Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy
Editorial Random House. 347 páginas. 1ª edición de 1985, ésta edición
es de 2020.
Traducción de Luis Murillo Fort
De Cormac McCarthy (Rhode
Island, 1933) había leído hasta ahora dos novelas, No es país para viejos
(2005) y La carretera (2006), que me gustaron pero que no me llegaron a
deslumbrar. Cuando hace ya años comenté en mi blog La carretera y dije que no me parecía un libro tan sobresaliente
como gran parte de la crítica afirmaba, recuerdo que algún lector, en el que yo
confiaba, me dijo que realmente no había leído las obras más importantes de
McCharthy, que serían, en principio, Meridiano de sangre y Todos
los hermosos caballos. Así que me quedé con la idea de que en algún
momento del futuro tenía que acercarme a estos libros. En diciembre, poco antes
de las vacaciones de Navidad de profesor, empecé a buscar información sobre Meridiano de sangre, y vi que muchos
críticos la consideraban una de las grandes novelas norteamericanas del siglo
XX. Me animé y la compré en una librería por internet. La empecé a leer el 1 de
enero de 2021, tras haber llegado al ecuador de los Cuentos completos de Thomas Wolfe.
El protagonista de Meridiano de
sangre es «el chaval», al que McCharty decide no darle un nombre, y de este
modo le convierte en un testigo un tanto genérico de toda la violencia que le
va a hacer contemplar. El chaval nace en 1833, y en el parto muere su madre,
algo que su padre alcohólico parece reprocharle. El chaval ha llegado al mundo
con un pecado original y los catorce años dejará su Tennessee natal, y se
lanzará al mundo. «No sabe leer ni escribir y ya alimenta una inclinación a la
violencia ciega.» (pág. 11)
Aunque McCarthy nació en Rhode Island, en el norte de Estados Unidos,
creció en Tennessee, que ya pertenece al sur, y aquí parece que se establece un
paralelismo entre el personaje y el autor. El chaval vagará por el sur de
Estados Unidos, Menfis, San Luis, Nueva Orleans, Tejas, etc.
La acción principal de la novela se va a desarrollar en 1849, cuando
el chaval tiene dieciséis años. El chaval ha sido arrojado a un mundo
tremendamente violento, un mundo de trabajos precarios, robos y mendicidad. Un
mundo de compañeros fugaces, en el que no es algo extraordinario que entren
tres amigos a beber en un bar y horas más tarde salgan dos, porque uno de ellos
ha muerto en una pelea.
McCarthy sitúa la acción de su novela en una época de fronteras
imprecisas entre Estados Unidos y México. En un principio, el chaval parece
encontrar acomodo como soldado en un ejército irregular que va a hacer su
propia guerra en el territorio mexicano. Cuando este ejército es desbaratado
por los apaches y él sobrevive, se unirá a otra formación mercenaria a la que
le pagan los mexicanos por acabar con los apaches. Una formación que si no
encuentra a apaches a los que arrancarles las cabelleras, para justificar un
cobro, no dudará en arrasar pueblos de mexicanos a los que hará pasar por
apaches para poder cobrar así las recompensas.
El mundo de McCarthy además de ser violento es profundamente amoral,
es un mundo sin Dios, un mundo de hombres que luchan y matan como si fuesen
animales salvajes, bajo la inclemencia de unas condiciones naturales extremas.
La compañía de mercenarios está capitaneada por Glanton, un líder
alocado y violento, pero su líder en la sombra ‒o «líder espiritual», como lo
llaman en la contra del libro‒ es el juez Holden. El juez Holden, que por
supuesto no es un «juez» real, es una de las creaciones más importantes de esta
novela. Holden es un hombre de más de 1,90 metros de altura y 150 kilos de
peso. De piel muy blanca en la que no tiene ni un solo pelo. Un hombre muy
cultivado e inteligente, que habla varios idiomas y cuyo vocabulario e ideas
están muy por encima que los de sus compañeros de aventuras. Sin embargo, el
juez Holden también es un refinado canalla, otro violento amoral muy acorde a
su grupo de acompañantes.
