Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos
Editorial FCE, 161 páginas. 1ª edición de 1981, ésta es de 2014
Río de las congojas de Libertad
Demitrópulos (Jujuy, 1922 – Buenas Aires, 1998) es el tercer libro que leo
de la Serie del Recienvenido,
colección de libros encargada por la editorial
mexicana FCE al escritor argentino Ricardo
Piglia. La labor encomendada a Piglia consistía en que éste propusiera
rescates de la fértil literatura argentina que hubieran caído injustamente en
el olvido. Le dio tiempo a seleccionar trece libros antes de que le llegara la
lamentable hora de su muerte, siempre prematura. De la Serie del Recienvenido
había leído anteriormente Hombre en la orilla de Miguel Briante y Nanina de Germán García. Uno de mis proyectos es
leer los trece libros, porque Piglia ‒que además de ser un gran escritor era
también uno de los grandes teóricos de la literatura‒ no dispara con balas de
fogueo, y la muestra de tres que llevo de esta colección me parece de un nivel
impresionante.
Desde que empecé a comentar libros en un canal de YouTube (David Pérez
Vega – Bienvenido, Bob) uno de mis vídeos más vistos ha sido el de mi canon de
las diez mejores novelas argentinas. Al finalizarlo, le pedía al público que me
recomendara grandes novelas argentinas escritas por mujeres, porque mi canon
estaba formado solo por hombres y quería romper esa tendencia. Entre las
recomendaciones que recibí destacaba la novela Río de las congojas de Libertad Demitrópulos, libro publicado en
1981 y del que ya había oído hablar porque formaba parte de la Serie del
Recienvenido comentada. Este fue uno de los libros que compré en mi primera
visita a la nueva librería madrileña Lata
Peinada, especializada en literatura latinoamericana.
Dice Ricardo Piglia en el prólogo: «A pesar de nuestra pobre historia
colonial ‒o a causa de ella‒, la literatura argentina puede jactarse de tres
obras maestras que reconstruyen imaginariamente la conquista española del Río
de la Plata. Río de las congojas de
Libertad Demitrópulos es una de ellas ‒quizás la más pasional y la más lírica‒;
las otras dos, inolvidables, son Zama
de Antonio Di Benedetto y El entenado
de Juan José Saer. Las tres forman una suerte de inesperada trilogía y se
instalan en un territorio fantasmal, que está en el principio de nuestra
memoria histórica, delimitado por Buenos Aires, Asunción y Santa Fe.»
En el libro no hay ninguna fecha concreta, pero sí se relatan algunos
hecho históricos constatables y aparecen personajes históricos reales, principalmente
el conquistador español Juan de Garay. En 1573, Garay fundó la ciudad de Santa
Fe, en el que sería su primer emplazamiento; se movería 80 años después para
evitar los ataques de los guaycurúes.
El viaje a Santa Fe se organizó desde Asunción, y desde Santa Fe saldría, río
abajo, la expedición encargada de refundar Buenos Aires en 1580.
Juan de Garay aparece como personaje secundario en la trama de Río de las congojas, pero los principales
son Blas de Acuña y María Muratore.
Blas de Acuña es un anciano de cien años cuando empieza a relatarnos
algunos de sus recuerdos como fundador de San Fe, y como soldado que combatió
en un gran número de ocasiones contra los indios para poder mantener la ciudad.
María Muratore será una joven que también llegó en esa expedición y que, más
tarde, continuará hacia Buenos Aires, detrás de su admirado Juan de Garay. En
gran medida, Río de las congojas es
una novela sobre amores contrariados: Blas de Acuña ama a María Muratore sin
ser correspondido, y ésta ama a Juan de Garay sin ser tampoco su amor
correspondido. Isabel Descalzo, por su parte, sin amar apasionadamente a Blas,
sí desea casarse con él, porque su padrastro le dejó una herencia envenenada,
tanto a ella como a Blas: Blas heredaría una chacra, donde le gustaría vivir,
con la condición de que se case con Isabel. Ella está conforme con este
acuerdo, pero Blas no. Los pleitos, los desencuentros ‒y también los encuentros‒
se sucederán entre ellos.
Blas de Acuña es el narrador de una parte de los capítulos de Río de las congojas, y de otra será
María Muratore. Sin embargo, aunque durante los dos primeros tramos de la
novela se van intercalando estos dos narradores, hacia el final nos encontraremos
con un capítulo narrado por Isabel Delcazo, y alguno más por un narrador
innombrado. Así que, como podemos observar, la estructura de la novela es
bastante abierta. El tiempo narrativo tampoco se organiza de un modo lineal,
sino que son frecuentes los saltos temporales hacia delante y hacia detrás. En
este sentido, una de las influencias de la novela puede ser la narrativa de Gabriel García Márquez o la de la Elena Garro de Los recuerdos del porvenir.
Además, en alguno de los últimos capítulos, parece establecerse una
conversación entre algunos de los supervivientes de las peripecias vitales
contadas y algunos de los muertos. En esta parte, Demitrópulos se acerca a lo
«real maravilloso», o más sencillamente al «realismo mágico» de la gran época
del boom latinoamericano.
En María Muratore, Demitrópulos ha querido dibujar a una mujer muy
libre y muy adelantada a su tiempo; una mujer que sabe manejar armas con la
misma destreza que un curtido soldado varón y que decide sobre su destino, sin
que éste sea el de buscar el matrimonio, como ocurría con el personaje de
Isabel Descalzo. María Muratore no dudará en travestirse para hacerse pasar por
hombre, en una época en la que los hombres ‒motivados por la fuerza
eclesiástica‒ están dispuestos a apedrear a una mujer a que consideran
«pecadora», algo que ocurrirá con el personaje de Ana Rodríguez, que ha sido
una de las amantes de Juan de Garay.
En realidad, debería apuntar que, muy por encima de las anécdotas
históricas relatadas, intercaladas con las vivencias de sus personajes
inventados, la gran aventura que propone Río
de las congojas es una aventura del lenguaje. Demitrópulos recrea, o más bien
inventa, un lenguaje arcaizante lleno de lirismo. Por ejemplo usa mucho la
expresión «los despueses» por «el futuro» o usa un apabullante lenguaje que
describe la naturaleza. Por ejemplo, en la página 30 podemos leer «bordea
callejuelas con cercos de tasis y pisingallos». Descubro en internet que
«tasis» es una especie de enredadera y que «pisingallo» es una variedad del
maíz, que se usa para preparar pochoclo. Con esto no quiero decir, que sea muy
complicado leer Río de las congojas,
sino, más bien, que su libertad expresiva es muy estimulante. Y como metáfora
simbólica recurrente siempre nos encontramos con el río Paraná que desembocará
en el Río de la Plata, en el ir y venir de los personajes entre Asunción, Santa
Fe y Buenos Aires. «Garay preparó otra salida al sur, buscando ese puerto donde
hubo una ciudad quemada, para volver a levantarla. Sacó hombres de Santa Fe y
se fue un día por el río tragahombres, más negro que nunca, río de las
congojas, enemigo del amor.» (pág. 37)
Leí El entenado de Juan José
Saer, Zama de Antonio Di Benedetto y
ahora leo Río de las congojas de
Libertad Demitrópulos. Tres obras magníficas, siendo, como dice Piglia ésta
última «la más pasional y la más lírica». Río
de las congojas es una delicia.
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