Enero, de Sara Gallardo
Editorial Malastierras. 107 páginas. 1ª edición de 1958; esta de 2019.
Hablé con los editores de Malastierras cuando apareció hace unas
semanas su edición de Eisejuaz (1971), la novela más
reputada de la escritora argentina Sara
Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988). Quedé con ellos en que me enviarían Enero
(1958), la primera novela de la autora, y también Eisejuaz, para que
pudiera leerlas seguidas y reseñarlas. Hasta que la nueva editorial madrileña
Malastierras no ha publicado los libros de Gallardo en España yo no había oído
hablar de ella y siempre me alegran estos rescates de escritores latinoamericanos
que nunca llegaron a atravesar el Atlántico. Sara Gallardo, que murió hace ya
más de treinta años, ha sido reivindicada últimamente por escritores argentinos
de la talla de Selva Almada, Samanta Schweblin, Ricardo Piglia o Pedro
Mairal.
Enero es la primera novela de Sara
Gallardo. Se publicó cuando ella tenía veintisiete años y la escribió con
veinticinco. Pese a la juventud de su autora, la propuesta es de una gran
madurez narrativa.
La protagonista de Enero es Nefer, una chica de dieciséis
años que vive en un pueblo del interior de Argentina. Sus padres trabajan en la
casa de una familia adinerada y ella ya ha comenzado también a trabajar para
ellos, realizando tareas del hogar.
Nefer se siente atraída por un
gaucho apodado «el Negro». Un día de fiesta se arregla con la idea de que se
fije en ella. Sin embargo, la joven se sentirá despechada cuando vea al Negro
bailando con otra. Sus desgracias no van a acabar aquí: Nicolás, otro
trabajador del campo, está borracho ese día, y se abalanzará sobre ella para
violarla. La escena es elusiva, poética y brutal: «La toma por un brazo y las
espinas del monte se incrustan en su espalda. El hombre tiene bigotes y olor a
vino, hace calor, las ramas de los árboles son un mundo, el Negro está con
Delia, el hombre suda, hace calor, me ahogo, ah Negro, Negro, qué me has hecho,
mirá mi vestido, era para vos. Durante meses esperé este día para invitarte…» (página
17).
Nefer se quedará embarazada y el
tema principal de la novela será su angustia ante la perspectiva de que los
demás lo descubran. Nefer no se siente víctima, sino culpable, y ésta es una de
las más terribles ideas contenidas en Enero.
Sara Gallardo da voz aquí a una persona que no tiene voz, que sabe que cuando
se descubra lo que le ha ocurrido va a ser juzgada negativamente más que
comprendida. Si bien Enero está
escrito en tercera persona, la narradora también cede la voz, de vez en cuando,
al discurso interior de su protagonista. Diría que una de las influencias más
importantes de esta novela son los dramas sureños de William Faulkner. No he leído aún Luz de agosto, pero sé
que trata de una chica embarazada que busca al padre de su hijo. Es posible que
Gallardo se haya visto influida por esta novela y que, incluso, le haya hecho
un homenaje en el título. Aunque a un español enero le lleve a pensar en la época
más fría del año, para un argentino enero es la época más calurosa, es el centro
de su verano; es su posible «agosto faulkneriano». En este sentido, son
numerosas las descripciones ambientales que aluden a ese calor asfixiante.
Por su influencia faulkneriana para
crear un drama rural en la pampa argentina y la juventud de su autora, Enero me ha hecho pensar en la colección
de relatos Hombre en la orilla de Miguel
Briante, libro que se publicó en la Argentina de 1968, cuando el autor
tenía veinticuatro años. Podríamos hablar de dos casos paralelos de jóvenes
prodigios argentinos.
El lenguaje de Enero es preciso y muy afilado. Abundan las contundentes descripciones
ambientales con motivos campestres: «El perro lame sus pies y agita con la cola
la manta que la envuelve: lentamente, como un tren que pasara lejano, suena el
largo gemido del molino trabado que la brisa inquieta, y los grillos con las
ranitas transforman el aire en una inmensa vibración» (pág. 47). Este tipo de
párrafos también me han recordado a los poemas del chileno Jorge Teillier.
En estas descripciones de un mundo
campestre no hay ninguna idealización; así, por ejemplo, la brutalidad hacia
los animales está muy presente en estas páginas: «No hace mucho que un vecino
les envenenó un perro y ellos se vengaron castrando todos los de él» (pág. 29).
Nefer se aventura a acercarse hasta
la casa de una curandera que sabe que realiza abortos, pero el miedo a las
habladurías hará que no pueda comunicarle sus intenciones y que el problema
continúe. Tal vez Dios sea la respuesta. Tal vez si Nefer le reza se produzca
un milagro y cese el embarazo y la vergüenza. «Nefer no cree que Juan llegue a
tocar muy bien pero lo envidia, solo en su cuarto, empeñado en su ocupación.
Ella quisiera poder aislarse de la madre hosca, de Alcira indiferente, de la
radio, de todo, y encerrarse con los ojos cerrados a pensar en el Negro que
sonríe, en el Negro que saluda, que monta a caballo, que desmonta y fuma
achicando los ojos, pero el dormitorio rodeado de lluvia la entristece» (pág.
74). Desde luego, Nefer no es una mujer que pueda aspirar a tener una
habitación propia. Sin ir más lejos, cuando al fin se decide a informar a su
madre de que está embarazada, la primera reacción de ésta es abofetearle,
dejándole claro que, como la propia Nefer había supuesto, lo que debe sentir es
vergüenza y culpa por sus faltas. Nefer, como en otros momentos de la novela,
deseará estar muerta.
Al final, la madre de Nefer pondrá
la solución en manos de la patrona de la casa. No quiero contar el final (de
hecho, creo que ya he contado demasiado del argumento), pero el lector acabará
el libro con una sensación brutal de injusticia e impotencia.
Ahora mismo sigue en Argentina el
debate sobre el derecho a abortar de las mujeres, y en este contexto Enero de Sara Gallardo es una novela
absolutamente moderna y pertinente, y es fácil entender por qué tantas autoras
(aunque también autores) la están reivindicando con tanta fuerza. No me
gustaría transmitir la idea equivocada de que esta novela es valiosa porque se
ajusta a un tema político de actualidad (que también), sino que es valiosa
porque es gran literatura, porque da voz a los que no tienen voz y su lenguaje
seco, poético y contundente vehiculiza de forma muy eficaz el drama narrado. Lo
digo de nuevo, es una suerte para el ecosistema literario español que aparezcan
editoriales pequeñas como Malastierras, editoriales aguerridas que amplían las
fronteras de la literatura escrita en español, propiciando el encuentro entre
ambos lados del Atlántico.
Impecable reseña David,gracias!
ResponderEliminarLeí Enero y me gusto mucho,en algún momento quería volver a leer algo mas de la autora, estoy tentado por Los galgos,los galgos.Voy a ver si me animo.
Saludos desde Argentina.
Hola Cristian:
EliminarEn España ha llegado Enero y Eisejuaz. A ver si llega Los galgos, que tiene muy buena pinta.
Saludos