Según lo que he leído en internet, al personaje del juez Holden la
crítica lo relaciona con la obra de Herman
Melville, ya que considera que este personaje de McCarthy podría ser una
evocación del capital Ahab, pero, a la vez, también de Moby Dick. La blancura y
la ausencia de pelo de Holden nos conducen a Moby Dick y la obsesión y la
búsqueda al capital Ahab. Porque además de ser un erudito, Holden es un hombre
curioso, que va recogiendo muestras de rocas o de flora y fauna de cada lugar
por el que pasa la compañía, sobre las que anota en sus cuaderno. «Todo aquello
que existe, dijo. Todo cuanto existe sin yo saberlo existe sin mi aquiescencia.»,
leemos en la página 209 en boca del juez Holden, una muestra de su
autoproyección mesiánica.
En un momento del libro, el chaval y el juez Holden deberán
enfrentarse, y no nos encontraremos aquí, como podía ocurrir en Moby Dick, con una lucha entre el bien y
el mal, sino entre principios vivos diferentes, entre lo amoral y el mal, un
juego más sutil y fuera de las leyes de los hombres.
Las descripciones de la naturaleza son impresionantes en Meridiano de Sangre. McCarthy se ha
empapado de la fauna, la flora y la historia del territorio y la época que
retrata. En letra bastardilla aparecen en la novela palabras y frases que en el
original están en español. Incluso en estas frases el lector de lengua española
se puede encontrar con un vocabulario desconocido y remoto. En más de un caso,
la violencia de las escenas terrenales se desplaza hacia una mirada sobre las
estrellas, sobre su oscuridad y silencio, como si McCharty le quisiera decir al
lector que, en realidad, todo lo que está contando, todo el desgarro y la
muerte, son insignificantes a los ojos del universo, un universo enorme y sin
dios.
Los detalles narrativos son muy ricos y poéticos. Así, por ejemplo, en
la página 51 leemos: «Pasaron por Castroville, donde los coyotes habían
desenterrado a los muertos y esparcido sus huesos, y cruzaron el río Frío.»
Al leer Meridiano de sangre
he encontrado algunos paralelismos con La
carretera, publicada veintiún años después. La carretera está ambientada en un futuro cercano, en el que ha
habido un desastre (tal vez una guerra nuclear) y los pocos supervivientes
vagan por un mundo en cenizas, buscando latas de comida o recurriendo al
canibalismo. La carretera era una
novela sobre la violencia en el ser humano, una vez que cualquier idea de
Estado o comunidad ha desaparecido. En Meridiano
de sangre la violencia y el poder de las armas rigen los designios de sus
personajes, de un modo casi similar al de La
carretera, porque en esa frontera huidiza el poder estatal parece ausente.
Los norteamericanos, los mexicanos o los apaches, todos son violentos y ejercen
las violencia sobre los demás en la medida que pueden. «El sendero se
estrechaba entre unas rocas y al poco rato llegaron a un arbusto del que
colgaban bebés muertos.», leemos en la página 67 de Meridiano de sangre, un detalle de violencia extrema que podríamos
haber encontrado en La carretera. Una
referencia más directa; en la página 171 de Meridiano
de sangre leemos «Una de las yeguas había parido en el desierto y aquella
frágil criatura pronto fue espetada en una vara de paloverde colgada sobre las
brasas mientras los delaware se pasaban una calabaza que contenía la leche
cuajada extraída de su estómago.» En La
carretera un grupo de hombres tienen retenida a una mujer embaraza y cuando
da a luz también hacen un espeto con el bebé (en este caso humano) y se lo
comen. Imagino que McCarthy sería consciente de la repetición de escenas, y
quiso colocar en La carretera una
mucho más espeluznante que la de Meridiano
de sangre. Sin embargo, me parece que Meridiano
de sangre es un logro literario mucho mayor que La carretera.
Si bien, Meridiano de sangre
huye de la introspección, y todos los personajes van a quedar definidos por sus
palabras y sus actos y no por sus pensamientos, la lectura de Meridiano de sangre acaba siendo
hipnótica por la evocación de una época, una naturaleza y las relaciones
brutales entre los hombres. Meridiano de sangre es una de las más
grandes novelas norteamericanas que he leído.
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