminarSaludos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAcabo de conocer a este autor y me lo apunto
ResponderEliminarEs un escritor muy bueno, espero que te guste.
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